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Páginas de muestra. También en formato de libro digital.

algaida Educación Infantil

Nuevo jardín de las letras Leer 1 es el primer contacto que los niños y las niñas van a tener con un libro de lectura. Pretende iniciarlos en esta actividad de forma alegre y atractiva.

Leer 1 presenta la lectura de letras, sílabas, palabras y frases sencillas y significativas para ellos.

Se trabajan fundamentalmente sílabas directas y se inicia el trabajo de las inversas más sencillas.

Cada letra presenta dos vertientes:

Escuchar Leer

X Dirigida al profesorado, a los padres y a todas aquellas personas que ayuden a los pequeños en este aprendizaje.

La lectura del cuento constituye la motivación para presentar cada letra a los niños y niñas.

X Dirigida a los niños y niñas. Es la que, de forma secuenciada, leerán los pequeños.

NUEVO JARDÍN DE LAS LETRAS. LEER 1

Educación Infantil

© Nuevo jardín de las letras. Leer 1: Mª Dolores Campuzano Valiente y Olimpia Guerra Campuzano. © Edición: Algaida Editores, S.A., 2017

Coordinación editorial: Luis Pino García.

Ilustraciones: Mae Tébar y Mª Dolores Campuzano Valiente.

Edición: Marcos Vázquez Ibáñez, Fco. Javier Díaz Fernández, Inmaculada Gil-Bermejo Bethencourt y Mª del Carmen Pino García.

Maquetación: Paula Álvarez Rubiera.

Diseño y maquetación de cubiertas: Mª Dolores Campuzano Valiente y José Luis Venegas.

Fotografías: 123RF.

Edición gráfica: Mar Merino.

Cuentos: Gracia Iglesias Lodares.

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

Esta obra forma parte de los materiales curriculares complementarios de Lectoescritura del proyecto de Educación Infantil Nuevo jardín de las letras, dirigido al segundo ciclo de la Educación Infantil.

Algaida Editores S.A.

Avda. San Francisco Javier, nº 22, Edificio Hermes 5ª, módulos 3-8. 41018 Sevilla. algaida@algaida.es

ISBN: 978-84-9067-740-7

Depósito legal: SE 233-2017

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El jardín de Pata y Pato

(Cuento de presentación)

¡Hola! ¿Queréis que os cuente un secreto? En un lugar muy lejano al que solo se llega con la imaginación, hay un Jardín mágico en el que crecen las letras del alfabeto. Sí, sí, las letras, esas cositas con las que se forman las palabras para luego escribir los cuentos.

En el Jardín de las Letras hay un árbol de la risa y, justo debajo, un estanque de agua fresquita. Allí viven Pata y Pato, dos hermanitos muy especiales. ¿Que por qué son especiales? Pues porque, aunque son patitos, saben hablar y leer como las personas y, además, pueden hacer cosas sorprendentes: Pata cambia de color cuando le apetece y Pato se vuelve invisible. A veces usan sus poderes mágicos para hacer travesuras, pero solo porque les gusta reír y jugar con sus amiguitos Inma, Emilio, Úrsula, Óscar y Ana, que viven en la casa grande que hay cerca del estanque.

Inma es pequeñita y muy alegre, tiene el pelo de color castaño y los mofletes redondos. Se lleva muy bien con todos, aunque su mejor amigo es Emilio, un niño pelirrojo, alto y delgado como un fideo, que tiene la cara blanquita y llena de pecas.

Úrsula y Óscar tienen el pelo negro y liso, pero es en lo único que se parecen, porque a Úrsula le gusta cuidar las flores del Jardín y tiene los ojos redondos, mientras que su amigo Óscar prefiere pasar el tiempo jugando y sus ojos son alargaditos, como sonrientes.

Ana es tan rubia que a veces su pelo parece casi blanco. Tiene los ojos azules, muy claros y bonitos y, como no ve muy bien, lleva gafas con cristales gordos. Pero aunque sus ojos no ven bien, su nariz y sus oídos son extraordinarios porque Ana puede oler y oír cosas que la mayoría de la gente ni notamos.

Os estaréis preguntando… “¿y dónde crecen las letras?”. ¡Pues por todo el Jardín! En todas partes hay hermosas plantas con preciosas flores de colores que cuidan con mucho cariño los jardineros Aurelio y Julieta. Aurelio las siembra, Julieta las riega y el calorcito del sol las hace crecer y, cuando son suficientemente grandes, las flores se abren y en el centro de cada una aparece una letra.

© algaida editores S.A. Nuevo jardín
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de las letras

Cuando las letras están maduras, las recogen y las mandan a la fábrica de las palabras; aunque a veces se guardan algunas para la cena porque, ¿sabéis?, las letras también están buenísimas. Algunos días Aurelio hace sopa de letras o le pide a Julieta que prepare un delicioso pastel de vocales. Eso sí, siempre que lo hacen invitan a Pata y Pato, y también a sus amigos Inma, Úrsula, Ana, Emilio y Óscar.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras

Cuando llegaron al sitio indicado, vieron que había pasado algo rarísimo:

–¡No hay ni una “i”! –dijo Inma sorprendida.

Así era. Había un montón de flores, pero alguien se había llevado todas las letras de las plantas de la “i”. Inma preguntó a los insectos que vivían en esa parte del Jardín:

–¿Sabéis quién se ha llevado todas las letras “i”?

–Claro que sí –dijeron los insectos–. Se las llevó la iguana Isa cuando pasó por aquí.

–¿Y para qué quiere Isa todas las letras “i”?

–No lo sabemos. Solo sabemos que se fue por allí. –Gracias. Tendremos que investigarlo. ¡Vamos, chicos! ¡Vamos a resolver el misterio de la iguana y las íes desaparecidas!

Mientras buscaban a la iguana, iban llamándola con voces cantarinas:

¡Iiiiiiiiisa! ¡Iiiiiiiiisa! ¡Iguana boniiiiita! ¿Dónde escondes las letriiiiitas?

Cuento de la “ »Δ”

Aurelio estaba preparando su deliciosa sopa de letras. Acercó la nariz para olerla y se dio cuenta de que le faltaba algo. Intentó adivinar qué era, pero como no lo lograba introdujo la cuchara en el caldo y lo probó. Nada más hacerlo dijo en voz muy alta: –Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

–¿Qué pasa, Aurelio? –preguntó Julieta asustada. –Nada querida, tranquila. Solo es que a esta sopa le falta la letra “i”.

–¡Que falta la letra “i”! ¡Pues tendremos que ir a buscarla! ¿Verdad chicos? –dijo Inma, que en ese momento pasaba por allí.

–¡Síiiiiii! –contestaron Úrsula, Emilio, Ana y Óscar. –¿Dónde están Pata y Pato?

–¡Aquíiiiiiii! –dijo Pato, al que oyeron pero no pudieron ver, porque se había hecho invisible para jugar al escondite con su hermana.

–¡Aquíiiiiiii! –exclamó Pata, saliendo del invernadero.

Encontraron a Isa debajo del arcoíris construyendo algo con las letras “i”.

–Hola, amiga iguana, ¿qué haces con todas esas íes? –le preguntó Inma.

–¡Hola! Pues que estaba solita y aburrida y pensé que sería divertido hacer una torre altísima de letras “i”. –Qué chuli. Pero nosotros necesitamos algunas íes para la sopa de letras de Aurelio. Si nos das unas cuantas, jugaremos contigo y luego puedes venir a comer con nosotros.

–¡Genial! ¿A qué jugamos? –preguntó la iguana. –¡Imaginemos que somos indios! –propuso Pata, regalándoles a todos un montón de plumas de colores.

Después de jugar un buen rato, le llevaron a Aurelio un gran puñado de íes. El jardinero terminó de cocinar la sopa y la comieron juntos. Y todos quisieron repetir, porque estaba más que rica: estaba riquísima.

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–¿Qué te ha pasado, Uma? –le preguntó Pato. –Es que el olorcito a comida me ha despistado y me he dado un golpe contra un árbol –explicó la urraca.

Uma les contó que iba de camino a la nube azul para tocar con su orquesta porque esa tarde tenían un concierto. Pero con el golpe se había hecho daño en un ala.

–¡Uh! ¡Qué dolor! Ahora no sé si podré volar –gimió la urraca preocupada.

–Tranquila, Uma, que Julieta te curará –dijo Úrsula.

Y así fue: Julieta recogió unas cuantas letras “u” de las flores del Jardín, las puso en un cuenco con las últimas uvas y las aplastó con cuidado hasta que hizo una pomada.

Luego untó la pomada en el ala de Uma que enseguida sintió que dejaba de dolerle.

–¡Yuju! ¡Estoy curada! –bailó la urraca.

Antes de marcharse, invitó a sus amigos a ir a ver el concierto de la nube azul.

Cuento de la “ »¤”

¿Recordáis que Aurelio había preparado su famosa sopa de letras y nuestros amigos se la estaban comiendo muy contentos? Como hacía un día precioso, estaban al aire libre. Para el postre, Úrsula sacó una gran cesta llena de uvas súper ricas. –¡Uf!, ¡estoy llenísima! –suspiró Úrsula después de tomar un puñado de uvas.

Todavía quedaba un poco de sopa, pero todos habían repetido ya y no les cabía más.

De pronto, oyeron una voz desde el cielo que decía: –¡Uuuuuuum, qué bien huele! ¿Alguien está tomando sopa de letras y dulces uvas?

Después, la misma voz gritó:

–¡Uy, uy, uy, uy, uy! ¡Que me mato!

Y en ese momento, vieron caer en picado un pájaro negro y blanco que, ¡PUTUPÚM!, se chocó contra un montículo de flores. Todos corrieron a ver qué había pasado.

Entre las flores encontraron a Uma, la urraca, un poco mareada.

Para que todos pudieran volar y asistir al concierto, Aurelio, que es un poco mago, cogió unas cuantas flores de letras que ya estaban maduras y escribió con ellas:

Sube, sube con la “u”. A la nube subes tú. JU, JU, JU. Y así, por arte de magia, todos llegaron volando a la nube azul en un periquete. Allí estaban ya los músicos de la orquesta vestidos con un bonito uniforme azul marino, y pronto empezó el concierto.

Uma tocaba el ukelele, que es como una guitarra pequeñita; el urogallo Uro tocaba otra especie de guitarra llamada laúd; y Uli, el búho, cantaba con su preciosa voz, mientras los demás le hacían los coros diciendo: Uuuuuuuu, u-u-uuuuuuu, u-u-uuuuuuuuu.

¡Qué gran espectáculo!

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–¡Ya estamos llegando! –anunció Ana al cabo de un rato. –¿Cómo lo sabes? –le preguntó Emilio, porque el avión todavía estaba atravesando las nubes y no se podía ver nada. –Pues, porque puedo olerlo –dijo Ana. Claro, es que a veces sus amigos se olvidaban de que Ana podía oler mucho mejor que los demás, ¿os acordáis? Así que, desde el cielo, ya sentía el aroma de los almendros, el azahar, las amapolas, los albaricoques del albaricoquero, las aceitunas del olivo y los arándanos del arandanedo… Porque, ¿sabéis?, en el Jardín de Pata y Pato hay flores y frutas durante todo el año.

Cuento de la “ *+å”

La pandilla del Jardín estaba en una nube azul escuchando el concierto de la urraca Uma, ¿os acordáis? Todos lo pasaron genial. Cuando el espectáculo acabó, Óscar preguntó: –Y ahora, ¿cómo volveremos a casa?

–Ahí hay un avión amarillo. A lo mejor puede llevarnos –señaló Ana, que había oído llegar el avión antes de verlo aparecer en el cielo.

–¡Hala! ¡Qué suerte! Es un avión-bus. ¡Claro que podremos ir en él! –dijo Aurelio.

El avión-bus no podía acercarse a la nube, así que para montarse tuvieron que saltar.

Para animarles a hacerlo, Pata y Pato les dieron un suave empujoncito con las alas.

–¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah! –gritaron todos al sentir que volaban.

El aire se metía por debajo de sus camisetas y les hacía cosquillas en la barriga, así que empezaron a reír: ja, ja, ja, ja, ja… –¡Ya está! –dijo Julieta, cuando todos estuvieron dentro y a salvo.

Y el avión puso rumbo al Jardín de las Letras.

El avión aterrizó junto a un arenero. Nada más bajarse, Ana, con su agudo oído, escuchó que alguien se quejaba: –¡Aaaaaaaay! ¡Aaaaaaaay! ¡Aaaaaaaay!

El lamento venía de debajo del suelo del arenero, así que entre todos escarbaron en la arena y apareció… ¡una araña! La pobre estaba muy sucia y despeinada.

–¡Gracias por ayudarme! –dijo la araña–. Me llamo Alicia y vivo aquí, en el Jardín de las Letras, justo debajo de las flores en las que crece la letra “a”. Estaba en mi casa tan contenta, cuando una ráfaga de viento me arrastró hasta la arena y me enterró. ¡No podía salir! ¡Menos mal que habéis llegado a tiempo para ayudarme! Si alguna vez queréis algo de mí, solo tenéis que aplaudir y yo acudiré enseguida.

