Las otras islas
Antología de cuentos, 5to EA, EATATA
UNA ANTOLOGÍA QUE EVOCA A TRAVÉS DE LA FICCIÓN LA GUERRA DE MALVINAS
En la guerra no hay ganadores
Sofia Bracco, Lautaro Campanini y Lucía Montesinos
“Se podrían haber salvado de ese infierno, por unos días, solo por unos pocos días, unos pocos años y unas pocas horas. Si tan solo fuera un poco más diferente, tal vez no te habría conocido pero seguirías estando.”
Sofia Bracco, 2023.
17 de Abril de 1982, un día bastante soleado por lo que recuerdo; faltaba mucho para el invierno. Y todavía, no me olvido aquel aroma tan particular, cuando volvía a mi casa, era unambientepesado conunolor mezclado contierra, bastantefuerteparaexplicarlo. Decierta manera tenía miedo, mi abuela siempre me decía que el universo siempre te daba señales, ya sea por medio del clima, las hojas o… los aromas, pero nunca le creí hasta ese momento, tampoco yo era muy supersticioso.
Ese día todo iba bien, me había encontrado con mis amigos para jugar algunas que otras manos de truco ytomar mates. Llegué a mi casa feliz, me habían dicho por teléfono que me prepararon mi comida favorita aunque era raro porque no era una ocasión especial. Deje mis zapatos y mi gorra en la entrada y me adentre al comedor. Mi madre tenía cara de angustiada, normalmente era mucho más alegre; me preguntó nerviosamente como me fue con mis amigos y temblando me sirvió el delicioso plato de comida. Terminó de servir y se sentó delante de mí, con las manos temblando me entregó una carta, algo arrugada ycon una especie de papel viejo.
La cartame informaba sobre la necesidad de mipresencia para la Guerra de Malvinas. Me quedé en blanco. De repente comencé a imaginar todo lo que iba a suceder, estar alejado de mi familia, amigos, es decir, gente que quiero. Además, la posibilidad de no volverlos a ver nunca más. Salí corriendo de mi casa hacia el bosque, no sabía a dónde iba pero no quise parar. Quería despejar mi mente y ahuyentar los pensamientos que me atormentaban.
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Llegué a una especie de acantilado, agitado por la larga carrera imaginaria que me había mandado, tirado en el pasto mojado bajo las gotas de lluvia cayendo en mi cara y las lágrimas que salían sin parar de mis ojos que caían en la tierra. Empecé a pensar lo que iba a ser dejar sola a mi madre, a mi familia.
No lo había mencionado, pero he estado únicamente acompañado por mi madre y mi abuela desde los cinco años; perdí a mi padre cuando era muy pequeño. Era un militar superior de la marina. En una de sus misiones alejadas de casa se perdió el rastro de él y lo único que me quedó de él fue un colgante con nuestra imagen. Desde niño me prometí nunca más dejarlas solas, y ahora debía hacerlo, debía irme a Tierra del Fuego solo, sin saber que pasaría más adelante.
Pasó el tiempo y decidí ir a casa, llegué con un semblante serio, directo para mi habitación. Me encerré hasta que amaneció, para ese momento, con el pelo ya cortado de antemano de manera agresiva y la valija casi preparada, empacando todo lo necesario. Al fondo de esa pequeña valija se encontraba aquel colgante con la foto de mi padre. Salí de mi dormitorio, di un paso para adelante y me encontré con mi abuela, mirándome suavemente, con una especie de lástima, se lo veía a la perfección en sus ojos. Y la entiendo. La idea de dejarlas en soledad me azotaba.
En esta ida y vuelta de miradas puntiagudas, me di cuenta de que mi madre no estaba en casa. Esperaba que por lo menos me quisiera despedir. Supuse que había salido a hacer algún mandado, que se yo.
Antes de partir para la terminal me dirigí al cementerio. Quería hablar con mi padre. A lo lejos, podía ver la silueta de una persona que se me hacía conocida. Me acerqué solo un poco, y pude ver la llorosa cara de mi madre, sentada en un banco enfrente a su lápida. No sabíasiacercarme;bajo mis impulsos laenfrenté, parecíasorprendidaalprincipio, peroluego se calmó y limpio sus pocas lagrimas que aun caían de su rostro. De la nada me miró seriamente, lo cual me sorprendió, y me dijo:
¿Qué haces acá, no deberías estar ya en la terminal? dijo ella.
Quería despedirme de papá, por si no vaya a tener la posibilidad de volver a verlo dije suavemente.
Se formó un silencio incómodo el cual yo mismo rompí, de manera que rápidamente me despedí de ella y mi padre, y salí corriendo directo para la avenida, sin mirar atrás. En dirección a la terminalde ómnibus me choque convarias personas, pidiendo perdón deforma agitada ysindejar de correr, llegué justo parasubir alcolectivo directo paraTierra delFuego. En sí, no dormí bien durante el viaje. Estaba muy ansioso, y a la vez, muy nervioso. Siendo esta la primera vez que salía de aquel pueblo, Tres Arroyos, me sentía raro cada vez que paraba el colectivo, tenía la idea de que cada momento me acercaba más a mi punto de encuentro.
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Este largo camino terminó, frenaron de golpe, y yo rápidamente me desperté, todo estaba en silencio, baje del colectivo, todo estaba frío y silencioso. Muy poca gente bajó conmigo, todos los que estaban presentes nos miraban con lástima y temor. Al bajar por completo del colectivo nos esperaba un comandante, el Sargento Hernández, nos dijo que nos iríamos directo al cuartel en el camión que estaba estacionado afuera. Había gente que sin conocernos nos daba cosas tanto para nosotros como para sí veíamos a sus hijos, agradeciendo nos con trozos de pan para el camino.
