G&R #18

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“La envidia es una especie de alabanza.” John Gay (poeta y dramaturgo inglés)

STAFF 18 Dirección y edición Ainize Salaberri salaberri@graniteandrainbow.com Coordinadora sección tema central, columnas de opinión y reportajes

Consejo editorial Ignacio Ballestero iballestero@graniteandrainbow.com Coordinador sección entrevistas Maquetador Jordi Puig Forcada jordip66@hotmail.es Diseño logo y portada Inge Conde inge_conde@hotmail.com Redactores Laura Alonso David G. Ávila Ignacio Ballestero José Braulio Roxana Contreras Fusa Díaz Marta Gómez Garrido Francisco Jurado Alejandro Larrañaga Pedro Larrañaga Marga Martín Inés Plasencia Anabel Rodríguez Ainize Salaberri María Sevilla Iraide Talavera Salvador J. Tamayo Yanina Rosenberg

ilustración de- george barbier “envy”

Subdirección Fusa Díaz fusadiaz@graniteandrainbow.com Coordinadora secciones Literatura e Internet (blog y twitter del mes), talento del mes, recomendaciones y novedades

El placer de caminar por una librería y charlar con un librero que sabe de lo que habla. El placer de hacer caminar a tus ojos por las páginas de libros publicados en pequeñas pero enormes editoriales que hacen las delicias de cientos, miles, de lectores. Los pequeños placeres. Los pequeños pecados. Las grandes envidias. Querer ser escritor y no saber a quién envidiar. O tener demasiados a los que querer copiar. Envidiar el flujo de palabras en los demás. Envidiar su iPad, en el que leen; su ebook. Envidiar que alguien se compre cinco libros de una tirada y tú tengas que dosificar lecturas para llegar a fin de mes. Pasearte por las secciones de las bibliotecas públicas porque no tienes ni para un libro de bolsillo. Envidiar el tiempo libre de aquellos que devoran libros. Envidiar el talento, la fama, la repercusión. Envidiar la no mediocridad. Envidiar el poder elegir el trabajo que quieres hacer: seguir el sueño, hacerlo realidad. Envidiar el papel de los demás. La hierba siempre es más verde en la otra orilla. Si la envidia fuera tiña (¡cuántos tiñosos habría!). Verde de envidia.

Envidiar sólo una cosa: la literatura. Porque a unos les da vida, mientras a otros se la quita. 2


Sumario #18

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Talento del mes Literatura en internet Columnas de opinión Entrevista: Isabel Núñez Reportaje: Antes, cuando los dos fumábamos Editores: Enrique Redel Envidia Libreros: Adolfo López Chocarro Reportaje: Todo lo que envidio de un escritor Voces Recomendaciones Novedades narrativa Novedades poesía Tablón de anuncios

Reuters


Talento del mes

Lo raro es vivir

Gloria Martínez Vicente expectativas propias como ajenas; y en este momento, por circunstancias, todo el espacio está ocupado por la ciencia y su lenguaje, y no puedo escribir poemas como me gustaría. Creo que durante este silencio estoy aprendiendo mucho más de la poesía, y confío en poder disfrutar de ella intensamente muy pronto.

Gloria Martínez Vicente es el perfecto ejemplo de que ciencias y letras son perfectamente compatibles. Dedicada profesionalmente a uno de los campos, dedica el resto de su tiempo a la poesía... a estar en contacto con ella en cualquiera de sus versiones: leyéndola, escribiéndola, digiriéndola como mejor sabe, convirtiéndola en su mejor arma, viéndola arder en manos ajenas, admirándola y mimándola como si se tratara de una criatura indefensa. Empezó discretamente en el blog “Lo raro es vivir”, citando a Carmen Martín Gaite, rindiendo homenaje al título de su novela: transformando esa rareza, lo extraño de estar vivos y que nos parezca normal, volviéndolo todo literariamente habitable. Con poemas, citas e imágenes que se ajustan como guantes a sus palabras, el universo de Gloria no necesita grandezas para abrirse paso. -Supongo que convivir en dos mundos tan distintos como las ciencias y las letras te permite comunicarte a través de ellos de formas muy distintas. ¿Cómo convives en los dos mundos y en qué punto se unen? Lo cierto es que cada uno de esos mundos tiene su espacio y me sirve para canalizar una parte de mí. La ciencia es ordenada, metódica, con una lógica muy concreta, y tan inabarcable que es imposible no dejarse llevar horas y horas por sus laberintos cuando te dedicas a ella, como es mi caso. Por su parte, la poesía es mi tabla de salvación dentro de un mundo tan racional que no se entiende, que yo no entiendo, al menos; me ayuda a explicar y a comprender eso tan raro que es vivir… No es que ciencia y poesía se unan en un punto, sino que ellas me reúnen con todas mis contradicciones. -Todos tus últimos poemas están acompañados, como decía, de una

imagen: ¿qué te llega antes, la palabra o la imagen? ¿Creas a partir de palabras o de ilustraciones/fotografías/ fotogramas? Al principio, venía primero la imagen real y después las palabras. Fue así durante mucho tiempo, supongo que me resultaba más intuitivo. A partir de una historia cortita que nació de una anécdota personal, tuve que buscar las fotografías para ilustrarla, y desde entonces se invirtió el proceso. En los últimos poemas son siempre las palabras y su propia imagen las que llegan en primer lugar. Aun así, no he dejado de buscar fotografías (pintura últimamente) para acompañar las entradas en el blog por varios motivos. Por un lado, es una especie de obligación que me he autoimpuesto: no renunciar a esa parte de mí meramente visual. Por otra parte, me parece que el blog es una plataforma perfecta para combinar ambas líneas: palabra e imagen, tan difíciles de separar para mí y tan suficientes ambas por sí mismas. Es cierto que cuando nacen primero las palabras, es muy difícil encontrar una fotografía que sugiera lo mismo al lector, luego pienso que nunca sabré qué le sugiere nada a nadie, me relajo, y procuro serme fiel en sentimientos e intenciones, sin más. -¿Puede ser la excesiva autoexigencia el motivo de un parón productivo? A muchos poetas actuales les falta crítica y constancia; sin embargo, pecar de todo lo contrario puede paralizar lo que podría ser una gran obra poética. Bueno, en mi caso no diría que se esté paralizando nada, y menos una gran obra, no es falsa modestia, de verdad. Pero sí estoy de acuerdo en algo: las expectativas paralizan en muchas ocasiones, y la mía no es una excepción. Me refiero tanto a 4

Gloria Martínez Vicente es una Bartleby de la poesía: está dentro de ella, vive y convive con y sobre ella, y no tiene nada publicado. Por eso mismo, desde G&R queremos ofrecer una cierta justicia y dar a conocer voces como la suya. La podéis encontrar en http://gloriamarvi. blogspot.com, aunque se esconda.

Selección

De tu silencio al mío todas las distancias se miden con la yema de los dedos

y qué hago yo dentro de esta telaraña brillante queriendo ser insecto devorado

No sé bien si este amor es mar o viento, este amor, que crece como la fruta y viste las aceras entre la lluvia o nuestros pasos, transita alfombras de piel de naranja y descansa en un horizonte azul como el oficio de tus labios.

prolongarse más allá del origen, hasta desnacer, hasta anochecer el cuerpo en escarcha; helarse las entrañas como se hiela la anónima palabra, y detener la boca junto a la oscuridad de ese aliento que alberga el silencio venidero


Blog del mes LA AMENA BIBLIOTECA DE REDFIELD HALL

Una invitación a las mejores lecturas del panorama editorial http://bibliotecaredfieldhall.blogspot.com/

Arriesgo poco en las lecturas y sé muy bien lo que me gusta, aunque esto no significa que me apasione todo lo que leo. No elijo los libros en función del blog, sino todo lo contrario: mi blog se ha adaptado a mis preferencias. Si leo un libro que no me gusta, no lo reseño, porque no se lo quiero recomendar a nadie. Los libros de los que hablo son aquellos que, por determinadas características, me parece que son dignos de figurar en la biblioteca de cualquier buen lector. Se acabe o no el oficio de reseñista, como título, en G&R cada vez agradecemos más que haya blogs profesionales y con buen criterio que estén dispuestos a escribir sobre aquello que leen. El trato es mucho más cercano y personal, no hay intención alguna de beneficio propio (excepto el puro placer), y hay algo definitivo para que triunfen por encima de los magazines grandes de literatura: no se dedican a ello.

Selección Belén Bermejo es el caso opuesto de nuestra talento del mes: profesionalmente se dedica al mundo de las letras, siendo editora de ficción, y fuera del mundo laboral le sigue dedicando tiempo a lo que más le gusta: la literatura. Por eso, en su blog encontramos las mejores lecturas del panorama editorial, pero no de cualquier manera: con sumo mimo y delicadeza, Belén le dedica a sus lecturas una entrada a medias entre crítica literaria e impresiones personales, dándole, con esta doble cara, un aspecto más que acogedor a esta amena biblioteca de Readfield Hall. -Uno de los aspectos que más nos gustan de tu blog es que das preferencia a las editoriales pequeñas como Impedimenta o Errata Naturae, siendo cada vez menos pequeñas de lo que a priori parece. ¿Hay una revolución en el mundo editorial con la llegada de las independientes? Casualmente, mis lecturas favoritas están editadas por las llamadas «editoriales independientes» (Impedimenta, Libros del Asteroide, errata naturae), que, en cierto modo, están dejando de ser pequeñas y se han hecho un hueco en el panorama editorial a fuerza de mucho tesón y trabajo y un magnífico catálogo elaborado por editores con gusto y olfato. También me gustaría destacar el trabajo de otras editoriales un poco más grandes, como Alba o Lumen,

algunos de cuyos libros son verdaderas joyas. La competencia en el mundo editorial es feroz: muchas editoriales, grandes grupos, muchos autores y muchos títulos. En todo caso, en mi opinión, un buen editor será siempre un buen editor independientemente de que trabaje en una editorial pequeña o en una editorial grande. Es un trabajo vocacional; un oficio, en realidad. -El crítico literario cada vez tiene más competencia con los blogs de literatura. Hoy en día todos hablamos de nuestras lecturas en nuestros espacios, y lo hacemos con una cierta profesionalidad. ¿Se ha acabado el oficio de reseñista? Ha variado en su concepción desde hace unos años. Antes, el crítico literario ejercía su papel en los suplementos literarios y revistas especializadas; con la llegada de Internet, la crítica se ha «democratizado». Siempre que se ejerza con libertad, independencia y profesionalidad, bienvenida sea. Sin embargo, estos tres conceptos fallaron en el pasado y también lo hacen en el presente. En todo caso, mientras haya lectores, habrá reseñistas. -¿Qué papel juega el blog “La amena Biblioteca de Redfield Hall” en tu vida? “La medicina de Tongoy” ha decidido silenciar su blog porque las lecturas que hacía cada vez estaban más vinculadas/ relacionadas con el blog y lo que en él iba a escribir que con sus preferencias. ¿Condicionas tus lecturas según el blog o al revés? 5

Desde el año 1997, el día 24 de octubre se celebra el Día Internacional de la Biblioteca, en recuerdo de la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo, incendiada en el verano de 1992 durante la guerra serbo-bosnia. La biblioteca no tenía valor estratégico ni era un objetivo militar, aun así, la noche del 25 al 26 de agosto las fuerzas radicales serbias acabaron con ella. En España, seguramente, la crisis también se habrá llevado por delante alguna que otra biblioteca (aunque no parecen haberse difundido muchos datos sobre este tema). En cualquier caso, si esto ha sucedido, no ha habido ninguna manifestación ni protesta alguna por ello (o, al menos, los medios de comunicación no se han hecho eco). Si sucediera lo mismo que en Inglaterra, ¿se reaccionaría de la misma manera? Las estanterías de la Biblioteca de Redfield Hall se nutren principalmente de títulos escogidos por la bibliotecaria que redacta estas líneas. En el caso de La felicidad de los pececillos, la obra llegó porque un amigo editor le recomendó su lectura, sabiendo que le iba a gustar. Efectivamente: tenía razón.


Twitter del mes

LECTURAS IN FRAGANTI

@queleenlosdemas Cotilleando lo que leen los demás en las calles, metros, autobuses, bares y cafés de Madrid. Snooping what people read in public spaces in Madrid.

Una conjetura, que se basa en nuestra actitud como lectores, es que no se lee lo mismo en un viaje en metro que en el sillón de casa. Quizás para el metro la gente escoge una lectura ligera (en cuanto a contenid0 porque se ve cada tochazo en rustica…) ya que vemos impensable disfrutar de, por ejemplo, “La Pasión de la Mente Occidental” entre codazos y avisos de paradas. Es interesante que clásicos modernos como “El Guardián Entre el Centeno” y “La Conjura de los Necios” estén entre los libros más espiados junto a best-sellers que, sinceramente, a nosotros nos atraen poco como lectores. -¿Cuál es la franja de edad más lectora? ¿Hombres o mujeres? Hay más lectoras que lectores, eso es indudable y la franja más lectora está entre los 30 y los 45 años. Sorprende encontrar a gente muy joven leyendo libros como “El Ruido Eterno” o el “Diario” de Nijinski.

No será entre los lectores de una revista como Granite&Rainbow que nos sorprendamos con la idea que han tenido desde @ queleenlosdemas. ¿O acaso no habéis mirado obsesivamente los títulos de vuestros compañeros de tren, autobús, metro, tranvía, en un bar o en un parque, y os habéis alegrado al comprobar un libro que también habéis leído? La idea y el mapa desplegado para estas lecturas infragantis están en Madrid, y nuestros cotillas literarios nos cuentan quién lee el libro y dónde. Comparten las lecturas de sus seguidores y los podéis encontrar en el blog que tienen alojado en wordpress, pero es en Twitter donde el juego da más de sí. -¿En qué momento decidís convertir en una cuenta de twitter algo que solemos hacer los lectores? Pues por culpa del trabajo. Nos trasladaron de oficina hace unos meses, obligándonos a hacer diariamente un corto trayecto en metro que, descubrimos, no daba ni para 6 páginas de lectura diarias. No nos gusta dejar capítulos a medias y no siempre se tiene a mano un libro de relatos cortos así que un día no llevamos libro y nos dedicamos al viejo vicio de espiar lecturas ajenas, que es algo que siempre hemos hecho. Durante una charla de bar de esas que no se sabe como empiezan, se nos ocurrió que podría ser interesante dar salida a esos datos y comprobar si había más gente espiando las lecturas de los demás, ya fuera en el Metro o en otros espacios públicos. Twitter nos pareció la manera más inmediata de mostrar esa información. El blog ha sido una idea posterior para poder ordenar de una manera estadística los datos. La mejor manera de tratarlos sería incluyéndolos en una base de datos propia,

pero para eso ya no tenemos tiempo. Poco a poco la gente se anima a compartir sus cotilleos con nosotros, de manera que la información que obtenemos es más amplia y, suponemos, más ajustada a la realidad lectora de este país.

Si además de seguirles en Twitter queréis ver su blog, los podéis encontrar en esta dirección: http://queleenlosdemas. wordpress.com. Nosotros nos convertiremos en espías literarios para hacer el mapa de @ queleenlosdemas mucho más grande. ¿Os No solo nos fijamos en lomos y portadas. animáis? También intentamos espiar las lecturas que la gente oculta tras los libros forrados o en los e-Books Esas sí que son lecturas que nos intrigan. Para ello intentamos leer por encima del hombro y quedarnos con “Se lo que estás pensando”. John Verdon. palabras clave con las que poder descubrir Metro Línea 1. Lectora. 55-60 años. gracias a Google qué se nos ocultaba, generalmente best-sellers que nos resultan “La sombra del viento”. Carlos Ruiz Zafón. indiferentes como lectores. Metro Línea 1. Lectora. 50-55 años. -Vosotros mejor que nadie sabéis “Tengo ganas de ti”. Federico Moccia. Metro qué se lee en los espacios públicos de Línea 1. Lectora. 15-20 años. Madrid. ¿Qué libros son los que más os encontráis? “Agua de limonero”. Mamen Sanchez. Metro Línea 2. Lectora. 30-35. Os podemos decir que llevamos unos 200 libros únicos cotilleados y ninguno de ellos “El club de los viernes”. Kate Jacobs. Metro es de poesía y de teatro solo “Bodas de Línea 2. Lectora. 25-30. Sangre”, quizás por obligación escolar. Para gustos los colores y con los lectores pasa lo “Problemas resueltos de ecuaciones mismo. Por ejemplo, la escritora más leída, diferenciales”. Manuel Lopez Rodriguez. Katherine Pancol, era una desconocida Metro Línea 1. Lector. 40-45 años. para nosotros antes de empezar con este twitter. “El bosque y yo”. Metro Línea 1. Lectora. 3035 años. Libro colectivo de relatos. No nos ha extrañado encontrarnos con la saga de “Canción de Hielo y Fuego” entre lo “I Ching”. Metro Línea 1. Lectora. 45-50 más leído y nos alegra, aunque no seamos años. grandes entusiastas de sus novelas, que la gente lea más a Murakami que a Ken Follett. “Más allá del Crash. Apuntes para una crisis”. Algo que nos ha sorprendido es haber visto Santiago Niño Becerra. Metro Línea 1. Lector. a dos lectores de “El Mapa y el Territorio” 40-45 años. pero a ninguno de la última de Jonathan Franzen cuando ambas se han publicado a la “Wrapped Up In You”. Carole Matthews. vez y con un similar despliegue mediático. Metro Línea 1. Lectora. 35-40 años.

Selección

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Opinión

Los últimos días de... Arnon Grunberg

Pedro Larrañaga

Arnon Grunberg no está muerto, ni mucho menos. Sin duda es toda una suerte para nosotros que no lo esté, porque su ejemplo debería ser tomado muy en cuenta por todo aquel o aquella que escribe, lo ha hecho o aspira a hacerlo. De hecho, creo que es un tipo al que todos los que escriben, lo han hecho o aspiran a hacerlo, deberían envidiar. Ese es el motivo de convertir en protagonista de esta columna al escritor holandés: para tenerle envidia. Yo se la tengo, aunque en mi caso envidio a muchos otros escritores y escritoras. En realidad los envidio a casi todos, pero esa no es la cuestión. ¿Y cuál es la cuestión?, se preguntarán ustedes. La cuestión es el miedo. Más concretamente el modo en el que Arnon Grunberg gestiona el miedo. La forma en que decidió hacer con él una bola y metérselo en la tripa. Ya que, puestos a tener miedo (y eso es algo que todos tenemos), mejor tenerlo en la tripa, en medio de ácidos estomacales y pesadas digestiones, que en las manos (¡con lo incómodos que resultan los temblores para escribir!) o incluso entre los dientes (el castañeteo que no procede del frío siempre desconcierta). Arnon Grunberg sabía que no podía deshacerse del miedo, porque eso es algo inherente a escribir. Si uno escribe, tiene miedo. Así de claro e irrefutable. Escritura y miedo van siempre de la mano, son indisolubles, es imposible concebir el uno sin el otro. Algo así como intentar separar a Pin y Pon o a Barbie y Ken. Volvamos con Grunberg y su miedo. El bueno de Arnon decidió un día ponerse a escribir (que no es lo mismo que ser escritor, ni mucho menos) y tuvo que enfrentarse al miedo. Se peleó con él cada día hasta que consiguió publicar en 1994 el libro “Días azules” (un proceso plagado de miedo), con el que se llevó el premio a la mejor novela debutante en Holanda. Casi nada. En ese momento, cuando ya era un escritor (ahora sí, porque lo de escritor es una etiqueta de los demás y esa tiene que ver con que se te pueda reconocer como tal, algo que más relacionado con tener una obra publicada que con usar americanas gastadas o fumar en pipa), Arnon Grunberg podría haber dejado atrás su miedo. Pero no fue así. Y no fue así porque él no quiso. Le dieron a escoger entre la seguridad y el miedo y él escogió el miedo. ¿Por qué podría alguien escoger el miedo? Esa es la clave de todo y ese es el motivo por el que todo escritor y escritora debería tenerle envidia. Una vez que una persona ya es un escritor (ya ha publicado, ya está ahí, ya hay alguien que ha dicho que sí, que lo es y que puede estar en una librería, que es de lo que se trata a fin de cuentas), se agarra 7

a esa etiqueta, a esa categoría, para intentar alejar el miedo. Su grito antes de que el monstruo del armario amenace de nuevo es “¡Atención, yo soy el escritor, el que escribió esa novela que aceptasteis que podía estar en una librería!”. Un grito que no suena extraño (todos estamos aburridos del “de los creadores de...” o “del director de...”), con el que simplemente se acepta que ya no se quiere compartir mesa con el miedo. No, nadie quiere al miedo (¡pobre miedo que nadie le quiere!). Nadie le quiere junto a él ante la página en blanco. Nadie le quiere cogido de la mano mientras un amigo lee tu libro. Nadie le quiere caminando a tu lado recorriendo editoriales o revistas. Nadie. ¡Ey, yo ya soy escritor, ya pasé por eso y no quiero hacerlo más! Ese es el problema, amigo mío. La etiqueta ya es más pesada que el miedo (y fue el miedo, aunque no quieras aceptarlo, el que te llevó a adentrarte en lo desconocido) y no te deja moverte. Ya no hay soltura, no hay chispa, no hay alma, no hay nada. ¡Ahora sí que echo de menos el miedo! Arnon Grunberg hizo una bola con la etiqueta y la tiró a la papelera. Dijo que ya no era Arnon Grunberg, si no Mark Van Der Jagt y empezó de nuevo. Sí, claro, con el miedo junto a él. De eso era de lo que se trataba. Empezó de nuevo y volvió a hacerlo (también ganó el premio a la mejor novela debutante con “Cómo me quedé calvo” firmada con su pseudónimo). Lo hizo porque lo importante no era el escritor, si no lo que estaba escrito. Por eso debes tenerle envidia, porque él al miedo le dio un beso en la boca. Y con lengua.


Opinión

La buena envidia

Yanina Rosenberg.

¿Jura decir la verdad y nada más que la verdad? Eh… Sí, claro, juro… Pero, ¿toda la verdad…? Está bien, al fin y al cabo, todos pecamos alguna vez. ¿Quién no ha disfrutado un desayuno, acaso, a mediodía? ¿Quién no ha llorado el exceso de jugos gástricos producto de un buen atracón? ¿Quién no se ha prendido durante un abrazo en principio inocente? Tal como lo imaginaba, escucho el grillo que resalta en el silencio. De todos modos, yo tampoco voy a confesar nada semejante. ¿Qué esperaban? Sólo voy a referirme a un pecado que no tendrá tan buena fama como la pereza o la lujuria, pero que quizás deberíamos ejercitar un poco más o, por lo menos, de otra manera. Hablo de la envidia que, tarde o temprano, sufrimos todos los escritores. Porque no podemos, ni deberíamos, ocultarlo. Los escritores somos todos envidiosos: envidamos la riqueza de la realidad ajena, por más que en ella se incluyan los más sórdidos tormentos; envidiamos cuando un colega gana algún premio importante; envidiamos, desde la mesa de saldos, al otro que encabeza la lista de best sellers por décima semana consecutiva, y entonces les lanzamos el dardo venenoso de la envidia, versamos sobre la irreconciliable dicotimía best-seller/buena literatura, sobre posibles plagios, etc, etc. En su momento, hasta Nabokov llegó a rebajar lo best seller tildándolo de poshlust: ¨…lo barato, falso, vulgar, sucio, altisonante, de mal gusto¨ ¿Envidia? ¿Fue eso el desliz de un envidioso? Entonces, si un grande como Nabokov se pudo dar el lujo de sentir envidia, no debe ser tan malo que uno también, de vez en cuando, tenga esos sentimientos. ¿O es que sólo los grandes pueden sentirla sin culpa alguna? ¿Acaso poder sentir envidia es una cualidad adquirida por los grandes? En una de esas, es al revés: envidiar hace que uno sea grande. Eso es, uno se muere de envidia por la obra del otro y entonces suscita como una suerte de ansiedad, de necesidad, de hambre, mucho más que un simple de deseo, de reescribir lo admirado/envidiado. Ya mismo se me vienen a la mente grandes obras de distintas épocas que pueden equipararse, compararse, asimilarse, ubicarse dentro de un mismo cubículo de biblioteca: pienso en “Rayuela” de Cortázar y, con el salvataje de las diferencias, revivo la lectura del “Tristram Shandy”, leo a Borges y vuelve el Quijote, leo a Martínez y vuelve Borges, leo a Heker y vuelve Nemirovsky, me animo al “Ulises” y vuelvo a la “Odisea”, leo “Lolita” y vuelvo a “El hechicero” (ambas obras del mismo autor, ¿se habrá autoenvidiado para poder reescribirse a sí mismo?). Es evidente, entonces, la influencia poco inocente de los sentimientos en este 8

juego de espejos que involucra tanto a la envidia como a la admiración. ¿Entonces por qué la envidia tiene una connotación tan negativa si en su mezcla con la admiración ha logrado gestar tan increíbles obras? Quizás es como dice Cabrera Infante: ¨…no hay mejor manera de enaltecerse que rebajar al prójimo”, mandamiento que algunos siguen al pie de la letra. Pero lo que a mí me resulta atractivo del acto de envidiar es que, justamente, es una acción constituída por una mezcla esfumada de admiración y deseo del logro ajeno. Y por esto mismo, porque que se puede tomar lo ajeno, admirarlo, y desearlo tanto, es que se puede, con esto, con la ardiente llama de la envidia, incentivar el propio proceso creativo. Si a esto le agregamos lo que Savater denomina la virtud democrática de la envidia, que tiende a la igualdad, al equilibrio ante cualquier exceso (de poder, de dinero, de lo que sea que el otro ostente), no puedo más que incitar a ustedes, escritores, y también, por qué no, queridos lectores, a envidiar la escritura ajena, para intentar superarla, dialogar con ella, igualarla, es decir, envidiarla con fundamento, desde adentro, desde las entrañas de la letra, para enriquecer la cultura que, eso sí, seguro, nos pertenece a todos por igual.


Opinión

Padecer de uno mismo

Francisco Jurado Chueca

Genial. Primeros días de un nuevo año y estoy partido. Ja. Treinta y cinco años después vuelvo a caer en pedazos sin siquiera intentar apoyarme en quien está a mi lado. Hostigado por una metralla de postales que relatan mi vida sólo me atrevo a preguntar por qué. Y me respondo recogiendo algunos trozos de cuerda por qué. Y giro y aquí estoy. En el purgatorio. En Dante. Aprendiendo a reconocer una vez más ese inquietante olor a adolescencia que entonces me obligaba a relacionar toda canción que sonara entre el aire y mi exilio con cada sensación que se escondía para no estallar. Amor mordido. Retiro. Ardor. Un mirar a los ojos. Exaltación. Bajar a los labios. Volver al puntito del iris. Tres dudas. Volver una vez más a tocar el silencio hundido que le queda a uno entre las manos. Intentar dormir. Entender que en la crítica de una novela no estarás. Que las horas que tus textos prometieron regalarme deben aún esperar. Esperar. Esperar mientras el olor a piel conmigo sé que se alejará. Y giro. ¿Por qué mierda no me cosieron antes los ojos? ¿Esperar para sentir aun en penitencia? Durante las últimas tardes del 2011, sentado o de pie era ya evidente el rencor que sentía hacia todo ser que caminaba completamente sumergido en sus ideas sin que ello les sugiriese temor alguno de llegar a la demencia. A un niño pegado a una vitrina señalando un tren envidié. A un hombre, grueso, inocentemente grueso, leyendo y escribiendo en el libro, lo observé con tanto cariño y desprecio que se espantó apenas se dio cuenta de que estrujaba mis ojos en su estúpido libro. Y ya casi ciego, volví a girar para poder entender por un segundo, mientras acariciaba ansioso cada una de las posibles maneras de no sentir más, que ya había perdido el significado de la razón. Y me despedí. Y aquí estoy, en el purgatorio. Dicen que llevo una túnica gris y los ojos cosidos porque, me dicen, así no podré ver más la luz que me abrazó y ello, dicen, por haber sentido rabia o tristeza al notar el contento cerca y ajeno. Y me detengo. Giro. Busco apoyarme en la espalda de uno de mis nuevos compañeros e intento luego hallar el hombro y susurrarle que hay algo que aún no entiendo. ¿Rabia? ¿Frustración? ¿Envidia? La envidia se alojó en mí pero sólo por haber deseado compartir la felicidad de ellos, aquellos que deslumbran. Entes con las armas suficientes para tomar sin temor un desayuno en la cama. Con la suficiente fuerza para masticar una hamburguesa sin temer en el cerebro la mañana siguiente. Sin abofetear cada una de las palabras que te acompañan después de haber pasado por los labios una servilleta de papel. Sin tener que dibujar una ventana para despedirme de cada segundo que pasé contigo. ¿Qué es entonces envidia? ¿Fallar a la moralidad? 9

¿A aquella ficción bien definida que hay que respetar y que restringe todo rastro de desequilibrio social? ¿Repulsivo error con el que sometemos y juzgamos cada intención de querer saltar junto a una hermosa bandada? ¿Mentirse? ¿Depende de la ciudad, de los colores de la piel, de la lluvia, del puto idioma o de la geometría de colores en la bufanda? Ja. Aquella luz de la que hoy me apartan la he perdido ya. Sí, su tacto me partió. Me enseñó que aún puedo ser un niño y que ahora ciego sólo podré acurrucarme a la presente ausencia. A la fotografía por la que tanto blasfemo. A esas imágenes de pie que nunca he querido sean un artífice más de mi pasado. ¿Y por qué en el purgatorio? ¿Por qué vivos?, pregunto a mi nuevo compañero. E inmediatamente después quiero ser el que acaba de pasar a mi lado con uno de los bolsillos lleno de canicas. Debe tener las uñas con tierra y una pequeña cicatriz en la mejilla. Envidia de él y de la música. Al libro y al almendro. Sí. A la furia de las turbulencias y a tu paz. Y él me dice que envidia es excluir la capacidad de alegrarse. Una fuerza que no puede ser erradicada de la condición humana. Es estar en silencio. Es callar. No. Decir. A decir siempre. Saber irse. Olvidar. Envidia al hielo. A arrancar cada uno de los significados a las palabras y otorgar justificaciones que no distraigan impunes. Otra vez ciego. ¿Vienes conmigo? A enamorarse en ráfagas con solo oler el perfume de un cuello. Envidia por no tener celos. Y yo le digo que es tristeza enteramente poseída. Que envidio sentir alegría al cargar a un niño. Eso. Creer. Es el día. Estar siempre consciente. Ir un paso más allá de la pura contemplación. Y la otra, la que lastima, la que uno esconde, no es envidia. Es cobardía a la vida misma. Culpa tras culpa. Piedra sobre hierba. Una distancia sobre tu mirada.


Ser traductora y autora a la vez Isabel Núñez es escritora y traductora. A priori, ésta es una descripción que podría suscitar a los lectores una gran admiración y envidia. Sin embargo, su condición de creadora, de mujer y de persona que se maneja con las palabras pasa de ser un trabajo-mito a ser una lucha de supervivencia. Aun así, Isabel no deja de luchar, de escribir y de buscar su lugar en el mundo editorial, que es el que la conmueve y alimenta.