Y así fue como Ana, Úrsula, Inma, Emilio, Óscar, Aurelio, Julieta, Pata y Pato se hicieron amigos de Alicia, la araña.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 11 *+å *+å *+å *+å *+å »Δ »¤ *+a45Δ *+a45¤ »i89å »u89å *+å... *+å...

Entonces ocurrió algo extraordinario. No lo vais a creer. ¿Os lo cuento? Veréis, Elmo señaló al cielo y dijo: –¡Mirad! ¡Una estrella fugaz! Deseeeeeeeo… ¡Que los dibujos de las estrellas se vuelvan cosas de verdad!

–¡Qué has hecho, Elmo! –gritaron sus amigos al ver que, de repente, en el Jardín aparecían la escalera, el elefante, el esqueleto y el escorpión.

¡Menudo jaleo se armó! Por suerte, el miedo que les daba el esqueleto se les pasó al ver que no paraba de bailar. El elefante también era estupendo, les dijo que se llamaba Eloy y era equilibrista. Como no le creían, fue a buscar una pelota y se puso a hacer trucos que les hicieron reír muchísimo: –Je, je, je, je, je, je, je, je, je, je, je, je… Pero todos dejaron de reír al ver el enorme aguijón que tenía la cola del escorpión.

Cuento de la “ ÀÞ”

Habían pasado unos días desde su aventura en la nube azul. Era de noche y Emilio miraba las estrellas del cielo tumbado en la hierba, al lado del estanque. Pata, Pato, Ana, Óscar, Úrsula e Inma estaban junto a él. Jugaban a encontrar formas, como lo hacemos cuando unimos puntos en un cuaderno de dibujar. Era muy entretenido.

–Veeeeeeo, veeeeeeo… ¡una escalera!, ¡y un escorpión! –señaló Emilio.

–Pueeeeees, yo veeeeeo… ¡un elefante! –dijo Inma apuntando a las estrellas con el dedo.

–A veeeeer… ¡Eh! ¡Mirad! ¡Eso es un esqueleto! ¡Qué miedo! –dijo Ana.

Emilio se asustó y a sus amigos les dio la risa y se echaron a rodar por la hierba.

–¡Eeeeeeh! ¡Cuidado! ¡Que me espachurráis! –gritó una vocecilla.

Era Elmo, el pequeño erizo, que salía de entre la plantas de la letra “e”.

–Perdón –se disculpó Emilio–. Pero ten cuidado tú, no nos pinches con tus espinas.

–¡No son espinas, son púas! Y, tranquilo, que tengo mucho cuidadito –dijo Elmo.

–Échate aquí a nuestro lado para mirar al cielo, Elmo –lo invitó Ana.

Al darse cuenta del miedo que le tenían, el escorpión dijo con mucha amabilidad:

–No os asustéis, ¡no voy a picaros! Soy Eladio, un escorpión escritor. Mi aguijón no es para picar, me sirve para escribir. Lo mojo en zumo de letras y escribo hermosas historias. ¿Queréis que os cuente alguna?

–¡Síiiiiiii! ¡Qué bieeeeeeen! –exclamaron todos los amigos a la vez.

Y como la noche era preciosa, decidieron hacer una acampada para poder escuchar a gusto las historias de Eladio. Cuando se hizo muy tarde se echaron a dormir bajo el cielo estrellado, en compañía de sus nuevos amigos Elmo, Eloy y Eladio.

Aurelio y Julieta fueron a darles las buenas noches y, con mucho cariño, les taparon con un enorme edredón porque, ¿sabéis?, en el Jardín, por las noches, siempre refresca.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 13 ÀÞ ÀÞ ÀÞ ÀÞ »¤ ÀÞ »Δ *+å À HIΔ ÀeNOå ÀeHI¤ *+a:;Þ »i:;Þ ÀÞ... ÀÞ...

¡Pues era un ogro! Un ogro de grandes ojos oscuros y orejas picudas, con un oso obediente, muy quietecito, a su lado. Los dos se habían sentado sobre las flores de la letra “o”, que estaban todas rotas y mordidas. El ogro no dejaba de gruñir y quejarse:

–¡Oh, qué doloooooor! ¡Oh, qué doloooooor!

–¡Ooooooooh! –susurraron las ocas muy asustadas.

–¡Ogro!, ¡oso!, ¡lo habéis roto todo! ¡No os comáis las oes del Jardín! –gritó Óscar.

Al oír los gritos, sus amigos se despertaron y fueron corriendo hasta el lugar.

–¡Ojo, Óscar! ¡Cuidado! No hagas que se enfade el ogro –le dijo Inma.

El ogro, sorprendido, soltó la “o” que tenía en la mano y, bajito para no asustarles, dijo:

–¡No, no, no, no! ¡Tranquilos! Yo soy un ogro bueno. Me llamo Odín. Mi amigo el oso Opi y yo acabamos de mudarnos a la casa que hay en el olivar. Como no teníamos nada para el desayuno, hemos pensado que podríamos comer unos cuantos roscos de estos. Pero debían de estar pochos, porque ahora nos duele mucho la barriga.

Cuento de la “ *+ø”

Los cuentos de Eladio, el escorpión escritor, eran tan bonitos que nuestros amigos tuvieron sueños preciosos aquella noche. A la mañana siguiente, Óscar fue el primero en levantarse. El Jardín olía a flores, una suave brisa movía las hojas de los olmos, los rayos de sol parecían de oro y solo se oía el canto de los pájaros. De pronto, se oyó un fuerte aleteo y una sombra oscureció la hierba. Óscar miró al cielo y vio llegar ocho ocas blancas. Las ocas se posaron junto al estanque y lo saludaron con simpatía:

–¡Hola! Somos primas de Pata y Pato. Hemos venido a vivir en el Jardín.

–¡Hola, ocas! ¡Bienvenidas! –dijo Óscar. Antes de que pudieran seguir hablando, oyeron un gruñido que salía de entre unas flores cercanas. Óscar y las ocas se acercaron al lugar para ver qué pasaba y ¡no vais a creer lo que encontraron! ¿Queréis saber qué era?

Pasado el susto, Óscar explicó a Odín y a Opi que lo que se estaban comiendo no eran roscos, sino letras “o” que Aurelio y Julieta cultivaban para llevar a la fábrica de las palabras. Se podían comer poquito a poco y con cuidado, no dándose un atracón así.

–Pero no os preocupéis. Nosotros os curaremos el dolor de barriga –les prometió Óscar.

Los niños y niñas se fueron a casa y, al cabo de un rato, volvieron acompañados de Pata y Pato. Traían un jarabe de letras preparado por Julieta para curar la barriga del oso y el ogro. A los patitos les alegró mucho volver a ver a sus primas las ocas. –Habrá que buscaros una casa también a vosotras –dijo Pato.

–Pueden quedarse a vivir con Opi y conmigo –propuso Odín–. En la casa del olivar hay mucho sitio y prometemos no comernos más letras del Jardín sin pedir permiso.

A Pata y Pato les pareció una idea estupenda, y también a las ocas que, desde ese día viven felices con el buen ogro Odín y con Opi, el gran oso obediente.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 15 *+ø *+ø *+ø *+ø *+ø ÀÞ *+å »¤ »Δ *+o>?Δ *+o>?¤ »i89ø »u89ø *+oBCå *+oDEÞ ÀeNOø *+o>?i89å *+ø... *+ø...

Pero antes de llegar se encontraron con Pili, la paloma, que estaba parada en mitad del camino, con cara de pena y las plumas alborotadas.

–¿Qué te pasa, Pili? ¿Por qué estás aquí parada? –preguntó Pata.

–¡Ay, ay! ¡Qué pena! Es que tengo una pupa en el ala –se quejó la paloma.

–¡Vaya! –exclamó Pato–. ¡Qué mala pata tienen hoy nuestros amigos! No te preocupes, ven con nosotros, seguro que Aurelio y Julieta también te podrán curar.

Así que Pili, Pepa, Pata y Pato siguieron su camino pasito a pasito, muy despacito. Casi habían llegado, cuando oyeron a alguien que se quejaba dentro del estanque. Era su amigo Pipo, el pequeño pez púrpura, que no paraba de hacer “hip, hip”.

–¿Qué te pasa, Pipo? –le preguntó Pata.

–Pu (hip) pu (hip) pues que (hip) tengo (hip) mucho (hip) hipo. ¿Qué p-p-puedo hacer (hip)? –hipó el pececito.

–No te preocupes, Pipo, seguro que Aurelio y Julieta te curan a ti también.

Cuento de la “ »π”

Aquella mañana, Pata y Pato volvían de hacer una visita a sus primas las ocas, que viven con Odín, el ogro bueno. Por el camino, Pata cogió peras del peral para desayunar y Pato recogió pimientos y patatas para poder preparar después la comida.

Iban muy contentos hasta que, de pronto, oyeron a alguien llorar: era Pepa, la perdiz de patitas rojas, que caminaba muy despacito saltando a la pata coja y gimiendo:

–¡Ay! Mi pobre patita. ¡Ay! ¡Cuánto me duele!

–¿Qué te pasa, Pepa? –preguntó Pata.

–¡Ay! Me he pinchado la patita con la punta de una espina –se quejó la perdiz.

–No te preocupes, Pepa, ven con nosotros, seguro que Aurelio y Julieta te pueden ayudar.

Pepa se apoyó en sus amigos Pata y Pato y se pusieron en marcha hacia la casa grande.

Tal y como Pata y Pato esperaban, Aurelio y Julieta tenían remedio para todo. Recogieron un montón de flores de letras y las aplastaron hasta hacer una pintura plateada. Después la pusieron en una paleta y, con un pincel, pintaron una pequeña tirita de plata en la pata de Pepa, otra en el ala de Pili y otra en la cabeza de Pipo, mientras decían estas palabras mágicas:

Con la “p” de “piruleta”, con la “p” de “pirulí”, Pepa, Pili y Pipo se curan así.

¿Las repetimos todos juntos?

Con la “p” de “piruleta”, con la “p” de “pirulí”, Pepa, Pili y Pipo se curan así.

Por arte de magia a Pipo se le quitó el hipo, a Pili se le curó el ala y a Pepa se le curó la patita. Después de dar las gracias a sus amigos los jardineros y a Pata y Pato, el pececito volvió contento a su casa en el fondo del estanque y Pepa y Pili se fueron volando juntas presumiendo de sus tiritas de plata, y con mucho cuidado para no volver a hacerse daño.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 17 »p89å »p:;Þ »p45Δ »p89ø »p45¤ »p45i:;Þ P VWi45p89ø »p45u45p89å »p45i45p89å »p89a45p89¥ Pvw HIp:;Þ »p45í89ø, »p45í89ø »p45Δ »p45Δ »p45Δ

En ese momento, algo salió del agua silbando como un cohete.

–¿Quién me necesita? –dijo el sapo, mientras subía y subía, casi hasta tocar las nubes.

–Por favor, Soso, ¿puedes bajar mi sombrero? –le pidió Úrsula con amabilidad.

–¡Por supuesto! –dijo el sapo y, de un salto, llegó a lo más alto del sauce, cogió el sombrero de Úrsula y se lo colocó en la cabeza, justo antes de caer otra vez en el agua a toda velocidad, salpicando por todas partes. Susa y Úrsula aplaudieron entusiasmadas:

–¡Bravo Soso! ¡Eres un súper sapo! –Gracias. Estoy entrenando mucho, porque quiero ganar el premio al mejor saltador del mundo. Quiero llegar a las nubes… Quiero llegar a las estrellas… ¡Quiero llegar al Sol! –respondió entusiasmado el sapo saltarín.

–En el Sol te asarías. ¡Hace demasiado calor! Mejor sería que fueras a Saturno –dijo Susa burlándose del sapo, pero con cariño.

Cuento de la “ ÃsÑ ”

Ese sábado, Úrsula salió con sus amigos y amigas a coger setas. Cuando tuvieron un cesto lleno, Inma, Emilio, Ana y Óscar fueron a llevarle las setas a Aurelio, y Úrsula se sentó bajo un sauce a descansar escuchando el susurro de las hojas. Así estaba cuando, ¡sorpresa!, de entre las flores de las eses salió su amiga Susa, la salamandra más simpática de todo el Jardín. Se estaban saludando y, de pronto, un soplo de viento se llevó el sombrero de Úrsula y lo subió hasta lo más alto del árbol.

–¡Jo!, ese sombrero siempre se vuela –se quejó Úrsula.

–Sería sensato que lo atases con un lazo –le sugirió Susa. –Sí, Susa. Eso si consigo bajarlo del árbol. ¿Cómo llegaré hasta allí? –preguntó Úrsula.

–Eso es cosa de Soso, el sapo saltarín, seguro que él lo puede bajar –dijo la salamandra.

Cuando los demás regresaron, Úrsula les presentó a Soso, el sapo saltarín. Todos querían ver hasta dónde podía saltar y comenzaron a animarle:

–¡Soooso, Soooso, Soooso! –coreaban todos.

Cuando el sapo saltó, todos aplaudieron diciendo:

–¡Sube! ¡Sube! ¡Sube! ¡Sube! ¡Sube!

