Proa a la mar 174

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Fig. 4. Vapor Machichaco, foto de autor desconocido, atribuida también a Duomarco.

Fig. 5. Calle Mendez Núñez, foto Duomarco, Centro de Documentación de la Imágen, Santander.

Por otra parte, poco después de los tiempos fundacionales, cuando la naviera extendió su zona de actividad a otros países de América, fue Santander el puerto designado para ser cabecera de línea en el norte de España. Allí trasladó, por algún tiempo, su residencia desde Barcelona la familia López Bru y los vapores-correo repararon en los Talleres de Corcho e Hijos, creando puestos de trabajo y reactivando la modesta industria auxiliar del momento. Tras el paréntesis de la guerra incivil, los tres únicos y veteranos correos sobrevivientes, los Magallanes, Marqués de Comillas y Habana volvieron donde solían. Sin embargo, no cristalizó una vieja aspiración de la Trasatlántica de contar con un gran dique y un muelle de armamento en la zona del Promontorio donde carenar y reparar sus buques, cuando las instalaciones de Corcho se habían ya quedado pequeñas. Parece obvio comentar que en la impresionante expansión de la flota de la Compañía Trasatlántica en el último tercio del siglo XIX fueron cientos los montañeses que obtuvieron un puesto de trabajo como subalternos en los barcos de la flota, pero tampoco faltaron capitanes -algunos alcanzaron grandísimo renombre-, oficiales de puente y máquinas. Por último, el lazo más fuerte, imperecedero, autentico calabrote tendido por la Trasatlántica a Santander se firmó con el tributo de la vida de muchos de sus hombres de mar: El año 1893, se acercaba a su fin, cuando el 2 de noviembre, el hermoso correo Alfonso XIII, construido tan solo 5 años antes, se encontraba en el fondeadero de la Osa después de haber llegado procedente de Nueva York al mando del capitán D. Francisco Jaureguizar y Cagigal, nacido en

Fig. 6. D. Francisco de Jaureguizar, capitán del Alfonso XIII, revistas Navegación y Comercio y Vida Marítima.

Santander en 1850. En puerto, atracado al muelle, operaba un barco de cabotaje de la naviera Ibarra, el Cabo Machichaco, que transportaba 1.700 cajas de dinamita en sus bodegas. Sin causa conocida, se declaró un incendio en el Cabo que movilizó a todas las fuerzas vivas, civiles, militares y de la Administración por el grave peligro que para la ciudad suponía aquel barco convertido en gigantesca bomba flotante. Ante las proporciones que iba tomando el fuego no obstante todos los esfuerzos, como desesperada medida de emergencia se trató de hundir el barco, allí mismo, en el muelle. A bordo del Alfonso XIII, el capitán Jaureguizar sintiendo que era su deber cooperar en los trabajos, organizó con el capitán-inspector de la Compañía, D. Francisco Cimiano, santanderino también,

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