Concurso Literario 2016

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OBRAS GANADORAS DEL

CONCURSO LITERARIO DEL DÍA DEL LIBRO 2016 Departamento de Lengua castellana y Literatura


Categoría A 1er. premio

Jorge Reina 2º ESO A Morfeo El tiempo no entiende de cobijos, lo he vivido en mi piel y sé como se siente. Me siento angustiado al meditar los segundos que permanezco entre las fronteras de la Vigilia y la Somnolencia. Ojalá pudiera escapar y no volver jamás, abandonarlo todo y emanciparme, ir allá a donde mi mente me lleve. Una utopía nunca antes imaginada me espera en la esquina de la página, que no puede florecer, no puede anhelar ser real ya que sin el resto de la hoja, no cobra sentido. Permaneciendo atada, puede ser fructífera para el libro, aunque sin poder cumplir su verdadero propósito. Digamos que me siento como la utopía y como la esquina de la página; sin la Vigilia quizás no me encontraría tan cuerdo, pero sin el sueño, yo tampoco podría mantener el juicio. Mi familia me espera detrás de la barandilla juiciosa. Solo tengo que saltarla y podré volver a la realidad. El problema es que no puedo moverme. No puedo gritar, ni pedir auxilio. No puedo gesticular. Solo puedo ver como siguen esperándome, angustiados porque no respondo.

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Mi compañero, Morfeo, es invisible, pero cuando me encuentro en esta situación le oigo y le siento; me oprime el pecho, me susurra lo que debo hacer, aunque a veces resulta insufrible. Aun no pudiendo expresarme, él también me oye, por eso intento evitar pensar en lo cargante que se vuelve a veces; puede traerme graves consecuencias. Siento que han pasado horas desde que llevo en mí este tormento, y Morfeo ha empezado a balbucear, alternando entre susurros y alaridos bruscamente. Ha cobrado forma, pero no logro comprender de qué se trata; es comparable a una sombra en movimiento, y a pesar de no tener ojos, siento que me observa. Le noto bastante enojado, a pesar de no tener expresión. Por primera vez en todo lo transcurrido, logro entender qué quiere comunicarme: "Te he oído mucho antes de dormirte, te he oído cada día desde que empezaste a respirar. Te sigo oyendo y nunca dejaré de hacerlo.” Ego pars tua. Morfeo tiene una voz similar a la mía, y no logro entender por qué. No sé quién es y no sé que quiere, pero se ha marchado y no parece regresar. Ante la ausencia de peligro, intento reaccionar y moverme. Lo he logrado. Cuando intento incorporarme, vuelvo a oír algo extraño, como si resonara en mi interior, una voz agitada e histérica: EGO PARS TUA. No he vuelto a tener ningún tipo de contacto directo con Morfeo, pero algunas noches me parece oírle en mi cabeza. ¿Quizás me oigo a mí mismo?

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Categoría A Finalista

Andrea Comerón 2º ESO C

Lo que el fuego se llevó “¡Huye!” Ese pensamiento era lo único que en mi mente resonaba. Lo único que veía cuando tenía los ojos cerrados. Pero cuando los tengo abiertos veo mis patas blancas sobre el oscuro color del bosque, haciendo crujir las hojas allá por donde pasaba. “¡Huye!” Las últimas palabras que pude escuchar de lo que en algún momento fue mi hogar. Ahora no es nada más que un infierno, las llamas lo están devastando todo, mientras todo aquel que puede huye, al igual que hago yo, aunque puede que sea la única. Y todo por la simple 'diversión' de los humanos de quemar objetos y lugares. Qué divertido, menuda gracia me hace. Cuando llegué, todo se estaba consumiendo. Toda mi familia, rodeada por un círculo de llamas, demasiado alto para cruzarlo. Un escalofrío me recorre al recordar ese instante. Toda la manada reducida a cenizas, y yo sigo

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viva. ¿Por qué yo? No logro comprenderlo, pero no puedo dejarme caer. Debo seguir o las llamas terminarán por alcanzarme. Y no puedo permitir que la única vida que se ha salvado de aquel caos también muera por no saber aceptar las consecuencias.

