Las otras islas
Antología de cuentos, 5to CN, EATATA

UNA ANTOLOGÍA QUE EVOCA A TRAVÉS DE LA FICCIÓN LA GUERRA DE MALVINAS

UNA ANTOLOGÍA QUE EVOCA A TRAVÉS DE LA FICCIÓN LA GUERRA DE MALVINAS
"Para mí, la guerra fue cumplir con un deber que me inculcaron en la primaria, fue defender nuestra soberanía en las islas." Jorge Daniel Seataro.
Crecí en un pueblo cerca de Monte Grande, donde era difícil no conocer a todos. En 1980, con 16 años, entré a la Escuela de Suboficiales de la Fuerza Aérea Argentina; desde chico siempre había querido ser un soldado que pueda servir a su patria y por fin mi sueño se estaba cumpliendo.
Los primeros 2 años fueron lo que siempre imaginé, entrenamiento y preparación para una guerra que nunca esperábamos que sucediera. Ese lejano momento para nosotros era solo una idea pasajera que nunca se concretaría. Estábamos equivocados. Demasiado. La inocencia de adolescentes nos jugó en contra.
Días antes de que todo lo que ya sabemos sucediera, los rumores se hacían cada vez más y más fuertes. Pero el 2 de abril de 1982, cuando menos de la mitad del pelotón había cumplido su mayoría de edad, las sospechas se confirmaron. Argentina enfrentaría a Reino Unido por las Malvinas, esas tierras lejanas que nunca nadie recordaba pero aún así jurábamos defender hasta morir.
El primer grupo, conformado por los soldados más avanzados en entrenamiento, se fue a los 2 días de recibida la noticia, una madrugada de mucho frío. Y a las 2 semanas otro
grupo partió. Nosotros observábamos de lejos como cada vez éramos menos y menos, esperando para ver quiénes eran los próximos que iban hacia ese lugar donde el destino de cada uno podía cambiar por un simple error como quedarse dormido.
Pocas eran las noticias que recibíamos, pero según decían Argentina se encontraba liderando la guerra. Llevaban semanas sin retirar a ningún grupo, lo tomábamos como una buena señal, una muestra de que los soldados que estaban eran más que suficientes para hacerle frente a los ingleses. Hasta que sucedió lo que jamás imaginé que sucedería, lo que aunque era duro era inevitable. Me llamaron a combate. Partí el primero de junio y luego de un viaje de días llegué a las Malvinas. Todo era gris y muerte, frío y soledad; muy distinto a como lo imaginaba esas largas noches de insomnio. La situación no parecía la misma que nos describían en Argentina. Al parecer nuestra patria iba en desventaja. Pasaban los días y yo colaboraba en el campamento base, recibía a soldados heridos, limpiaba y arreglaba las armas y me encargaba de hacer guardia durante noches y noches. Pero un día todo cambió. Sin decir palabra nos llegó la orden de retirada. Rápidamente juntamos y ordenamos todo, sin dejar rastro. Lo único que quedó fue un terreno baldío, con menos vida que antes. Nos subieron a un barco y no tuve la valentía de mirar atrás.
Pasaron los meses, volví a mi casa. Bueno, una parte de mí volvió. Ese chico de 16 años que se fue, con aspiraciones, sueños y la ilusión de defender a su patria ya no estaba; ahora era un hombre, más argentino que nunca, un hombre que siempre tendría en su memoria a los soldados que se fueron y nunca volvieron, los que llegaban heridos, los que llegaban hasta con la última gota de vida arrebatada y los que al volver, seguían peleando su propia guerra interna, silenciosa y solitaria sin apoyo del exterior y después de luchar con todas sus fuerzas decidían sacar la bandera blanca de retirada sin mirar atrás.
Todo por esas tierras lejanas que fueron, son y siempre serán argentinas.
”Un soldado en el frente de batalla muere cuando su patria lo olvida”
Zoe, Santiago y Dulce, 5to CN, EATA.
Hace 38 años fue el momento en el que tuve que tomar valentía y fuerza para luchar pormihermosaArgentina, enlaGuerradeMalvinas. Admito queelmiedo recorría micuerpo constantemente, y no era el único, pero en nuestros planes estaba luchar con todo lo que tengamos por nuestro territorio.