Isabel Núñez

n Fusa Díaz Tratándose este número de la envidia, ¿qué importancia tiene este pecado capital en el mundo editorial? Tanto en un autor como en un editor. La envidia y el resentimiento mueven a muchos, están entre los críticos y en el público, tal vez puede haber editores que también sean autores frustrados, pero, sobre todo, yo creo que se expresa mucho más cuando se le une la misoginia. Todo el mundo se atreve a dar lecciones morales y literarias a las autoras. Para empezar, esos lectores que por el hecho de saber descifrar las letras creen que su opinión es importante y que te interesará conocer sus objeciones, aunque sean lectores mediocres y no hayan leído nada, tal como lo explica Edith Wharton en su pequeño ensayo “El vicio de la lectura”; todo el mundo debería leerlo antes de hablar. Y los

críticos nos tratan de un modo muy distinto, confunden nuestra escritura con nuestra persona y nos condenan, ya digo, con patrones morales muy curiosos. Ser traductora y autora a la vez debe de ser una tarea difícil de combinar en cuanto a tiempo. ¿Es también una desventaja a la hora de crear? ¿Se ve afectada por la novela que está traduciendo a la hora de escribir la suya propia? Es difícil o más bien imposible de combinar, porque en España se paga miserablemente. Una traducción difícil vale más o menos lo mismo que limpiar casas en este momento. Dejando aparte ese hecho, que obliga a traducir veinte horas al día para subsistir y agota la energía de cualquiera, a la hora de crear no


me parece ninguna desventaja. La traducción es un entrenamiento con la lengua, es un ejercicio agradable, como un crucigrama o un jeroglífico, y transmite la sensación de que todos los problemas pudieran resolverse así. Escribir a través de otros es una máscara, y la escritura siempre es un juego de máscaras. Con la crisis, el oficio de la corrección se está perdiendo, es el primer puesto considerado prescindible en una cadena literaria. ¿Es necesaria una corrección externa después de que usted entregue la traducción? Una corrección discreta y respetuosa siempre sería de agradecer. Por desgracia, algunas correcciones sólo sirven para empeorar la traducción. Un corrector no tendría que intentar dejar huella, ni demostrar que ha hecho algo al precio que sea, y siempre se debería consultar al traductor. En este país se les paga terriblemente también y eso no ayuda. Con las prisas y para ahorrar, muchas veces el traductor no ve las correcciones ni se le consulta, y a veces cuando las ve es demasiado tarde. Los desaguisados son muchos…

las ventas que reinan en este pobre país salvaje. Si no encuentro un editor dispuesto a pagarme un buen anticipo por mi novela, tal vez me plantee venderla en Internet como libro digital y quedarme el 50% de las ventas, que, según anuncian, en algunas webs serán transparentes. En cuanto a encontrar un editor para traducir un libro ajeno, ha sido un trabajo lento pero que tampoco hice sistemáticamente, así que no me parece tan difícil, aunque sin duda lo es. Un editor tiene que enamorarse doblemente de un libro para decidir comprarlo e

sin diversión” de Jean Giono, ha participado también con un prólogo. ¿Hasta qué punto se ve involucrada en los libros que traduce? ¿Los siente suyos? Los últimos libros que he traducido eran efectivamente muy míos. “Un rey sin diversión” de Jean Giono, “Crónicas de Nueva York” de Maeve Brennan, “No matarían ni una mosca” de Slavenka Drakulić, los tres son proyectos míos, que he prologado y estudiado, que me han apasionado y en algún caso incluso he presentado. Prologarlos era un fenómeno natural. Para mí ha sido una alegría traerlos a mi lengua y compartirlos con los lectores de este país.

Escribir a través de otros es una máscara, y la escritura siempre es un juego de máscaras

¿Qué le resulta más difícil, encontrar un editor para su novela o un encargo para traducir para una editorial? Encontrar editor no me ha resultado difícil hasta ahora. Otra cosa es encontrar un editor dispuesto a pagar un anticipo de verdad, sobre todo teniendo en cuenta la tremenda opacidad y falta de información sobre

invertir en la traducción, aunque algunas traducciones están subvencionadas por completo. ¿Con qué plazo cuenta para traducir? ¿Se mide por palabras, por páginas? ¿Por qué idioma le han pagado más? Yo he pasado mucho tiempo traduciendo para museos e instituciones que pagaban mejor y que valoraban por palabras, pero siempre sin tiempo. La vuelta al mundo editorial, ahora que, con la crisis, los museos han reducido drásticamente sus publicaciones, ha sido terrible. Retorno a un mundo de tarifas miserables, casi de esclavitud. No veo futuro en esto. Eso sí, últimamente los editores han sido comprensivos y no me han puesto plazos. En su última traducción, de “Un rey

¿Alguna vez se ha traducido un libro suyo? Sí, publiqué un primer libro de correspondencia en francés y en castellano, a medias con una autora francesa, pero es un libro que ya no reconozco como mío. Se han traducido cuentos publicados en revistas serbias o en una antología digital internacional, en inglés. Yo participé en la traducción de cinco cuentos míos de “Crucigrama”, y ésa fue una experiencia sorprendente y reveladora de la que he hablado en mi artículo “Los meandros de la traducción”. Hoy en día el trabajo de la traducción, y en general en el mundo de la cultura, se está viendo gravemente afectado. ¿Funciona traducir un libro sin que se lo hayan solicitado y presentarlo para que sea publicado, o es un trabajo inútil? Es un trabajo arriesgado. Todo


Si no encuentro un editor dispuesto a pagarme un buen anticipo por mi novela, tal vez me plantee venderla en Internet ¿Volvería a ser traductora en otra vida posible? Pues sí, pero sólo en un país más culto y que valorase a los traductores, no sólo materialmente.

depende del azar, o de un conjunto de circunstancias incontrolables. De todas formas, para trabajar como traductor en el mundo editorial de este país hay que tener además un sueldo: ser profesor titular en la Universidad, tener una pareja que se gane bien la vida o haber heredado. Han conseguido que el trabajo de traductor editorial como tal ya no sea posible como medio de subsistencia.

que es difícil reconocer mi escritura en el libro de Giono, para el que tuve que buscar muchas expresiones populares, investigar el lenguaje. Ahora bien, todo lo que leemos nos sirve, forma un poso que más vale asumir. Creo que nos cultivamos con nuestras lecturas, aprendemos de ellas aunque sea por ósmosis, a veces nos parece que encontramos la estructura de un cuento por intuición, pero es un aprendizaje que para algunos de nosotros es inconsciente. Y un traductor es un lector muy atento. Ahora que traduzco esos cuentos irlandeses de Maeve Brennan para Alfabia, me asombra cómo ella sabe encontrar diminutas epifanías en situaciones de completa desesperanza y desolación. No sé si yo nunca me atrevería a ahondar en algo así y no puedo evitar asociarlo a su rotura personal, pero es algo que flota en mi mente. Sin embargo, no lo veo en absoluto en la novela que he terminado, ni en mi libro sobre rincones de la ciudad, que se publicará en primavera.

Todo lo que leemos nos sirve, forma un poso que más vale asumir

¿Cree que sus textos se ven infectados del estilo del autor que está traduciendo simultáneamente con su escritura? No. Nunca me ha ocurrido algo así. Es cierto que al leer “Crónicas de Nueva York” de Maeve Brennan algunos amigos me dicen que les recuerda a mi escritura, pero eso se debe a que yo elegí ese libro también por su afinidad conmigo en su relación con la ciudad. No creo que sus cuentos, que traduzco ahora, se parezcan en nada a mi escritura, ni que su rastro sea perceptible en ella. Creo

¿Con qué libro ha disfrutado más? ¿Y cuál ha sido el más complicado? Qué difícil es decir eso. El único libro fácil que he traducido en mi vida son los “Diarios” de Andy Warhol (fue divertido), o tal vez un diccionario de la moda que quise traducir con seudónimo, por la misoginia terrible de la autora. Todo lo demás ha sido difícil y a la vez, muchas veces, gozoso. En algunos casos sabía que estaba cobrando menos que una asistenta: Jacob Riis, “Cómo vive la otra mitad” o “Un rey sin diversión” de Giono; y los dos son libros maravillosos, por razones muy distintas. Sufrí mucho por el dolor que contenía el de Slavenka Drakulić, un libro sobre los criminales de guerra balcánicos, pero me encantó traducirlo para mi investigación balcánica. Fue también muy difícil y a la vez maravilloso traducir al dickensiano T.C. Boyle, por el léxico, aunque su música me arrastraba; me costó más adaptar el estilo de Richard Ford o de Rick Moody, aunque también me gustaron. Y una auténtica locura traducir la ciencia ficción cyberpunk de Jeff Noon, a quien consultaba por e-mail y resultaba que cada palabra tenía siete sentidos y alusiones a bandas musicales, canciones, imágenes carrollianas… Yo busco algo en lo que traduzco; sé que hay gente que prefiere los best-sellers, suponen dinero en derechos (al menos teóricamente) y exigen menos. A mí me produce tedio e irritación traducir textos mal escritos, he traducido algunos espantosos para instituciones, pretenciosos o tan mal compuestos, que resultaba difícil mejorarlos, aunque contuvieran ideas interesantes. Necesito encontrar algo en lo que traduzco, inspiración para pensar o una voz que me hable a mí…


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Antes, cuando los dos fumรกbamos Tres relatos de Julio Cortรกzar llevados al cine. 13


“-¿Tú crees que podré conseguir otro saxo para tocar pasado mañana, Bruno? -Sí, pero tendrás que tener cuidado.” El perseguidor.

n Salvador J. Tamayo 1. Introito Hay mucho escrito sobre la obra de Cortázar llevada al cine, aunque considero que siempre se ha hecho a la inversa, es decir, desde la propia película se ha intentado encontrar el punto de inflexión con el relato. El texto, hay que volver al texto para entender el concepto como totalidad, más allá de la situación particular de las distintas obras cinematográficas. Hay que volver al texto. Sin demasiada dificultad se puede encontrar material -y argumentos- como para abordar varias tesis doctorales, por eso mismo este reportaje se centra en tres relatos recogidos en “Las armas secretas”. El libro fue publicado originalmente en 1954 y en él vemos realmente a Cortázar; vemos al Cortázar de los juegos lingüísticos, al temeroso y enamorado del tiempo, al que tras crear relatos como “Casa Tomada” u “Ómnibus” (Bestiario, 1951), escribió el que sería el gran relato de la era del jazz: “El perseguidor”. Supone un punto de inflexión ya que el ego sublimado que embauca a la figura de Johnny no es más que un adelanto de lo que nos ofrecería años más tarde en “Rayuela”. Johnny es Charlie Parker, Johnny es el precursor de La Maga, el enormísimo cronopio que decidió inmolarse y salpicar con su carne, su sangre y su bop, el alma de cientos de lectores y escritores de generaciones venideras. No eran conscientes: ni Julio Cortázar ni su personaje eran conscientes. 2. Cartas de Mamá - La cifra impar La incursión de las historias de Cortázar en el cine vinieron en 1961 de la mano del director, también argentino, Manuel Antin. Aunque en 1978 Miguel Picazo filma otra versión de la misma. El actor, y más tarde director chileno Lautaro Murúa, fue el protagonista de la cinta “La cifra impar”,

conforme al relato “Cartas de Mamá”. La gran complejidad estructural del relato lo hace sumamente difícil de llevar al cine. Cortázar terminó bastante satisfecho con el resultado y autorizó al director a usar sus escritos para otros proyectos. La película fue premiada por la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina: Premios Opera Prima, Mejor Director, Mejor Escenografía y Mejor Montaje. El mismo director usó el imaginario de los cronopios para filmar “Circe” (uno de los cuentos de Bestiario) en 1963. El propio Cortázar participó en la elaboración de los diálogos. Un año después realizaron “Intimidad en los parques” (basado en el relato “Continuidad en los parques”) y “El ídolo de las cícladas” protagonizada por Paco Rabal y Dora Baret, rodada entre Lima y Macchu Pichu. Cortázar una vez más, como se aprecia en decenas de ocasiones a lo largo de su obra, oscila entre pasado y presente; entre los distintos lados, el de los muertos y el de los vivos, la realidad y lo fantástico, Buenos Aires y París. Como escribió al respecto Pablo Piedras, “En el relato se narra usando el discurso indirecto libre. Esto es, una tercera persona, un narrador que por momentos parece ajeno a las circunstancias y por momentos influenciado por ellas, hasta llegar a confundirse con alguno de los personajes. Este tipo de narración es conflictiva en el cine, ya que el relato parece estar focalizado en aquel personaje que permanece más tiempo en cuadro, o en el personaje que identificamos con la voz en off”. El director opta por seguir a Luís con la cámara, por centrarse en su figura, por el uso de flashbacks, y por la voz en off para cubrir las carencias del soporte cinematográfico frente a la pluma de Cortázar. Casi la totalidad de la literatura cortaziana está atrapada dentro de un anillo de moebius y lo que al lector le supone algo fascinante, para el cineasta es un enorme quebradero de cabeza. El director, ante el entramado 14


es la gran historia del jazz, una versión más del tópico del artista maldito, descarnado, desencantado, perseguido. He oído cientos de veces que se trata de una biografía libre de Charlie Parker, pero creo que no es cierto, al menos no del todo. Acepto que lo tome como musa, pero el protagonista pertenece al propio contexto vital de lingüístico del autor argentino, tiene que decidir entre el aspecto psicológico y el fantástico, decantándose por el primero. La película y el relato hablan del presente de Laura y Luís ahogados en la ciudad de París, de la culpa por la muerte de Nico, de su distanciamiento. Los demonios del pasado vuelven de la mano de Nico, antiguo novio de Laura y hermano de Luís, muerto por tisis. Final abierto aunque se entiende perfectamente la asimilación de que Nico haya regresado a sus vidas. En el relato y en el film la ciudad de la luz se transforma en el último refugio de los personajes. Hay cosas de las que ni se puede ni se debe huir, da igual que se termine en París, Florencia, Quito o Buenos Aires, siempre llegará el terrible sobre, la esperada carta, el plato del hermano muerto, vacío en la cena.

La película se estrenó dos años después por motivos de censura, ya que aparecía una menor desnuda sin el conocimiento del equipo, y su padre denunció la cinta. Los responsables del film no sólo muestran una excelente calidad técnica sino que saben plasmar a la perfección gran parte de la simbología que aparece en la obra. La piedra blanca, el cementerio, la grabación del disco “Amorous”, la máscara, las máscaras; de nuevo la cita del borracho Dylan Thomas que sirve como entrada y como final: ‘O make me a mask’. La máscara que le sirve a Johnny para cruzar al otro lado. Es de agradecer, no podía ser de otra forma, el especial cuidado al aspecto musical de la cinta. La música está a cargo de Rubén Barbieri y los solos de saxo son interpretados por Leandro “Gato” Barbieri, conocido por el gran público al ser el encargado de la banda sonora de la película de Bertolucci: “El último tango en París”. La música parece lo único que ayuda a nuestro protagonista a entender el tiempo, a entender y comprender su propia existencia, no así a aceptarla. La gran presencia física de la muerte, el gran personaje del relato.

3. El perseguidor - El perseguidor Avanzamos unos años y llegamos a 1962; tan sólo hay que comenzar a leer las citas previas que aparecen en el “El perseguidor” para darse cuenta de que estamos ante algo grandioso: “Sé fiel hasta la muerte. Apocalipsis, 2, 10”, “O make me a mask. Dylan Thomas”. Hay mucha leyenda entorno a este relato; la película, pese a ser magnífica, no está a la altura. No es algo que dependiera del director Osias Wilensky, ni mucho menos; simplemente considero que jamás se filmará una película a la altura del texto. Parte de la leyenda que envuelve al relato la cuenta Nieves Vázquez Recio en su novela “Experimentos sobre el vacío”: “Carlos Onetti jamás pudo terminar de leerlo, cuando iba por la parte en la que Johnny acababa de perder a su hija, se encerró en el baño durante un largo rato hasta que su mujer escuchó un ruido y fue a ver. Cuando abrió la puerta, vio que Onetti tenía una mano llena de sangre y que el espejo de la pared estaba roto; le había dado un puñetazo de rabia, de dolor, o sabe Dios de qué, pero le había dado un puñetazo. La mano nunca se le repuso del todo, la marca le quedó para siempre”. “El perseguidor”

persecutorias.” Dan ganas de vomitar. Ese era el camino que Johnny necesitaba para huir de sí mismo y del propio perseguidor. Sí, La Muerte. El relato habla de la búsqueda de la belleza y del tiempo, también habla de jazz, claro. Cada hora que pasa es una hora menos; contamos el propio concepto de tiempo como una corriente en continuo movimiento, siendo el propio protagonista, el ego y la psique del propio protagonista, la que se queda estanca, la que es perseguida. Y qué decir, tanto en la novela como en el relato, del personaje de Tica que no es sino el alter ego de Nica, la baronesa, la señora que amamantó con la leche y la sangre de sus tetas a Charlier Parker y Thelonious Monk, encarnada en la ‘femme fatale’ con la que Johnny se acuesta y fuma marihuana.

La película comienza: “-Cuando era chico encontré una piedrita blanca, me la quitaron. Nunca he tenido nada tan puro. -Esta no te la va a quitar nadie. [Su esposa encinta, le pone la mano en la tripa]”

Cortázar. Johnny Carter y cada uno de los personajes secundarios (Bruno, Dedeé, Tica...) tienen entidad propia; pese a ello, orbitan entorno a Johnny sin eclipsarlo. Cansa un poco leer al respecto: “Johnny se va destruyendo mediante el alcohol, el sexo y las drogas, de ahí sus manías 15

La piedra se hizo polvo, y el verbo se hizo sexo, se hizo nada, se hizo bebop. 4. Las babas del diablo - Blow Up Las babas del diablo es uno de esos relatos que, al igual que las grandes mujeres, insinúan más que exhiben. Aunque el


componente exhibicionista -y voyeaurista, todo hay que decirlo- se respire en cada palabra del texto. “Las babas del diablo” está a caballo, como casi todo Cortázar, entre lo real y lo fantástico; el tiempo de nuevo -aunque esta vez de forma distinta a como aparecía en los relatos comentados anteriormente-, el cambio magistral de 1º a 3º persona sin que apenas se noten las costuras, la eternidad del instante que se multiplica en la conciencia del lector y que tan bien supo aprovechar Antonioni en “Blow Up”. En 1966 Julio Cortázar era muy conocido por los intelectuales de Europa y América Latina -“Rayuela” ya era todo un bestseller. Los grandes creadores querían trabajar con él. Uno de los afortunados fue Michelangelo Antonioni, aunque tenemos ejemplos como el propio Luis Buñuel. La admiración entre el cineasta español y Julio Cortázar era mutua, pero por avatares del destino jamás llegaron a concretar nada, aunque tuviesen proyectos definidos. Otro prestigioso del género, Jean-Luc Godard, sí logró colaborar con el escritor argentino llevando a la gran pantalla una versión del relato “La autopista del sur”, materializada en la sobria “Weekend”. Más allá del embotellamiento en la autopista, vemos una frivolización de la ausencia de valores y el consumismo en la clase burguesa.

del relato frente a la convulsa Londres de la película y todo el genio de Antonioni rebosando en technicolor por cada fotograma. Antonioni abandona Roma para desplazarse al ‘swinging London’ de los Who, los Beatles y las chicas con peinado a lo Twiggy y las faldas por encima de las rodillas.

la fotografía robada le perseguiría durante algunos años, ya que entró en una crisis creativa -nunca de identidad- de la que le costó bastante salir. No fue hasta 1970 con “Zabriskie Point” y música de Pink Floyd cuando cambió de momento creativo. Difícil, ya en las décadas anteriores llegó a rodar quince películas.

“Blow Up” consiguió dos nominaciones a los Oscar de 1967: mejor director y mejor

El relato de Cortázar y la visión de Antonioni no hacen sino complementarse, demostrar que la propia idea puede crecer de forma exponencial si cae en las manos adecuadas aunque, si se me permite, el genio aquí es Cortázar. 5. Enormísimo cronopio Hay quien rige su vida por los escritos de Cortázar; he llegado a oír que la vida no son más que notas a pie de página de “Rayuela”, y lo peor es que quien ha dicho semejante barbaridad tiene razón. De Cortázar aprendimos a reírnos de lo establecido, a agacharnos para recoger un azucarillo en un restaurante, haciéndole creer al mundo que lo que buscábamos era en realidad algo precioso, una Parker quizás. Aprendimos a separar al mundo en cronopios y famas, a desconfiar de las esperanzas y a acudir al orden clásico como reminiscencia del saber occidental, únicamente para subvertirlo. A rezar en gíglico, a atrapar y observar a una mosca que tuvo la mala suerte de entrar en nuestra habitación, como un naturalista del XIX haría con un calamar gigante. En una ocasión me contó un amigo que, en una conferencia, un escritor le había dicho que “Rayuela” no había sabido envejecer, a lo que mi amigo muy educadamente, pero con el tono de cabrón que le identifica, contestó: disculpe, pero creo que el que no ha sabido envejecer es usted. Cristina Peri Rossi comentó en una ocasión: “Los cronopios siempre seremos jóvenes”, aunque ya quisiera yo hacerme mayor la mitad de bien de lo que lo ha hecho ella. Parafraseando a ambos: Siempre seremos jóvenes, pero sólo nos queda la muerte. Sólo nos queda la muerte.

“Blow Up” de Antonioni no tiene nada que ver con el relato “Las babas del diablo”, salvo la idea inicial y quizás la famosa escena de la fotografía del parque: En “Las babas del diablo”: “La mujer habló de que nadie tenía derecho a tomar una foto sin permiso, y exigió que le entregara el rollo de la película. Todo esto con una voz seca y clara, de buen acento de París, que iba subiendo de color y de tono a cada frase.” En “Blow Up”: Woman: This is a public place. Everyone has the right to be left in peace. Thomas: It’s not my fault if there’s no peace. En el relato, el ‘punctum’ se centra en la propia fotografía, en la mujer de la fotografía y en la construcción del propio texto en cuanto a la catarsis metaficcional. Pero el personaje de Roberto Michel no tiene carisma ni está concebido para tenerla. Sin embargo, en la película de Antonioni es el protagonista el que brilla en la historia; la ensoñación de Roberto Michel en el relato sobre una imagen de sexo en la casa se manifiesta en la película, cuando aparece en el estudio de Thomas dispuesta a todo para conseguir el rollo. La estética parisina

6. Filmografía Básica. guión adaptado. No ganó ninguno. Sí se llevó la Palma de Oro del Festival de Cannes. En cuanto a la música, a banda de rock The Yardbirds aparece en una escena, pero en un principio Antonioni pensó en The Velvet Underground. Me habría encantado encontrarme a Lou Reed haciendo un cameo en la cinta, aunque los Yardbids no estén mal del todo. “Blow Up” consolidó a Antonioni; tuvo gran éxito pero al parecer la maldición de 16

La cifra impar (Argentina, 1961) de Manuel Antin; sobre “Cartas de Mamá” (Las armas secretas) El perseguidor (Argentina, 1962) de Osias Wilensky; sobre “El perseguidor” (Las armas secretas) Blow Up (Inglaterra, 1966) de Michelangelo Antonioni; sobre “Las babas del diablo” (Las armas secretas)


Enrique Redel es el editor que quieres ser. Impedimenta es la editorial que quieres tener. Ellos dos, que van tan de la mano, son el sueño de muchos y el reflejo de la constancia en el trabajo, la dedicación, la vocación y el amor a los libros. Si los libros de Impedimenta entran por los ojos y conquistan el estómago al leerlos, es culpa, además del susodicho autor, de un editor que tiene bien puestos los pies sobre los libros. Sabe de lo que habla, sabe de lo que lee, sabe muy bien lo que publica. La calidad es máxima: libros bonitos, preciosos, engalanados con su mejor traje, e interiores, palabras, textos, poesía narrada que enciende el alma de quien lee. Impedimenta no es una editorial cualquiera, y Enrique Redel no es un hombre cualquiera. Es el genio editor.

Enrique Redel

Todos llevamos libros imprescindibles

tras nosotros

n Ainize Salaberri ¿Cómo nació Impedimenta y de dónde le viene el nombre? ¿Cuál es la filosofía de la editorial? Impedimenta nació en el mes de mayo de 2007, y empezó a publicar en septiembre de ese mismo año. Nuestro primer título fue “La abadesa de Castro”, de Stendhal. Bajo la idea de Impedimenta subyacía la idea de recuperar narrativa canónica o que aspirara a serlo y que esta pudiera constituir un bagaje de cualquier lector

occidental. El propio concepto de bagaje tiene mucho que ver con Impedimenta: de hecho, era así, «impedimenta», como se llamaba a la mochila que llevaban los romanos a la batalla. Era un equipaje pesado, que incluía armas, repuestos y todo lo que se usaba para luchar y sobrevivir en campaña. La tentación de tirar parte de lo que llevaba el soldado puede que lo condenara a morir en la batalla. En esa mochila llevaban lo imprescindible. Todos llevamos libros imprescindibles tras nosotros. Libros que acarreamos en las mudanzas, que nos acompañan toda la vida. Aspiramos a editar esos libros que se guarden. No sé si lo hemos conseguido, espero que sí. Para ello aunamos dos conceptos, que son fundacionales en Impedimenta: la selección y el cuidado estético. Impedimenta no es nada sin la conjunción de ambos. Usted estudió derecho. ¿Cómo es que un abogado llega a ser editor y director de una de las mejores editoriales españolas actuales? ¿Cuándo, cómo y por qué decide hacerse editor?


Cuando uno comprueba la formación universitaria de los responsables de editoriales independientes españolas descubre que un número no desdeñable de nosotros provenimos del mundo del derecho: abogados, antes que editores, han sido Luis Solano, de Libros del Asteroide, o María Moreno, de Veintisiete Letras, entre otros. Confieso que me matriculé en Derecho algo engañado. Es decir, las leyes y su ejercicio no eran mi vocación, ni mucho menos, y nunca lo fueron. Con 17 años, y recién acabado el COU, uno se matricula en aquello que cree que tendrá “más salidas”. Yo estudiaba mucho, era muy buen chico, y desde luego soñaba con poder ganarme la vida después de la universidad. Con 17 años uno no sabe muy bien lo que es, y solo intuye lo que quiere ser (yo por entonces era simplemente un buen dibujante, dibujaba muy bien y leía a todas horas, eso es todo. Actividades que no sabía que tuvieran una proyección profesional clara, a no ser que me matriculara en Bellas Artes o en Filología y me condenara al paro casi con toda seguridad. Para mí dibujar y leer eran dos hobbies a los que me entregaba con pasión casi suicida, pero eran solo eso: hobbies.) El resultado es que durante los seis años y medio que pené en la masificadísima facultad de Derecho de la Complutense, repleta de fachas y carente de la más mínima curiosidad intelectual, sobre todo me

dediqué a leer a Joyce, a Beckett, a Méndez Ferrín, a aprender gaélico y a pasear y viajar con la que entonces era mi novia y ahora es mi mujer, Pilar Adón (cuya situación era igual o peor que la mía, dos almas gemelas éramos). Luego, acabada la carrera, estuve penando otros cinco años de trabajo en trabajo, vestido de traje, maldiciendo a todas horas, rezando al cielo para que no me ascendiesen, cosa que ocurría muy a menudo, para mi desgracia. Mientras tanto, empecé a frecuentar alguna que otra editorial donde publiqué poemas y donde empecé a colaborar como asesor. En junio de 1999, cuando era abogado laboralista, nada menos, fiché por la editorial Opera Prima (sin acento en la o), y a los tres meses me encontré llevando yo toda la editorial: la política comercial, la elección de títulos, el control de los gastos, la promoción… Instintivamente sabía hacerlo todo sin que nadie me lo hubiera explicado antes. Mi jefe, cansado de que yo lo criticara inmisericordemente y lo ninguneara en público, me despidió un año y pico después. Con razón, supongo, habida cuenta de lo presuntuoso que era por entonces. Ahí empezó mi carrera como editor, que desembocó en el proyecto de Impedimenta. Bastantes años después de aquello, un recuerdo que estaba oculto en algún sitio de mi mente, no sé dónde, me vino a la cabeza súbitamente. Cuando yo era un niño, tendría diez u once años, mientras mis amigos y mis primos jugaban al fútbol o corrían de acá para allá, en Hoyo de

Manzanares, yo me metía bajo una encina y me dedicaba a fabricar pequeños libros que yo mismo ilustraba y grapaba, y luego se los vendía a mis padres o a mis tíos. Esto es, mi vocación estaba allí, y yo no lo sabía: manufacturar volúmenes con un contenido que yo creía que era atractivo y sacarles un rendimiento económico. Es fácil, desde fuera, tener idealizada la idea de lo que es ser editor. ¿Cómo es el día a día un editor? La vida de los editores no es tan glamurosa como parece. En fin, a pesar de que en Estados Unidos se trate de una de esas llamadas “profesiones con señora” (esto es, una vida de fiestas, reuniones, cóctels, premios y mesas redondas), la mayor parte de nuestra jornada transcurre en el despacho: lectura, corrección, negociaciones a veces arduas, cuentas y más cuentas, teléfono, redacción de materiales, maquetación, diseño de cubiertas y sobre todo mucho correo electrónico normalmente atrasado. En Impedimenta recibimos una media de 250 o 300 correos al día. Una parte razonable es basura, pero al menos hay 30 ó 40 mails al día que deben ser cuidadosamente contestados, analizados, y que implican toma de decisiones. Eso todos los días. Cuando uno se ausenta tres o cuatro días y se descarga 600 correos de una vez, el mundo se le viene encima, literalmente. No queda más remedio que estar colgado al correo aunque sea estando de viaje.


En Impedimenta, aun así, intentamos que nuestra labor tenga algo más de proyección exterior. El peligro de cogerle gusto a encerrarse es grande sobre todo cuando, como es nuestro caso, encima nos pasamos el día viajando y yendo de librerías (el contacto con los libreros es fundamental para nosotros, y al menos dos o tres veces al año nos recorremos España entera visitando puntos de venta interesantes). Es una vida de hotel, al menos en parte. Pero a mí me parece apasionante. ¿Cómo se da con una obra como “La hija de Robert Poste”, “La juguetería errante” o las novelas de Stanislaw Lem? Cada título llega de una manera diferente, esto es, no existe una sola vía de contacto. Algunos, como “Vercoquin y el plancton”, de Boris Vian, llegan recomendados por otros amigos editores, que te los ceden amablemente; otros, como “Botchan”, de Soseki, y todos sus demás libros posteriores, porque existe una pasión previa de los editores por el autor; unos cuantos, como las novelas de Eudora Welty, por sugerencia de algún agente. No obstante, la inmensa mayoría de los títulos provienen de una búsqueda consciente por nuestra parte: en nuestro caso, al menos, revisando y estudiando catálogos de editoriales extranjeras, leyendo libros que nos llaman la atención y que compramos en librerías inglesas, francesas o alemanas (donde el canon es otro, y hay interesantísimas propuestas de fondo que no llegan hasta España), leyendo críticas de medios extranjeros, o bien porque un

libro te lleva a otro. En el caso de “La hija de Robert Poste”, me topé con el título en Daunt Books, para mi gusto la mejor librería de Londres, en la edición de Penguin Modern Classics. Me llamó la atención la portada, que representaba la foto de una vaca. Me leí el libro durante ese viaje y me encantó. Estaba convencido de que, con lo bueno que era, sin duda estaría publicado en España. Cuál fue mi sorpresa cuando, tras investigarlo, descubrí que nadie nunca había publicado a Stella Gibbons en castellano. Tras algunas dificultades, puesto que nadie sabía quién tenía los derechos, y hubo que insistir mucho, los compramos y publicamos el libro. El resto de libros de Gibbons vinieron detrás. Edmund Crispin fue otra historia. Los primeros que me hablaron del autor de “La juguetería errante” fueron los Womack, James y Marian, amigos míos desde hace años y actualmente editores del sello Nevsky Prospects. James es inglés y Marian casi casi, ha trabajado en la Bodleian Library de Oxford, y fue en su pequeña buhardilla de Lavapiés donde vivieron cuando se vinieron a España, donde me hablaron con pasión de este autor y de los libros protagonizados por el profesor de Oxford y detective aficionado Gervase Fen. Aprovechando un viaje a Oxford, compré en Blackwell’s (cómo no) la serie entera, que me devoré a toda velocidad, de modo febril. Me pareció de lo mejor y más divertido y british que había leído en mi vida. Contratamos los derechos de tres de sus novelas, y la primera de ellas,

“La juguetería errante”, está siendo uno de nuestros libros del año. “Un libro te lleva a otro libro”, hemos leído más de una vez. ¿El editor encuentra las obras o las obras encuentran al editor? ¿Cuál ha sido su caso? De todo un poco. Hay libros que te caen casi en las manos, que son casi como flechazos, amores a primera vista. No poder conseguirlos, en caso de que no puedas comprar los derechos, es muy frustrante, decepciones casi amorosas. Otros están muy buscados, pensados, y uno los sopesa durante tiempo, hasta que se decide. Algunos vienen recomendados por libreros o por agentes. Pero, desde luego, todos y cada uno de ellos nacen de un gusto personal, en que lo que prima es la emoción de publicar el libro, independientemente de cómo pienses que va a funcionar de cara a un posible lector. No obstante, sí que hay libros que te abren la posibilidad de leer o publicar otros. Gibbons nos ha abierto la puerta a E. F. Benson, autor de la saga de Mapp y Lucía, del que hemos publicado Reina Lucía, y a David Nobbs, autor de Caída y auge de Reginald Perrin, un título magnífico que publicaremos en otoño. Hay cercanía temática, espiritual, y parecen hechos para ser publicados juntos, para convivir en un mismo catálogo. De modo que se producen casos de autores que se responden unos a otros: Spark y Fitzgerald, Soseki y Mori, Giono y T. C. Boyle. La obra de un editor, dice, es su catálogo. Cada libro es un hijo. ¿Cuál es la niña bonita de Enrique Redel?