Llevo sin rumbo alguno durante varias noches, ya he perdido la cuenta. No he podido alimentarme de nada, dado que el fuego espantó a todas las presas posibles. Me alejo todo lo que puedo del bosque donde crecí, supongo que en el fondo sigo pensando en que las llamas me alcanzarán y me consumiré en ellas. Tampoco es una mala idea, vería de nuevo a la manada y estaría junto a ellos. Descarto finalmente el plan, debo mantenerme con vida. No puedo permitirme este tipo de pensamientos estúpidos. Al cabo de las horas tengo la visión borrosa y mi paso es el doble de lento. Debo hacer una pausa con urgencia. Encuentro un árbol con una abertura lo

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suficientemente grande para que no esté incómoda si entro en él. Al instante, mi mente está en paz, al igual que mi cuerpo. Pero no es así por mucho tiempo. He muerto infinitas veces debido a las llamas en mis pesadillas. Al final logro descansar. No tuve fuerzas para despertarme hasta el día siguiente. Ya despejada, pude notar que estaba famélica. Con mucho esfuerzo, logré cazar para no morir de inanición. Seguí mi no-­‐rumbo hasta toparme con un río de importante caudal. Bebí hasta calmar mi enorme sed, y me adentré en él, refrescándome y quitándome de encima el olor a humo, y junto a él la melancolía de haber perdido una gran parte de mí. A parte del descubrimiento del río, no ocurrió nada por el día. Al caer la noche, pude apreciar un sonido bastante inquietante. Un pistoletazo que marcó mi vida, más aún que lo vivido anteriormente. Mientras, simplemente sentí que me dormía. Desperté al sentir un incesante traqueteo. Quise moverme pero me encontraba en una jaula. A mi alrededor, había más jaulas y cajas con especies que nunca en la vida había podido observar. Gemí debido al dolor que la estrecha jaula me provocaba. Escuché una voz grave: -­‐La carga está a punto de llegar, jefe. (…) No se preocupe, además, hay un nuevo ejemplar. (…) No jefe, no está herido.

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Han pasado años desde que esto ocurrió. En resumen, aquel camión acabó en un zoológico. A pesar del horrible trayecto, el lugar donde acabamos fue estupendo. Pienso mucho en aquel día, ya tan lejano en el que la misma especie de individuos que destrozó mi hogar, me ha creado uno nuevo. Supongo que al final, no todos los humanos son horribles. Algún día contaré esta historia a mis cachorros, que se mordisquean entre sí, ajenos a mi pasado. Por cierto, mi nombre es Taylor. Estaba demasiado ocupada mientras procuraba sobrevivir, se me pasó el hecho de que quizás, alguien tuviera la curiosidad de saber cómo me llamaba.

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Categoría B 1er. premio

Elena Chacón 4º ESO D

Virtual "Una emboscada", pensé mientras hundía mi arma en el último cuerpo. Les advertí de que podía ser una trampa; de que era peligroso, pero no me hicieron caso. Necesitaban comprobarlo con sus propios ojos antes de ceder ante los hechos. Necesitaban algo en que creer. Extraje la espada del cuerpo sin vida de mi oponente. Exhausta, miré a mi alrededor y se me heló la sangre. Aquel claro del bosque estaba cubierto de cuerpos que desaparecían en un fogonazo, uno tras otro, amigo o enemigo. El cielo se encontraba oculto tras una capa de pixus rojos, el equivalente a la sangre en aquel lugar, desprendidos de la batalla. Arrastrando los pies, me dirigí al que tenía más cerca, un hombre envuelto en una armadura hecha pedazos. Le cogí del brazo. -­‐Vamos, levanta, en el gremio te curarán -­‐no se movió-­‐. Tenemos que... Desapareció y mi mano asió el aire. Con el sonido de las olas rompiéndose en la orilla, sus pixus se unieron al macabro rubí en que se había convertido el cielo.