Así estuvieron el resto de la tarde: Soso saltando y los demás animándole. Al ponerse el Sol, el sapito estaba agotado y todos tenían un hambre feroz.

–Vayamos a casa a cenar –sugirió Ana–. Tenemos una suculenta sopa de setas.

La sopa estaba muy sabrosa y Soso y Susa fueron los invitados de honor.

Soso tenía tanto sueño que se quedó dormido antes de terminar la cena.

–Ssssssssssssssssssssssssssssh –dijo Úrsula, llevándose un dedo a los labios.

Cogió al sapo con mucho cuidado para no despertarlo y lo acostó en su cama bien tapado con una suave sábana de seda. ¡Buenas noches, Soso, sapito saltarín!

Y el sapito soñó con lo bien que lo habían pasado aquel día.

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Cuento de la “ »µ”

Hace algún tiempo, Inma plantó una semilla en una maceta marrón, la cuidó con esmero y de allí nació Mimi, una margarita muy mimosa que ahora quiere a Inma como si fuera su mamá. Todas las mañanas Inma va a ver a Mimi y hablan un momento. Antes de marcharse, Inma riega la maceta y Mimi mueve sus pétalos hacia el agua y suspira:

–¡Ummmmmmmm! ¡Me gusta mucho que me mojes, Inma! Después, la niña mueve la maceta hasta otro sitio del Jardín para que la margarita pueda ver mundo. De esa forma, Mimi viaja muy cómoda y ni siquiera necesita un mapa. Otras flores, como las malvas o la madreselva, que están plantadas en el suelo, no pueden viajar como Mimi, así que, cuando Inma lleva a Mimi junto a ellas, les cuenta miles de cosas que ha aprendido en sus viajes y todos la llaman la maestra margarita.

Esa mañana, Inma había dejado la maceta de Mimi entre el manzano y el mandarino que hay justo al lado de donde crecen las flores de la eme. El Jardín parecía muy tranquilo.

Mimi daba su lección a las amapolas, mientras las moscas le hacían cosquillas y las abejas zumbaban haciéndole mimos para que les diera un poquito de miel. Todo iba de maravilla, cuando llegó la mejor amiga de Mimi, Masi, la mariposa más maja del Jardín.

–¡Mimi, Mimi! ¡Ven a ver lo que hay al otro lado de la montañita! –exclamó nerviosa.

–¡Dime, dime! ¿Qué es lo que hay? –le preguntó Mimi nerviosa también.

–¡No! Tienes que venir a verlo tú misma –insistió Masi.

–Pero Masi, sin Inma no puedo ir. ¿Quién moverá mi maceta? –se lamentó Mimi.

Al oír esto, los insectos, que querían mucho a la margarita, decidieron ayudarla.

Zumbando, zumbando todas las abejas, las moscas, los mosquitos, las mariquitas y las mariposas del Jardín unieron sus fuerzas para levantar la maceta volando y llevarla hasta el otro lado de la montañita que había señalado Masi. Y allí encontraron algo asombroso. ¿Queréis saber qué era?

¡Un mercadillo! ¡Y un grupo de muñecos que tocaban instrumentos musicales! Era una compañía de teatro ambulante que iba de pueblo en pueblo haciendo funciones para divertir a la gente. En el grupo había una marioneta con un vestido morado, un murciélago malabarista, una marmota que tocaba las maracas y un mapache enmascarado. ¡Qué locura! Mimi pensó que todos estaban majaretas, pero era muy gracioso. Mimi pidió a Masi que fuera a avisar a todo el mundo, y pronto estuvieron allí Inma, Emilio, Ana, Úrsula, Óscar, Pata, Pato y también Aurelio y Julieta, claro. Todos disfrutaron muchísimo con la actuación. Cuando la función terminó, el público aplaudió de lo lindo. También Mimi habría aplaudido un montón si hubiera tenido manos, pero como solo tiene hojas, las agitó con todas sus fuerzas porque, ¿sabéis?, así es como aplauden las margaritas.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 21 »m89å »m:;Þ »m45Δ »m89ø »m45¤ »m89a45p89å Míìi45m45Δ »m89o>?m45i89å »p45u45m89å »m89a45m89¥ »m:;eTUsÑÖå EäãsÇÉÞ »m45i89a45¤. MíìΔ »p89a45p89¥ *+å »m45Δ »m89a45m89¥.

La tormenta había tirado troncos, ramas, flores y algunas tejas del cobertizo. ¡El Jardín estaba hecho un desastre! Topito, que no ve muy bien, iba tanteando el camino para no tropezar. Tami, a su lado, también andaba despacito, moviendo lentamente una patita tras otra. Algunos llaman a Tami la tortuga tardona, pero ella sabe que, pasito a pasito, siempre llega a tiempo a todas partes.

Tras pasar por debajo del tobogán, llegaron hasta el sitio de donde salía el sonido de la trompeta, justo entre un montón de flores de la “t” tumbadas, retorcidas y hasta, algunas de ellas, rotas también. ¿Queréis saber quién tocaba la trompeta?

¡Pues era Pato! Estaba llamando a todos los habitantes del Jardín para pedirles ayuda.

–¿Qué pasa, Pato? –preguntó Topito. –Como veis la tormenta ha estropeado algunas cosas y tenemos que arreglarlas entre todos. ¿Os apuntáis?

–¡Pues claro! –dijeron Topito y Tami, y se unieron a sus amigos para poner a punto el Jardín.

Cuento de la “ »†”

Aunque en el Jardín de las Letras casi siempre hace sol, algunos días también tiene que llover y, de vez en cuando, toca tormenta. Aquella mañana, la lluvia golpeaba la tierra haciendo “tap-tap-tap-tap”, y los truenos sonaban como si alguien estuviera tocando un tambor. El topo Topito estaba en su casa, debajo de la tierra, desayunando con su amiga la tortuga Tami. Mientras tomaban su té templado, tostadas con tomate y un trozo de tarta de trufa, escuchaban el tamtam de los truenos. La tormenta era terrible, pero ellos no tenían miedo; estaban contentos porque el techo de casa les protegía del mal tiempo.

Cuando la lluvia paró y al fin todo parecía tranquilo…, TARARÍ-TARARÍ…, sonó una trompeta.

–¡Una trompeta, Tami! ¿Quién la tocará? –preguntó Topito. –No sé, Topi, tendremos que ir a ver –respondió la tortuga.

Todos trabajaron un montón, pero lo hicieron riendo y cantando. Pata y Pato ponían tablitas en las flores de tes que no se habían roto, para que estuvieran tiesitas. Tami y Topito recogían las letras que estaban por el suelo y las guardaban en un tarro para, después, hacer confitura con ellas. Julieta barría las tejas rotas que habían caído del tejado. Aurelio utilizó una taladradora que hacía “T-T-T-T-T-T-T-T-T-T-T-T”, para arreglar el cobertizo, y la tierra empezó a temblar como si hubiera un terremoto, pero solo fue un instante y muy pronto el ruido aterrador paró.

–¡TATATACHÁN! ¡TERMINADO! –dijo Aurelio cuando acabó con la taladradora.

Topito, Tami y los demás aplaudieron entusiasmados. El Jardín estaba otra vez como nuevo. Entre todos no habían tardado nada en arreglar lo que la tormenta había roto. ¡BUEN TRABAJO!

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 23 »t89å »t:;Þ »t45Δ »t89ø »t45¤ »t89o>?m89a45t:;Þ Txya45m45Δ »t89a45p89å »m:; TUs~òi45t89å »m89o>?t89ø ÃsÑÖa45p45i45t89ø TVW¤ »m89o>?t89ø Pxya45t89ø »t89o>?m89å Ãs~ò¤ ÃsÇÉ HIt89å. *+a45† ÀeHI† »i45† *+o>?† »u45†

¡Era un caracol! Óscar lo puso en el suelo con cuidado y le preguntó cómo se llamaba.

–Soy Cuco, el caracol cantante. Acabo de llegar a este Jardín. Antes vivía en una coliflor que crecía en el huerto de un campesino, en lo alto de una colina. Pero un día, el campesino recolectó la coliflor para comérsela, así que tuve que irme de allí. Menos mal que llevo mi casa a cuestas con todas mis cosas dentro. Lo malo es que a veces es muy cansado ir tan cargado por los caminos. Por eso he parado a descansar un rato aquí. Las ces son letras muy cómodas para un caracol –explicó Cuco.

–¿Y dices que eres cantante? ¡Qué curiosa coincidencia! Justo hoy tenemos un cumpleaños en el Jardín –dijo Óscar–. ¿Contamos contigo para cantar alguna canción?

–¡Claro! ¡Encantado! –respondió Cuco, muy contento de poder cantar en el cumple.

Cuento de la “ *+©”

¿Os he hablado ya del cole del Jardín? ¿No? ¡Pues voy a hacerlo ahora! Como ya imaginaréis, nuestros amigos, además de jugar, correr, cantar, comer cosas ricas y colaborar en el cuidado del Jardín, también van al cole. Su profe se llama Cati. La casa de Cati está al lado del cole y por eso va a clase caminando. Cuando Cati camina, siempre canta, ¡porque le encanta la música! También le encanta contar historias y en el cole siempre cuenta muchos cuentos: de castillos y de caballeros, de casas secretas… ¡y hasta de camisas voladoras! Cati sabe cantidad de cuentos curiosos. Todos quieren mucho a Cati y, por eso, el día de su cumpleaños decidieron organizar una fiesta sorpresa. Óscar fue a recoger flores de letras para hacer una guirnalda. Quería escribir con ellas: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, CATI! Acababa de coger una hermosa “c” y la iba a poner en la canasta de las consonantes, cuando se fijó que había un bichito acurrucado dentro, como si la “c” fuera su cuna. ¿A ver quién adivina qué bichito era?

Prepararon la fiesta a la sombra de un castaño que había cerca del cole. Así que, al salir de clase acompañada de Óscar, Inma, Emilio, Úrsula y Ana, Cati se encontró con Pata y Pato, Aurelio, Julieta, Topito, Tami, Mimi…, ¡y todos los demás! ¡Y no solo con ellos!, también habían acudido al cumple unos cuantos amigos de fuera del Jardín, como Cosme, el conejo cocinero, que llevó una deliciosa confitura de calabaza; Curro, el castor carpintero, que le regaló a Cati un coche de carreras; Cayo, el caballo castaño, que le dio una camiseta; y hasta Camilo, el cocodrilo de El Cairo, que llevó un cuenco lleno de caramelos de coco. Después de la merienda y los regalos, Cuco el caracol comenzó a cantar. ¡Y cuántas canciones cantó! Óscar y los demás le acompañaron coreando las canciones y tocando campanas y cascabeles. Cati estaba tan contenta como unas castañuelas. Cuando terminó el concierto, todos le cantaron “Cumpleaños Feliz”. –Gracias por tus canciones, Cuco –dijo Cati, dando un beso al caracol.

Y Cuco, que era un poco vergonzoso, se puso colorado y respondió: –¡De nada, querida Cati!

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 25 *+^_å *+^_ø *+hi¤ *+^_oBC^_ø Céèu89^_ø *+^_a<=sÑÖå À TUsÑÖå *+^_o>?m:; HIt89å »m45Δ *+^_a<=s~òi45t89å TVW¤ *+^_a89^_a45t45ú89å *+^_o>?m:;Þ »p45i45p89a<=sÑ. Txyo>?m89á<=sÑ *+^_o>?m:;Þ »t89o>?m89a45t:;Þ.

Al llegar al estanque esperaban encontrar a Pata y Pato nadando, naturalmente, porque a los patitos no hay nada que más les guste que nadar. Pero ninguno de los dos estaba allí, ¡qué raro! Tampoco encontraron a Soso, el sapo, ni a Susa, la salamandra. El estanque estaba vacío y nuestros amigos no entendían nada.

–No hay nadie nadando, esto no es normal –dijo Ana muy extrañada.

–¡Pata!, ¡Pato! ¿Dónde estáis? ¿No nadáis con nosotros? –gritó Inma, buscándoles.

Al fin los encontraron echando la siesta a la sombra, bajo las flores de la “n”.

–¿Por qué no hay nadie nadando en el estanque? –preguntó Ana.

–Con tanto calor el agua quema. No nos apetece nadar –respondió Pato, muy tristón.

–Nos vendría muy bien algo fresquito, pero, ¿quién nos podría ayudar?

–¡Yo puedo ayudaros! –dijo entonces una voz en el cielo. ¿Quién sería?

Cuento de la “ »>”

Cuando acabó la fiesta de cumpleaños de Cati, nuestros amigos se fueron a casa tarareando las canciones que había cantado Cuco. Al día siguiente, al salir del cole, todavía tenían una cancioncilla en la cabeza: “naninoní naninoná…”. Era un día precioso: al amanecer estuvo nublado, pero luego la niebla se fue y no hubo más nubes negras. Ana no paraba de cantar y sus amigos le decían riendo: –¡Ana no cantes, que desafinas! No vayan a volver las nubes negras y se ponga a llover. Ana se reía con ellos, porque sabía que era broma; la verdad es que cantaba muy bien. Y, además, el día era estupendo, el sol brillaba y los pájaros también cantaban en las ramas del naranjo, del níspero y del nogal. Incluso los pajaritos recién nacidos piaban en sus nidos. Entre canción y canción, Ana propuso que se fueran a nadar al estanque, porque quería estrenar su bañador nuevo. A los demás les pareció muy buena idea: “¡BIEN!”, exclamaron, y se fueron corriendo a ponerse sus propios bañadores.