Cuando llegamos al cuartel, me agruparon con un grupo de 4 chicos: Bala, esbelto a lo lejos, con un morocho oscuro que asustaba al igual que sus ojos; Marcos, uno chico gordito, castaño y con lentes; Negro, morocho de talones a cabeza, lo que lo destacaba eran sus profundos ojos verdes; y por ultimo estaba Lince, un chico bastante flacucho, de tez blanca y ojos azules; cada uno de diferentes provincias, uno de Rio Negro, otro de Córdoba y los últimos de Corrientes, estábamos a cargo de aquel sargento que había conocido en la terminal. Nunca pensé encariñarme con alguien tan pronto, pero pasó.
Sin embargo, no todo es un cuento feliz. Ese día estuvo lluvioso, al momento de terminar de desayunar nos habíanordenado supervisar los extremos delperímetro;todo hasta el día de hoy fue muy confuso; de la nada habían empezado a bombardear cerca nuestro. De un momento para otro nos habían acorralado, todo fue muy rápido, no sabía qué hacer, trate de buscar a mi escuadrón. No los encontraba, a lo lejos vi a Marcos al lado de la trinchera.
Me acerqué a él, preguntando donde estaban los demás, no me respondía, llegué demasiado tarde. Mire hacia arriba y vi corriendo a Lince hacia mí, yo alegre porque había encontrado a otro de los chicos. De un momento para otro cuando Lince se acercaba a mí, sonó un ruido de escopeta, me tuve que tirar al suelo, ni bien me levanté vi a aquel chico castaño tirado en la tierra. Eran bombardeos de un lado y otro, todavía no encontraba a mis demás compañeros. Depronto via Bala sacudiendo alNegro, aquel morocho no le respondía, yo quería buscar a algún superior.
Se puso todo en negro de la nada, al volver a abrir los ojos estaba en una camilla, a mi costado estaba Bala dormido en una silla. Yo no comprendía qué había pasado, al poco tiempo se despertó mi compañero, trate de preguntarle por la situación de los demás. Parecía bastante angustiado, no quiso responderme, tuve miedo en ese momento, tampoco sabía cómo había sucedido la guerra. Nada más me aconsejó que descansara. A los 6 meses me enteré lo que había pasado ya que nadie me quería afirmar nada.
Los primeros meses me sentía inútil, vacío y solitario. Nunca me perdone no haberlos salvado. No tuve el valor de asistir a su funeral, no sentía la validez para hacerlo. Sigo teniendo contacto conBala, nos vemos todoslos años en aquella época de pérdida. Hayveces que tengo algunas pesadillas o más biensueños con ese momento. Sigo sintiéndome culpable por cada uno de ellos aun. Este pequeño cuento lo hago para que sea conocimiento, los sentimientos de cada soldado que formó parte de esta horrible guerra. Ahora los despide Manuel Alba Soler, un excombatiente, nacido el 19 de abril de 1963. Espero que esta vez entiendan lo que pasa verdaderamente detrás de esa fuerte guerra.
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“... Espero que algún día me pueda perdonar por no haberlos salvado”
Sofia Bracco, 2023
Fin.
Bajo las trincheras
Franco Sacco
“
Los días eran fríos, cada uno peor, ni los agujeros bajo la tierra daban algo de calor, en estos mismos, el frío era peor, parecía tener el frío de la muerte en ese mismo cajón”.
Franco Sacco, 5to EA, 2023.
Yo ya no recordaba lo que era estar en casa, desde que había llegado a esas tierras el calor de mi hogar me había abandonado desde ese día y solo conocí el frío junto al hambre, había dejado todo por pelear por una patria que nos dejó de lado, nos mandó a una isla que nadie sabía el nombre ni el por qué peleaban por ella, solo sabíamos acatar las órdenes y esa era una.
En los años anteriores, yo y mis amigos teníamos un sueño, un sueño que jamás pudimos concretar. En mi caso, quería ser contador, igual que mi viejo y mi abuelo, una tradición de familia desde mi tatarabuelo que seguíamos los varones, mi hermana Tatiana en cambio, quería ser ingeniera, algo nuevo de la época ver a mujeres en esos trabajos. Yo pensaba que esto de la guerra no iba a durar mucho, nos dijeron solo unas semanas y ya volvíamos a casa, pero nada de eso fue verdad, cada día nos decían que faltaba menos pero ese día jamás llegaba.
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Me habían asignado del Regimiento Nro. 1 De Infantería, llamado comúnmente “Patricios”, ahí estaba con Jorge, un antiguo amigo de secundaria, alto, como de metro ochenta, flaco, conanteojos ycasirubio, eraunpibebueno, siempreayudo aquien necesitaba y nunca dejó de lado a nadie, me acuerdo los días que venía a casa los 29 de cada mes a comer ñoquis con mi mama y mi papa.
Luego estaba Pedro, un pibe callado, más bajo que nosotros dos, algo de metro y medio pero con un carácter muyreservado, había tenido una mala infancia de pibe yla guerra fue su escapatoria de su familia, su viejo era alcohólico y su mamá había fallecido cuando él tenía 15 años, básicamente, había quedado solo en la vida, era castaño, algo corpulento yojos claros que parecían tener reflejo.
El día que nos llamaron para combatir estábamos todos en mi casa, mirando la tele mientras salían los seleccionados para el servicio militar, en eso, casi de casualidad salieron nuestros DNI, delos tres, Jorgellamó a su madre inmediatamente ycayó en la desesperación. A mi mama se le rompió el vaso que limpiaba en cuanto escuchó mi número y Pedro, pues digamos que el no dijo nada, solo respiro y se limitó a quedarse callado escuchando el resto de familias que perdían a un familiar por culpa del sorteo.