Ahora, el 17 de julio de 2020, me complace compartir mis vivencias en la guerra que viví junto a mi mejor amigo, haciéndole el más grande de los honores ya que lamentablemente dio su vida por este conflicto.
Entonces, para dar comienzo, el2 de abril de 1982, cuando tansolo teníamos 19 años, estalló esta guerra en donde Ricardo, mi mejor amigo, y yo, Francisco, fuimos convocados. Por lo que pocos días después llegamos al campo de batalla, en Malvinas, con nula instrucción militar de ambas partes ya que todo sucedió muy rápido, aunque al pasar el tiempo fuimos adquiriendo el conocimiento necesario para luchar. Aquí, nos hicieron alojarnos en los llamados “pozos de zorro” que eran zanjas de 1,60m de profundidad por dos metros de ancho, sobre las que se ponía un techo disimulado por tierra y pasto para que cuando pasen los aviones no nos descubrieran. Enestos pozos dormimos durante casi toda la guerra. Además del hecho de luchar, lo más difícil para nosotros fue el frío que teníamos que vivir día a día, ya que no nos daban la correcta vestimenta, y también, gran voracidad debido a la escasez de comida que había para los soldados. Aunque, recuerdo en específico que me sorprendió totalmente el hecho de que durante esos dos meses y catorce días a pesar del
miedo, la incertidumbre y el no saber si volveríamos a nuestras casas, todos nos apoyamos entre todos, sacando la confianza y fuerza para resistir el tiempo necesario. En específico, durante este tiempo me vincule aún más con Ricardo, nos ayudábamos y protegíamos mutuamente sin importar quién y que se nos pusiera enfrente, pase momentos muy difíciles junto a él, nos contábamos historias sobre nuestra vida antes de la guerra y nos consolábamos cuando la tristeza invadía nuestro cuerpo porque extrañábamos nuestros familiares, amigos y en general, nuestra rutina, antes de que esta guerra nos arrebate la felicidad y comodidad de nuestros hogares.
Habían pasado aproximadamente dos meses, cuando una noche se desató la denominada “Batalla de Monte Longdon”, desde la noche del11 de Junio hasta la madrugada del doce, luchamos desde el principio muy centrados en nuestro deber pero en un abrir y cerrar de ojos vi a mi mejor amigo tirado en el suelo lleno de sangre, me paralice por un momento y pensé lo peor, tiempo después, al no llegar más ataques, inmediatamente fui a asistirlo y efectivamente lo peor había pasado, había muerto. En ese momento, mi alma se destrozó, mi respiración se había paralizado por completo y no podía creer lo que estaba pasando. Tiempo después di aviso de su muerte totalmente shockeado, tenía el pensamiento constante de no poder seguir luchando sin su presencia. Ahora, lo que más lamento es el hecho de que dos días después la Guerra de Malvinas había terminado, en ese momento yo no podía creer como por dos días Ricardo no pudo llegar con vida a su casa y yo si, casi lo habíamos logrado juntos, y por esa batalla él había sido uno de los 31 muertos. Por suerte, hoyen día, he conseguido recordar conalegría a ese gran soldado y, como ahora, honrarlo en cada momento que se me presente. Finalmente, me despido diciendo que con gran orgullo todos luchamos por nuestro país y agradezco que hoy en día nos tengan tanto respeto y admiración, y no olviden en ningún momento a los caídos en Malvinas.
FIN.
Agustina
Había cumplido recientemente la mayoría de edad cuando me vi obligado a dejar atrás mi animada juventud para unirme al servicio militar. Corría el mes de febrero de 1982, y no tenía idea de que en tan solo dos meses las vacaciones y las fiestas se convertirían en insignificantes recuerdos frente al terror, el frío y la hambruna que nos esperaban en las trincheras.
En ese mismo tiempo, Armando Esteban Quito también se enlistó en el servicio militar, pero para él no era una pérdida de tiempo, sino una oportunidad de escapar de la monotonía de su barrio. En abril de 1982, comencé a percibir un ambiente extraño dentro de la comunidad militar.
El silencio reinaba. El ARA General Belgrano, fuera de la zona de guerra, fue atacado y hundido por un submarino inglés. Entre los sobrevivientes de esta tragedia se encontraba Armando. Un día, Elton Tito, un audaz piloto de caza, fue enviado a las Malvinas con la misión de bombardear buques ingleses. Fue en ese momento cuando descubrió que estábamos en guerra y que las posibilidades bélicas de Argentina eran mínimas frente al poderío de Inglaterra. Sin embargo, cumplió su misión con valentía y determinación.