Era una nube nueva, blanca y bonita como una bola de algodón. Se llamaba Nana y les contó que venía del norte, donde todo está nevado. Por eso estaba muy fresquita. Les pidió que le dejaran enfriar el agua del estanque lloviendo sobre él. Todos dijeron que sí y Nana comenzó a derramar lluvia muy fresquita que enseguida enfrió el agua del estanque. Después les dijo a Ana, Inma y los demás:

–Si lanzáis al cielo unas flores de la “n” y cantáis un poquito ¡veréis qué sorpresa!

–Naninoní naninoná… –cantaron todos a coro, lanzando las enes al cielo.

Con la canción, las enes se convirtieron en nueve nubecitas redondas y… ¡de colores!

–Naninoní naninoná… ¡Nubecitas, nubecitas vamos todas a nevar! –canturreó Nana.

Y las nubes nevaron nieve de naranja y de limón, ¡porque eran nubes de helado!

–¡Gracias, Nana! ¡Es genial! –exclamaron Ana y sus amigos.

Y se pasaron el resto de la tarde cantando, comiendo helados, nadando y, lo más sorprendente: ¡haciendo muñecos de nieve! Porque Nana, antes de irse, también les dejó un montoncito de nieve normal para que jugaran con ella.

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jardín de las letras
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Después de comer, Lola, Lali y Lucas propusieron ir a los columpios.

–¡Vamos a jugar al escondite! –dijo el lirón.

–¡Vale!, pero ¡la ligas! –respondió la lagartija.

–¿Que yo qué? –preguntó Lucas.

–¡Que tú la llevas! ¡Que tú la quedas! –le aclaró la lombriz entre risas.

Mientras Lucas contaba, Emilio, Ana, Inma, Óscar y Úrsula corrieron hasta la casa grande y se escondieron por todos lados: ¡hasta detrás de las lámparas y de la lavadora!

–¡Eh! ¡Así no vale! ¡Tenéis que esconderos en el Jardín! –dijo Lucas cuando al fin logró encontrarles, después de haberles buscado como loco hasta debajo de las flores.

Todos salieron al Jardín y corrían felices cuando, de pronto, la lagartija gritó:

–¡Ay! ¡Se me ha liado la cola en el columpio y he quedado atrapada!

–No te preocupes, Lola, te vamos a liberar –la tranquilizó Lucas.

Cuento de la “ Δ¬”

En el Jardín de las Letras cuando alguien aprende a leer, se celebra una gran fiesta. Ese día se celebraba que la lagartija Lola, Lucas el lirón y la lombriz Lali ya sabían leer y escribir solitos. El Jardín estaba precioso: olía a laurel y habían florecido las lilas, los lirios y el limonero. Además, Emilio y sus amigos lo adornaron todo con lazos y guirnaldas de eles. Y, como la fiesta de la lectura era una fiesta de disfraces, todos iban lindísimos: Óscar se disfrazó de lobo; Úrsula de león, con una larga peluca de lana; Ana de lechuza, con una capa de plumas; Inma de leoparda, con una cola muy larga; y Emilio de lagarto. Pata, como puede cambiar de color, se disfrazó de loro con plumas de mil colores y Pato, ¿sabéis de qué?, ¡de hombre invisible! Para comer tomaron ensalada de lechuga, luego lentejas y, de postre, bebieron leche merengada y limonada. Y, por si fuera poco, Julieta y Aurelio les regalaron a todos libros, libretas y lápices.

Aurelio y Julieta llegaron hasta el columpio y vieron lo que había pasado. Julieta sacó de su bolsillo una letra ele que siempre llevaba guardada para estas ocasiones, porque tiene forma de palanca. Con mucho cuidado, utilizó la ele para deshacer el lío de la cola y en un periquete Lola quedo libre para poder seguir jugando con sus amigos. –¡Muchas gracias, Julieta! –dijo la lagartija, dándole un beso.

Desde ese momento, Lola tuvo mucho cuidado para que su cola no se liara con nada más. Y todos siguieron jugando contentos hasta que se hizo de noche. Entonces, miles de luciérnagas encendieron sus lucecitas iluminando el Jardín. A la luz de las pequeñas linternitas, nuestros amigos cantaron alegres:

Lucas, Lila y Lola ya saben leer. Laliló-laliló, laliló-loló. Y ahora la ele ya la lees tú. Laliló-laliló, laliló-lulú.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 29 Δ 89å Δ :;Þ Δ 45Δ Δ 89ø Δ 45¤ Δ 45u45n89å LVWu89^_a<=sÑ Δ 45i67 89å Δ 89å »p:; JK 89o>?t89å Δ 89å Δ 45u45p89å *+a67¬ À JK¬ »i67¬ *+o@A¬ »u67¬ Etu¬ Δ :; NOó>?> ÃsÑÖa67 :;Þ ÃsÑÖo@A 89ø. EVWm45i67 45i89ø »t45i:;eHIn:;Þ »u45> »p89o@A 89ø.
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Aquel día era domingo, pero todos habían acordado que se levantarían pronto para desmontar el decorado y las guirnaldas de la fiesta de la lectura del día anterior. Por eso, cuando Pato se despertó a las diez de la mañana sin oír la campanilla de Dindón se extrañó mucho. Todos sus amigos estaban dormidos todavía, así que fue a despertarles.

–Qué raro –dijo Julieta–. ¿Dónde estará Dindón?

–No lo sé. No nos ha llamado, ¡y no sabemos qué desayunar! –dijo Pato preocupado.

Entonces, Julieta repartió a todos batidos y dulces dátiles y, después de desayunar, se fueron juntos a buscar al duendecillo. Lo encontraron dentro de la despensa de la casa grande: ¡lo estaba desordenando todo!

–¿Qué te pasa, Dindón? ¡Deja de desordenar la despensa!

¿Qué buscas? –le dijo Julieta, con cariño, pero señalando con el dedo todo lo que Dindón había descolocado.

Dindón dijo, triste y decaído:

–¡Jo! ¡Es que he perdido mi dado y mi campanilla! ¡No los encuentro por ninguna parte!

Cuento de la “ *+∂”

¿A que a veces os cuesta un poco despertaros por la mañana? ¡Claro! ¡Es normal! Pero hay que levantarse temprano para ir al cole, hacer deberes, ir al médico, al dentista… Incluso los sábados y los domingos hay que despertarse para hacer deporte, divertirse o, por ejemplo, ver a los abuelos. En el Jardín de las Letras hay un duende que se encarga de despertar a todos con dulzura y de forma divertida, para que empiecen el día de buen humor. Se llama Dindón y duerme dentro de un dedal, debajo de las flores en las que crece la letra “d”. Es un duende delgadito y algo despistado pero muy alegre, al que le gusta jugar al dominó y disparar dardos a la diana. Cada mañana toca su campanilla dorada, DIN-DON, DIN-DAN, DIN-DON, DIN-DAN, y dice: –¡BUENOS DÍAS DORMILONES!

Y después lanza un dado para decidir los alimentos que van a tomar cada mañana en el desayuno, porque ya sabéis que es importante desayunar muy bien.

Entonces entendieron por qué el duende no les había despertado aquella mañana. ¡Menudo problema! Tenían que ayudarle. Por suerte, Aurelio recordó que la campanilla y el dado de Dindón, como muchas cosas en el jardín, eran especiales:

–¡Ya sé cómo descubrir dónde están! Solo tenemos que llamarlos con unas palabras mágicas –dijo el jardinero y se las enseñó.

Si queréis, podemos decirlas todos juntos. Mirad, son estas:

¿Dónde está, dindondán, la campanilla de Dindón?

¿Dónde está, dindondón, el dado de don Dindón? La campanilla y el dado aparecieron volando. Dindón dio las gracias a todos con sonoros besos y prometió despertarles con más dulzura que nunca al día siguiente. Estaba tan contento que se pasó todo el día dando volteretas y haciendo din-don-dan.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 33 *+d89å *+d:;Þ *+d45Δ *+d89ø *+d45¤ *+d45i89a45n89å Dpqi45n89d89ó>?> *+d89a89d89ø »u45n89å »m89a45n89ø *+d89o23sÑ *+d:; NOd89o23s Dlma45n45i:; JK¬ »t45i:; HIn:;Þ »u45> *+d89o>?m45i45n89ƒ. *+a89∂ À NO∂ »i89∂ *+oBC∂ »u89∂ Lxya67 45Δ »t89o>?m89å »u45> »p89o@A 89ø *+d:;Þ »n89a45t89å.

Lo más gracioso es que, para llamar a la puerta en casa de los ratoncitos, hay que rascar el árbol de la risa. Cuando lo rascan, el árbol se ríe, extiende sus ramas y hace cosquillas a quien llama. Aquel día, el árbol de la risa no paraba de reír y de hacer cosquillas, porque no dejaba de llegar gente. Resulta que al buscar la campanilla y el dado de Dindón, todos en el Jardín revolvieron sus armarios y encontraron cosas que no necesitaban o que estaban rotas. “Seguro que esto lo arregla Rita”, decían, o pensaban: “a Ramón le encantará coser estos trapitos”. Y lo metían todo en un carro para llevarlo a casa del ratón y la ratita. Aurelio apareció con una carretilla cargada con una regadera roja, una sierra y una rueda rota. Pata y Pato acarrearon entre los dos un reloj de pared. Úrsula les regaló un pantalón raído y un gorro raro con una cinta rizada. Emilio les dio un cuadro realizado con macarrones y trozos de turrón duro. Y Óscar, Inma y Ana fueron con tres tarros rellenos de arroz y arena coloreada.

Cuento de la “ »®”

¿Os he hablado ya de árbol de la risa que hay en el Jardín? ¿No? Pues, veréis, se trata de un árbol grande como una torre. Su tronco, marrón y rasposo, huele a regaliz y, si lo rascas, el árbol se ríe. Además, con sus ramas, te hace cosquillas hasta que tú tampoco puedes parar de reír. En las ramas del árbol de la risa vive una familia de ruiseñores que canta sin parar, y también hay gorriones, urracas y otros muchos pájaros. Bajo la tierra, en un agujerito junto a su raíz, viven Rita y Ramón. Ramón es un ratoncito risueño y regordete, y Rita es una ratita rubia con las patitas rosas. A Rita le gusta reciclar cosas rotas: las recoge, las arregla y las regala a sus amigos convertidas en nuevos cacharros requetechulis. ¡Es que le encanta hacer manualidades! A Ramón, en cambio, le gusta coser y reutilizar la ropa: recoge rebecas, gorros y todo tipo de prendas raras; las remienda y las transforma en disfraces divertidos. Cada vez que alguien en el Jardín necesita arreglar algo, o encuentra un cacharro o un traje que se puede reciclar, corre a llevarlo a la madriguera de Rita y Ramón.

¡Qué cantidad de cosas les llevaron! Tantas que al ratoncito y la ratita ya no les cabían en las repisas y los armarios. –¡Tendremos que hacer un rastrillo! –dijo Ramón. Y, así lo hicieron. Primero, Rita y Ramón arreglaron y reciclaron todas las cosas que les habían regalado, convirtiéndolas en otros objetos nuevos y relucientes. Después sacaron una recia mesa de roble y la pusieron frente a la puerta de su casa, justo donde crecen las flores de la letra “r”; la cubrieron con un mantel rojo, pusieron un jarrón con un ramo de rosas para decorar y repartieron todos los cacharros encima. ¡Ya estaba listo el mercadillo! Todos sus amigos se acercaron a ver las maravillas que Ramón y Rita habían hecho usando sus propias manos y mucha imaginación. Y como el árbol de la risa no paraba de hacerles cosquillas, se pasaron el día entero riendo a carcajadas.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 35 »r89å »r:;Þ »r45Δ »r89ø »r45¤ »r89a45m89ø RVWi45t89å »r89a89d45i89ø EVW> »m45Δ »r89a89d45i89ø Ãs~òu:; HIn89å Δ 89å »m45ú<=s~òi89^_å. *+a45® À HI® »i45® *+o>?® »u45® Olmd45i67 89ó>?> »n89ø »m:;Þ *+d89å »m45i:; NOd89ø.
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S.A. Nuevo jardín de las letras

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© algaida
37 Leer
editores

Mientras Julieta ojeaba los objetos, Ana, Emilio, Inma, Úrsula, Óscar, Pato y Pata, sin dejar de reír, se fueron a jugar juntos bajo una jacaranda llena de flores azules.

–¡Estamos en la jungla! –exclamó Pato, haciendo que caminaba por la selva.

–¡Cuidado con el jaguar! –gritó Emilio siguiéndole el juego. En ese momento, un jilguero que cantaba tranquilamente posado en un matojo de hojas rojas dejó de cantar y empezó a gritar:

–¡Dejad de jugar a la jungla! No viene un jaguar pero… ¡por ahí viene un jabalí!

