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Ing. José Luis Murillo Pacheco

POESÍA MILITAR EN BOLIVIA: ADHESIONES Y OMISIONES

Cuando recibí la invitación para escribir un artículo sobre “poesía militar en Bolivia: adhesiones y omisiones” me pareció inicialmente un infructuoso esfuerzo debido a las diferencias casi insalvables entre dos ámbitos; el mundo militar y el mundo de la poesía cuyos oriundos poseen naturalezas de

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Ing. José Luis Murillo distinta característica y origen Pacheco que parecen separados por un

Investigador educativo abismo infranqueable. Sin embargo, existen puentes que conectan ambos mundos y no son puentes endebles, raquíticos y efímeros, al contrario, son puentes sólidos, anchos y macizos. Tan sólidos que nos hace conjeturar sobre una relación simbiótica en la que dos sujetos de naturaleza distinta conviven uno junto al otro, obteniendo cada uno un beneficio de la relación. La poesía requiere de sus practicantes una enorme dosis de dominio del lenguaje, creatividad e ingenio, ya que esa dosis debe encapsular un núcleo de puro y sincero sentimiento; sin este núcleo sensitivo el dominio del verbo y el sustantivo es vacío e infructuoso, cáscara insípida de fruta seca que a nadie gusta ni atrae. Por otra parte, los miembros de cualquier rama militar hacen de la obediencia y la subordinación su máxima de vida, el patrón de comparación que encumbra los arquetipos lo constituyen ejemplos de obediencia y subordinación total llevado al sacrificio de la

vida misma en aras de defender sus anhelos e ideales. Personajes como Eduardo Abaroa, Manuel Marzana, Gualberto Villarroel y más lejanos en la geografía y el tiempo, como Leónidas, constituyen los referentes inequívocos de la formación militar. La horma donde se moldean los héroes. El entorno en el que estos personajes lograron la categoría mítica de héroes es similar, pese a las evidentes diferencias de contexto: enfrentados a fuerzas superiores, sin posibilidad de refuerzo y apoyo logístico su victoria no sólo es altamente improbable, sino su misma existencia enfrenta la frontera final, aquella en la que nos disgusta pensar: la muerte. Ante tan tremendo dilema, ellos ¿qué rumbo toman? ¿La tranza? ¿la negociación? O la retirada táctica que te permita seguir combatiendo mañana, como reza un dicho de pragmático cinismo. Algo que el común de los mortales haría, una actitud que ni siquiera sería condenada en su grupo social, ya que es bastante comprensible “dadas las circunstancias” de desventajoso enfrentamiento que uno huya, haga una retirada “táctica” o simplemente se rinda, ello ni siquiera sería reprochable. Pero el héroe trasciende el pensamiento pragmático y sobrevuela muy lejos del análisis de ventajas, costos y otros afines para asumir la conducta terca, inamovible, perseverante de quien mantiene su voluntad pese a tener todo en su contra, los héroes parecen tener una sólida visión predictiva del peso de las consecuencias y efectos de esas acciones. Es la voluntad del héroe que, -por sobre las consecuencias asume el riesgo y da la cara, afronta el sino de su existencia, proyectándose- por encima de sus congéneres.

La última orden de Leónidas es simple, “la más simple de las órdenes que un rey jamás pudo dar”, recuérdenos. Y es en este punto que poesía y vida militar encuentran un punto de convergencia, ese “puente sólido” que permite la existencia fructífera de uno con el otro. El poeta tiene el necesario sustrato afectivo y emocional que garantiza la eclosión de sus dotes creativas, el militar a cambio tiene un poderoso instrumento para perpetuar la imagen y enseñanza de los arquetipos necesarios. La gesta de las Termópilas ha sido retratada por el poeta griego Konstantínos Kaváfis a fines del siglo XIX, es decir casi 2 milenios después del hecho que lo inspiró:

Honor a aquellos que en sus vidas se dieron por tarea el defender Termópilas. Que del deber nunca se apartan; justos y rectos en todas sus acciones, pero también con piedad y clemencia; generosos cuando son ricos, y cuando son pobres, a su vez en lo pequeño generosos, que ayudan igualmente en lo que pueden; que siempre dicen la verdad, aunque sin odio para los que mienten. Y mayor honor les corresponde cuando prevén (y muchos prevén) que Efialtes ha de aparecer al fin, y que finalmente los medos pasarán.

