Había una Vez Nº13

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CILELIJ

mirada latinoamericana

Solamente les faltará la pasión de los charlistas exponiendo con elocuencia sus particulares poéticas, su enamoramiento por la lengua local, su convicción de que los niños y jóvenes son ciudadanos plenos, su certidumbre de que sus lectores son inteligentes y críticos, su idea de que la dimensión ficcional de la literatura ofrece un espacio privilegiado para reequilibrar la relación con el mundo. A medida que los invitados iban exponiendo sus concepciones de la literatura infantil y juvenil, su incidencia en el espacio privado, su presencia en el espacio público, su vinculación con el mundo trascendente, me propuse atrapar al vuelo sus referentes, sus intextualidades y sus lecturas. Tuve la sensación de que si era capaz de reconstruir los diversos itinerarios lectores de aquellos discursos que me inquietaron, me conmovieron, me enojaron o me inspiraron, podría llegar a la médula de sus razones y sus pasiones, podría diseñar yo también mi propio itinerario lector con múltiples senderos. El resultado es un listado enorme de autores y textos que resuenan en mi cabeza y que me tomará un buen tiempo revisar, estudiar, saborear o simplemente releer: Macedonio Fernández y su interés por la diversidad de los lectores; Virginia Woolf y su clamor por un cuarto propio; Roger Caillois y su percepción lúdica de la cultura; Antonio Di Benedetto y sus

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inquietudes sobre la propia lengua; Herta Müller y su tormento por la lengua; Walter Benjamin y su mirada sobre la infancia. Pero también muchos títulos infantiles y juveniles: Perro viejo de Teresa Cárdenas, El país de Juan de María Teresa Andruetto, Zapatos de tacón de Lygia Bojunga, La muda de Francisco Montaña, Jimmy el más grande de Jairo Buitrago, La torre de cubos de Laura Devetach, Los viajes del Capitán Tortilla de Federico Ivanier y muchos más… Para empezar con la tarea que me impuse, leí en el avión de vuelta No comas renacuajos de Francisco Montaña y Los mil años de Pepe Corcueña de Toño Malpica. Con una mezcla de tristeza, angustia y emoción, llegué a Santiago preguntándome quiénes debían leer esos libros: ¿los niños, los jóvenes o los adultos? Empiezo a inclinarme por los adultos que parecen no darse cuenta del mundo que están moldeando para los que vienen a tomar el relevo. Por haber

quedado con esa pregunta dando vueltas, agradecí haber estado en el CILELIJ y tener muchas lecturas pendientes. ▪

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