Hale Bopp Nº 9

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—Gracias de nuevo —dice, y se baja de un salto. Lo veo caminando de espaldas, con el pulgar en alto. Casi no tengo fuerzas para volver a casa. Me quedo en el asiento, quieto, y lo miro mientras camina de espaldas, hasta que un coche se para a recogerlo. Es un chico educado, pienso, y además ha tenido suerte, mira que encontrar alguien que se pare a recogerte de noche. Todo el camino de vuelta, subiendo por la montaña, me lo paso contando los hombres de Francia y tengo que parar y volver a empezar. Nunca consigo ir más allá de esa noche que nevó. Me cruzo con el señor Weeks y me pita, pero yo no le devuelvo el bocinazo. Intento contarlos, una y otra vez, pero no lo consigo. Aparco al lado de casa. Mis puercos salen correteando del cobertizo que tienen en el patio trasero y me gruñen. Me quedo al lado de la quitanieves y miro los primeros haces de luz que cruzaron Sewel Mountain entre las ramas nevadas de los árboles. Los coches circulan silbando por la carretera limpia. La luz de la cocina sigue encendida y sé que la casa está vacía. Mis puercos me miran y rezongan junto al comedero. Esperan que les dé de comer, así que voy a la pocilga.


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