UTOPIA

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menos, no vas a la casa de una amiga de sorpresa después de varios años sin verla y encima con las manos vacías. −¿Recuerdas esto?−preguntó mientras le mostraba un guillo de oro que se veía acabado por el tiempo. Ella se sorprendió tanto que se le hizo un nudo en la garganta y cuando por fin pudo decir algo, fueron cosillas torpes como: “¿Cómo puede ser?, “¡Es imposible!” o “Esto no es verdad”. Si, era un guillo muy especial y él sonreía orgulloso y satisfecho viéndola así. Ella lo tomó de sus manos aunque en realidad yo diría que se lo arrebato de estas y que se abalanzó sobre él para abrazarlo tan fuerte como pudo. Abrazada y con los ojos algo humedecido dejo viajar su mirada por la ventaba hacia la inmensa noche y en ese momento fue que lo hizo. Cuando volvió al sofá lo entendió. Esta vez el momento que le había aburrido había recobrado su sentimiento original. No era el momento en sí solamente lo que lo hacía bello, sino su brillo sobre los malos momentos. Era cierto que eran los mejores momentos, pero no hubiesen sido nada si aquellos momentos tan difíciles no hubiesen existido. Si la vida solo fuera algodón de azúcar, terminaríamos empalagados sin importar cuánto nos guste este. Por lo que fue a Malos momentos y los vio desde sus recuadros como también vio la opción para borrarlos del Blue Ray, mas ya no quería borrarlos, aunque antes lo hubiese hecho sin basilar. Eran tristes recuerdos, pero necesarios, pues eran parte de ella. Entonces, de regreso en el menú principal, escogió la opción Escenas y estas estaban agrupadas por año, por lo que buscó en su memoria y fue bastante atrás a un mayo muy lejano, de un año que no recuerdo… Estaba ahora en una casa diferente y era la misma Geraldine que había estado en el río. Se encontraba en la habitación de una adolescente, pero no de la suya y cuando vino a caer en cuenta, hablaba eufóricamente con su prima. Conversaban de un muchacho que a esta le gustaba y del nuevo CD de Maná que había comprado una semana atrás. Escuchaban las canciones una por una y estaban encantadas, pero más Geraldine que lo escuchaba por primera vez. Al final la chica no pudo evitar pedirle el CD a su prima que terminó cediendo solo después de una larga jornada de insistir en ello y con condición de que se lo devolvería la próxima vez que se vieran. Después de casa de su prima, fueron a casa de la abuela a recoger unas frutas o algo así, pero como era de esperarse, sus padres se dejaron llevar por la conversación y se extendieron más de una hora. Geraldine, para matar el tiempo, puso el CD en el pequeño minicomponente de la habitación de la abuela, lo que no era para menos, pues estaba totalmente enamorada de la canción número siete, la cual repitió unas diez veces sin cansarse de ella. Al final, sin previo aviso, sus padres tocaron la bocina del auto para que saliera y fue tan pero tan repentino que Geraldine olvidó el CD aún tocándose en el cuarto


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