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Apreté los ojos y aparté la mirada. Me agarré el brazo, el cual se encontraba adornado por un gran corte, regalo del hombre serpiente; llegados a ese punto me dolía hasta la cola de felino. Envainé mi espada y paseé la vista por el escenario. Se iba quedando desierto a una velocidad vertiginosa. Me sentí como en una pesadilla; mis compañeros caían sin poder evitarlo. El mundo comenzó a inclinarse ante mis ojos y me tambaleé, sumida en un repentino ataque de vértigo. Comencé a hiperventilar. Tenía miedo. Me percaté de que el monstruo que estaba a mi lado había desaparecido y el pánico amenazó con aplastarme. Estuve a punto de dejarme llevar cuando oí un gemido. Alcé la cabeza inmediatamente y me dirigí cojeando hasta su procedencia. Ya no había nadie más, tan sólo aquel hombre y yo. Entonces lo identifiqué. -­‐¿Cómo...?-­‐ me dejé caer a su lado, conmocionada, al ver por primera vez a mi mentor derrotado. Con el corazón en un puño, contemplé los grandes ríos de pixus que manaban de sus profundas heridas; no le quedaba mucho tiempo. Me temblaba la voz. -­‐Aguante, Maestro Tai, voy a buscar ayuda. Traté de levantarme pero me agarró la muñeca. Su voz era muy débil, como la intensidad de su mirada. Tosió.

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-­‐Pequeña, no queda nadie más.-­‐ Tosió de nuevo.-­‐ Cuando me transfiera tendrás que ser fuerte, ¿podrás hacerlo? -­‐No le entiendo.-­‐ Contuve las lágrimas.-­‐ En el gremio acordamos que nos dividiríamos, que los sanadores se quedarían allí y...-­‐ Le miré a los ojos y entonces lo comprendí. Me llevé las manos a la boca-­‐ No puede ser... Hundí la cabeza en su pecho y me eché a llorar. Me acarició el pelo con su rugosa mano, la misma que me entregó mi primera espada. La misma que me secó las lágrimas y me ayudó a levantarme tantas veces. -­‐¿Podrás hacerlo?-­‐ repitió. Negué con la cabeza entre hipidos.-­‐ Confiamos en el entrenamiento que has recibido, mi pequeña Silvya.-­‐ tosió aún más. Su barra de energía estaba prácticamente vacía. Aunque no fuese una muerte de verdad, su sufrimiento se veía real; muy real. Alcé levemente la cabeza. Cálidas lágrimas surcaban mis mejillas. -­‐Yo... yo no... -­‐Trataré de ayudarte desde allá afuera.-­‐ Señaló al cielo, rojo como la sangre.-­‐ Contactaré con Jean, él podrá hacer algo. -­‐¿Jean? ¿Quién es...? No se vaya, maestro-­‐ trató de secarme una lágrima con el pulgar.-­‐ Por favor...

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-­‐Nos volveremos a ver, te lo prometo. Y seguiremos con las prácticas de defensa, que aún te falta por aprender-­‐ se rió por lo bajo, sin fuerzas. Parecía a punto de romperse de lo frágil que se veía.-­‐ Recuerda todo lo que te he enseñado, Sil. -­‐Maestro... -­‐Ya conoces las reglas de este mundo. Cuando desaparezca, mis habilidades y todas las de cada miembro caído en el gremio pasarán a formar parte de tu arsenal. Deberás aprender cómo usarlas para encontrar lo que estamos buscando antes que ellos. -­‐Por favor... -­‐Eres nuestra última esperanza, Silvya; confío que podrás...-­‐ dicho esto tosió y me acarició las orejas gatunas por última vez. Su barra de energía parpadeó. -­‐¡NO!-­‐ me abracé a su robusto cuerpo-­‐ ¡Maestro Tai!-­‐ sollocé cuando comenzó a emitir un brillo rojizo. Se quedó inmóvil. -­‐¡No se vaya!-­‐ supliqué con la voz rota.-­‐ No me deje... Me encontré abrazando el aire. Miles de pixus me envolvieron y se elevaron hacia el cielo sangre. -­‐...sola. Reinó un silencio sepulcral.

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Cuando la esencia de Tai se disolvió, aparecieron ante mí una docena de mensajes en los que se decía Transfiriendo habilidades. Me rodearon por completo y comenzaron a danzar en anillos concéntricos cada vez más reducidos hasta que desaparecieron. Todos los poderes de mis amigos estaban bajo mi mando. Cerré los ojos, recordando las últimas palabras del maestro y dos nuevas lágrimas rodaron por mis mejillas. Golpeé el suelo con los puños. Alcé la cabeza hacia el cielo y grité, grité desde lo más profundo de mi garganta; desde lo más profundo de mi corazón. Desde lo más profundo de mi dolor. Nadie respondió. * * * -­‐Vamos, Sil. Despierta. Me incorporé tan rápido que casi tiro a mi hermana al suelo. Ésta me miró con reproche desde el otro lado de la cama. -­‐Perdona Ana-­‐ me disculpé con la voz ronca. Me froté el cuello con una mano-­‐ ¿He estado...? -­‐¿...gritando?-­‐ finalizó suavemente por mí.-­‐ Sí, otra vez-­‐ dijo separando las sílabas. Se sentía ofendida por el hecho de que no quisiera contarle mis pesadillas.

