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¿Como el fariseo o como el publicano?
Hugo N. Santos
Cualquier diccionario de nuestra lengua definirá la humildad como “actitud de la persona que no presume de sus logros y reconoce sus fracasos y debilidades”. A su vez hay una expresión de la sabiduría judía que dice: “Aunque tengas todos los méritos, si te falta la humildad, eres imperfecto”.
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Sin embargo, aunque a menudo se proclame como virtud, para la mayoría de las personas la humildad tiene un tono negativo; nos sugiere la idea de empequeñecerse ante otro, no confiar en uno mismo, menospreciarse, ser un acomplejado. La humildad aparece a menudo como una actitud pasiva y oprimida. Se asocia con el hecho de ser inferior. Así, el ser humilde pierde su atractivo.
Pero el valor de la humildad es una de las virtudes que forman parte de los valores de Dios. Jesús mismo lo decía: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”
(Mateo 11:29). El apóstol Pablo comentaba acerca de Jesús que “haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo”
(Filipenses 2: 7-8).
En latín, humildad se dice humilitas, que tiene que ver con humus (tierra). Desde este enfoque, la humildad implica el coraje de aceptar la propia condición terrena. Es decir, reconocer nuestra humana condición, penetrando en lo más profundo de nosotros mismos donde encontramos dones, virtudes, ideales, pero también agresiones, tristeza, miedo e impotencia.
Quien se oculta tras una fachada, una careta, quien aparenta ser una persona invulnerable y perfecta, está siempre con el temor de que los otros puedan mirar lo que hay detrás y descubrir los errores y debilidades tan celosamente escondidos. Igual que los fariseos de la época de Jesús.
Aceptar el necesario cambio de paradigmas, reconocer nuestra necesidad de ser humildes frente a otros y en particular frente a Dios es una buena manera de empezar a ponernos en camino para entender y responder a lo que Jesús nos pide. Quien tiene una experiencia de Dios reconoce en ella su propia verdad. En ese encuentro se pone de manifiesto cómo soy realmente, me doy cuenta que necesito de Él.
Es difícil encontrarse con Dios si uno no está dispuesto a encontrarse con uno mismo. Por eso, la humildad es la condición para esa experiencia única.
La humildad hace que no nos consideremos superiores a otros. En ese sentido, más allá de los estereotipos sociales con que nos me-
Trueque de templos
Capaz que no debería ser noticia, pero lo es. En Bristol, una Iglesia Bautista y una Anglicana han hecho trueque de templos. Prevaleció el valor que otorga la utilidad de un edificio a la misión de la iglesia sobre el precio que el mercado inmobiliario le adjudica. Debería ser así, pero resulta noticia porque es la primera vez que se registra un trueque de estas características.
La Horfield Baptist Church estaba buscando un local más adaptado a sus actuales exigencias no lejos de su local de culto que fue construido en el siglo XIX.
Al mismo tiempo la vecina B&A Church, que ya desde algunos años tenía una actividad diacónica en crecimiento pero lejos del lugar de culto, estaba buscando un sitio donde desarrollar las dos misiones bajo un mismo techo.
Así que durante 2022 se llevó a cabo el acuerdo para el intercambio de locales que se concretó el pasado 31 de marzo.
“Es un intercambio que casi no tiene precedentes”, dice la pastora bautista Sarah Philpott. “Lo que prevaleció en ambas comunidades dimos con las demás personas, la humildad nos hace ser más realistas y esto, paradójicamente, nos da más posibilidades de ver las cosas como realmente son.
La humildad nos ayuda a ponernos en contacto con ciertos aspectos de nosotros mismos que rechazamos, aquello que nos cuesta integrar como una parte de nosotros y de nuestra condición humana. Esos aspectos rechazados que nos avergüenzan o que, a veces, proyectamos en los demás. Quien deposita sus defectos en los demás, hace un negocio con pérdida porque se aliena de sí mismo, creyéndose que es lo que en realidad no es.
El fariseo no ocupa el sitio que le corresponde en la oración. Está lle- no de sí mismo y ni siquiera deja una pequeña fisura por donde pueda pasar la gracia y la misericordia de Dios. Jesús pone al publicano en la actitud correcta a partir del reconocimiento de lo que es. En nuestra relación con los demás o con Dios, ¿de quién estamos más cerca?, ¿del fariseo o del publicano?
Por eso, cuando en algún momento del culto o de nuestra cotidianeidad nos encontramos con nuestras propias faltas y limitaciones, no lo hacemos por masoquistas ni porque desvalorizamos nuestra vida, preciosa a los ojos de Dios, sino porque al hacerlo nos ponemos en el camino correcto para la reparación, el perdón y el crecimiento.
A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo Jesús esta parábola. Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Pero el publicano, estando lejos, no quería ni levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
Les digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado. Y el que se humilla será enaltecido.
Lucas 18: 9-14 fue la búsqueda de mejores posibilidades para servir.”
En un sitio web de la iglesia la pastora escribió que su templo anterior es un hermoso edificio con locales amplios pero “no se adapta a la misión y al ministerio de su comunidad hoy” y requiere de ella esfuerzos de cuidado y recursos económicos importantes.
La Iglesia Bautista habría podido vender el local y obtenido más dinero. Pero la comunidad optó por este camino para que siguiera sirviendo al objetivo para el que fue pensado. Lo hizo también como forma de respeto y gratitud a generaciones anteriores que lo construyeron con mucho esfuerzo y esa convicción.
Poner el valor por encima del precio, renunciar al mejor que el mercado inmobiliario le ponía, confiar en que otra iglesia lleve adelante la misma misión de anuncio del Evangelio de Cristo, son acciones que no deberían ser noticia pero que ocurran se vuelve testimonio de otra mirada en un mundo en el que parece que el dinero lo domina todo.
El trueque distingue muy bien lo que vale de lo que cuesta. Da para pensar.
Fuente: Riforma 19.V.2023