AÑO XIV– Nº131 MAYO 2019 DISTRIBUCIÓN GRATUITA
IGLESIA EVANGÉLICA VALDENSE
EL PESCADOR Texto bíblico: Juan 6:16-21 Al llegar la noche, los discípulos de Jesús bajaron al lago, subieron a una barca y comenzaron a cruzar el lago para llegar a Cafarnaúm. Y a estaba completamente oscuro, y Jesús no había regresado todavía. En esto, el lago se alborotó a causa de un fuerte viento que se había levantado. Cuando ya habían avanzado unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. Él les dijo: –¡Soy yo, no tengan miedo! Con gusto lo recibieron en la barca, y en un momento llegaron a la tierra adonde iban. El pasaje evangélico que nos ocupa se sitúa entre el relato de la multiplicación de los panes, que abre el capítulo seis del Evangelio de Juan, y el discurso del Pan de Vida, tenido en Cafarnaún, en el mismo capítulo. Su contenido resulta a primera vista intrascendente, tan transitorio como un relato que quisiera conectar dos acontecimientos interrelacionados, pero que careciera de valor en sí mismo. Se nos habla de una travesía en barca hecha por los discípulos de Jesús en dirección a Cafarnaún. Jesús, para evitar intentos de proclamación, por parte de una multitud asombrada por el milagro de la multiplicación de los panes, había decidido retirarse él solo a la montaña. Al parecer, había indicado a sus discípulos que marcharan por delante. Él les alcanzaría. Pues bien, era ya noche cerrada, soplaba un viento fuerte y el lago se iba encrespando; cuando habían remado ya cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el lago. Esto les asustó; pero él les tranquilizó diciendo: Soy yo, no temáis. La frase puede adquirir fácilmente el valor de consigna para la vida de los seguidores de Jesús.
En la vida son muchos los motivos que infunden temor; muchas veces, estos motivos nos sobrepasan o se presentan amenazantes: miedo a la muerte, miedo a una enfermedad grave, a sufrir un accidente que ponga en peligro nuestra salud y/o nuestra vida, miedo a la desaprobación social, la pérdida de trabajo, al desequilibrio mental. Es así que podríamos enumerar muchos motivos que nos producen un gran temor. ¡Estamos rodeados de tantas amenazas y somos tan frágiles, que cualquier cosa puede arrebatarnos la vida, o la salud, la ‘seguridad’, en definitiva, en cualquier orden. En semejante estado de riesgo, las palabras de Jesús pueden devolvernos la confianza. Decir: Soy yo, el que es capaz de dominar tempestades, de devolver la salud a un enfermo o la vida a un muerto; el que, por proceder del cielo está por encima de todo; el que dispone de un poder creador y, por tanto, del dominio sobre la naturaleza creada; el que ha vencido a la muerte con su resurrección; el que posee la potestad de perdonar pecados y de someter demonios; decir esto: soy yo, y estoy aquí, junto a ti, para protegerte y guiarte, es sumamente tranquilizador. Quien pueda oír estas palabras, confiando en ellas, podrá desterrar de su vida el temor; y no porque se sienta inmune a todo mal o a toda agresión, sino porque estará en manos del Poderoso y, pase lo que pase, podrá mantenerse sereno, pues no hay situación, por extrema que parezca, incluida la muerte, de la que Él no pueda rescatarnos. Este sentimiento es comparable al de ese niño, esa niña que, sintiéndose solo/a, y temblando de miedo, oye de repente resonar la voz de su padre que le dice: "soy yo", devolviéndole la tranquilidad. Hay voces que infunden paz y disuelven temores porque proceden de alguien en cuyo poder y bondad confiamos. Esa fue la voz de Jesús para sus discípulos en ciertos momentos de vacilación y de temor. Y esa es la voz de Dios para quienes creen en Él y en su cuidado amoroso. Que el Señor nos mantenga en esta esperanza, renovándose, cada día, en nuestras vidas. Amén