El servicio militar fue duro, muchos abusos y castigos por parte de nuestros instructores, nos enseñaron poco para mandarnos rápido a pelear, en total estuvimos apenas 2 semanas y 5 días en entrenamiento, luego, nos subieron a los barcos y partimos a las islas. La mayoría aún no sabía cómo sobrevivir al frío, como utilizar los FAL correctamente o como simplemente vivir en medio de una guerra.
Pudimos vivir el día que hundieron al ARA Belgrano, esos jóvenes que se ahogaron quedaron a fuego en nuestras memorias, cuando nos enteramos de su hundimiento, Jorge no lo creía, pensaba que era imposible que hayan hundido a un barco tan grande y con tantos tripulantes, pero P hablo, desde que habíamos llegado no había dicho nada a menos que lo obligarán, nos dijo que la guerra era la mejor tramposa, nos engañaba con que nuestras armas siempre eran excelentes e indestructibles, pero cuando algo así pasaba, todos caímos en cuenta de la realidad de una guerra.
Un mañana, mientras descansamos en las trincheras, esos huecos fríos, donde parecía que el frío de la muerte era lo único que nos acobijaba en la noche y a su vez en el día, comenzaronlosdisparosdelaartillería inglesa, cientosdeexplosiones, lasalarmasantiaéreas empezaron a sonar mientras que aviones Harrier nos sobrevolaban, dejando caer bombas sobre nuestros compañeros.
Recuerdo haber bajado a 10 o 20 ingleses, sinceramente no recuerdo la cifra, tal vez no los mate siquiera pero puede que les haya dado, solo que al final de todo, cuando nos retiramos de las trincheras para retroceder, éramos menos de la mitad del regimiento, casi todos habían muerto a manos de un enemigo que nos superaba en número, armas y tecnología, entre esos que ya no estaban se encontraba Jorge, me acuerdo que murió al lado
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mío sin que pueda hacer nada, un tiro limpio en la cien. Pedro y yo estábamos inauditos, no creíamos que algo así nos llegara a pasar, él nos hablaba que cuando volviera tenía una mujer esperándolo, una novia que había conocido hace unos meses.
Cuando todo terminó, Pedro y yo volvimos a casa, mamá nos recibió en el puerto, éramos pocos, comparado con los que habíamos ido al inicio. Junto a ella estaba la novia de Jorge, en cuanto nos vio a nosotros dos quebró en llanto y dolor, nadie podía consolarla, quien más que otra persona que perdió a alguien podía entender ese dolor. Hasta el día de hoy hablar de Jorge la quiebra por dentro, también nos enteramos que esperaban un hijo, cuando nació era igual al padre, pero nada iba a llenar el vacío que Jorge dejó en todos.
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Fin.
El Regreso de la Esperanza
Alejo Orlando, Agustín Moscarda y Santiago Barrionuevo
“
Una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente.”
Jorge Luis Borges; 1940 Tlön, Uqbar, Orbis Tertius
Era una mañana cualquiera de mi vida desde que estaba en las islas, todavía era de noche, hacía mucho frío. Me había despertado con fiebre, probablemente a causa de las pésimas condiciones en las que vivíamos hacía más de 20 días. Hacíamos un recorrido de reconocimiento normal y corriente, como todos los amaneceres. En mi pelotón solíamos ser unos 60 soldados de no más de 20 años, la mayor parte veníamos del norte del país, muchos éramos de Corrientes, otros de Formosa, de Misiones y había uno, el Saltita, proveniente de Salta. Dada la simplicidad de la tarea nos habíamos separado, por lo cual en ese momento éramos 20. Todo parecía ir bien, no avistábamos nada más, muy a lo lejos, aviones compatriotas despegando desde Puerto Argentino.
Íbamos hablando, Saltita y dos compañeros más del Boca-River que se daría en la Primera Fase de la Libertadores, lo recuerdo perfectamente. Saltita y yo éramos dos apasionados por el fútbol. Él, hincha de River, y yo, Xeneize, por lo que ese tipo de charlas eran más recurrentes.
La misión parecía avanzar sin contratiempos. Cuando estábamos retomando hacia las trincheras, de repente, la tranquilidad se rompió con el sonido de disparos y estallidos de granadas. Sin tiempo para reaccionar, nos vimos envueltos en una emboscada que parecía
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surgir de la nada. La confusión y el caos se apoderaron del lugar. En un instante cuatro compañeros fueron acribillados. El pelotón se dispersó, buscamos refugio donde pudimos. Saltita y yo corrimos hacia la misma roca. Estaba por llegar a la piedra cuando una bala atravesó mi piel para incrustarse en un costado del abdomen, provocando un dolor inimaginable. Lo último que vi, antes de desmayarme, fue cómo mataban a mi compañero, por la espalda. A sangre fría.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que me desperté, recuerdo que aún se escuchaban los últimos sonidos distantes de disparos y gritos, casi imperceptibles. Con esfuerzo, luché para incorporarme, sintiendo undolor agudo enelabdomen, el cual me recordó porque seguía ahí, detrás de esa roca, con el cadáver de mi amigo al lado. Observé el sangrado incesante de mis heridas, no era un flujo muy grande, pero debía detenerlo de todas formas. Rápido, pensé en moverme a otro lado, el frío de las islas sería letal ahí, al descubierto y malherido. Luego de conseguir amparo me encargaría de mis heridas, pensé.