El poema tiene una clara intención de azuzar el sentimiento nacionalista griego en una época de liberación del yugo turco, algo vital en aquellos tiempos. Sin embargo, en los tiempos del propio Leónidas se

comprendió la importancia de inmortalizar la gesta mediante un poema; esta vez de Simónides de Ceos:

De los que, en muerte generosa y clara, en las altas Termópilas cayeron y venturosa suerte así tuvieron, se venera el sepulcro como un ara;

no lo oscurecerá la edad avara que todo lo consume, y los que fueron capaces de un tal hecho, y tal pudieron, gozan una alabanza eterna y rara;

la sacral tumba donde ahora posa de estos varones ínclitos la llama, que en lúgubre silencio y paz reposa,

a una jamás perecedera fama elevará a la Grecia más gloriosa doquiera el nombre de la patria se ama.

A diferencia de un aburrido texto de historia académico, el poema impacta con fuerza las fibras íntimas, con la belleza de su cadencia y ritmo facilita su rápida memorización y asegura la efectiva transmisión de la idea heroica, del sacrificio, de la grandeza del héroe y sus circunstancias…

Boquerón abandonado sin comando ni refuerzo… Tú eres la gloria del soldado boliviano

El poema sencillo hecho melodía perdura en el imaginario popular por generaciones, inmortaliza una

gesta con la efectiva transmisión que la fría lección de historia jamás pudo conseguir. Se extraña una canción o un poema que cale en el imaginario popular en honor al coronel Manuel Marzana, es triste comprobar que una mayoría de los bachilleres puede señalar sin errores los nombres, características y artistas que interpretan a 10 personajes de la saga de “Avengers”, pero ni siquiera dos de esos mismos 10 estudiantes puede responder la pregunta de ¿quién fue el coronel Manuel Marzana? El héroe se funde en el hecho histórico, la gesta crece absolviendo la identidad misma de quienes lucharon allí: Boquerón es conocido por todos como un ejemplo de conducta y resistencia de los soldados bolivianos, pero los nombres de los protagonistas de la lucha se mimetizan, no trascienden como el nombre del lugar, nos preguntamos ¿cuánto de esta situación se debe a ese sencillo poema convertido en canción? Creemos que en gran medida la respuesta al casi anónimo estado del coronel Marzana es la falta de un poema que lleve su nombre, es una conclusión triste y severa al mismo tiempo, pero es mucho más triste que una figura como la suya se pierda en el inmerecido olvido, en un país como el nuestro que tanto necesita de sus héroes. A diferencia de Boquerón y Marzana, la resistencia en el Puente sobre el río Topater está fundida de manera indisoluble a Eduardo Avaroa, su resistencia final y su última frase llena de orgullo hasta el último de los bolivianos. En este caso se han unido de manera productiva los esfuerzos de historiadores, académicos y artistas para preservar en la memoria popular la imagen y el legado de este héroe. El himno a Avaroa nos recuerda con versos escuetos que:

Avaroa es el sol de gloria que en los campos de muerte brilló, preludiando canción de victoria

que el coraje su frente ciñó.

El poema metamorfoseado esta vez como himno que todos los estudiantes entonan una vez al año es la fragua del sentimiento de patria, del orgullo del que se nutre la idea de patria atacada e invadida por abusivas fuerzas superiores. Esos mismos versos nos recuerdan que el sacrificio del héroe no es vano y que la existencia de nuestra nación está por encima del corto periodo de vida humana, que la idea de nación trasciende el tiempo y nos brinda el mensaje que ese sacrificio merece ser homenajeado e inmortalizado:

Al hombre que supo audaz defender la patria amada que le vio nacer llenemos de amor y gloria al hombre que supo morir. Es por eso que Eduardo Avaroa irá en los pliegues del bello pendón, reflejando su imagen de gloria palpitando su gran corazón.