Hay varias niñas bonitas, de hecho, en Impedimenta. Hay libros que sabías que eran buenísimos desde el principio, y que te emocionaban, como “La hija de Robert Poste”, y que adoras en cuanto los lees, y que defiendes porque son encantadores, y te enamoras de la protagonista. Hay libros, también, que son pasiones de juventud, como “Amor de Artur”, de X. L. Méndez Ferrín, que fue el libro que a mí me convirtió en lector adulto, y que fue un lujo recuperar, a pesar de que no funcionara igual de bien que otros (lo cual, sinceramente, no nos importó demasiado). Y también hay libros como el que está a punto de publicarse estos días, “Max y Moritz”, de Wilhelm Busch, que es divertidísimo, y encantador, y también una lectura recuperada. Los libros se aman como a las personas a veces, y publicarlos es pasear con ellos, y darles la oportunidad de que vivan. ¿Cuáles son los momentos amargos de un editor Cuando pones mucho esfuerzo en un libro y este no sale como tú querías. Cuando sale con algún error, o bien cuando la cubierta no es lo suficientemente brillante. Cuando crees en un libro y no logras conectar con los lectores. Aunque en general nuestro trabajo, al ser vocacional, es muy agradecido. Es decir, trabajas con lo que más te gusta, con los libros, y los recomiendas, y los defiendes, y los maquillas de modo que sean atractivos. Eso es impagable. Uno duerme a pierna suelta por las noches.

Como lector, por un lado, y como editor por otro, ¿cuál ha sido la obra que lo ha significado todo? Es difícil de decir. Ha habido libros muy difíciles, por traducción complicada o por edición laboriosa. Pero eso forma parte del oficio. Ha habido, sin embargo, tres obras que supusieron un antes y un después en la historia de Impedimenta. Entre febrero y abril de 2010 publicamos, seguidos, tres títulos que nos funcionaron tan bien que hicieron que la editorial se convirtiera en algo que no era: una editorial con un número alto de lectores potenciales. Me refiero a “La hija de Robert Poste”, de Stella Gibbons; “La librería”, de Penelope Fitzgerald y “Soy un gato”, de Natsume Soseki. Fueron tres bombazos consecutivos, nuestros tres títulos más vendidos con diferencia, y nos abrieron a un público amplio de lectores medios que hasta ahora nos había sido vedado. Eso significó una lupa gigante sobre nuestro trabajo, pero era algo que nos gustaba. En Impedimenta no se publican autores españoles –salvo Pilar Adón y Andrés Ibáñez, si no estamos equivocados, que son la excepción. ¿Por qué? O, la pregunta del millón: ¿Qué debe tener un autor español para ser publicado en Impedimenta? ¿Recibe la editorial manuscritos? Laeditorialrecibemuchísimosmanuscritos, efectivamente. Pero desgraciadamente no encontramos casi ninguno que nos satisfaga lo suficiente como para pensar en publicarlo. Somos tremendamente exigentes, y por ahora estamos a la espera.

Hay algún proyecto de ir recuperando la obra de un importante autor español poco a poco, no puedo decir nombres todavía, con inicio en 2013, y también de ir dando a conocer la obra de jóvenes ilustradores como Sara Morante, Nader Sharaf, Ana Bustelo, Iratxe López de Munain o Estíbaliz Hernández, bien gracias a nuestra colección de ilustrados «El Mapa del Tesoro», bien mediante la edición de libretas y material no estrictamente literario. Creo, con Jorge Herralde, que un verdadero editor se forja sacando a la palestra a los talentos de su generación. En nuestro caso vamos poco a poco. Aspiramos a ir creando un grupo de autores interesantes para que convivan en nuestro catálogo. Muchos nos escriben pero, desgraciadamente, no vemos que ninguno supere el nivel de nuestra exigencia. Parece duro decirlo, pero es así. Una figura cada vez menos presente en las editoriales es el corrector profesional. Es más, cada vez los libros pasan por menos manos antes de ser mandados a imprenta. ¿Cuántos correctores hay en Impedimenta? ¿Cuántas lecturas/ revisiones se hacen de cada libro? Para Impedimenta la calidad final del libro es lo primordial. Casi creo que si hacemos libros es para hacerlos bien, no para otra cosa. Al cuidado por la selección de los títulos, por la imagen de portada y la factura formal (el trabajo de imprenta y manipulado), por una buena traducción, se une una obsesión por que el texto, cuando esté acabado, sea lo más brillante


Una vez hecha la primera maqueta del libro, se pasa a una correctora ortotipográfica (casi siempre es la misma, aunque a veces, si está muy sobrecargada de trabajo, se buscan alternativas) que detecta las erratas que se han podido pasar en el proceso de edición y maquetación, y que también suele hacer sugerencias sobre expresiones inelegantes. Esas correcciones se integran en el archivo final y, antes de ir a imprenta, se vuelven a hacer otras dos lecturas atentas, por parte del equipo editorial. Lo cual no quiere decir que no se pasen cosas, claro está. Pero al menos hacemos todo lo que está en nuestra mano por que el texto final quede lo más limpio posible. Todo por un sentido profundo de respeto al autor, al lector y a la propia cadena del libro. posible. Prácticamente todos los libros de Impedimenta pasan por una corrección de estilo que afina en mayor o menor medida la versión del traductor. Afortunadamente, los casos en los que hay que trabajar mucho son los menos, pero Impedimenta no es muy diferente a la mayoría de editoriales españolas: todas revisan los textos concienzudamente y hacen sugerencias a los traductores y autores a fin de pulir el estilo del libro. De esas revisiones me hago cargo yo, personalmente, o bien se encargan a colaboradores que a su vez con escritores de nivel. Para nosotros es fundamental que la versión final del libro sea perfecta.

¿Cuál ha sido su momento más feliz como editor? Es difícil de decir. Ha habido más momentos felices que complicados. Pero quizás el momento que mejor recuerdo es cuando salió de imprenta el primero de los títulos de la editorial, “La abadesa de Castro”, de Stendhal. Llevábamos meses dándole vueltas al modelo de libro, ajustando parámetros de producción, de estilo, jugando con tipografías, y a pesar de que lo que veíamos en pantalla nos encantaba, no teníamos claro cómo iba a quedar una vez se plasmase en papel. La elección del motivo de portada estaba muy clara, “Lorenzo e Isabella”, de John

Everett Millais, un pintor prerrafaelita especializado en escenas limpísimas, de inspiración medieval, que nos tenía enamorados. Pero era una imagen tan desesperadamente bella que cualquier fallo de impresión habría sido fatal. Hubo un problema en el envío de los ejemplares al editor, y tuve poco menos que emigrar a un polígono industrial en Vallecas para ir a recogerlos a la central de la empresa de mensajería. Era principios de septiembre de 2007, hacía un calor de mil demonios, y cuando me entregaron la caja pensé que de cómo quedase ese primer título iba a depender casi todo lo que ocurriera en el futuro. Era una auténtica piedra de toque, la constatación de que empezábamos con buen pie. Afortunadamente el libro quedó precioso, y recuerdo que me fui en coche a UDL, mi distribuidora, con cuyos responsables estuve planificando cuidadosamente el lanzamiento, y se lo enseñé a los comerciales, que estaban reunidos, y que al ver el libro se pusieron a aplaudir. Guardo ese ejemplar bien empaquetadito, porque supuso el comienzo de la aventura.

Salta Impedimenta al mundo del ebook. Si algo tienen los libros de Impedimenta es que entran por los ojos, son objeto de coleccionista; ediciones cuidadas, buena calidad, ilustrados. ¿Le hace falta a Impedimenta ese paso al mundo digital? ¿Se ofrece algo distinto? La verdad es que el salto de Impedimenta al mundo del ebook es un paso lógico, consensuado con muchos otros compañeros editores, aunque ni por asomo se trata de nuestra prioridad. En los últimos años hemos visto como muchos de nuestros libros han circulado en versiones piratas (la mayoría archivos muy mal maquetados, llenos de erratas, muy chapuceramente diseñados) que uno se podría descargar gratis. Nos daba mucha rabia, porque trabajamos mucho para que los libros queden bien, y verlos así nos desesperaba. Ahora mismo tenemos cerca de 25 títulos ya colgados, a precios muy razonables, para que cualquiera pueda comprarlos y descargárselos. Libros bien maquetados, con su índice, corregidos, perfectamente accesibles. Aun así, seguimos sin creer realmente en el formato. En la actualidad los libros electrónicos no son más que pálidos reflejos del libro en


papel. Ni Impedimenta ni casi nadie en el mundo ofrece más en formato digital de lo que ofrece en papel, salvo que los textos son fácilmente accesibles desde casi cualquier sitio (no hace falta ir a una librería física para comprarlos) y que son algo más baratos de adquirir. Pero poco más. El libro electrónico es un simulacro. Guelbenzu comparaba el gesto de abrir un libro de papel, de acariciarlo, de poseerlo, de olerlo, con las sensaciones propias del acto sexual. Son gestos físicos, en los que hay muchos sentidos implicados. El libro electrónico carece de esa carnalidad. Es como ver porno en una pantalla. El ebook tiene que ser otra cosa. El libro es un invento perfecto. Es irrepetible. Es un artefacto cuya sola existencia ha creado un género literario, la novela. La tableta o el lector electrónico tendrá que crear su género propio. Para leer “Moby Dick” ya está inventado el aparato, no hace falta inventar otro, porque ese nuevo aparato no te ofrecerá nada nuevo. En resumen el libro es más que un texto. ¿Cómo ve el panorama actual literario español? Es evidente que está atravesando un cierto momento de inflexión. Frente a una época, como la de los años setenta, en que la literatura en español se ve sacudida por la irrupción de los autores del boom iberoamericano, y unos años ochenta en que se empieza a publicar a figuras como Juan José Millas, Rosa Montero, etcétera, llevamos varios años, bastantes, en que no ha vuelto a surgir una nueva generación de autores sólidos. Salvo monstruos del estilo de Roberto Bolaño, la mayoría de las carreras literarias de los autores que surgen en los últimos quince o veinte años quedan truncadas en apenas una década. Una generación que poco a poco han ido perdiendo el fervor de un público que no logra ver en ellos un referente literario claro, y que hace que publicar en estos momentos a un autor en castellano sea menos seguro que publicar una traducción. ¿Qué razones hay para que esto ocurra? Lo desconozco. Pero lo cierto es que echo de menos la existencia de un referente, de una voz o de varias que tiren de toda una generación, que renueven el panorama. No en vano, el signo de los tiempos, al menos desde el punto de vista editorial, es la recuperación, más que la creación. Pocos autores, bajo mi punto de vista, son capaces de decir algo en la actualidad

que me interese, que me ilusione y que me inspire: Pablo d’Ors, Eloy Tizón, Pilar Adón, Fernando Aramburu, Antonio Orejudo… Poco más. ¿Qué los hace similares e interesantes bajo mi punto de vista? Se trata de autores poco centrados en lo superficialmente local, en el estricto hoy (que suele ser romo), que huyen de esa falsa “modernez”, de esa apariencia ‘cool’ que algunas editoriales nos quieren vender como el colmo de lo actual. Necesitamos quien nos inspire. Eso es algo que ahora no se lleva. Me temo que se lleva la pose. Desgraciadamente. ¿Qué le espera a Impedimenta en el 2012? Espero que cosas buenas. Empezamos el año con uno de mis escritores favoritos, T. C. Boyle y “El pequeño salvaje”. En él se juntan dos de mis mitos: la figura del niño feral de la mano de uno de mis escritores de cabecera. Acabamos de publicar un estricto inédito de Alfred Döblin (“Wadzek contra la turbina de vapor”) y en una semana aparece “Max y Moritz”, de Wilhelm Busch. Pero lo mejor comienza en marzo con la publicación, casi sucesiva, de una nueva novela de Stella Gibbons, “Westwood”, a la que seguirá la continuación de la saga Lucía con “Mapp y Lucía”, y una deliciosa novela muy british de Muriel Spark, “Los solteros”. En abril y mayo publicaremos a George Eliot (“Las damas novelistas y sus tontas novelas”, una divertidísima sátira de la literatura victoriana), Stanislaw Lem y Terry Southern. En resumen, un semestre muy inglés, muy centrado en la comedia british y que espero que satisfaga a nuestros lectores. ¿Qué consejos le daría a alguien que quiere ser editor? Que tenga paciencia, y perseverancia, y ganas de trabajar mucho. En realidad, el oficio de editor es vocacional, no concibo que sea de otra manera, porque de otro modo uno se quemaría muy rápido. Hay que vivir por y para los libros. Apenas tenemos tiempo libre, y el que tenemos lo ocupamos en leer, en revisar, en buscar. Creo que en el oficio de editor hay un gran componente de fe. Hay que creer en lo que se edita. Si uno se mete en esto para ganar dinero, ha de saber que lo tiene muy difícil. Es un negocio con un margen estrechísimo de ganancias, y fracasar es muy fácil.

Como lector Una escritora: La Virginia Woolf de “Orlando” Un escritor: El Thomas Pynchon de “V. y Mason & Dixon” Un libro que salvar de un incendio: “Ulises”, de James Joyce Un libro para regalar siempre: “Música acuática”, de T. C. Boyle Una ciudad literaria: Londres Un estilo: la comedia La mejor literatura está en... ¿qué país?: Gran Bretaña Como Impedimento Una escritora: Pilar Adón Un escritor: Xosé Luis Méndez Ferrín Un libro que salvar de un incendio: “El inicio de la primavera”, de Penelope Fitzgerald Un libro para regalar siempre: “La hija de Robert Poste”, de Stella Gibbons Una ciudad literaria: Londres Un estilo: la comedia La mejor literatura está en... ¿qué país?: Gran Bretaña


Pecados capitales: Envidia

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Alejandro Larrañaga LA ENVIDIA Y LA DISTANCIA

José Braulio LA ENVIDIA DESTRUCTIVA

Inés Plasencia LA ENVIDIA NACE CADA MAÑANA

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Ignacio Ballestero LIBERTAD PARA ENVIDIAR

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Marta Gómez Garrido CARMEN POSADAS INVITA A LA ENVIDIA DE UN ASESINATO

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Verónica Lorenzo GATAS EN EL TEJADO

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Ainize Salaberri NO TENER FLORES EN PRIMAVERA

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Anabel Rodríguez MONÓLOGO (LA MUJER ROTA)

Fusa Díaz PRÍNCIPES DESTRONADOS

Marga Martín OTRA HISTORIA FAMILIAR

David G. Ávila QUIERO SER REY PARA COMER MUY A MENUDO MORCILLA

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María Sevilla NABOKOV, “RISA EN LA OSCURIDAD” EL RUIDO DE LA ENVIDIA

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Laura Alonso RIVALIDAD FRATERNAL

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Iraide Talavera EL CAMINO DE LOS OTROS

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José Braulio LA CORROSIÓN DEL ALMA

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Roxana Contreras EL ENVIDIOSO MUNDO DUPLICADO


Pecados capitales: Envidia

La envidia y la distancia

“Rubia de verano” de Adrien Tomine

La distancia es la clave para que la envidia nos afecte en nuestra vida diaria o no, porque podemos soportar el éxito ajeno si no entra en competición directa con nuestros propios méritos.

n Alejandro Larrañaga “No sé. Hay días que te despiertas y no puedes levantarte… y otros días simplemente… Te sientes bien.” La envidia es el peor de todos los pecados capitales. Lo es porque consigue algo que logran el resto de sus compañeros: saca lo peor de nosotros mismos. Por eso nos afanamos en ocultarlo. Un repaso a todos nuestros amigos, familiares o conocidos nos llevará a descubrir, invariablemente, que nunca, nadie, ha reconocido envidiar a otra persona. Por supuesto la primera queja sería que sí, que nuestros ídolos, sean del campo que sean, deportes, letras, artes, famoseo, los referentes y las preferencias son numerosas y cada uno tiene su gusto. Pero no es esa la verdadera envidia. La imagen que tenemos de esas personas es una idealización, claro que nos gustaría ser ellos, pero no serlo, estar, de hecho, muy lejos de alcanzarles no nos genera un verdadero sentimiento de infelicidad o impotencia. Sería ridículo pensar que yo, sentado en el salón de mi casa puedo sufrir al ver como mi actor favorito recibe un premio por determinada película o el capitán de mi equipo de fútbol levanta la copa correspondiente. Y lo sería porque están demasiado lejos de mí, no compito con ellos. Esto no quiere decir que me sienta inferior, sino que sus éxitos acaban difuminados por la distancia, casi podría decirse que son como personajes de ficción, productos salidos de la mente de algún ingenioso 24

creador de sueños, más que personas que estén ocupando un lugar que me correspondería por derecho. Porque ahí es donde radica el germen envidioso. Es a mi vecino, a mi compañero de trabajo, a mi amigo, incluso a mi pareja, a la que voy a envidiar de un modo dañino. Será malo porque, en la mayor parte de los casos, veré sus éxitos no como el resultado de sus esfuerzos y su dedicación, sino como la injusticia de que haya sido elegido, elegida, beneficiado, beneficiada, premiado, premiada, por delante de mí. Es un sentimiento mezquino y, por mucho que nos duela, más si la víctima de nuestro rencor es alguien cercano o querido, vamos a intentar mantenerlo bien guardado y protegido. Neil, el protagonista de “Rubia de verano”, se adapta a la perfección a esta premisa. Es un hombre gris y solitario. Tiene un trabajo que no le gusta, maqueta para un periódico las páginas de contactos, y es incapaz de relacionarse con sus semejantes, lo que provoca que la persona con la que más hable sea su terapeuta. Las connotaciones a sus características son claramente negativas, algo que él mismo, con sus actos, incrementa aún más. Su momento mágico del día es cuando acude a una tienda de tarjetas de regalo y cambia un par de palabras triviales con la dependienta, Vanessa, una mujer que le atrae irremediablemente. “Pensaba que quizás ella pudiera ver más allá de todo eso.”


y un sentimiento que cala muy hondo, la envidia. Es cierto que viene mezclada con una cierta dosis de admiración por el hecho de que otros sean capaces de hacer cosas que nos son imposibles, y que el problema de la envidia, finalmente, aparecerá cuando no estemos satisfechos con nosotros mismos, ya sea en el plano profesional o el personal. La envidia aprovechará cuando tengamos las defensas bajas para convertirnos en alguien que, sin ningún género de duda, no nos caería bien ni a nosotros mismos. Carlo representa todo lo que Neil querría ser. Músico, mujeriego y triunfador en el plano sexual, lo que Neil envidia de Carlo es su desenvoltura en el plano superficial, su facilidad para ligar, el acceso a chicas que, normalmente, ni le miran. Carlo es la prueba para Neil de que su vida no tiene sentido, de que no hay objetivos marcados más que seguir tirando hacia delante. Por supuesto que podemos discutir si Neil está en lo cierto o que, simplemente, ha perdido el rumbo. Es un personaje que podría protagonizar, sin ninguna duda, cualquiera de las novelas de Michel Houllebecq, por ejemplo. Personas que se sienten derrotadas en el plano personal y que proyectan sobre la sexualidad (algo muy masculino, la verdad, habría que preguntarle a alguna mujer si pasan por las mismas vicisitudes) sus éxitos o fracasos. Neil podría aceptar su trabajo inane el resto de su vida si pudiera acompañarlo con un contacto físico regular con mujeres. La envidia oculta, también, otro hecho muy curioso: el choque de deseos. Podemos, aquellos que somos víctimas de la timidez, anhelar ser ese amigo extrovertido con facilidad para relacionarse con cualquier desconocido, que no se atenaza cuando las distancias se acortan. Al final, y aceptando que no vamos a cambiar por mucho que queramos ser otros, el consuelo siempre acaba por ser pequeño. Para Neil, que ya sabe que va a sacar poco de todo esto, lo único que va a consolarle es la desgracia ajena. Ni Carlo ni Vanessa ni el resto de personajes de “Rubia de verano” tienen la culpa de

Los deseos y envidias de Neil se agravan cuando el blanco de las atenciones de Carlo, su vecino, es Vanessa. El empeoramiento llega porque la envidia no solo nos consume por dentro, sino que provoca reacciones en su mayor parte ilógicas. Los ataques de ira contra los que tenemos más a mano serían el primer estadio, pero para él sólo son el comienzo. Su propia torpeza provoca más rechazo en Vanessa y confirma a Neil que sus ilusiones son solo eso, que ella es solo una chica con sus propias preocupaciones y él una persona más, sin cara, a la que atiende pero en la que no ha reparado. Neil rumiará en su interior todo su rencor, porque no existe aquella persona que diga: “Yo envidio a…”, siempre arrancará cualquier análisis o confrontación con el resto de sus semejantes (algo de lo que se libra el bueno de Neil gracias a su cuasienfermiza soledad) con su falta de méritos, puesto que su agravio significará nuestro alivio, buscaremos otros agraviados (nadie lo reconoce pero también es obvio que la envidia, aunque no se reconozca, se ve) para compartir el dolor y, sobre todo, ese rencor oculto y mortificante que nos va ganando por dentro. En este sentido, aquellos temas relacionados con el éxito social o sexual son un blanco fácil para cualquier envidioso. Vivimos en una época en que las relaciones interpersonales y la imagen son los dos ejes básicos sobre los que asienta nuestra vida en comunidad. Esto nos obliga a esfuerzos más o menos grandes (según cada uno, lo que esté dispuesto a dar y lo que quiera arriesgar, palabra posiblemente poco apropiada por lo que implica de trascendencia, pero que ejemplifica el sentimiento que invade a muchas personas cuando tienen que abrirse a otras y exponerse) para mezclarnos con nuestros semejantes. Por este lado, los extrovertidos tienen claramente ganada la partida a los que no lo sean tanto. La consecuencia lógica podría ser, como lo es para Neil, el retraimiento

sus complejos de inferioridad o nulas capacidades sociales, pero eso no impide que consume su venganza. Para él, la desgracia es un alivio, aunque eso, claro, no se reconoce, porque sería como reconocer que somos malas personas. Por supuesto, como siempre, lo difícil es ponerse en el lugar del envidiado, que tendrá sus propios problemas y envidiará, a su vez, a otras personas. Es una madeja que se va liando cada vez más y que demuestra que nos gusta bastante más mirar hacia fuera que hacia dentro (será porque es más fácil, claro, y duele menos) y que quejarse es gratis y relaja mucho. 25


Pecados capitales: Envidia

La envidia destructiva n José Braulio Fernández Riesgo Consideremos a la envidia como una monomanía, un desafío permanente al raciocinio que mantiene una tensión constante e impide a su paciente discernir en el laberinto de obsesiones en el que permanece atrapado. Nada hay más destructivo que la envidia, que, como un corrosivo ácido, marchita los intelectos más inmarcesibles. Los prejuicios infundados son un excelente pretexto para que la envidia se apodere de los espíritus frágiles. En este cuento de Guy de Maupassant (Dieppe, 1850París, 1893), “El vengador”, el protagonista no encuentra ninguna virtud en el hombre que le ha robado el amor de su vida; aun cuando ese tercero conquista el corazón de su amada, no desiste en su empeño de ver realizadas sus aspiraciones amorosas. Se materializan cuando la mujer enviuda. Es entonces cuando todo el rencor acumulado se desata y ese amor que persiguió durante toda su vida

se erige también en la diana de su ira contenida. Cuando hablamos de la envidia solemos caer en el error de desvirtuar sus peculiaridades hasta el extremo de tratarla como un asunto más propio de niños insolentes o transgredimos de tal forma sus características que erróneamente la asociamos con los típicos celos de enamorados. Los celos son producidos por el temor a perder el afecto de la persona a quien se ama; la envidia se produce cuando las carencias propias no permiten superarse y la opción más cómoda a adoptar es destruir la proyección. En el cuento que nos ocupa el protagonista padece a lo largo del relato una amalgama de padecimientos que le conducen de un extremo a otro llegando incluso a allanar el camino para que el lector malinterprete involuntariamente cada una de esas afecciones. Y esto es posible debido a la delgada línea que en el protagonista separa a los celos de la envidia en determinadas circunstancias, envidia y celos que se solapan y por momentos vemos ejecutar sus acciones en comandita, como si de dos actores bien compenetrados se tratase, como un señuelo y el cazador, como el motor y su combustible. “Una mañana, un recadero le llevó a Leuillet una nota desesperada de la pobre mujer. Souris acababa de morir súbitamente a consecuencia de un tumor. Recibió una impresión espantosa, pues eran de la misma edad, pero casi inmediatamente sintió una honda alegría, un alivio infinito, y le embargó una sensación de libertad. La señora Souris era libre ya. Supo mostrarse, no obstante, tan afligido como convenía, esperó el tiempo oportuno, observó todas las convenciones. Al cabo de quince meses, se casó con la viuda. Su acto pareció natural e incluso generoso. Era una acción propia de un buen amigo y de hombre honrado. Vivieron en la más afectuosa intimidad, pues se habían comprendido y apreciado desde el primer momento. No tenían secretos el uno para el otro y se decían sus más íntimos pensamientos. Leuillet amaba a su mujer con un amor tranquilo y confiado; la amaba como a una

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etérea, confundidos entre una nube de pecados y dolencias, gozan ahora, gracias a la maestría de Maupassant, de aspecto antropomórfico en la figura de Leuillet para que el lector desate su desdén acumulado sobre el rostro del protagonista, una licencia que el autor concede a los lectores que han tenido la gallardía de elevar sus pensamientos sobre la historia y sobrecogerse ante esos y otros hechos semejantes. Es un aterrador proceso de corrupción en el que vislumbramos la tragedia más allá de sus páginas; es una lección de vida sintetizada en un cuento; es el ejemplo que no querríamos imitar.

compañera tierna y leal que es una igual y una confidente.” Antoine Leuillet, que así se llama el hombre del que nos habla Maupassant, experimenta, a causa de su desorden, la serie de consecuencias relacionadas con la desdicha de no aceptarse a sí mismo, porque la envidia es solo el origen, un origen que es la chispa de su degeneración, una deriva irremisible que alcanza su culmen en el caótico estado final. La envidia es el origen y canaliza el resto de males que aquejan a nuestro protagonista. Nace la envidia al comprobar que otro posee lo que él no pudo lograr, a pesar de que se creía más dotado para conquistarlo. Una vez conquistado el corazón de su amada, con el demérito que conlleva no ser el pionero, surgen esos extravagantes celos mezclados de envidia al conocer que había yacido ella con otro hombre fuera de su matrimonio. Son celos atípicos, quizá por una pretensión encubierta de serle infiel sin determinarse a ello y por tanto se le han adelantado; es envidia atípica hacia el infractor, que se ha beneficiado de su fracaso conquistador para aprovecharse de la que siempre fue su amada. Son celos y envidia retroactivos que afloran en el presente por esa necesidad imperiosa de saldar las deudas del pasado con esas limitaciones que le han zancadilleado hasta entonces.

Guy de Maupassant elabora aquí una epopeya a grandes rasgos que consigue atrapar al personaje principal entre las redes de su propia singularidad. Con tan solo unos gruesos trazos que revelan un carácter narcisista que no encuentra en el prójimo virtudes más loables que las suyas y el diálogo que puede contener un relato tan escueto, consigue caracterizarlo minuciosamente y sirve en bandeja su psique al lector, que observa el crescendo de su deterioro hasta que desemboca en un espeluznante desenlace que no desvelaremos para que el lector experimente como nosotros la repugnancia hacia ese demonio con apariencia de hombre. Porque no podemos abstraernos a lo largo de la lectura de lo que en ella ocurre: nos envuelve en su telaraña hasta que al final recobramos la presencia de ánimo y somos conscientes de que acabamos de presenciar, como si de voyeurs se tratase, unos hechos que nos sobrecogen, que habíamos ido presumiendo a lo largo de la lectura maniatados, inermes, con la satisfacción pueril de que al cerrar esas páginas todo se quedase en una mera ficción. Pero una vez cerradas, la realidad en la que nos ha tocado vivir, nos vuelve a golpear

“La tenía sujeta bajo él, abofeteándola con todas sus fuerzas y gritando: —¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! ¡Falsa! ¡Perdida! ¡Perdida! Cuando se quedó sin aliento, agotado, se levantó y se dirigió hacia la cómoda para prepararse un vaso de agua de azahar azucarada, pues se sentía a punto de caer sin conocimiento. Y ella lloraba en un rincón de la cama, con grandes sollozos, viendo toda su dicha deshecha por culpa suya. Deshecha en lágrimas, balbució: —Escúchame Antoine. Ven aquí: te he mentido, verás cómo lo comprendes... Escúchame. Y, dispuesta ya a la defensa, armada de razones y de astucias, alzó un poco su cabeza aturdida, con el gorro de dormir torcido. Y él, volviéndose hacia la mujer, se acercó, avergonzado de haberle pegado, pero sintiendo en el fondo de su corazón de marido un odio inextinguible contra aquella mujer que había engañado al otro, a Souris.”

con violencia, con más violencia si cabe de la que creímos haber sepultado en esa breve lectura. Tras la envidia acechan males que no solo son perniciosos para su paciente, sino también para su entorno, que los sufre directa o indirectamente hasta límites insospechados. Y una envidia salpicada de celos, de ira, de soberbia, de fragilidad, contiene todos los condimentos necesarios para que acabe en tragedia, como nos inspira en este cuento Maupassant, que en su época obtenía feroces críticas por el realismo y mordacidad de sus escritos.

