La cosecha sagrada
Melania Vielma Marillán, 70 años
‘‘ Melania, sus padres y abuelos, vienen de uno de los lugares más agrestes de la Cordillera de los Andes: de Lonquimay. Su vida transcurrió en esa tierra dura y escarpada, con temperaturas que alcanzan 20° bajo cero en invierno y caminos muchas veces intransitables. Allí creció con su abuelita, quien le hablaba con mucho detalle de un conflicto del que ella había sido testigo: la revuelta de Ranquil de 1934, una sublevación de la población de Lonquimay que tuvo como consecuencia el envío de tropas por parte del gobierno de Alessandri Palma. Mientras Melania aprendía a sobrevivir en la cordillera, cosechando los piñones de las araucarias, más abajo se iniciaba una de las obras de ingeniería más importantes de la época en América Latina: la construcción del túnel Las Raíces (4528 m de largo y que comenzó a operar en 1939), que debía permitir a un tren unir los océanos Pacífico y Atlántico, proyecto que nunca se terminó de llevar a cabo.
Los pewenche siempre hemos vivido en dos lugares distintos, la veranada y la invernada. Cada año, en enero, dejamos nuestra casa de subsidio en valle de Lonquimay donde habitamos arrinconados durante el largo y helado invierno, para subir a la veranada ‘Las Mellizas’ a piñonear en las alturas, donde crece la araucaria milenaria, el pewen, que también llamamos ‘pinos’. Al llegar a la veranada, la felicidad de encontrarnos en el medio de los pinos con sus cabezas llenas de piñones es tan grande, que todos empezamos a gritar. ‘Uyuyuy’ llama uno, ‘ayayay’ responde el otro. ‘Uuuuy’, canta un tercero… cada uno tiene su grito propio. Así no nos perdemos. Antes de comenzar a piñonear, en febrero-marzo, cuando el piñón está maduro, se le pide permiso a la araucaria, colocando en sus ramas un polvito azul para que todo salga bien. Los hombres hacen caer las cabezas (los frutos) con lazos, las quiebran para recoger los piñones que están adentro. Cada cual tiene su saco con pita amarrado a la cintura, como un delantal de garzón, donde va echando los piñones. Los niños andan con sus tarritos que van vaciando en un saco grande. Allá arriba vivimos en una ruka de palos gruesos de roble, que reconstruimos cada año, porque en invierno la nieve la hace pedazos. Allá arriba es tierra nuestra, la de mi marido y la mía, es tierra que dejamos en común para todos nuestros hijos, tierra que no se divide. Allá arriba sale temprano el sol, hace calor, solo en la noche se siente el frío. En marzo-abril, cuando comienzan los días frescos, bajamos de nuevo a nuestra casa, a la invernada. Subir a la veranada, en tiempos antiguos significaba salir en carretas. Hoy vamos en camioneta y hasta nos llevamos nuestras camas. También tenemos que trasladar todos nuestros animales a pastar: vacunos,
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