Comencé a analizar posibles refugios cercanos, estaba en una zona desierta, sin compañeros cerca, posiblemente en la base nos habían dado por muertos a todos. La única opción factible fue un conjunto de piedras grandes, con un agujero entre ellas, en lo que parecía ser una cueva a unos 50 metros que se harían eternos.
Me arrastré desde la piedra hasta la seguridad relativa de la cueva, en caso de encontrar algún tipo de amenaza, no podría defenderme de ninguna manera. Cada paso era una odisea, una batalla contra el dolor y la debilidad que amenazaban con derrotarme. La sangre se filtraba a través de mi ropa. Manchaba el suelo mientras me arrastraba sintiendo la fría humedad pegajosa en mis manos. Las lágrimas de dolor se mezclaban con las gotas de sudor que recorrían mi cuerpo, mientras me esforzaba por no rendirme, manteniendo la concentración.
Finalmente, llegué a la entrada de la cueva, mi cuerpo pedía parar, pero la voluntad de supervivencia ganaba en mí.
Una vez dentro, me desplomé en el suelo, cerré los ojos, y me concentré en el dolor y la sangre que fluía por mi piel. Mis manos temblaban mientras arranqué como pude un pedazo de tela de mi uniforme y lo presioné contra las heridas para detener el sangrado. En ese refugio oscuro, me preparé para la batalla interna que se avecinaba. Encontré la fuerza para seguir adelante recordándome a mí mismo que aún tenía la oportunidad de sobrevivir y luchar por aquellos que habían caído en esa trágica e injusta guerra.
Las primeras horas en la cueva fueron un alivio, una tranquilidad que no esperaba encontrar. Fue momentáneo. Cuando me percaté de que había dejado la poca comida que tenía en el campamento y únicamente tenía un poco de agua, supe que serían días difíciles. Tenía que encontrar comida de alguna forma y, si la encontraba, debía administrarla minuciosamente.
Tenía hambre pero el desayuno me había alimentado lo suficiente para pasar una noche, me prometí salir a buscar comida al amanecer. Fabriqué una almohada como pude, con algo de ropa y un montón de tierra, me conformé.
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Me desperté con el frío que me provocó el roce de mi herida con el suelo, se estaba infectando y tenía que hacer algo. Recordé que, tanto el botiquín como la comida que necesitaba la tenía mi amigo.
Decidido, me moví como pude hasta afuera de la cueva. La cruelrealidad de la guerra de Malvinas había dejado su huella encada rincón de aqueldesolado campo de batalla. Tenía que ser cuidadoso y rápido, mi vida dependía de los próximos minutos. Empecé a caminar con dificultad hacia el cadáver de Saltita. Mi mente divagaba entre la angustia de perder a mis amigos y el hambre que me atormentaba. Entre lágrimas llegué al primer cuerpo, el de mi amigo. Con todo el dolor del mundo, busqué rápidamente el botiquín improvisado que habíamos armado desprolijamente la mañana anterior.
No tenía tiempo de sobra, tomé un trozo de venda y lo sumergí en el único líquido desinfectante que había en el botiquín improvisado. La herida de bala en mi abdomen, que ya se encontraba enrojecida ycaliente altacto, me advertía que la infección estaba avanzando peligrosamente. Apreté los dientes y coloqué la tela sobre la herida, dejando escapar un grito ahogado. Finalmente, reuní el valor necesario y con mano firme, comencé a limpiar cuidadosamente la herida. Cada roce era una tortura, pero sabía que mi vida dependía de mi habilidad para evitar que la infecciónse extendiera más. Tras unos eternos minutos, sentíque la herida estaba finalmente desinfectada. Aliviado, coloqué un vendaje improvisado sobre la zona herida y suspiré profundamente. Sabía que el peligro no había pasado por completo, pero al menos había ganado algo de tiempo.
Me dispuse a buscar comida. Lastimosamente, mi amigo no había llevado, por lo que tuve que seguir explorando. Avanzaba por entre cuerpos de lo que habían sido mis amigos y compañeros. La imagen de sus rostros llenos de vida y esperanza se apoderaba de mi mente mientras caminaba. Pero también tenía que enfrentar el horror de sus cuerpos inmóviles, que yacían en el suelo como prueba de la crueldad de la guerra. Si el dolor era muy grande por solo verlos, era peor cuando tenía que manipularlos ybuscar entre sus cosas, pero erala única alternativa si quería vivir.
Encontré unas latas de porotos entre las provisiones de algunos de los chicos. A pesar del dolor y la debilidad, una chispa de esperanza se encendió en mi interior al ver las provisiones intactas. Agarré todo lo que pude cargar y con lágrimas en los ojos, murmuré un último adiós a mis compatriotas caídos.
De vuelta en el refugio, abrí con ayuda de una piedra una de las latas que serían mi salvación. Con el estómago saciado, me tumbé en el suelo. Cerré los ojos y me repetí una y otra vez que resistiría hasta el último aliento. La guerra nos había robado demasiado, pero yo no iba a permitir que me robara la esperanza.
Los siguientes días en la cueva fueron una lucha constante por la supervivencia. Al segundo día, un grupo de ingleses se instalaron muy cerca de la cueva, lo cual sumado a mi debilidad hacía imposible que pueda siquiera intentar volver a la base.
Con la poca comida y agua que tenía, tuve que administrar cuidadosamente mis reservas para que duraran la mayor cantidad de tiempo posible. Cada día, me desinfectaba
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las heridas con el poco material que me quedaba, sabiendo que la infección podría ser fatal en ese aislamiento.
En los tiempos libres, aprovechaba para escribir cartas a mis seres queridos en Argentina. Con lágrimas cayendo sobre el papel, expresaba mi amor y añoranza, deseando con todas mis fuerzas volver a verlos. A través de esas cartas, encontraba un consuelo temporal, sintiendo que de alguna manera, seguía conectado con ellos.