Hasta ese momento, las Islas Malvinas eran prácticamente desconocidas para muchos de nosotros. Fue necesario que nuestros militares las desenterraran para librar esta guerra; los mismos militares que a menudo resultan más peligrosos para nuestros compatriotas que para el enemigo.
En un día frío y ventoso en las Islas Malvinas, el viento gélido soplaba a través de los prados y acariciaba las aguas del Atlántico Sur. En la Isla Soledad, una de las islas, se
"Las Islas Malvinas son una herida abierta en el corazón de todos los argentinos."
Ernesto Sabato.
alzaba majestuosamente un antiguo faro sobre los acantilados. Conocido como el Faro de la Soberanía, este faro era el punto de encuentro donde nos reuníamos para compartir nuestras historias de vida antes de ser reclutados para el combate.
Construido muchos años atrás, en tiempos de paz, el faro había guiado a los navegantes en la oscuridad, asegurando su seguridad en las aguas turbulentas. Pero para nosotros, los argentinos, este faro representaba mucho más que una simple ayuda para la navegación.
Cada noche, cuando la oscuridad caía sobre la isla, la luz del faro se encendía y se extendía por el horizonte, iluminando las aguas que rodeaban las Malvinas. Era un símbolo de esperanza y resistencia, un recordatorio constante de que debíamos permanecer unidos.
Un día, recibimos la terrible noticia de que Elton Tito no había regresado de una misión de combate. Supusimos que había perdido la señal de comunicación. Después de unos días, llegó una carta de los reclutadores informándonos que nuestro querido amigo había fallecido en el combate. Sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas hasta que ya no podía ver.
La guerra había devastado la tierra. El conflicto se había cobrado innumerables vidas y dejado un rastro de destrucción y desesperanza. Los soldados, exhaustos y heridos, luchaban con valentía en el frente, mientras que los civiles sufrían las terribles consecuencias del conflicto en su vida cotidiana.
En medio de ese caos y desolación, un grupo valiente de personas, provenientes de diferentes bandos y orígenes, se unió con un objetivo común: poner fin a la guerra y buscar la paz. A pesar de las diferencias y los resentimientos pasados, se dieron cuenta de que la única forma de detener el derramamiento de sangre era a través del diálogo y la reconciliación.
Líderes de ambos bandos se encontraron en secreto en un lugar neutral, comprometiéndose a encontrar una solución pacífica. Diplomáticos y negociadores trabajaron incansablemente para forjar un acuerdo que pusiera fin a la violencia y sentara las bases para la reconciliación y la reconstrucción.
Finalmente, tras varias negociaciones y concesiones mutuas, se firmó un histórico tratado de paz. Se declaró un alto al fuego y la guerra llegó a su fin. La noticia se difundió rápidamente, llenando a la población de esperanza y alivio.
A medida que los soldados regresaban a sus hogares, se encontraron con una nueva realidad. Las ciudades devastadas comenzaron a reconstruirse y las personas trabajaron juntas para superar los efectos de la guerra. Se establecieron programas de ayuda para los heridos y se brindaron oportunidades para la reconciliación y el perdón.
Con el tiempo, la paz se arraigó en la sociedad. Aunque las cicatrices de la guerra seguían presentes, la esperanza y la determinación prevalecieron. Monumentos fueron erigidos en memoria de aquellos que perdieron sus vidas, siendo un recordatorio constante de la importancia de la paz.
Años después, se llevaron a cabo iniciativas para promover la reconciliación y prevenir futuros conflictos. Las lecciones aprendidas de la guerra se utilizaron para fomentar el entendimiento mutuo y el respeto por la diversidad. La historia de esta guerra se convirtió en un recordatorio constante de las terribles consecuencias del odio y la violencia desenfrenada. La humanidad aprendió que el diálogo, la compasión y el deseo de buscar soluciones pacíficas son fundamentales para evitar la repetición de los errores del pasado.
Fin.Había una vez un hombre llamado Pedro Mársico, un veterano de la guerra de Malvinas. Pedro era un joven valiente y decidido a ir al ejército con la esperanza de servir a su país y proteger a su gente. Pasaban los días, la guerra se volvía cada vez más “fea”, y Pedro se encontraba en el centro de todo.