Todos miraron a donde señalaba el pajarito. ¡Era verdad! Entre los naranjos apareció un jabalí que corría hacia ellos.

–¡Para! ¡Para! ¡Deja de correr y dinos quién eres, jabalí!

–dijo Pata volando hasta él.

–Me llamo Juan. Necesito ayuda. ¡Ha pasado algo terrible! –dijo el jabalí muy nervioso.

Cuento de la “ »j”

Julieta se estaba comiendo un crujiente y jugoso bocadillo de jamón, cuando se dio cuenta de que hacía mucho rato que no veía a Aurelio. El jardinero había juntado un montón de cosas para llevarlas a casa de Ramón y Rita y todavía no había vuelto. –Qué raro –se dijo Julieta, y fue a recorrer el Jardín en busca de Aurelio.

Lo encontró, junto a Pata y Pato y a las niñas y los niños del Jardín, en el mercadillo de Rita y Ramón. Estaban bajo el árbol de la risa, que les hacía cosquillas, ¿os acordáis?, y por eso no podían dejar de reír: ja, ja, ja, ja, ja…, je, je, je, je, je…, jo, jo, jo, jo, jo…, ju, ju, ju, ju, ju… ¡Qué jaleo!

En cuanto llegó Julieta, ella también se puso a reír: ji, ji, ji, ji, ji… Pero, entre carcajadas, pudo ver las cosas del mercadillo: había jaulas, juguetes, joyas lujosas, un pijama con una jirafa dibujada, un jersey juvenil, una jarra con forma de pájaro, un jarrón japonés, una bandejita para el jabón y una caña de pescar de junco.

–¡Jo! ¡Qué objetos tan bonitos! ¡Ojalá pudiera comprarlos todos! –suspiró Julieta.

Juan, el jabalí, les explicó que había ido al Jardín con su hijo Juli a recoger jotas, porque con ellas hacía una jalea deliciosa. Mientras cogían las flores de la “j”, su hijo no miró por dónde iba y se cayó al estanque.

–Ni Juli ni yo sabemos nadar. ¡Tenéis que ayudarme a sacarlo del agua!

Sin perder ni un segundo, todos corrieron hacia el estanque. Julieta recogió un montón de jotas y las unieron formando una cadena.

–¡Agarra las jotas, Juli! –gritó Julieta.

El pequeño jabalí sujetó con fuerza la cadena de jotas y todos juntos tiraron a la vez: ¡a la de una, a la de dos, y a la de… TRES! ¡Lo consiguieron! ¡Bravo!

Juli salió del agua jadeando y su papá lo abrazó con fuerza. Estaba muy mojado, así que fueron a buscar una toalla y lo envolvieron con ella.

–Sécate bien, no te vayas a constipar –le dijo Julieta.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 39 »j`aå »j|}Þ »jjkΔ »j`aø »jjk¤ »j`aa45r45r89å Jpqu67 45i:; HIt89å »j`aa45r89d45í45> Lxyå »j`aa45r45r89å »t45i:;eHIn:;Þ »n89a45r89a45n45j`aa<=sÑ. Etu¬ Δ 89o>?r89ø »n89ø »t45i:;eHIn:;Þ *+o>?r:;eHIj`aa<= SnoÞ »r45í:;Þ *+å *+^_a45r89^_a45j`aa89d89a<=sÑ.

¡Eran un búho vestido de pirata y un buitre con cara de bueno! Nada más aterrizar, se pusieron a rebuscar entre las flores. Berto se acercó para ver si podía ayudarles:

–Hola, me llamo Berto, ¿quiénes sois vosotros y qué estáis buscando?

–Hola, barrendero, yo soy Basilio, el búho bucanero y este es mi amigo Boni, el buitre bonachón. Buscamos un baúl que se nos ha caído. Debe de estar por aquí, ¿lo has visto?

–¡Sí! ¡Lo he visto! Ha caído de una nube con forma de barco, está entre las flores de la be. ¿Qué lleváis en el baúl?

–¡El baúl es nuestro botín de tesoros! –explicó el búho. –Bueno, más bien es un botín de baratijas –dijo el buitre.

–¡No digas bobadas, Boni! ¡Es un botín muy bueno! Tenemos un casco de bombero abollado, una bufanda con borlas, un barco en una botella, un botijo de barro con forma de ballena, una bata blanca, una bota rota, una bandeja barata, una bolsa llena de botones, un balón blandito, un bote de baba de babosa ¡y muchas cosas más!

Cuento de la “ Δ∫”

No sé si os he dicho que el Jardín de las Letras, además de ser muy bonito, siempre está muy limpio y aseado, incluso después de los días de baile o de los que hay baratillo. ¿Queréis saber por qué? Pues porque nuestros amigos lo cuidan mucho y no tiran basura al suelo. Pero, además, si alguna vez ensucian algo sin darse cuenta, lo barre Berto el barrendero, que también se encarga de barrer las hojas que caen de los árboles. Berto es bajito y barbudo y siempre está de buen humor. Mientras barre no para de bailar, y cuando empuja los cubos de basura los golpea con ritmo, como si fueran una batería: ¡bim, bam, bum! Aquel día, Berto estaba limpiando el barro seco que había quedado tras el rescate de Juli, el pequeño jabalí, cuando de pronto… ¡BUM!, escuchó un golpe bárbaro, como un bombazo. ¡Algo había caído del cielo, justo entre las flores de la letra “b”! Cuando miró hacia arriba, vio alejarse una nube con forma de barco y dos bultos que bajaban volando. ¿Quiénes serían?

Boni le explicó que eran tesoros recogidos de barcos hundidos y sitios abandonados. Berto estaba asombrado. Mientras buscaban el baúl, llegaron Pata y Pato acompañados de los niños y niñas del Jardín, y se pusieron a ayudar en la búsqueda.

–¡Aquí está! ¡Pero pesa muchísimo! –dijo Pato, intentando levantar el baúl él solo.

–Claro, por eso se nos ha caído. Pesaba demasiado y no podíamos con él. Hicimos un barco con una nube para llevarlo, pero la nube era demasiado blanda y el botín… ¡bum! –Nosotros no tenemos un barco. ¡Pero podemos fabricar un globo! Solo hay que inflar una letra “b” con un poquito de magia –dijo Berto. Cogió una be y recitó: –¡Alibabá, alibabú, bombín, bambú! Entonces la “b” creció, se infló y se convirtió en un globo con cestillo y todo. Basilio y Boni subieron el baúl al globo y se despidieron de todos desde el cielo lanzándoles muchos besos, mientras Berto les despedía tocando su batería de cubos: bim, bam, bum.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 41 ΔbBCå ΔbDEÞ Δb>?Δ ΔbBCø Δb>?¤ ΔbBCo>?t89å Blmo>?n45Δ ΔbBCa45r89^_ø Blma<=s~òi67 45i89ø »n89ø »t45i:;eHIn:;Þ ΔbBCa45r67bBCå »n45Δ *+o>?r:;eHIj`aa<=sÑ. Bno HIr45t89ø ΔbBCa45r45r:;Þ Δb>?i:; HI> *+^_o>?> Ãs~ò¤ ÀeTUsÑÖ^_o@AbBCå. *+a67∫ ÀeJK∫ »i67∫ *+o@A∫ »u67∫

Al oír su nombre, Ñami la araña tejedora apareció entre las flores de la “ñ”. Enseguida se dio cuenta de lo que pasaba y, a toda velocidad, entre unas cañas, tejió una gran telaraña muy fina, pero muy resistente. ¡La terminó justo a tiempo! El bebé en pañales cayó en ella y ¡no se hizo daño! ¡Ni un solo arañazo! Los niños y niñas del Jardín, con Pata y Pato se apiñaron alrededor del pequeñín para verlo de cerca. Estaban haciéndole cariñitos, cuando al fin se posó la cigüeña, todavía muy asustada. Mientras recogía al pequeño les dio las gracias a todos por su ayuda, y en especial a Ñami. Les explicó que se llamaba Toñi y que tenía que entregar el bebé en una cabaña cercana, a la mañana siguiente. Aunque estaba más tranquila, la cigüeña se regañó a sí misma: –¡Qué descuidada soy! ¡Ay, si se hubiera hecho daño! ¡Ay! ¡Ay!

–Tranquila, Toñi, por suerte no se ha hecho ni un solo rasguño –la calmó Inma.

Como ya era tarde, invitaron a Toñi a pasar la noche en el Jardín.

–Tejeré una suave telaraña para tapar al niño, pero necesitaremos una cuna –dijo Ñami.

Cuento de la “ »ð”

Mientras despedían a Basilio y Boni, mirando al cielo para ver cómo se alejaba su globo de la “b” cargado de tesoros, nuestros amigos vieron acercarse volando una cigüeña que llevaba en el pico un paquetito envuelto en un pañuelo.

–¿Lleva un muñeco en el pico? –preguntó Emilio.

–¡No! ¡Lleva un bebé en pañales, pequeño pequeño! –señaló Ana.

Al ver que los niños la señalaban, la cigüeña miró hacia abajo y les saludó con el ala. Como estaba distraída no se dio cuenta de que se acercaba peligrosamente al globo.

–¡Cuidado, cigüeña! ¡Que te chocas! –gritaron los niños desgañitándose para avisarla.

Para no golpearse, la cigüeña hizo una pirueta y…, ¡aunque no se chocó!, el pañuelo se soltó de su pico y el pequeñín en pañales empezó a caer. ¡Madre mía!

–¡Tenemos que hacer algo para salvarle! –exclamó Óscar, con el corazón en un puño.

–¡Necesitamos la ayuda de Ñami! ¡Ella salvará al niño! –añadió Úrsula.

¿A ver si adivináis quiénes tenían una cunita para el pequeñín? ¡Claro! ¡Rita y Ramón! Fueron a su madriguera y la ratita rebuscó por todas partes hasta que la encontró:

–A ver… un pañuelo…, un bañador…, el bigote de un señor…, una bañera arañada…, una piñata pequeña…, una tienda de campaña… ¡Aquí está! ¡Una cuna muy añeja, de tiempos de Maricastaña!

Pusieron al bebé en la cuna y Toñi se quedó a cenar con Ñami. Después de recoger algo de leña, la arañita preparó una rica crema de castañas y una ensalada de piñones aliñada con cariño. De postre tomaron piña.

–Muchas gracias por todo, Ñami –dijo Toñi, antes de acostarse.

–De nada, amiga cigüeña. ¡Que tengas dulces sueños! –contestó Ñami, la araña.

Y ambas se durmieron, más contentas que unas castañuelas, porque todo había acabado bien.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 43 »ñ89å »ñ:;Þ »ñ45Δ »ñ89ø »ñ45¤ ΔbBCa45ñ:;eHIr89å Ññóa45m45Δ »m45u45ñ:; NO^_ø Etu¬ »r45u45i<=sÇÉ HIñ89o>?® *+^_a45n45t89å Δb>?i:; HI>. Etu¬ ΔbDE JKbDE@ »u<=sÑÖå »p89a45ñ89a67 :; TUsÑ. Txyo>?ñ45Δ ΔbDE JKbDEÞ »u45> ΔbBCa45t45i89d89ø *+d:;Þ »p45i45ñ89å.

Pues era la avispa Viviana, a la que todos llamaban Vivi. Vivi vive con varias avispas más en un valle al otro lado de la verja que cierra el Jardín, pero muchas veces van de vacaciones al avispero que hay detrás de las uvas, junto a la ventana de la casa grande. Cuando nuestros amigos encontraron a Vivi, la avispita estaba revoloteando muy preocupada dentro del avispero vacío.

–¿Qué te pasa Vivi? –le preguntó Pato. –Es que venía con mis amigas aquí, a pasar las vacaciones en nuestro avispero de verano, pero me he quedado atrás. Cuando he llegado, pensaba que ellas estarían esperándome, pero la casa está vacía. Y todavía no han venido. ¡Es muy raro! Creo que se han olvidado del camino. ¿Y si se han perdido? ¡Ay! ¿Y si no vuelvo a verlas? –lloró la pobre avispa. –No te preocupes Vivi, amiga mía, yo puedo llamarlas y hacer que encuentren el camino –dijo entonces una leve vocecita que salía de entre las flores de la letra “v”.

Cuento de la “ »√”

¿Verdad que os acordáis de la última aventura que os conté? Después de cenar con su amiga la araña, la cigüeña Toñi se quedó a dormir con ella. Al día siguiente todos los vecinos y vecinas del Jardín se levantaron temprano para despedirla y llevarle regalos a la valiente viajera: un casco de aviadora para que volara más segura, y un vestidito de volantes y velo de telaraña para vestir y envolver al niño durante la travesía. –¡Gracias! Me voy, pero os prometo que volveré en cuanto pueda –dijo Toñi. Estaba a punto de moverse y emprender su veloz vuelo a través del viento, cuando algo la detuvo. Había oído un ruido: un zumbido muy muy suave, parecido al sonido que hacemos a veces para diferenciar la uve de la be: vvvvv vvvvvvvvv vvvvvvvv.