Alonceavo día, el botiquínse estaba por agotar. Llegó el momento que menos quería, tenía que extraer la bala. Con los dientes apretados, me senté en el suelo de la cueva. Tomé un cuchillo afilado y lo esterilicé lo mejor que pude con los últimos restos de alcohol. Con la mirada fija en el techo de la cueva, cerré los ojos y, con un grito ahogado, hizo un corte cuidadoso en la piel alrededor de la herida.
El dolor era indescriptible, pero no podía detenerme. Cada movimiento era una tortura, pero estaba decidido a liberarme de aquella bala. Luego de lo que pareció una eternidad, logré aferrar la bala con los dedos ensangrentados y tiré con fuerza. Con cuidado, limpié la herida y la vendé con lo que quedaba de los materiales del botiquín. El dolor persistía, pero sabía que había hecho lo correcto.
Para el día 15, estaba exhausto y casi sin fuerzas, estaba perdiendo la esperanza. Empecéaoír disparos fuerade lacueva, luego deunpar dehoras, comencéaescuchar débiles voces y pasos que se acercaban. Mi corazón se aceleró, entre el miedo de que fueran ingleses y la esperanza de que sean hermanos argentinos. Una mezcla de alivio yemoción inundó mis ojos cuando los vi, camuflados, con la escarapela celeste y blanca en el pecho. Con lágrimas de gratitud, fui llevado en camilla fuera de la cueva y recibí atención médica. Aunque todavía estaba débil, sentir el contacto humano y saber que había sido encontrado me llenó de fuerzas. La idea de reunirse con mis seres queridos en Argentina me daba motivación para seguir adelante.
Sin embargo, la alegría se desvaneció rápidamente cuando escuché a los rescatistas hablar entre ellos. Las noticias que compartieronerandevastadoras. La guerra estaba pérdida y Argentina se rendiría. Me sentí abrumado por una mezcla de tristeza y decepción. Había luchado con todas mis fuerzas, soportado el dolor y la soledad, y ahora me enteraba de que su sacrificio podría haber sido en vano.
Fui devuelto a la base y al día siguiente volvimos a la Argentina. El sentimiento era una tristeza enorme por la derrota, pero también un alivio por haber sobrevivido ypor volver a ver a nuestra gente.
Otro sentimiento se apoderó de nosotros al llegar al país. La gente en Puerto Madryn nos recibió mostrando su agradecimiento, lo cual nos llenó de orgullo por haber defendido a la patria hasta el último aliento, dispuestos a morir si era necesario.
Fin.
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2 cafés cortados
Mi hermano Benito y yo siempre íbamos a una cafetería que quedaba a solo unas cuadras de casa, todo el barrio nos conocía por ser los únicos mellizos del pueblo y porque eramos inseparables. Él era más grande, solo por treinta minutos, pero yo era más alto, me acuerdo que en esa misma cafetería él conoció a su novia, Amelia Amado.
Días antes del desafortunado suceso, Benito, su novia y yo pasábamos los días yendo a la cafetería, a la plaza y al lago. Nos divertíamos mucho juntos, sin pensar en el futuro ni en los problemas. Benito tenía planes de casarse con Amelia y abrir su propio negocio de arquitectura. En cambio, yo quería estudiar medicina y ayudar a la gente como me habían ayudado a mí cuando perdí el brazo en un accidente.
Pero todo cambió una tarde, cuando llegamos a casa yal entrar nos dimos cuenta que nuestrospadresno estaban solossino queestabanacompañadospor unsargento delaescuela militar. Cuando advirtieron nuestra llegada, nos invitaron a sentarnos porque tenían un comunicado importante para nosotros, mamá se tapaba la cara con su pañuelo de flores intentando que no nos diéramos cuenta que de su rostro fino y delicado caían lágrimas. Por esta razón papá tomó la voz para decirnos que mi hermano Benito debía ir a la guerra para servir a nuestro país y proteger lo que por derecho nos pertenecía mientras que yo, al sufrir de una discapacidad, no quedé seleccionado ni para ser el che pibe.
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Valentina Calderón, Giuliana Di Rocco y Victoria Haedo
"Aunque uno de los mellizos se haya ido, el otro sigue siendo su reflejo en la tierra
."
Barbara Alpert.
Benito y yo no caímos en la cuenta de que lo que se nos avecinaba no era ficción si no la realidad. Por un lado, mi hermano tenía que asimilar que ya no sería un niño, que en vez de salir de fiesta o preocuparse por qué se iba a poner al día siguiente, iba a tener que hacerse cargo de manejar un arma de fuego, capaz de arrebatarles la vida a personas que se encontraban en la misma posición que él.
Sin embargo, la realidad es que tampoco hubo mucho tiempo para comprenderlo ya que3díasdespuésseembarcó enuntrenqueteníacomo destino el campamento dondeserían divididos por batallones.
Al principio su partida solo fueron minutos, después horas y días hasta que pasó un mes sin recibir ni una mísera carta o una noticia sobre su batallón. La duda de no saber si seguía con vida iba creciendo cada día que mi mamá me llamaba para comunicarme que otra vez no había llegado ni una sola carta sobre Benito.
Todo cambió una mañana cuando tocarona mi puerta de forma desaforada. Alabrirla me encontré con mi madre, Beatriz, la cual lloraba ytemblaba sujetando débilmente el diario que se publicó esa mañana en el Clarín.
La invité a pasar y nos dirigimos a la cocina donde hacía tan solo unos meses mi hermano mellizo, Benito, se la pasaba cocinando y cantando, pero ahora solo se podía sentir su ausencia. Mi madre me entregó aquello que ahora apretujaba como si no quisiera que ese pequeño papel de información existiera.