A pesar de su corta extensión, logra Maupassant transmitirnos toda una odisea de un realismo estremecedor. Reparamos en la inoculación del virus en el protagonista, lo vemos apoderarse de él, lo transforma, lo manipula, lo convierte en su títere que actúa a su capricho. La envidia, los celos, la ira, antes de apariencia vaporosa, inconsistente, 27


Pecados capitales: Envidia

La envidia nace cada mañana “Canta la hierba”, Doris Lessing, 1950. La envidia y el desprecio cultivan el odio en una tierra que rápidamente se vuelve infértil. Mientras, la hierba canta.

n Inés Plasencia Camps Doris Lessing (Irán, 1919), ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2007, se crió en la antigua colonia inglesa de Rodesia, actual Zimbabue. Las fuertes desigualdades sociales y la discriminación racial de las que fue testigo durante su infancia y juventud marcaron buena parte de su obra, y muy en particular “Canta la hierba”, su primera novela, publicada en 1950. La novela, ambientada en Suráfrica, está enmarcada en los años que sucedieron a la llegada al poder del Partido Nacional, que inició el apartheid, aquella brutal segregación legalizada que no “terminaría” hasta los años noventa. “Canta la hierba”, novela circular atravesada desde el principio por un asesinato, retrata la envidia no desde su definición, sino desde sus consecuencias, mediante una cruda exposición de hasta qué punto puede un ser humano hacerse pedazos a sí mismo por querer lo que tienen otros, por odiar lo que tiene. La palabra “celos”,

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el hermano aparentemente amable de la envidia, sólo aparece una vez en el libro y, sin embargo, cada uno de los actos y relaciones que aparecen en él están teñidos de ese ambivalente concepto de desprecio-admiración que es. Mary Turner, la protagonista de “Canta a hierba” y uno de los mejores personajes literarios femeninos que soy capaz de recordar, tenía todo lo que, desde su miserable infancia, había podido desear. Un buen trabajo en la ciudad, independencia económica, amigos. Tenía mucho más de lo que desde la trastienda de su padre alcohólico, mientras oía llorar a su madre, sabía que existía. Todo salvo lo que una mujer debe tener: un marido. Esta supuesta carencia, proveniente del rechazo físico de Mary hacia los hombres y no tanto el precio a pagar por todo lo demás, no es algo que le preocupara realmente hasta que escucha una conversación clave,


odiamos. Despreciamos. Nos lamentamos ante la fatal posibilidad de terminar así, como el objeto de nuestro rechazo, y hablamos mal del otro. Reaccionamos ante lo que nos recuerda que nuestro bienestar no es para siempre, y quizá al rechazarlo sentimos que postergamos algo más ese momento. Y envidiamos, de la misma manera, lo cercano; y sólo lo cercano. No envidiamos a los astronautas por ver las estrellas; envidiamos a nuestras hermanas por ser más guapas y a nuestros amigos por tener mejores trabajos. O a lo que sea, siempre y cuando se parezca, aun levemente, a nosotros. No hay mayor muestra de desprecio hacia uno mismo que la envidia. En “Canta la hierba”, ese desprecio desatado toca fondo en la insistencia de los Slatter para que los Turner abandonen No ser el Otro; no ser Uno la zona. La frase más cruel del libro, y Y entonces, encarnada en el ámbito que mejor refleja la realidad colonial en rural, la sociedad colonial se manifiesta, cuanto a la estructura social, es aquella se vuelve sombría y se pudre. El odio, las que se refiere a la ansiedad que generaba diferencias y el desprecio comienzan a en los blancos la visión de la pobreza de inundarlo todo en un lugar donde conviven “los de su raza”. Y es que a Dick lo que la riqueza, la pobreza y la semiesclavitud. menos le preocupa es la rentabilidad “Canta la hierba” no retrata únicamente de su tierra; Dick sólo quiere trabajarla, las consecuencias de ese acto de envidia mantenerla y merecerla, pero siente la de Mary, sino las de todos esos vínculos -“Estaba sola cuando llegó hasta sus oípresión del eterno regreso del fracaso que que se tejen de forma salvaje cuando uno dos el rumor de unas voces y, de repente, en él ve todo el mundo, desde su esposa quiere y cuando no quiere parecerse a sus captó su propio nombre”. hasta su criado, porque no es un “buen vecinos en el contexto de una realidad -“Sin embargo, había leído lo suficiente sobre psicología para comprender el asblanco”. brutal. En “Canta la hierba” la envidia nace dentro Doris Lessing, a quien en 1956 le fue pecto sexual de la discriminación racial, de la tierra. Todo es asfixiante. Todos la prohibida la entrada en los países del que se fundamenta entre otras cosas en los celos por parte del hombre blanco de sienten. El verano envidia del invierno ser Sur de África, incluida Rodesia, debido la potencia sexual superior del nativo”. soportable; el invierno envidia del verano al carácter crítico de sus textos, cruza las -“Charlie luchaba para evitar que otro ser fértil. El blanco envidia del negro cierta vidas de personajes en los que se encarnan recluta pasase a engrosar el ejército de superioridad física, sexual, inaceptable, diferentes aspectos de estas desigualdades. blancos pobres, que conmocionan más y le responde con palabras de poder y Los ricos Charlie Slatter y su esposa, a los blancos respetables (…) que todos sumisión. Ante el cambio de tono que quienes no pueden sentir más desprecio los millones de negros hacinados en los Mary comienza a mostrar hacia Moses, por los Turner; los Turner, blancos pobres suburbios o en las exiguas reservas de su su criado, toda la estirpe de opresores en un país donde la primera regla es que propio país”. siente celos de que una mujer blanca no los negros no sepan que se puede ser pertenezca ya sólo a los hombres blancos. ambas cosas a la vez; Tony, joven inglés Eso cambiaría por completo la visión recién llegado a la colonia con ánimo de -“Canta la hierba” retrata la envidia mediante una cruda exposición de hasta qué que ellos tienen de sí mismos. ¿Quedaría prosperar cargado de prejuicios e ideas punto puede un ser humano hacerse pebanal o simplista hablar de envidia “progresistas, y por supuesto, los nativos. dazos a sí mismo por querer lo que tienen cuando hablamos de colonialismo? ¿Pero Nativos que desde sus poblados se acercan otros.” por qué temer, si no? En el seno de un a las granjas a trabajar por minúsculos - “No envidiamos a los astronautas por racismo que ya tiene siglos, y cuya raíz jornales, y que son tan despreciados como ver las estrellas; envidiamos a nuestras parece tener que tomarse del poder de temidos por los blancos. Sus cuerpos hermanas por ser más guapas y a nueslos antiguos egipcios sobre el pueblo de musculosos y sus pieles mates se pasean tros amigos por tener mejores trabajos, Israel aunque despertó virulento en la ante los admirados ojos de los blancos, a quienes están cerca y a quienes se nos época moderna, redujo para su interés quienes látigo en mano se enfrentan con parecen levemente.” propio la condición física y la potencia el miedo a la reacción animal que nunca - “En “Canta la hierba” la envidia nace sexual del negro a rasgos animalizantes. llega de sus trabajadores, a quienes llaman dentro de la tierra.” De esta manera, convertía el objeto de sus salvajes. El personaje de Mary se halla en medio de estos tres “mundos”. La desidia, la desesperanza, la vuelta a celos en señales inequívocas de la inferioridad que se empeñaba en la miseria de su infancia y, sobre todo, el nacimiento del deseo, nuevo demostrar científicamente, mientras borraba la historia africana y se y hasta el momento vetado a ella, hacia lo que más podría y debería reservaba para su “civilización” el monopolio del intelecto. despreciar, terminan en un viaje a la locura en el que Mary, como la En “Canta la hierba”, la envidia nace cada mañana. Y en ese despertar, tierra, se seca y vuelve infértil. Infértil ante un deseo que nunca dará Mary sufre además el encierro pseudoprotector del hombre, que por su condición de mujer intenta excluirla de todo contacto humano. frutos. Si colocamos a la envidia frente al espejo, tenemos la viva imagen del La jaula de la clase social, del sexo y de la “raza” no permiten más desprecio, el desprecio hacia nosotros mismos. La envidia es sólo el aspiraciones que dejar que el odio germine, y dejar a la hierba que reflejo del cómo nos vemos, a veces menospreciados, a veces crecidos, cante, quizá, pero que cante una canción envenenada sobre la pero de lo que salimos perdiendo al compararnos con los demás. Y imposibilidad de renovar la tierra. punto de inflexión de la novela. Sus amigas, casadas y a sus espaldas, se burlan de su condición de “mujer soltera”. Comienza entonces a gestarse una obsesión, no vinculada a cómo se siente con ella misma, sino a lo poco que significa lo que tiene para los demás y Mary, hasta ese momento feliz, comienza a ser infeliz por lo que no tiene. Para terminar con las palabrerías de los demás, para ser “normal”, poco le cuesta encontrar un marido, cualquier marido, que andaba casualmente buscando una esposa, cualquier esposa. Dick, su esposo granjero. No uno de esos granjeros prósperos de Suráfrica de los que Mary había oído hablar, sino uno pobre, por el que lo dejará todo y abandonará su trabajo, su ciudad, sus amigos.

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Pecados capitales: Envidia

Libertad para envidiar n Ignacio Ballestero La envidia es posiblemente el pecado capital más peligroso, porque es imposible de saciar. La pereza tarde o temprano se abandona, aunque sólo sea de manera puntual, no hay nadie que pueda estar en la cama tanto tiempo como para no tener la necesidad de levantarse, por poner un ejemplo nimio; la gula acaba por saciarse cuando ya no habla el apetito; si la ira no se consume, se apaga, no se puede odiar eternamente, o al menos no con la misma intensidad. Y si no se mantiene la intensidad es porque el odio y la ira se apagan. Lo que obtenemos deja a un lado por unos momentos la avaricia, y no hay lujuria que resista para siempre una batería de eyaculaciones. Ni siquiera Bukowski estuvo bebiendo y follando eternamente: sus últimos años fueron una sucesión de apuestas en el hipódromo y baños en el jacuzzi a la sombra de una vida rutinaria al lado de una buena mujer. La soberbia es un cuchillo sin punta, una navaja sin filo, una bala de papel de plata, sólo hiere a quien también comete el pecado de henchir el pecho, subir los hombros y pensarse más que nadie. 30

La soberbia sólo hace daño a quien quiere tener para sí más soberbia que nadie. Pero la envidia es sangre pura: nace con nosotros, vive con nosotros y con nosotros muere. El hombre un buen día se puso a andar sobre dos piernas y, al erguirse, empezó a mirar a los demás. Como la cosa iba de manejar ya algunas herramientas, y fabricarlas era costoso, los hombres empezaban a mirar a su alrededor y a las herramientas de los demás. Porque si las tenían los otros, ellos también podrían tenerlas. Así se filtró la envidia en el ADN del hombre, y de la mujer, y de los niños. Traspasó la piel y se fue derecha al corazón, el músculo que la bombea hacia las venas. La envidia está en la sangre. Y sólo una vez que nosotros hemos muerto, la sangre se enfría, y la envidia desaparece. El problema de la envidia viene en su misma definición. Aquellos que cometen el pecado de la envidia desean algo que alguien más tiene. Y como los demás tienen, ellos siempre envidian. Las palabras, los besos por la noche, el dinero, el


era, y las resacas duran más, y las borracheras un poco menos. Y las noches ya no son tan productivas, ni escribe ni compone. Y arreglar tejados y techar porches tampoco está mal. No está mal porque se parece a una rutina, y una rutina es lo que tiene Walter y lo que Richard envidia. Y Walter también tiene a Patty. Patty tiene a Walter y a Richard, a los dos. Cuando los quería a los dos no podía tener a ninguno. Para tenerlos a ambos tuvo que elegir, y fue a partir de su elección cuando vino la envidia. Y los cambios. Y la vida que no quiero pero que está, y la que ahora está cuando ya no la quiero. Patty quiere estar con Richard cuando está con Walter, pero cuando Patty está con Richard, lo que de verdad quiere es volver con Walter. Walter tiene su rutina, y a Patty. Cuando Patty se va se convence de que no la necesita. Pero cuando Patty se va se marcha con Richard, y Walter quiere lo que tiene Richard.

coche descapotable, las piernas cruzadas rodeando la cintura, las uñas pintadas arrancándote la piel de la espalda, una casa en la bahía. Un mordisco en los labios, el aliento cálido de unos ojos azules en una noche de invierno, la posibilidad de dormir abrazado a unas piernas. Un tobillo fino que te pisa el pecho desde lo alto de un zapato de tacón, una melodía susurrada al oído, el recuerdo de “Thunder Road” en el Hammersmith Odeon de Londres del amigo Springsteen. Alguien tiene algo de eso, hay incluso quien lo tiene todo, y por ello, los que no lo tenemos, los que no lo tienen, envidian. A mí, sin ir más lejos, me da envidia todo eso. Y puestos a confesar pecados, también existe algo de ira en lo efímero de todas esas cosas. Envidian, incluso los que tienen. Walter Berglund lo tiene casi todo. Una familia que mantener, un buen trabajo, unos ingresos más que considerables, una casa enorme, un coche. Un futuro. Un pasado. Y un presente en el que la mujer de su vida está junto a él. Lo tiene todo para convertirse en el objeto de la envidia de muchos, pero también tiene un pecado que le acompaña en todo lo que hace: Richard Katz. Richard Katz acumula en su persona un puñado de pecados. Es un músico famoso, con todo lo que eso conlleva cuando un roquero y Estados Unidos se encuentran. Drogas, mujeres de una noche, incluso mujeres drogadas de una noche. Una vida libertina sin ataduras, con muchas noches para no dormir y pocos días para descansar. Una existencia idónea para quemarla en unos años, mientras una guitarra eléctrica pone el telón de fondo a letras desgarradas cantadas a quemarropa. Una vida con excesos, pero sin Patty. Patty está en casa con Walter. Lo conoció de rebote, como las jóvenes de ahora pueden conocer al resto de músicos que componen la furgoneta de vicio que lleva a Katz allá donde el rock le llama. Patty se acercó a Richard y acabó pegada a Walter. A una existencia cómoda. A una vida sin sobresaltos, con un horario que cumplir. Levantarse, desayuno, gimnasio. Comer. Leer. Las labores de la casa. La cena en compañía, un poco de sexo programado, sobre la cama, nada de alfombras. Dormir. Patty se ha convertido en lo que siempre ha querido ser desde que no pudo ser lo que siempre había sido. El deporte, de lado. Nada de baloncesto. Esa última canasta que no entra. Patty está cómoda en su vida pero anhela incomodidades. Patty tiene a Walter, pero envidia a Richard.

Richard aspira a tener lo que tiene Walter, envidia a Walter. Walter envidia lo que no tiene, porque lo tiene Richard. Patty, cuando está con Richard, envidia la que es con Walter. Cuando está con Walter, tiene envidia de la mujer que está en su piel cuando acompaña a Richard. Ninguno de los tres, por fortuna, tiene para siempre las palabras, los besos por la noche, el dinero, el coche descapotable, las piernas cruzadas rodeando la cintura, las uñas pintadas arrancándote la piel de la espalda, una casa en la bahía. Tampoco envidian, de momento, un mordisco en los labios, el aliento cálido de unos ojos azules en una noche de invierno, la posibilidad de dormir abrazado a unas piernas. No se han planteado aún la posibilidad de querer un tobillo fino que te pisa el pecho desde lo alto de un zapato de tacón, una melodía susurrada al oído, el recuerdo de “Thunder Road” en el Hammersmith Odeon de Londres del amigo Springsteen. O el “Born to run”, mismamente. Pero no por ello dejan de envidiar. Cuando lo conozcan, lo querrán. De momento, como el primer hombre que se irguió, se miran los unos a los otros, y entre los unos y los otros se envidian sin parar.

Richard se tiene a sí mismo, y nada más. Al principio, algunas veces incluso tuvo a Patty. Ahora no sabe lo que quiere, pero sabe lo que no tiene y lo que envidia: la vida de Walter. Walter tiene su vida, y una vida con Patty. Y una ayudante guapísima que está loca por él. Todo en orden, cada cosa en su sitio. Cada cosa en su cajón, para que nada se pierda. Walter tiene a su lado la cordura, pero envidia la locura de Richard. Richard tiene la locura, pero la locura, como las galletas en oferta en el supermercado, se acaba. O se cansa uno de ellas. Y quiere probar otras galletas, porque el cuerpo ya no es el cuerpo que

Y así, como ya he dicho, la envidia nunca se acaba. Y menos cuando uno tiene Libertad para envidiar todo lo que le rodea. 31


Pecados capitales: Envidia

Carmen Posadas invita a la

envidia a un asesinato La envidia hace su aparición estelar en la novela “Invitación a un asesinato”, en la que la protagonista, Agata, tendrá que descubrir al asesino de su hermana, a la que siempre envidió. El crimen hará que reelabore sus sentimientos hacia ella y supere sus carencias.

n Marta Gómez Garrido Si tuviéramos que elegir el pecado capital más democrático, el que se da con más frecuencia entre los seres humanos, la envidia se presentaría a las elecciones con más que posibilidades de salir vencedora. Todos hemos experimentado alguna vez la necesidad de tener algo que no poseíamos, o hemos sentido tristeza ante la visión de algo de lo que nosotros carecíamos. La envidia está presente en multitud de historias que han compuesto nuestro acervo cultural, dando forma a la visión que tenemos del ser humano, y es que cada carencia que observamos, o creemos ver, en nosotros mismos, se convierte en un motivo de inseguridad y de recelo con respecto a los demás. Así, tenemos ejemplos míticos como la madrastra de Blancanieves o los compañeros de Dorothy en el Mago de Oz, que la acompañan hasta el final del camino en busca de esas características que observaban en los demás (corazón, inteligencia y valor) pero que no lograban ver en sí mismos. Ahora bien, si hay que elegir un género en el que la envidia sea la reina del cuento, ése sería el de la novela de misterio, ya que este pecado tan común es uno de los motivos más recurrentes en la literatura para cometer un asesinato o, si no se llega a ese extremo, para que considerar sospechosos a más de la mitad de los personajes que participan en el relato. Éste es el caso de “Invitación a un asesinato” de la escritora Carmen Posadas. Como en toda novela de misterio que se precie, en “Invitación a un asesinato” aparecen una serie de personajes, de lo más variopinto, sospechosos de haber cometido el crimen. Entre los posibles motivos de haber cometido el asesinato se encuentran la venganza, la avaricia y, nuestra protagonista de este número: la envidia, nacida también de antiguas rencillas que aún sangran muchos años después, de esas que marcan la piel y el alma, que no se olvidan a pesar del tiempo, a pesar de lo que cree la protagonista de la novela: “– Qué razón tiene 32


mi dietista –se dice Ágata con una carcajada–. Verdaderamente el tiempo es el gran vengador”. Nuestra amiga la envidia es además un pecado sociable, ya que no se entiende si no es teniendo en cuenta la participación de dos personas, y es que para sentirla se necesita una comparación con lo “otro”, lo que nos es ajeno y a lo que queremos parecernos. Es en este campo, en el del trato con los demás, en el que destaca la víctima del crimen, Olivia, y no precisamente por su empatía, sino por todo lo contrario: por saber utilizar su imagen en beneficio propio y por utilizar a todo el que tuviese el suficiente valor como para atravesar el umbral de su vida. Por eso, cuando Olivia se plantea cómo poner fin a su vida, en lugar del suicidio se le ocurre otra brillante idea: aprovecharse de la envidia y del rencor que habita en sus seres cercanos hasta que cometan ellos el crimen por ella. Lo planea al milímetro, “del mismo modo en que ella lo ha hecho todo en la vida, moviendo hilos, manejando a las personas como un buen maestro de títeres”. Olivia sabía bien cómo manejar la envidia ajena, porque su educación desde pequeña ya estaba enfocada a aparentar y demostrar a los demás que estaba muy por encima de ellos. La responsable de esta educación fue su madre, según narra en la novela, “a la que le encantaban las novelas románticas, había elegido para nosotras aquellos dos nombres poco comunes y a la vez sofisticados porque, según ella, un apelativo con sonoridad aristocrática ya predispone un poquito a serlo”. Con los años, pasó de aparentar a manipular a los demás, especialmente al género masculino dado que “los hombres, incluso los más inteligentes y triunfadores, o mejor dicho, precisamente éstos, son criaturas frágiles, vanidosas, y sobre todo dependientes. De ahí que cualquier mujer que sepa manipular con astucia estos tres defectos masculinos tiene todas las de ganar muy por delante incluso de sus congéneres más bellas y jóvenes”. No es de extrañar, por lo tanto, que la envidia sea un rasgo esencial en toda la narración. Situada tras las bambalinas de este poco usual suicidio y empapando todos los actos de los personajes. Sin embargo, la relación más importante de la novela es la que une a las dos hermanas: Olivia y Ágata. Es la envidia y el amor mutuo que sienten lo que da sentido a toda la historia. En palabras de Olivia: “Y ahora sólo falta mi querida hermana Ágata. ¿Qué puedo deciros de ella? Supongo que todos conocéis la historia de Caín y Abel. El mayor era Abel, el guapo, el brillante al que todo le salía bien. Era egoísta, vividor, y pasaba el día sin dar golpe; sin embargo, gozaba siempre del favor de Yavé. Luego venía Caín, que era responsable y trabajador pero, por mucho que lo intentaba, todo le salía al revés. Caín el gafe, el insignificamente, el pobre hombre. ¿Hace falta que os diga cómo acabó aquello? Es una de las historias más viejas de este mundo” Desde que decide aceptar la invitación de su hermana al crucero, Ágata sospecha que su presencia será un motivo más para sentirse mal consigo misma: “¿Qué papel jugaba ella en dicha reunión?: ¿la de la chaperona?, ¿la de la hermana fea en contraposición a la guapa para que todos compararan?, ¿la de paño de lágrimas de los candidatos desechados que le pedirían consejo para recuperar el

Si hay que elegir un género en el que la envidia sea la reina del cuento, ése sería el de la novela de misterio. “Invitación a un asesinato” puede considerarse no sólo como una novela de misterio, sino también como un rito vital en el que un personaje supera sus carencias y revaloriza sus rasgos positivos. Sin embargo, la relación más importante de la novela es la que une a las dos hermanas: Olivia y Ágata. Es la envidia y el amor mutuo que sienten lo que da sentido a toda la historia. favor de la bella?”. Incluso se queja ante sí misma por tener acudir al evento organizado por su hermana, por tener que entrar “en el tonto y caprichoso mundillo ricachón de su hermana Olivia que le resultaba tan desconocido como desasosegante”. Y sin embargo, acepta y acude, porque, en el fondo, la vida de Ágata, lo que es, no tendría sentido sin su hermana. A medida que va investigando, Ágata se va dando cuenta de la importancia de su hermana en lo que es y comienza a quererse sin mirarse en el espejo convexo de su hermana, que durante años ha deformado su visión de la realidad. Así, consigue llegar a sentir empatía por su hermana y por lo que había perdido: “Vamos Ágata –me dije–, ésta ni siquiera es tu casa ni mucho menos tu vida, no son por tanto tus fantasmas –Y sin embargo, lo eran. Porque la sombra de Oli estaba todavía ahí”. “Invitación a un asesinato” puede considerarse no sólo como una novela de misterio, sino también como un rito vital en el que un personaje supera sus carencias y revaloriza sus rasgos positivos a raíz del asesinato de su hermana, liberando así el cariño que le profesaba del peso de la envidia. Este redescubrimiento de sí misma, la ayuda a comenzar una nueva vida, con nuevas experiencias que la apartan de su cometido: descubrir al asesino de su hermana. ¿Podrá Ágata finalmente encontrar todas las piezas del puzzle? ¿o zanjará el asunto para poder seguir con su nueva vida lejos de la sombra de su hermana? Eso tendréis que descubrirlo vosotros. 33


Pecados capitales: Envidia

Gatas en el tejado En “La Gata Sobre El Tejado De Zinc Caliente”, de Tennessee Williams, la envidia es una de las razones que mueven a los personajes a cometer actos que, en otras circunstancias, jamás cometerían, destruyéndose unos a otros y a sí mismos. “Así lo destruí, diciéndole la verdad que él y el mundo en que había nacido y crecido, tu mundo y el suyo, no permitían que se dijese” n Verónica Lorenzo Cuando era pequeña, todas las tardes me escapaba de casa e iba al parque. Me sentaba en mi columpio y me dejaba balancear mientras observaba a los otros niños. Con ellos, al contrario que conmigo, estaban sus madres con sus bolsos y dentro, sus bocadillos, yogures, frutas, zumos. Comida preparada y envuelta en film transparente para que el resto de los niños viéramos con

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cuánto amor las madres habían preparado los manjares a sus pequeños. Mientras yo me balanceaba, los niños disfrutaban de su banquete, a veces resistiéndose porque hacía tiempo que aquello había dejado de ser novedad para ellos. Yo les miraba con cierta tristeza, al fin y al cabo yo también tenía derecho a que mi madre me acompañase al parque y preparase para mí


pasiones. Tennessee nos demuestra una vez más que conoce bien al ser humano, a las almas desesperadas que movidas por la pasión cometen actos imperdonables. Dicen que la carne nos hace, y no falta razón. Pero no es la carne sino el deseo de ser alguien más, de quién querrían ser; diferente, mejor, o simplemente otra persona, con otras circunstancias. Margaret quiere ser alguien más para Brick, la misma persona a la que una vez amó de verdad. Brick quiere ser alguien más, alguien que se hubiera entregado con más determinación y defendido con más fuerza su amor por Skipper, sin importar los demás o el qué dirán. A los dos les corroe la envidia, los debilita, los ahoga en un amor no correspondido y en el alcohol, se refugian en su dolor porque él es quien mejor los conoce. Las cuatro paredes de su dormitorio es su cárcel, su castigo por envidiar lo que no tienen y no enfrentarse a la verdad. Y el recuerdo es su tortura, persiguiéndolos por la noche y por el día.

un rico bocadillo con su respectiva fruta y su zumo. Antes de salir de casa miraba hacia la cocina e imaginaba a mi madre cortando un pedazo de la barra de pan, después le hacía un corte en el medio para abrirlo. Iba a la nevera y cogía la bolsa de los fiambres, me preguntaba qué me apetecía y ponía unas cuantas lonchas en medio del pan. Después lo envolvía con cuidado en papel de aluminio y, junto con un zumo de manzana y un yogur sabor a fresa, lo guardaba todo junto en una pequeña bolsa de tela de Tom & Jerry. Y con mi madre y mi merienda imaginaria salía al parque. Pero la realidad era más fuerte que mi imaginación; los niños del parque y sus madres rompían mi ilusión. ¿No era yo igual que ellos? ¿Acaso no me portaba siempre bien? ¿No merecía que mi madre pudiera venir conmigo y hacerme la merienda un solo día? Margaret, la Gata, se hace preguntas parecidas. Siempre se las ha hecho porque siempre estaban ahí, provocándola, tentándola con la insatisfacción. Antes de Brick se preguntaba por qué ella era pobre y no podía comprarse batas de seda también. Cuando conoció a Brick, se preguntaba por qué ella no podía tener la misma intimidad, la misma confianza que compartían Brick y Skipper. Y con la familia de Brick se pregunta por qué ella no tiene el mismo matrimonio de Mae y Gooper, uno feliz y con sus hijos. Margaret lo quiere todo, aquello que no tiene, y lucha por conseguir pero falla en sus intentos. Lo que envidia, lo critica, desahoga sus tristezas insultando, hablando violentamente. Si mira a su alrededor, la realidad sólo la ahoga porque le muestra aquello que no es suyo. Y no es suyo porque no es una realidad que le pertenezca. La suya está con Brick, con sus fantasmas y sus tormentos.

Encuentro esta envidia de las más dolorosas, traumáticas y difíciles de recuperar. Es de esas que quedan enquistadas en el alma y curarse de ella es una tortura constante. Nos conduce a la soledad, nos convierte en gatos, apasionados pero vigilantes. Desconfiamos de lo bueno y nos refugiamos en nosotros mismos. Nos vuelve ariscos y temerosos de nosotros mismos. Pero el orgullo no es mejor compañero, nos impide doblegarnos y aceptar que lo quequeremosnolotendremos. No nos permite aceptar una derrota, o simplemente admitir que lo que deseamos no está a nuestro alcance. Somos víctimas de nosotros mismos y no encontramos consuelo. Atraemos el dolor constantemente, porque rechazamos las alternativas. Admitir el pecado, perdonar y estar en paz con nosotros mismos es más de lo que podemos soportar. Cuando era pequeña, y me balanceaba en el columpio mientras veía a los otros niños jugar junto con sus madres, es verdad, les envidiaba. Les envidiaba porque no podía esperar a que las horas pasasen rápido para que mis padres volviesen de sus trabajos y jugar también con ellos. Y entonces, me olvidaba de ese sentimiento tan feo. Me sentaba junto con mi padre en el sofá mientras veíamos la televisión y mi madre preparaba una rica cena para los tres. Cuando nos sentábamos a la mesa a cenar y ellos se contaban sus jornadas, yo les observaba y sonreía porque cada noche conseguía mi propósito: estar con mi familia. Me parecía un arduo trabajo, conseguir estar con ellos y disfrutar de su compañía. Antes de dormirme me preguntaba si al día siguiente alguno de los dos podría quedarse en casa y salir conmigo al parque. Un pequeño paseo, tan sólo eso.

La envidia forma parte de nuestra naturaleza humana y Tennessee Williams nos lo muestra en la actitud de sus personajes. La envidia es un elemento más en el todo de los personajes de esta historia, su telón de Aquiles. No sólo Margaret se descubre al llamar a los hijos de sus cuñados “monstruos sin cuello”, también Brick porque en algún momento fue feliz, o el abuelo, al recordar constantemente su juventud perdida cuando pronto le visita la señora de la guadaña. Todos los personajes de “La gata sobre el tejado de zinc caliente” tienen algo que envidiar, algo que querrían para sí, un punto de restauración al que querrían regresar, una vida con la que habían soñado y que nunca llamó a sus puertas. ¿No trata la envidia sobre lo que pudo ser y no fue? Nosotros mismos nos delatamos. Cuando dejamos escribir a nuestra consciencia, afloran sentimientos, sensaciones, que no creíamos tener. Pequeños habitantes de nuestro mundo que viven ocultos. Cuando nos enamoramos, multiplicamos nuestros sentimientos y entonces recuerdo esa canción de Cassandra Wilson que tan maravillosamente interpreta Lila Downs, diciéndonos: “yo envidio el viento / que susurra en tu oído / que llama en invierno / congela tus dedos / que se mueve en tu cabello / que parte tus labios / que congela hasta tus huesos”.

Al siguiente día, la escena se repetía. Volvían esos sentimientos, sintiéndolos intrusos en mi corazón. No comprendía el por qué, no conseguía revelar la verdad de esa situación. ¿Qué hacía a esos niños tan especiales, merecedores de esa felicidad? Se formulaba en mi cabeza esa pregunta tantas veces pronunciada por todos: ¿por qué ellos y yo no? Era lo mío, entonces, una envidia inocente, ¿pero quién no tiene un poco de envidia a cualquier edad? Que tire la primera piedra el que esté libre de pecados.

¡Ah, sí! Pero la envidia también puede mover mundos. Con un clic, nos transforma, nos permite cometer actos desesperados, mentimos, nos volvemos violentos, nos enajenamos y nos rendimos a las bajas 35


Pecados capitales: Envidia

No tener flores en primavera n Ainize Salaberri / Ilustraciones de: George Barbier Reina Lucía baja unas escaleras imponentes, relucientes, blancas, de mármol, eternas, y mira al público que la aclama. Se siente poderosa, radiante, bella; si en algo debe resumirse la belleza es en ella. Empieza y acaba en el destello de sus ojos. En el descenso piensa en su madre, en cuán orgullosa se sentiría al verla: esa es mi hija, miradla qué portento, qué magnífica, y Lucía, que lo escucharía, alzaría la cabeza en señal de felicidad. Observa disimuladamente a sus invitados; no mucho, la estrella es ella, su vestido azul, las joyas con los diamantes y con sus colores son las estrellas; su perfume, su talento, sus dedos de pianista que alojan tesoros; sus zapatos relucientes, su tersa y suave piel. Los observa, pues, como quien hace creer que es inocente: entre barbilla y barbilla. Y la impresionante Reina sigue su camino hacia los mortales. De repente, ¡por todos los dioses!, algo la hace detenerse. No, no puede ser, murmura Lucía, cara mia, para sí; no puede ser que se haya atrevido a venir, ¡aquí, a mi casa, a mi reino! Lucía levanta la mirada, llena de ira, y sin disimular llega al último escalón y se dirige a ella. ¡Al final has llegado a la hora, cara!, le dice a una de las invitadas; a la más joven, a la más guapa. Oh, cielo, ¡sí! Y menos mal, porque no me hubiese perdido tu fiesta por nada del mundo. Estás brillante, Lucía. Lucía asiente con una mueca que no es sonrisa, y le toca el hombro. La invitada arde y ella está fría. Primera lección de la noche, Reina: la envidia congela las venas. Desvía la mirada hacia su marido, Philip (Pepino en la intimidad), que la observa como se observa una obra de arte. Le rechinan los dientes, a Lucía; le tiembla el puesto a la anfitriona. El juego de naipes que tantos años ha tardado en levantar se ha derrumbado en una sola noche. La belleza, la juventud, la frescura, hacen esas cosas: destruirlo todo a su paso para hacer sitio a la envidia, al rencor, a la destrucción. Y también a la venganza. Lucía mira a todos los sitios; en su marido 36

no ha encontrado el consuelo que necesita. Pepino no me

entiende, maldito bastardo que es a veces; no entiende de mis necesidades. Debería haber expulsado a Olga. No sé qué hace ella aquí, esa maldita cantante. Y Pepino la sigue observando, desde la distancia, porque sabe que su esposa tiene una bofetada preparada en la mano. Ambos coinciden en la mesa donde se sirven las bebidas mientras Olga charla animadamente con los invitados. Lucía bebe dos copas muy rápido, sin perder un segundo, y se encara a la realidad: debe quitarse de en medio, con su labia, con su poder de reina, a la muchachita repelente que intenta hacerse la dueña de Riseholme con su cuerpo, el de Lucía, presente. El fin, cara mia, no justifica los medios, le dice Pepino entre susurros. Pero Lucía dejó de escuchar hace muchos años. “Cuando se sentó a descansar tras las labores del día, sopesó hasta qué punto la llegada de Olga Bracely a Riseholme afectaría a la sociedad del lugar. Era imposible pensar en ella, con su belleza, su encanto, su fama, su personalidad, asumiendo un rol secundario en la vida del pueblo. A menos que estuviera pensando realmente en utilizar Riseholme como un retiro, sin tomar parte en absoluto en la vida comunal, era difícil adivinar qué papel representaría, si no era el de protagonista. Una persona que, con su llegada a la fiesta más memorable de Lucía, en un instante había convertido la


fiesta más scrub, más sosa y más vulgar (incluso en sentido físico) en la reunión más hitum jamás conocida no podía dejar a un lado su natural distinción y preeminencia.” Emmeline Lucas, Lucía para los amigos, es la reina de Riseholme. O era, o fue, o será. Nadie nunca, salvo una chalada que confía en gurús, se ha atrevido a cuestionar ni su importancia en el pueblo ni sus dotes como anfitriona, o como mujer, o como esposa, o como “excelencia”. Nunca nadie le había llevado la contraria. Su queridísimo Georgie, un hombre que se entretiene colocándose pelucas, haciendo bordados y pintando acuarelas que más tarde regalará a sus amigos, es su más fiel aliado; el hombre que siempre asiente aunque esté equivocada. El pueblo da siempre la razón a Lucía, su habitante más destacada en todo, como quien se la da a un loco. Y es que es fácil despuntar en un lugar como Riseholme: basta con saber un poco de italiano, un poco de moda y echarle mucha cara al asunto. Si fuera Londres, y Lucía lo sabe, ella no tendría ninguna posibilidad. Estaría más cerca de ser una plebeya con aires de grandeza sin reino ni castillo; sin joyas, sin luz, sin trajes rojos ni azules. Londres es su tumba, Londres es el reflejo de lo que nunca tendrá y siempre deseará. Londres no la llevaría a ninguna parte. O sí: llegaría al teatro de variedades, al juego de disfraces, a aparentar más que a ser, a imaginar, a soñar, a perder. Lucía siempre ha ganado en Riseholme y allí permanece. No porque pertenezca al lugar ni porque el ligar pertenezca a ella, sino porque Riseholme es el único reducto inglés en el que ella puede mantener la monarquía. Y, en cambio, Olga triunfa allá donde va sin quererlo, sin buscarlo. Tiene estrella propia. Es bella, es joven, habla italiano y canta como los ángeles. Brilla sin pretenderlo, encuentra pretendientes sin desearlo. Es un éxito de carne y hueso. el karma: el verdugo se convierte en payaso. Haz algo ya, Pepino. Quiero a Olga fuera de mi casa. Cómo se atreve esa deslenguada a venir a mi reino y a robarme a mis invitados. La estrella soy yo, Pepino. Haz algo ya mismo o esta fiesta termina aquí. Búscame a Georgie y dile que venga a mí inmediatamente. Pero Georgie acaba de enamorarse de Olga y nada puede hacerse. Sube Lucía las escaleras por las que una hora antes había bajado, despampanante, con los focos en su persona, y al mirar a su público no se reconoce, ni los reconoce a ellos. Segunda lección de la noche, cara: la envidia, como el amor, nos separa de los demás. A partir de esa noche Lucía lo intentará todo: será la peor actriz del pueblo, sus armas quedarán al descubierto y ella, consciente pero haciéndose la loca, no dudará en usar sus últimos cartuchos para mantenerse en el pedestal. Se sucederán una serie de acontecimientos cómicos y muy entretenidos: el pueblo estará más vivo que nunca, más joven que nunca, más alegre que nunca. La felicidad residirá en todas las casas menos en una. Llegará el amor, el odio. La envidia recorrerá las tuberías por debajo de las casas y éstas susurrarán el nombre de Lucía. Lucía, Lucía, Lucía. Riseholme se convertirá, de la noche a la mañana, en ese Londres de variedades del que huye Lucía. Y ella estará más cerca de Bedlam que del West End. Y Lucía se mira en ella y tiembla: rabia, odio, ira. Envidia. Olga es un pecado a ojos de Lucía. Es una contrincante. Y es también quien va a descubrirle al pueblo primero, a Riseholme, y después a Lucía, que los cimientos sobre los que ha construido su vida son de chatarra, de papel comido por las polillas. Para todos es ya evidente, en esa fiesta, que Lucía se verá obligada a adoptar el papel de secundaria en un teatro que fue creado por y para ella. Olga es aire fresco y Lucía está ya muy viciada.