Perpetuar la memoria de los héroes no es un simple acto de bondad, justo reconocimiento o bondadosa gratitud de la sociedad para con sus caídos, muy por el contrario, nuestro Estado necesita de sus héroes de manera imperiosa e ineludible, no es un mero formalismo ritual que obliga a la realización de una aburrida ceremonia una vez al año, en el aniversario de su muerte, como sucede cada 23 de marzo, algo que lamentablemente no se puede decir en el caso de Villarroel y Marzana. El Estado Plurinacional de Bolivia, como cualquier otro requiere además de un territorio, de una población aunada que administrar en busca del bien común.

Ese concepto de “población aunada en busca del bien común” implica un grupo social que comparte un lenguaje, tradiciones, costumbres e ideales. Algo tremendamente difícil de conseguir ahora debido a que a la omnipresente diferencia social y cultural que los habitantes de nuestro territorio hemos tenido desde siempre, hoy se suma la manifiesta influencia del orgullo de la diversidad en todas sus formas. En efecto, la corriente de exaltación de la diversidad predominante en la actualidad merma y corroe el ideal de población aunada, exaltar el individualismo a ultranza contrapone de manera automática la idea de nación. El continuo, permanente y hasta a veces abusivo empleo del “colectivo social” cualquiera sea su naturaleza va en desmedro de la idea de nación. No debería ser así, justamente el concepto de “Estado plurinacional" comprende e incluye todo grupo o colectivo social que lo integra aunando y potenciando vigorosamente la capacidad de búsqueda del bien común. Lamentablemente la realidad es otra; basta escuchar unos pocos minutos a los representantes de esos colectivos sociales para entender que la idea de nación les es ajena y molesta. Exigen de manera insistente y notoria reivindicaciones sociales para su grupo, para que los beneficios de esas reivindicaciones se dirijan a su colectivo, a su grupo. Esta manera de actuar es la antípoda del ideario del héroe, aquel que entrega todo, que lucha y muere por todos, la generosa entrega del héroe contrasta brutalmente con los mezquinos intereses que defiende el circunstancial “líder social”. Por ello éste no trasciende en el tiempo, por ello mismo, alentado por un oscuro sentimiento de envidia pura desea achicar la imagen del héroe, atomizar su legado. El líder social no trasciende en el tiempo… y en el fondo él lo sabe, el héroe en cambio ha pasado a la categoría de mito, de

arquetipo que aúna y hermana generaciones por venir que consolida y perpetua la idea de nación. Hoy más que nunca, se requiere lo que se denomina “vectores de integración nacional” ¿Cómo se definen dichos vectores de integración nacional? Son factores cuya múltiple y compleja naturaleza puede incluso ser intangible, que consolidan el ideario de Estado plurinacional de Bolivia como un ente único, sólido, un espacio ideal en el que vale la pena vivir y también por el que vale la pena morir. Es también el legado que nos gustaría dejar a nuestra prole. La naturaleza de esos vectores es múltiple y variada, incluye elementos como la estabilidad económica, un sistema de justicia eficiente y probo y otros elementos, entre los que destaca el sentido de pertenencia nacional, el sentimiento de orgullo que nos genera el hecho de ser bolivianos, de haber nacido en este suelo, todas estas razones nos atan a esta tierra y cuando estos vectores se debilitan pierde fuerza el quedarse y comienza la diáspora. La migración masiva, improvisada, que lleva consigo dolor y sufrimiento. El sentimiento de orgullo, sentido de pertenencia es el que nos hace soltar una lágrima al escuchar un huayño o un bailecito, abrazar un desconocido en la calle cuando la selección de fútbol gana por goleada a la selección argentina o simplemente afirmar con orgullo que eres boliviano y planeas vivir toda tu vida en este suelo. El sentido de pertenencia tiene numerosos elementos que lo apuntalan y sostienen: las costumbres compartidas, delicias culinarias, expresiones artísticas como la música y el baile. Vinculada con la poesía está la música popular, aquella que se expresa en coplas bailables y que se repite hasta la saciedad, los versos se hacen uno con el artista y luego son cantados por el hombre ordinario, el ciudadano de a pie, que muchas veces ignora el origen del verso y