Al observar detenidamente me di cuenta que hablaba sobre el batallón en el que se encontraba mi hermano, elcual contansolo 17 años fue obligado a ser una parca que cobrara la vida del bando contrario y que al mismo tiempo, fuera unos de los corderos que fue seleccionado para ir al matadero.
Al leer cada párrafo del diario me fui horrorizando más y más con cada letra, era una sentencia de muerte paratodos ellos. La noticia hablaba sobre como el batallón 18 había sido interceptado por las fuerzas inglesas y habían sido tomados como prisioneros perdiendo la vida a manos de extraños que ni siquiera hablaban nuestro idioma.
No quise llorar, no porque fuera un hombre que tenía que ser fuerte, sino porque no podía asimilar que mi otra mitad ya no existía y que solo había pasado a ser parte de mis recuerdos. Todos eran jóvenes que tenían una vida por delante, sueños, esperanzas yfamilias que los esperaban con los brazos abiertos para decirle que lo peor ya había pasado y que ahora estaban a salvo. Pero eso era solo una fantasía, porque esto era una realidad distópica en la cual ninguna familia perteneciente a ese batallón iba a poder ver a sus seres queridos otra vez y yo jamás volvería a ir a tomar un café con mi querido hermano Benito.
No sé cómo seguí adelante después de perder a mi hermano, mi mejor amigo, mi otra mitad. Me refugié en los libros y en el estudio, tratando de cumplir mi sueño de ser médico.
Han pasado diez años desde aquel día, y todavía lo recuerdo como si fuera ayer. A veces voy a esa cafetería y me siento en la misma mesa donde nos sentábamos Benito y yo.
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Pido dos cafés, un café negro para mí y un americano para él. Y le hablo como si estuviera ahí, escuchándome. Después de un rato comienzo a divagar en que tal vez si esa guerra por tan solo un pedazo de tierra no se hubiera desatado, sé que ahora tendría a mi hermano enfrente mío degustando ese café que tanto amaba y contándome sobre sus nuevos diseños para la casa y de su matrimonio con Amelia. Sé que puede sonar loco, pero es mi forma de sentirlo cerca, de no olvidarlo nunca.
Fin.
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Una mañana diferente
“Duele más la indiferencia de tu gente que la bala más voraz del enemigo ”
Ramiro Trezza
Una mañana oscura nos trasladaron a todo el ejército militar a combatir contra los ingleses, fue muy duro saber que nos enfrentaríamos con un ejército tan fuerte. Esa mañana teníamos que abandonar nuestros hogares y pensar en que tal vez no íbamos a volver.
Nos preparamos con todo lo esencial para poder sobrevivir a lo largo de la batalla, al llegar a la localidad muy tranquilos, después de un largo viaje teníamos las esperanzas de que lo íbamos a poner en marcha nuestra misión que era muy clara, todos estábamos centrados en defender a nuestra patria y el ambiente acompañaba sin contratiempos, pero de repente, de camino a las trincheras, se rompió el silencio al escuchar disparos y ruidos de bombas. Comenzamos a preparar el armamento para salir a combatir, pero ya era tarde, era un ejército de soldados a fuerte paso que nos agarraron desprevenidos y cuatro compañeros de mi pelotón fueron aplastados y tiroteados por los ingleses.
Tratamos de buscar refugio donde podíamos para poder protegernos entre nosotros, pero a ellos no les alcanzó con el daño que ya habían causado, no iban a detenerse hasta ver a todos nuestros soldados caídos. En un descuido nos dispararon desde atrás y dejaron mi brazo inmóvil, pero no había dolor que me parara. Comencé a desvanecerme y ver cómo atravesaba la bala en la cabeza del soldado a mi lado, cuando voltee a ver era mi hermano, no podía creer lo que estaba viendo, sin embargo seguí avanzando hasta encontrar refugio,
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Fatima Fhurer Podlesker y Florencia Martinez Menna
pero ya daba lo mismo morir o vivir, ya que había perdido a Henry, me preguntaba qué le diría a mi madre al regresar a casa, si es que sobrevivía. Pasaron horas y horas en las que yo no procesaba lo que había sucedido. Al caer a la noche aun en shock por todo lo que habíamos vivido pocas horas atrás, me propuse a luchar para vengar a mi hermano y a los hermanos de muchos otros que no volverán a ver a sus familias.
Pero mi cabeza y mi cuerpo no estaban en la misma sintonía, mi brazo no paraba de sangrar por lo que tuve que tomar lo que pude y me brindaba la naturaleza para detener el sangrado, me envolví con hojas que no hacían muy bien su trabajo pero bastaba para pasar la noche.
A la mañana siguiente desperté muy temprano para poder despedirme de mi hermano, todo era muy triste, observándolo, con su cuerpo ensangrentado y con sus ojos abiertos; retome el viaje para encontrarme con mis otros compañeros y poder acordar refugios más cercanos y planear estrategias, pero ya habíamos perdido muchos soldados en aquel encuentro con los ingleses.
Al terminar las estrategias nos dirigimos otra vez al campo de batalla y comenzaron los tiroteos, nos miramos y dijimos que no nos íbamos a quedar atrás, por lo que salimos todos juntos a combatir, la batalla duró días, en los que muchos de mis compañeros no sobrevivieron a nuestros contrincantes. Cada vez nos costaba más avanzar y había menos soldados, en lo que me di cuenta que era muy difícil lograr nuestro objetivo.