Ante la distinción que Olga ofrece a los habitantes de Riseholme, Lucía se siente perdida. Es destronada, apartada y un tanto menospreciada ante la perspectiva de que el pueblo deba elegir entre ella, la inimitable Emmeline Lucas, y Olga Bracely, el esqueleto que la vida ha elegido como vestido de gala. “Reina Lucía” (E.F. Benson, Impedimenta) es una magnífica ironía de lo que ocurre en pueblos y grandes ciudades, en casas y en clases, en la calle y en la intimidad de nuestra habitación. Es aplicable a todos nosotros, a todos los países y continentes. Aunque “Reina Lucía” tenga un brillo British inigualable, también es una historia llena de verdad universal: la envidia, y he aquí la cuarta y última lección del día, cara, es humana, y no entiende de razas ni de clases sociales; es rigurosa y es, casi, invencible. Como

Lucía se acerca de nuevo a Pepino. Tienes que hacer algo. ¡Haz algo inmediatamente! Pero la envidia, si algo consigue, es hacer ridícula a la gente: en el afán por intentar desmejorar la imagen del otro, en la constancia ejercida para difamar, la envidia actúa como 37


Pecados capitales: Envidia

Monólogo (“La mujer rota”) Simone de Beauvoir

En la noche de fin de año, una mujer se revuelve en su apartamento de Paris. Recuerda su vida y enloquecida por la rabia, la envidia, los celos y el resentimiento, vaga de un punto a otro de su biografía culpando a los demás de su desgracia.

n Anabel Rodríguez Sánchez “Me importa un pito la humanidad qué es lo que ella ha hecho por mí, me gustaría saberlo”. “Yo no dejaba nada al azar, y el más cruel azar se cruzó en mi camino. Sylvie ha muerto, cinco años ya” “Los celos no son innobles el verdadero amor tiene picos y garra” Murielle no encuentra la paz, no la encuentra ni en el ruido, ni en el silencio. No lo hace porque es imposible, porque ella es el conflicto, porque es hija de Caín. Murielle, acarrea una personalidad de difícil digestión Está cargada de rencor. No es racista, ni clasista: blancos, negros, franceses, americanos, hombres, mujeres y niños todos somos objeto de su desprecio La envidia me ha llevado por derroteros extraños este mes. Me absorbió hasta dejarme frente a una isla de desesperación en “Monólogo”, uno de los tres relatos que componen “La mujer rota” de Simone de Beauvoir. Y es que, rotas, en cierto sentido, están las protagonistas de los tres relatos que componen el volumen, pero Murielle acarrea una personalidad de difícil digestión. Ninguno querríamos ser ella, pero es posible que en algún momento u otro veamos alguna de sus patas negras de araña tras nuestros pensamientos más mezquinos. Murielle no encuentra la paz, no la encuentra ni en el ruido, ni en el silencio. No lo hace porque es imposible, porque ella es el conflicto, porque es hija de Caín. Con seguridad su favorita, la que se encuentra sumida en un mar de celos, envidias, odios, resentimientos… La que llevó a su hija adolescente a la muerte, por mucho que lo niegue, por mucho que peleé constantemente con esta idea y trate culpar al resto del mundo. Es fin de año en Paris, pero podría serlo en cualquier otro sitio. Es fin de año y los recuerdos se arremolinan a su alrededor, en una espiral de reproches desordenados dirigidos contra todos: su madre, su hermano, sus ex esposos, sus hijos vivos o no… todos son 38


objeto del dardo de su amargura. No es casual que Simone de Beauvoir, haya escogido un monólogo desordenado a la hora de desarrollar esta narración, que los párrafos estén mal puntuados, que sólo sea la voz de la protagonista la que podamos escuchar vagando de unos puntos a otros, trenzando una vida que aborrece. Es una elección precisa que busca acercarnos a su mente, a lo desordenado de sus pensamientos, lo oscuro y enrevesado de su esencia. Murielle está cargada de rencor. No es racista, ni clasista: blancos, negros, franceses, americanos, hombres, mujeres y niños todos somos objeto de su desprecio “me importa un pito la humanidad qué es lo que ella ha hecho por mí, me gustaría saberlo”. Detesta a los vivos y a los que murieron hace siglos “La gente de los siglos pasados me importa un bledo están muertos es su única superioridad sobre los vivos pero en su época también ellos eran cargantes” En ese sentido hay que reconocer que, al menos, es justa; nos pone a todos al mismo nivel, y lo hace desde el inicio del texto llamándonos “imbéciles”. Todos lo somos. Todo lo que le rodea le asquea, escapa a su control, se le antoja sucio, mezquino. Es un saco de resentimiento y envidia desde su más tierna infancia. Se inició odiando a su hermano cuando era un bebé y, por supuesto, a su madre a la que achaca buena parte de sus desgracias, llegando a acusarla de haberle sido infiel con su primer marido. También odia a sus dos ex esposos, a su criada, a Dedé, la única amiga que le queda… Con respecto a sus hijos Sylvie y Francis la relación es contradictoria, no cabría esperar menos. La noche que encontramos a la protagonista de “Monólogo”, se encuentra en el fondo de un pozo profundo al que, aunque lo niegue, se ha conducido con pulso firme e intransigente. Sin embargo no es estúpida, sabe dónde está y quiere escapar. Desde la oscuridad de su piso imagina cómo huir, cómo convencerá a su segundo marido para que le devuelva el lugar que se merece: “Tristán volverá a mí me harán justicia saldré de toda esta mierda”. Necesita retomar la vida que llevaba hace siete años: no se resigna, volverá a ser mujer de un director de banco, tomará bajo su férrea tutela a su hijo y terminará haciendo lo propio con todo lo que le rodee. Y es que el control es una de las obsesiones de Murielle, pero no el que pueda ejercer cualquiera, sino el que practique ella: “Yo no dejaba nada al azar, y el más cruel azar se cruzó en mi camino. Sylvie ha muerto, cinco años ya”. Es cierto, Sylvie ha muerto, y su madre culpa a todos de su desgracia: son los asesinos de su niña. Pero no hubo más asesino que la mano de la adolescente incapaz de soportar a una mujer enloquecida por los celos, la envidia, el control. Imposible soportar a una madre que leía su diario, perseguía a sus amistades y se inmiscuía en cada uno de los pliegues de su vida y de su muerte, hasta el punto de destruir la última nota que la muchacha había dejado a su padre, Albert, primer esposo de Murielle: “Papá te pido perdón pero no puedo más”. ¡Niña desagradecida!, ¡ingrata adolescente! “He sido la mejor de las madres. Más tarde me lo habrías agradecido”.

Si algún aguijonazo de culpa amenaza su corazón, Murielle se lo sacude y lo vuelve contra los demás “Y llegaron ellos besaban Sylvie ninguno me besó a mí y mi madre gritó: “¡Tú las has matado!” Mi madre mi propia madre”. Es cierto que debió sufrir con la pérdida de su hija. De cada una de sus palabras se desprende un inmenso desconsuelo, pero ni ese sentimiento me ha permitido empatizar con ella, porque hay algo que me repele, que me distancia de su dolor. Tal vez su manifiesta incapacidad para reconocer el de los demás. Si no se esforzase tanto en culpar al resto del mundo, no parecería tan responsable del suicidio de la muchacha… Creo que ahora la mezquina soy yo. Murielle se reivindica como persona decente, limpia, correcta. Todos los demás somos escoria, barro. Sospecha de cualquiera, y si en un principio creí las infidelidades que pintaba, al final concluí que eran inventos. Reivindica la dignidad y necesidad de los celos, para sostener el amor: “Los celos no son innobles el verdadero amor tiene picos y garra”. Es un agujero negro, una fuerza de la naturaleza que absorbe y destruye lo que encuentra en su camino. Sin embargo, no se ve así, ni mucho menos, cree es un mirlo blanco, un pobre chivo expiatorio de todas nuestra decadencia, de la falta de afecto de los demás. En esa noche de insomnio, caótica como el fin del mundo, Murielle busca a Tristán, lo llama. Se sabe dependiente de él y no puede esperar al día siguiente para culminar el plan que se había trazado, el que la devolvería a su vida anterior. Lo despierta a media noche y trata de liarlo, primero con razonamientos y manipulaciones… pero no, no, no hay manera, Tristán debe haber escuchado esta conversación cien veces al menos y aunque no oigamos su voz, percibimos su negativa. Indignada cede una vez más al odio, al resentimiento, a la amenaza: “Hablaré con Francis le diré quién eres. ¿Y si me matara en su presencia crees que le dejaría un buen recuerdo?... no eso no es chantaje asqueroso para la vida que llevo poco me costaría liquidarme” Tras colgar el teléfono no se resigna, se siente morir, enloquecer y exige justicia a Dios, “¡Haz que existas! Haz que haya un cielo y un infierno me pasearé por los senderos del paraíso con mi hijo y con mi hija querida y ellos se retorcerán en las llamas de la envidia los miraré tostarse y gemir reiré y los niños reirán conmigo. Me debes esa revancha Dios mío. Exijo que me la des. “ Este texto resulta absorbente, certero, dañino. Hace varios días que lo terminé y no puedo sacármelo de la cabeza. El resto de relatos que componen “la Mujer Rota”, el que comparte título con el libro y “La edad de la discreción”, aunque no traten el tema de la envidia merecen la pena. La calidad de Beauvoir se evidencia en los prismas, lenguaje y registros que emplea, aunque “Monólogo” sin duda alguna, el más intenso. Pero antes de despedirme, permitidme regresar una última vez a Murielle, y pedir a su padre Caín que la bendiga, porque ella maneja la quijada de celos y resentimiento con enloquecida intensidad, con tanto tesón que el resto de su estirpe tenemos dificultades para hacerle sombra. 39


Pecados capitales: Envidia

Príncipes destronados A saber qué tendrá la mano de una madre. MIGUEL DELIBES

n Fusa Díaz La mano de la madre es precisamente la principal protagonista de este texto, dejando a un lado la envidia: la mano de la madre es la primera que hace diferencias; que, con una crueldad sutil e involuntaria, casi como un despiste, ejerce de termómetro, nivela los afectos, raciona las caricias y convierte en vacíos irrecuperables las ausencias. Si la envidia es uno de los pecados capitales más comunes y con los que mejor y más convivimos, en una sociedad llena de competitividad, ego y afán de protagonismo, también es uno de los que primero sentimos: dentro de la familia, entre hermanos. Así, la mano de la madre es el objetivo que hay que marcarse, y no hay que descansar hasta alcanzarlo ni importa qué medios te permiten avanzar posiciones. Pero no basta sólo con llegar a él, hay que hacerlo el primero, de lo contrario no habrá consuelo. El primer hermano literario que se ve afectado de lleno y que Miguel Delibes describe con suma ternura y precisión, es Quico, el niño de “El príncipe destronado”. En un principio, esta breve y simpática novela va sobre ese síndrome que es verse sustituido por un hermano que acaba de llegar. Pensé que encontraría en sus páginas la envidia más pura, la primera, y que por venir de la mano de un niño de cuatro estaría sabiamente descrita, latiendo con todas las pulsaciones posibles. Sin embargo, descubrí con sorpresa que Quico no está tan decepcionado con el nacimiento de Cris, su hermana, y que son sus mayores quienes le atribuyen los celos, la envidia

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y su pesar por ser el segundo más pequeño. Sin la mano de la madre no hay lugar para este pecado tan pegajoso, al menos en la infancia. Quico quiere llamar la atención y resalta todos y cada uno de los errores que Cris, siendo un bebé, comete; y sin embargo, no hay malicia, no habita entre sus emociones -dispares y un poco locas- nuestro pecado capital. Entonces, es la mano de la madre precisamente la que convierte en conflicto algo que debería ser natural. La primera edición de “El príncipe destronado” es de 1973, y sin tener en cuenta las referencias temporales y el lenguaje rural y de antaño, esta historia no pierde frescura y modernidad. En cambio, la mano de la madre que nos ocupa cuando se trata de Marguerite Duras es otra bien distinta de la delibiana. En “El amante”, un libro sensual, descriptivo y asfixiante, como acostumbran a ser sus narraciones, la relación entre los tres hermanos sobrepasa los límites de la envidia. El hermano mayor representa todos los vicios y temores que dan vida propia a la envidia, el pecado capital que se aprieta al cuerpo con obscenidad, de una manera tan sucia. Respeta a la niña, presumiblemente la misma Marguerite Duras, pero odia con todas sus fuerzas al hermano menor, por ser especial, por recibir el trato favorable de la hermana, y también se vuelve vengativo con el amante chino de Marguerite (hasta que el amante compra su perdón y su silencio). En este caso no es la mano de la madre la que desestabiliza la balanza para el


agradar a la madre, se desata -como se desatan las vidas con la orfandad, con dos lazos que no saben dónde anudarse- con una relación extraña. Nikki ha sido toda su vida la hija que ha elegido el camino torcido, la pequeña oveja negra querida y protegida por la madre. Clare, en cambio, es la hija perfecta: casa, marido, hijas y visitas regulares a la madre. En principio, debería ser Nikki la que padeciera el síndrome del príncipe destronado, puesto que es, a ojos de los demás, peor; pero resulta ser Clare la que, una vez sin madre, sin unión, sin la mano maldita (a saber qué tiene), despliega todos sus rencores: quisiera ser como ella, imperfecta. Todos nuestros príncipes destronados de la literatura están afectados por un aspecto que acompaña siempre a la envidia: la inseguridad. Quico no siente del todo envidia antes de que el hecho de mearse en la cama estuviera comparado con el pañal de Cris y su edad; el hermano mayor de Marguerite Duras no sentiría tantas punzadas terribles y envidiosas si el menor no fuera tan especial, si el amante chino no se convirtiera en el eje principal de sus vidas; Clare no le guardaría tanto rencor a Nikki si los errores que ésta había cometido cuando su madre estaba viva hubieran sido penalizados de alguna manera, o si su generosidad para con su madre no hubiera sido algo normal en sus vidas y sí algo que reconocerle como mérito. Pero hay una excepción con “Las hermanas Bunner”: lo que hace que Ann Eliza sienta envidia es el azar, la fuerza de Evelina, ella misma. Renuncia a su única oportunidad, pero eso no le asegura absolutamente nada. En la hermana mayor de las Bunner se contradicen dos sentimientos: el profundo amor que siente por su hermana pequeña, el instinto maternal y de sobreprotección por una parte; por la otra, la inferioridad si se comparan, un amante que le prodiga más atención a Evelina, la envidia con la que lucha... hasta que vence. Así, no está presente ni la mano de la madre ni la mano de Marguerite Duras... pero a saber qué tendrá la mano del deseo.

hermano que se ve relegado a un segundo plano, puesto que es esa misma mano la que se encarga de contrarrestar toda la inseguridad y lo defiende -incluso cuando le teme, incluso cuando cree que acabarán todos muertos a sus manos-, sino la mano de Marguerite Duras, que los convierte en prescindibles o no, según sus emociones y sus caprichos de niña blanca en Indonesia: a saber qué tendrá la mano de la escritora, qué no tendrá. Otro de los casos de príncipes destronados literarios (esta vez se trata de princesas), quise encontrarlo en “Las hermanas Bunner”, de Edith Wharton, pero esta vez no hay mano de madre; hay, a cambio, mano maternal. No se puede decir que exista la envidia de una manera visceral y peligrosa. Ann Eliza, la mayor, siente una devoción por su hermana Evelina, hasta el punto de medir toda la oscuridad que representa nuestro pecado capital, hasta el punto de convertir todo su recelo en el peor destino para su hermana. Ann Eliza, siempre comedida y políticamente correcta, encuentra en la frescura de Evelina su peor enemigo. «Me figuro que es porque nunca me ha sucedido nada», pensó con una punzada de envidia por esa fortuna que brindaba a Evelina todas las oportunidades que se cruzaban en el camino de ambas. Esta vez no hay mano ni hay madre, puesto que Ann Elinza, la misma que encuentra esa punzada de envidia al ver que la suerte siempre está del lado de Evelina, es también la figura maternal y protectora, la que haría el balance. Por eso, renuncia a la única oportunidad que se le brinda a ella antes que a su hermana, y convierte esa generosidad en el motivo principal de la desdicha de Evelina. Porque ¿hasta qué punto uno salva a los demás con su egoísmo? “Mamá”, la novela de Joyce Carol Oates, es otro de los perfiles de envidia entre príncipes-hermanos que se destronan sin necesidad de madre, o precisamente por la ausencia de ésta. Gwen Eaton es asesinada, dejando a sus dos hijas, Nikki y Clare, totalmente huérfanas. La envidia entre ellas, contenida hasta entonces por

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Pecados capitales: Envidia

Otra historia familiar

“Un hombre que no sabe ser un buen padre, no es un auténtico hombre.” (Mario Puzo - “El Padrino”)

n Marga Martin “El sol estival calentaba las calles empedradas de Roma mientras el cardenal Rodrigo Borgia caminaba hacia el palacio donde lo esperaban sus hijos, César, Juan y Lucrecia, carne de su carne, sangre de su sangre. Aquel día, el vicecanciller del Papa, el segundo hombre más poderoso de la Iglesia, se sentía especialmente afortunado.” Roma, 1983. Un neoyorquino de origen italiano, regordete y sesentón, pasea absorto en sus pensamientos mientras anochece en la ciudad eterna. Algo en la visita a la Ciudad del Vaticano que ha realizado ese mismo día parece haberle conmovido. No es que fuera precisamente un hombre religioso a tenor de sus palabras, ya que según él no creía en Dios ni en los dogmas de la Iglesia, sólo en la bondad humana… y aún así, no podía dejar de pensar en todos los siglos de historia, en todos los secretos y falsas mentiras escondidas detrás de las paredes de la Santa Sede. “Mario estaba fascinado con la Italia renacentista, y, especialmente, con la familia Borgia. Estaba convencido de que ésta fue la primera familia criminal de la historia, y que en sus aventuras había mucha más traición que en las historias que él escribió sobre la mafia. Era de la opinión que los papas fueron los primeros “Dons” y que, de ellos, el papa Alejandro VI fue el Don más importante.” Tras este viaje, Mario Puzo quedó prendado de la bella Italia, de su comida y de su historia. Volvió a su Manhattan querida con la determinación de escribir una novela sobre este país, pero el proyecto fue poco a poco siendo postergado por el autor, que se veía inmerso en otros proyectos, novelas, guiones para el cine... Esta aventura literaria, “otra historia familiar”, como él mismo se refería al hablar de “El Padrino” sin ir más lejos, era el refugio del escritor, su pasatiempo para los momentos de desánimo o bloqueo. Cada vez que se sentía incómodo o quería divertirse, leía libros sobre la Italia renacentista. En las historias de los Borgia siempre encontraba inspiración para adaptarlas a sus novelas de la mafia. Sin ir más lejos, en una escena de la película “El Padrino III”,

de la que Puzo era también guionista, Michael conversa con el Papa mientras pactan al más puro estilo mafioso y hace alusión a que los tiempos de los Borgia habían vuelto. “La fuerza de una familia, al igual que la de un ejército, reside en la unidad de sus miembros.” Así adoctrinaba Rodrigo Borgia a su hijo César desde pequeño. Por aquel entonces era por todos sabido que cardenales y obispos, incluso el mismísimo Papa, tenían descendencia ilegítima, aunque la transparencia de Rodrigo al mostrarse en público con ellos siempre fue motivo de envidias y polémicas en lo más alto del escalafón eclesiástico. Quizás éste era uno de los motivos por los que, a priori, no era el candidato idóneo para suceder al Papa en el cargo, o quizás era su procedencia española. El ser considerado un extranjero por la Curia romana pese a llevar más de treinta años a su servicio era otro más de los lastres que pesaban sobre su espalda. Que su tío, el Papa Calixto III, tuvo mucho que ver en su rápido ascenso dentro de las altas esferas del poder y la jerarquía eclesiástica también le granjeó amistades y enfrentamientos a partes iguales. Uno de los mejores amigos de Puzo, además de su abogado, era el historiador Bertram Fields. Cada vez que los dos se juntaban para pasar el rato, la conversación desembocaba tarde o temprano en las historias de poder y traición del Renacimiento, en las múltiples leyendas negras que rodeaban la figura de los Borgia: – ¿Cuándo acabarás el libro de los Borgia? - solía preguntar Bert. – Estoy trabajando en él - contestaba Mario. La historia de Alejandro VI, el Papa Borgia (el Don de esta historia), y de sus hijos César, Juan, Lucrecia y Jofre. es la historia de una familia cuya ambición y sed de poder les llevaría a la cima del mundo. Es también la crónica del alto precio que tuvieron que pagar por ello pero, sobre todo, es una historia familiar acerca de una de las sagas más polémicas conocidas. 42


matrimonios de conveniencia para sus juegos de poder.

Partiendo del momento en el que los niños abandonan el seno materno para irse a vivir con su padre al Palacio de Orsini, frente a su residencia en el Vaticano, Puzo nos relata de manera fascinante la evolución y el ascenso de unos personajes crueles y cautivadores, esclavos de sus pasiones y víctimas de sus feroces instintos.

“Lucrecia suspiró. – Te quiero, hermano mío, pues tú también eres un peón en manos del destino - dijo finalmente -. Y por eso me compadezco de los dos.”

Rodrigo tenía varios hijos más aparte de los cuatro que tuvo con Vanozza Catanei, pero sólo ellos compartieron vida familiar con su progenitor. Algunos incluso tacharon de enfermizo este amor paternal que el Papa Borgia tenía hacia ellos que, si bien al resto de sus bastardos los tuvo a buen cuidado, nunca negó que estos eran sus consentidos puesto que, “¿cómo podía un gobernante pedir lealtad a sus súbditos cuando las semillas de la envidia crecían en sus corazones al ver cómo otros hombres menos dignos disfrutaban de unos placeres que les eran negados a ellos?” Precisamente, este lado humano de Rodrigo es lo primero que llama la atención al leer esta novela. Al contrario que muchos otros relatos históricos, en los que esta familia es descrita como una jauría de hienas y monstruos despiadados que buscan trepar a toda costa, Puzo nos sorprende con un retrato de la doble cara del patriarca y sus vástagos, seres cálidos a la vez que maquinadores sin escrúpulos.

Puzo relata con todo lujo de detalles de manera sencilla y coloquial todas las intrigas históricas que rodearon a esta polémica familia. Una de las tramas principales de la novela nos cuenta desde dentro el ascenso al papado de Rodrigo, que no quedó exento de polémicas. Poco después del descubrimiento de América, las cortes estaban profundamente endeudadas con los bancos de los comerciantes, y la disputa del poder había llevado a los señores feudales y a los reyes a comprar los votos suficientes para conquistar el trono papal en Roma. La peste negra asolaba toda Europa y la cultura empezaba a florecer en las ciudades. Era el momento cuando “se decía que en Roma todo tenía un precio; con suficiente dinero se podían comprar iglesias, perdones, bulas e incluso la salvación eterna.” “Así era la vida en el Renacimiento. Así era el mundo del cardenal Rodrigo Borgia y de su familia.”

Carol Gino, compañera de Puzo, comparte con nosotros conversaciones y confidencias entre los dos:

Nueva York, 1999. Dieciséis años han pasado desde aquel viaje a Italia. El hombre regordete que soñaba con publicar algún día una novela sobre la primera gran Familia del crimen saca un pliego de folios escritos a mano de un cajón de su escritorio y se dirige a Carol Gino, sabiendo ya que le queda poco tiempo de vida:

“– Lucrecia era buena chica - me dijo un día mientras estábamos en su estudio. – Y el resto de la familia - le dije -, ¿eran ellos los malvados?

“– Léelo - me dijo, y me dio las páginas. Cuando lo empecé a leer, me saltaron las lágrimas. Era el último capítulo del libro sobre los Borgia.

– César era un patriota que deseaba ser un héroe. Alejandro era un padre complaciente, un verdadero hombre de familia - dijo -. Como muchas personas, hacían cosas malas, pero eso no los convertían en malvados.”

–Acábalo - me dijo -. Tienes que prometérmelo. Otra de las figuras “redimidas” por Puzo en la novela es la antaño temida Lucrecia Borgia, a quien retrata como una mujer cegada de amor por su familia, especialmente por su padre y su hermano mayor César los cuales, sabedores de esta flaqueza suya, se aprovecharon de ella para manipularla a su antojo y usarla como moneda de cambio en

Y eso fue lo que hice.” Carol Gino y Bertram Fields se encargaron de revisar la novela y de completar las partes inacabadas a la muerte del autor. 43


Pecados capitales: Envidia

¡Quiero ser Rey

para comer muy a menudo morcilla!

“Ubú rey”, debería ser visto, interpretado, dramatizado, teatralizado. Mientras esperamos impacientes una nueva adaptación de la obra del francés Alfred Jarry, ¡disfrutemos, si nuestros estómagos nos lo permiten, de las surrealistas desventuras de un gordinflón por ser rey de Polonia!. n David García Ávila Antonio Lopez ha visitado Bilbao, mi ciudad (si es que me permitís utilizar el posesivo). Me refiero, concretamente, a su obra invitada al Museo Bellas Artes de Bilbao. Una gran multitud de personas lo han visitado. Y es que la retrospectiva sobre este artista organizada por la pinacoteca vasca merece ser contemplada y admirada. En mi recorrido por las entrañas expresivas de este hijo de Tomelloso (Ciudad Real), he disfrutado, me he ensimismado, me he proyectado, me he dejado llevar y embaucar por sus trazos a lápiz y sus formas escultóricas. Puede que a muchas personas no les haya pasado, pero a mí, entre otras muchas sensaciones, una me ha sobrevenido al detenerme en su capacidad para comunicar emociones, sensibilidades y capacidad para detenerse en visiones concretas de lo cotidiano: la Envidia. El pecado capital de la envidia gusta relacionarse con la falta de empatía, desde mi punto de vista. Los libros que nos ayudan a entender las raíces y orígenes significativos y etimológicos de las palabras la describen como “una tristeza o pesar del bien ajeno”. O como la “emulación o deseo de algo que no se posee”. La envidia nos corroe, nos adentra en sentimientos 44

autodestructivos o agresivos con respecto a la ‘cosa’ que no tenemos y otras personas sí tienen. Pero, quizá esto sea lo que más me perturba en mi persona cuando más envidioso me siento de algo o alguien: nos embriaga con las ansias de romper, eliminar o fulminar al agente creador (hecho carne y hueso o cualidad humana) que anhelamos y no tenemos. En lo más profundo de mi ser lucho, desde el principio de mis días, por no sentir envidia malsana por nada ni nadie. Creo que lo consigo día a día queriéndome y comprendiéndome tal cual soy. Pero siempre quedará trabajo por hacer en esta faceta tan personal e íntima. Entre los pecados capitales que el cristianismo clasifica como moralmente inaceptables, a evitar o corregir, la Envidia es uno de los más peculiares. Y es que está considerado como un mal que es capaz de generar otros muchos. Tanto es así, que desde la Envidia pueden generarse o retroalimentarse otros muchos vicios. Por ejemplo, la avaricia. Esta es una “cualidad” del ser humano que está intrínsecamente relacionada con las ansias de poseer, disponer o hacerse con elementos materiales o cosas. Dinero, tierras, elementos de consumo... que tienen otros y


que los queremos para nosotros porque no disponemos de ellos a nuestro antojo; y, al mismo tiempo, pensamos que a esas personas que los poseen les hacen mejores o disfrutar de una mejor vida. Esta necesidad de disponer de lo que otros tienen y nosotros no nos pervierte como personas, nos convierten en seres hambrientos por siempre de posesiones y que nos alejan de los demás. Y nos distancian del amarnos tan cual somos para aventurarnos indefectiblemente en el tortuoso camino hacia un ser que no somos.

han llegado a denominar, teatro de vanguardia. Su obra “Ubú rey”, se dice que es el punto fundamental de referencia en este sentido. Esta pieza teatral no fue estrenada hasta 1906, aunque ya existía una redacción primitiva -de 1888- destinada a una representación de marionetas. La obra alcanzó bien pronto un relieve universal como “teatro de la anticipación”, visible sobre todo a través de sus proféticos dispositivos de acusación social y de la alteración de los elementos de la tradición escénica considerados hasta entonces como imprescindibles soportes dramáticos. A partir de este estreno, el teatro experimenta cambios definitivos, rompiendo así con una fuerte tradición al renovar tanto la escritura dramática como los

Para introduciros en mis reflexiones sobre la Envidia, me he sumergido en la obra teatral “Ubú rey”, de Alfred Jarry. Alfred Jarry

(Laval, 8 de septiembre de 1873 - París, 1 de noviembre de 1907), dramaturgo, novelista y poeta francés, conocido por sus hilarantes obras de teatro y su estilo de vida disoluto y excéntrico. Fue una elección casi instintiva. En mi modesta biblioteca descansaba esta obra sin prestarle mucha atención, aunque la adquirí hace ya más de ocho años en un puesto de “lo viejo” en el mercadillo de los domingos de la Plaza Nueva de Bilbao. Curiosamente, unos amigos llegaron a leerse el texto antes que yo, adquiriendo el nombre de uno de los personajes “El viejo Stanislav” para bautizar un programa de radio. Sin embargo, hasta hoy no le presté la atención debida para mi pesar.

conceptos de puesta en escena, desde la iluminación, vestuarios, utilización de máscaras, gestualidad actoral, etc. Convirtiéndose, Alfred Jarry, con esto, en uno de los precursores más importantes del surrealismo, del dadaísmo y del teatro del absurdo.

