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Cnl. DAEN. Lic. Edgar Juan Orihuela Tapia
LA MUJER EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
Al cumplirse un aniversario más la celebración del CXCVI de la creación de la República de Bolivia bajo un marco de sobriedad y encendido patriotismo es de una alta significación recordar a la mujer boliviana que participo en la Guerra de la Independencia. Para conocimiento de
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Cnl. DAEN. Lic. Edgar Juan Orihuela Tapia Decano de la ABHM los lectores y antes de dar proseguir con el presente trabajo quiero manifestar que una parte del mismo es fruto de consultas bibliográficas de autores nacionales y extranjeros, las mismas que han sido adaptadas con el propósito de orientar la presentación. Alguien ha escrito con toda propiedad que la Historia es la Madre de las Ciencias. En verdad esta afirmación no es una simple frase hecha, ni un slogan alegremente esgrimido. Esconde en sí, una profunda sabiduría. Pasados están esos tiempos donde la historia era considerada como un pasatiempo pueril y hasta estéril. Con la venia de vosotros pongo a consideración una recopilación del trabajo con el título “La mujer en la Guerra de la Independencia” . Se debe considerar que, desde Angelina Yupanqui, la conquistadora de los conquistadores del Perú de las ñustas y doncellas que hicieron rendir en sus brazos a los españoles, hasta los patriotas que, con la pólvora y las
armas en las manos, lucharon en las trincheras y a la vanguardia de las guerrillas libertarias, están las mujeres que con su coraje hicieron historia en la Guerra de la Independencia de la Patria. Los primeros levantamientos en los Andes de la Audiencia de Charcas, el fuego de la rebelión incásica encendida por Túpac Amaru, hizo arder a las oprimidas masas indias liderizadas por Julián Apaza “Túpac Katari” en los años 1780 – 81, efectuando el incontenible movimiento de liberación indigenista con castigo a las colonias en los poblados de la ruta Sicasica, Patacamaya, Cala Marca, Peñas, Pucarani, Achacachi, el Alto, etc. Hasta los históricos cercos de La Paz con la valerosa participación de las mujeres. Entre las tantas heroínas mujeres del pueblo, que con su amor y valor participaron con las armas en la mano en diferentes combates contra la usurpación extranjera, está la llamada capitana Gregoria Apaza, hermana de Julián y Bartolina Sisa, mujer de Túpac Katari que unas veces a pie o a lomo de mula guerreaba junto a su marido, y en ausencia de él, comandaba con la bravura y carisma de su liderazgo, a las huestes de la sublevación india. Bartolina Sisa Vargas, hija de la meseta andina, según algunos historiadores era la encarnación del valor y el honor, es la “Precursora de la Independencia del Alto Perú”, en su oficio de hilandera y lavandera, como toda doncella, seguramente hilaba sueños de amor con un príncipe azul y ser princesa, así como al lavar la ropa sucia, tendría ilusiones de lavar algún día la mugre del colonialismo español. Con su belleza, coraje y talento se le cumplieron estos sueños, primero porque su príncipe azul la proclamó Virreina y con el tiempo el Alto Perú fue libre e independiente.
