“Una Universidad que piensa y habla; que frente a los grandes problemas del país ofrece opiniones, razones, indica soluciones y señala alternativas”.
Fernando Castillo Velasco
RESCATE
ARTÍCULO ENTREVISTA
ARTÍCULO
NOTA CONSERJERÍA
SUPERIOR
ARTÍCULO “REVISTA MENSAJE”
HACIA UNA NUEVA UNIVERSIDAD DE LA DEMOCRACIA
Massimo Magnani
LA UNIVERSIDAD DE LA DEMOCRACIA
Fernando Castillo Velasco
LOS AÑOS DE LA HISTORIA. DE LA PRIMAVERA ESTUDIANTIL A LA INTERVENCIÓN MILITAR EN LA UNIVERSIDAD CATÓLICA
Cristóbal Karle Saavedra
EL CASO DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE, 1967-1980
Andrea Otero Perdomo
SOL SERRANO, ACADÉMICA UC Y PREMIO NACIONAL DE HISTORIA
Carolina Silva
SOMOS MUCHOS MÁS DE LO QUE CREEMOS
Isidora Rodríguez
LA VIGENCIA DEL RECUERDO DE LA REFORMA: REFLEXIONES INSPIRADAS POR FERNANDO CASTILLO VELASCO
Massimo Magnani
A CUATRO DÉCADAS DE LA REFORMA UNIVERSITARIA
Fernando Castillo Velasco
EDITORA GENERAL Carolina Silva SUBCONSEJERA SUPERIOR Amanda Astudillo DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN Daniela Carreño ILUSTRACIÓN Daniela Carreño
6 TA EDICIÓN Noviembre, 2024
EDITORIAL
HACIA UNA NUEVA UNIVERSIDAD DE LA DEMOCRACIA
Por Massimo Magnani
Coordinador
Es inmensamente posible que en nuestra universidad convivan dos situaciones que dan lugar a una paradoja: el hecho de que la gran mayoría de la comunidad estudiantil de la Universidad Católica ni siquiera tenga una aproximación a aquello en lo que consiste el gobierno universitario por un lado, y la importancia que este tiene para la dirección que la Universidad toma en su actuar tanto interno como en su relación y proyección con el país por otro.
Respecto a lo primero, no es difícil reconocer que el desconocimiento sobre este tema, y sobre la manera en que la Universidad se rige y administra en general, se encuentra estrechamente vinculada
político Consejería Superior y estudiante Derecho UC
a la falta de espacios para que las y los estudiantes se puedan hacer parte del gobierno universitario. No existen incentivos, en ninguna comunidad organizada, para que el conjunto de sus miembros se encuentre informado de un aspecto de la misma en el que, por más relevante que sea, su voz no parece ser relevante ni tener espacio real para ser emitida.
Y es que si bien resulta evidente que el gobierno institucional deberá ser llevado adelante por autoridades y funcionarios que combinen la trayectoria universitaria con el conocimiento técnico en gestión, no es menos cierto que en una universidad con sentido comunitario y democrá-
tico los distintos actores de la institución deberían al menos tener una voz en el proceso. Ello para, en primer lugar, entregar sus visiones sobre los lineamientos que guían el desarrollo estratégico de la casa de estudios y sobre cómo estos se están siguiendo adecuadamente y en segundo lugar, para llegar al punto en que los distintos estamentos de la comunidad puedan incidir en la elección de las autoridades que son más relevantes en la definición de ese plan institucional.
Este planteamiento, que puede parecer de mucha radicalidad en una universidad que lleva décadas acostumbrada a un gobierno universitario cupular y de poca participación
de los estamentos estudiantiles y funcionarios, en realidad no es una novedad en la historia de la Universidad Católica: esta fue la misma pretensión enarbolada por los estudiantes movilizados en el marco de la Reforma Universitaria de 1967, cuya acción logró la instalación de un gobierno universitario en el cual era crucial un Claustro que contaba con importante presencia tanto de académicos como de estudiantes, y que se presentaba como la principal estructura de poder de la universidad y la máxima instancia de deliberación de la comunidad (Scherz, 1988).
Del proceso de la Reforma derivó un inédito nivel de participación democrática y triesta-
mental de gobierno universitario, en que los estudiantes contaban con un 25% de presencia en organismos colegiados relevantes de la casa de estudios. Proceso que fue llevado adelante por el primer Rector de la Universidad Católica en ser democráticamente electo por las instancias de gobierno triestamental: Fernando Castillo Velasco.
El análisis comparativo del gobierno universitario de
la UC en los tiempos de la Reforma con aquel que impera en la actualidad nos adelanta la respuesta a la segunda interrogante inicialmente planteada: la de la relevancia del gobierno universitario. Y es que la forma en que una institución, categoría en la cual entra la Universidad, se gestiona y conduce la forma en que sus actores internos se relacionan, dice mucho sobre los principios que la informan más allá
de la sola eficiencia en la administración.
Es en dicha expresión de principios que el modelo de gobierno universitario actual de nuestra casa de estudios está al debe en cuanto refleja una posición contradictoria: por una parte, las autoridades universitarias reafirman la relevancia de la participación de los distintos miembros de la comunidad incluso en la toma de decisiones. Sin
embargo ello parece ser, a la luz de las estructuras de gestión hoy presentes, una declaración de intención que choca con la relegación de la comunidad estudiantil y del personal funcionario a instancias específicas y marginales de participación, bajo el temor de que serían estamentos con intereses específicos.
Sostenemos, frente a esta ambivalencia, una idea contrapuesta: que
la mayor integración triestamental en el gobierno universitario, además de ser plenamente coherente con la construcción de una institución verdaderamente pluralista y democrática, es beneficiosa para la comunidad universitaria, ya que permite integrar de mejor manera a la comunidad con su continuo perfeccionamiento, y alimenta la integración además entre unidades académicas, al ser una puerta a mayores niveles de cooperación e interdisciplina. Puede además abrir nuevas perspectivas de desarrollo académico, pues la mayor pluralidad en la dirección estratégica de la Universidad también da lugar a líneas investigativas que un cuerpo directivo muy homogéneo puede ver en menor medida.
En el marco de un proceso de elección de una nueva rectoría para la UC en marcha, creemos que estas discusiones no pueden ser soslayadas. Y van aparejadas
a la convicción de que así como la democratización del gobierno universitario trae ventajas, también lo hace la posibilidad de que la elección de la rectoría, como aspecto de dicho gobierno, sea más democrática también. Una elección más participativa podría significar una oportunidad para enriquecer la discusión estratégica en la Universidad a todo nivel y, contra lo que se cree, puede fortalecer la autonomía universitaria al radicarse la elección más en la comunidad UC, y menos en agentes externos que sean escuchados por los actores reducidos que hoy tomas la decisión. No puede dejar de mencionarse que una elección más democrática puede estar radicada, como en los tiempos de la Reforma, en un claustro que lleve adelante una elección indirecta y representativa que considere los factores académicos y profesionales de la decisión de la forma en que se merecen.
Como los estudiantes de la Reforma, nos posicionamos frente a la discusión del gobierno universitario en una posición democratizante, con la convicción no solo de que correspondería a la recuperación de una tradición abandonada, sino también con el convencimiento de que permitiría comprometer de mejor manera al estudiantado y a la comunidad con el destino promisorio de la Universidad. Sería una luz y un ejemplo a seguir para el país en un contexto en que el arraigo institucional y el interés en el crecimiento de una comunidad son actitudes tan escasas.
RESCATE
LA UNIVERSIDAD DE LA DEMOCRACIA
POR FERNANDO CASTILLO VELASCO
La idea que yo tengo de la Universidad y que comparto junto con muchos chilenos: profesores, trabajadores, jóvenes, intelectuales, artistas y hombres corrientes de nuestro pueblo, es sin embargo algo más que una idea.
Es una experiencia que vivimos unos pocos años con loda una Universidad y, en verdad, con todas las universidades y los uni versitarios chilenos.
Es un pedazo de nuestra historia, de nuestra cultura y de los me jores anhelos que Chile guarda como su reserva más grande y su fuerza más vlva.
Qué duda puede caber. Nuestra idea de Universidad y nuestra experiencia universitaria, fueron y son también, hoy, una idea y una experiencia de Chile. Bien miradas las cosas, jamás la reforma de las universidades pudo haberse iniciado, ni menos llevado a cabo, sin la real vigencia democrática. Ni siquiera la idea, de la Universidad que nosotros pos tulamos , habría podido concebirse, al margen de la democracia chilena y de su evolución a lo largo de los años. En efecto, ¿qué pensábamos entonces y qué
seguimos pensando sobre la Universidad? ¿Cuál era entonces nuestro sueño, que lo sigue siendo hoy, templado por las adversidades que se abatieron sobre Chile, y enriquecido por la experiencia, a veces tan terrible, de estos años?
Partíamos de una afirmación central: la Universidad existe para el país. Para servir a su pueblo . Y sólo puede hacerlo, si es capaz de garantizar la más amplia libertad de pensamiento, de comunicación, de crítica y de exploración en lodos los campos del saber, de la enseñanza y del arte.
Valorábamos como máxi-
mo compromiso de la Universidad, aquel que ésta establece con su pueblo; con un pueblo libre para decidir su historia, y capaz de elegir a sus autoridades y resolver pacificamente sus conflic tos.
Al mismo tiempo, afirmábamos un segundo compromiso, que es sólo la otra cara del anterior: la universidad, decíamos, sólo pu edo! cumplir su cometido en un régimen de libertades reales: libertad para organizarse a sí misma, o autonomía universitaria: libertad para investigar, enseñar y comunicarse con su entorno; libertad de los profesores para darse sus autorida-
des, para ejercer la docencia y para indagar; libertad de los alumnos para elegir el más adecuado programa de formación y para exp resar sus ideas, discutir y organizarse a través de organismos representativos y, jamás, bajo ningún pretexto, sometidos a una ideología oficial, ni obsecuentes del poder de turno.
En breve: aspirábamos, igual que hoy, a que Chile contara con universidades libres y democráticas, responsables de promover la cultura superior al servicio de la com unidad nacional, sin discriminación ni exclusiones de ningún tipo.
¿De dónde provenían estas ideas, que hoy quizás pueden parecer subversivas, pero que son en verdad parte de la mejor tradición de este país y parte también de la historia de nuestro pueblo?
Venían, precisamente, de la propia evolución de la democracia y de la libertad en Chile.
Acaso sea necesario decirlo una vez más: la historia de Chile -no aquella versión pobre y recortada de nuestra historia que hoy algunos quieren hacer pasar por historia oficial- se confunde con el desarrollo de la democracia y con la historia de las libertades que florecieron sobre esta tierra.
La Reforma Universitaria vino así a conservar los logros y avances de la universidad tradicional, pero a
ponerla al día frente a sus responsabilidades con el conocimiento científico, la enseñanza moderna, y las formas democráticas de gestión.
Papel de la juventud
Es efectivo que los alumnos tuvieron que encender la mecha para provocar la Reforma: tal vez porque eran mas jóvenes; quizás por su compromiso ca rgado de generosidad ; y también, seguramente, porque ellos poseyeron la audacia de la hora, y la lucidez de hacerse responsables. Les correspondió dar el primer paso y abrir la primera compuerta.
¿Quienes eran? Eran simplemente estudiantes, jóvenes y apasionados que les urgía la historia y querían servir a su país. Hablaban de democratizar el poder en la Universidad y de la necesidad de hacer ciencia en los claustros. Pensaban que ya no era suficiente formar profesionales si éstos no poseían conciencia de sus deberes con el pueblo y sentían que había llegado la hora de abrir las universidades al país.
Fueron esos estudiantes los que, primero en Valparaíso, luego en Santiago, a través de tedas las facultades, escuelas e institutos, irrumpieron un día y conmovieron al país, que los miró tomarse sus universidades, ante el desconcierto de algunos, la esperanza de otros y el temor de los menos. Esos
jóvenes respondieron fielmente a sus postuladós y a sus ideales. Exigieron con respeto. Invocaron sus derechos con firmeza. Se hicieron escuchar serenamente. Ellos no expusieron a nadie de la Universidad. No golpearon a los profesroes discrepantes ni dejaron de convivir con todos sus compañeros. No se les ocurrió quemar libros ni se sintieron poseedores de la verdad absoluta, fría y totalitaria
Lo que los estudiantes hicieron, como lo sabe Chile entero, fue provocar las condiciones para que la Universidad eligiera a sus propias autoridades, desencadenando así un vasto proceso de transformaciones universitarias. En aquellas elecciones y en las que siguieron después participó toda la comunidad universitaria. La autoridad nació asÍ, de un consenso, y actuaba por medio del consenso. Tuvo que dialogar, fue criticada, y en todo momento debió asumir públicamente todas sus responsabilidades. No se gobernaba la Universidad por una autoridad impuesta desde arriba, omnipotente y com prometida en su gestión y duración con los que detentaban el poder. No se gobernaba entonces la Universidad a la sombra del poder, sin dar cuenta ante nadie, con facultades indiscriminadas y ante comunidades enmudecidas. Se gobernaba proponiendo ideas y convenciendo: so-
metiendose a los órganos colectivos de decisión y a la mirada siempre atenta de una opinlón pública informada, libre y organizada.