Siempre que he leído clásicos de obra teatrales, particularmente de Shakespeare, Quevedo, Buero Vallejo... los he disfrutado y asimilado como si de una novela se tratara. Sin embargo, con “Ubú rey” me ha costado un poco más. Quizás es que es una de esas obras teatrales en las que un lector pueda verse necesitado de una escenografía, una interpretación, la visión de las acotaciones, el vestuario, la ambientación para poder encontrarse en plenitud con el trabajo que un autor quiere compartir con los espectadores o lectores.

“Escena I

Para hacernos una idea el absurdo y grotesco de los personajes, su puesta en escena y su caracterización, os dejo con un extracto, nada más subir el telón. Os pido, nada más, que tratéis de situaros en el París de 1906, para haceros a la idea de lo que supuso el estreno de esta obra, con la mirada de las gentes que se agolparon en aquellas butacas:

PADRE Ubú: ¡Mierda!. MADRE Ubú: ¡Ah! Está bonito, Padre Ubú, sois gran gamberro. PADRE Ubú: ¡Ay! ¿Por qué no os moleré a golpes, Madre Ubú?. MADRE Ubú: NO es a mi Padre Ubú, a quien habría que asesinar, sino a otro. PADRE Ubú: De por mi candela verde, no comprendo. MADRE Ubú: ¿Cómo, Padre Ubú? ¿Estáis pues satisfecho de vuestra suerte? PADRE Ubú: De por mi candela verde, mierdra señora, cierto que sí, estoy satisfecho. Se estaría con menos capitán de dragones, oficial de confianza del rey de Aragón, ¿Qué más queréis?. MADRE Ubú: ¿Cómo, después de haber sido rey de Aragón os contentáis con llevar a las revistas a una cincuentena de espadachines armados de corta-coles cuando podríais hacer que la corona de rey de Polonia sucediese a la de rey de Aragón sobre vuestro coco? PADRE Ubú: ¡Ah! Madre Ubú no comprendo nada de lo que decís. MADRE Ubú: ¡Eres tan pijo! PADRE Ubú: De por mi candela verde, el rey Wenceslas está todavía

A pesar de darme de bruces con esta aparente carencia representativa de la obra de Alfred Jarry, creo que la elección fue más que acertada para reflexionar, divagar y recomendaros esta obra. Haciendo un símil de sinopsis os diré que “Ubú rey” se desarrolla en la nebulosa localización de una supuesta Polonia. Ubú llega al poder después de una confusa conspiración y se proclama rey, gobernando como un déspota y protagonizando una serie de hechos absurdos, de clara prefiguración surrealista. La feroz culturización de la avaricia y el desenfreno adquieren entonces un delirante tono esperpéntico. Tan esperpéntico como su propio creador. Y es que, Alfred Jarry, representa uno de los máximos antecedentes históricos de los que, 45


bien vivo; y además, admitiendo que se muera, ¿Acaso no tiene una legión de hijos? MADRE Ubú: ¿Quién te impide degollar a toda la familia y ponerte en su lugar? PADRE Ubú: ¡Ah! Madre Ubú, me injuriáis y vais a pasar dentro de nada por mi cazuela. MADRE Ubú: ¡Eh! Pobre desgraciado, si yo pasase a la cazuela, ¿Quién te iba a remendar el fondo de tus calzoncillos?. PADRE Ubú: ¡Pues sí! ¿Y qué? ¿No tengo un culo igual que los demás?. MADRE Ubú: En tu lugar, ese culo, me gustaría instarlo en un trono. Podrías aumentar infinitamente tus riquezas, comer muy a menudo morcilla y rodar carroza por las calles.” “Ubú rey” simboliza, en cierto modo, la congénita estupidez de una sociedad abocada a todos los posibles naufragios morales y, en especial, de una versión del capitalismo en su más virulenta e irracional codicia. Parafraseando a Dante Alighieri en el poema “El Purgatorio”: “[la Envidia o avaricia] como el amor por los propios bienes pervertido al deseo de privar a otros de los suyos. Así, el castigo. Para los envidiosos es el de cerrar sus ojos y coserlos, porque habían recibido placer al ver a otros caer.” A partir de “Ubú rey”, Alfred Jarry empezó a identificarse con su propio personaje, dando prioridad al placer antes que a la realidad. Adoptó el habla sincopada y pedante de éste, y su personalidad. Caminaba siempre por París con una pistola en el cinto (que disparará en varias ocasiones bajo los efectos del alcohol), iba en bicicleta y bebía absenta. A pesar de estas excentricidades, Jarry no perdió su vena creativa y a partir de este personaje generó la creación de tres obras más: “Ubú en la Colina” (que es un resumen de “Ubú rey”, adaptado para llevarlo a un acto de marionetas), “Ubú Cornudo” y “Ubú encadenado”. Así, a pesar de ser una obra que pueda perder algo de su fuerza y sentido expresivo al ser leída en su versión literaria, tanto en su origen creativo como en su representación teatral nos permite enfrentarnos con los huellas que los demonios nos dejan en el alma, que en forma de envidia y avaricia dejan en nuestro seno. Ojalá tenga la oportunidad de poder ver representada esta obra y describiros con más cercanía esta obra del peculiar y sin complejos Alfred Jarry. Citas: Entre los pecados capitales que el cristianismo clasifica como moralmente inaceptables, a evitar o corregir, la Envidia es uno de los más peculiares. Y es que está considerado como un mal que es capaz de generar otros muchos. Quizás es que es una de esas obras teatrales en las que un lector pueda verse necesitado de una escenografía, una interpretación, la visión de las acotaciones, el vestuario, la ambientación para poder encontrarse en plenitud con el trabajo que un autor quiere compartir con los espectadores o lectores. “Ubú rey” se desarrolla en la nebulosa localización de una supuesta Polonia. Ubú llega al poder después de una confusa conspiración y se proclama rey, gobernando como un déspota y protagonizando una serie de hechos absurdos, de clara prefiguración surrealista. Alfred Jarry, representa uno de los máximos antecedentes históricos de los que, han llegado a denominar, teatro de vanguardia.

“Ubú rey” simboliza, en cierto modo, la congénita estupidez de una sociedad abocada a todos los posibles naufragios morales y, en especial, de una versión del capitalismo en su más virulenta e irracional codicia. 46


Pecados capitales: Envidia

Nabokov,

“Risa en la oscuridad”.

El ruido de la envidia. “No, no puedes echar mano de una pistola y pegarle un tiro a una chica a la que ni siquiera conoces, simplemente porque te atrae”

n María Sevilla La envidia es el más precoz de los pecados, uno de los sentimientos primarios que el ser como humano experimenta. El niño envidia a su más querido compañero de juegos por poseer algo más brillante que, de otro modo, hubiese pasado inadvertido. Llorará, pataleará e, incluso –aquellos nacidos para la lucha–, regalará algún que otro rasguño de mayor o menor importancia. Una vez conseguido el objeto de tan desagradable episodio, ya está, el tesoro perderá de forma inmediata todo su esplendor. El foco del deseo pasa a ser otro que, por inalcanzable, redobla sus atractivos para el que lo anhela.

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Se puede decir entonces que el pecado de la envidia es el más infantil y arraigado, pero sin olvidar que adquiere su máximo esplendor y desgracia en la edad adulta, cuando lo que se desea por pertenecer a otros, ya no es un objeto con forma o color sino algo intangible y más complejo de definir. Cuando la semilla de la envidia, una bolita de marfil amarilla y esquiva, se ha abonado con las carencias de cada cual, con las taras que arrastramos y los deseos que alimentamos sin cesar. Vladimir Nabokov sabía del devenir de tales sentimientos, de la belleza y sus consecuencias baratas, del capricho y la adolescencia. Un escritor que abandera el placer estético de la obra, el ejercicio intelectual en pos de una trama que se impone como ramificación natural del perfil de personajes que se sostienen por sí solos sin necesidad de esfuerzos. “Risa en la oscuridad” aparece por primera vez en 1932, cuando todavía Nabokov emplea la lengua materna, con el título de “Kamera Obskura”. La obra se reedita en inglés en 1938, en Nueva York, como “Laughter in the dark”. Estamos, pues, ante una de sus primeras obras. Una novela no demasiado extensa, amable, sencilla al menos en ese primer e inocente vistazo que con Nabokov nunca basta. El propio autor lo dice al principio : “Érase una vez un hombre llamado Albinus que vivía en Berlín, Alemania. Era rico, respetable, feliz. Un día abandonó a su mujer por una amante más joven; amó; no fue amado; y su vida acabó en un desastre”. Así nos lanza a la cara su historia para aclarar inmediatamente después que “podríamos haberlo dejado aquí si no fuera por el interés y el placer de narrarlo. Pues aunque basta el espacio de una lápida para contener, encuadernada en musgo, la versión abreviada de la vida de un hombre, los detalles siempre se agradecen”. Confesión inevitable, envidiar sus principios. Es necesario rememorar aquí eso de “Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta.”. Todo lo que venga después queda supeditado a esas líneas que producen un placer casi físico en el lector. En Margot se adivina ya, por cierto, a esa Lolita caprichosa y proclive a despertar en los protagonistas masculinos todo un torrente de sentimientos de perdición. La envidia late aquí


desde el principio y se va desarrollando en círculos concéntricos, con una fuerza creciente que va alcanzando a todos los personajes y que los acaba por expulsar de una forma atronadora. Albinus es el desencadenante de la acción porque quiere ser otro, porque cree ser otro cuando ella le llama Albert. La forma de envidia más peligrosa: envidiar lo que la otra persona consigue hacer de nosotros, lo que genera en nosotros. Esa especie de adicción. A partir de ahí todo es degradación porque jamás conseguimos apropiarnos de aquello que no se nos es dado. Quizá haya echado en falta un poco más de desarrollo en el personaje de Axel Rex, que completa el triángulo –el tres, ese número- que arma estas páginas y que Nabokov sostiene como pantalla y detonante. Es genial cuando, hacia la parte final del libro, él digamos que, sin destripar absolutamente nada, pierde la voz y se convierte en una especie de demonio en la sombra. Un personaje endiabladamente simpático, un malvado que consigue hacerse con las simpatías del lector por depravado y vividor. Él, al fin y al cabo, también envidia a Margot, a Albinus, al mundo. Por eso elige reírse de él. Y Albinus. Él es el Agnus Dei de esta historia. Un redentor del todo inútil porque aquí nadie se arrepiente de sus faltas. Menos cuando, al creer poseer a la joven, cosa que nunca llega a ser, aparecen los celos que son

los hijos ciegos de la envidia. Esa es la secuencia: primero el deseo irrefrenable, la envidia más atroz y, finalmente, los celos. Y de los celos a la destrucción. El protagonista es apaleado hasta la extenuación por sus propios sentimientos y las consecuencias de éstos, pues no hay que olvidar que el peligro de los pecados son sus consecuencias. Sin embargo –ah, el brillo de esa sonrisa, el calor de ese abrazo aunque sea un calor falso e inventado, el olor, el tacto de los cabellos, no las manos de ella sino las de él al acariciarla a ella– no se puede remediar y sólo queda entregarse al destino fatal. La maestría de Nabokov reside, como siempre, en hacernos simpatizar con personajes deleznables a los que disculpamos sus faltas previendo la posibilidad de caer nosotros mismos dadas las circunstancias, algo que negaremos hasta la saciedad pero que en la intimidad asumimos con una media sonrisa en los labios, con un ligero temblor. Su manejo del lenguaje, su brillante inteligencia en materia lingüística, maestro del juego de palabras y de sonidos. Leer a Nabokov es saber que estamos ante un desafío constante pues muchas cosas serán las que se pierda el lector si no se mantiene alerta. Y ese gran juego de las tinieblas al final. “Risa en la oscuridad” 42

es, como ya he dicho, una novela agradable, bastante previsible, sí, pero no por ello menos valiosa en otros aspectos. Más ligera que su obra posterior, un antecedente que no desmerece. Confesión inevitable, envidiar su prosa. Su ingenio, la facilidad para clavar determinas imágenes en la retina: “En la fresca habitación, con el piso de baldosas rojas, donde la luz que se filtraba por las rendijas de las persianas danzaba ante los ojos de quien las miraba y trazaba brillantes líneas a sus pies, Margot se despojó de su bañador negro cual si fuera la muda de una serpiente y, sin nada encima, salvo unas zapatillas de tacón en los pies, tomó un jugoso melocotón y comenzó a comerlo mientras revoloteaba por la habitación con un rítmico taconeo y las franjas de sol cruzaban y recruzaban su cuerpo”. Lolita, Margot, qué más da si la envidia es la madre de todos los desastres. Alabada sea en su forma más ruin.


Pecados capitales: Envidia

Rivalidad fraternal n Laura Alonso Hay algo, medio instintivo, medio innato, que nace en todos los seres humanos en alguna ocasión. Quien tiene hermanos sabe lo que significa esa pequeña ‘rivalidad’ por ser quien se lleve menos regañinas o el que tenga más atención por parte de sus progenitores. Muchas veces es la propia imaginación la que hace ver cosas donde no las hay y esa ‘envidia’ se convierte en una verdadera barrera entre los hermanos. Esta rivalidad fraternal es uno de los ejes sobre los que gira uno de los grandes clásicos de la literatura y del cine del siglo XX, “Al Este del Edén”. En esta novela John Steinbeck narra las aventuras y desventuras de dos familias inmigrantes en el californiano Valle Salinas, los Hamilton y los Trask. Los primeros, con Sam y Liza a la cabeza, proceden de Irlanda del Norte. Son pobres, pero capaces de crear una familia que se hace imprescindible e importante en la zona gracias a la estricta moralidad de la madre y al ingenio del padre. Los Trask son todo lo contrario. Proceden de Connecticut, son gente con dinero, pero una familia totalmente desestructurada a la que le falta una madre. Una ausencia que hará que en todas las generaciones de esta estirpe exista una pugna fraternal más allá de lo normal. John Steinbeck conocía bien el valle en el que inspiró su obra, 49

ya que nació en Salinas en el año 1902. Dejó la Universidad de Stanford antes de graduarse y realizó trabajos como el de albañil o vigilante nocturno. Ejerció como reportero en la Segunda Guerra Mundial y se convirtió en uno de los novelistas más importantes del siglo XX con obras como “Las uvas de la ira”, “De ratones y hombres” y “La Perla”. Tanto es así que en 1962 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. En “Al Este del Edén” Steinbeck aborda desde un punto de vista clásico el problema de la envidia fraternal. Como si de los nuevos Caín y Abel se tratara, todos los hermanos de la familia Trask, Adam y Charles primero y los gemelos Caleb y Aaron después, se convierten en rivales más que en familia a lo largo de dos generaciones. Su día a día consiste en ser mejor que el otro a los ojos de su padre y eso les llevará hacia luchas realmente encarnizadas. A todos ellos les falta desde bien pronto la figura de una madre. La de Adam muere cuando él sólo es un niño y se queda al único cuidado de su padre. Éste se vuelve a casar y tiene a su segundo hijo, a Charles. Pero la nueva esposa de Cyrus Trask tampoco es capaz de ejercer como la figura materna que su hijo y su hijastro necesitan, por lo que los pequeños centran su día a día en conseguir el afecto y el reconocimiento de su padre. Cyrus es un hombre frío y distante, un militar que presta más atención a su carrera y a


su reputación que a sus propios hijos, por lo que la guerra de los dos hermanos por convertirse en ‘el favorito’ del padre les llevará incluso a protagonizar brutales palizas. La historia se repite, aunque con menor intensidad, con los hijos gemelos de Adam. Cal y Aaron fueron abandonados por su madre nada más nacer. Esto hizo que su padre se sumiera en un letargo mental que provocó que durante años los niños fueran educados por Lee, el sirviente de la casa. De ahí que cuando Adam se recuperó, sus hijos rivalizaran por conseguir su afecto y el cariño de la única persona que realmente podía dárselo: su padre. En este caso, al contrario que en la generación anterior, los gemelos sí fueron capaces de obtener lo que más anhelaban. Pero ambas parejas pugnan de diferente manera por el reconocimiento paterno. Charles y Cal se convierten en los envidiosos, en los que no entienden por qué sus hermanos reciben más reconocimientos que ellos. Son como el Caín que lleva a su ingenuo hermano hacia la muerte por el simple hecho de que éste último ha sido ‘galardonado’ con más afecto que el otro. Mientras tanto, Adam y Aaron son los nuevos Abel. La parte ‘débil’ de la pareja que es llevada, sin darse cuenta, al juego de su hermano. Pero a pesar de que “Al Este del Edén” nos muestra a Charles y a Cal como los ‘malos’ también nos los presenta como si realmente fueran ellos las víctimas, como si fueran verdugos de sí mismos. No son los que se llevan los golpes, ni los protagonistas de las intrigas de sus hermanos, pero sí son los que más sufren. Por un lado reprochan e incluso llegan a odiar a Adam y a Aaron respectivamente porque son ellos los que realmente se están llevando las buenas palabras de sus padres, pero por otro les quieren y necesitan de ellos. Y esa dicotomía moral los llega a descolocar tanto que terminan haciendo locuras: uno pegando una paliza de muerte a su hermano y el otro contándole a su gemelo una verdad que sabe que no va a ser capaz de soportar y que, de una manera indirecta, acaba con su vida.

a las propias experiencias del lector porque, ¿quién no ha sentido alguna vez esa envidia, aunque sea sana, hacia su hermano? Pero no todo es envidia en la novela del Premio Nobel. En el otro extremo de estas tormentosas relaciones de familia están los Hamilton, con el excéntrico Sam a la cabeza. Dicen que el dinero no hace la felicidad, y parece que es lo que Steinbeck ha intentado dejar patente en esta novela. Ellos son una de las familias más numerosas y a la vez más pobres de la zona, pero no son capaces de sentir ni un ápice de envidia ni entre los propios hermanos, siendo algunos de ellos importantes hombres de negocios, ni hacia sus vecinos.

En esta novela, Steinbeck es capaz de mantener la tensión de esta complicada pugna fraternal a lo largo de dos generaciones en una época en la que el mayor regalo es tener el respeto del progenitor, sobre todo si para paliar ese daño no tienes el amor de una madre. Desde la Guerra de Secesión americana hasta la Segunda Guerra Mundial, el escritor nos lleva por las complicadas relaciones familiares de los Trask apelando, de alguna manera,

El autor lo deja muy claro en un único párrafo del libro en el que expresa los sentimientos del patriarca de esta familia hacia su amigo y vecino Adam Trask tras una de las primeras visitas al rancho de este último, que prometía ser un exclusivo Edén: “Samuel evocó en su mente el bello rancho y las señales de agua. Ningún Welshrats (una especia de profunda tristeza) podía surgir de allí, a menos que él abrigase una envidia disimulada. Trató de descubrir la envidia en sí mismo, y no pudo encontrarla”. Ése era Sam Hamilton, una persona incapaz de sentir envidia, un no sentimiento que también supo inculcar a toda su familia. Y ante ambas familias y situaciones, una duda asalta al leer esta novela, ¿son los poderosos los más vulnerables a sentir envidia y a querer más? Los Hamilton no tienen nada con valor económico y a pesar de ello tampoco sienten envidia hacia quienes sí lo tienen. Sin embargo, los Trask pueden comprar cualquier cosa que pueda pagarse con dinero. Pero los primeros son una familia unida cuyos hijos poseen todo el amor de sus padres y, por el contrario, los últimos están continuamente rivalizando por algo que nunca han conseguido obtener, el amor de un padre o, en definitiva, una familia. 50


Pecados capitales: Envidia

El camino de los otros (“La Leyenda del Rey Errante”, Laura Gallego García) La envidia hace que sean los pasos de otros los que manejen nuestro destino. Cuando ansiamos poseer el bien ajeno, nos olvidamos de a dónde nos conducen nuestras propias huellas.

n Iraide Talavera La Real Academia Española define la envidia como la “tristeza o pesar del bien ajeno” o la “emulación, deseo de algo que no se posee”. Ambas acepciones remiten al ansia de algo que no se tiene pero se quiere alcanzar, y que por lo tanto provoca insatisfacción al sujeto que no lo consigue. Además, quien padece la envidia siente malestar cuando otra persona posee aquello que desea, y bienestar cuando ésta pierde su situación de privilegio. Laura Gallego García (Quart de Poblet, 1977) nos traslada al mundo arábigo de los poetas preislámicos, que compusieron sus obras entre los siglos V y VII, para tratar este pecado capital. El protagonista de la historia, Walid, es un ambicioso príncipe cuyo mayor deseo es ganar un certamen de poesía que se celebra en Ukaz, un lugar donde se dan cita los mejores poetas del mundo. Sin embargo, su padre, el rey Huyr, le advierte de que primero deberá demostrar que es el mejor rapsoda de su propio reino, Kinda. Seguro de su triunfo, Walid accede. Para su desgracia, hay un humilde tejedor de alfombras cuya casida –composición poética arábiga- es más bella que la suya y sale vencedora gracias al apoyo del público y del jurado. El mismo hombre, Hammad, gana las dos siguientes ediciones del certamen, y el príncipe decide intervenir: el premio de la tercera edición será convertirlo en historiador real, y obligarlo a ordenar el archivo de palacio.

Hammad pronto se da cuenta de que la ordenación de los documentos reales es una condena que Walid le ha impuesto para castigarlo. Por ello, trabaja con ahínco para terminar cuanto antes, y pasados tres años puede mostrar el resultado de su labor. Todas las estanterías están perfectamente etiquetadas, y el príncipe no tiene excusas para no dejarle marchar. Pero la envidia del futuro rey de Kinda repta amarilla como la hiel y éste decide someter al historiador a una última prueba, que consistirá en la creación de una alfombra que resuma toda la historia de la humanidad. El tejedor comprende que nunca será libre, pero se pone manos a la obra y emprende una tarea que ocupará lo que le queda de vida. Cuando Walid, ya nombrado rey, descubre el cuerpo muerto de Hammad, encuentra a su lado una alfombra singular. Si la mira detenidamente, de ella empiezan a asomar voces, caras e imágenes que desconoce. De pronto, contempla con horror que es posible que el tejedor haya logrado representar la historia de la humanidad en un trozo de tela, y se percata de la magnitud del castigo que le ha infligido: “él, Walid ibn Huyr, había asesinado al mayor artista que había conocido Arabia y, probablemente, el mundo entero. Había destruido un cuerpo que contenía un alma grande. Por pura envidia”. El nuevo rey decide guardar la alfombra en un lugar seguro, donde su hechizo no pueda dañar a nadie, pero no sabe 51


vivir es la nuestra, no la de otras personas. Asimismo, perdemos de vista valores como la bondad, la generosidad o la empatía, que nos permiten ver al otro como sujeto, y no como un objeto cargado de los atributos de los que carecemos. Cuando Walid se desprende de su identidad y sus posesiones, se libra de la losa de las expectativas sobre sí mismo como rey y como poeta y puede mirar hacia afuera. Es entonces cuando descubre la belleza de lo que le rodea.

que hay gente aún más cruel que él mismo. Su hasta entonces fiel sirviente, Hakim, roba el tesoro antes de poder detenerle. Rabioso, Walid galopa lejos del palacio en busca del objeto hechizado. Será el inicio de un viaje físico y espiritual, en el que, transformado en el Rey Errante, irá encontrando a personajes que le ayudarán a forjarse una identidad nueva. El egoísmo de Walid ibn Huyr se diluirá en la inmensidad del desierto, en los ojos de la joven a la que empieza a amar y en el recuerdo de Hammad, el artífice cuyos dones estaban por encima de las pasiones humanas. También descubrirá que el destino no está escrito, y que, como le decía su padre, “todos somos responsables de nuestras acciones, tanto de las buenas como de las malas. Y la vida siempre devuelve lo que tú das”.

Finalmente, por lo que respecta a la forma del relato, Laura Gallego destaca por su manejo del discurso. La trama está tan bien trenzada

Laura Gallego García ganó por segunda vez el Premio El Barco de Vapor 2002 con esta novela. Dos años antes, había salido vencedora del certamen con “Finis Mundi”, historia que relata las aventuras de Michel, un monje cluniaciense que debe salvar a la humanidad del fin del mundo. En “La Leyenda del Rey Errante”, se presentan de nuevo la metáfora del viaje y la capacidad de los seres humanos de intervenir sobre nuestro propio destino y el de los demás. Por ello, no es de extrañar que ambos relatos estén precedidos de sendos extractos de libros de Paulo Coelho, autor cuyas novelas inciden en que existe una “leyenda personal”, un camino ideal para el que cada uno de nosotros hemos sido designados pero que podemos asumir o rechazar. A pesar de insistir en que cada uno se labra su propio destino, la autora valenciana incluye a los djinns en “La Leyenda del Rey Errante”. Éstos simbolizan a los espíritus que acompañan a cada ser humano a lo largo de su vida. En el caso de Walid, hay un djinn recurrente personificado en un hombre con turbante rojo. Éste cumple la función de faro que señala al protagonista que va por el buen camino, y se asemeja a las señales que cita Coelho en novelas como “El Alquimista”. Quizá se pueda acusar a la autora de articular la historia en torno a casualidades forzadas que llevan al protagonista por una senda previsible, pero cuando ésta sugiere dos finales alternativos para la historia nos damos cuenta de que deja un espacio abierto a otras ramificaciones en la vida de Walid. No obstante, lo que más llama la atención del relato de Laura Gallego es la elección de un personaje corrompido por la envidia, al que a pesar de todo perdonamos cuando es consciente del mal obrado. Una de las razones por las que entendemos a Walid es el conocimiento de la influencia ejercida por su padre, el rey Huyr. Éste obliga a su hijo a demostrar que es el mejor poeta de Kinda para evitarle hacer el ridículo en Ukaz, y la imposibilidad de ganar hace que germine la envidia hacia los logros de Hammad. El joven heredero, en lugar de sentir rabia hacia su progenitor, la vuelca en un hombre humilde, cuyo único objetivo es ganar el dinero de los certámenes para mantener a su familia. El tejedor de alfombras es sólo el responsable indirecto e involuntario de que Walid no pueda demostrarle su valía a su padre.

como la alfombra del tejedor, y cada capítulo nos deja en suspenso, esperando su resolución. Por otro lado, las descripciones que realiza, aunque escuetas, imprimen en la mente imágenes muy bellas. No nos resulta difícil imaginarnos el castillo, el recinto donde se celebran los certámenes poéticos, el archivo, la vestimenta de los personajes… El relato está bien cimentado, pero deja huecos para que nuestra creatividad respire y construya. Por último, es muy meritoria la introducción de poemas preislámicos de modo que su contenido encaje bien en la historia y no resulte pedante, así como el uso de términos en árabe, fáciles de comprender sin que apenas medie explicación.

Los sentimientos de frustración del príncipe no resultan ajenos a los lectores a pesar de que la historia se desarrolle en un espacio y un tiempo remotos. Juzgar con severidad sus acciones implicaría condenarnos a nosotros mismos. Nuestra jerarquizada sociedad actual impulsa a los seres humanos a compararse los unos con los otros, y esta situación provoca que afloren las envidias. Por doquier se nos imponen metas y modelos a seguir que nunca llegamos a alcanzar y que no se ajustan a nuestras necesidades: sacar las mejores notas, tener el mejor coche o gozar de una forma física “envidiable” se convierten en hitos que siempre dependen de una escala de gradación en la que unos quedan por encima y otros por debajo. Olvidamos que cada uno de nosotros es único y que la vida que nos corresponde

En conclusión, “La Leyenda del Rey Errante” es un libro recomendable tanto para los jóvenes como para los adultos. Su exótico continente nos hará volar hacia mundos lejanos, pero su firme contenido no nos dejará escapar de las decisiones –éstas sí, muy cercanas- que vaya tomando Walid ibn Huyr. Como protagonistas del proceso lector, en nuestras manos quedará perdonarnos o condenarnos, tomar o no las riendas de nuestro destino. 52


Pecados capitales: Envidia

La corrosión del alma La envidia es insatisfacción. Las facultades que el envidioso no encuentra en sí mismo, desea eliminarlas en el sujeto que es objeto de sus proyecciones; es la cólera que produce la impotencia de quien no consigue lo que ambiciona y opta por mermar a quien lo posee en lugar de luchar para alcanzarlo. La envidia, en fin, es un cáncer en el alma.

n José Braulio Fernández Riesgo Si echamos la vista atrás y escudriñamos en nuestra infancia y adolescencia, quizá encontremos entre los archivos de nuestra memoria tipos como los dos que protagonizan la novela en torno a nosotros, si es que no nos reconocemos a nosotros mismos en su propia piel; porque, ¿no hemos conocido a ese buen estudiante que carecía de carisma? ¿Y a ese otro que sin ser un dechado siempre fue escuchado y aplaudido por sus compañeros? La envidia nace insospechadamente, cuando ni siquiera se posee conciencia de lo que ese sentimiento de repudio representa; crece en el interior, atrapa a su portador, lo envuelve en su red indeleble; con el tiempo se considera como algo ingénito, se achaca a la idiosincrasia de la sociedad que contamina a todos sus miembros, se cura en salud acusando de su propio mal al entorno; pero el virus no hace más que fortalecerse y corroer los principios, la moral y la humanidad de su portador. Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936) en su “Abel Sánchez” nos narra la vida envenenada de su protagonista, víctima de un terrible odio hacia su más antiguo amigo, casi hermano. Un odio que no es más que una lacerante envidia que araña su alma desde que eran dos adolescentes. Toda una vida padeciendo una de las más terribles enfermedades que Unamuno nos relata desde el conocimiento, porque, como nos ha dejado revelado en algún escrito, era un mal en su máximo apogeo en la época que decidió escribirla. “La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”, decía Quevedo. Y no le falta razón. La envidia es un mal que aqueja a España desde tiempos inmemoriales, bien lo supo Quevedo, que dio con sus huesos en prisión víctima de envidias, al igual que Fray Luis de León y otros tantos que sufrieron en sus carnes los rigores de la envidia ajena; Unamuno no es una excepción. No faltan otros ejemplos famosos, como la que Salieri profesaba a Mozart, tan legendaria ya que obliga a dudar a los más escépticos. Tan lejos hunde sus garras este mal que llega hasta los orígenes de la tradición cristiana con Caín y Abel. Y 51


malgastados con pensamientos envenenados que el tiempo ya no le proporcionará. Joaquín Monegro conoce su mal, quiere luchar contra él, pero todo parece conspirar para que su amargor permanezca latente y cobre vida como un resorte al más débil aldabonazo. Leer “Abel Sánchez” es presenciar en primera persona cómo un hombre se intoxica con su propias ideas nocivas; cómo los que le rodean sufren los daños colaterales de su inseguridad para sobreponerse a su crisis permanente; cómo un hombre con entendimiento se deteriora hasta el extremo de personificar en un niño la solución a su sugestión; cómo, en definitiva, una vida que aparentemente lo tiene todo se vacía con una obsesión insignificante. “Mi vida, hija mía -escribía en la Confesión-, ha sido un ardor continuo, pero no la habría cambiado por la de otro. He odiado como nadie, como ningún otro ha sabido odiar, pero es que he sentido más que los otros la suprema injusticia de los cariños del mundo y de los favores de la fortuna. No, no, aquello que hicieron conmigo los padres de tu marido no fue humano ni noble; fue infame; pero fue peor, mucho peor, lo que me hicieron todos, todos los que encontré desde que, niño aún y lleno de confianza, busqué apoyo y el amor de mis semejantes. ¿Por qué me rechazaban? ¿Por qué me acogían fríamente y como obligados a ello? ¿Por qué preferían al ligero, al inconstante, al egoísta? Todos, todos me amargaron la vida. Y comprendí que el mundo es naturalmente injusto y que yo no había nacido entre los míos. Ésta fue mi desgracia, no haber nacido entre los míos. La baja mezquindad, la vil ramplonería de los que me rodeaban me perdió.” Mientras leemos “Abel Sánchez” nos compadecemos de su protagonista, nos compadecemos e intentamos alejarnos del alcance de su mirada para no ser infectados. Nos apiadamos de su abnegada esposa, nos apiadamos y deseamos rescatarla, hasta que nos damos cuenta de que puede ser su única salvación, su vacuna, la vacuna que todo lo cura: el amor, que no ha sabido sentir por ella, aunque siempre supo que era su vacuna, su salvación. No podemos condenar a Joaquín, no podemos condenarlo porque él es el primero que sabe de su enfermedad, para la que tiene el remedio al alcance de su mano, un remedio que no sabe cómo manipular, como un artefacto con un complicado mecanismo, pero lo intenta con denuedo, con tanta abnegación como la de su esposa por mostrarle la solución. Es un niño desvalido en manos de un demonio despiadado. ¿Qué podemos hacer con un niño que yerra?, regañamos a ese niño, le regañamos con indulgencia porque su infancia no ha sido un camino de rosas. Y seremos indulgentes por caridad, por misericordia, por lástima, tantas veces como se equivoque, ya que nuestra conciencia no nos permite ser rigurosos con una vida tan frágil, que ha sido puesta en este mundo a pesar de su endeblez. Nuestro corazón desea que ese frágil ser humano encuentre la justicia en su espíritu; nuestra razón insensible nos asevera que ese frágil ser humano se destruirá a lo largo de la historia que Unamuno ha trazado en “Abel Sánchez”.