sólo repite las estrofas que ya están ancladas en su memoria profunda, inconsciente y perdurable. El poema hecho canción tiene la potencia de llegar donde no llega el frío raciocinio, se aloja en nuestro vasto subconsciente y aflora con frecuencia. Por ello es importante generar, propiciar, auspiciar y apoyar las expresiones artísticas en los cuadros militares, especialmente en los conscriptos, soldados que sirven a la patria por un año, personas que por 12 meses tienen contacto cercano con los militares, sumergidos de hecho en el mundo de la defensa y seguridad nacional. Es una experiencia que deja en ellos una marca profunda indeleble por el resto de sus vidas. Hay muchas experiencias notables en ese sentido, algunos comandantes de unidad tuvieron la iniciativa de participar en la entrada folclórica de integración en Cochabamba (en los tiempos sin pandemia, claro está) y el resultado fue contundente. Una comparsa cuyos miembros ejecutan los complicados pasos y figuras con precisión milimétrica mostrando planificación previa y un nivel de práctica que es inalcanzable para los otros grupos, recuerdo el comentario de un periodista: “pertenecen a otra liga" por su precisión y uniformidad. Esas toneladas de esfuerzo empleadas en la formación de comparsas musicales pueden también ser redireccionadas en otro tipo de expresiones artísticas como la poesía y su hija menor: el canto melódico, el verso hecho canción con una ventaja adicional ya antes anotada, con el potencial de transmitir un mensaje complejo, perpetuar la memoria de nuestros héroes, inspirar en la dirección que el arquetipo señala. Aunar, en fin, nuestro concepto de bolivianidad, nuestro tan necesario sentido de pertenencia.

Por todo ello, el hecho que los conscriptos participen y desarrollen expresiones artísticas dista mucho de ser un acto mundano y frívolo, como algunos detractores afirman, señalando que la actividad del soldado debe estar restringida a práctica de la defensa y seguridad, a nada más. El servicio militar obligatorio es una oportunidad dorada para contribuir a la formación integral de los conscriptos, lo que implica el desarrollo armónico de todas sus potencialidades lo que incluye el aspecto afectivo. La ventaja de tener un guerrero motivado es enorme, la historia demuestra que un puñado de valientes soldados vale más que un grupo que lo triplica en número y armas, pero que está compuesto por soldados que carecen de motivación y voluntad para luchar. La poesía dedicada a la gesta militar nacional debería incentivarse, promoverse y ser auspiciada desde los más altos escalones de la jerarquía de mando militar. ¿Hay una cobertura satisfactoria de nuestra historia militar? Absolutamente no. Tenemos personajes de la historia militar nacional que permanecen en un injusto olvido a un nivel extremo. Esta afirmación puede parecer exagerada, ya que algunos Institutos o unidades militares llevan sus nombres, con lo cual el olvido ha sido evitado, pero la triste realidad nos enseña que esto no es así y para muestra basta un botón. El Instituto básico, el “alma mater" de los oficiales del Ejército Nacional lleva el nombre de un arquetipo militar nacional: “Cnl. Gualberto Villarroel López”; es triste verificar que cuando preguntamos a cadetes de la propia Institución quién era el Coronel Gualberto Villarroel o qué hizo para merecer el honor de que el primer Instituto de formación del Ejército lleve su nombre, las respuestas son vagas, ambiguas e incluso alguna vez sólo recibí el silencio acompañado de una nerviosa risita, mientras mi interlocutora (que era cadete de último año) farfullaba algo así: “creo que era