La Universidad no era unicolor ni monocorde. En ella convivían día a día todas las escuelas de pendamiento y ellas podían expresarse sin otra restricción más que el respeto por el argumento y la persona discrepantes. Se podía entonces estudiar a Chile sin miedo de incurrir en problemas ni de ser censurados. Quien era marxista o pertenecía a Patria y Libertad vivía tranquilo en la Universidad y cumplía su trabajo: se le juzgaba por esto último, por la calidad de sus escritos y enseñanzas, y no como a un furtivo, que cualquiera debe denunciar y cualquiera puede sancionar.
Los alumnos podían pertenecer, con integridad y sin ocultamientos, a cualquier partido político y participar sin reslricciones en actividades artísticas, religiosas y culturales. Se agrupaban en en sus centros de alumnos y elegian a sus dirigentes sin que nadie interviniese en su vida estudiantil. Concurrían a los Consejos, donde eran escuchados y participaban de las decisiones. Tenían mucho que decir y todos estábamos dispuestos a escucharlos. Tenían también mucho que aprender, y nosotros aprendíamos de ellos. Fue así como
se desarrollaron durante esos años las universidades chilenas. En un clima pleno de democracia y pluralismo. Garantizada su autonomía por el Gobierno de la Nación, las Universidades asumían su deber de servir al país, según los modos y de acuerdo a los medios propios de la vida académica científica.
Las universiddes se convirtieron así en centros de una agitada vida intelectual. Ahí se discutía y se discrepaba, como ha ocurrido por siglos, en todas las universidades dignas de así ser llamadas. Ahí concurrían todos los pensamientos y se comunicaban entre sí. Los cientpificos chilenos podían, todos, permanecer en Chile y además muchos otros, venidos de los más diversos países del mundo, nos aportaban su experiencia, sus conocimientos y las condiciones particulares de su cultura. Simultáneamente, la Universidad se volcaba hacia la ciudad, hacia los pueblos y el campo. El teatro experimental podía ser cultivado sin temor a censuras políticas, religiosas o morales. Las conferencias públicas se organizaban de acuerdo a su interés cultural y nadie se preguntaba para decidir, si quien hablaba era o no una persona del agrado del Ministro de otra autoridad cualquiera. Los libros circulaban sin tropiezos ni permisos especiales, y la televisión universitaria informaba con libertad y
expresando los diversos puntos de vista, creencias y convicciones que conviven en el país.
Es cierto que también la democracia tiene, como se gusta decir hoy día, un costo económico, social y político. La gran diferencia estriba en que la democracia es el pueblo, cada hombre, mujer y joven, quien decide qué costo, por cuanto tiempo y en qué formas está dispuesto a pagar. Nadie le impone al pueblo un costo y, sobre todo, nadie se lo cobra en vidas, en hermanos desaparecidos, en libertades básicas cercenadas, en solidaridades fundamentales destruidas. En fin, en la democracia nadie está obligado jamás a elegir entre el temor y la obsecuencia. La Universidad eligió así su camino y los riesgos y problemas de éste; debió experimentar, a partir del año 67, una serie de procesos de reajuste y transformación que implicaron cambiar viejas y veneradas costumbres que algunos identificaban con la esencia de los claustros. De este modo, al volverse la Universidad más igualita ria, la autoridad del profesor se vio disputada en la sala de clases, y los pasillos y aulas se llenaron de ruidos.
Es evidente que, además, hubo errores en el proceso de aprender a manejar, democráticamente, estas nuevas y grandes organizaciones. No todos los profesores, por su parte,
se transformaron mágicamente en grandes científicos o intelectuales. Y es probable que el currículum flexible se prestara, inicialmente, para confusiones y aprovechamientos. En suma, la Universidad se volvió progesivamente más masiva, más pública y compleja, y debió por ello abandonar su antiguo ritmo casi pastoril y bucólico. No podía, en verdad, haber ocurrido de otra manera. De un lado, durante la década del 60, las Universidades multiplicaron de una manera notable su alumnado sin que se produjese un aumento simultáneo y concordante en los recursos, en las facilidades administrativas y de equipamiento, y en la calidad y cantidad del plantel docente. De otro lado, y esto es lo más importante, el país entero estaba experimentando profundas convulsiones; convulsiones dramáticas que ponían en tensión todas las estructuras sociales y económicas y toda una organización heredada y amoldada a 10 largo de decenas de años.
Así ocurrió, por ejemplo, con la llegada de la Unidad Popular al Gobierno. Pues nada de lo que sucede en el país deja de afectar, en mayor o menor medida, a las universidades. Estas no pueden, en los tiempos que corren, aislarse cómodamente detrás de sus muros, Pasó así en Francia el año 68, y así ocurre en los Estados Unidos, en la
Unión Soviética, en Alemania , en Colombia y en Polonia. Por doquier las Universidades reflejan, aunque no lo busquen ni lo deseen, las agitaciones y los problemas del país. A la Universidad, por su particular inserción en la sociedad y en la cultura, en la política y en la economía, nada de lo que ocurre fuera de sus claustros la deja intocadada. Eso fue justamente lo que experimentamos en Chile entre 1967 y 1973. Y eso es lo que confirma la experiencia posterior.
Ahora que sólo unos determinados chilenos tienen acceso a la prensa y a la televisión, y que sólo unos determinados chilenos han recibido la autorización pa ra vivir en este suelo y para enseñar e investigar en la Universidad, es evidente que resulta difícil contar con fidelidad la historia pasada y analizarla serena y profundamente. Cómo hacerlo, si es tanto lo que se la tergiversa, lo que se ataca a sus protagonistas y el modo en que se ha buscado destruir la imagen de la Reforma Universitaria entre los jóvenes estudiantes. Todo se ha dicho, y se lo ha dicho impunemente. No podemos hoy, lamentablemente, asumir la defensa de lo que, de cualquier modo, saldrá más fuerte y claro cuando vuelvan a imperar las condiciones de la democracia en Chile.
Fidelidad a pesar de los tropiezos
Pero al menos esto quiero decir: que aun en medio de las agitadas convulsiones que vivió el país los dos últimos años antes del Golpeo Militar. la Universidad se mantuvo fiel a su misión y centrada en torno a sus funciones culturales. Es verdad que en ella todo se volvió febril y que en sus aulas cundió la tensión, la exasperación y a ratos la abierta lucha política entre los hombres y los grupos. Acaso fue ese el momento, paradojalmente, que con más intensidad vivimos la Universidad.
Cuando transcurrían los días previos al 11 de septiembre, todos en la Universidad vivían la angustiosa sensación de que el país se acercaba más y más al borde de un abismo. La Universidad sin embargo seguía funcionando , con dificultades, es cierto, envuelta como estaba, en el torbellino que arremolinba al país.
Sus organismos de Gobierno se reunpian, pese a todo y deliberaban, y ahí sus miembros discrepaban y cada cual defendía con ardor su punto de vista. La FEUC hacía valer públicamente sus posiciones, y la Televisión, me refiero al Canal 13, había tomado partido en medio de la lucha diaria. Con lodo, la Universidad vivía a su manera el drama de Chile. En ella no había agresiones ni violencias ex tremas.
Por esto yo no alcanzo a comprender ahora qué título de legitimidad puede emanar de la desgracia ajena, del dolor de otros chilenos, del renunciamiento a defender los principios elementales de humanidad y los derechos básicos de la persona humana.
Digo esto, porque me duele hasta en los huesos y en el alma conocer lo que ha pasado en este país y sentir que no hay ni siquiera el derecho a un duelo digno, a un compartido sobrellevar las penas, a un apoyo humano que como chilenos, debemos a todos los chilenos que perdieron sus vidas, o su honra, o el territorio patrio. o su trabajo. Lo digo porque muchos a quienes conocí o que trabajaron conmigo ya no están aquí, y jamás ha habido una explicación suficiente, razonable o siquiera humana. de la atroz suerte que corrieron.
Son tantos centenares los profesores universitarios y estudiantes que han sido segregados y excluidos de las universidades, y que hoy deben cultivar su vocación sin medios. en cualquier parte, a cualquiera hora, sólo movidos por la enorme fe que tienen en Chile y porque saben que la historia enderezará lo que otros han torcido.
Con callar estos hechos nada se hará en favor del futuro del país. Pues éste no puede construirse: so-
bre ruinas y obligados olvidos, sobre sombras de hombres y delitos sin castigo. El único camino cuerdo de paz y pacificación es reconocer, con vergüenza si es necesario. nuestro propio pasado.
Ya ven: no puede hablarse de la idea de una Universidad sin hablar al mismo tiempo de una idea de Chile y de una idea del hombre, de su libertad y las condiciones de su existencia.
El mañana
La Universidad de mañana será en algunos rasgos parecida a la de ayer, pero en otras cosas será, por necesidad y por exigencias de la historia, también distinta.
De la Universidad reformada tendrá la nueva Universidad la misma esencia democrática, expresada en las formas que oportunamente se decidan. El clima de libertad Intelectual deberá ser restablecido y cultivado. Todas las escuelas de pensamiento y todas sus expresiones habrán de volver a la Universidad para enriquecer la comunicación entre los acadé micos y para ofrecer a los alumnos una experiencia cultural que sea representativa de lo que es la Comunidad Nacional en su historia, en su composición y en su diversidad. El análisis de Chile y de sus problemas tendrá que ser puesto otra vez en el centro de las preocupaciones académicas, y por
ello se volverá a dar a las ciencias sociales la importancia que deben tener en cualquiera institución académica moderna. Los profesores y los alumnos podrán recuperar el derecho a sus organizaciones y a elegir a sus autoridades sin discriminaciones. La Universidad tendrá que obtener de nuevo su plena independencia y no será más un mero apéndice del gobierno de paso.
Pero tendrá que tener además otros rasgos esenciales, si quiere ser fiel a experiencia vivida por todos los chilenos. Primero, deberá realizar un enorme: esfuerzo, que sólo será posible como de toda la nación, para impulsar el desarrollo de las ciencias y la investigación tecnológica. Sólo así podrá Chile reencontrar un camino humano de desarrollo , que asegure la independencia nacional y una distribución igualitaría de las oportunidades, la riqueza y el poder. Los centenares de científicos chilenos que están en el extranjero tendrán que ser convocados a esta tarea de reorganizar democráticamente a Chile. Y, paralelamente, como un plan de futuro, deberán formarse miles de jóvenes en las ciencias básicas y aplicadas a través de un programa que debiera contar con el apoyo nacional y con la solidaridad internacional. En fin, de lo que se trata, es de imaginar que en esta etapa lo que Chile más necesita-
rá será su propio esfuerzo, para cambiar el rumbo de su desarrollo y hacerlo válido para todos, dentro de un marco de convivencia pacífico y razonable. En efecto, si deseamos la democracia para Chile. tendremos que aceptar que ella no es compatible con la concentración del poder económico en manos de unos pocos grupos particulares; ni es compatible con la pobreza masiva y la cesantía crónica; como tampoco lo es con un desarrollo económicosin participación política, social y cultural desde las bases.
En seguida, la Universidad nueva tendrá que readaptarse dentro de un sistema de educación nacional reformado, donde ya no cabrá la simple gradación ascendente, que supuestamente lleva desde la enseñanza básica, pasando por la media hasta la superior. La Universidad será uno de los varios puntos de entrada y salida al sistema de educación, por encima del cual podrán existir institutos especializados de investigación y de docencia de postgrado, o de entrenamiento profesional de alta calificación. Paralelamente existirán otros varios niveles de formación, cada uno de los cuales deberá estar mucho más estrechamente vinculado, al igual que la propia Universidad, a las ex periencias prácticas de la producción, a las organizaciones comunitarias de base, a las provincias,
a los sindicatos y organismos culturales, dependientes de los municipios, vecindarios, etc.
