La horizontal insigne

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LEGADO CAROLINA MUZI

t IGNACIO COLÓ

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LA HORIZONTAL INSIGNE Es la famosa expresión de Le Corbusier al ver cómo se unían la pampa, el río y el cielo, en su visita de 1929. Horizontalidad como descripción del paisaje, como base arquitectónica e ideología: esquivando las jerarquías, la Cooperativa Chilavert abre sus puertas a quince años de su fundación.

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Pompeya no huele a tinta. Difícil saber qué actividad custodia esa fachada industrio-modernista cruzada por un mural. Son cinco los talleres de las manzanas linderas, un fenómeno que se repite en varias zonas y que, junto con el tango, en otros tiempos le dio tupé gráfico al barrio donde también se imprimían partituras. Las plantas arquitectónicas revelan el modelo de gestión que se verifica en el espacio de trabajo. Aquí, el formato horizontal que desde hace trece años sostienen trece trabajadores gráficos encastra con la precisión de un tipo móvil en la planta libre, abierta y lineal que, desde la vereda del 1136 de Martiniano Chilavert, penetra ochenta y siete metros hacia el corazón de una manzana industrial de la zona sur porteña. Es que, como una lenta jugada de determinismo espacial, en esta historia de noventa y tres años, la horizontalidad del viejo edificio logró imponerse allí donde hoy nadie manda: la Cooperativa Gráfica Chilavert, caso testigo de las recuperadas de comienzos del siglo XXI. El antiguo Taller Gráfico Gaglianone nació en 1923, quince años antes

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El Taller Gráfico Gaglianone se fundó en 1923. Entre 1997 y 1999, dejó de producir y se volvió una imprenta fantasma. Entre 2000 y 2001, sus trabajadores tomaron la imprenta para sostener las fuentes de trabajo. Así nació la Imprenta recuperada Chilavert: un legado que retoma la tradición del movimiento obrero. 02 Ernesto —junto con Cándido, Plácido, Hernán, Martín y Dani— es una figura clave de esta historia. 03 Puerta de ingreso sobre la calle Martiniano Chilavert 1136, Ciudad de Buenos Aires.

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La recuperada logró estabilizarse cuando se declaró como empresa de fin público y como centro cultural, biblioteca social y bachillerato, una escuela que se abrió en 2007. En la actualidad, cuenta con ochenta alumnos y cinco camadas de egresados. 05.06 La escuela se especializa en cooperativismo y otorga un título nacional. En sus inicios, tomó el referente del bachillerato del IMPA. A su vez, Chilavert pertenece a un grupo asociado de cooperativas recuperadas que abarca más rubros.

que el icónico Puente Alsina erigiera su tercera y definitiva versión de mole conectora. Hasta 1976, la cooperativa se dedicó a la impresión de folletería y prospectos de medicamentos. A partir de aquel año, se convirtió en el sello Ediciones de Arte Gaglianone, centrado en los libros y catálogos, en las impresiones del Teatro Colón y luego asociado con del Museo Nacional de Bellas Artes en la etapa que dirigiera Jorge Glusberg. Después de tantas mareas históricas, en la honda crisis de 2001, la tinta condujo al viejo taller a resistir con un modelo idealista de construcción social: ocupar, producir y educar. Apenas estuvo en pie, esta cooperativa-sigloveintiuno armó un centro cultural y, tres años más tarde, un bachillerato popular. Pero ese cambio, que hoy se reivindica como un logro de lucha valiente —el romanticismo siempre acompaña las experiencias de autogestión—, llegó de manera brusca cuando los empleados supieron que los dueños estaban por liquidar la empresa bajo la maniobra de una quiebra fraudulenta. A esa altura de 2002, de los cincuenta empleados, quedaron solo ocho, que resistieron un año de sueldos impagos. El maquinista alertó que pensaban llevarse las máquinas. Se plantaron. Ni siquiera se hablaba de la continuidad del trabajo. Fue el comienzo de una ocupación que duró nueve meses. Un camión de IMPA —una de las empresas recuperadas insignia— trabó el acceso y los trabajadores se quedaron allí con el apoyo moral de familiares, vecinos y otras empresas recuperadas. Con la policía custodiando la fachada, la producción de libros salía por un boquete que se abrió en el fondo del taller. Quién no recuerda aquel telón que nos hizo noticia en el mundo y material de documentales: Chilavert tiene un rol protagónico en La Toma (2006), de Naomi Klein. Los seis cooperativistas que quedan hoy en el edificio (Martín Cossarini, Daniel Suárez, Walter Figueroa, Ernesto González, Hernán Cardinale y el presidente, Plácido Peñarrieta) se entusiasman con el relato de esta gesta como si no la hubieran contado una y cien veces. Dora es la única mujer, ingresó haciendo limpieza y actualmente se ocupa de la encuadernación. Si tienen un pasado colectivo que construyen hace trece años, los caminos individuales muestran una interesante diversidad entre la experiencia gráfica y la comunicación visual. Hay huestes tipógrafas, maquinistas o editores de oficio, como en el caso de Hernán (50 años), anarquista y activista gráfico desde los quince: “Cuando no había computadoras, se bajaban las tiras de ocho centímetros y los títulos en cuerpo 14, se pegaba todo y se sacaban 21