Caín y Abel son los protagonistas principales de la novela, un Caín de nombre Joaquín y un Abel de su mismo nombre. Un Abel con un talento innato para las relaciones sociales y su pasión, la pintura, y un Joaquín con talento, interés y atributos para la ciencia, pero abatido todo ello porque sufre como una llaga purulenta el éxito que su amigo obtiene sin apenas esfuerzo. “-Pero ven acá, hombre -le dijo Abel, con su voz más dulce, que era la más terrible-, y reflexiona. ¿Iba yo a hacer que te quisiese si ella no quiere quererte? Para novio no le eres... -Sí, no soy simpático a nadie; nací condenado. -Te juro, Joaquín. -¡No jures! -Te juro que si en mí solo consistiese, Helena sería tu novia, y mañana tu mujer. Si pudiese cedértela... -Me la venderías por un plato de lentejas, ¿no es eso? -¡No, vendértela, no! Te la cedería gratis y gozaría en veros felices; pero... -Sí, ella no me quiere y te quiere a ti, ¿no es eso? -¡Eso es! -Que me rechaza a mí, que la buscaba, y te busca a ti, que la rechazabas.”

El pasado 31 de diciembre se cumplía el septuagésimo quinto aniversario del fallecimiento de este ilustre escritor y filósofo de la generación del 98. Vaya desde este modesto artículo nuestra humilde contribución para honrar su memoria.

Aun conociendo “Abel Sánchez”, el lector aborda su lectura con estremecimiento, porque sabe que en el interior de esas páginas se esconde un relato tan visceral y angustioso que al finalizar su lectura le resultará imposible extraerla de su mente sin formularse muchas preguntas, sin indagar en los recovecos más recónditos de su memoria buscando ejemplos, quizá en su propia experiencia, que le aporten respuestas y, quién sabe, una redención para esos instantes de vida 54


Pecados capitales: Envidia

El envidioso mundo duplicado Londres, Inglaterra, siglo XIV. Siguiendo el rastro que destila la pluma de Geoffrey Chaucer a través de los tiempos, nos adentramos en “Troilo y Crésida” para palpitar junto a sus personajes una historia envuelta en el fuego de una pasión eterna.

n Roxana Contreras Me gusta imaginar la sensación de cómo sería viajar a través del tiempo. Ser una eterna pasajera en constante movimiento, sumergida en esa abismal travesía. No física, pero sí mentalmente, suelo transportarme en las alas de la imaginación hacia diversos tiempos y lugares. Imaginar cómo sería haber estado allí, en ese lugar, en esos momentos, en ese determinado período de tiempo, pasado pero aún real. En éste momento, viajo a través de la lectura de “Troilo y Crésida”, a través de las palabras de quien se convirtiera en “el padre de la lengua inglesa moderna”, al demostrar a través de sus escrituras la legitimidad artística de dicho lenguaje, en una época donde todavía prevalecían, en su ciudad, el uso del Latín y el Francés. Su lectura me transporta exactamente al año 1385, al Londres de la Inglaterra medieval del siglo XIV. Imagino al “padre de la poesía inglesa” desempeñando sus tareas, en su puesto de controlador de aduanas del puerto de Londres, asaltado por la luminosidad de la inspiración que le dio el impulso de comenzar a sumergirse en la creación de una de sus obras más importantes, no sólo por su calidad literaria, sino también por sus personajes y su manera de retratar, a través de ellos, a las personas reales de clase media, que lo rodeaban y que habitaron junto con él, aquéllas tierras en épocas medievales. Mujeres que prometen reservar su amor eterno, un amor que sin querer se distrae y fácilmente pierde su camino, y así su bienaventurado destino. Mujeres encerradas entre las paredes de su propia rutina. Una rutina que fue cambiando con los años. Mujeres y rutinas custodiadas por las febriles y celosas miradas masculinas, que se creen capaces de maniobrar todo

asunto a su libre antojo, bajos sus propios intereses, sin notar que algo se les puede ir de las manos. Antes como ahora, ayer como hoy, una eterna pasión, que bien podría ser actual, se reitera infinitamente formando y retroalimentando su propio círculo vicioso. Hombres y mujeres, como los de hoy en día, o como los de ayer, enfrentándose a sus sentimientos más pasionales, aquéllos que los desbordan y los hacen víctimas de sus propios actos, con o sin arrepentimientos. En la lectura de “Troilo y Crésida” vamos a encontrar hombres y mujeres, como los de hoy, como los de ayer y como los de más allá a lo lejos, personas reales convertidas en personajes principales de una trama enredada bajo la mágica pluma de Chaucer, esa que es capaz de transportarte a un tiempo hacia otros espacios, como si uno estuviera ahí mismo, viviendo en carne propia lo que Chaucer nos relata, como un personaje más, un espectador extra en el trasfondo de esta atormentada historia. Personajes pertenecientes a la mitología griega que emergen y se transforman bajo la pluma de quien los escribe y retrata, cambiándoles parte de su historia o destino final. “Troilo y Crésida”, de la mano de Geoffrey Chaucer (Londres, 1340/431400), fue considerada como la primer “novela” inglesa, no sólo por su extensión, sino también por la complejidad de la trama que plantea ésta trágica historia y el tratamiento que reciben sus protagonistas, a través del cual podemos percibir y entender las diferentes psicologías de las que están compuestos dichos personajes. Ésta es una historia que, hoy en día, puede estar abandonada en un rincón del olvido para algunos, o siendo desconocida para el que todavía no la haya 55


voluntad, para dominar su corazón, con una mirada, su corazón se prendió fuego.” Y envuelto en ese fuego eterno el corazón de Troilo ardió infelizmente hasta consumirse, por aquélla hermosa dama que “se asemejaba a un ser inmortal, tal como una criatura celestial perfecta que fuera enviada para burlarse de la naturaleza.” Eligiendo ser el artífice de su propio destino, causando su propia desfortuna, Troilo se convierte en un esclavo más del maldito amor, manteniéndolo éste en la desdicha. Su discurso y sus preguntas, sus pensamientos y sus actitudes despiertan la envidia en los dioses del amor, que buscan vengarse para calmar su enojo envidioso. Un aparente amor mutuo jura fidelidad y constancia. “Tampoco desobedeceré tus mandatos, y si lo hago, estando tu presente o ausente, por amor de dios, mátame con la acción si eso requiere tu femineidad” – Exigía Troilo en sus ahogadas y penosas palabras. En la voz de un narrador a veces camuflado, Chaucer, se adelanta a su tiempo, siendo un defensor de la soberanía de la mujer sobre sus hombres. No nos olvidemos que estamos hablando de las mujeres de mediados de 1380. Así es retratado Troilo, bajo la pluma de Chaucer, reconocedor subyugado ante la soberanía que ejerce sobre él la femineidad de su amada Crésida y su amor avasallante. Y como dijera Pándaro, envidioso y ambicioso tío de Crésida, “ningún hombre podrá ser íntimamente feliz, creo, si nunca ha estado en pena o dificultades.” El amor clandestino es interrumpido por el día que se aproxima cargado de envidia y los amantes apenados deben separarse. Un pacto de amor exagerado marcado por el fuego de sentimientos frenéticos, exacerbados. En su pena y pesar, Troilo maldice y dispara contra toda envidia ajena, contra todo el o lo que la posea, que le causa tanto sufrimiento. Con las lágrimas de sangre de su corazón derritiéndose, Troilo demanda “guardar el mañana” al envidioso día cruel y a los envidiosos dioses, que juegan a tirar dados estableciendo destinos fortuitos; y deseoso de poder atar la noche a su hemisferio, para ocultarse, con su amor, bajo el refugio de su negrura insondable, se marcha prometiéndole a Crésida: “ya que el deseo en éste instante me muerde tanto que ya estoy muriendo, pero regresaré.” Y así lo cumple, después de haber cumplido su fatal destino truncado, Troilo, en la viva voz de su espíritu, nos deja pensando en lo absurdo de la vida, porque puede que “el suceder de las cosas sabidas de antemano ciertamente sea necesario”. En este “triste poema que llora a medida que lo escriben”, para el autor y narrador de ésta historia, que como el dios del amor, “dispone mediante sus leyes, que los méritos verdaderamente sean, los que vengan por predestinación”, supone “que todas y cada una de las cosas que sucedieron alguna vez y sucederán han sido causa de la misma soberana providencia que sabe todo de antemano sin ignorancia.” El autor nos asegura que cuando sabe “que algo sucederá, deberá suceder y así el suceder de cosas que han sido sabidas antes de suceder, no pueden ser evitadas de ningún modo.”

leído, es como una de esas cosas, que según Chaucer, está por venir, y todo lo que está por venir, viene por necesidad y figura en el mapa del destino su eventual advenimiento. Todo lo que está por venir, tiene que ser, por el solo hecho de ser necesaria su existencia o llegada. Esta historia no puede quedar en la postergación, ni oculta tras el polvo del olvido en un cajón añejado, vale la pena sumergirse y deleitarse con las palabras de Chaucer, el poeta inglés más importante de la Edad Media, quien realizó un gran aporte al desarrollo del idioma inglés y con la calidad literaria de sus obras, afianzó las bases de la literatura inglesa. Palabras que lo invitan a uno a viajar, a rescatar del olvido y reconstruir viejos mundos olvidados y deshechos, que sólo se pueden presenciar, tan singularmente, en la propia imaginación. Chaucer, con sus palabras, teje un puente que nos transporta, situándonos en un trasfondo de guerra. Troya. Los Griegos invaden la antigua ciudad de Troya, pronto a ser destruida, según el profético visionario Troyano Calchas, padre de la bella Crésida. A lo largo de la historia, narrada en forma de extenso poema, afloran sentimientos que se transforman en piedras, piedras en el camino que condimentan la trama. El deseo deshonesto, la tristeza o irritación, producidos en diferentes personajes, por el deseo de la felicidad ajena, el deseo de poseer lo que no se tiene. La envidia, ese sentimiento tan vil, que embriaga y nutre a la vez, a diferentes personajes, en ésta desdichada historia, causado por variados motivos que en el fondo son una misma causa. La envidia toma a sus prisioneros, quienes poseídos por éste pecado, parecieran no controlar su propio obrar, dejándose llevar por una fuerza superior que los impulsa a actuar, bajo dominio de éste egoísta y resentido embrujo del cual son presos. Como en el caso del visionario del pueblo, capaz de sacrificar la felicidad y destino de su propia hija a favor de los poderosos dioses que lo guían, en nombre de sus propios intereses camuflados. Dispuesto a arriesgarlo todo, cruzando destinos opuestos, ganándose el título de traidor, ese que otorga el relacionarse con sus enemigos más públicos, más íntimos y frontales, el visionario parece no ver (o no querer ver) las consecuencias de sus actos pintados en el pálido lienzo del futuro. El amor puede convertirse también en algo así como una criatura envidiosa, que engendra dentro de sí mismo, retroalimentándose, una envidia más violenta aún que puede expandirse sin límites. “Quien tanto poder había tenido sobre su 56


Cuando un amante de los libros está pensando en un librero, lo está haciendo con el perfil de Adolfo López Chocarro. Curioso y valiente, emocional y un poco niño. Una persona que disfruta con su trabajo como si fuera provisional, como si fuera el primero. Un verano cualquiera, olvidado, un joven se mete en una librería y sueña con vender libros: en ese estado convive Adolfo con sus libros, su participar biblioteca abierta al público. La Librería Zubieta cuenta con el cariño y la vocación de un librero típico en los míticos y perdido en la realidad. Estamos de suerte: la literatura está a salvo.

Adolfo López Chocarro

LIBRERÍA ZUBIETA (San Sebastián)

Vocación: librero n Fusa Díaz 1. Nuestro número #18 va sobre la envidia, y probablemente es el pecado que más puede afectar a un autor sin autoestima. ¿Qué es para usted la envidia?

Sonará a librero mentiroso, pero no, no tengo alma de santo, vicios y pecados tengo, muchos, pero éste no, soy de los del paso atrás, a lo Robert Walser: mejor en la sombra, aprendiendo, caminando.

Es uno de los sentimientos, junto a los celos, más triste y duros de sobrellevar, pues, como apuntas, nace de falta de autoestima y de una frustración egoísta, del deseo de posesión como objetivo en sí, no como medio para la felicidad. Y no soporto el egoísmo y la soberbia, me enojan sobremanera. Y ¡ay, en el mundo literario, que comunes son todos ellos!

2. Ser librero hoy en día es casi un acto de valentía, se podría decir. ¿Qué pasará con vuestro gremio si el papel desaparece antes de lo que esperamos y deseamos?

En mi caso, no me considero envidioso, tengo cierta alma de ermitaño, y las posesiones materiales me son algo indiferentes: ni coches caros, ni casas con piscina, ni trajes de Armani; con un buen montón de libros, buena música y una conversación, soy feliz. Envidia es poseer para ser igual o mejor, más que, y que se sepa; pero yo no envidio, admiro, a los mejores, por su conocimiento, su capacidad para crear arte, como ejemplo a seguir, como meta por la que pelear, pero para ser, no para aparentar y figurar, y siempre con el objetivo de ser compartido, no poseído.

La gran pregunta. Hace poco escuché que el futuro del libro electrónico es el papel, que todo volverá a su sitio, compartiendo espacios y mercado. ¿La verdad? A día de hoy no lo tengo muy claro, pues si bien pertenezco a la vieja guardia del amor reverencial al papel, al objeto perfecto que es el libro, como medio de comunicación, arte y conocimiento, no puedo ocultar que las posibilidades de lo digital son infinitas, grandiosas, tanto por la facilidad para acceder a cualquier obra o texto, en una democratización sin parangón de la cultura, ya libre de espacios y fronteras, como por las posibilidades de su tratamiento multidisciplinar (texto, audio, imagen, vídeo). No neguemos la evidencia, de hecho


yo ya disfruto de ello, y seguramente las nuevas generaciones no tendrán tanto amor al papel, nacen digitales. Es tiempo de cambio, de transformación: el mail suplanta a la carta, el ordenador al lápiz y a la máquina de escribir, el Flipboard a los periódicos del domingo; aunque no seamos apocalípticos, todo es compatible, no excluyente, como no lo es para mi hijo jugar a la oca y luego a la Wii. Porque librerías físicas, tradicionales, habrá, sí –lectores en papel seguirá habiendo, siempre-, como hay tiendas de cd o vinilo, prensa de usar y tirar, de libros de antiguo o de antigüedades, pero pocas y escogidas, con un modelo de negocio distinto, librerías más de fondo, especializadas, selectas, y mucho más personales, a modo de centros culturales y reunión, haciendo lectores, creando rutas de lecturas, incitando a redescubrir lo clásico, descubriendo lo nuevo, quizás sin precio fijo, haciendo alianzas en una red de librerías y editores, dando batalla de formas distintas. Incluso serán librerías donde los libros no sean la única o máxima fuente de ingresos (integrarán cafeterías, teatros, exposiciones, cursos, objetos y caprichos de tipo cultural, etc.), pero donde el contacto humano y un entorno amable para la compra (la importancia de “la experiencia de compra” que decía un amigo hace poco) seguirá siendo muy importante, su punto fuerte. En ellas el librero sigue siendo una mezcla de agitador y de cauce, enlace, y abierto siempre a la sociedad y sus cambios, en primera línea, y sobre todo abierto o plenamente digital -a su selección y distribución, a su divulgación-. De momento, en nuestro sector, si pasamos a lo digital, vemos un maremágnum algo caótico para adquirir, informarse o compartir lecturas con calidad; son los inicios. Y aquí entramos los libreros, o como nos denominemos en los años digitales venideros. Los libreros debemos, como digo, saber buscar nuestro

hueco, para hacer de nuestra profesión, de nuestra pasión, algo útil y necesario, ya sea en los medios puramente digitales –portales y publicaciones digitales serias y profesionales, de difusión y venta-, como combinando el local físico con el trabajo en las redes. Será una combinación de muchas cosas para sobrevivir. Necesitamos una renovación, crecer en todos los campos, movernos, adaptarnos; y ya. Ah, sí, habrá muchos, muchos cadáveres por el camino, ya lo estamos viendo, pero nuestro deber, nuestro acto de valentía, está en reinventarnos, para seguir defendiendo la palabra, el conocimiento, el arte y los valores que han distinguido a nuestro gremio, independientemente del medio o el formato.

libreros nos pueden dos cosas: primero el gran error de enamorarnos ciegamente de nuestro producto, y perder el objetivo de la rentabilidad, del marketing y la venta; y por el otro, y con relación a la pregunta planteada, el orgullo algo elitista y esnob, de tener y vender sólo lo que creemos que es arte, lo verdaderamente bueno. ¿Se puede sobrevivir siendo un talibán literario? Sí, sobrevivir sí, si hay o se crea una masa de clientes que lo sustente, y que uno se trabaja como un jabato. Pero hay que ser realistas, es muy complicado, sobre todo en las pequeñas poblaciones, y al igual que pasa con la televisión, el ocio, o la prensa, hay que saber aceptar cómo es la sociedad, y jugar con ello, equilibrando lo masivo y de más baja calidad -la gran mayoría de los best-seller-, el lado de ocio frugal, lo práctico (el libro de texto, la papelería, la prensa, los objetos de consumo ‘cultural’), con lo verdaderamente bueno, con la gran literatura, el ensayo de calidad. Saber combinar, para vender -porque sí, somos vendedores, hay que sobrevivir- sin perder nuestro otro gran objetivo, porque yo lo vivo así: el ejercer el papel de difusores, de camino hacia todo lo que de verdad tiene calidad, abrir horizontes, pelear por cambiar de la realidad lo que no nos guste. Con humildad, con personalidad, con valores, y sobre todo, con valentía.

Es una verdadera maravilla poder ser parte de todo el proceso creativo y de edición, y esto redunda positivamente en la librería, en los clientes, en toda la cadena editorial

3. ¿Para que una librería no se hunda, es necesario combinar bestseller y libro puramente literario, o se puede sobrevivir sólo de los segundos? Sobrevivir… he ahí la cuestión, y todo es cuestión del grado que le pongas a esa supervivencia. Los libreros –y muchos editores- sabemos que no nos haremos ricos, nuestro sector siempre ha estado en crisis, esto es vocacional, pasional, y al final la librería, la de raza, es algo muy personal, una especie de biblioteca propia abierta al público, donde unos libros llegan y otros se van. Pero como siempre, a los

4. El “Librero a mi pesar” comentó que se hizo librero por ese momento del cierre en el que quedas a solas con tu espacio, con los libros, en penumbra. ¿Por qué se hizo librero Adolfo López Chocarro? Javier Morote es un gran librero –sí, lo será siempre, orgullo y condena-, y sin duda ése es uno de los grandes momentos, éxtasis de los que tenemos a nuestras librerías como un hogar, nuestro templo sagrado, es algo que no se puede


explicar del todo bien, es un instante que combina nuestra común bipolaridad: nuestra vocación pública y orgullo profesional, con nuestros reprimidos deseos de misantropía y ser ermitaño. La soledad al fin compartida con nuestros libros. ¿Por qué librero? En mi caso empezar en esta profesión fue una carambola, nada premeditado, si bien supongo que era mi destino. Yo provengo de la Historia, era ratón de archivos y bibliotecas, de trabajos en el Castillo de Simancas o la Real Chancillería vallisoletana, trabajando entre legajos viejos para investigaciones museísticas. Pero desde niño, sobre todo por mis años en cama por enfermedades varias, los libros han sido siempre mi gozo y mi refugio, mis hermanos, mis verdaderos compañeros de viaje. No sé entender la vida sin la literatura (y la música), soy un letraherido sin remedio, el conocimiento, el arte, la curiosidad, lo son todo. La crisis eterna de la investigación y la cultura en las instituciones, y mi pasión por el libro me tentaron a probar el sueño de vivir no sólo por los libros, sino de ellos, y por suerte, una eventualidad, y entré en plantilla en la donostiarra Librería Zubieta. De esto hace ya casi una década, y algo que creí momentáneo se convirtió en mi pasión, mi vicio, porque ser librero es vicio, mezcla de fustigamiento y mera supervivencia, de disfrute (¡al fin todo los libros a mi alcance, sin restricciones, una biblioteca inmensa a mis órdenes!), de resistir las situaciones extrañas que se viven trabajando cara al público, con esos minutos sublimes de compartir tus sueños con otros como tú, de abrir caminos librescos a curiosos como nosotros, hacerles felices; y de esos momentos, como apagar la luz, echar la reja, y sentirte en casa, sí.

visibilidad. Tenemos que defender y reivindicar nuestro trabajo, nuestro papel tradicional, frente a los editores y a la sociedad, que se revalorice, por nuestros (posibles) conocimientos, bagaje y profesionalidad, como por ser el ‘justo medio’ que mejor puede conocer esa extraña magia que hace que un libro pueda o no tener éxito, utilizar nuestro olfato para la libresca pelea callejera. Como libreros, en general, nuestro papel en lo literario no pasaría de ser los medios para hacer llegar cada libro a su ideal lector, mero cauce, pero yo no sé entender mi trabajo, como ya he dicho anteriormente, sin su componente personal y subjetivo, donde cada librería tiene su estilo y preferencias claras, y aquí el papel del librero ha de ser, primeramente, el de luchar por lo que cree ‘mejor’, de más valor, apoyándolo, difundiéndolo, un componente de agitador, y en este caso hace ya unos cuantos años que peleo por dar a conocer a buena parte de los nuevos editores independientes, sus catálogos e iniciativas, como ejemplo de labor artesanal, de catálogos coherentes y de alta calidad, mezcla de tradición y vanguardia.

¡Al fin todo los libros a mi alcance, sin restricciones, una biblioteca inmensa a mis órdenes!

5. Cada vez más la opinión del librero es tomada en cuenta, tanto o más que la de un crítico, y participan incluso de fajas o citas para promocionar un libro. ¿Qué papel juega usted en el mundo literario? La opinión del librero siempre ha sido tenida en cuenta, en mayor o menor medida, pero creo que su realce ha venido de manos, primero, de las nuevas editoriales independientes –la mayoría muy literarias-, mucho más cercanas y necesitadas de nuestro empuje; y segundo, de nuestro nuevo papel difusor en el mundo digital y las redes sociales, que nos han reposicionado y dado más

Para todo ello, cualquier arma es buena, y así participamos en el mundo literario: con escaparates y selecciones atrevidas en nuestras ciudades; con nuestras webs, blogs y redes sociales difundiendo las nuevas propuestas; en fajas y contracubiertas, reseñas y colaboraciones en prensa y publicaciones culturales, presentaciones y charlas, fomentando clubs de lectura, etc. Cada cual escoja su compromiso, su papel, pero yo no me siento un mero vendedor, quiero ser un enlace y un difusor, con vocación pública, darnos a la sociedad. 6. Hay una especie de red entre librerías como la suya que se apoyan, mediante redes sociales, y se dan cierto consuelo. ¿Es necesario? Ay, qué gracia lo del consuelo… Pues yo creo que sí, las redes sociales, además de posicionarnos ante nuestros clientes -creando ese feedback maravilloso- y los editores –conociendo sus iniciativas antes de salir del horno, y con una camaradería y unión de fuerzas preciosa-, nos ha unido de golpe a un buen montón de libreros, que estábamos desperdigados en nuestras librerías o asociaciones locales, sin verdadera conciencia de grupo, para unir fuerzas y darnos ánimos, para unirnos a iniciativas de difusión –como “Los Libreros recomiendan”, por ejemplo-, o para formar páginas y grupos donde aliviarnos de nuestros clientes extravagantes y contar anécdotas increíbles


Tenemos que defender y reivindicar nuestro trabajo, nuestro papel tradicional, frente a los editores y a la sociedad

(-Perdonen, ¿tienen algo de Hemingway?; -Sí, “El viejo y el mar”; -Pues póngame “El mar”), para llorar las penas de los problemas comunes con editores, comerciales, distribuidores y transportistas, consolarnos, sí, y sobre todo, para reírnos de nosotros mismos, con saña descarriada, ya que la gran mayoría estamos todos un poco locos de atar, incluso hay quien dice que somos peligrosos. 7. Háblenos del premio literario que usted quería proponer al gremio de libreros del País Vasco. En una situación tan cambiante y confusa en la que está inmensa el sector editorial, y especialmente las librerías, creo que el gran valor que los libreros pueden aportar es el prestigio, el ser garantes de la buena literatura clásica y la recién hecha, la recomendación de los buenos libros y los autores que pasan desapercibidos a los buenos lectores. Apostar por ser guía, faro entre el caos editorial, especialmente en nuestro país, loco de editar sin medida.

Por ello, mi propuesta inicial es la unión de los gremios de las 3 comunidades de Euskadi, y apostar por un premio muy similar al Llibreter catalán, donde los libreros comprometidos abandonen la desidia actual, y buscando la complicidad de las instituciones públicas y privadas, sin grandes alardes y medios, apostemos por un premio donde no se valoren únicamente las ventas –como hasta ahora, algo penoso-, sino que haya un proceso de propuestas y votaciones en varias fases a lo largo del año, desde todas las librerías agremiadas, para, en una mesa final, se decidan unos candidatos en dos jurados, y elegir el mejor libro a destacar o rescatar editado en castellano y euskera, y por último, conjuntamente, un premio a un autor-artista vasco del año, por su trayectoria, conjugando la calidad con el impacto en medios, y con ello en los lectores. O empezamos a movernos en estas direcciones, y otras mucho más audaces, tanto en los gremios, como en las librerías, siendo referentes y apuestas seguras para los que quieren un buen asesoramiento y guía –tanto en los libros de formato en papel, como en el digital-, o poco camino nos queda por recorrer. Y esto sólo debería ser un tímido inicio de todo lo que queda por hacer… 8. ¿Le piden consejo los clientes de su librería o acostumbran a ir por libre? ¿Se ha perdido ese perfil de librero que funciona casi como un consejero literario?

¡Al fin todo los libros a mi alcance, sin restricciones, una biblioteca inmensa a mis órdenes!


Por suerte, nuestra librería tiene fama de ser de las de recomendación, la gente apenas rebusca en los estantes, directamente se planta en el mostrador y se deja llevar de tu mano, algo maravilloso. Yo, de hecho, no sé entender mi trabajo sino es como una especie de labor detectivesca, arrancando el título que quiere y aún no sabe, al viejo modo socrático de pregunta-respuesta. Seguimos siendo consejeros literarios, ya sea como “sacerdotes” laicos que escuchan a los nuevos fieles, pacientes, para guiarlos por la senda del vicio lector, o como amigos de ese cliente-lector voraz que necesita una droga nueva y más dura, que puede estar en un clásico recuperado o en una nueva voz, y que sabe que tú sabrás elegir para que suene afinada su lectura, sin olvidar a los primeros lectores, y sobre todo ese arco de 12 a 16, tan complicado, en el que en cada lectura mal elegida te juegas un futuro gran lector. No, no se ha perdido ese perfil de consejero, y si se pierde, apaga y vámonos, yo me bajo en la siguiente parada. 9. Las editoriales independientes se mueven por los diferentes puntos de la geografía española promocionando de tú-a-tú sus libros. ¿Funciona así su librería? ¿Lo cree importante? Estar en la periferia nos tiene algo alejados del mucho mimo, pero en general sí, solemos recibir visitas de editores de las nuevas hornadas. Por lo general, no todos los libreros los reciben con tanta pasión como yo, muchos piensan que es una pérdida de tiempo, molestan con sus sueños locos y sus catálogos extraños. Allá ellos. Para mí es un privilegio, emoción e ilusión, creo que hay pocas cosas tan bellas como vivir y compartir esas sueños, charlar de esas ideas frescas, de los proyectos, me gusta que el libro también se haga piel, rostro, tener el lado humano… Me fascina, y no hay duda, es vital para su posicionamiento, se miran de otra forma, se miman más, y sobre todo en apuestas más arriesgadas esa explicación es vital, pues te sientes parte del proyecto, y te lanzas a darlo a conocer a tus clientes con otro ímpetu. Sinergias comerciales y mayor humanidad, y en muchos casos, cariño y amistades eternas: ¿se puede pedir más? 10. ¿Está al día de las novedades literarias? ¿Se ocupa usted

personalmente de seleccionar qué libros vender en su librería?

TEST -Una escritora: hoy te diré Anna Ajmátova; mañana otra, tantas. -Un escritor: Robert Walser en prosa, Pushkin en poesía. -Un libro que salvar de un incendio: como en la respuesta anterior, por razones no tanto literarias como personales, Catedral, de Raymond Carver, y de seguido irían lo cuentos de Chejov. Seguramente ardería dentro, eligiendo. -Un libro para regalar siempre: de 7 a 99 años, sin dudar, La isla del Tesoro. -Una ciudad literaria: París. -Un estilo: es complicado hablar de estilos, es algo propio de una época o de cada autor, y la verdad, me gusta todo estilo si el lenguaje surge desde las tripas, completamente manchado de sangre y fantasmas. -El libro que más le ha hecho reír: por ser uno de los últimos, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, de David Foster Wallace. -El libro que más le ha hecho llorar: recuerdo cuanto lloré de niño leyendo mi primer libro de Dostoievsky, que contenía su Nietoska Nesvanova y Noches blancas, fue un impacto. Y quizás he llorado mucho sufriendo con los poemarios de Ajmátova. Pero reconozco que me cuesta llorar leyendo. -La mejor literatura está en... ¿qué país?: Uy, eso es imposible de responder con un solo país, pero diría que tengo el alma en Rusia, los sentimientos a flor de piel en Francia y los recuerdos amargos en Estados Unidos.

Pues de modo totalmente pasional puedo decir que sí a todo. Primeramente porque soy muy ansioso y curioso, me gusta saber todo lo que ha salido, y lo que está por llegar, me gustaría leer millones de libros a la vez, y reconozco que cuando llegan las cajas de ciertos distribuidores me tiemblan las canillas por ver todo lo que llega; además, afortunadamente, y como ya hemos comentado anteriormente, ya sea por la labor a pie de librería de las editoriales independientes y distribuidoras, como en las webs, newsletters, revistas literarias, y muy especialmente en las redes sociales, los libreros hoy podemos estar más que al día, en pasado mañana, con programaciones, adelantos y maquetas de publicaciones, etc., en una comunicación muy activa con editores, autores, traductores, ilustradores… Es una verdadera maravilla poder ser parte de todo el proceso creativo y de edición, y esto redunda positivamente en la librería, en los clientes, en toda la cadena editorial. Ah, sí, me encargo, junto con mis compañeras –cada una en su sección-, de la selección de las compras de novedades, especialmente las literarias y ensayo, apostando por lo que consideramos de verdadera calidad, con miras a unas recomendaciones claras y bien comunicadas –en librería, y la red-, pues la excelencia en la selección y el trato al cliente, además de un entorno estudiado, ha de serlo (casi) todo. 11. ¿Qué libro ha recomendado más? Otra vez me lo pones complicado, pues normalmente la gente es algo testaruda a la hora de salirse de sus géneros favoritos, pero si hablamos de estadísticas, te diré que seguramente en poesía siempre tengo en boca a Karmelo Iribarren –poeta donostiarra, para muchos desconocidos en su misma ciudad-, las obras de Schintzler, Chejov y Walser en narrativa, Armas, gérmenes y acero de Jarel Diamond en historia, en biografía el Fouche de Zweig, en histórica –la tomo como tal- Un puente sobre el río Drina de Ivo Andric, o La Isla del Tesoro en juvenil. Ahora, si me preguntas cuál es el que más me gusta recomendar, o animar a su lectura sin miedos: Guerra y paz.