–¿No oís eso? Viene de detrás de las uvas de la parra que hay junto a esa ventana –dijo, señalando la casa en la que viven Inma, Úrsula, Ana, Emilio, Óscar, Pata y Pato. Todos fueron a ver qué era aquel sonido. ¿Queréis que lo veamos nosotros también?

La vocecita era de Viola, una violeta de hojas verdes, muy vivaracha y vistosa, amiga de todas las avispas. A las avispas les encantan las flores y sobre todo las flores tan simpáticas y especiales como Viola, que era una violeta violinista. –Cuando tus amigas oigan vibrar mi viejo violín vendrán volando sin perderse. ¡Seguro! –dijo la violeta y, con mucha delicadeza, empezó a tocar un vals. Tocaba de maravilla. ¡Y tenía razón! Desde el otro lado de la verja, las avispas perdidas oyeron el violín y siguieron la música hasta llegar al avispero. Al verlas aparecer todos vitorearon a Viola: ¡VIVA! ¡VIVA LA VIOLETA VIOLINISTA! –Gracias, Viola –le dijeron las avispas, dándole besos en los pétalos.

Viola, que es un poco vergonzosa, se puso colorada y le entró mucha sed, pero los niños la regaron con un vasito de agua y así pudo seguir tocando feliz el resto del día.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 45 »vBCå »vDEÞ »v>?Δ »vBCø »v>?¤ »vDE TUs~òt45i89d89ø VVWi45v>?Δ »n:;eHIvDE HIr89å Lxya<=sÑ *+a67bDEeHIj`aa<=sÑ »v>?i45vDE HI> À HI> À JK¬ »j`aa45r89d45í45>. Etu¬ »v>?i89o@A 45í45> *+d:;Þ VVWi89o@A 89å Ãs~òu:; HIn89å b i:; HI>. Txyo>?ñ45Δ »vBCå *+d:;Þ »v>?i89a45j|}Þ *+^_o>?> ÀeJK¬ ΔbDE JKbDE@.

–¡Son un yak y un yacaré! –exclamó el rey Yolo, señalando a los nuevos visitantes. Aunque los cuernos del yak y los colmillos del yacaré daban un poco de miedo, enseguida supieron que eran buenos. Nuestros amigos les invitaron a acercarse. En una pausa de la música, el yak y el yacaré les dijeron que se llamaban Yayo y Yiyo. También ellos habían oído el sonido del violín y querían conocer a Viola. Como cada vez tenía más público, la violeta siguió tocando. Cuando ya parecía que no iba a llegar nadie más, de pronto, entraron… ¡cuatro payasos! Tres de ellos iban haciendo piruetas con sus yoyós y el cuarto cojeaba apoyado en un cayado, que es un tipo de bastón. Los payasos se llamaban Yopi, Yoco, Yula y Yimbo. Al oír la música y ver tanta gente reunida habían pensado que en el Jardín se celebraba una fiesta.

–Veníamos corriendo y, por el camino, Yimbo se cayó en un hoyo. Por eso ahora se apoya en el cayado y ya no puede lanzar el yoyó –les explicó Yopi.

Cuento de la “ »y”

Óscar, Inma, Emilio, Úrsula y Ana estaban disfrutando de la música que tocaba Viola, la pequeña violeta. También estaban allí Julieta, Aurelio, Pato y Pata, que se habían unido a ellos después de desayunar. La melodía era tan bonita y el viento la llevaba tan lejos que empezaron a llegar al Jardín muchos visitantes preguntando quién era la gran violinista. El primero en ir fue un rey llamado Yolo. Apareció montado en una preciosa yegua blanca que se llamaba Yiyi y que era veloz como un rayo. Yolo oyó la música cuando iba de camino al palacio de su hermano mayor que estaba en la playa.

–¡Ay, Viola, qué música tan bonita! –dijo–. Voy al cumpleaños de mi hermano mayor. Si te vienes conmigo para actuar allí, te daré todas las joyas que me pidas.

–Gracias, rey Yolo, pero no quiero joyas, yo solo quiero seguir en este Jardín, tocando para mis amigos –respondió la violeta. El rey lo entendió perfectamente y ya se marchaba cuando, de repente, aparecieron dos animales muy extraños. Uno era como un gran toro al que le hubieran puesto un abrigo peludo y el otro parecía un cocodrilo.

–¡Ay, ay, ay, ay, ay! ¡Que alguien me ayude! ¡Que me pongan una inyección! ¡Que me escayolen! –se quejaba Yimbo, que era un exagerado.

–Ay, amigo, ¡qué quejica eres! Seguro que no hace falta nada de eso –le dijo Yula.

Tenía razón. Julieta, que sabía muchos remedios, arrancó una “y” griega que crecía en el Jardín, la cortó, la mezcló con yogur y yema de huevo y se la untó a Yimbo en el pie. En un pispás, Yimbo notó que ya no le dolía. –¡Aleluya! –gritaron todos los payasos. Cuando concluyó el concierto, el rey Yolo invitó a Yayo, el yak, Yiyo, el yacaré, y los payasos Yopi, Yoco, Yula y Yimbo a que se fueran a la playa con él y con la yegua Yiyi para celebrar la fiesta de cumpleaños de su hermano mayor, y a todos les pareció muy bien.

–¡Yupi! –exclamaron y, después de darles las gracias a nuestros amigos por su hospitalidad, se fueron con el rey, sin dejar de bailar y de jugar con los yoyós.

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Era un fantasmita pequeño que llevaba puesta una bufanda de franela color fucsia. Al principio, nuestros amigos se llevaron un buen susto y gritaron: “¡fuera fantasma!”. Sin parar de sonreír, con mucha dulzura para no asustarles más, el fantasmita dijo:

–Creí que os faltaba un futbolista, por eso he venido. Me llamo Felipe, soy un fantasma muy futbolero y dicen que también soy un fabuloso jugador.

Para demostrar sus habilidades, Felipe hizo algunas piruetas con el balón.

–¡Fenómeno! ¡Podrías ser un futbolista famoso! –dijo Pato mientras todos aplaudían.

Nuestros amigos le pidieron perdón a Felipe por haberse asustado y le dejaron jugar con ellos. ¡Al fin eran cuatro contra cuatro! Se pusieron a jugar y lo estaban pasando de fábula cuando, de pronto, el balón salió disparado por encima de la portería, fue a dar a un cactus, se pinchó y se desinfló del todo. ¡Qué faena! ¿Qué podían hacer?

–Vamos a mi casa, seguro que mi mamá lo arregla. ¡Es magnífica arreglando cosas! –dijo Felipe.

Cuento de la “ Δ ”

Cuando el rey Yolo y sus acompañantes se fueron, Pata sugirió que jugaran a algo.

–¿Echamos un partido de fútbol? –propuso Pato.

Y a todos les pareció fenomenal. Emilio fue a por su balón. –Hagamos dos equipos. ¡Me pido ir con Óscar, Ana y Úrsula! Tú, Pata, vas con Inma y Emilio –dijo Pato.

–Jo, no vale, ¡nos falta uno! ¡Vosotros sois más! –refunfuñó Pata.

Ana y Emilio también se enfadaron un poco, así que Úrsula se ofreció a ir con ellos.

–¡Uf! Pero si Úrsula se va, seréis cuatro y nosotros tres –protestó Óscar.

Por más vueltas que le daban la cosa no tenía solución: eran siete, así que siempre faltaba un futbolista en uno de los equipos. Justo cuando estaban a punto de rendirse y de pensar en otro juego, sopló un viento fuerte, brilló una luz como el fuego y, delante de ellos, entre las flores de la “f” y los árboles frutales apareció… ¡UN FANTASMA!

Felipe y su familia vivían en una casa fantasma a las afueras del Jardín. No les faltaba de nada: tenían un sofá, alfombras, teléfono, frigorífico, fogón en la cocina y hasta una farola y un felpudo junto a la entrada. El papá de Felipe se llamaba Rafa, bueno, Rafael, y era un fotógrafo especializado en fotografiar fiestas de disfraces. La mamá del fantasmita se llamaba Filomena, aunque la llamaban Filo, y era fontanera. Filo era experta en fuentes y en fugas de agua, pero también sabía arreglar muchas cosas más. Cuando Felipe y sus nuevos amigos le enseñaron el balón, dijo:

–Está pinchando, habrá que ponerle un parche. No os preocupéis, que es fácil.

Fue a buscar su caja de herramientas de fontanera y en ella encontró todo lo que necesitaba. Puso un parche al balón y luego lo infló con un inflador que hacía fffffffffffffff. ¡Quedó fantástico! Todos dieron las gracias a Filo con un beso y se fueron a seguir jugando al fútbol hasta que se hizo de noche y se encendieron las farolas.

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 51 Δ `aå Δ |}Þ Δ jkΔ Δ `aø Δ jk¤ ÃsÑÖo@A `a¥ FVWi67 89o>?m:;eHIn89å Δ |}eJK 45p45u89d89ø FVWi67 89o>?m:; HIn89å À TUsÑ »u45n89å Δ `aa45n45t89a<=s~òm89å Δ `ao>?n45t89a45n:;eHIr89å Δ `aa67b>?u67 89o23sÑÖå. IVWn45m89å »t45i:;eHIn:;Þ »u45n89å Δb>?u67 `aa45n89d89å *+d:;Þ »r89a45y`aa<=sÑ »vDE HIr89d:; TUsÑ.

Resulta que aquella mañana Gus se levantó temprano, como siempre, hizo gárgaras para aclarar la voz y, cuando fue a cantar, en lugar de “kikirikí” dijo: “guau, guau, guau”. Las gallinas se asustaron muchísimo. Cada vez que Gus intentaba hablar, solo decía: “guau, guau”. ¡No le salía otra cosa! ¿Qué le pasaba? Aquel era un misterio que únicamente podría resolver Gabino, el gato investigador, así que Gisela fue corriendo a avisarle. Gabino era un gato guapo que prefería que lo llamaran Gabi. Siempre llevaba gafas de sol, gorro de detective, guantes para guardar sus garras y una gabardina gris. Gabi buscó todas las pistas para resolver el caso: primero escuchó la historia que le contaron las gallinas, luego oyó ladrar a Gus y miró la garganta del gallo. –Puede que sea algo que has comido. ¿Qué cenaste ayer? El pobre Gus quería responder pero solo le salía: “guau, guau, guau”. Así que fue Gunila quien le contó a Gabi lo que el gallo había cenado: miguitas, gusanos y un poquito de aguacate. Según Gunila, Gus había dicho que las miguitas sabían un poco raras.

Cuento de la “ *+g”

Como sabéis, el fantasmita Felipe vive en una casa a las afueras del Jardín. Es una casa antigua, con goteras en el tejado y, por si fuera poco, ¡además!, ¡está encantada! ¡Todas las noches se oyen ruidos misteriosos! Suenan gaitas, guitarras y gongs, como si hubiera un guateque, ¡pero no los toca nadie! ¡Qué susto! ¿Verdad? Sin embargo, a Felipe y su familia no les da miedo. Les gusta muchísimo su casa, no les importa que esté encantada y, sobre todo, quieren mucho a sus vecinos. En las ramas del guindo vive un gorrión llamado Gaspar que hace gorgoritos cada mañana, y muy cerca está el gallinero donde las simpáticas gallinas Goya, Gala, Gunila, Gisela y Genoveva comen gusanos y miguitas mientras el gallo Gustavo, al que todos llaman Gus, canta con voz engolada. Gus es un gallo gordito y algo glotón, guardián del gallinero. Además es un guasón y todos le quieren mucho, porque cuenta algunos chistes muy graciosos. Y siempre empieza y acaba todo lo que dice con un “kikirikí”. Bueno, al menos hasta el día en el que le pasó una cosa extrañísima, ¿queréis saber qué? Pues ahí va la historia.

–¡Ya sé lo que ha pasado! –exclamó Gabi–. Seguro que se trata de una broma del mago Gascón, que es un gamberrete. ¡Hay que encontrarle! ¡Mirad, un rastro de miguitas! Gabi, Gus y las gallinas iban tan atentos a las miguitas que se chocaron con el culete de Aurelio que estaba de espaldas recogiendo guisantes, junto con Pata y Pato. Cuando les explicaron lo ocurrido, ellos también se unieron a la búsqueda. Al fin descubrieron al mago. Estaba escondido entre unas flores de la “g” y unos geranios, riéndose de su travesura.

–¡Ay, Gascón, gamberro! ¡No te das cuenta del lío que has armado! –le regañó Aurelio.

El mago sintió vergüenza por lo que había hecho, pidió perdón al gallo y prometió arreglarlo inmediatamente. Exprimió una “g” como si fuera una naranja, mezcló el zumo con gaseosa y se lo dio a beber a Gus, mientras decía unas palabras mágicas: –¡Güigüigüí, guaguaguá, el gallo Gus ya no ladrará! –¡KIKIRIKÍ! –exclamó Gus con entusiasmo, en cuanto la magia hizo efecto.

Y ya no dejó de cantar en todo el día, feliz de haber recuperado su voz de gallo.