Avizoramos, pues, para mañana, para la reorganización democrática de Chile, una Universidad que ocupará un lugar diferente del actual en la sociedad chilena y en el sistema de enseñanza. Una Universidad que se convertirá en una palanca fundamental del desarrollo nacional a través de la incorporación y la distribución de los conocimientos científicos y las destrezas técnicas, junto con el énfasis puesto en un proceso educativo variado y multiforme, orgánicamente vinculado con una vasta red de organizaciones sociales, económicas y culturales. Una Universidad democrática en su gestión y en su convivencia . Una Universidad que se conduce a sí misma, que obtiene el apoyo del Estado y de la sociedad, y que es independiente frente a los gobernantes y a los organismos del poder. Que se relaciona con todas las manifestaciones de la cultura y que vive abierta al mundo, en permanente contacto con centros académicos extranjeros e internacionales. Una Universidad, en breve, que es la antípoda de la Universidad actual.
Si yo pudiera condensar en una sola imagen el tipo de Universidad que anhelo para Chile, pensaría en las formas de vida que esa
misma Universidad es capaz de cobijar y dejar florecer.
Y en eso, tal vez, la Universidad de ayer y la Universidad de mañana no diferirán grandemente, pues al final de cuentas la democracia vivida como experiencia diaria genera sus propias formas y estilos de vida, de comunicación y de trabajo; sea en la Universidad, en la familia, en el Partido, en el Sindicato, en la Junta de Vecinos, o bien, a nivel de un país entero. La Universidad que yo recuerdo y a la que aspiro es una Universidad que bulle de vida y que, por lo mismo, es ruidosa, es colorida y está llena de encuentros, discusiones, grupos, movímientos y actividades. Es una Universidad de puertas abiertas, de tránsito fácil y de contactos fluidos. Una Universidad con salas disponibIes para asambleas, para talleres y conferencias y para reuniones de la más variada índole. Una Universidad donde se editan revistas científicas y de estudiantes, cuyos claustros se llenan de diarios murales y donde circulan libremente mil papeles dando testimonio de la vida, del pensamiento, de la cultura y, por cierto, también de la política, la polémica y las diferencias de opinión. Una Universidad metida en la ciudad y abierta completamente a ella. Donde pueden llegar todos los que deseen y entrar a sus casinos, a sus teatros
y librerías y bibliotecas y canchas deportivas. Una Universidad que tenga capacidad de convocar a sus hombres y mujeres para discutir serenamente sobre su propio futuro, y que puede confiar en el criterio de sus miembros y, por lo mismo , elegir a sus autoridades, órganos colegiados, asociaciones de docentes, estudiantes y administrativos. Una Uníversidad que piensa y habla; que frente a los grandes problemas del país ofrece opiniones, razones, indica soluciones y señala alternativas. Una Universidad que no le teme ni a la inteligencia ni a la vida ni a la juventud ni a la política.
Lo sé muy bien: esa Universidad a que aspiro y que ayer alcanzó a germinar en Chile, necesita de un país diferente, de un clima distinto. Necesita primero que nada de un consenso democrático, que ponga las bases para una reorganización de Chile y de todas sus instituciones fundamentales. Necesita libertades claramente establecidas y que valgan por igual para todos. Necesita que el Estado asuma sus responsabilidades frente al bien común y no las delegue en minorías económicas o en capillas políticas. Necesita que vuelva a prevalecer la cordur, la justicia y la libertad entre los chilenos y que nadie pueda arrogarse un poder sobre los hombres y mujeres que habitan esta tierra. Necesita que se re-
conozcan todos los derechos fundamentales de la vida colectiva civilizada: los de reunión, libre expresión, co nciencia y asociación; del derecho a un trabajo, que permita a cada cual vivir junto a su familia dignamente, y el derecho a la satisfacción de las necesidades básicas de cada individuo. Requiere que los grupos con intereses comunes puedan actuar otra vez abierta y libremente, en función de esos intereses y, por ende, que los sindicatos operen sin restricciones, los partidos sin temor, las editoriales sin censura, las iglesias con libertad , los jóvenes sin re stricciones. En fin, la Universidad que decidamos construir definirá el país que queremos y viceversa. En efecto, lo que hoy se pueda hacer está limitado por las condiciones generales en que se desenvuelve la vida del país. Pero son los estudiantes y los propios profesores, que no han perdido su vocación académica y democrática, los que en cambio de esas supuestas fórmulas jurídicas, pueden hacer mucho para avanzar en el camino de la recuperación de las universidades para el futuro de Chile.
Se ha vuelto probablemente un lugar común decir que la juventud se identifica con la rebeldía. Hoy, sin embargo, adquiere ese lugar común una hondura, una amplitud y una urgencia inaud tas. Pues es evidente que las circuns-
tancias exigen rebelarse. Yo no hablo, ni tan siquiera supuestamente, de una rebelión política, aunque ello forme parte de la tradicional y sabia doctrina cristiana de la libertad de los pueblos. Yo hablo , más bien, de rebelarse ante la injusticia, ante el silencio que la cubre, ante la conspiración del temor y la presencia de la fuerza . Hablo de rebelarse, como de una actitud profundamente humana, quizás la más humana de todas las actitudes; pues en ella afirmamos el valor de la vida y nuestra solidaridad más comprometida .
Yo no comparto la muerte, el terror y la mano dura, y por eso declaro mi disidencia; mi oposición y mi anhelo de cambiar las cosas. Hablo de la necesidad de reunirse a pensar y a analizar para entender lo que le ocurrió al país, y lo que hoy día le sucede, tras la enorme cortina de rumores y silencios con que se nos mantiene ignorantes. Hablo, en fin, de encontrar la unidad entre los chilenos que anhelan la construcción de un mundo humano, que sea pleno en libertad , en relaciones personales solidarias y abierto a todas las dimensiones de la vida.
LOS AÑOS DE LA HISTORIA.
DE LA PRIMAVERA
ESTUDIANTIL A LA INTERVENCIÓN MILITAR EN LA UNIVERSIDAD CATÓLICA
POR CRISTÓBAL KARLE SAAVEDRA
Sociólogo y Magíster en Sociología UC. Licenciado en Ciencia Política UC. Director Archivo FEUC.
Quién me ayudaría
A desarmar tu historia antigua Y a pedazos volverte a conquistar
Santiago del Nuevo Extremo, “A Mi Ciudad”
Detrás de cada imagen hay una historia. Un buen día de agosto en 1967, el frontispicio de la Casa Central de la Universidad Católica proclamó mediante un lienzo a los transeúntes, y con ellos a la opinión pública del país completo, que sólo la nueva autoridad y el Claustro Pleno podrían abrir la Universidad. Pocos días después, la interpelación incluiría al principal medio escrito de circulación nacional: El Mercurio, ícono del pensamiento conservador. La Universidad se encontraba entonces forzosamente ocupada — no sólo en su Casa Central, aunque sea ella el
centro neurálgico ineludible del conflicto— por estudiantes que, luego de un extenso y sedimentado proceso de elaboración política y técnica, habían decidido acelerar el ritmo de la historia y tomarla en sus manos: luego de siete años de conducción de la Democracia Cristiana Universitaria en la FEUC, cuatro Convenciones de Estudiantes y numerosos libros, documentos, análisis y resoluciones, había llegado el momento de jugar todas las cartas. Es el clímax, el frenesí del movimiento estudiantil de la década de 1960, que luego de negociaciones y conversaciones al más alto ni-
vel logra salir airoso de la coyuntura.
No sería aventurado decir que la mitología asociada a la toma de Casa Central en 1967 debe su fama, al menos en parte, al inusitado éxito de sus proposiciones: diez días después de haber ocupado los edificios, el Cardenal Raúl Silva Henríquez acepta las demandas estudiantiles, ubica al arquitecto Fernando Castillo Velasco como Prorrector —luego Rector en pleno derecho— y da inicio al proceso de Reforma Universitaria, que rápidamente transforma la Universidad desde sus cimientos y en el conjunto
de sus estructuras, aunque manteniendo y resignificando su identidad fundacional. Sin estar exento de dificultades y contradicciones, el proceso de Reforma logró construir un modelo de Universidad Católica diferente al existente hasta antes de 1967, y distinto también del que se despliega luego de 1973, con la intervención militar y el progreso incremental posterior a partir de dichas bases. Este artículo busca sintetizar, ofrecer claves y reflexiones respecto de la Reforma Universitaria en la UC, sus antecedentes, sus características y su abrupto final con la intervención militar, que establece una profunda “contrarreforma” para retrotraer muchos, aunque no todos, los aspectos del proceso. Se plantea, en consideración de lo anterior, que la Reforma constituyó un momento histórico extraordinario en la trayectoria de la Universidad Católica, en el cual, a partir de la iniciativa estudiantil reformista, se puso en marcha una transformación sin parangón tanto en la forma como en los contenidos del andamiaje institucional de la Universidad.
I.
Luego de su fundación en 1938, bajo la denominación de Comité de Presidentes de Centros de Alumnos, la FEUC había recorrido sus dos primeras décadas de historia en un anonimato espasmódico, con
eventos puntuales de actividad contenciosa y conflictividad interna, aunque escasamente asociada y publicitada al nivel de su “hermano mayor”, la FECH. Luego de comenzar a elegir sus Directivas a través de votación directa, en 1950, la testera de la Federación había oscilado entre la supremacía del bloque socialcristiano, encabezado por la Falange Universitaria, y las iniciativas “gremialistas”, usualmente patrocinadas por liberales y conservadores. En 1959, dos años después de su formación, la Democracia Cristiana Universitaria (DCU) da un paso al frente y presenta una alternativa política que establece los primeros trazos del ideario reformista en los términos bajo los cuales sería luego publicitado. Su campaña para la FEUC de aquel año “implicaba una crítica radical, ya que negaba a la Universidad el carácter de Universidad, reclamaba para el estudiante el derecho de transformar la realidad existente y estipulaba que el estudiante y no el profesor o el Rector sabía en qué consistía la verdadera Universidad” (Krebs, Muñoz y Valdivieso, 1994: 626). El esfuerzo es exitoso y la DCU alcanza la mayor votación histórica hasta ese momento en la FEUC, eligiendo a Fernando Munita como presidente.
Este camino comienza a delinearse en los años posteriores, mientras “el
mundo estudiantil, la parte más activa de él, desarrolla una visión optimista de la vida; vive una situación extrovertida; comunica sus problemas personales; mira al exterior del país, y se compromete activamente en la transformación de su Universidad” (Brunner, 1981a: 59). Las primeras federaciones de la DCU centran su esfuerzo en la “extensión social”: conectar a los estudiantes con la realidad de los sectores más desaventajados del país, prioridad que da paso progresivamente a la necesidad de transformación de la propia universidad como aporte a los cambios que se propugnan a nivel nacional (Garretón, 1985). En la VI Convención de Estudiantes, organizada en el año 1964, “el movimiento estudiantil consagra su visión crítica respecto de la Universidad y levanta una alternativa que hasta 1967 será profundizada y perfeccionada” (Brunner, 1981a: 65). Entre otras cosas, se propone una reforma al planeamiento académico, al sistema de generación de autoridades y a las políticas de la Universidad respecto a su impacto en el país. La Reforma, en cualquier caso, “no fue percibida por los estudiantes como un problema meramente corporativo. Ella pasó a ser, de algún modo, la tarea antioligárquica de los estudiantes al poner a la Universidad al servicio de una sociedad en pro-
ceso de cambio” (Tironi, 1985: 96). La conflictividad entre el movimiento reformista y la Rectoría va en ascenso, hasta que a comienzos de 1967 Miguel Ángel Solar, presidente de la FEUC, señala la necesidad de “avanzar rápidamente hacia una nueva universidad, realmente creadora, formadora de hombres verdaderamente cultos, auténticamente comunitaria, propiamente católica, e íntimamente ligada al desarrollo del país” (Cifuentes, 1997: 205-212). Se intenta buscar un consenso con las autoridades por medio de un nuevo Reglamento, el cual es considerado insuficiente por los dirigentes reformistas, que reciben el apoyo mayoritario de los estudiantes y ocupan los edificios de la Universidad en la noche del 11 de agosto de 1967.
En palabras de Castillo Velasco (1978: 5), “lo que los estudiantes hicieron, como lo sabe Chile entero, fue provocar las condiciones para que la Universidad eligiera a sus propias autoridades, desencadenando así un vasto proceso de transformaciones universitarias”. El acontecimiento de la toma, y su resolución favorable a las demandas estudiantiles, es de tal magnitud que sobredetermina todos los hechos y transformaciones ocurridas con posterioridad. Deja su cargo el Rector Alfredo Silva Santiago para ser reemplazado por Fernando Castillo Velasco;
se forman comisiones y grupos de trabajo orientados a perfilar la Reforma, que comienza a ponerse en marcha decisivamente durante el año 1968, en el cual se establece y operativiza, entre otras cosas, la reforma de la estructura académica y la democratización de los espacios colegiados, entregando al estamento estudiantil un tercio del voto en espacios como el Consejo Superior y los Consejos de Facultad. Sin embargo, la fuerza más determinante y que eventualmente conduce la Reforma son los académicos, mientras las estructuras de participación interna se polarizan progresivamente en torno a las mismas líneas políticas en pugna dentro del contexto nacional, ya bajo el gobierno de la Unidad Popular. Se trata, al decir de Cox (1987: 113), de una “enajenación de la Universidad en la lucha política nacional”. Pese a esto, el liderazgo de Castillo Velasco se mantiene firme hasta en los momentos más críticos, y se convierte en una de las figuras públicas de mayor relieve en abogar por acuerdos democráticos para resolver el conflicto al cual se veía por aquellos días sometido el país. De acuerdo con Krebs, Muñoz y Valdivieso (1994: 753), durante 1973 “la Universidad, elevándose por encima de las contingencias políticas, se pronunció por su autonomía y proclamó que su verdadero compro-
miso como institución era el compromiso que tenía con la verdad científica y con la cultura”.