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-­‐Vaya, lo siento-­‐ me golpeé la frente con la palma.-­‐ Este mal sueño se repite cada vez más.-­‐ lo cual era cierto. Llevaba soñando con esa escena casi una semana entera, solo que esta vez me había parecido más... realista que otras veces. -­‐Pues sí, la verdad-­‐ mi hermana pequeña interrumpió mis cavilaciones. Sacudió la mano a lo diva y puso cara de cachorrito-­‐ ¿Me lo vas a contar ya o...? Paff. La mandé callar tirándole un cojín a la cara. Lo que menos me apetecía en aquel momento era recordar la muerte de aquel hombre, que por alguna razón me conmovía profundamente. -­‐Entendido. Nada de explicaciones.-­‐ dijo extendiendo las manos en son de paz.-­‐ Bueno, deberías levantarte ya, es tarde; nosotros ya hemos desayunado-­‐ dicho esto se dispuso a salir de mi cuarto. Me dejé caer en el colchón y me mordí el labio. Sentía como si me faltase algo. Entonces mi hermana volvió a interrumpir mis pensamientos con su grito de ninja al tirarme el cojín. Lo agarré al vuelo y la fulminé con la mirada. Esta se escabulló riendo de la habitación antes de que se la devolviese; mi puntería en lanzamiento de cojines podía ser mortal si me lo proponía. Me cosquilleó el brazo e hice una mueca de dolor al tocarlo. Me lo acerqué a la cara y lo examiné bajo la débil luz que se colaba entre las rendijas de la persiana.

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Una gran cicatriz me surcaba el antebrazo, justo en el mismo lugar que en el sueño. 'No es posible'. Ahogué un grito y dejé caer el cojín para analizarla más detenidamente. En la suave penumbra, parecía brillar con luz propia. -­‐No puede ser... esto... yo… Me sobresalté cuando Ana abrió la puerta y asomó la cabeza. -­‐Ah, se me olvidaba. Dice mamá que deberías bajar ya; un tal Jean pregunta por ti.

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Categoría B Finalista

Celia Rodríguez 4º ESO A

Realidad Dañina 14 de Abril de 2029, 18:53.

“Últimas noticias: Ante los hechos ocurridos en las últimas horas, varios antidisturbios han salido a las calles de Madrid para parar las agresiones sin control de los manifestantes.” Gran Vía, Madrid. -­‐¡Capitán! ¡He encontrado esto! -­‐¿Una carta? * * * Querida yo: Quiero que leas esto detenidamente, quiero que le muestres al mundo lo que éramos y lo que somos, lo que hemos perdido y lo que hemos ganado, si es que hemos ganado algo. Quiero compartirte lo que pensabas hace 13 años y sé que ibas a cambiar, por eso decidí escribir esto. Quiero que recuerdes cómo eras, cómo hablabas, en qué

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confiabas y en que te fijabas para tener tanta curiosidad a tus 8 años. Sé que en estos momentos dirás “pero si no he cambiado”, pero en cuanto te recuerde de lo que eras capaz espero que reflexiones. Si mal no recuerdas, a tu alrededor todo estaba al margen de ti, pero con ello aprendiste a observar y a escuchar, diariamente escribías las sandeces que escuchabas en la calle esperando que algún día pudieses llegar a entenderlas y aunque yo no le veo el sentido, a lo mejor ahora sí puesto que sabrás más sobre todo. Quiero recordarte un día especial, el día que te diste cuenta que las personas habían perdido la humanidad, la razón y el amor y a cambio de ello se convirtieron en esclavos del sistema. Realmente fue un cúmulo de hechos lo que te hizo perder los nervios, pero ese cúmulo explotó cuando viste personas manifestándose apaleadas por policías nacionales, niños explotados por grandes empresas para conseguir el máximo beneficio, innumerables guerras diarias por las cuales la gran mayoría de personas no se interesaban no sé por qué, en cuanto esto pasaba en la proximidad de nuestro país todos entran en pánico. De todo esto pude deducir varias cosas: El mundo se mueve por el dinero y esto causa el egoísmo y el narcisismo humano. Y yendo más allá de los humanos, la sobreexplotación natural y animal se lleva a unos puntos muy extremos y todo gira alrededor del dinero, de la ambición y del poder. Cada uno piensa distinto, eso