07 Espacio del bachillerato. 08 Encuadernadora tipo binder de lomo cuadrado, en producción. 09 En el último paso del proceso de impresión, se encuentra Dora, a cargo de la encuadernación. 10.11 Impresión de planchas: para un documento en cuatricromía se necesitan cuatro planchas diferentes para cada uno de los colores. Luego del control cromático, se pasa al secado, sigue el corte de papel y plegado hasta terminar con el apilado, el último punto antes de la encuadernación.

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fotocopias; cuando no había impresión láser, metíamos las hojas en aceite y las pegábamos directamente en la chapa”, se ríe. Con ese bagaje llegó a Chilavert antes de que la Legislatura de Buenos Aires les diera la personería jurídica en 2004. Daniel (32 de sus 52 años en la imprenta) da fe de lo que cuesta sostener una forma de economía distinta: “No tenemos el margen de ganancia de una pyme y sigue habiendo desconfianza hacia las cooperativas. Pero, así y todo, llevamos catorce años. No cambio esta etapa por otra”, dice mientras muestra el registro de cuatricromía que emite su nave, una Manroland de doce metros de eslora. “Antes decoraba tortas, fui pastelero. Nada que ver, salvo por el dominio de los colores”, se ríe. Casi sin lupa, detecta cómo en cada punto del impreso habitan el magenta, el cian, el amarillo y el negro. Walter, su copiloto, lava la máquina antes de irse y explica: “Se lava cuando cambiás los colores. Son dos pasadas. Primero, el rojo y el azul; luego, el negro y el amarillo”. ¿Cómo es sostenerse en este modelo? “En infraestructura 22

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todo está igual; solo que nosotros compramos máquinas: esa gigante vino de España, la gesta fue maravillosa”, dice Martín (36 años), que estuvo especializándose allá y que posibilitó la compra. “Que todavía estamos vivos, eso rescato. Y la solidaridad de la gente que siempre ayuda dándonos trabajos; por eso enseñamos”, comenta. Una de las marcas sociales de Chilavert fue la creación del Centro Cultural (2004) y del Bachillerato para Jóvenes y Adultos (2007), que ya tiene cinco cohortes de egresados especializados en temas cooperativos. Y aunque no es una escuela de oficios, tiene una introducción a los temas de la impresión. También tienen una biblioteca y un centro de documentación sobre empresas recuperadas y procesos autogestivos, que depende de la Universidad de Buenos Aires. A diario, son unas noventa personas que circulan por el edificio. Los lunes se organiza la semana, los martes y miércoles se produce, los jueves se entrega y los viernes se cobra. Aunque detenido en 2002 —el mundo material de este megaespacio y toda posibi-

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12.13 Chilavert tiene dos pisos, abajo está la imprenta y arriba, el bachillerato, el centro cultural y un museo. 14.15 Manroland, la máquina offset rotativa alemana. 16 Cándido, primus inter pares, es un imprentero —hoy jubilado— de ochenta años que fue clave en la recuperación de la empresa. Nació en Canarias y llegó de chico a la Argentina. Vive a una cuadra de Chilavert, siempre en contacto con su imprenta, no deja de ejercer su vocación activista.

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lidad de renovarlo—, es el vetusto Omega verde el que sigue marcando el tiempo, digno y exacto. Como una obra de John Cage, el ruido de la imprenta da fondo a una discusión acalorada: Martín se trenza con Hernán en un debate que va de Trotsky a Monsanto, y que termina en una explosión de risa. Martín, trabajador de la imprenta, de 8 a 16, y profesor del bachillerato, de 17 a 21, llegó a Chilavert en 2003 tras una experiencia en IMPA. Se percibe el orgullo del oficio cuando otro de los “viejos”, Ernesto (en sus incipientes cuarenta), menciona el legado. Se trata de un gremio histórico, cuya tradición de lucha se remonta a 1878 con la primera huelga argentina, la de la Unión Tipográfica Bonaerense, organizada desde 1857 como sociedad mutualista. Ernesto, a cargo de las compras y las ventas, explica: “Sostener las fuentes de trabajo es el eje que atraviesa nuestra historia. No se puede pensar por fuera de un contexto y de distintas realidades políticas”. Con todos los defectos y la vida miserable que puede significar la autogestión (que es autoexplotación), Chilavert sostiene 23