II.
La “nueva Universidad”, proyectada inicialmente por el ideario reformista estudiantil y operativizada por la Rectoría de Castillo Velasco a partir del segundo semestre de 1967, representa un quiebre en muchos aspectos con la Universidad preexistente, y una distinción importante respecto de la Universidad construida incrementalmente luego de 1973 y 1985. Siguiendo a la mayoría de los análisis existentes, es posible resumir las transformaciones acaecidas en tres categorías: modernización, democratización y apertura al país. La primera de ellas involucra la inserción de la Universidad “en el estudio de disciplinas de vanguardia a nivel internacional, de “racionalizar” la organización de la enseñanza —por medio de la interdisciplina, la coordinación de recursos entre diferentes facultades y la flexibilización del currículo— y de dotar de mayor importancia a la investigación, con énfasis en las problemáticas del entorno social” (Karle, 2023). Sus mayores expresiones concretas son la reorganización de la estructura interna de la Universidad en torno a áreas, con un fuerte enfoque interdisciplinario previamente desconocido en la institución;
la creación de centros de estudio y pensamiento orientados a distintos aspectos del saber teórico y práctico; y la implementación del denominado “currículum flexible”, que impone un sistema de creditaje en los cursos que se mantiene, con modificaciones, vigente hasta hoy y permite a los estudiantes explorar diferentes áreas de formación y desarrollo dentro de los campus, sin estar estrictamente limitados en aquella carrera a la cual se han inscrito en un comienzo. También se acelera la reorganización geográfica de las sedes, se multiplican los docentes y académicos contratados a jornada completa, los investigadores de planta y funcionarios, tal como ocurre con el propio cuerpo estudiantil.
La segunda de ellas constituye la respuesta a una de las demandas simbólicas más importantes del movimiento reformista: la apertura al país, fruto a su vez de la problematizada “torre de marfil” con la cual se había identificado a la Universidad de herencia decimonónica. Dada la profunda segregación socioeconómica en la composición de la matrícula universitaria en la década de 1960, la Reforma Universitaria buscó implementar medidas, aún insuficientes, para extenderla a los sectores populares. En ello se amplía la matrícula general de la Universidad, posibilitando el
aumento relativo en el ingreso de sectores de clase media y otros fuera de la élite confesional que había ocupado mayoritariamente sus aulas durante sus primeros años de existencia. También se crean prácticas obreras y campesinas dentro de las mallas curriculares de las diferentes carreras, permitiendo a los estudiantes una aproximación a la realidad de otros sectores sociales en Chile, además de instituciones de formación orientadas a los sectores populares y asociadas a la Universidad, tales como el Programa de Estudios y Capacitación Laboral (PRESCLA) y el Departamento Universitario Obrero Campesino (DUOC), que nace de una iniciativa de estudiantes de la época y se convierte en uno de los emblemas duraderos del período reformista, no obstante su reformulación y ajuste a la nueva realidad del sistema educacional chileno en décadas posteriores. Por otro lado, se crea la Vicerrectoría de Comunicaciones, que coloca un énfasis decidido en la extensión cultural y social de la Universidad. Además, Castillo Velasco patrocina de forma entusiasta “el estudio de un proyecto de ley que establecía un sistema nacional universitario, conectado orgánicamente con el Estado y cuyo financiamiento descansaba en aportes fiscales establecidos por ley y en un impuesto a los profesionales titulados por
las universidades” (Brunner, 1981b: 26).
La tercera de ellas, íntimamente relacionada con las anteriores y con un rol estructurante fundamental, es la democratización interna del gobierno universitario. Hasta 1967, los estudiantes apenas contaban con derecho a voz dentro del Consejo Superior, en la persona del presidente de la FEUC, y los trabajadores se encontraban, en general, excluidos de todo tipo de participación vinculante. Con las transformaciones que impulsa el movimiento reformista y el rectorado de Castillo Velasco, no solamente la Rectoría se elige con participación triestamental —primero en un Claustro, en 1967, y luego por votación directa ponderada, en 1970— sino que los diferentes cargos unipersonales a nivel de facultades y carreras cuentan con votaciones en las cuales, ponderadamente, participan los diferentes estamentos. Puntualmente, los estudiantes alcanzan un mínimo de 25% de participación en todos los espacios colegiados, misma ponderación para su voto en la elección de cargos unipersonales. En el Consejo Superior, estudiantes, académicos y trabajadores adquieren protagonismo y sus representantes son electos en elecciones especiales: luego de la primera de ellas, Castillo Velasco celebra que “se ha creado
un clima de convivencia universitaria y de efectiva participación” (Cox, 1987: 35-36). También se crea la figura del Claustro Pleno Universitario, en el cual representantes de los distintos estamentos se reúnen para discutir y votar resoluciones respecto de la estructura universitaria y su administración, además de otras temáticas de relevancia para el país y la Universidad. Como el propio Castillo Velasco reconocería, esta eclosión de participación traería algunas dificultades, y en ocasiones se vería arrastrada a la misma polarización que comenzaba a experimentar el país. Sin embargo, los registros hablan en general de un respeto al pluralismo y el disenso entre las diferentes corrientes de opinión organizadas multiestamentalmente, en un contexto particularmente difícil. Al decir del propio Castillo Velasco (1978: 5), la Universidad “no era unicolor ni monocorde. En ella convivían día a día todas las escuelas de pensamiento y ellas podían expresarse sin otra restricción más que el respeto por el argumento y la persona discrepantes”.
III.
Al igual como ocurre en el conjunto del país, el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 marca un antes y un después en la vida de la Universidad Católica. La FEUC, que pocos días atrás había promovi-
do la acción de las Fuerzas Armadas para crear un gobierno de “integración nacional” sobre la base de “una nueva institucionalidad”, festeja el acontecimiento: “El Gobierno marxista e ilegítimo que estaba consumando la destrucción moral, institucional y económica de la nación ha terminado. Las Fuerzas Armadas y de Orden de Chile, símbolo de nuestra nacionalidad, han asumido la patriótica misión de salvar la patria amenazada, anunciando el comienzo de su reconstrucción hacia la unidad nacional, el desarrollo y la justicia” (El Mercurio, 16 de septiembre de 1973). Pronto la FEUC gremialista se abocaría a colaborar en el establecimiento y consolidación del nuevo régimen, tanto en calidad de cuadros técnicos para la administración del Estado como en actividades e instancias de proselitismo. A diferencia de otras universidades, donde estudiantes y académicos comprometidos con el gobierno se parapetan en algunas sedes, en la UC “fueron pocos los estudiantes que llegaron a sus diferentes campus, los cuales en general no eran más que despistados buscando clases a quienes los guardias enviaron a sus casas a ver las noticias. Prontamente conocidas las noticias la Universidad Católica cerró sus puertas, y sólo los directivos se mantuvieron reunidos para esperar las noticias que
vendrían” (Estrada, 2023: 86). Los estudiantes de la UC retoman sus actividades académicas el lunes 24 de septiembre, aunque ya nada sería igual. La intervención militar de las universidades se materializa a los pocos días, con “la dictación de una serie de normas legales que pulverizan jurídicamente la autonomía” de las instituciones de educación superior (Garretón y Pozo, 1984: 12). El día 28, la Junta Militar se reúne con los rectores y les comunica “su decisión de hacerse cargo directamente de las universidades”, no obstante la oposición de la mayoría de ellos (García Laguardia, 1977: 127). Esta determinación adquiere forma concreta con la dictación del Decreto Ley N° 50, que designa rectores delegados en todas las universidades del país “considerando la necesidad de facilitar la unificación de criterio en la dirección de la enseñanza superior para la mejor consecución de los postulados establecidos” por la Junta.
En la UC, el 2 de octubre es nombrado oficialmente el Almirante Jorge Swett como nuevo Rector, en virtud del Decreto de Rectoría N° 107/73, que declara en receso al Consejo Superior y traspasa excepcionalmente sus atribuciones y deberes a Swett (Krebs, Muñoz y Valdivieso, 1994: 758). Es el comienzo de una profunda reestructuración y “depuración” de
la Universidad por parte de los militares y la civilidad afín a sus objetivos y principios. Swett cierra diversas instituciones creadas durante el período de la Reforma, tales como el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN) y el PRESCLA, suprimiendo unidades académicas, centros de estudio y departamentos, restringiendo o cerrando la matrícula en algunas carreras, bajo el argumento de que a través de estas organizaciones los académicos “solo hacían proselitismo político, bajo el signo del marxismo-leninismo, lo que constituía una traición para la universidad y el país” (Broschek, 2023). Poco tiempo después, la voluntad “contrarreformista” de Swett colisionaría con los intereses y la voluntad de la Iglesia Católica. De acuerdo con el relato del Cardenal Raúl Silva Henríquez, Gran Canciller de la Universidad, el nuevo Rector “había comenzado su gestión marcando muy fuertemente la voluntad oficial de poner fin a los últimos rastros de la reforma, reorientar a la Universidad según los nuevos postulados del régimen militar, e imponer, en todos los niveles, la conducción de un sector ideológico que veía ahora la posibilidad de ejercer el mando sin limitaciones”. Esto llevaría a una inédita renuncia del Cardenal a la Gran Cancillería, tras constatar que “no había en
las autoridades de la UC ninguna voluntad de arreglar los problemas, sino una decisión ya tomada de llevar adelante un proyecto propio, excluyente, funcional al gobierno militar y, en definitiva, adverso a lo que la Iglesia había hecho en la Universidad” (Cavallo, 1994: 40-44). Durante los años posteriores, Swett promulgaría nuevos Estatutos Generales y una nueva Carta de Principios para la Universidad, que regirían por décadas prácticamente sin modificaciones, consolidando en lo inmediato su control sobre la Universidad y sus avatares.
Luego de intensas protestas estudiantiles y el cambio de escenario político nacional, Swett terminaría por resignar su cargo a principios de 1985, siendo reemplazado por el académico Juan de Dios Vial Correa, quien cuenta con el beneplácito eclesiástico. Desde allí, la Universidad experimenta un proceso de avance incremental en la democratización y apertura de sus estructuras, haciendo énfasis en la modernización, ajustada por las nuevas condiciones bajo las cuales se despliega la educación superior en Chile a partir de los cambios promulgados por la dictadura en 1981. Se trata de una “síntesis sui generis que bebe directamente de la intervención, aunque mantiene y recupera progresivamente —y bajo una versión cla-
ramente modulada— algunos aspectos del período reformista” (Karle, 2023). En los últimos años, bajo el rectorado de Ignacio Sánchez, la institución dio importantes pasos en la dirección del reencuentro con el espíritu del período de la reforma. Entre otras cosas, se reconoció a los académicos exonerados por motivos políticos durante la intervención, se promulgaron nuevos Estatutos Generales y se amplió levemente la participación triestamental en los espacios colegiados, particularmente en el Consejo Superior, además de extender las áreas de investigación y relaciones internacionales de la Universidad. No obstante lo anterior, la Universidad Católica arrastra todavía deudas importantes. Entre ellas, quizás la más significativa dice relación con la existencia de espacios de participación vinculante donde las “fuerzas vivas” de la Universidad, estudiantes, académicos y trabajadores, puedan ejercer un rol activo en sus decisiones más importantes. Recuperar —con los debidos matices que nos enseña el desarrollo histórico— espacios como el Claustro Pleno Universitario, parece fundamental para entregarle dinamismo a la UC, que se enfrenta ante el riesgo de permanecer nuevamente incapaz de reaccionar incrementalmente ante los nuevos desafíos que implican los tiempos
actuales. Ello significa, entre otras cosas, abrir la discusión sobre la elección de los cargos unipersonales, involucrando al conjunto de la comunidad en decisiones que marcan el futuro de la institución, posibilitar la emergencia de una comunidad universitaria vibrante en discusiones, en un conflicto productivo y adecuadamente canalizado, donde la práctica democrática contribuya a formar mejores profesionales, mejores investigadores y un ambiente donde las diferencias y el pluralismo formen parte del valor agregado de la Universidad Católica. Donde las herencias de la Reforma, y las heridas no cauterizadas de la intervención militar, estén presentes —parafraseando a Manuel Vásquez Montalbán— para prolongar la historia y no para secuestrarla.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Brunner, J. (1981a). “Universidad Católica y Cultura Nacional en los años 60. Los intelectuales tradicionales y el movimiento estudiantil”. Documento de Trabajo FLACSO, N° 127.
