Como podemos ver a lo largo de las escrituras, la historia de Dios y su pueblo ha sido un constante proceso de revelación y transformación. Desde que Dios hablaba con Adán en el paraíso, vemos la iniciativa de la Deidad por compartir con su creación. El apóstol Pablo dice a los corintios, que cuando eran paganos de una manera u otra, eran arrastrados hacia los ídolos mudos (1 Corintios 12:2), contraponiéndose esto a la naturaleza de un Dios que habla, como dice Amós: Ha rugido un león, ¿quién no temerá? Ha hablado el Señor Dios, ¿quién no profetizará? (Amós 3:8). Dios toma la iniciativa de hablar con un hombre pagano de Ur de los caldeos, llamado Abram, a quien le dice que salga de su tierra y de su parentela a una tierra que Él le mostrará. Aquel varón deja todo creyéndole a Dios y esto le fue tomado por justicia. Dios le dijo a Abraham, que sería padre de multitudes, haré de ti una nación grande y te bendeciré y engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te mal