G&R #20

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Nueva York. El caso de mi madre es diametralmente opuesto. Lejos de ser protectora, garante de mi bienestar y proveedora de placeres gástricos, esta mujer no hace sino ser fuente de preocupaciones para mi persona por su afición intempestiva a trasegar alcohol para el almuerzo y la cena, así como por sus cambiantes obsesiones conductuales –ahora le ha dado por acudir a jugar a los bolos vestida y pintarrajeada como una cacatúa. Entiendo que así jamás logrará el favor de ese abuelo marchito que la corteja con desvergüenza. Y sospecho que en un plazo de tiempo más bien corto, habré de ser yo quien me convierta en cuidador suyo, con el grave inconveniente que esto supondrá en la concreción de mi plan para imponer la decencia y el buen gusto en el mundo.

la dirección fue malinterpretado por todos. Por parte del patrón, que vio en esa arenga bienintencionada un motivo suficiente para el despido, y por parte de los mismos trabajadores, que escasos de fe, abandonaron la causa que les ofrecía y abrazaron de nuevo la desidia unos, y la botella, otros. En cuanto a mi confusa experiencia como asistente de venta ambulante para Vendedores Paraíso poco he de referirles, salvo que la baja de calidad de sus productos, unos paramecios artificialmente coloreados a los que el encargado se enorgullece en llamar salchichas, así como ese grosero traje de pirata que éste se empecinó que vistiera para el desempeño de mi labor no me dejaban margen alguno para desplegar mis innegables virtudes comerciales. Es por motivos como estos por los que mantengo una difícil relación con la economía productiva de este país que me genera los diversos problemas físicos y éticos a los que su beodo redactor hace torpe referencia. Pese a todas estas dificultades, el ingenio no ha partido de mi lado, lo cual es un regalo caído del cielo (si este existe en su versión espiritual y no es un faux pas del obtuso conocimiento del universo por parte del hombre). Le vengo a confirmar este punto, fémina enclenque, pues el exhorto reaccionario y grotesco de su redactor Fornes contra mi visión del mundo (En su elefancíaco transcurrir, este particular superman tripón despotrica de todo y todos; contraviene en su cruzada a jefes, encargados, madres, policías, ancianos y cualquier otra forma de autoridad que ose discutir su visión de la sociedad presidida

por la filosofía del pensador Boecio y su imparable rueda de la fortuna mientras escupe su manifiesto sociopolítico en decenas de cuadernos de gusanillo Gran Jefe que andan escampados por el suelo de su caótica y marrana habitación y que un día amenaza con compilar y publicar para gran desgracia de la inmundicia presente en el planeta), no hace sino reforzar mi visión decadente de este mundo en su totalidad carente de buen gusto, decencia, teología y geometría. La profusa serie de notas que reposan torneándose convenientemente con el tiempo en esos cuadernillos serán un día recopiladas para la composición del mejor y mayor exhorto a la vida decente y comprometida que jamás se haya escrito y que bien harán en reseñar favorablemente en su publicación si no quieren verse convertidos ustedes en el hazmerreír de la comunidad literaria mundial. En cuanto a mis supuestos problemas con el sexo de Venus, permítame decirle a Usted, dudosa representante de éste, que su perrillo faldero Fornes vuelve a errar el juicio. Las féminas me adoran. Ejerzo sobre ellas un poderoso influjo físico e intelectual que me convierte en el muso exclusivo de todas aquellas que han tenido el placer de conversar conmigo. Bien diferente es el caso de mi llama desapegada, Myrna Minkoff, ese cabritillo perdido y vulgar cuya única preocupación es la promoción del sexo universitario y la algarada pública constante. Ardo en deseos de tener la ocasión de afearle la conducta de manera personal, cosa que ocurrirá sin duda uno de estos días, cuando resuelva personarme en la urbe sucia y tenebrosa donde habita: 38

Me tilda de egoísta y soberbio. De estrafalario. Ese mequetrefe periodista me califica en su lastimosa reseña como recalcitrante, inteligente, soberbio, hipocondríaco, infantil, punzante, procaz, déspota, destartalado, mordaz, pantagruélico, obsesivo, inconstante y atemporal. Sepa usted, fémina atolondrada, que la lectura de todos y cada uno de estos improperios vertidos por este fenómeno de la evolución Darwiniana me han soliviantado en lo más profundo. Mi válvula pilórica no deja de cerrarse y abrirse aleatoriamente desde que tuve la, oh, desgracia de leer semejante enumeración, cosa que me provoca unos terribles accesos de flatulencia y me han obligado a visitar al doctor LePierre en fecha reciente para el tratamiento de este shock (es obvio que les pasaré la minuta del galeno para que procedan a su liquidación inmediata). Por último, les diré que no conozco a nadie que se llame Toole, y mucho menos que se autocalifique como mi creador. Esto es, sin duda, una elucubración etílica de su, una vez más, incompetente redactor. Por todo lo anteriormente expuesto le informo que estoy resuelto a emprender acciones legales contra su enclenque publicación, de modo que es probable que una jauría de expertos abogados laboralistas contratados por mí se ponga en comunicación vía conferencia con su departamento legal, para el inicio de los trámites y pesquisas necesarios, cosa de lo que la prevengo convenientemente. No me resta más que desearle suerte ante el huracán que le viene encima.


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