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puedo entenderlo, pero no entiendo cómo se llega a pensar y a hacer sandeces como las que ocurren diariamente. Con esto quiero decirte que nunca seas una esclava del sistema, que defiendas tu libertad y tus ideales ante todo y sobretodo nunca dejes de luchar. Espero que con esto recuerdes más cosas, estoy segura de que no me has fallado. Tu verdadera tú, Carla Bayón * * * -­‐¿Dónde la has encontrado? -­‐Pregunta el jefe de antidisturbios. -­‐Bajo el cuerpo de una chica. -­‐Quémala.

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Categoría A 1er. Premio

Alicia Rodríguez 1º BACH E

Pirata Roberts Se respiraba la tranquilidad de un amanecer en alta mar. El capitán Roberts se había pasado la noche en vela y ahora contemplaba el mar en calma desde la proa de la grandiosa nave. En sus manos lucía la joya más valiosa de todos los reinos mediterráneos. Tras su larga búsqueda, y los centenares de saqueos a esos ricos engreídos, al fin había encontrado el mítico tesoro del que hablaban las leyendas de su infancia.

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Todo había sido ya planeado y no estaba apareciendo ningún imprevisto. La mejor noticia es que no había ni rastro de las absurdas supersticiones que rondaban atemorizando a su tripulación, gracias a la Diosa. Roberts temblaba inconscientemente solo de pensar en las terribles criaturas que le habían atemorizado en la profundidad de sus sueños cuando era solo un niño. Finalmente, el sol se alzó poderoso en el lejano horizonte, reflejando sus ardientes rayos sobre la plácida mar, y decidió que ya era hora de que los patanes que trabajaban para él se ganaran el almuerzo del día. Hacía cinco días que zarparon en rumbo este y para cuando diera el medio día ya estarían en mitad del océano, rumbo a la grandiosa Gran Bretaña y a su adorada familia real, a la cual iba siendo hora de hacerle una agradable visita. En su camarote, Roberts contemplaba fascinado cada detalle de los diminutos mecanismos del delicado reloj. Se había pasado toda la mañana limpiándolo y ahora se veía de un tono oro acristalado nunca visto entre sus incontables botines. Su padre estaría orgulloso, ansiaba su aprobación y, con ello, la herencia de las tierras más bellas que había conocido. Así podría abandonar la piratería y volver a sentir la calidez de su

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familia. Jamás volvería a ser desterrado de su propio reino. El reloj sonó por primera vez entre sus manos. Su timbre, hermoso y cautivador, se asemejaba a la melodía de una dulce campana de cristal. Sin embargo, Roberts apostaba la mano que le quedaba a que ese sonido presenciaba un terrible acontecimiento. En cubierta escuchó el murmullo de sus hombres, una inmensa nube negra con misteriosas tonalidades azuladas les seguía desde el oeste a gran velocidad. Era un hecho inaudito, en treinta años surcando esos mares jamás había visto nada semejante. La siniestra nube no tardó en extenderse sobre la desprotegida embarcación y descargar la tormenta más dura que ninguno de los presentes hubiera presenciado. Enormes rayos caían peligrosamente cerca, amenazando con alcanzarlos en cualquier instante, y los horripilantes truenos ahogaban las voces de los marineros mientras escupían indistintamente plegarias y maldiciones. El capitán Roberts tardó demasiado en reaccionar: -­‐ ¡Sujetad la carga! ¡Aferrad las velas! ¡Amarrad bien esos cañones! ¡Asegurad los cabos! ¡Moveos más rápido sucias ratas de mar! Pero nada era suficiente. El barco se vio en mitad de la tempestad, a merced de las caprichosas olas que