Estaba regresando al refugio y de lejos recibí un tiro en el otro brazo, en lo que me llegó a traspasar la bala, corrí hacia un lugar seguro en el que yo había dejado un botiquín a cargo de un soldado que sabía de medicina porque era de una familia de médicos. Estuvo horas curándome mis dos brazos porque se me estaban por infectar, y él me dijo que mañana no salga a combatir pero no le obedecí, y así fue a la mañana siguiente mi cuerpo no daba a bastos por lo que me puse como meta no parar, los ingleses seguían bombardeándonos con todos sus elementos de guerra y nuevamente con mi amigo perdimos todos nuestros soldados, y así fue que nos vencimos y retomamos camino a nuestros refugios solos y aceptando la derrota.
En fin regresamos a nuestros hogares tristes, devastados, lastimados, pero la vida continuaba. Al llegar a nuestro pueblo nos recibieron de una forma que nunca olvidaré, y no paramos de tener conferencias en la que contábamos la experiencia vivida y siempre teniendo en cuenta nuestros soldados combatientes que ya no estaban a nuestro lado.
Fin.
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Entre balas y recuerdos: Memorias de un soldado de Malvinas
Arlan Juana y Schmidt Ingrid
“Tu rostro sigue marcado a través de tantos años, tu tristeza no se borra, tu valentía no se olvida”
Doménico Bova, 1982
Tengo los ojos cerrados y lo único que escucho son gritos de dolor, armas disparando; los abro, y veo jóvenes, adolescentes, chicos con toda una vida por delante disparando armas viejas, destruidas por el paso del tiempo, como si con eso se pudiese ganar esta guerra
Arranco a caminar y me adentro en el campo de batalla, que entre las balas pasando cerca de nuestra cabeza y las bengalas, parecía de día, aunque era de noche, en el sur del hemisferio con 5 grados bajo cero luchábamos contra los ingleses con armas destruidas, pero también contra el frío, con el poco abrigo que teníamos por mantener nuestra temperatura, eso nos impulsaba a pelear, nos hacía volver a sentir calor por unos instantes.
63 bajas contamos después de ese día.
Ninguno era de mi unidad, 4 familias menos que tendrían que vivir la pérdida de un ser querido sin poder despedirse de su cuerpo por que fueron perdidos en batalla. En estos
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dos trozos de tierra que flotan en el mar, estos trozos de tierra que siempre son y serán argentinos
30/05/1982
Ya pasaron tres días de la batalla pasada, me mandaron a dirigir una misión para llevar a cabo con mi unidad, Francisco Hernández es el aviador de la escuadra, con tan solo 19 años maneja un avión como si fuese una bicicleta , Gustavo Gómez o “GG” entre la infantería, junto con Marcelo Rodríguez y Miguel Núñez son los hombres de tierra, o más bien niños, con 17 años cada uno ,luchan y se defienden con todo lo que tienen de entrenamiento, que no es mucho, a comparación del de los piratas contra los que peleamos
Hernández está decidido de que nos va a ir bien, alguien tan patriótico como él constantemente estáseguro de quela patria argentina va a triunfar. Elno entiende que cuando se desata una guerra, suele ser difícil anticipar cómo terminará.
Nos adentramos en la batalla, lo único que pienso es en hacer las cosas bien, poder infiltrarnos en el asedio, y lograr romper con el bloqueo inglés para ganar terreno, y salir vivo. Una batalla más superada, un paso más cerca de mi familia, aunque claro, no sabía cuántas luchas quedaban, y cuantas más iba a aguantar vivo.
Comienzo con la ejecución del plan. Me siento histérico, pero no puedo transmitirles lo mismo a mis reclutas, tengo que mantener calma y seriedad. Es difícil transmitir algo que no siento, nimucho menosqueno creo,siempre me preguntocomo lo hicieron mis hermanos, al ser el menor, al que le tenían que transmitir tranquilidad cuando las cosas estaban mal, era a mí, y ahora, yo soy el hermano mayor de estos cuatro soldados.
Últimamente pienso en mi hermana, ¿Seguirá pensando que estoyvivo?, ¿O se habrá rendido?, ¿mis cartas le habían llegado?, los superiores nos dicen que se las envían, pero ya no sé qué creer porque no hay ninguna respuesta.
Como su ejemplo a seguir, les dije que dieran todo de sí en esta batalla, que dentro de poco verían a su familia y todos estaríamos comiendo asado los domingos, calentitos sin el pulsante miedo a morir y esa hambruna penetrante en nuestro interior.
31/05/1982
No tengo comunicación con Hernández, empiezo a sospechar de su caída. No estoy listo para contarles. Los demás están nerviosos por él, por lo que les puede pasar a ellos. Hernández era ejemplo de confianza, de seguridad, si a él le iba bien, a todos ellos les iba a ir bien.
Volvimos a intentar romper el frente.
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Ese día, ayer, todo se desvaneció, perdí a Hernández, perdí a dos de mis topos, se fueron, yconellos toda aquella esperanza que creíamos que quedaba también se fue. No solo perdí a tres de mis hombres.
Ese día, también me perdí a mí.
10/06/1982
La culpa me come desde ese día, desde esa misión, desde esas caídas en Malvinas. No paro de pensar en ellos, en sus caras de miedo e incertidumbre, en sus familias.
Como creyeron en mi palabra de que íbamos a pasar esta batalla, y fue en vano, toda esa confianza que depositaban en su capitán, ¿cómo se lo voy a explicar a sus familias?
Como les voy a explicar que por culpa mía un asiento en navidad va a estar vacío y un plato menos va a ser necesario. Que nadie va a poder ocuparlo de la misma manera. Explicarles que sus hijos ya no tienen un futuro esperándolos y que no van a poder verlos crecer o renegar con ellos. Verlos convertirse en padres, tíos y profesionales.