presidente o algo así" Vacío garrafal de conocimiento agravado porque la “perpetradora de la falta” se trataba de una casi profesional egresada de este mismo Instituto en el que había estudiado por 4 años. Si esto ocurre con un profesional del área ¿qué podemos esperar en el caso de un conscripto? Por estos hechos, que no son extraños en nuestros cuadros de oficiales, es por lo que sostengo y reitero la necesidad de fomentar la actividad artística, pero la creación de poesía militar de manera especial aquella que engrandece y perpetúa la memoria de nuestros héroes, sus hazañas y circunstancias. Hay mucho que crear en este sentido, hay que reforzar y consolidar la memoria colectiva sobre nuestros héroes. Para comenzar no hay que ir muy lejos, por el contrario, debemos comenzar en casa, en los Institutos de formación de oficiales de las tres Fuerzas. Las comparaciones son odiosas, pero es notoria la diferencia en este sentido con los oficiales de otros países, yo tuve la experiencia de hacer mis años de formación como oficial en la República Argentina, donde compartí y llegué a conocer muy bien a oficiales de Perú, Panamá, Guatemala y por supuesto Argentina. En cada caso el conocimiento de sus héroes locales dista mucho del caso relatado arriba. Especialmente recuerdo los oficiales peruanos hablando sobre José Abelardo Quiñones, su máximo héroe de la Fuerza Aérea, (Jorge Chávez fue un piloto civil) tenían una especie de letanía que repetían de forma sospechosamente similar, tal que parecía aprendida de memoria. Si bien las memorias de los oficiales peruanos parecían artificialmente cultivadas, es mil veces preferible eso que el vacío ignorante de quien, siendo oficial desconoce quién es y qué hizo el personaje cuyo nombre lleva su alma mater.

Gualberto Villarroel es una figura que conlleva la categoría de héroe tanto por parte del sector castrense como por parte del sector civil a través de un partido político, el Movimiento Nacionalista Revolucionario. Peleó valientemente en la Guerra del Chaco, pero no es en ese conflicto que inmoló su vida. La existencia de Villarroel alcanzó la cúspide y su trágico final después de ese conflicto, cuando él llegó a la presidencia de República a fines de 1943 a sus 35 años, derrocando el régimen corrupto y mediocre de Peñaranda que mantuvo a Bolivia en un estado de oprobioso servilismo, con una mayoría de su población sirviendo como pongos, eufemismo empleado para eludir su acepción real: el término medieval vasallo. Régimen que, como los anteriores, perpetuó una irracional extracción minera cuyos efectos fueron generaciones de mineros afectados por tuberculosis a cambio de una de las más grandes fortunas mundiales en manos de tres sujetos. En la presidencia, Villarroel pretendió hacer reformas profundas y necesarias, pero con ello despertó poderosas fuerzas obscuras, siniestras, que lo envolvieron arrastrándolo violentamente hacia un martirio horrible en el más oprobioso episodio de la historia republicana de Bolivia. Un episodio tan siniestro que las terroríficas consecuencias que produjo esquivan el imaginario popular, eluden eficientemente la memoria colectiva, alojándose en nuestro subconsciente social de donde afloran esporádicamente. En aquellas raras ocasiones que enfrentamos a la historia y debemos asumir la responsabilidad colectiva por las consecuencias de nuestros actos. Fue en este tenebroso contexto que Villarroel alcanzó la categoría de mito, el estatus de héroe y es lamentable que no exista siquiera un poema que lo inmortalice.

En efecto, los institutos militares bolivianos de formación han producido héroes que tienen en la actualidad un inmerecido olvido, tal es el caso del coronel Gualberto Villarroel López, quien fuera presidente de la República hasta el aciago día de su martirio el 21 de julio de 1946 en manos de una turba ciega de odio y ebria de resentimiento insuflado artificialmente por agentes con una agenda política que cumplir ante elevados círculos de poder. Estos que utilizaron a la población como una sumisa masa que se acomodó a sus deseos y cumplió sus designios, aunque dichos designios iban en contra de los intereses de la propia población. La imagen del titiritero, que manipula desde la sombra al títere desprovisto de voluntad propia se aplica en este caso al 100 por ciento. Pero, ¿cuál es el mérito de Villarroel como militar boliviano enfrentado a su propia población? ¿No debería ser más heroica la muerte frente a un invasor extranjero que por sostener un gobierno cualquiera fuese su tendencia? La respuesta es un contundente NO. Las circunstancias de la inmolación de Villarroel tienen elementos parecidos a los que enfrentó Leónidas en las Termopilas. El espartano comprendió que era una lucha perdida, que la diferencia numérica y su volumen aplastante terminarían por imponerse. Lo prueba su frase: “Espartanos aliméntense bien, porque esta noche cenaremos en el Hades”. Pero entonces, ¿por qué no huyó? No se trataba de una postura de resignación suicida, la orden que dio a los arcadios para que se retirasen lo prueba. Esta situación se asemeja a la de Villarroel la noche del 20 de julio de 1946, en víspera de su inmolación, cada vez más solo en el palacio de gobierno, las renuncias y defecciones suman y se acumulan, la guarnición de Santa Cruz lo desconoce, seguido por la de Cochabamba, junto a las de Oruro y Potosí. El comandante del Batallón Colorados, la escolta