Brunner, J. (1981b). “Concepciones de Universidad y grupos intelectuales durante el proceso de Reforma de la Universidad Católica de Chile: 1967–1973”. Documento de Trabajo FLACSO, N° 133.
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Karle, C. (2023). El camino hacia una Nueva Reforma Universitaria. En Karle, C. (Ed.), CEREN. Un proyecto inconcluso. 50 años después, pp. 40-52. Santiago: FEUC.
Krebs, R., Muñoz, M., y Valdivieso, P. (1994). Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, 1888-1988. Santiago: Ediciones UC.
Tironi, A. (1985). Esquema histórico del movimiento estudiantil chileno: 19061973. En M. Garretón y J. Martínez (Eds.), El movimiento estudiantil: conceptos e historia, pp. 64-106. Santiago: Ediciones Sur.
REFORMA, INTERVENCIÓN Y METAMORFOSIS DE UN SISTEMA UNIVERSITARIO.
EL CASO DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE,
1967-1980
POR ANDREA OTERO PERDOMO
Doctora en Historia, Universidad Paris 1. Economista, Universidad Nacional de Colombia.
Si bien es la “toma” estudiantil de la Casa Central de la Universidad Católica, agosto de 1967, el evento con el cual se ha identificado el inicio del proceso reformista que involucró a todas las universidades chilenas, sabemos que cada una de estas instituciones tuvo su propio proceso con actores, tiempos y tensiones específicos. En
el caso de las dos principales universidades del país, la Universidad de Chile y la Universidad Católica, su proceso reformista había empezado años atrás. Aun si en el caso de la Universidad Católica la implementación de la Reforma Universitaria también conllevó un cambio radical en la personificación, organización y ejercicio de la
autoridad universitaria, los inicios del proceso reformista fueron diferentes. Desde 1964 la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Chile, FEUC, había venido proponiendo la transformación de su casa de estudios. Los objetivos de los cambios propuestos por la FEUC eran la modernización y la democratización
de la institución tanto en términos académicos y científicos como en términos sociales, de gobierno universitario y culturales. Sin embargo, y contrastando con lo sucedido en la Universidad de Chile, las demandas estudiantiles no encontraron respuesta en las autoridades universitarias. Tanto la rectoría como el Consejo Superior de la Universidad ejercían su poder y conducían la casa de estudios de una manera que las aislaba a ellas y a la Universidad. Ninguna de las transformaciones que se estaban produciendo a nivel global y nacional, incluso en la Iglesia Católica, tenía alguna incidencia en la orientación de la casa de estudios o en la gestión de sus autoridades.
La “toma” estudiantil de la Casa Central de la Universidad Católica fue una acción del reformismo estudiantil en la que además de desafiar al gobierno universitario exigiéndole atender sus demandas, hizo de la institución parte y protagonista de un proceso más amplio y transversal en el que todas las federaciones estudiantiles universitarias chilenas reivindicaban el fin de la Universidad “Torre de Marfil”, considerada ajena e indiferente a las realidades del país. Tal desafío estudiantil no solo hizo visible el aislamiento en el que se encontraban las autoridades universitarias, incapaces de encontrar respaldos potentes dentro y fuera de
la Universidad, sino que también precipitó el desmoronamiento de éstas. Sin embargo, para que tal desplome de la autoridad universitaria se produjese fue decisiva la intervención de otras fuentes de autoridad: el Gran Canciller de la Universidad, el Cardenal Silva Henríquez, y los académicos reformistas. Sin restarle importancia a la movilización estudiantil, es fundamental tener presente que si la solución a la crisis iniciada por la “toma” recogió las reivindicaciones de la FEUC fue por voluntad del Cardenal Silva. De la misma manera, si el proceso de Reforma Universitaria se puso en marcha al interior de la Universidad fue porque una parte del estamento docente favorable a tal proceso transformador decidió organizarse alrededor de él y encargarse de su gestión. La Reforma Universitaria de la Universidad Católica de Chile fue posible porque figuras de autoridad al interior de la comunidad universitaria, diferentes a las autoridades formales, decidieron implicarse y hacerse cargo de ella.
La puesta en marcha de la “Nueva Universidad” de la Reforma Universitaria en la Universidad Católica, en el tensionado contexto chileno de fines de los años sesenta e inicios de los setenta, hizo que buena parte de las dinámicas con las que esta se implementaba obedeciesen y/o
se entendiesen según las lógicas y los lentes de tal polarización. Para quienes se oponían al reformismo, el que la Universidad se hubiese hecho permeable a lo que sucedía en el país era la prueba irrefutable de que la “Nueva Universidad” producto de la Reforma Universitaria era una “universidad politizada” cuya existencia era un peligro tanto para la institución en sí misma como para la sociedad chilena en general. A la confrontación entre quienes se oponían a la Reforma y los que la defendían, se sumó la división al interior de estos últimos tras la llegada de Salvador Allende a la presidencia del país. A partir de 1970 fue insostenible la convivencia que dentro del reformismo universitario habían logrado militancias y/o cercanías políticas tan diferentes como la democratacristiana y la de diferentes tipos de izquierdas. Las diferencias entre estos sectores no eran sobre la Reforma en sí misma sino sobre la actitud y el papel que debía tener la Universidad ante el gobierno de la Unidad Popular. Mientras que para la Democracia Cristiana la Universidad debía formar parte de la oposición al gobierno nacional para las izquierdas ésta debía acompañar e integrar los procesos de transformación impulsados por el allendismo. El que en la Universidad Católica su rector Fernando Castillo, a pesar de su
militancia democratacristiana, defendiese la independencia de la institución frente a la política partidista no solo implicó que buena parte del reformismo docente se volviera en su contra sino también que la derecha universitaria se fortaleciese. A pesar de la visibilidad del Movimiento Gremial, asegurada por su control sobre la FEUC desde 1968 y por la notoriedad que le daba la prensa conservadora en su oposición a la UP, los sectores de derecha de la comunidad universitaria no habían logrado tener capacidad de incidencia en las relaciones de poder dentro de la Universidad en Reforma hasta la división del reformismo docente. Negociando el retiro o el aporte de su apoyo a las partes en disputa, la derecha docente supo aprovechar los espacios y los desequilibrios al interior de los cuerpos colegiados y hacerse decisiva para el control de la Universidad. Fue la derecha docente el sector de la comunidad universitaria que posibilitó que en los últimos años de la Universidad Católica en Reforma, Castillo continuase en la Rectoría y desde allí siguiese con la implementación reformista, pues aun si no estaba de acuerdo con su posicionamiento ideológico y político, consideraban que solo él podía asegurar la independencia política de la Universidad. Ahora bien, independientemente de
cuál fuese la militancia o la cercanía ideológica de los integrantes de cuerpos como el Consejo Superior y de las decisiones resultantes del juego de alianzas y de rupturas que en ellos se realizaban, éstas se presentaban como los resultados de un estilo propio y característico tanto del Consejo mismo como de la Universidad cuyas características eran
“La intervención militar de las universidades tuvo otro objetivo: la reorganización de las casas de estudio tanto en su gestión, estructura
y normativa como en cuanto a cuáles debían ser sus prioridades y funciones
específicas”.
el diálogo, la unidad y el consenso.
Pocas semanas después del golpe de Estado militar con el que el 11 de septiembre de 1973 las Fuerzas Armadas chilenas rompieron el orden democrático del país, la Junta Militar que había asumido los poderes ejecutivo, legislativo y constituyente decidió la intervención militar de todas las universidades.
Justificada por quienes la llevaron a cabo en la necesidad de despolitizar la institución y combatir el “cáncer marxista” que desde y en su interior se había propagado, tal injerencia se implementó a través de la figura de los rectores-delegados militares. En cada una de las ocho universidades que por ese entonces conformaban el sistema universitario chileno se designó a un alto mando militar, en servicio o retirado, para que como delegado de la Junta y con facultades omnímodas dirigiera la casa de estudios superiores. A parte del objetivo despolitizador que implicó la depuración política e ideológica de la comunidad universitaria, el cierre de carreras universitarias y de centros de investigación y el ajuste de programas y de currículos, entre otros, la intervención militar de las universidades tuvo otro objetivo: la reorganización de las casas de estudio tanto en su gestión, estructura y normativa como en cuanto a cuáles debían ser sus prioridades y funciones específicas. A este último objetivo se le dio el nombre de “racionalización”. La injerencia gubernamental de las universidades contó con el favor y la participación de una parte significativa de la comunidad universitaria. Aquellos sectores que se habían opuesto a la Reforma Universitaria y que por las características y el contexto
de su implementación habían alcanzado notoriedad y protagonismo fueron un pilar esencial y decisivo en el gobierno universitario de los rectores-delegados militares.
Una de las principales características de la intervención militar de la Universidad Católica de Chile fue la relevancia que el Movimiento Gremial tuvo a lo largo de ella. Si bien la posición alcanzada por el gremialismo puede explicarse por el hecho de que su líder fundador, Jaime Guzmán, se convirtió desde el comienzo en una de las más importantes influencias ideológicas de la dictadura militar, la hegemonía del Movimiento Gremial al interior de la Universidad tiene aún más que ver con la forma como él supo aprovechar su presencia en los diferentes ámbitos de la estructura universitaria. Desde el inicio del rectorado del Vicealmirante Jorge Swett, el Movimiento Gremial se convirtió en su principal pilar ideológico y organizativo definiendo y ejecutando la reorganización de la institución a través de posiciones tan importantes como la Dirección de Estudios y Planificación y la Vicerrectoría Académica. Asimismo, no solo contribuyó a que desapareciese lo poco que quedaba de la influencia de los cercanos a la Democracia Cristiana o al Cardenal Silva Henríquez en el gobierno universitario, sino que a partir
de diciembre de 1974 ocupó todos los puestos del poder universitario a excepción de la Rectoría. La existencia permanente de un Consejo ya fuese Consultivo del Rector o Universitario fue otra de las particularidades de la Universidad Católica bajo la injerencia dictatorial. El que en la Universidad hubiese esta instancia de deliberación entre los diferentes estamentos de la comunidad universitaria -aun si a través de re-
“Una de las principales características de la intervención militar de la Universidad Católica de Chile fue la relevancia que el Movimiento Gremial tuvo a lo largo de ella”.
presentantes designadoshizo que la experiencia de la casa de estudios tras el arribo de los rectores-delegados militares fuese diferente a la del resto. Si bien los márgenes de maniobra y de incidencia del Consejo eran muy reducidos, dadas sus propias facultades y la preponderancia del gremialismo, los debates que en él se llevaron a cabo visibilizan cómo se establecieron las relaciones de fuerza y de po-
der al interior de la Dirección Superior Universitaria y los mecanismos que ella utilizó no solo para presentarse y legitimarse a sí misma sino también a sus acciones y sus decisiones. A pesar de que entre los decanos hubiese opiniones y posicionamientos divergentes, cuando no críticos, frente a las acciones y las decisiones del gremialismo o del gobierno universitarios, los consejeros, entre los cuales el de los decanos era el grupo más grande, adoptaron las mismas estrategias privilegiando los consensos y los acuerdos poco constringentes que en el pasado había utilizado el Consejo de la Universidad. Tal rasgo distintivo del Consejo Superior Universitario de la Universidad Católica se exacerbó durante la Universidad intervenida. Las críticas y los cuestionamientos formuladas por algunos consejeros, concretamente los decanos, eran solventadas por ellos mismos adaptándose y/o adaptando sus posicionamientos de manera tal que se pudiese llegar a soluciones de compromiso. Ahora bien, dichas soluciones de compromiso solo les atañían a ellos y no al Rector-Delegado, ni al equipo de Rectoría, ni tampoco a la FEUC si acaso era ésta la que estaba en tela de juicio.