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se elevaban hasta rozar el cielo y caían vertiginosamente hacia él, golpeándolo con ferocidad. En cubierta, el fuerte viento y el brusco balanceo obligaban a los hombres a amarrarse con cabos si no deseaban caer y ser engullidos por las embravecidas aguas opacas. El aire arrastró el azul de los rayos, la afilada lluvia y el gris del mar dibujando el rostro de la mujer más hermosamente peligrosa conocida en los siete mares. Su voz resonó en la cabeza del capitán imitando el murmullo de las olas al romper con disonante calma en contraste con la realidad. -­‐ El reloj ha sonado y la hora ha llegado, se ha agotado tu tiempo, humano, es momento de devolver lo que has robado. -­‐ ¡Jamás! ¡A mí me pertenece! Antes doy mi vida que arrojo mi esperanza a las turbias aguas. -­‐ Que así sea, pero advertido quedas, no hallarás paz sin antes conocer el castigo de aquellos que osan desafiar a su Diosa. La temible imagen se desvaneció dejando paso a una ola colosal por babor que descargó con fuerza, destrozando la superficie del barco y arrancando dos de los tres mástiles. Manteniendo su orgullo bien alto, el capitán Roberts tomó el timón y desafió al viento y a las aguas.

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Un pirata nunca regalaría su vida sin ofrecer resistencia y aún menos cuando quien la reclamaba era la Diosa de los mares. De entre las olas surgieron enormes tentáculos y el bramido del temible servidor de la Diosa tronó entre la tempestad. De un único golpe partió el casco y el alma del capitán Roberts. -­‐ ¡Saltad! ¡Todos a estribor! – chilló a sus hombres – ¡No obtendrás más vida que la mía, mi Diosa! -­‐ Mi capitán… -­‐ quiso replicar el comandante. -­‐ ¡Es una orden! ¡Así que sacad vuestros sucios traseros de este navío antes de que cambie de idea y seáis arrastrados en mi compañía a las profundas aguas del infierno, malditos perros de agua dulce! Sin una sola palabra más los marineros echaron el bote al agua y cumplieron la orden sin volverse a mirar al que era su capitán. -­‐ ¡Oh, Diosa! Dueña de los mares y de mi honor. Te entrego mi cuerpo, pues ya has tomado mi barco, toma mi alma y lo que es tuyo por derecho. Acepta mi sufrimiento, mi castigo está siendo ejecutado. -­‐ Ahórrate tus plegarias, es bien sabido que tu vida no paga tu rebeldía, pero por haber demostrado coraje tomaré únicamente las almas de aquellos que te son desleales.

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Una última ráfaga de viento arrojó a Roberts hacia las profundas aguas del mar y allí, soltando su último aliento, con el reloj aferrado en su mano, devorado por las negras aguas saladas, entregó a la diosa su alma, su tesoro y su castigo. Poco después la tormenta cesó, las olas se calmaron y la tenebrosa nube se despejó para permitir apreciar pequeñas e inocentes nubes rosadas sobre un pálido cielo con matices de colores que despedía los últimos cálidos rayos de un brillante sol. Lamentablemente, el único superviviente para contemplar la hermosa calma fue el maltratado palo mayor que flotaba entre las verdes aguas, todavía turbias.

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Categoría A Finalista

Marcos Béjar 1º BACH A

La bodega del amén Estoy ahora mismo en el desván, con mi abuelo, ya que hace cinco años me prometió que justo hoy, que cumplo dieciséis años, me daría una sorpresa. Estoy algo nervioso, aunque por otra parte no me espero nada del otro mundo de este montón de antigüedades aparte de algunas fotos antiguas o algo así. Fernando, mi abuelo, se gira, muy serio, y con un pequeño y viejo trozo de papel entre las manos, me dice: -­‐ Carlos, si te enseño esto ahora, es porque quería esperar a que fueses lo suficientemente mayor para entender y reflexionar con esta antiquísima carta, que es una reliquia de nuestra familia.