Que no van a poder seguir creciendo como sus hijos, nietos, primos y hermanos.
Hace más de 1 semana que estamos solos con Marcelo, nos queda pasar esta noche, dicen que mañana el general Mario Menéndez se rendirá y parará esta guerra, ya no puedo ver más heridos, más guerra, entre el olor a pólvora y a sangre, es bastante dantesco todo lo que se puede ver si abro los ojos, y si los cierro también. Y aunque creamos que ahí se termina, no va a ser así.
14/06/1982
Los barcos arriban a las islas, vienen a buscarnos, vienen a llevarnos a casa, a los que quedamos. Vienen a darle un supuesto “cierre” a esta guerra, pero nosotros sabemos que esto no terminó, lo sentimos, las consecuencias en nosotros, las familias de cada caído y cada soldado que participó, que dejó su hogar siendo un niño y volvió siendo un combatiente de guerra, un defensor de la soberanía, y en la Argentina son permanentes y no se van a borrar.
Subimos al barco, y me di media vuelta, miré el árido terreno, sentí el frío ártico en mi cara, en mi cabeza las balas seguían sonando, y la muerte estaba impregnada en cada centímetro de ese lugar.
Marcelo no habla, no come, no reacciona, su corazón late, pero él ya no está conmigo, me doy cuenta, con su mirada perdida, el horror en la expresión de su cara, no se va. Falta menos para llegar, estamos cansados, y al fin podemos sentir un poco de tranquilidad, voy a intentar dormir, y no pensar más por un rato.
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16/06/1982
Estoy en mi casa hace menos de dos días, empezaba a volver a familiarizarme con el calor, de podertomar uncafé conagua potable, no unagua helada de un arroyo. La sensación de dormir en mi cama me persigue, aunque realmente no pueda dormir, ese efecto de ahogo y de querer hundirme, caer para no despertar, caer y caer en el pozo oscuro de culpa.
Pienso en GG, en Núñez, en Hernández. En cómo a esas familias se les debe estar cayendo el mundo desde el sábado, mientras miraban a todos salir de los barcos y esperaban que aparezcan sus hijos, sus hermanos, sus nietos, sus sobrinos, sus parejas, sus padres… que nunca aparecieron.
En los medios nadie dice nada, la mayoría de la población nunca se enteró de lo
20 AÑOS MÁS TARDE…
14/06/2012
La culpa me sigue ahogando, pasaron 20 años de la guerra y la angustia de haber arruinado tantas vidas me persigue en cada cosa que hago hasta consumirme en simplemente carne y hueso.
Como todoslosañosdesdeque lo internaron, hoyvoya ir avisitar aMarcelo alcentro de rehabilitación mental en el que está ingresado, todo lo que pasó en la guerra lo desgarró por dentro hasta el punto de llegar a la demencia.
Como hace 20 años, Marcelo no habla, no come, no reacciona, su corazón late, su mirada está siempre perdida en el pánico que siente por dentro.
Cada año voy a verlo, para desgarrarme y romperme un poco más por dentro a mí mismo, para remarcar la huella de culpa que me identifica yabrir todavía más la herida, para no olvidar todo lo que esos chicos hicieron en las Malvinas. No olvidar toda la valentía que tuvieron para sacrificar absolutamente todo por su patria.
En aquellos días, la incertidumbre y el miedo eran nuestros constantes compañeros. En cada batalla, en cada trinchera, peleábamos con valentía y determinación por nuestra patria y por nuestros hermanos de armas. Éramos jóvenes, llenos de sueños y aspiraciones, pero fuimos arrojados a una realidad tan cruel y desgarradora que nos cambió para siempre.
Cuando entré y lo vi ahí postrado en una silla sin una chispa en sus ojos del niño que fue hace dos décadas sentí el peso de cada soldado caído encima de mí, aplastándome hasta la asfixia.
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No pude conversar con él, no es una charla si no hay una respuesta de ambas partes, aun así, como siempre intenté hacer el esfuerzo inhumano de contarle lo que pasa en mi “buena” vida.
Comparado a la suya, la mía y sus problemas parecieron insignificantes. Aunque me consuman cada día un poco más hasta dejarme meramente con las brasas de lo que alguna vez fue un fuego imponente
Me sorprendió como su mirada sigue igual, ya no sólo está perdida, sino cansada.
Cuando me fui lo despedí de otra forma, con otro sentimiento, como si ya supiese en mi alma que estaba predestinado a pasar, le di un abrazo y le dejé algo en la bolsa detrás de su silla donde los enfermeros guardaban sus medicaciones
Ya pasaron unas horas desde que llegué a casa, se me está haciendo difícil, mi mente no tiene paz, terminó de cerrar los sobres, son cinco. Para Mari, Juan y Martín, y otro para mamá y papá.
Finalmente, me estoy dejando sumergir en el abismo de mis emociones, bebiendo a sorbos profundos la botella de mis sentimientos. Cada gota la siento como una dosis letal de emociones que me consumen lentamente.
Con cada trago siento como mi corazón se acelera, mis pensamientos se embriagan.
Era una sobredosis de vida, un frenesí de sensaciones que amenazaba con sumirlo en la oscuridad más profunda.
Cada cápsula eran pequeñas llaves, guardadas en el cajón de la tentación. Cada una era un portal hacia un mundo de sombras, donde el alivio se entrelaza con el peligro oculto.
Como última petición a Dios, mi deseo más profundo es que la historia no se repita, que ningún joven tenga que enfrentar los horrores de la guerra. Que la paz prevalezca y que las diferencias se resuelvan a través del diálogo y la comprensión.
Fin.
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