En la isla de Malvinas, Pedro luchó con el corazón. Era un soldado ejemplar, siempre dispuesto a proteger a sus compañeros de batalla. Sin embargo, a medida que los enfrentamientos se ponían más intensos, Pedro comenzó a presenciar escenas de violencia y muerte que no podía soportar, cargando un peso psicológico horrible.
La guerra de Malvinas dejó profundas cicatrices en el corazón de Pedro. Perdió a muchos amigos en el campo de batalla, jóvenes indefensos enviados sin preparación. Cada pérdida era un golpe duro para él, un recordatorio constante de lo rápido que puede ser la vida. A medida que pasaba el tiempo, Pedro comenzó a sentir el peso constante de los traumas de la guerra. Las pesadillas y los recuerdos dolorosos lo perseguían constantemente, sacándole la paz y la serenidad. Se volvió cada vez más retraído, cerrándose en sí mismo y alejándose de sus seres queridos. La alegría y la esperanza que alguna vez brillaron en sus ojos se desvanecieron lentamente. Fran, uno de los amigos de Pedro que también sobrevivió a la guerra, notó el cambio en su querido compañero. Desesperado por ayudarlo, Fran se convirtió en su fiel confidente y apoyo incondicional.
"La guerra fue un infierno en carne propia; no debería existir la palabra en el diccionario."
Pedro Mársico, excombatiente de Malvinas.
Pasaron horas conversando, compartiendo los recuerdos de aquellos tiempos difíciles y recordando a los amigos que ya no estaban.
Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos de Fran, la oscuridad seguía estando en el corazón de Pedro. Un día, mientras estaban juntos, Pedro confesó su intención de suicidarse. Sus ojos estaban llenos de tristeza y desesperanza, y su voz temblaba mientras compartía sus pensamientos más oscuros. Fran, desesperado por salvar a su amigo, suplicó a Pedro que reconsiderara su decisión. Le recordó la importancia de su vida y cómo su valentía y sacrificio en la guerra de Malvinas nunca serían olvidados. Fran le dijo a Pedro que no estaba solo, que había personas que lo amaban y lo apoyaban. Pero los demonios internos de Pedro eran demasiado fuertes, y la tristeza que lo consumía era abundante. A pesar del amor y la amistad que lo rodeaba, Pedro se sintió incapaz de lidiar con el peso de los traumas que lo perseguían. Tristemente, decidió poner fin a su sufrimiento.
La noticia de la trágica muerte de Pedro se extendió rápidamente, sumiendo a todos en un profundo dolor y conmoción. Sus seres queridos, incluido Fran, lloraron la pérdida de un hombre valiente que había dado todo por su país. Los recuerdos de Pedro, su valentía y su dedicación, siempre vivirán en sus corazones. En honor a Pedro y a todos los veteranos de guerra que lucharon y sufrieron en la batalla, Fran se comprometió a luchar por la conciencia y el apoyo a aquellos que luchan contra los traumas de la guerra. Se convirtió en una voz fuerte y valiente, demostrando la importancia de la salud mental y la atención adecuada para los veteranos.
Aunque Pedro no pudo encontrar la paz en vida, su legado inspiró cambios significativos en la forma en que se trataba a los veteranos de guerra. Su sacrificio no fue en vano, ya que su historia sirvió para recordar a todos que aquellos que luchan por su país también necesitan apoyo emocional y cuidado.
Fin.
“Mentir es decir lo contrario a la verdad: ser mentiroso es tener el hábito de mentir, sin que ello signifique la obligación de mentir todo el tiempo. Un mentiroso puede lamentar la sequía sin estar domiciliado en un maremoto, un mentiroso puede murmurar la frase “yo entro”, sin que ello importe vociferar la orden “tú sales.”
Jorge Luis Borges.
Era el 21 de junio de 1982 y estábamos volviendo de unas de las primeras embarcaciones hacia Argentina. Volvimos de a grupos de 30 personas aproximadamente, y ahí estábamos Carlos Alberto Ayala, Osvaldo Baez, Italo Roberto Balbo y yo, Carmelo Antonio Gerez.