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Cuento de la “ *+ de™”

Después de la broma que le gastó al gallo Gus, el mago Gascón prometió no hacer más travesuras, pero sigue siendo un mago chisposo al que le encanta contar chistes y chascarrillos. Gastón no vive en una casa normal, vive en una choza con el techo de paja, que está situada junto a la charca de Pata y Pato. En la choza, con él, también viven dos cachorros: Cholo y Chema. Cholo es un chihuahua chiquitín y Chema un perrito salchicha. Igual que el mago, los cachorros son charlatanes y chistosos y, aunque se quieren mucho, a veces les gusta chincharse el uno al otro, como ocurre, de vez en cuando, entre los mejores amigos o entre hermanos. Eso, precisamente, fue lo que ocurrió aquel día:

–Mira, Cholo, me voy a comer el último chicle –chinchó Chema al chihuahua.

–Pues yo no te daré de mi chocolatina –chilló Cholo enfadado, sacándole la lengua.

–¡Cholo, Chema, ya basta de chincharos y de chillar! ¿Acaso sois bebés? Yo no veo que llevéis chupete. Venga, id a la charca a nadar un poquito –les regañó cariñoso Gascón.

Los cachorritos obedecieron al mago y, después de hacer las paces, metieron las toallas en sus mochilas y se fueron a la charca a darse un chapuzón. Allí estaban ya sus amigos. Pato y Pata chapoteaban felices en el agua, mientras Ana, Óscar, Inma, Emilio y Úrsula entraban y salían del estanque sin parar. Sus chancletas sonaban “chof, chof, chof” y era muy divertido. Sin pensarlo dos veces, Chema y Cholo se lanzaron a la charca. Estuvieron un buen rato jugando y nadando, ¡no había manera de sacarlos del agua!, hasta que, de pronto, Cholo empezó a estornudar, ¡ACHÍS, ACHÍS, ACHÍS! Aurelio, que estaba por allí con Julieta regando las flores de la “ch”, dijo:

–Me parece que te estás constipando, Cholo. Chicos, chicas, creo que va siendo hora de que salgáis del agua si no queréis acabar todos pachuchos.

–Jo, ¿y ahora qué hacemos? Nos vamos a aburrir –protestaron los cachorros.

–Primero id a ducharos con gel y champú y, luego, si queréis, podemos montar una carrera de coches cacharreros. Os espero en el chamizo –propuso Julieta.

El chamizo de los jardineros es una gran caseta llena de herramientas, chismes y cachivaches. Allí hay ruedas, corcho, chapas, perchas, ganchos, pinchos y chinchetas. Julieta apartó todo lo que pinchaba, para que no se hicieran daño y, con lo demás, se pusieron a fabricar cochecitos chulísimos. Durante un buen rato Pata, Pato, los chicos y los cachorros no dejaron de chafar y pegar chapas, cajas y corcho. En el chamizo sonaba una orquesta de golpes y chasquidos: ¡CHIN-CHAN-CHIM-PUM! ¡Los coches hechos con cacharros les quedaron chulísimos! Ya solo faltaba hacer la carrera. Así que empujaron los cochecitos cuesta arriba por una colina para colocarlos en la línea de salida. Las ruedas chirriaban y todos estaban muy nerviosos. Muchos amigos y amigas del Jardín fueron a ver la carrera y charlaban animados. ¡Qué emoción! Julieta chistó pidiendo silencio: –¡Chssssss! ¡Atención! El premio será una medalla de chocolate. Preparados…, listos…, ¡YA! –exclamó, y así dio comienzo la chulísima carrera de coches cacharreros. ¡Ah!, ¿queréis saber quién ganó? Pues tenéis que leer el siguiente cuento.

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Como eran muchos, decidieron hacer el pícnic en una explanada que hay junto a la valla del arenero en el que los niños y niñas juegan a hacer castillos con sus palas y rastrillos. Los primeros en llegar fueron Pata y Pato. Pusieron su toalla y su sombrilla entre las flores de la “ll” que crecían por allí. Poco a poco llegaron los demás y se armó algo de barullo, ¡pero era muy divertido! Los que no querían sentarse en el suelo llevaron mesas, sillas, sillones y sillitas para estar más cómodos. También llevaron comida, claro. Aurelio preparó una deliciosa paella y además había bocadillos, bollos y galletas de mantequilla. Las ardillas Lluna, Llavina y Llerena llevaron un cestillo lleno de avellanas y grosellas. Cuando terminaron estaban llenísimos, así que algunos decidieron echarse una siesta a la sombra de los árboles y las sombrillas. Pero Lluna y sus primas eran muy nerviosas y no podían quedarse quietas:

–¡Va! ¡Venga! ¡Juguemos al pilla-pilla! –dijeron.

Cuento de la “

¿Recordáis que Pata, Pato, los niños y niñas del Jardín y los cachorritos Chema y Cholo hicieron una carrera de cochecitos? Las normas eran muy claras: no valía atropellar a nadie, ni enseñar los colmillos, ni abollar el coche de al lado. Tampoco valía llorar si no se ganaba, ¡iban a divertirse! La carrera salió de maravilla. Inma llegó la primera a la meta y le dieron una gran medalla de chocolate. A los demás les regalaron un llavero por haber participado y Rafa, el fantasma fotógrafo, sacó fotos de todo. Cuando acabó la carrera ya era la hora de comer. En el cielo brillaba un sol redondo y amarillo como un membrillo. Como hacía un día precioso, Aurelio propuso a los que estaban allí que hicieran un pícnic para comer juntos al aire libre. Al oír esto, la ardilla Lluna, que dormía entre las hojas de un sauce llorón y que era un poco cotilla, se despertó y preguntó llena de ilusión:

–¿Puedo ir yo también?

–¡Por supuesto! –dijo Aurelio–. Y llama también a tus primas Llavina y Llerena.

Pata, Pato, Úrsula, Inma, Óscar, Emilio y Ana se pusieron a jugar al pilla-pilla con las ardillas, mientras los demás echaban la siesta. Hacía calor pero, de pronto, una nube llenita de lluvia tapó el brillante sol amarillo y empezó a caer un chaparrón.

–¡Deprisa, hay que recoger las sillas, las toallas, las sombrillas…! –dijo Lluna llena de energía, despertando a todo el mundo.

Como eran muchos, en un santiamén estuvo todo recogido. –¿Qué hacemos ahora? –preguntaron las inquietas ardillas. –Podemos ir a jugar a la buhardilla de la casa grande –propuso Pata–. Allí veremos la lluvia desde la ventana y no nos mojaremos.

A todos les pareció muy bien y, contentos por haber pasado un día tan bueno, se fueron a la buhardilla cantando: “Que llueva, que llueva…”.

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Cuento de la “ *+qrs¤”

No sé si recordaréis que, tras la carrera de cochecitos, los habitantes del Jardín de las Letras hicieron un pícnic. Como os dije, por allí andaba Rafa, el fantasma fotógrafo, sacando fotos de todo. Pero lo que no os conté es que también estaba Quino, un periquito periodista que entrevistó a los ganadores para sacar la noticia en el periódico al día siguiente. Por eso, aquella mañana todos se acercaron a ver a Quique el quiosquero, para comprar el periódico en su quiosco. El quiosco de Quique está en la esquina del Jardín que hay a la izquierda del estanque; allí crecen juntas las flores de la letra “q” y las flores de la letra “u”, y como el quiosco está a la sombra de los albaricoqueros, hace mucho fresquito. Sentado en una banqueta alta, el quiosquero atiende a los chiquillos y chiquillas que llegan para comprar casi cualquier cosa, porque en el quiosco de Quique no solo hay tebeos y periódicos sino también cromos de todos los equipos, raquetas, juguetes pequeños, maquillaje y horquillas para personas coquetas, repelente de mosquitos, maquetas y plumas para hacer cosquillas.

–¡Mirad qué guapos habéis salido aquí! –dijo Quique a nuestros amigos, mientras Pato, Pata, Inma, Ana, Úrsula, Emilio y Óscar se acercaban al quiosco para ver el periódico. En ese momento oyeron un tren que llegaba por el bosque que hay junto al Jardín.

–¡Qué bien! –exclamó Quique–. ¡Es el tren de Queca! –¿Quién es Queca, Quique? –preguntaron los niños. –Queca es mi hermana mayor. ¡Es maquinista de tren! Pero no es mi única hermana. Soy el pequeño de cinco, o sea, el quinto. Como he dicho, Queca es maquinista, Quintín peluquero, Quina maquilladora y Queco es quesero, elabora unos quesos exquisitos. Cada quince días el tren de Queca me trae cosas para el quiosco. Los peques, emocionados, le pidieron a Quique que les llevara a ver el tren de Queca.

¡Era un tren requetechulo! ¡Y estaba a tope! Además de cosas para el quiosco, llevaba un vagón lleno de barquillos y otro cargado de quesos hechos por Queco. ¡Qué ricos!

Queca era muy simpática. Iba acompañada de su amigo Aquilino, un mono muy inquieto que siempre quería toquetearlo todo. Mientras Queca hablaba con Quique y los demás, Aquilino se puso a toquetear un paquete de cerillas y, sin querer, encendió una.

–¡Cuidado Aquilino! ¡Que me quemas! –exclamó Quique al notar que la cerilla encendida quemaba una esquina de su chaqueta.

Pata y Pato corrieron a por agua y en un periquete apagaron el fuego. ¡Uf! ¡Menos mal!

–¡Gracias, queridos! Habéis impedido que me queme –dijo Quique.

Pasado el susto, nuestros amigos ayudaron a Queca y Quique a descargar las cosas del tren y a llevarlas al quiosco. Como premio, Queca le dio a cada uno un barquillo y un trozo de queso. Bueno, a todos no. El mono Aquilino se quedó sin queso porque casi quema la chaqueta de Quique.

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El zorro les contó que su nombre era Zoilo, que venía de un lejano país lleno de luz que olía a jazmín llamado Zulandia, y que los zapatos que habían encontrado en el tren eran de todos los zulandeses. Resulta que un día, el pícaro duendecillo Zapatín los escondió para gastarles una broma, pero olvidó dónde los había puesto, así que desde entonces en Zulandia todos andaban descalzos, ¿os imagináis qué faena? En aquel país vivían una princesa con largas trenzas llamada Zoe y su hermano, el apuesto príncipe Zazú. Zoe y Zazú sabían que Zoilo tenía un gran olfato y, por eso, le pidieron que les ayudara a encontrar el rastro de los zapatos. Después de mucho tiempo yendo a donde le llevaba su nariz, al fin el zorro había cumplido con su misión y por eso estaba muy feliz. Nuestros amigos lo abrazaron para felicitarle por su hazaña. Pero, ¿cómo llevaría todo aquel calzado de vuelta a Zulandia? Queca se ofreció a transportarlo en su tren. –El problema es que en Zulandia no hay vías –dijo Zoilo un poco avergonzado. –No te preocupes, seguro que a Aurelio se le ocurre alguna idea –le animó Pato.

Cuento de la “ ”

Como recordaréis, Pata, Pato y los niños y niñas del Jardín ayudaron a Queca, la maquinista, y a Quique, el quiosquero, a descargar el tren de mercancías que había llegado al Jardín. ¿Os acordáis de lo que había en los vagones? Uno estaba lleno de cosas para el quiosco, otro de barquillos y otro de quesos, ¿verdad? Bueno, pues había un vagón más, el último, pintado de azul con una parte rojiza. Nuestros amigos se sorprendieron mucho al ver lo que llevaba dentro, ¿adivináis qué? ¡Calzado! Calzado de todo tipo: zapatos, zapatillas, zuecos… de todas las formas, tallas y colores posibles.

–¡Atiza! –exclamó Pata asombrada–. ¿Por qué has traído tantos zapatos Queca?

–¡Yo no tenía ni idea de que llevaba un vagón de zapatos! –respondió la maquinista.

De entre las zarzas y la maleza que había en una zona cercana donde ellos estaban, salió un zorro de nariz afilada que, ladeando un poco la cabeza con timidez, dijo: –Yo sí sé por qué hay tantos zapatos en el tren.

Encontraron al jardinero en un huertecito con cerezos y manzanos donde crecían calabazas, calabacines, zanahorias y cebollas. Estaba haciendo una zanja y, como es zurdo, llevaba una azada en la mano izquierda. Pata y Pato le presentaron a Zoilo y le explicaron todo. Cuando terminaron de hablar, Aurelio cogió una calabaza y dijo: –Creo que tengo la solución. Traed una taza de zumo de manzana y una cazuela. Aurelio cogió diez flores de la “z”, las desmenuzó, las echó en la cazuela con el zumo de manzana y lo mezcló todo. Luego regó la calabaza con la mezcla mientras recitaba: “zumba, zumba, danza, danza, calabaza, calabaza”. La calabaza empezó a dar vueltas como una peonza hasta que, ¡ZAS!, se convirtió en una carroza. Zoilo estaba muy contento. Era un zorro muy fuerte y sabía que podría tirar de la carroza llena de zapatos hasta Zulandia. Pero, para que tuviera energía, antes de que se marchara, le ofrecieron un banquetazo a base de pizza, bizcocho y zarzamoras.

