El labrador centenario
Se dice que la juventud está en la mente, no en los años que pasan. Lorenzo Cayunao Millán es una prueba viviente de esa afirmación. Con 102 años, este abuelito corre a buscar un chancho con la carreta y los bueyes. La escena parece irreal, pero en la familia Cayunao, Lorenzo no es el único que ha sobrepasado los cien años: su hermana Ángela tiene 101, y un hermano que murió el año pasado también había llegado a los 101. En su casita de madera, digna aunque muy humilde, donde la cocina a leña calienta la atmósfera que sin ella bajaría rápidamente a -5°, Patricia, la hija de Lorenzo, espera que su padre vuelva a almorzar, mientras él pica la tierra o la leña y le da de comer a sus animales. Es imposible considerar a Lorenzo sin su hija. Uno no existe sin el otro. Si uno comienza una frase, el otro la termina. Para Patricia la familia lo es todo, aunque nunca tuvo la suya propia se sacrificó para poder ocuparse de sus padres. Prueba de que el sentido de responsabilidad familiar es algo muy presente en la tradición mapuche y que no se ha perdido.
Lorenzo Cayunao Millán, 102 años
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Mis padres vivían acá en Coilaco, en una ruka de madera con suelo de tierra y techo de totora. Mi mamá cuidó a sus nueve hijos; mi papá era agricultor y dentista. Los misioneros ingleses de Cholchol le regalaron unas tenazas enormes y él se especializó en sacar muelas ‘a sangre fría’. De todos lados venían a verlo para que los aliviara. Era hombre de corazón, le gustaba regalar a la gente que no tenía, pero también se enamoraba muy fácilmente. Estaba casado con dos mujeres al mismo tiempo, y cuando se murió una, buscó otra para reemplazarla. Como todos los campesinos de la zona, mi familia participaba en los ngillatunes . Cuando, en periodo de cosecha o en verano, el tiempo estaba demasiado feo y no se podía cosechar, el cacique llamaba a toda la comunidad y a la machi. Todos juntos hacían una rogativa vestidos de blanco. Hasta los caballos estaban tapados con una sábana blanca y giraban alrededor de la cruz. Daba la impresión de que todo flotaba como una bandera ondulando al viento. Cuando al contrario, se pedía lluvia porque había sequía, todos se vestían de negro y ponían la bandera del mismo color. Aunque era una ceremonia sagrada, algunos agricultores que no eran mapuche y que tenían parcelas por acá, también participaban. La lluvia era importante para los campesinos mapuche: decían que cuando corría fuerte el viento norte es que venía un aguacero y que iba a hacer frío. Si venía el viento de la costa, la lluvia solo era pasajera. La luna también anunciaba lluvia, sobre todo cuando tenía un arco o parecía estar sentada en el mar.
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