Después de 4 horas de viaje llegamos a un puerto en Santa Cruz donde algunos soldados nos esperaban y algunos, incluso tenían a algún familiar que se había colado al desembarco. Luego de la comida nos organizaron en grupos más reducidos para ser llevados a otro puesto militar. Llegamos allí y mientras esperábamos a que nos llamen, vimos cómo se le cayeron algunos diarios a un teniente que estaba tirando miles de ellos a la basura. Si bien habíamos notado que los de la alta jerarquía no querían que estemos al
tanto de la perspectiva que tenía el afuera de los sucesos vividos en la guerra y viceversa; teníamos la oportunidad de saberlo y no la desaprovechamos. Con mucho sigilo tomamos los diarios antes de que alguien más los vea, y fuimos rápidamente al campo de entrenamiento a echarles un ojo. Claramente nos encontramos con lo que esperábamos, y nos desconcertaron todas y cada una de las palabras y sucesos que decían haber sucedido, ojalá, nuestra realidad hubiese sido de tal manera. Irónico, ¿no? Que nuestras familias no sepan cómo estamos, que no nos lleguen sus cartas, pero que sin embargo miles de argentinos tengan información errónea sobre qué pasaba realmente.
Finalmente nos llamaron y nos llevó una camioneta hasta nuestro pueblo, y aunque volver a casa sería para nosotros algo muy shockeante, lo único que queríamos era contar nuestra realidad, nuestras vivencias, el infierno y el trabajo que nos tomó para poder llegar a donde estábamos y con quienes estábamos.
Una vez allí caímos de sorpresa a nuestros hogares, ya que nuestras familias no parecían estar informadas de nuestra llegada. Todos lloraban de alegría y rápidamente se hizo un amontonamiento de gente con ansias por vernos y querer conocer todo sobre lo sucedido y nuestras experiencias, pero nosotros sabíamos que no debíamos contar demás y tampoco era una experiencia que me enorgullezca en lo personal. Ya caída la noche pudimos conversar, si bien sentía un impulso por contar todos los detalles, no creía que fuese lo mejor, por lo que me limite mucho en el relato de los sucesos. Sorprendentemente ellos no fueron los únicos que se asombraron, ya que también me enteré de las mentiras que el gobierno mentía sobre todo lo que vivimos, le di cierre a la cena y me acosté.
En las semanas siguientes la idea de una verdad mal contada divulgando como la realidad no me dejaba dormir en las noches, esto hacía nacer en mí un impulso por que se sepa lo que vivimos y a su vez me llevó a tomar una decisión drástica. Tras consultarlo con mis cercanos y recibir su aprobación te traje una grabación de mi experiencia y la de muchos otros compatriotas para que la reproduzcas en la radio local.
Fin.
“La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz”.
Un joven argentino llamado Oscar vivía en una pequeña localidad cerca de Buenos Aires. Era el año 1982 y en Argentina se había desatado una guerra con el Reino Unido por la soberanía de las Islas Malvinas.
Oscar, como muchos otros jóvenes argentinos, se sintió con la obligación de unirse a las fuerzas armadas y luchar por su país. Decidió enlistarse en el ejército y se unió al regimiento que estaba siendo enviado a las Islas Malvinas, a pesar del miedo que esta decisión le generaba, el deber de representar a la patria era más grande.
La parte más difícil de su partida fue la despedida con su familia, las imágenes de su abuela y su madre llorando lo acompañarían en el camino y lo llenarían de un sentimiento de orgullo y valentía que le brindaría las fuerzas para seguir.
El viaje hacia las islas fue largo y tenso. Sabían que iban a enfrentarse a un enemigo poderoso, pero estaban dispuestos a darlo todo por su patria. De camino había un silencio hostil; los únicos que habían entablado una conversación fueron Oscar y Hugo, a pesar del poco tiempo que transcurrieron juntos ellos entablaron un vínculo de amistad muy fuerte debido a que frente a estas situaciones tan difíciles siempre tendemos a buscar un lugar donde sentirnos seguros y en casa. Hugo le habló sobre su mamá, ella estaba muy enferma y le contó lo difícil que había sido para él tomar la decisión de alistarse, y cuán grande era el sacrificio tomado.