presidencial, no aparece por ningún lado, mientras un tropel de ministros, prefectos y directores hacen llegar un diluvio de renuncias. Todos comprenden que las horas están contadas, el presidente está solo, más solo que nunca y se produce “la calma que precede al temporal”, el lapso de tiempo necesario para que las ratas abandonen el barco que se hunde. En estos casos es lo que no sólo quieren las ratas, sino es lo que también desean sus encarnizados rivales, en efecto, puede parecer contradictorio, pero el bando opuesto a Villarroel no tenía como primera alternativa su colgamiento público acompañado del escarnio a sus restos. Ellos hubieran preferido que huya, buscando asilo fuera del país, así su imagen y la de su lucha hubiera sido atacada fácilmente, los epítetos de “cobarde que huye sin afrontar las consecuencias de sus actos" “traidor que abandona sus seguidores” medrar rápidamente la figura del líder imposibilitando el regreso. En cambio, Villarroel, como Leónidas eligió la ruta del héroe, que conduce a la inmortalidad. De este modo, cobijado por la fuerza del mito, el mensaje subsiste, pervive y termina ganando. Es la tea, que una vez encendida, ya no se puede apagar. La historia nos lo ha demostrado varias veces, Gonzalo Sánchez de Lozada tuvo las mismas ácidas críticas con su huida que Evo Morales Ayma, hecho que se repitió con Arturo Murillo. Y Villarroel de haber huido ¿Se hubiera proyectado como mito? La respuesta es un lacónico No. El sacrificio de Villarroel posibilitó en gran medida la serie de cambios trascendentales que sacaron al país del medioevo en el que vivía: Reforma agraria, derecho universal al voto y reforma educativa, entre otras, implementadas en la década posterior, los años cincuenta.

A las 10 de la mañana del 21 de julio oficiales aviadores buscaron a Villarroel y le insistieron huir al Perú buscando asilo: “ya todo está perdido”, “salvemos al menos la vida en este entuerto” “sus enemigos desean verlo muerto, al menos quíteles ese gusto" Esos y muchos otros razonamientos fueron esgrimidos, este momento de grave disyuntiva separa al héroe- mito del hombre ordinario, común y corriente. La tentación es enorme y tiene mil incentivos que van desde el puro y simple instinto de supervivencia hasta un sentimiento de frustración y fracaso por las metas que no se cumplieron unido a la abismal decepción hacia toda esa legión de sonrientes y sumisos cortesanos que hasta ayer nomás juraban lealtad y sacrificio “hasta las últimas consecuencias”. Esos mismos que antes que de sus labios terminen de formular un pedido cualquiera respondían con varias reverencias frases como “faltaría más su excelencia”, “considérelo hecho, sus deseos son órdenes para mí". Esos mismos personajes que ahora, en la hora de la verdad, desaparecen, no responden el llamado, o incluso de manera abyecta pública y notoria renuncian a sus funciones, afirmando “que su conciencia y dignidad los obliga a estar junto al pueblo” que luego de una profunda reflexión comprendieron que la verdad estaba lejos de la causa que alguna vez juraron defender. Afirma un dicho: “es hombres sabios cambiar de opinión” y en estas circunstancias nuestro país ha demostrado que tiene una multitud de hombres sabios. Las ratas no sólo abandonan el barco, sino que al hacerlo agrandan las grietas que acelera la zozobra. La tentación de huir es enorme y crece minuto a minuto, la propia naturaleza del ser humano moldeada en millones de años por el instinto de supervivencia, obliga a poner los pies en polvorosa, argumentos tales como “uno debe enfrentar el juicio de la historia” ahora parecen

vacíos y carentes de sentido. Sólo los espíritus superiores son capaces de superar esa tentación: el espíritu del héroe.

Referencias bibliográficas

CESPEDES, Augusto; El presidente colgado.

DOUGHERTY, Martin J; El Guerrero antiguo; LIBSA, 2012, Madrid.

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