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¿Una carta? Bueno, no me he hecho muchas ilusiones, pero tras esperar cinco años esto me sabe a poco. De todas formas, no pierdo nada por leerla, pero me gustaría saber un poco de qué trata antes de echarle un vistazo, así que le pregunto a mi abuelo de cuando era la carta y qué tenía de especial, y me responde: -­‐Es de la época en la que los caballeros eran la imagen de la máxima valentía y honestidad, no sabemos exactamente de qué siglo es, ya que lleva incontables generaciones en nuestra familia, pero supongo que eso le da más misterio al asunto. Lo interesante de esto y por lo que quería esperar para enseñártela es porque es un poco dura, ya que se trata nada menos que de una nota de suicidio. Se nota la sorpresa en mi cara, por lo que mi abuelo sigue explicando: -­‐Según se ha ido transmitiendo de boca a boca en nuestra familia durante siglos, un antepasado nuestro estaba enamorado de una humilde campesina que siempre tenía deudas con un noble que era dueño de varias tierras en lo que ahora es Badajoz. El amor era recíproco. Nuestro antepasado siempre tenía que estar vigilando a esa joven moza ya que de vez en cuanto aparecían caballeros sirvientes de este noble a amenazarla por no pagar a tiempo sus deudas. Un día, las deudas llegaron a enfurecer tanto al noble que

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mandó capturar a la chica, para seguramente matarla. Nuestro familiar, que se llamaba como yo, Fernando, no tardó en enterase, ya que él también era un caballero al servicio del noble. Cuando se enteró, decidió asaltar el castillo del noble, en la actualidad derruido, por la noche, para rescatar a su amada sin ser visto. El resto, lo cuenta perfectamente él mismo en la carta, toma, Carlos. Después de oír todo eso sí que me interesa la carta, tiene pinta de ser una buena historia, así que cojo la carta con cuidado, ya que es vieja, de las manos de mi abuelo y comienzo a leerla: “Amada Lorenza, escribo esto como últimas palabras para ti y para el hijo mío que sé que esperas con cariño. No me arrepiento de ninguna de mis hazañas ni de mis majaderías, ya que gracias a ellas vosotros viviréis. Quiero despedirme, pero sabes cuánto me gusta contar historias como la nuestra. Todo empezó por la noche, el vil de mi señor te tenía presa en una celda al lado de la bodega del castillo, y a cada paso que daba hacia el castillo, sentía más y más furia y determinación. Escalé por una de las paredes del castillo y logré entrar por una pequeña trampilla, siempre con el miedo en la garganta, ya que con mi armadura, debía moverme con cuidado para mantener el sigilo. Gracias a que me conocía muy bien los pasillos y pasadizos del castillo, no me costó mucho encontrarte, atada y enjaulada, como si no fueras una diosa.

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Al despertarte y verme, casi escapaste un grito, pero yo puse mi dedo en tus labios como señal de que debíamos ser silenciosos, unos labios que nunca volvería a tocar. Pensé que podríamos haber escapado por la trampilla por la que entré, pero por miedo a que cayeras, decidí que huiríamos abriendo la gran puerta principal del castillo. Al llegar, me recorrió un sudor frio que atravesó mi alma, ya que recordé que por la noche, la puerta no solo se cerraba por fuera, sino que también por dentro, y que para abrirla no tendría más remedio que romper la cerradura, lo cual crearía un estruendoso ruido metálico. Desde ese momento supe que este sería el día en el que yo moriría y tú vivirías. Con mi mandoble, partí el cerrojo y abrí la puerta golpeándola furiosamente con mi cuerpo, ya que había que apresurarse, puesto que comencé a oír ruidos que provenían de varias alcobas del castillo. Afuera sólo había una yegua blanca, y al otro lado del pasillo principal ya empezaban a llegar guardias. Te monté en el animal y la azoté para que empezase a galopar contigo a lomos lo más lejos que pudiese. No hubo tiempo a un adiós, tan sólo una mirada, por mi parte, de esperanza por tu futuro y el de nuestro hijo, y por la tuya, de dolor, por nuestra separación. No te equivoques, querida, yo también estaba destrozado, pero no había tiempo para entretenerse, debía entretener a los guerreros para que no fuesen en tu busca. Raudo, acometí contra los dos guardias, al primero no le dio

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tiempo a reaccionar, pero el segundó hirió mi hombro con un golpe de su escudo, sin embargo, tras embestirle con mi mandoble, conseguí zafarme de él.