Finalmente, llegaron a las Malvinas. El clima era frío y hostil, y el terreno era accidentado y lleno de trincheras. Óscar y sus compañeros se instalaron en un campamento
Thomas Mann.
militar improvisado y comenzaron a prepararse para el combate; el vínculo entre Oscar y Hugo se afianzaba cada vez más, a tal punto de considerarse mejores amigos.
Los días en las Malvinas fueron duros. Ya no importaba el frío, el sueño y el hambre, sino el deseo de luchar y sobrevivir. El enemigo estaba bien equipado y poseía una ventaja estratégica. Los soldados argentinos se enfrentaban a constantes bombardeos y ataques, pero se mantuvieron firmes. Oscar participó en varios enfrentamientos directos con los soldados británicos.
A medida que pasaban las semanas, la situación se volvía cada vez más difícil para los argentinos. Las bajas eran numerosas, pero la determinación de Óscar y sus compañeros no disminuía. Se aferraban a la idea de que estaban luchando por la justicia y la soberanía de su país y la esperanza de volver a encontrarse con sus familiares los mantenía en pie
Un día, durante un feroz combate, Oscar resultó herido. Una bala le impactó el hombro izquierdo, de pronto el mundo se detuvo, se volvió más lento y Hugo vio a Oscar caer desvanecido al suelo. Desesperado trató de ir a rescatar a su amigo pero se encontraba en tierras enemigas y la intensa batalla había causado muchos heridos por lo que tuvieron que retirarse. Oscar se encontraba luchando por su vida tratando de sobrevivir en un territorio adverso y desconocido. Pasaron horas y cuando todo parecía perdido, cuando la esperanza de volver a casa parecía desvanecerse y la muerte se apoderaba de su cuerpo Oscar escuchó un ruido y asustado abrió los ojos rápidamente, ahí fue cuando vio a Hugo parado frente a él con una sonrisa y una mirada de amor que tanto lo caracterizaba. Él lo ayudó a levantarse y lo cargó en sus hombros. Juntos finalmente lograron encontrar un camino de regreso hacia sus compañeros. Atravesando peligrosas trincheras y evitando patrullas enemigas, juntos lucharon contra todos los obstáculos que se le presentaron en el camino.
Al regresar al campamento base, fue atendido rápidamente y luego de que lo estabilizaran y sacaran la bala de su cuerpo, cayó en un profundo sueño debido al cansancio emocional y físico que había difícilmente atravesado en las últimas horas.
Al despertarse descubrió que su pelotón lo daba por muerto y preguntó cómo se encontraba Hugo. Todo su equipo muy confundido y con mucho dolor se quedó callado, casi inmóviles, con una mirada muy nostálgica y trágica en sus caras. Frente a la situación Oscar volvió a hacer la pregunta y sus compañeros le comunicaron que él había muerto horas atrás, muy desconcertado y sin creerse la respuesta preguntó cómo era eso posible si Hugo lo había llevado hacia el campamento, todos no podían creer lo que escuchaban y es hasta el día de hoy que no se sabe cómo había podido lograr todo ese trayecto con una grave herida de bala.
Al finalizar la guerra, Oscar volvió a su ciudad acompañado de un orgullo por el amor a su patria, una decepción enorme e incontables cicatrices físicas y emocionales de su trágica experiencia, las imágenes de la guerra lo acompañarán por siempre. Pero su regreso no fue como esperaba, al llegar se encontró con una sociedad distante y fría que en vez de recibir y acoger a los chicos que habían dado todo por su país, prefería darles la espalda y culparlos de la derrota.
Oscar solo encontraba consuelo en su madre, su abuela y la mamá de Hugo, su querido amigo. Iba a visitarla casi todos los días y siempre compartían momentos inolvidables juntos. Un día le contó lo que había sucedido, ese inexplicable milagro. Al día siguiente, cuando Oscar iba a hacer su visita matutina, la vio morir. Ella murió con una sonrisa en su rostro llena de orgullo y amor por su hijo y eso fue lo que dejó a Oscar con una paz y una tranquilidad no muy habitual en esas situaciones.
La historia de Oscar es solo una de las muchas historias de los combatientes argentinos en la guerra de Malvinas. Cada uno de ellos lleva consigo un recuerdo y una experiencia única, pero todos comparten el coraje y el amor por su patria que los llevó a enfrentarse a la adversidad en las Islas Malvinas, por lo que siempre deberán ser recordados.
Fin.