El que la FEUC haya seguido funcionando a pesar de la prohibición de la Junta Militar con respecto
a la existencia de las federaciones estudiantiles tiene que ver con la hegemonía gremialista que desde 1968 había experimentado la Federación. Su cerrada oposición tanto al rectorado de Fernando Castillo como al gobierno de la Unidad Popular le dio a la FEUC una notoriedad que además de permitirle el presentarse como una suerte de vanguardia del régimen dictatorial legitimaba su presencia y su acción. El que el Movimiento Gremial fuese la influencia principal al interior del gobierno universitario y la única de la Federación no hizo sino validar aún más la existencia de una FEUC gremialista. El que la Federación estudiantil de la Universidad continuase operando contribuía con esa imagen que la Dirección Superior quería proyectar de una casa de estudios cuyo funcionamiento se desarrollaba en la calma y la normalidad a pesar de estar bajo el mando de un Rector-Delegado militar. Así pues, los estatutos de la FEUC se reformaron pues además de adaptarlos a la situación política y gubernamental del país, era necesario asegurarse de que el control de la FEUC continuaría en las manos del gremialismo. Este conjunto de ventajas, de privilegios y de respaldos de los que gozó la Federación estudiantil no solo definió la forma excluyente como ella ejerció la representa-
ción estudiantil, sino que escudándose en el supuesto apoliticismo del gremialismo hizo posible que sus acciones y sus declaraciones fueran provocadoras, agresivas y temerarias. El que tanto dentro como fuera de la Universidad se cuestionase el carácter claramente político de sus acciones y de sus discursos nunca perjudicó a la FEUC, al contrario. La mayor parte de los cuadros civiles de la dictadura, en algún momento de su vida estudiantil, formó parte de la dirigencia gremialista de la Federación y tal situación sumada al hecho de que en tales manifestaciones además de exaltarse a la Junta Militar y de reivindicarse parte del gremialismo, se atacara también a quienes criticaban o se oponían al gobierno nacional o al universitario, la hizo prácticamente intocable.
La tensión y la conflictividad que hubo entre el gobierno de la Universidad Católica intervenida y las autoridades de la Iglesia Católica chilena se explica tanto por el carácter pontificio de la casa de estudios como por el hecho de que el Cardenal Silva Henríquez no solo era el Gran Canciller de la Universidad sino también el máximo representante de la jerarquía eclesiástica nacional. La dificultad de esta relación tuvo como primer marco el desacuerdo entre el Rector-Delegado Vicealmirante Swett y el Gran
Canciller Cardenal Silva en cuanto a los límites de las competencias que cada uno tenía sobre la Universidad. Recordemos que si bien el DFL N° 112 de 1973 le daba facultades omnímodas al Rector-Delegado también le reconocía a las autoridades eclesiásticas las prerrogativas que sobre las universidades católicas les acordaba la legislación canónica. De ahí, la importancia de que el Cardenal también hubiese validado la designación del Vicealmirante en la Rectoría pues así si Swett estaba a cargo de la Universidad obedecía a una voluntad del gobierno militar que contaba con el consentimiento de la jerarquía religiosa. El deber que por tales normativas tenía el Rector-Delegado de consultar y de informar de sus decisiones al Gran Canciller para obtener su aprobación no solo fue ignorado por el Vicealmirante, sino que fue abiertamente desafiado al tomar decisiones cuyo rechazo por parte del prelado era seguro. La puesta en receso del cargo de Gran Canciller por parte del Cardenal en diciembre de 1974 fue el resultado de tal situación y tuvo como consecuencias el fortalecimiento del Movimiento Gremial y el que éste a partir de entonces y por intermedio de la FEUC arreciase en su crítica a las autoridades de la Iglesia Católica en general y al Cardenal Silva en particular.
La hostilidad que el gremialismo les demostraba desde 1967, por el papel del prelado en el inicio del proceso reformista universitario, se intensificó durante la Universidad intervenida. La posición crítica de las autoridades eclesiásticas ante el gobierno militar y el régimen de los rectores-delegados en las universidades y su activa movilización en la defensa de los Derechos Humanos violados por la dictadura, hicieron de ellas uno de los principales blancos de los enardecidos discursos gremialistas cuyos niveles de agresividad y de irrespeto hacia los jerarcas no solo no fue castigado, sino que tampoco fue seriamente cuestionado. El hecho de que Monseñor Jorge Medina a través de su cargo de Pro-Gran Canciller de la Universidad, creado para cumplir con las funciones de la Gran Cancillería, fuese más cercanos a los posicionamientos de la Junta Militar y a los del Rector-Delegado y su equipo de Rectoría que a los de la jerarquía eclesiástica chilena, le llevó a privilegiar y a reforzar sus propios vínculos y los de la Universidad con el Vaticano. Fue sólo durante los años ochenta, cuando los nuevos nombramientos que se produjeron en el episcopado chileno recayeron sobre prelados cuyas posturas conservadoras eran más cercanas a las del gobierno militar y a
las del Pro-Gran Canciller Medina, que la Universidad Católica volvió a mantener una relación fluida y cercana con la jerarquía de la Iglesia Católica nacional.
La decisión y la acción de intervenir las universidades va de la mano con la existencia misma de un gobierno autoritario y se apoya en la importancia que a lo largo de su historia ha tenido la universidad en términos simbólicos,
“Las intervenciones de las universidades se orientaron con éxito a que las ideas y las personas opuestas a los regímenes dictatoriales fueron expulsadas de las instituciones y/o silenciadas. ”.
institucionales y prácticos. El que sean lugares de creación y difusión del conocimiento no solo pueden nutrir y reforzar la oposición a un régimen, sino que también por intermedio de la intervención las ideas y prácticas que de ellas surjan pueden favorecerle legitimándolo. Es por lo anterior que las universidades intervenidas además de poner un especial interés en eliminar
todo aquello que pueda perjudicar al régimen y a sus defensores, en paralelo se convierten en espacios fundamentales para la consolidación y la expansión de sus prácticas y de sus doctrinas, es decir en las canteras de su propia tecnocracia. La puesta en perspectiva de la experiencia de las universidades chilena bajo la dictadura, al compararla con los casos de las casas de estudios superiores argentinas, brasileñas, uruguayas y españolas durante los regímenes autoritarios de cada país, permite visibilizar una serie de semejanzas y de diferencias entre las experiencias de intervención universitarias en sí mismas y sus efectos.
En lo que tiene que ver con las rectorías y a excepción de algunos casos particulares de la experiencia brasileña, el inicio de las intervenciones fue prácticamente el mismo: la designación de nuevos rectores universitarios. Sin embargo y a diferencia de todas las demás experiencias, el caso chileno fue el único en que se instaló una intervención de carácter militar de largo plazo. Tal excepcionalidad llama aún más la atención si se tiene en cuenta que tanto en la redacción de la Constitución Política de 1980 como en la de la legislación universitaria de finales de 1980 y principios de 1981 hubo un sec-
tor civil con un importante y decisivo influjo sobre el Gobierno militar. Teniendo en cuenta el carácter controvertido de las nuevas y diferentes disposiciones -Constitución Política, legislación universitaria suprimiendo la gratuidad, reducción de presupuestos, depuraciones, etc.- se puede concluir que el régimen estimó necesario que quienes se encargasen de su aplicación tuviesen una incondicionalidad y una obediencia que tal vez no existía incluso dentro del sector de la comunidad académica que, por estar a favor del régimen, habría sido el llamado a ocupar las rectorías universitarias. Lo anterior no solo en términos de que aprobasen o no las disposiciones mencionadas, sino también en los de poder y margen de maniobra. Es decir, que tuviesen la autoridad, la fuerza y el mando necesarios para ejecutarlas. También pudo haberse tratado, como en nuestra opinión fue el caso de la Universidad Católica de Chile, de que hubiese tal afinidad entre los poderes civiles y los poderes militares que poco parecía cambiar si se trataba de un rector-delegado militar o de un rector-delegado civil y académico.
Las intervenciones de las universidades se orientaron con éxito a que las ideas y las personas opuestas a los regímenes dictatoriales fueron ex-
pulsadas de las instituciones y/o silenciadas. El que el poder universitario haya sido puesto en manos de los sectores sociales, culturales y políticos que además de apoyar a los diferentes regímenes dictatoriales, tenían una visión particular del funcionamiento de la educación superior y del papel que a esta le correspondía en una sociedad, facilitó la neutralización, aun si temporal, de todo pensamiento “transgresor”. Ese tipo de Universidad “normalizada” se consolidó en cada país y no solo porque satisfacía los objetivos de los militares en el Gobierno o porque hubiesen sido dichos sectores los que ocuparon los puestos de poder de las universidades intervenidas. Para su consolidación fue esencial la influencia de los mismos protagonistas de la intervención y “normalización” de las universidades en la redacción y en la implementación de las nuevas legislaciones que transformaron la Educación Superior de cada país impulsando la participación de la esfera privada en el ámbito. De la misma manera que la depuración político-ideológica contra la izquierda, el deterioro de las Ciencias Humanas y de las Ciencias Sociales y el empoderamiento del conservadurismo católico de derechas fueron rasgos comunes a todas las experiencias de intervención, la reducción de la responsa-
bilidad estatal y el aumento de la presencia de la esfera privada fueron características trasversales a todas las legislaciones universitarias establecidas a lo largo de los regímenes dictatoriales.
En el caso chileno, el Estado que hasta entonces había sido el principal impulsor del crecimiento y del desarrollo de la educación superior, pasó a tener un papel subsidiario, secundario, limitado a la definición de los marcos regulatorios dentro de los cuales las iniciativas públicas y privadas desarrollarían su actividad educativa. A las universidades estatales se les fraccionó en diferentes sedes y se les recortaron sus presupuestos, disminuyéndose así su preeminencia dentro del ámbito universitario. La intervención dictatorial de las universidades ya fuese de tipo militar o no, preparó y blindó la incursión y la consolidación de la esfera privada como agente clave en la promoción de la educación superior. En ese marco, el ascenso de la incidencia de la Universidad Católica de Chile dentro del sistema universitario fue de la mano con la instauración del nuevo modelo.
SOL SERRANO, ACADÉMICA UC Y PREMIO NACIONAL DE HISTORIA:
“CREO
QUE LA DEMOCRATIZACIÓN SOCIAL
EN LAS UNIVERSIDADES DE EXCELENCIA, COMO LA NUESTRA, ES TODAVÍA UNA DEUDA NO SALDADA”
POR CAROLINA SILVA
Estudiante de Periodismo UC y editora revista Crisálida.
El 2018 Sol Serrano se convirtió en la primera mujer en ganar el Premio Nacional de Historia, hito que demuestra una trayectoria académica intachable en la investigación de la historia política, intelectual, educacional y religiosa del siglo XIX en Chile. Hoy, noviembre de 2024, Serrano es uno de los posibles nombres para suceder a Ignacio Sánchez como rector de la Universidad Católica. De ser así, se convertiría en la primera mujer en liderar la institución, tradicionalmente dominada por hombres. Su camino por la UC no
ha pasado desapercibido. Obtuvo su doctorado en Historia en nuestra universidad, después de su paso por la renombrada Universidad de Yale y, desde entonces, asumió el cargo de profesora del Instituto de Historia. Entre 2015 y 2017 se desempeñó como Vicerrectora de Investigación.
En una conversación sobre la relevancia de la Reforma Universitaria, la historiadora analiza cómo tal período de transformación tuvo un efecto en la educación superior a lo largo del país.
Actualmente, según cifras del primer Boletín del
Observatorio de Equidad de Género, el 65% del estamento profesional y administrativo de la Universidad está compuesto por mujeres; mientras que en la comunidad estudiantil corresponde al 52%. Además, solo 37% encabeza cargos de autoridad. Estas cifras evidencian la brecha de género existente en la comunidad universitaria, pero que año tras año va disminuyendo. Ante el aniversario n°5 de su creación, Silvana tiene esperanzas que la perspectiva de género en la UC se convierta en algo universal, sin posibilidad de retroceso.
—¿Qué opina de la Reforma Universitaria como momento de cambio en la educación, en un contexto de transformación a nivel país, como son los años sesenta? ¿Hay una correlación entre la situación universidad y situación país?
—Sin duda están muy vinculados y lo interesante es que coincidieron de una forma original que suele mencionarse poco. Un tema es la democratización de la Universidad, que es el reclamo estudiantil de la UC en los 60, junto a un reclamo social por democratización que venía de sectores diversos y amplios y que a mi parecer cristalizó en el triunfo de Frei Montalva en 1964. Digo esto porque es distinto el concepto de democratización que el de un cambio radical del sistema, cómo podría ser la dictadura del proletariado
En la Reforma está la democratización como acceso de sectores socia-
les excluidos y también, de manera muy relevante, la pertinencia de los estudios universitarios a la realidad social del país, a su estudio, comprensión y transformación. Por tanto, se junta el ser una universidad de elite con ser una universidad docente que solo prepara tradicionalmente para las profesiones.