La virreina toda su vida matrimonial la consagró a su esposo fue el alma y el cerebro del combate, en la victoria y en la retiraba hasta como los grandes capitanes de la historia, deciden “sitiar” La Paz. El cerco fue largo y sangriento, que en el pavor de las amenazadoras hogueras y con el toque de guerra de los pututus se combatía noche y día, llegando a avanzar y posesionarse de los barrios de San Sebastián, San Francisco y Santa Bárbara, hasta que, por traición de uno de los indios, la heroína Bartolina Sisa, fue hecha prisionera y condenada a suplicio. Amarrada del cuello con una soga, fue atada a la cola de un caballo, para ser arrastrada alrededor de la Plaza Mayor, hasta su muerte, y luego su cabeza y manos clavadas en picotas para escarmiento de las masas indias sublevadas. Bartolina Sisa, unas veces fue laureada por la victoria y otra aureolada por la gloria, es la mártir de la más transcendente revolución india; como una de las “protomártires de la emancipación americana”, había sido el brasero donde ardía el fuego de la liberación del yugo español, y de la Independencia Patria. Después de veinte años, estalló la irresistible Guerra de la Independencia en la que la mujer con su heroísmo hizo estremecer las páginas de la historia, unas veces ayudando con valentía a los patriotas, otras comandando sus propias guerrillas y hasta como las heroínas, que siendo madres combatieron con las armas en la mano y un niño cargado a la espalda. Todas fueron flores que salieron de los bellos jardines de la Patria y murieron sacrificadas. Otra heroína es doña Vicenta Juaristi Eguino, nacida en la ciudad de Nuestra Señora de La Paz en 1785, ilustre heroína paceña de la Guerra de la Independencia, quien dio la bienvenida al libertador en la plaza que hoy lleva su nombre. Según los historiadores, sin haber combatido en
las calles ni disparado un tiro, fue la más filantrópica colaboradora de los patriotas, con su dinero hizo construir la fábrica secreta de balas de fusil y a la llegada del Libertador Simón Bolívar el 18 de agosto de 1825, le ofrendó una corona de plata tachonada de piedras preciosas, así como la llave simbólica de oro de Nuestra Señora de La Paz. También están en la historia Patria las paceñas Ramona Sino Saín Vargas, las Manzaneda, las Goyzueta y tantas otras heroínas. El Dr. Carlos Castañón Barrientos en uno de sus libros escribe “una de las mayores vocaciones por la libertad de Sud América, tiene nombre de mujer, se llama Juana Azurduy de Padilla” un paradigma mujer que nació en Chuquisaca el 12 de julio de 1780, como toda mujer de campo y con fincas, se crio galopando en caballos de sus haciendas y conventos. Juana esposa de Manuel Ascencio Padilla por sus méritos en la campaña emancipadora, fue ascendida al grado de Teniente Coronel del Ejército argentino. El 14 de septiembre de 1810, estalla la revolución en Cochabamba, de donde su marido Don Manuel Ascencio Padilla, marchó presuroso a ponerse a órdenes de Esteban Arce, quien le invistió con el título de comandante, luego se incorporó a los ejércitos argentinos de Castelli y Belgrano, tomando parte en los combates de Tumusla y Salta.
Es así que los esposos Padilla empieza a combatir juntos hasta la muerte, pues pocas mujeres en el mundo teniendo cuatro hijos, con algunos naciendo y otros muriendo en pleno combate, han luchado por la independencia, siempre montada a caballo y a la cabeza de sus guerrilleros. Su accionar estuvo en estrecha colaboración y al servicio de los ejércitos auxiliares argentinos de los que recibe el grado de Teniente Coronel.
Doña Juana Azurduy de Padilla junto a su marido y guerrilleros, marcharon en apoyo del Ejército de Belgrano, el que fue derrotado en Vilcapugio en 1813, donde combate con bravura de sus leales en refuerzo del Segundo Ejército Auxiliar Argentino que también es derrotado en Ayohuma. Después de las sucesivas derrotas del Gral. Rondeau, los realistas que ganan en el combate de las Carretas y son derrotados por el heroísmo de los esposos Padilla en el célebre combate de Presto. En estos seis años de estar en los combates doña Juana Azurduy de Padilla, los poderosos ejércitos españoles al fin derrotan a estos patriotas en los combates de Laguna y luego en el Villar, donde es herido el coronel Padilla y muerto en el camino a Yotala. Muerto su marido, doña Juana Azurduy de Padilla como Teniente Coronel del Ejército Argentino, se va de inmediato a la Argentina donde recibe homenajes y míseros dineros que no le alcanzaba para vivir, entonces decide