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Estuvieron aproximadamente una hora excavando y en ese rato encontraron un montón de piedras bonitas y otras cosas muy chulas, como semillas y conchas de caracol vacías. Pero lo más extraño lo encontró Pato tirado en una explanada en la que crecían las flores de la letra “x”: era un palo largo terminado en una bolita negra. –¡Qué guay! Parece una varita mágica –dijo Pato recogiendo el palito del suelo.

Nada más agarrar la varita, la bola que tenía en el extremo empezó a brillar y oyeron un ruido muy fuerte, como la explosión de un trueno en una tormenta. Se asustaron tanto que cerraron los ojos y, cuando los abrieron vieron…, ¡madre mía!, ¡una nave espacial!

La puerta de la nave se abrió haciendo xxxxxxxxxx, y de ella salieron dos extraterrestres muy expresivos. Sin dejar de sonreír, los extraterrestres dijeron:

–Hola, terrícolas, somos Xana y Xano, del planeta X. Hemos venido en este taxi espacial para recoger una cosa que habíamos perdido y que vosotros habéis encontrado.

¿Qué sería?

Cuento de la “ Õ≈”

Ya hacía algunos días que Queca, la maquinista, y Zoilo, el zorro de Zulandia, se habían marchado y, desde entonces, el Jardín estaba muy tranquilo. ¡Demasiado tranquilo! o, como decía Aurelio, “excesivamente en calma”. Nuestros amigos empezaban a aburrirse. Por eso aquel día, que era fiesta y no había cole, Julieta propuso a Ana, Inma, Óscar, Úrsula, Emilio, Pata y Pato que hicieran una excursión por el Jardín. –Jo, Julieta, pero el Jardín ya lo conocemos –se quejó Pato. –No, no, no me habéis entendido. Aproximaos y dejad que os explique mi idea, veréis: vamos a recorrer el Jardín de un extremo a otro excavando para buscar piedras bonitas y otros tesoros. Después haremos una exposición con todo lo que encontremos. ¿Os apetece el experimento?

–¡Genial! –exclamaron nuestros amigos muy excitados. –¡Excelente idea! –dijo Aurelio.

Y, sin perder tiempo, todos se lanzaron a explorar el Jardín.

¡Pues claro!, ¡el palito con la bola brillante! Resulta que Xano y Xana eran músicos. Xana era saxofonista y Xano tocaba el xilófono, y ese palito tan curioso que Pato había encontrado era una de las dos baquetas con las que el extraterrestre tocaba su instrumento musical. Sin él no podía hacer su música exquisita. Pato se lo devolvió sin protestar y Xano le dio las gracias. Los niños contaron a los extraterrestres que estaban recogiendo piedras y tesoros para organizar una exposición.

–¿Podríais tocar el xilófono y el saxofón? –preguntó Pata. Los extraterrestres dijeron que sí, porque les encantaba hacer música. Así que esa tarde, además de la exposición, tuvieron un concierto y una fiesta, y todo fue un éxito extraordinario. Cuando la fiesta acabó, Xano y Xana propusieron a nuestros amigos hacer una excursión por el espacio exterior y, sin perder un segundo, todos se montaron en la nave-taxi y se fueron con los extraterrestres a explorar la galaxia. ¡Qué aventura!

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© algaida editores S.A. Nuevo jardín de las letras Leer 69 Õxxyå ÕxvwÞ ÕxVWΔ Õxxyø ÕxVW¤ »t89a45xVWΔ Xxya45n89ø i67 ó@A Lxyå »m45ú<=s~òi89^_å *+d:; JK¬ ÃsÑÖa45xxy ÀeTUsÑ »m45u45y *+d45u67 89PQÞ. *+a45≈ À HI≈ »i45≈ *+o>?≈ »u45≈ Lxyå »n89a45vDEÞ *+d:;Þ Xxya45n89ø »v>?i89a45j`aå »p89o>?® Δ 89å *+g`aa67 89a45xVWi89å.

Cuando se acercaron al hada vieron las flores de la letra nueva. ¡Estaban completamente en silencio! ¡No hacían ningún ruido!

–Hola, Herme, ¿qué les pasa a estas flores que no suenan?

¿Están rotas? –preguntó Pata.

–¡Hola, amiguitos! No, no, estas son las flores de la letra “h”, que es una letra silenciosa: se escribe, pero no se pronuncia. ¡No tiene sonido! –les explicó el hada.

–¡Jo con la hache! Si no suena, no sirve. ¡Yo no la voy a usar! –refunfuñó Pato.

–¡Oh! ¡No! ¡Tenéis que aprenderla! Todas las letras sirven. Venid conmigo a la fábrica de las palabras y os lo enseñaré –dijo el hada, y agitó su varita para llevarlos hasta allí. La fábrica era enorme. Entraron por una gran puerta de hierro. Dentro, una fila de hormigas colocaba las letras en hojas blancas, luego las hojas iban volando hasta un horno, donde las palabras se cocinaban como un bizcocho hecho con harina y huevo.

–¡No toques eso Pato! –exclamó Herme, al ver que el muy travieso quitaba la hache del principio a una de las palabras que pasó volando hasta el horno.

–¿Qué más da? Si has dicho que la hache no suena –dijo Pato.

Cuento de la “ Δ™”

Ya sabéis que en el cuento anterior nuestros amigos viajaron al espacio con los extraterrestres Xana y Xano, ¿verdad? Bueno pues cuando regresaron y se despidieron de ellos, vieron una lucecita brillante que iba de acá para allá entre las flores. Se pusieron muy contentos, porque enseguida supieron quién era. ¿Queréis que os lo cuente? ¡Era el hada Hermelinda, a la que todos llaman Herme! Ella es la directora de la fábrica de las palabras y también quien enseña a leer a los niños y niñas del Jardín. Herme convierte en letras las flores que siembra Aurelio; cada vez que ellos aprenden una letra, el hada va al Jardín para hacer crecer otra nueva en las últimas flores que haya plantado el jardinero. ¡Y es genial!, porque al crecer, las flores suenan y cada letra hace un sonido diferente. Aunque vosotros eso ya lo sabéis, ¿verdad?

–¡Mirad, Herme está aquí! Está haciendo letras nuevas, ¡qué nervios! –dijo Óscar.

–Qué raro, veo brillar su varita con forma de lapicero, pero no oigo nada de nada –se extrañó Ana que, como sabéis, tiene muy buen oído.

Del horno salió la palabra “IPOPÓTAMO” sin “H” y, detrás de ella, el dibujo de un hipopótamo al que le faltaba una pata, ¡pobrecito!

–Mira lo que has hecho, Pato, ¡has estropeado esa palabra! –le regañó Pata.

–Claro, la palabra “HIPOPÓTAMO” empieza por “H”. Como Pato se la ha quitado, ha salido estropeada. Por eso el hipopótamo está cojito. Pero tranquilos, que se puede arreglar –dijo Hermelinda, empujando la palabra y el dibujo hasta otra habitación.

¡Era un hospital de palabras! Allí se arreglaban las palabras rotas, esas que alguien escribe mal. Con mucho cariño, Herme cogió un poco de hilo invisible, cosió una “H” al principio de la palabra, le dio un besito de los que curan heridas y al dibujo del hipopótamo le salió la pata que le faltaba. –¡Hala! ¡Ya está! ¿Veis como la hache es importante aunque no suene? Mirad, ahí hay otras letras que os sorprenderán –dijo Herme, señalando la habitación de al lado.

¡Eran increíbles! ¿Queréis conocerlas? ¡Pues lo haremos en el siguiente cuento!

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Cuento de la “ Δk” y “ »∑”

Pata, Pato y los niños y niñas del Jardín fueron a la fábrica de las palabras en compañía de Herme, ¿os acordáis? El hada les enseñó la letra hache y les prometió que iba a mostrarles otras letras sorprendentes. ¿Queréis que veamos cuáles eran? ¡Bien! Pues escuchad: nuestros amigos siguieron a Herme hasta una habitación muy grande. Allí esperaban encontrar algo asombroso pero… ¡no había nada! Solo una brujita sonriente en mitad de la habitación vacía. Al verlos entrar, la brujita los saludó alegremente: –Hola, me llamo Walpurgis, pero podéis llamarme Walpi. Walpi les contó que se encargaba de fabricar palabras con las letras más difíciles del alfabeto: la ka y uve doble. Pata, Pato y los niños se miraron extrañados. No conocían esas letras, ¡y ellos pensaban que con la hache ya las sabían todas! Walpi sacó de su bolsillo una “k” y una “w” y se las enseñó. Parecían una equis aplastada por la izquierda y una eme puesta bocarriba. Walpi lanzó las dos letras al aire y empezó a bailar mientras cantaba: “wiki-wiki, waku-waku, kawa-waka, waka-kawa”. Ante el asombro de todos, en mitad de la habitación apareció… ¡un árbol!

Entre las hojas verdes del árbol había unas flores, pero no eran como las flores de las letras que hay en el Jardín, no: eran mucho más grandes. Pata se acercó para verlas mejor. ¿Sabéis por qué eran más grandes? ¡Porque cada flor era una palabra entera!

–¿Puedo coger una? –preguntó Úrsula.

–¡Pues claro, guapa! ¡Coge las que quieras! –respondió Walpi con una sonrisa.

Úrsula eligió la palabra “kiwi” y en cuanto la arrancó del árbol…, ¡hala!, la palabra se convirtió en un fruto marrón y rasposo. ¡Era un kiwi de verdad! Úrsula lo partió por la mitad: por dentro era verde y suave, y estaba muy dulce. ¿Lo conocéis? ¡Qué rico!

Óscar arrancó la flor en la que ponía “koala” y, ¡tachán!, de pronto tuvo entre los brazos una especie de osito gris monísimo que parecía un peluche.

Cuando Inma y Emilio cogieron al mismo tiempo la flor con la palabra “karateca”, esta se convirtió en un joven vestido con un kimono.

–Me llamo Kiko y soy cinturón negro de karate –dijo, lanzando una patada al aire.

–¡Yo también quiero probar! –dijo Ana, tomando la palabra “Hawái”.

Nada más hacerlo, la habitación se convirtió en una playa preciosa de arena dorada con un mar de aguas cristalinas. Una chica y un chico vestidos con falda de flecos les pusieron collares de flores en el cuello y, en vez de decirles hola, les dijeron “aloha”.

–Son hawaianos –les explicó Walpi, sin dejar de reír al ver sus caras de sorpresa.

Pata y Pato arrancaron del árbol las flores en las que ponía “waterpolo” y “windsurf”, y en el agua aparecieron unos deportistas que jugaban al balón y otros que navegaban sobre las olas subidos a una tabla, agarrados a una vela parecida a la de un barco. Nuestros amigos estaban encantados. Pasaron el resto del día jugando en aquel lugar mágico que había aparecido con las palabras del árbol de la “k” y la “w”. Antes de que volvieran al Jardín de las Letras, la brujita Walpi les dio una bolsa que pesaba mucho y les dijo: –Tomad, para que no olvidéis que hay letras que se usan poco pero que son muy chulas.

¿Queréis saber qué había dentro de la bolsa? Os lo diré: medio kilo de kas, medio kilo de uves dobles y ¡dos kilos de kiwis bien maduros para la cena!

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de lectura de la colección:
Cartillas
ISBN 978-84-9067-740- 7 9 788490 677407 2910431 algaida Educación Infantil

Articles inside

Cuento de la “ Δk” y “ »∑”

3min
pages 73-77, 79-80

Cuento de la “ Δ™”

1min
pages 71-72

Cuento de la “ Õ≈”

2min
pages 69-71

Cuento de la “ ”

2min
pages 65-69

Cuento de la “ *+qrs¤”

2min
pages 63-65

Cuento de la “

1min
pages 61-62

Cuento de la “ *+ de™”

3min
pages 59-61

Cuento de la “ *+g”

2min
pages 53-58

Cuento de la “ Δ ”

2min
pages 51-53

Cuento de la “ »y”

2min
pages 47-51

Cuento de la “ »√”

2min
pages 45-47

Cuento de la “ »ð”

1min
pages 43-45

Cuento de la “ Δ∫”

2min
pages 41-43

Cuento de la “ »j”

2min
pages 39-41

Cuento de la “ »®”

2min
pages 35-39

Cuento de la “ *+∂”

2min
pages 33-35

Cuento de la “ Δ¬”

1min
pages 29-31, 33

Cuento de la “ »>”

2min
pages 27-29

Cuento de la “ *+©”

2min
pages 25-27

Cuento de la “ »†”

1min
pages 23-25

Cuento de la “ »µ”

2min
pages 21-23

Cuento de la “ ÃsÑ ”

1min
pages 19-20

Cuento de la “ »π”

1min
pages 17-19

Cuento de la “ *+ø”

2min
pages 15-17

Cuento de la “ ÀÞ”

2min
pages 13-15

Cuento de la “ *+å”

1min
pages 11-13

Cuento de la “ »¤”

1min
pages 9-11

Cuento de la “ »Δ”

1min
pages 7-9

El jardín de Pata y Pato

2min
pages 5-7

Escuchar Leer

1min
pages 2-4
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