Pero se da también otra corriente que tiene que ver con la historia y el sentido de la Universidad en cuanto institución. Había malestar en académicos que reclamaban el origen de la Universidad como una institución que transmite y crea el saber. No reclaman la Universidad del siglo XVII o XVIII que eran estrictamente docentes, sino lo que en general se llama la “universidad moderna” cuyo modelo es la Universidad de Berlín a comienzos del XIX fundada por Humboldt, en que se propone que la universidad es un lugar de crea-
ción, de investigación y que aquello es inseparable de la docencia.
Si trasladamos esta teoría al plano nacional, la Universidad de Chile, según el concepto de Andrés Bello, quiere ser una universidad científica y no profesional. Este deseo era una utopía ya que no había la suficiente formación de académicos para emprender esa tarea. A la vez, los jóvenes de elite buscaban las profesiones.
Finalmente, y por razones más estructurales que por falta de visión, la universidad nació como la más profesional de todas. La crítica a la universidad profesional empieza a adquirir densidad justamente en los años sesenta entre los académicos. Entonces se da una paradoja maravillosa; las dos principales figuras intelectuales de la Reforma fueron dos catedráticos conservadores. Uno venia de la biología y el otro de la filosofía, y que además tenían el mismo
nombre: Juan de Dios Vial. El biólogo era Correa y el filósofo Larraín. Y resulta que concuerdan con los jóvenes de la reforma de los sesenta.
El movimiento estudiantil de la Reforma se trasladó rápidamente a la política nacional, siendo uno de los contribuyentes a la polarización por la que atravesaba el país. El resultado fue una universidad científica en la cual los institutos de investigación fueron el centro nuclear. Difícil, pero exitoso. El movimiento pudo con las restricciones evidentes luego que la universidad fue militarmente intervenida. Como bien sabemos, la UC fue tratada en la dictadura como la institución que salvó la reforma en muchas cosas; en cambio a la UCH la intervención militar, en el ámbito al cual me estoy refiriendo, la destrozó.
Creo que la democratización social en las universidades de excelencia, como la nuestra, es todavía una deuda no saldada, aunque hemos avanzado en los últimos 20 años. Hoy en día, esa es una aspiración de toda la universidad. No saco lecciones del pasado, reconozco que iluminan el presente y diría que lo más original de nuestra Reforma y de nuestras federaciones de estudiantes es no haber sido una réplica de la política nacional, porque ello da espacios para una autonomía creativa. Deberían
ser críticos y exigentes, no solo en los social, sino en lo académico. Eso lo tuvo la Reforma Universitaria del año 67 y luego perdió, pero en otros momentos se ha recuperado. Por cierto, las federaciones de estudiantes han estado muy preocupadas por la equidad de género y la inclu-
“El movimiento estudiantil de la Reforma se trasladó rápidamente a la política nacional, siendo uno de los contribuyentes a la polarización por la que atravesaba el país.
El resultado fue una universidad científica en la cual los institutos de investigación fueron el centro
nuclear. Difícil, pero exitoso.”
sión en todos los niveles, pero me gustaría escucharlos reflexionar sobre qué significa ser un alumno de la UC, sobre qué hace que para cada uno y una sea una experiencia distinta.
La reforma ya está muy atrás, se logró el objetivo. Hoy ya no estamos en la
lucha por la investigación, sino en la unión clara de todas las dimensiones de la universidad. La universidad es una experiencia y lo es para todos, y todos estamos expuestos y abiertos a distintas formas de saberes. Somos una comunidad que se define por la creación de saber para el ser humano y la vida en sociedad. Estamos por sobre todo y ante todo.
SOMOS MUCHOS MÁS DE LO QUE CREEMOS
POR ISIDORA RODRÍGUEZ
Estudiante de Ingeniera UC y Consejera Superior
La democracia universitaria en Chile se ha caracterizado por las luchas y reformas promovidas por estudiantes, académicos y trabajadores en defensa de la educación y de las condiciones dentro de establecimientos de educación superior. Es una historia que comienza en la década de 1930 donde el movimiento estudiantil toma fuerza con una demanda clara: mayor participación en la toma de decisiones. Tras años de lucha, en 1968 se concretiza la Reforma Universitaria, que logró democratizar y modernizar las universidades de todo Chile. Sin embargo, la dictadura de Augusto Pinochet significó un retroceso en todos estos logros, eliminando la autonomía universitaria y la participación democrática de las universidades, a través de la designación de rectorías y la represión de la organización estudiantil. El fin de la dictadura significó una transición hacia mayores espacios de democracia, y hubo logros significativos en la rearticulación de las organizaciones estudiantiles. No obstante, debido a que las universidades aún están
sujetas a normas implementadas en dictadura, la democratización avanza de manera lenta y con mucha resistencia. Y a causa de esto, se generó un momentum propicio para las movilizaciones estudiantiles venideras del 2006 y 2011, las cuales colocaron en la palestra pública la necesidad de la autonomía universitaria, la existencia de un cogobierno universitario, y el fin del sistema de financiamiento de las universidades, asegurando el derecho de todas las personas al acceso a educación de calidad (Muñoz-Tamayo y Durán-Migliardi. 2019). Estas movilizaciones convergen en la promulgación de la Ley de Educación Superior en 2016, que introduce la gratuidad en la educación superior y el fortalecimiento de esta, representando avances importantes, pero en ningún caso suficientes.
La UC ha sido protagonista en cada uno de los hitos de esta historia, pero ¿qué tan democrático es nuestro Gobierno Universitario hoy? Es verdad, grandes logros han visto las paredes de nuestra Universidad como es el
caso de la primera – y única – elección democrática de rectoría con Fernando Castillo Velasco. Sin embargo, también hemos sido parte de los hitos más grises de esta historia. Nuestra Universidad fue un ente opresor en dictadura, se benefició de la instauración del nuevo sistema de financiamiento a universidades privadas, y por mucho tiempo, permaneció cerrada para todas las realidades de Chile.
Este año está ocurriendo un hito importante dentro de nuestro establecimiento. Después de 15 años, Ignacio Sánchez deja la rectoría y se abre la puerta para que una nueva persona ejerza el cargo. La elección de quienes son posibles nombres es llevada por un comité de búsqueda compuesto por la Secretaría General, académicos electos por sus pares, y personas designadas por el Gran Canciller de la Universidad, las cuales, este año corresponden a académicos y el Vice Gran Canciller. Este comité, realiza sesiones individuales de 20 minutos y sesiones grupales de mayor duración, en donde preguntan tres cosas: ¿Cuál cree us-
ted que son los desafíos y oportunidades para la Universidad en los próximos 5 años? ¿Cuál debería ser el perfil del futuro rector o rectora? Propuesta de personas que podrían conducir la Universidad para el próximo periodo. Luego de recibir estas respuestas, generan un informe, que es entregado el Gran Canciller junto a una nómina de nombres, los cuales ordena y entrega a la Santa Sede, quien da el visto bueno.
Ahora bien ¿qué nos dice este proceso sobre la democracia universitaria de la UC? En primer lugar, efectivamente hay un interés de escuchar a todas las personas de la comunidad. En segundo lugar, que, para efectos de nuestra Universidad, solo académico poseen las cualidades que te permiten ser parte de un espacio tan importante de toma de decisiones. Y, en tercer lugar, que en ningún caso, estudiantes y trabajadores participan de manera plena y horizontal en el gobierno universitario.
Quienes queremos una mejor democracia universitaria, entendemos que queda mucho camino por recorrer. Esta se logra plenamente cuando valoramos la diversidad de experiencias que llegan a nuestra Universidad, se nutre cuando escuchamos, discrepamos y dialogamos, y se robustece cuando hay garantías de que cada una de nuestras voces van a ser escuchadas. Pero ¿cuán-
tos somos los que deseamos esto? Personalmente, creo que somos más de lo que nos imaginamos, porque, aunque no participes de la política universitaria o no sean parte de un sindicato de trabajadores, si te afecta cómo y quién toma las decisiones, sí in-
“El fin de la dictadura significó una transición hacia mayores espacios de democracia, y hubo logros significativos en la rearticulación de las organizaciones estudiantiles. No
obstante,
debido
a que las universidades aún están sujetas a normas implementadas en dictadura, la democratización avanza de manera lenta y con mucha resistencia”.
cide en tu vida. Quienes toman las decisiones son responsables de la cantidad de tiempo que descansas, son quienes deciden qué lugares tienen los trabajadores para comer y descansar, deciden qué aprendes y qué no, deci-
den si financiar a los deportistas o no, deciden qué tanto pagas por la universidad (en cierta medida), deciden qué actividades puedes realizar dentro de la U, deciden qué opina la UC sobre temas que te inciden directamente como lo son los derechos reproductivos de las mujeres, una nueva constitución, la próxima presidencia de Chile, las violaciones de DDHH en otros lugares, la condonación del CAE, la gratuidad, incluso, sobre la manera en que las personas aman a otras. Si te importa alguna de estas cosas lo suficiente, probablemente, también quieres una mejor democracia universitaria.
El siguiente paso que debemos dar es incierto porque parece fortalecer la democracia universitaria parece ser una labor muy grande, pero cada uno de nosotros, con nuestras experiencias, podemos aportar con un acto tan simple, como lo es participar. Participa de las elecciones, de una iniciativa, en clases, de una charla, de un encuentro, pero en no te quedes al margen. Porque una universidad democrática, es aquella en donde todos somos parte.
“Quienes queremos una mejor democracia universitaria, entendemos que queda mucho camino por recorrer. Esta se logra plenamente cuando valoramos la diversidad de experiencias que llegan a nuestra Universidad, se nutre cuando escuchamos, discrepamos y dialogamos, y se robustece cuando hay garantías de que cada una de nuestras voces van a ser escuchadas.”
Muñoz-Tamayo, Víctor, & Durán-Migliardi, Carlos. (2019). Los jóvenes, la política y los movimientos estudiantiles en el Chile REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS
reciente. Ciclos sociopolíticos entre 1967 y 2017. Izquierdas, (45), 129-159. https://dx.doi. org/10.4067/S0718-50492019000100129
LA VIGENCIA DEL RECUERDO DE LA REFORMA:
REFLEXIONES INSPIRADAS POR FERNANDO CASTILLO VELASCO
POR MASSIMO MAGNANI
Estudiante de Derecho UC y coordinador político Consejería Superior
Para el cierre de esta edición de la Revista Crisálida, hemos querido recordar las reflexiones que Fernando Castillo Velasco, como uno de los protagonistas del proceso transformador de la Reforma Universitaria de la Universidad Católica, plasmó en un escrito publicado en
la Revista Mensaje el año 2007 a 40 años del proceso.
Hoy, a 17 años de estas reflexiones y a 57 de la Reforma, las sostenemos como plenamente vigentes y actuales. En primer lugar porque reflejan el espíritu perdido de un tiempo de cambio, una tiempo don-
de, pese a las turbulencias que ello supuso en el camino y al violento final que tuvo, existió un hermoso anhelo de la sociedad chilena de sentir que podía repensarlo todo, y desde ese ejercicio, cambiar con profundidad la estructura de nuestro país y nuestro orden social.
Tiempo de cambio del que la Universidad, lejos de permanecer ajena, se hizo partícipe plenamente, dando un ejemplo de este espíritu de la época en una de sus aristas más evidentes: la necesidad de crear comunidades e instituciones que le dieran a cada uno un espacio de participación y de aporte en su construcción, que en palabras de Castillo Velasco es esencial, y que, como nos lo recuerda, “no implica participación de todos en todo, sino el establecimiento de mecanismos expeditos que hacen posible, en los distintos niveles de la vida universitaria, la colaboración responsable de profesores, estudiantes y trabajadores en la gestión de la Universidad”.
La vocación de esta época, que puede bien resumirse en el abrir las puertas a quienes habían estado siempre fuera y en el mirar la situación de aquellos que el orden imperante había dejado atrás, es un ejemplo que hoy nos es al mismo tiempo extraño y preciado.
Extraño porque, 17 años después, la reflexión del final del texto sigue siendo, además de cierta, aun más aguda: la pérdida de los valores comunitarios y, como consecuencia, la fragmentación de la sociedad entre quienes acceden a los medios materiales y culturales suficientes y quienes no, que han constituido una nueva generación de los “sin voz”. Pero
preciado, porque es un ejemplo que nos invita a darnos cuenta de que esta realidad, individualista y fragmentada, no es natural ni inmutable, se puede cambiar con el empuje suficiente.
El texto de Castillo Velasco nos interpela y nos invita a reflexionar, en concreto, sobre lo necesario que es volver a pensar en una universidad que oriente su quehacer académico a las necesidades del país, que mire con mayor altura a sus funcionarios y trabajadores, y que se comprometa con una admisión aun más inclusiva para formar en el conocimiento a toda la sociedad. Pero nos invita, en lo abstracto, a formarnos la convicción de que la apuesta por la comunidad, inclusiva y de iguales, es posible. He ahí su belleza.