retornar a su tierra natal, donde muere entre la miseria y la soledad el 25 de mayo de 1862. Su ataúd fue cargado por cuatro de sus indios, y como dijera el poeta “la celebridad de su cortejo fúnebre, estaba formada por la solemnidad de un niño y su perro”. La Guerra de la Independencia llega con la excelsitud y heroísmo, con las Madres de Cochabamba, que además de su esforzado sacrificio, de apoyar con la logística a cuatro mil guerrilleros del Ejército patriota de Esteban Arce, que se cubre de gloria en la Batalla de Aroma, Combate en Guaqui ellas mismas toman las armas y con sus hijos cargados a la espalda o agarrados de su mano combaten con heroísmo en la cruenta Batalla de la Coronilla. Así ante la sorpresiva aproximación del poderoso Ejército español, comandado por el sanguinario Goyeneche, las mujeres al grito de “Si se acabaron los
hombres, aquí estamos las mujeres de Cochabamba para luchar por la independencia de la Patria”. Toda la noche que era de luna clara, en una febril actividad se movilizaron en grupos de combate, al toque de rebato de las campanas, asaltaron las armas del depósito de la Prefectura, con la sangre ardorosa de libertad y con su temeraria valentía de pelear con los chapetones de España, se dirigieron a la Coronilla de San Sebastián armadas de garrotes, escopetas, machetes, cuchillos, fechas, piedras, rifles y macanas, acompañadas por unos pocos ancianos y niños que arrastraban los cañones de estaño y las municiones. Luego se organizaron con la táctica militar de Orden de Batalla, tomando las elevaciones de la Coronilla como trinchera de combate. Al amanecer del 27 de mayo, Goyeneche con sus armas modernas de la infantería, caballería y artillería, empezó a rodear el Cerro de la Coronilla para envolver al heroico Ejército de mujeres, liderado por la audaz Abuela Manuela Gandarillas. Con el clarear del día, el Ejército español envió a sus parlamentarios para intimar la rendición ante la furiosa negativa y muerte de los emisarios. Goyeneche lanzó un tremendo bombardeo de su artillería y ráfagas mortíferas de sus mosquetes y fusilería que era respondido por certeros disparos de las mujeres, iniciándose un combate desigual y a muerte, sin rendición ni perdón. La caballería española se lanzó a la carga por la planicie de Jaihuaycu la que fue parada por los tiros de los cañones de estaño y retrocedidos por ímpetu del grupo de mujeres que a garrotes y machetes los hizo correr. Posteriormente hora tras hora se dieron sucesivos choques y enfrentamientos en las faldas de la Coronilla con heridos y muertos. Cuando del lado del río Rocha y una columna de infantería a plan de fuego y sangre trataban de subir la Coronilla, las mujeres al ver a sus muertos y heridos, se
enfurecieron que se abalanzaron sobre los españoles con todo el furor de su rabia, que los dejaron maltrechos. El Ejército español realizó sucesivos asaltos a las trincheras de las mujeres que reaccionaron con bravura lanzándose sobre los chapetones con sus uñas y garrotes, que entre el miedo y el susto, los atacantes se retiraron dejando la cuesta del cerro teñida de sangre. Ante el asombro de los dioses de la guerra, las mujeres que son unas pocas centenas combaten con el coraje de los valerosos ejércitos de la historia contra miles de las bien armadas y experimentadas huestes coloniales, mueren, pero no se rinden, el combate es sin tregua ni refuerzos sin municiones ni armas para las mujeres, es más largo y sangriento que la más transcendental batalla. Estas heroínas juran que, si caen heridas y antes que prisioneras se prenderán con sus uñas y dientes de sus verdugos, para arrancarles los ojos y la lengua. Ya pasado el mediodía, el Gral. Arequipeño que luego obtuvo el título de virrey del Perú, con todo el poder de sus armas y batallones, lanzó un feroz ataque, encontrando en el campo de batalla solo cadáveres y mujeres moribundas que cumplieron con su juramento. Las hijas de estas heroicas madres y abuelas, son como el ave Fénix para seguir luchando, como en el combate de su campiña del Valle de Falsuri en 1823. Este sublime coraje y patriotismo de la mujer y que en “Mil batallas” ofrendó su vida y su hogar por la Patria. Valorando todo lo nuestro mostrando orgullosos a propios y extraños nuestras realizaciones y que a su vez sirva de mensaje a las futuras generaciones en el presente y el pasado base de nuestra nacionalidad y supervivencia. Así fue la protagónica y gloriosa participación “De la dulce y valerosa mujer” en la Guerra por la Independencia de nuestra Patria.