Había Una Vez Nº26

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“Por eso yo digo que no se trata de saber dibujar, sino de conectar con algo bien profundo. Soltarlo y aceptarlo”.

¿Qué rol cumple el humor en tu trabajo? El humor es sagrado para mí. Reírse de las cosas es una buena terapia. No es buscado. Yo voy así por la vida. Es mi manera de entender las cosas complejas. Pero no invento nada, mis historias tienen que ver con cosas que veo, que pasan en mi casa. Y tras ese humor se esconde siempre mucha verdad. Incluso te burlas de los estereotipos en torno a los niños con síndrome de down. Me pasa mucho, sobre todo en Latinoamérica, que cuando la gente ve a Mallko, se acerca y me dice que es un angelito, una bendición de Dios. Al principio me hacía gracia, pero después me empecé a poner pesado: mi hijo no tiene alas, les decía. Y después viendo lo que es a veces, un verdadero diablo con patas, menos que menos. Lo que hay que entender es que son personas como todas, con momentos de felicidad, momentos malos, y eso es lo maravilloso. Pareciera que siempre el azar está muy presente en tu obra. No sé si es el azar. Es más bien estar atento a las señales. Para mí, el “había una vez” parte siempre de un dibujo y después me gusta dejar fluir, sin mucha planificación, sin componer; usando lo que tengo a mano y materiales baratos. En eso he aprendido mucho de Mallko, que le encanta dibujar, y de los niños y artistas con capacidades distintas con que hago talleres. Es increíble como ellos rompen las formas. No tienen miedo, no hacen bocetos, no planean nada. Y me encanta porque es más rápido, más cómodo y se acepta el error. En una charla, un niño me preguntó por qué dibujas tan mal. Yo le dije “gracias, es el mejor cumplido que me puedes hacer”. Porque hace 30 años estoy tratando de dibujar así de mal. Y es verdad. Intento desandar esta cosa tan preciosista que se puso de moda en la ilustración, que me parece un poco aburrida y no me interesa. ¿Cómo se logra eso? No preocuparme del resultado me relaja mucho. Creo que esos dibujos que se hacen sin mucha ambición son los mejores. Lo importante es estar dibujando todo el tiempo y de ahí salen las ideas. Hay que hacer muchos apuntes y mirar mucho a la gente en la calle. Así, poco a poco se te va metiendo cómo funciona el ser humano. Eso es ser ilustrador: tener una capacidad de observación de la vida y después lograr transformarlo.

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