MONGUEN de cordillera a mar

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“¡Solo un mapuche podía comprar tierra mapuche! Ese día nadie quiso mirar mi segundo apellido” Después quise comprar otro campo, uno de nueve hectáreas. Sesenta mil pesos y una vaca preñada valía, lo que en ese tiempo era bastante dinero. Pero la gente se opuso porque decía que yo era winka . ¿Cómo un Villarroel, un winka , iba a comprar tierra mapuche? ¡Solo un mapuche podía comprar tierra mapuche! Ese día nadie quiso mirar mi segundo apellido. Perdí mi plata y mi vaca, nadie me los devolvió. Yo no sabía que después de firmar en la notaría había que ir a inscribir la propiedad en el Conservador de Bienes Raíces, porque si no otra persona podía decir que era suya la tierra…

Bendición del pan. El río puede ser amistoso o peligroso. Le gustaba jugar al palin. Confeccionando un tazón a partir de un duraznero con su hijo Eliodoro.

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Como no hay mal que por bien no venga, encontré mejor tierra: diez hectáreas, donde vivimos ahora. Me encantaría que fuera campo de árboles nativos porque descansan la vista. A mí no me gusta el eucalipto o el pino, porque consumen mucha agua. Muchos mapuche los plantan aunque hagan daño a la tierra. Yo les digo: –Planten un poco de cada cosa. Necesitamos pasto para los animales, terreno para sembrar cereales… la armonía significa ‘de todo un poco’. Yo amo mi tierra y les transmití ese amor a mis hijos, pero varios tuvieron que irse para encontrar trabajo en otros horizontes. Mientras, el campo se quedaba en manos de extraños. Pero yo estoy convencido de que uno de mis hijos o nietos volverá por aquí. Porque dicen que ‘el amor de la tierra tira más que una yunta de bueyes’.

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Yo, con mi terno color concho de vino, y ella con su vestido color crema y un abrigo verde. Una señorita risueña trajo su guitarra, cantó y la gente bailó. Había lo que había y eso lo compartimos. Al comienzo vivimos en casa de mi mamá, pero después de un tiempo el papá me puso dificultades, lanzó malas palabras. Así es que nos fuimos. Seis hijos tuvimos, cuatro mujeres y dos hombres, más uno que murió. Yo no tenía campo, tuve que trabajar duro para comprarme un pedazo de tierra. Al comienzo nos compramos un pollito y luego otro. Y una vaca que parió una vaquilla. Le pusimos un toro prestado y salió un novillo… Teníamos huerto, yunta de bueyes y chancho a medias. Cuando me faltaba trigo, pedía prestado cien kilos y tenía que devolver casi el doble. Poco a poco me transformé en comerciante: compraba o criaba aquí y vendía en Temuco, Coronel, Lota y Concepción. Pollo, trigo, fardo o carbón. La gente me conocía y me respetaba.


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