Que los Derechos no sean un Cuento

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Más allá de las palabras

- Miren, ahí va Carlos - Oye Carlitos, me escuchas, te estoy hablando, no seas grosero y responde

- Cierto, ya recordé que no escuchas nada de lo que digo (risas)

En un condado alejado de la ciudad, vivía Carlitos, un niño de once años, le encantaba leer, salir a jugar fútbol, dibujar y sobre todo escribir pequeños cuentos. Su madre, una trabajadora mujer, solía decirle que él podía llegar tan lejos como quisiera, que no tenía que dejarse limitar por nadie. Cada tarde al llegar de la escuela, Carlitos se encontraba con el ánimo decaído, se sentía solo, creía que nadie podía comprender lo que sentía, no le gustaba estar excluido de los planes de sus compañeros para salir a jugar fútbol, o ir a ver una película después de clases. La única solución que le encontraba a su estado de ánimo, era imaginar historias que después le gustaba escribir. En su mente podía llegar a dar los mejores discursos en clase, escuchaba música, la imaginaba y la tocaba. Un día como cualquier otro, llegó a casa, colocó su mochila en la sala, y se sentó a escribir un relato corto. Al paso de un par de horas, comenzó a imaginar cómo sería su vida si tuviera un hermano y lo increíble que sería poder jugar y estar con él. Entonces puso manos a la obra y comenzó a dibujarlo. Lo llamó Pepe, el pequeño hermano de papel y carbón, parecía tan vivo como el mismo Carlitos. Un día, cuando Carlitos estaba a punto de meterse a la cama, alcanzó a ver como el pequeño trozo de papel salía de su mochila, un poco asustado pero curioso se acercó a él, lo tomó y de inmediato Pepe hizo un pequeño saludo.

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