G&R #6

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El pequeño Frankie no cuestiona nada, se limita a narrar. Ya seremos nosotros quienes juzguemos lo que nos parece bien o mal, lo que nos pone la piel de gallina, las anécdotas que nos hacen sonreír o reír a carcajada limpia, a pesar de la tragedia.

permiten estar en una cama con sábanas que se cambian todos los días y en las que no hay pulgas… Dura lectura, más dura aún porque es una historia real. En Las cenizas de Ángela también conocemos a los adultos, a los padres de Frankie. Ángela es la madre, la esposa católica que se casa por obligación al quedarse embarazada en su primera vez. Por el “qué dirán” no importa con quién te cases, que no le conozcas más que de una noche o que no le quieras. Sólo importa que “no deshonres a la raza irlandesa”, Dios no lo quiera, haciendo “lo que hay que hacer”. La situación de Frankie y sus hermanos, de su madre, de la mujer de esa Irlanda de entreguerras, deja sin palabras: “…Con el buen tiempo los hombres se sientan a fumar cigarrillos si los tienen (...) Las mujeres se quedan de pie (…). No se sientan, porque lo único que tienen que hacer es quedarse en casa, cuidar a los niños, limpiar la casa, y cocinar un poco, y los hombres necesitan las sillas. Los hombres se sientan porque están cansados de ir a pie a la oficina de empleo cada mañana a firmar el paro, de discutir los problemas del mundo y de preguntarse qué pueden hacer con el resto del día” 28

Malachy McCourt, su marido, cansado de ir a firmar el paro, se sienta. Es Ángela quien busca carbón en las cunetas de las carreteras, la que va a la beneficencia a por vales y la que mendiga para poder alimentar a sus hijos, la que canta cuando su marido consigue trabajo pero llora cuando el viernes, que es el día de la paga, él no regresa hasta bien entrada la noche borracho, cantando calle abajo gritando por la libertad de Irlanda, sin un penique en el bolsillo y pierde el trabajo porque el sábado por la mañana no va a trabajar. Pero también es ella la que ante la situación desesperada de sus hijos se queda en la cama, la que, cuando su marido se va a Inglaterra y no les envía dinero, se junta con otro hombre para tener un techo bajo el que cobijarse y la que deja que ese hombre pegue a sus hijos. McCourt no juzga, sólo sigue narrando. “…mi padre es como la Santísima Trinidad, que tiene tres personas diferentes: el de la mañana con el periódico, el de la noche con los cuentos y las oraciones y el que hace la cosa mala y llega a casa oliendo a whiskey y quiere que muramos por Irlanda.” Es la perfecta descripción que un Frankie más mayor, recién cumplidos los 11 años, ofrece de Malachy McCourt, su padre.

El niño comienza a distinguir los actos buenos y los malos. Sabe que su padre no se comporta bien, pero sigue sin ser capaz de entrar al pub y gritarle para que deje de beber y se haga cargo de su familia, gritarle para que alimente a sus hijos, cuide de su esposa y se deje de lamentar por los ochocientos años de invasión inglesa y deje de querer entrenar a sus hijos para que mueran por Irlanda. El Frankie niño se convierte en Frank, adolescente y con trabajo. Con dieciocho años para diecinueve decide volver a su país de origen, a Estados Unidos en busca de una vida mejor. McCourt cuenta cómo parte de su pasaje se compró con libras que sisó a la mujer para la que trabajaba, a la que debían dinero las gentes del callejón, a quien un buen día se encontró muerta en su casa. En la conciencia de cada uno queda decidir si Frank hizo bien o mal, si fue un acto heroico al estilo de Robin Hood coger unas pocas libras para irse de Limerick y a la vez tirar al río Shannon, el río que mata, el libro de cuentas donde estaba apuntado el dinero que debían sus vecinos. Y Frank llega a Estados Unidos, donde nació. Pero esa es otra historia que espera en la estantería de los libros. Sí, leeré Lo es, la continuación de este libro, aunque es posible que deje que pase un tiempo para que Las cenizas de Ángela repose, para coger fuerzas y enfrentarme en plenas facultades, porque sé que me conmoverá y lloraré y reiré al igual que con éste, pero merecerá la pena porque un libro que es capaz de todo eso es un libro que “se tiene que leer”.


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