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Todo lo que envidio de un escritor (Homenaje en forma de abecedario a Lois Pereiro) n Pedro Larrañaga Antes de empezar, el Abajo firmante de estas palabras, quiere reconocer Ante las Autoras que el sentimiento es el mismo que ante los escritores. Mi envidia no entiende de sexos, sólo de mi falta de Armas para Afrontar una forma distinta de Arrancar este Abecedario. Belleza, esa es la clave a fin de cuentas. Ser capaz de hacer Bailar las Bes altas con las ves Bajas como si fueran Botellas que giran sin pausa sobre páginas en Blanco, transformando su danza en la Búsqueda Brillante de un único fin: la Belleza. Crisis: Cuando Cuesta Creer en la propia Capacidad, Cuando esa sola Cosa que sabes hacer, que Crees saber hacer, no te arranca nada más que Caricias Crueles. Esa sensación de Caer, sin que haya Cielo al que subir si mueres. Si no escribes, no hay nada. Cero. Domar letras, palabras, frases y párrafos. Doblar las esquinas de la realidad, sin saber Dónde estará el próximo Destello, ese fogonazo que pondrá a tus pies a todos los Dioses, paganos o no. Deformar el mundo para que sea el lugar Donde quieres Descansar. Esperanza al Escribir la primera palabra. Esperanza al hacer el Esquema sobre el que se asienta la trama. La Emoción ante Ese nuevo Experimento de personajes, Escenas, Encuentros y Emociones del que Eres el único responsable. Creer que tienes un Escudo con el que cubrirte en un mundo demasiado prosaico (y Ese sí que es un Enorme Error). Final. Cerrar el cuaderno o el ordenador, tanto da, porque lo único importante es mirar de Frente al espejo. Sentir esa Furia que brota de tus poros, cuando has alcanzado la Fecha en la que todo termina. La sensación que hace temblar tus manos como si Fuera algo parecido a la Felicidad. No es la Felicidad, no te Fíes. Se le parece, pero no lo es. Ganas de empezar de nuevo a Gobernar los pasos de unos personajes tan Generosos que ponen su vida en tus manos sin volver la vista atrás. Unas Ganas que no te abandonan a pesar del Gélido ambiente que te rodea (es lo que tiene escribir en medio del frío de la madrugada), mientras extraes palabras con esfuerzo, como un Goteo de tu propia sangre transformada en tinta. Un Grito en medio de la noche, con el sonido de las teclas marcando el ritmo de tu triste Guarida. Historia de aventuras, Historia de amor, Historia de personajes, Historia de traición,… La Historia, lo único que importa. El héroe o la heroína superando retos tan Humanos como Hablar del dolor, como Hurgar en Heridas sin cerrar antes de que la Histeria, algo 62

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muy distinto a la Historia, termine por ahogarlo todo. Sólo así Habrá una posibilidad para el Héroe, para la Heroína y para todos nosotros. Inicio con una Imagen Impactante. Una frase llena de Ímpetu que Impida al lector alejarse un solo Instante de tu senda. De ese camino que tú has inaugurado sólo para él. Porque, aunque en ocasiones seas un Iluso y creas que escribes para ti, escribes para no terminar en un Infierno en el que nadie quiera leer. Jugar a buscar la metáfora exacta. Sugerir fórmulas y claves que permitan a Jóvenes y mayores dar con el asesino o hacer el Juicio acertado, porque todos tienen derecho a experimentar el Júbilo que provoca una Jornada que merezca la pena. Ya sabes, la cuestión no es si es Jueves o viernes, sólo es una Jornada que merezca la pena si no ha sido más que un Juego de niños. K. Letra desconcertante con la que no sé hacer nada más que pedir un Kilo de plátanos o hacer el cálculo de los Kilómetros que faltan para encontrarte. Ya sabes, no todo el mundo puede ser como Kafka, no todos podemos crear un Joseph K de la nada. De ahí la envidia que lo mueve todo en mi caso. Lujo que no proviene de joyas, premios, dinero o alabanzas (aunque sé que hay quien lo hace por eso). El Lujo de poder contar con una Lanza que arroja Luz en medio de grutas oscuras bajo la tierra. El Lujo de que tus Luchas no tengan nada que ver con conseguir ver tu nombre brillando en un Letrero Luminoso. Tu Lucha es un duelo cara a cara con el Lector. Menú plagado de Mañanas en las que tu Madre no te sirve el desayuno. Porque una mañana no es más que las horas antes de 63


que llegue el Mediodía y tu plato esté vacío. Tú no te alimentas de Manzanas o Mollejas rellenas. Tus bocados son un Montón de hojas arrugadas junto a la papelera. Por eso sigues perdiendo peso, por eso el color de tus ojos tiene un Matiz distinto, porque te alimentas de algo más. Y no lo compartes. Novedad cada vez que cae la noche porque todas son distintas (o deben serlo). Sólo de ese modo podrá la nieve cubrir por completo una playa del Caribe. Eso es lo que puede pasar cuando Nacen tres palabras encadenadas. Pero antes es Necesario dejar atrás todos esos viejos prejuicios sembrando de Napalm tu cerebro porque todo lo que habías criado en él no sirve para Nada. Años. Uno, dos, tres, cuatro,… mil. Da igual, el tiempo no es la cuestión, lo importante es mirar a los ojos a la dama de la guadaña sin avergonzarte por no haber escrito esa historia. La tuya. Porque todos tenemos una historia. Objetivo que guía tus pasos hasta dar con ese Orgasmo en soledad (no, no, nada tiene que ver con el Onanismo) en el que todo encaja. No hay Obstáculos imposibles de sortear si Ondeas la bandera adecuada. La tuya no es blanca, porque no vas a rendirte, al menos hasta que no llegue el Ocaso. Ponerte a prueba cada vez que miras a la Página en blanco. Cargar con el Peso de la duda, ya que, al final, sólo hay una Pregunta: ¿merece la Pena? No lo sabes. Sólo cuentas con una Posibilidad escondida en un cuarto oscuro tras una Puerta o subida a lo alto de un Peñasco de mil metros de altura. Y el vértigo es una de tus Peores Pesadillas. ¿Qué es? ¿Qué quieres? ¿De Quién es el reflejo que te observa desde el espejo? Cuestiones que todos Queremos resolver, pero de las que sólo algunos son capaces de dar con la respuesta del modo en el Que siempre lo habían soñado. Rabia cuando no Recuerdas la idea que lo puso en marcha, que le dio sentido. Respirar con dificultad cuando las cosas no salen, cuando el sujeto y el predicado han perdido su verbo, cuando en el Rincón en el que guardas tu genio no hay nada. La Rabia que da no poder seguir el Raíl marcado porque tu tren se ha ido hace mucho tiempo hacia el horizonte. Seguridad al esperar que tras cada Silencio haya una emoción a punto de Saltar. Un pacto Sellado que da aplomo a tus pasos Sobre un terreno fangoso. Un Sentimiento

que te permite disfrutar en un Sótano lleno de Susurros ininteligibles. Pueden parecer las voces de Sátiros y diablos, pero tú Sabes que Son tus musas, a las que les gusta Sonreír con estridencia en la oscuridad. Triunfo, pero no como una Terapia contra tus complejos, si no como un Trozo (que no un pedazo) de eternidad. Tolerar el fracaso porque es sólo un ensayo del que Terminas por aprender. Subir una Tapia como si fueras un chiquillo Travieso que sólo espera una Travesía por un bosque en el que el viento silba en Tus oídos: Tienes que continuar. Un universo en cada archivo guardado en el escritorio. Un Último esfuerzo para poner en su sitio el cielo, la Tierra, el sol y la luna. Su lugar y ningún otro. Volver, una Vez y otra más, a abrir esa Ventana y permitir al águila iniciar su Vuelo (majestuoso, soberbio) en busca de una Vida que no sabe de jaulas, Victorias o derrotas. Ver en cada perífrasis un Vástago que crece

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para alejarse de tu lado. El Vacío ante su marcha, porque siempre duele Ver marchar a un hijo. Wish to know What to say everytime that I see you. Because I can live without you (whatever Bono says), but I don’t Want to. Xamais esquecer esa terra onde Xorden Xoias de cor esmeralda en cada amencer. Escoitar os cantos dos paxaros en busca das Rías Baixas, cun libro de Manuel Rivas, Suso de Toro ou o inesquecibel Lois Pereiro entre as mans. Esa é a promesa que estou a facer neste texto extraño que está a piques de chegar ao seu final. Y: conjunción copulativa encargada de unir, de hacer que siempre estén juntos el hoy y el mañana, la intención y el resultado, el deseo y la esperanza. Tú y yo. Z. Una letra sin palabras. Lo único que soy capaz de hacer, todo lo que me aleja de ese escritor que envidio. La Z, el final.


Voces

Las hermanas gemelas de Bette Davis Alba Stephen y Cecília Paim Cuando Carlota tenía cinco años… No. No era Carlota. Mi hermana no se llamaba así. Espera, Juan. ¿Cómo se llamaba? Tenía diez años cuando se murió. Ella tenía cinco, pero no se llama Carlota. ¿Carla? ¿Carolina? Soy incapaz de recordar su nombre, J. Es la primera vez que me ocurre esto. ¿Cómo es posible? Y no me digas que es el primer síntoma de olvido, porque hace mucho que no recuerdo el rostro de mi hermana. Mi memoria lo ha borrado. No, para no crearme dolor no, para no recordarlo, J. Nadie quiere recordar la muerte de un ser querido. Y yo dormía con ella todas las noches, la una al lado de la otra, como siamesas, y ahora no me acuerdo ni de su cara ni de su nombre. Creo que empezaba por ce, ¿o era por eme? No, estoy casi segura que era ce. ¿Celia? Joder, J. No me hables mientras intento pensar. Me vienen escenas con ella tan claras como el agua, y no puedo llamarle a gritos. Estamos en la piscina y ella está aprendiendo a nadar. Dice que le da miedo el agua porque es transparente y porque ve los ladrillos azules del fondo, que tienen formas raras, y es verdad, porque mi madre los diseñó y le gustaba ir de progre y de diseñadora. Y ella está mirando desde el bordillo, con los deditos del pie en el agua, mientras toca con el dedo índice la fría masa. Y me mira de soslayo como pidiendo auxilio, y yo sonrío, y le digo a mamá que qué tonta que es mi hermana, que se asusta. Y para demostrarle que no pasa nada, me tiro en bomba, y ella empieza a llorar. Me acuerdo a menudo de esa escena, porque fue cuando empecé a querer Cecilia. Ver la fragilidad de una hermana es motivo de querer, aunque sea por compasión. Y no es que no la quisiera, es que le tenía cierto resquemor, porque era rubia y yo morena, igualita ella a mamá, tan guapas las dos, más hermanas que nosotras, y yo era morena, igualita a papá, que nunca estaba en casa. Pero ese día aprendí a quererla, me salió solo, y ella aprendió a nadar encima de un delfín, que era yo, que la aupaba y sostenía para que no llorase de terror. Y murió como sirena, J., ahogada en esa misma piscina. Cecilia. ¿Qué? Sí, era Cecilia, así se llamaba. Cecilia, siempre. A ella su nombre no le gustaba, le gustaba el mío, Alba. Y a veces me decía que se lo iba a cambiar, que cuando fuera mayor su nombre sería Alba, y que qué gracioso sería que nos confundieran, que al llamarnos fuéramos las dos. Porque creo, J., que a Cecilia le hubiese gustado ser gemela mía. Ella sí que me quería. Ella sí que me adoraba. Y supo cómo hacer para que nunca la olvidase. Se murió, la muy niña. Se nos murió a todos la sirena. 65


En realidad, no sé. En realidad no debía preocuparse. Las niñas que son rubias de pequeñas, después se hacen grandes y son casi morenas. Castañas. No se tenía que preocupar tanto, en realidad, porque yo después me iba a poner morena como ella. Pero le daba rabia, lo del pelo. A mí me daba igual. Me daba un poco lo mismo parecerme a mamá o a papá. A papá lo miraba por las noches en una retrato que había en un mueble del comedor. Un mueble que mamá mostraba a las visitas como si fuera un diamante y al que cuidaba como si fuera una persona. A veces se pasaba horas pasándole un trapo húmedo, porque decía que poníamos las manos encima y se quedaban las huellas y así, con la luz que entraba por la ventana, se veía sucio. Sucísimo. Miraba aquel retrato y pensaba: papá. Algunas noches cuando cerraba los ojos para irme a dormir, pensaba que se me olvidaría su cara, a fuerza de ausencias. Pero no se me olvidaba, porque yo la miraba y podía verle ahí. Y más bonita, porque ella era un poco más bonita que papá. Le daba rabia, pero a mí me gustaba. Un día me lanzó el retrato al fondo de la piscina. Y le había atado una piedra con un cordón de zapatos (que después el zapato iba sin el cordón, y se le caía, pero no decía nada porque mamá, uf, mamá se habría puesto hecha una furia), para que se fuera hasta el fondo. Ahora si le quieres vas a saltar al agua, aunque te dé miedo. Pensé que no quería yo tanto a papá como para eso, pero me dio vergüenza reconocerlo. Me tiré al agua. Y después abrí los ojos y no veía nada, y los ojos después rojos, rojos. Rojos de verdad. Pero yo intentaba ver dónde estaba el retrato, pero estaba borroso, borroso. Más borroso que cuando lloras y no entiendes la realidad. No sabía qué hacer, excepto, por instinto, contener la respiración. Me dejé como si estuviera muerta, porque pensaba que me iba a morir, y acabé flotando. Y ella me dio la vuelta y me dio un beso en la boca, porque se había asustado. Me has asustado. Estaba enfadada, pero que muy enfadada conmigo. No paraba de decir que la había asustado. El retrato de papá estuvo algunas horas ahí en el fondo de la piscina, pegado a una piedra, y en ese rato yo me olvidé de su cara y pensé que nunca más lograría recordarle. A no ser que le viera, pero tampoco tenía muchas ganas. Bueno, podría mirarla a ella y pensar que era lo mismo pero menos bonito. Papá era menos bonito, aunque era bastante bonito. Por ejemplo, cuando salí del agua mi pelo no era rubio. Me has asustado. Ni media palabra a mamá. Entonces me asusté yo un poco, porque la palabra mamá me sonaba extraña. Como cuando dices mucho vaso. Vaso, vaso, vaso, vaso. Y al final no sabes bien qué significa. Sí lo sabes pero es diferente. Es una palabra nueva, y en realidad no significa vaso. Vaso, vaso. De repente mamá me sonaba a vaso un millón de veces dicho en voz alta. Mamá, vaso, mamá, vaso. Ninguna de las dos palabras era ya mamá o vaso. No sé qué eran. 66


Recomendaciones

LIBRO Drácula, el no muerto AUTOR Dacre Stoker e Ian Holt RECOMENDADO POR Ana Feito

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RESEÑA BREVE Londres, 1912; han pasado 25 años desde que Drácula muriera en los

Cárpatos a manos de Lord Arthur Holmwood, Quincey Morris, el matrimonio Harker, el Dr. Seward y Van Helsing. Pero ahora los cazadores, que han seguido caminos muy diferentes, están siendo cazados de forma muy violenta. ¿Ha regresado el monstruo? ¿Es posible que Drácula siga vivo y aparezca ahora, después de tantos años, buscando venganza? Ian Holt, historiador y guionista, y Dracke Stoker, sobrino biznieto de Bram Stoker, se han basado en notas dejadas por el creador de “Drácula” para dar vida de nuevo a los personajes de una de las novelas más famosas de todos los tiempos. Una segunda parte que no dejará a nadie indiferente gracias a un sorprendente giro en su argumento y a la aparición de personajes como el propio Stoker. Gracias a “Drácula, el no muerto” la leyenda vive

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LIBRO La momia AUTOR Anne Rice RECOMENDADO POR Marga Martín

RESEÑA BREVE A principios del siglo XX, Ramsés II el Inmortal despierta en Londres de su letargo. Fascinada por la presencia de este ser sobrenatural, la hija de un egiptólogo cae rendida a su encanto. Consumidos por las ansias de conocimiento del antiguo faraón y de la pasión que se desata entre ellos, comienzan juntos un viaje que les llevará hasta Egipto, donde el perturbador recuerdo de Cleopatra, antigua amante de Ramsés, alterará el orden de todo lo establecido hasta llegar a un desenlace totalmente inesperado. A medio camino entre el “Drácula” de Bram Stoker y las Crónicas Vampíricas de la propia autora, “La momia” no deja indiferente a quien se atreva a perderse entre sus páginas.

LIBRO El vecino AUTOR Santiago García y Pepo Pérez RECOMENDADO POR Alejandro Larrañaga

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RESEÑA BREVE José Ramón es un estudiante de oposición (un animal muy común

en los tiempos que corren) que tiene un vecino, Javier, que es un completo desastre. Incapaz de mantener un trabajo, su vida personal tampoco mejora la situación. Son dos personajes totalmente distintos que acaban uniéndose por lo único en lo que coinciden, la soledad. Lo que podría ser una historia entre jóvenes más o menos comunes se ve alterada por la condición de Javier de superhéroe. Éste debe compatibilizar su desbocada vida con su gran responsabilidad, para lo que encontrará en José Ramón el apoyo que necesitaba para seguir adelante, alguien que se preocupe por él y que no lo dé por imposible como parece haber hecho el resto de su familia y amigos. La perspectiva de lo que ocurre es la de José Ramón y sus características, estudiante eterno, dependiente económicamente y asediado por la culpa, que intenta adaptarse a una situación extraordinaria desde la máxima normalidad posible. Como obra inacabada (acumulamos ya 3 novelas gráficas que funcionan de modo independiente pero que desarrollan la misma trama) todavía queda por ver hasta dónde nos llevarán Santiago García y Pepo Pérez, pero el arranque nos llena de la esperanza de que valdrá la pena el camino. 67


Recomendaciones LIBRO Las olas AUTOR Virginia Woolf RECOMENDADO POR Ainize Salaberri

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RESEÑA BREVE “A lo lejos dobla una campana, pero no dobla por un muerto. Hay campanas que tocan a vida.” De esta manera tan simple podría describirse “Las olas”, la que dicen es la mejor novela de Virginia Woolf. Esta es una historia que toca a vida, que debería ser un vestido, un traje, una nueva piel para todos los que la leemos. Es vibrante. Tiene algo muy especial: es pura poesía narrada. Y más: no hay trama; es la vida desde el principio hasta el final. Woolf compuso la sinfonía de su vida con esta novela: es dulce, es lenta como la llegada de las olas a la orilla. Es música, es un piano tocando en medio del océano; es ella, Virginia, componiendo sus frases sobre una roca, mientras el mar, encendido, bravo, la protege de la vida. Además, es una novela que no intenta justificar, ni explicar, ni entender. Es una novela que es, simplemente, a través de sus seis voces. “Las olas” es identidad, es espejo, es abismo; toda belleza nos lleva al borde del precipicio. Y, si no se cae al leer la novela, no se tiene salvación. Date un baño, mójate y renace. Descubrirás que Virginia Woolf también era poeta.

LIBRO La literatura en peligro AUTOR Tzetan Todorov RECOMENDADO POR Salvador J. Tamayo

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RESEÑA BREVE Todorov se desnuda; no es nada nuevo, pensaréis, lo hace en cada libro. Pero esta vez es ligeramente distinto; el autor belga reflexiona sobre la función de la literatura en sí misma. ¿Sucede únicamente aquello del “arte por el arte”, “habla de sí misma, o enseña la desesperación”, “existe una función política o social detrás de cada texto”? La respuesta puede resultar sencilla, pero hay algo más: cómo se enseña la literatura y se interpreta esto. Parte del ejemplo de los liceos franceses, desde la base educacional ya se hace una división entre “alta literatura” y “literatura de consumo”. Todorov afirma que “de nada sirven las lecturas obligadas, los libros que atraen al lector no lo hacen por razones escolares, ni consideraciones retóricas, sino porque ayudan a vivir”. Acusa en esta obra a los propios autores que pierden la “valentía” de escribir pensando en lo que realmente quieren decir y en cómo quieren decirlo, escribiendo para los críticos, o la corriente de pensamiento hegemónico de turno. Por eso quizás crea que la literatura “esté en peligro”. Un gran bocado de genialidad que invita a la reflexión de escritores, teóricos, y lectores.

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Novedades narrativa LIBRO: Mi Ántonia AUTOR: Willa Cather EDITORIAL: Alba Editorial PRECIO: 10.50 € Una de las novelas más importantes de Willa Cather, desde hace unos años descatalogada, ahora en edición de bolsillo. Una novela preciosa que nos descubre la América profunda de los colonos. Interesante por la forma en que está escrita, por quién la escribió (una mujer avanzada a su tiempo que no ocultó su condición sexual) y por lo que explica, una parte de la historia de los colonos norteamericanos.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Las cazas del hombre AUTOR: Grégoire Chamayou EDITORIAL: errata naturae PRECIO: 19.90 € La caza de los esclavos fugitivos, de los negros, de las brujas, de los indios, de los pobres, de los exiliados, de los judíos, de los sin papeles… La historia de las distintas cazas de hombres es un instrumento imprescindible para la lectura de la larga historia de la violencia ejercida por los opresores. Este tipo de caza no se resume en una técnica de persecución y captura: necesita de la creación de líneas de demarcación entre los seres humanos para saber quién puede ser cazado y quién no. A las presas no se les niega la pertenencia a la especie humana, simplemente no participan del mismo tipo de humanidad. Ahora bien, la relación de caza puede invertirse: cazadores y presas pertenecen a la misma especie y, por tanto, pueden intercambiarse.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Retrato de la madre de joven AUTOR: Friedrich Christian Delius EDITORIAL: Sajalín Editores PRECIO: 12.50 € Un sábado de enero de 1943 una joven alemana recorre las calles del centro de Roma en dirección a la iglesia luterana, donde tiene previsto asistir a un concierto. De ella solo conocemos sus pensamientos, que fluyen en un crescendo emotivo hasta perfilar a la perfección el retrato de una joven inocente de veintiún años, embarazada de ocho meses y recién llegada a la capital italiana en busca de su marido, un oficial de la Wehrmacht repentinamente movilizado a África. Página tras página, las reflexiones de la protagonista y las callejuelas de Roma se entrelazan hasta confundirse, y la mente reconstruye sus sueños y esperanzas por el niño que está a punto de nacer. La ingenuidad de las primeras reflexiones da paso a preguntas más profundas e inquietantes sobre el futuro de la guerra y de Europa. Solo la fe y la música de Bach, en este atardecer romano, parecen sugerir una respuesta, haciendo vacilar las débiles certezas de la protagonista. El narrador de este paseo por las calles de Roma no es otro que el propio hijo de la protagonista, quien consigue con una extraordinaria habilidad narrativa unir historia y sentimientos.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: La península AUTOR: Julien Gracq EDITORIAL: Nocturna Editores PRECIO: 14 € Una mañana, Simon espera a su amante en la estación de ferrocarril de Brévenay, aunque ella, Irmgard, le ha advertido de que puede que no llegue al mediodía. En efecto, cuando aparece el tren, ella no está allí. Para matar el tiempo, Simon decide recorrer la costa bretona en coche mientras aguarda la llegada del siguiente tren. Con referencias a la leyenda de Tristán e Isolda, La península constituye uno de los textos fundamentales de Gracq sobre la espera, además de un viaje cargado de simbolismo por los paisajes de Bretaña.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: La vida a muerte de Nina Simone AUTOR: David Brun-Lambert EDITORIAL: Global Rhythm PRECIO: 22 € «Moriré a los setenta porque después sólo hay dolor»; y, en efecto, a esa edad se apagó en el sur de Francia la turbulenta vida de una mujer que conoció la gloria y la humillación, la dicha, la violencia y, desde luego, también el dolor. Nacida en el Sur norteamericano cuando arreciaba la Gran Depresión, Eunice Waymon fue una niña prodigio que soñaba con ser la primera gran concertista negra de música clásica, pero un exquisito conservatorio neoyorquino le cerró las puertas (tal vez, como ella pensaba, por el color de su piel): ese rechazo la condujo en 1954 hasta el piano de un garito donde empezó a interpretar lo que su devotísima madre llamaba «música del diablo» y nosotros conocemos como jazz. Para encubrir tan singular pecado adoptó entonces un nuevo nombre que rendía homenaje a su admirada Simone Signoret. Así vino al mundo Nina Simone. 69


Novedades poesía LIBRO: Limpieza y absorción AUTOR: Javier Cánaves EDITORIAL: Editorial Delirio PRECIO: 7 € Si se lee apresuradamente el título de este libro, uno puede pensar que dentro de él va a encontrarse con un folleto publicitario donde se enumeran las ofertas del mes en artículos de cocina y menaje del hogar. Limpieza y absorción. Pague dos y llévese tres. Menos mal que sólo hace falta echarle un vistazo al primer texto para darse cuenta de que lo que tenemos entre las manos es poesía. Y de la mejor. De la que escuece e incomoda. De la que deja manchas en el suelo que no hay forma de lograr que desaparezcan. Prólogo de José María Cumbreño.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: No hay camino para el paraíso AUTOR: Javier Das y José Ángel Barrueco EDITORIAL: Ya Lo Dijo Casimiro Parker PRECIO: 10 € Una lección de aquellos sentimientos que se mantienen vivos con el paso del tiempo, aquellos sentimientos que quedan marcados para el resto de nuestra vida. No hay camino al paraíso es un libro formado por los poemarios sin frío en las manos, de Javier Das, y le aplastaré con mis versos, de José Ángel Barrueco. Una lección de vida y no vida.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: 4 minutos sin aire AUTOR: Giovanicabra EDITORIAL: Cangrejo Pistolero Ediciones PRECIO: 10 € Todavía no sé cómo llegó a mis manos estas tres libretas manuscritas del poeta de palabras de oro y carbón. Todavía no sé de dónde hemos sacado la pasta para publicar este libro imposible que tienes en tus manos y tampoco entiendo por qué has pagado por él. No sé si algún día conoceré a GIOVANICABRA, pero también pienso que ni falta que hace.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Desprendimiento AUTOR: Eduardo Milán EDITORIAL: Club Leteo PRECIO: 9 € “Desprendimiento” es una ruptura con el vacío de la utilidad y la elocuencia de lo colonizado, una insurrección que habla desde la posibilidad de fuga que permite una poesía sin servidumbres, un salto de salud, de joven emergencia de lo inconfesable y de lo preciso: no hay concesiones, la palabra no se rinde, deviene por el poema en un lugar otro al de los discursos triunfantes y las retóricas oportunistas. Eduardo Milán insiste en su indómita aventura contra la usurpación de lo político y desrrealidad de lo poético, desde la frescura y ahoridad del exponerse en la intemperie, desnudo de artificiosidad (desvestido del imperativo de la moda). Desnudez (unos cantos ya no están donde vivían) cuestiona el presente. Quizá el poeta más contemporáneo del entre siglos actual.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH LIBRO: Cómo nadar estilo mariposa AUTOR: Mariel Manrique EDITORIAL: Paradiso Ediciones PRECIO: 48 pesos

Mariel Manrique (1968) estudió Leyes e Historia del Arte. Ejerció la docencia universitaria en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Ha escrito ensayos sobre cine, literatura y pintura, publicados en diversos medios de América Latina y España. Integra el equipo de redacción de la revista cultural española Shangrila. Publicó “La Constelación Andrómeda” (Crack-Up, 2008) y “Descartes en Holanda” (Paradiso, 2010).

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Tablón de anuncios Libros de Vorágine Libros de la Vorágine es una editorial digital que publica libros clásicos y modernos en nuevas traducciones y disponibles en varios formatos. Como su lema lo indica, es “una editorial digital con alma de papel”: pone a disposición del lector los nuevos formatos de edición de libros electrónicos, como también un sistema de impresión por demanda para quienes prefieran el libro tradicional en papel. Puedes conocernos y ver nuestro catálogo en www.librosdelavoragine.com. Te esperamos.

Papiroflèxia pamflet Papiroflèxia es un panfleto de poesía que nace de la voluntad de dos personas en una sobremesa, y con la ambición de experimentar con la literatura. De la misma manera que podemos coger una hoja de papel y dotarla de otras almas, doblándolo convenientemente, también podemos coger un poema y, sometiéndolo al filtro personal de alguien que no lo ha escrito, conseguir una reinterpretación, basándose en todo aquello que le sugiera o haga sentir. Se propone un punto de partida, pero no de llegada. Puede ser poesía o relato corto, y el único condicionante es la limitación de un espacio físico donde reproducirlo y la voluntad de hacer literatura sobre literatura. Exactamente lo que, en música, sería un solo de jazz, que aprovecha la estructura musical para crear otra encima. Proponemos un punto de partida pero no de llegada, nos pasa lo mismo con Papiroflèxia: sabemos de dónde sale pero no dónde llegarán sus pliegues; es por eso que traduciremos los poemas que se escriben aquí, al catalán o castellano, según cuál sea su lengua original. http://papiroflexiapamflet.blogspot.com/

G&R Salta al papel G&R hace el camino inverso: después de casi dos años editando la revista en digital, ahora damos un pequeño salto al papel. Pero no de forma definitiva, ya que la libertad e inmediatez que nos ofrece la red (y, claro, lo mucho que cuesta ser una publicación en papel) se ajustan mucho más a nuestras necesidades/posibilidades. Aun así, después de todo el trabajo hecho y de los enormes resultamos que hemos recibido, sobre todo, en los últimos meses, hemos decidido hacer un especial. En él aparecerán los mejores artículos de los redactores que han pasado (y se han quedado o no) por G&R, colaboraciones muy especiales, recomendaciones exclusivas y más sorpresas que dejamos para cuando podamos dar ese salto al espacio físico. Verkami nos ha aprobado el proyecto y, gracias a su plataforma de micromecenazgo, podemos acceder a este número que ya estamos preparando con mucho cariño. Con una aportación, que va desde los 5 euros hasta los 100, puedes ayudarnos a llevar a cabo este nuevo y único número en papel. Los 1.500 euros que pedimos no tienen, ni mucho menos, una parte destinada al beneficio ni de la revista ni de los redactores: desde la directora, Ainize Salaberri, hasta la última persona que se ha sumado a nuestras filas, nadie va a recibir nada. Todos hacemos esta revista por placer y todo el dinero irá destinado a la impresión, la distribución y el envío de recompensas que mandaremos a todos y cada uno de los mecenas, según su aportación. Lo único que queremos -porque no disponemos de capital- es cubrir los gastos para poder llevar a cabo este número, nada más. Entra en nuestro blog de Verkami y valora si G&R os vale la pena. Nosotros os agredeceremos cualquier tipo de ayuda que nos ofrezcáis: desde la difusión hasta cualquiera de las aportaciones posibles. Y si llegamos a cumplir con los 1.500, comprando la revista, que seguro que está a la altura de vuestras expectativas. Trabajamos para ello: daros lo mejor. http://www.verkami.com/projects/1248-granite-rainbow-salta-al-papel

Tu espacio en Granite & Rainbow Desde G&R queremos ofreceros, en cada uno de nuestros números, un tablón de anuncios (por supuesto, gratuito). Que no nos gusta hablar sólo de literatura, o que no nos gusta hablar sólo nosotros de la literatura y sus alrededores, así que hemos decidido contar con vosotros. Tenéis cabida todos: editoriales, agencias, correctores, traductores, libreros, lectores, escritores. También queremos que aparezcan las librerías de vuestras ciudades y los encuentros literarios que puedan haber: recitales, presentaciones de libros, cursos y talleres literarios, de escritura, de edición, de lectura, etc. Si quieres publicitar tu novela, una autoedición, tu revista literaria o simplemente te apetece salir en el tablón con alguna buena excusa literaria como un blog interactivo, ¡adelante!

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Reservados todos los derechos. Se prohibe la reproducción total o parcial por ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo cualquier sistema, de artículos aparecidos en este número sin la autorización expresa por escrito de la directora. Granite & Rainbow no se hace responsable de las opiniones vertidas por sus colaboradores.

Granite & Rainbow .................... 23.II.2012 ............................ #18

ISSN: 2173-2019


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