Cada vez hacía más ruido, y por lo tanto, más guardias en mi busca. Comencé a avanzar al interior del castillo, tras atrancar la puerta con la espada del primer guardia, para frenarlos un poco en caso de que me dieran muerte. No sabía adónde ir, no debía escapar, pero tampoco podía quedarme sin hacer nada, así que me resigné y decidí encerrarme en la bodega. Estaba algo lejos, por lo cual no pude evitar el combate con varios guardias, a los cuales los tenía como mis hermanos, pero los comprendo y perdono, ya que el traidor a su señor soy yo, sin embargo, no creo que ellos me perdonen a mí. No había tiempo para lamentarse, así

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que me limité a no mirarlos a la cara cuando me enfrentaba a ellos, mis brazos seguían combatiendo, pero mis ojos lloraban, y me impedían batallar con brío. Estaba extrañado de que no me hubiesen asestado ningún golpe mortal, me parece que ellos tenían las ideas algo difusas, y esa duda les hacía fallar sus golpes. Al llegar a la bodega, los caballeros a mis espaldas eran demasiados como para intentar defenderme. Cerré la puerta lo mejor que mis magulladas manos pudieron y coloque varios barriles de vino, que sirvieron para apuntalar la puerta. Ya dentro, cogí pluma, tinta y papel del libro de registro del encargado del vino y me dispuse a escribir lo sucedido. Busco la mejor forma de matarme mientras te escribo esto, es pecado, pero a diferencia de mis antiguos compañeros, la idea de morir en batalla me resulta muy poco agradable, cuando el suicidio es algo que yo puedo elegir cuándo y cómo hacerlo. Al otro lado de la puerta está Mendez, mi más fiel amigo hasta el día de hoy, al cual he hecho prometer que proteja esta carta, antes de que llegasen los otros guerreros, pero también le dije que no me ayudara, ya que no serviría de nada que él falleciese, de hecho, le ofrecí que fuese él quien me diese muerte si no lo había hecho yo antes. Llegaron los demás caballeros, y comenzaron a destrozar la puerta, que era bastante resistente, sin embargo, disponía de poco tiempo. Hasta ahora he estado escribiendo, pero ha llegado el momento de darme muerte. Lo haré con mi mandoble, el

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cual está desafilado por los golpes que he propinado a mis camaradas. Es una mofa del destino que por culpa de asesinar, mi muerte sea menos certera y más sucia. Estas son mis últimas palabras, las cuales me apena que no te las pueda decir mirándote a los ojos. He vivido a gusto y enamorado, he combatido, he sangrado, he confiado, he traicionado, he vivido… Lo único que me queda por hacer en esta vida es morir. Vaya a donde vaya mi alma, será siempre tuya, por lo cual no hay bien o desgracia que me pueda suceder hasta que no nos encontremos al otro lado. Dale mis más sinceras gratificaciones a Méndez, y cuida de nuestro hijo como has sabido cuidar nuestro amor. Ya están abriendo la puerta. Sé feliz sin mí, Lorenza.” Releo las últimas frases un par de veces, doblo la carta, y se la devuelvo a mi abuelo. Me ha parecido muy triste, pero a la vez bonita. Me ha dejado muy pensativo. Miro a mi abuelo, que me mira con una sonrisa algo sería, y le digo: -­‐Gracias por enseñarme esto. Lo has hecho por lo del suicidio de mi padre, ¿no es cierto? Mi abuelo empezó a mostrar una cara menos sonriente, y me explicó el fin de todo esto: -­‐Sí, Carlos, te lo he enseñado por eso, para demostrarte que el suicidio no tiene por qué ser algo cobarde ni malo. Sé que le tienes algo de rencor a tu padre por ello, pero él era un hombre hecho y derecho,

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y siempre buscó lo mejor para tu madre y para ti. Sufrió una gran depresión, y os abandonó de esa forma, pero no debes recordarle como un monstruo, sino como el héroe que se desvivió por vosotros, como nuestro ancestro Fernando. Entiendo perfectamente lo que me quiere decir, pero las lágrimas que me empiezan a brotar me impiden pensar con claridad. Por una parte, algo ha cambiado en la forma en la que recordaba a mi padre, pero por otra… No estoy seguro de estar listo para perdonar a mi padre por dejarnos, pero supongo que con esto empezaré a cicatrizar. Le debo mucho a mi abuelo por dejarme leer esta carta.

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