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años de lucha que permitieron que las nuevas generaciones vean un horizonte más concreto. “Para mí, fue una gran escuela, y ese es el lugar que ocuparon en la sociedad las fábricas recuperadas, volver a sentir que algo es posible”, suma Martín. Como etapas de su historia, identifican la Ley de Expropiación que en 2004 aprobó la CABA: “Antes de eso, no era fácil —dice Hernán—, porque frente a las cooperativas, los gremios no sabían dónde pararse. La realidad les pasó por arriba. Chilavert fue escuela de la recuperación. Y le dimos empuje a ciertas nociones más libertarias, como el centro cultural, la biblioteca. Si bien éramos eco de situaciones que ya funcionaban en otros lugares, puertas adentro solo éramos muchachos que queríamos salvar la fuente de trabajo”. En el diálogo, surge la importancia que tuvo Cándido González, el más antiguo de la imprenta, ahora jubilado. Trabajó en Gaglianone desde que llegó de las islas Canarias en 1936. Cada tanto los visita y lleva materiales de concientización social que imprime en su casa. 24

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18 17.18 La máquina de tipos móviles —la Minerva— está arrumbada en el piso de arriba. Con suerte, si se busca con cuidado, al lado de la máquina, se encuentra algún tipo móvil de madera como el que se ve en las fotografías. 19.21 Ellos se definen como “un grupo que se conoció en el tiempo y se afianzó en la confianza.” Los visitan desde grupos locales hasta personas de todos los lugares del mundo que quieren copiar la experiencia.

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Hasta 2008, el grupo se mantuvo en diez; ahora son trece, y en un momento fueron dieciséis. Los primeros integrantes fueron hijos de compañeros fundadores; luego, gente que se acercó pidiendo trabajo, como Dora y Raúl, o Nelson Darín, que entró tras graduarse en el bachillerato. En 2007, se abrió otra etapa importante: “No alcanzaban las aulas y llegamos a tener como seis páginas webs”, se ríen. Asimismo explican: “El alto tránsito de diseñadores gráficos, ávidos por conocer Chilavert, hacía que muchos les dedicaran una webpage”. También está el sector vintage: arriba, en el centro cultural, hay un área que llaman “museo” con una Minerva que solo usaban para despuntar caprichos, hasta que se rompió del todo. La anécdota asociada es que a través de una revista para un centro de jubilados de Remedios de Escalada, dieron con una doble rareza: un viejo tipógrafo ¡que había fabricado la máquina! y además se las arreglaba cuando se rompía. En el museo se atesoran además tipos móviles de madera: “Son tan pocos que solo nos sirven para haikus”, humorean.

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22.25 Uno de los orgullos de la imprenta es un afiche con el retrato del subcomandante Marcos autografiado por él. Según Plácido —director de la Cooperativa Chilavert—, en los últimos tiempos habían perdido “un poquito de visibilidad”. Pero este último año, con la recesión económica, sienten una convocatoria mayor y parecen reactivarse otra vez.

cv Carolina Muzi Licenciada en Comunicación Social (UNLP). Profesora titular de Historia del Diseño, Teoría y Prácticas Narrativas (UNDAV) y Cultura Material (UNLP). Periodista, editora de libros y revistas. Curadora independiente.

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La especialidad de Chilavert siguen siendo los libros de mediana tirada (cinco mil), aunque no libros de arte: “Ya no conviene hacer libros con interior color, porque tardamos más, tiene más desperdicio, las máquinas ya están obsoletas para eso. Tenemos suerte de estar en un barrio imprentero, por los vínculos sociales y comerciales, intercambiamos laburo. La semana pasada se nos rompió la plancha y nos prestaron una de acá a la vuelta”, cuenta Ernesto. Plácido explica que en 2006, dieciocho cooperativas de todo el país, once de ellas recuperadas, se agruparon en la Federación Red Gráfica Cooperativa, un clúster que resguarda la competitividad y sustentabilidad económica y social de sus miembros; hay máquinas compartidas, y se va viendo en cuál de las imprentas conviene hacer tal o cual producto. La fama externa de Chilavert, al menos entre los estudiantes de diseño, es el halo didáctico: tras las charlas que los cooperativistas suelen dar en las universidades, muchos llegan para enterarse de primera mano qué es un pliego y cómo funcionan las máquinas. La experiencia propia es “la mística”, dicen: “Ganamos poco y nos divertimos mucho”. Y se ponen serios: “No es fácil; no existe la posibilidad de echar a nadie, ni de echar culpas. Una vez que se elige el camino cooperativo, hay que hamacarse”, dice Plácido. Todos volverían a repetir la experiencia Chilavert. De hecho, lo hacen con otras acciones desde la Red. Frente a la idea de modernidad trunca que pudiera filtrarse entre los sentimientos y las preguntas que generan tantas evidencias y testimonios de un compromiso genuino, la Federación brilla como paso superador, otra instancia de oxígeno al modelo. 25


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