OBSERVADA DESDE LA UC:
A CUATRO DÉCADAS DE LA REFORMA UNIVERSITARIA
POR FERNANDO CASTILLO VELASCO
Artículo extraído de la Revista Mensaje
Recordar lo ocurrido hace cuarenta años es no decir la realidad de lo acontecido. El mundo cambia, la gente cambia. Los hechos se modifican según las nuevas interpretaciones y también las nuevas culturas, de tal manera que las apariencias recordadas retienen, por fin, poco de la realidad efectivamente vivida. Por eso me cuesta situarme en esa tarea y en ese lugar para decir esto fue lo que aconteció, en circunstancias de que ha pasado un largo tiempo,
tan deformador de lo hechos. Puedo, sin embargo, sobre la base de los documentos conservados, repetir lo que entonces dije, pensé y sentí ante las situaciones que tuve que enfrentar. De esta manera espero ubicar al lector en el contexto histórico y cultural que marcó esa época, usando el lenguaje de entones y el contexto de entonces.
discursos y polémicas, comentaré sobre lo que la perspectiva larga nos muestra como errores o exageraciones de entonces y también como sueños y proyectos que quedaron en el camino y que ahora son hacen falta.
Todas las citas están tomadas de los documentos y discursos publicados en el libro Los Tiempos que hacen el Presente. Historia de un Rectorado 19671973, de LOM Ediciones, 1997.
“ME HICE PARTE CASI SIN TOMAR CONCIENCIA”
Quisiera partir citando el prólogo de Juan de Dios Vial Correa, quien tuvo una intensa participación en esa época desde una perspectiva a menudo diferente de la mía, pero siempre comprometido a fondo con la Universidad. Él escribió “… justamente el interés de estas páginas radica en la forma en que ellas trasuntan la lucha apasionada – en la conciencia del hombre primero, y en su acción
Sin embargo, no pretendo reducirme a un ejercicio de nostalgia. Una vez que haya repasado esos práctica después – para rescatar del proceso de la reforma a uno de sus valores más genuinos, y para resistir la tentación de hacer del gobierno universitario una herramienta de dominio. Vieja tentación de la que tantos han caído ella no fue vencida sin renuncias, errores y fracasos. Pero aprendiendo de ellos y borrando rencores, se fue forjando un estilo que permitiera – dentro del arduo camino de la re-
forma – ejercer más bien la autoridad que el poder. La expresión “política” de este ánimo ha sido el gobierno por consenso, que puede parecer menos eficaz pero – en incontables ocasiones – al resguardar los derechos de las minorías, defiende la verdad… En parte preponderante esa ha sido la obra del Rector y esa obra ha tenido grandeza.”
Por otra parte, José Joaquín Brunner expresaba:
“En medio de ese torbellino, la Universidad Católica se levanta como el principal bastión del pasado. Un pasado claustral, bucólico y oligárquico. Suavemente autoritario, recoleto. Un pasado distante, ajeno a las voces juveniles que comenzaban a congregarse con las Corrientes de la época. Inevitablemente ahí, en esa Universidad donde lo arcaico se revestía con ideologías conservadoras, tenía que producirse el choque más intenso. Pues allí la rebeldía habría de encauzarse no sólo contra el pasado institucionalizado, sino, además, contra los padres, contra la moral familiar, contra un grupo social cuyo mundo había perdido vigencia cultural”.
La reforma de la Universidad Católica fue por fue por eso, mucho más que un proceso estudiantil, más que una reclamación política, más que un movimiento de refundación académica. Fue todo eso; es cierto. Pero adicionalmente fue un movimiento contra-cultural, una afirmación de identidades nacientes; un acto de negación de la herencia cultural de los elegidos… Todo eso reflejado en la famosa frase “El Mercurio miente”, que era como decir mienten nuestros antepasados, miente el decano, el rector espiritual, el régimen anciano. Todo esto fue puesto en tela de juicio ese 11 de agosto cuando los estudiantes se tomaron la
Universidad”.
De esa tremenda empresa me hice parte casi sin tomar conciencia de lo trascendental de la misión.
Sin embargo, rápidamente me sentí inmerso en un mundo apasionante, vertiginoso, pleno de entusiasmos y fantásticas y fanáticas disputas. Así fue como, asumiendo mi condición de Rector, dije: “la verdadera cultura de una nación no se confunde con la cultura de las minorías privilegiadas. Constituye, en realidad, la forma de vida del pueblo, que se expresa y encarna en sus tradiciones, costumbres, artes, ideas, creencias e instituciones”.
“La Universidad está abierta a toda la comuni-
dad nacional. En lugar de reflejar pasivamente el sentir y los intereses de grupos e ideologías poco representativos, ha de esforzarse, siempre desde el punto de vista universitario, por captar en profundidad los valores de toda la comunidad democrática… La participación efectiva y el aporte responsable en la tarea común son esenciales. Ello no implica participación de todos en todo, sino el establecimiento de mecanismos expeditos que hacen posible, en los distintos niveles de la vida universitaria, la colaboración responsable de profesores, estudiantes y trabajadores en la gestión de la Universidad”.
ORIENTACIONES PROGRAMÁTICAS
En frecuentes intervenciones fui relatando ante la Comunidad Universitaria los avances en el camino de la Reforma. Así, para la segunda etapa de la reforma, allá por junio de 1970, se incluyeron seis orientaciones programáticas que, entonces, parecían esenciales.
1. “Transformación de las relaciones de trabajo en la Universidad”. En que destaqué “La Universidad es responsabilidad de todos y cada cual debe participar no sólo en las ventajas y derechos sino también los riesgos y obligaciones frente a la comunidad”. Y más adelante, “el régimen de remuneraciones que propondremos a la Universidad debe impedir las diferencias odiosas e injustificadas entre las más bajas y las más altas rentas… Al hacer esto la Universidad se colocará al margen de las pautas que rigen la distribución de la riqueza y la valoración del trabajo en nuestra sociedad…”.
2. “Reforma el quehacer académico… Para ello es necesario poner el quehacer de profesores y alumnos definitivamente en la perspectiva de la liberación del hombre… Su misión no puede ser por eso adaptarse a una circunstancia histórico-social que condiciona la dominación del hombre, sino
precisamente la contraria: de adaptarse y rebelarse a través de su trabajo específico, afirmando su vocación crítica y su compromiso ético…” Esta propuesta general se desarrolló mediante indicaciones precisas sobre la política de investigación y enseñanza; en la formación de cuadros para la misma; y en la búsqueda de la excelencia académica, entre otras materias.
3. “Política de admisión. La tercera tarea que nos proponemos es… democratizar el acceso a la universidad... Se hace necesario implementar técnicamente mecanismos de selección que consideren… el trabajo previo del postulante dentro de su propio entorno existencial: condiciones socio-económicas del grupo familiar, tipo de educación... Se deben medir las aptitudes del postulante sin confundir estas con un conjunto
de habilidades específicas para conducirse y reaccionar según los valores culturales de los estratos dominantes…”.
4. “Comunicaciones Universitarias… Vínculo de estrecha colaboración con los sectores mayoritarios del país - los trabajadores y los jóvenes - las comunicaciones universitarias contribuyen a borrar las fronteras de la Universidad, fundiendo su quehacer con el quehacer del pueblo en un único proceso de creación y recreación cultural…”.
5. “Impulso a la Planificación Universitaria”.
6. “Consolidación de nuestra autonomía y formación del sistema nacional de universidades… La autonomía comprometida que postulamos es a la vez abierta y solidaria. No separa la Universidad de la sociedad ni tampoco de las restantes universidades del país”.
En medio de las turbulencias políticas de comienzos de la década, la Universidad Católica había avanzado tanto en su Reforma con la participación de todos los estamentos, de todas las disciplinas y áreas del saber y de todas las sensibilidades políticas, como para convocar el Claustro Universitario y presentar la Proposición
de Políticas para 1973. Por razones de espacio, me referiré sólo a los aspectos más innovadores. Así, por ejemplo, el Proyecto de Universidad de Tres Temporadas se proponía “obtener un incremento significativo del rendimiento universitario en las labores docentes… lo que permitiría reducir aquellas carreras, que hoy tienen una duración de 6 años, a 4 años y medio…”
En el desarrollo científico, “hemos constituido los Institutos y los Centros; creamos el Fondo de fomento de las Investigaciones; apoyamos el equipamiento científico e impulsamos el perfeccionamiento del personal académico”.
En la política de comunicaciones afirmábamos que
“ningún organismo de comunicaciones de la Universidad puede existir separadamente de los órganos que realizan el quehacer académico. Tal es la base de nuestra política y en ese sentido orientaremos la mayor parte de nuestros esfuerzos respecto de la propia Vicerrectoría de Comunicaciones y el Canal 13 de Televisión”.
Sobre la base de documentos del libro mencionado, podría destacar decenas de acciones concretas y objetivas de lo hecho por la comunidad universitaria en este tiempo y qué significaron avances importantes. Entre ellos, las nuevas carreras; la implantación de la elección democrática de sus autoridades; la construcción de una inmensa
infraestructura; la extensión y comunicación universitaria; la asignación de los recursos; la flexibilidad curricular; el desarrollo de la investigación científica; la política económica y administrativa; la carrera del profesor; la creación de los claustros universitarios; la creación de los Institutos, Escuelas y Centros, etcétera.
Los cambios revolucionarios exitosos - poco frecuentes en la historia - se caracterizan por modificar sustancialmente dos aspectos principales de la convivencia: los roles y relaciones de los participantes y la dirección principal de la dinámica del conjunto. En cuanto a lo demás - ordenamiento normativo, gestión y renovación de los recursos, tratamiento
de los perdedores- suele reinar el caos y una dosis no menor de despilfarro y sufrimiento.
Para honra de sus dirigentes y de la comunidad universitaria toda, ello no fue para nada el caso de la UC. Tal como he señalado antes, hubo cambios de todo orden en todos los planos de la vida de la Universidad y ellos se lle-
varon a cabo en un plazo increíblemente breve; no sólo sin caos, sino incluso con notables avances en el plano de la gestión y el uso controlado de recursos que, al final del período eran, en términos reales, muy superiores a aquellos del inicio.
En cuanto a la distribución del empleo por género en los 3 tipos de orga-
CAMBIARÍA ACENTOS
nizaciones según el gráfico 2, la tendencia es clara y única, 87% de los trabajadores son de género masculino y solo el 13% es femenino, subrayando que pueden influir mujeres desempeñando funciones como personal de aseo, seguridad, labores de asistencia y no necesariamente involucradas en el quehacer de la construcción.
Mirando desde ahora hacia el pasado, hay dos áreas en las que, de poder repetir la experiencia, cambiaría los acentos.
La primera se refiere a la retórica de la época, en la que nos dejamos llevar demasiado fácilmente por un lenguaje utópico simplista, sin reconocer a tiempo los umbrales más allá de las cuales la avalancha reformadora arriesga a transformarse en catarata incontrolable. Y por contraste con esta ingenuidad retórica, también caímos en la ingenuidad de signo contrario y que consistió en no reconocer en su verdadera magnitud la fuerza y las intenciones de una oposición no propiamente universitaria que procuró restaurar las estructuras de poder anteriores a todos los procesos de cambio. Así sucedió de manera paradigmática en el Canal 13, donde hubo formas de violencia y de represión completamente ajenas al espíritu de la Universidad.
En un sentido distinto, siento dolor por algunos valores centrales de la Reforma que se han perdido, o al menos acallado, en todo el país y que inevitablemente se reflejan también en la Universidad. Me refiero en primer lugar a la nueva y profunda fragmentación de nuestra sociedad, en la que una élite privilegiada goza de todos los beneficios de los países más desarrollados, mientras la inmensa mayoría no sólo sufre estrecheces materiales - que incluso pueden haber disminuido - sino que ya no cuenta ni en términos de cultura ni de participación ni de diálogo. Esta fragmentación, que incluye de manera importante la segregación geográfica, también tiene expresión dolorosa en las universidades, a pesar del hecho muy valioso de la gran ampliación cuantitativa de la educación superior.
Cuando me acerco, inevitablemente y pleno de
agradecimiento por todo lo que he recibido en la vida, al fin de mi jornada, tan llena de inmensos privilegios, me llevo también ese dolor por el debilitamiento de ese sueño de la Reforma, de ser la Universidad conciencia crítica de su pueblo, en circunstancias que ese pueblo sigue estando constituido por los sin voz, aquellos por quien tanto sufría nuestro Gran Canciller, Don Raúl Silva Henríquez.
“La Universidad que yo recuerdo y a la que aspiro es una Universidad que no le teme ni a la inteligencia, ni a la vida, ni a la juventud, ni a la política”