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Devocional

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HÉROE DE LA FE

HÉROE DE LA FE

EL ROLLO Y EL CORDERO

“Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Y ninguno… podía abrir el libro, ni aun mirarlo… Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos…” Apocalipsis 5:1-14

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Rev. José Arturo Soto B.

EN ESTE pasaje bíblico Dios está sentado en el trono, con un libro en su mano derecha. La mano derecha de Dios es mencionada como señal de poder, autoridad y justicia. Juan ve que es un rollo o un libro con siete sellos, de manera que su contenido permanezca seguro. Las Santa Biblia nos dice que no había nadie digno de abrir el libro y desatar sus sellos (Ap. 5:2-3). Juan el apóstol, empieza a llorar y lloraba mucho, porque no se había hallado a nadie digno (Ap. 5:4).

ENTENDAMOS ALGUNAS COSAS

Antiguamente los judíos cuando vendían una propiedad, hacían unas escrituras sobre esa venta; además, se registraba todo el detalle de la transacción haciéndose dos copias, una sellada y otra abierta. Al llegar el tiempo de jubileo todas las propiedades regresaban a sus dueños originales. Para cualquier judío del siglo I, una escritura sellada era un documento que al abrirse iba a revelar quién era el dueño de qué o a quién le había quedado en justicia y en legalidad alguna posesión o propiedad, etc. Ese contenido se mantenía en un lugar seguro, hasta el momento en que se tendría que abrir. ¬Al igual como un judío que, para evitar caer en desgracia, vendía su propiedad y se hacía una escritura. O podía esperar el jubileo, o encontrar un pariente cercano, un Goel (como así se le llamaba en griego y en hebreo), que estuviera en mejor condición económica, y pudiera rescatarla para entregársela al dueño original. Otro ejemplo, el de Ruth la moabita que quedó viuda. Booz, se enamora de ella y está dispuesto a redimirla, junto con la propiedad del difunto. Para redimirla implicaba buscar al pariente más cercano, y Booz no lo era, pero Booz le presenta al pariente más cercano, porque esa era la ley. Aceptar significaba levantarle descendencia al difunto, de manera que los

hijos de ese matrimonio, por lo menos el primero, no iba a ser un hijo del esposo, sino del difunto que no tenía hijos. Eso comprometía la vida de una persona, por eso ese pariente muy cercano dijo “no, yo no redimo, hazlo tú”. Y así lo hizo Booz, y Dios lo bendijo grandemente. Recordemos que una propiedad siempre es representada y registrada en una escritura sellada; este sello no podía abrirse, hasta que se encontrara a la persona indicada. En el principio Dios creó a Adán y lo puso en la Tierra para que el hombre la cuidara, viviera sobre ella y la sojuzgara. Adán era el señor de la Tierra, obviamente después de Dios. Adán cayó derrotado por Satanás, que con astucia lo doblegó, y de acuerdo con la ley de la guerra el que pierde queda hecho dependiente y esclavo del que vence. En este caso, Adán fue vencido por el diablo y este se apropió de la Tierra, usando un gran sentido de usurpación. La Tierra quedó hipotecada a las tinieblas. Entonces, ¿cómo podía ser recuperada? Para eso vino el Hijo de Dios. La palabra del Señor nos habla del primer Adán que perdió; luego de Cristo, el segundo Adán, que venció al diablo. El enemigo intentó venir con lo mismo, pero chocó con piedra y no pudo derrotarlo; sin embargo, el Señor lo derrotó reiteradamente; y en la cruz del Calvario lo exhibió y avergonzó públicamente, triunfando sobre él en la cruz. Allí vemos cómo se firma y se fundamenta el principio de la recuperación de la propiedad de este rey vencido, que fue Adán, y cómo el pariente cercano, que es Cristo perfectamente humano, consiguió para nosotros la propiedad de toda esta Tierra.

Quién era digno de abrir el libro

En Apocalipsis 5:4 vemos a Juan llorando, de pronto un anciano le dijo:

“No, no llores Juan, he aquí el León de la tribu de Judá, la raíz de David —forma de identificar al Mesías en el Antiguo Testamen-

to—, ha vencido y es digno de abrir el libro y de desatar sus sellos” (Ap. 5:5). Ahora, Juan ve a un Cordero, como inmolado, es decir sacrificado —es una forma de ver a Cristo en su muerte y sacrificio— (Ap. 5:6). Y dice que tomó de la mano derecha del que estaba sentado en el trono, o sea Dios, y a continuación vemos una escena de total adoración, reconocimiento y alabanzas, al único que es digno de gloria y exaltación, al Cordero de Dios (Ap. 5:9-14). ¡Gloria a Dios!

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