Las otras islas de 5to ESA, EATA

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Las otras islas

Antología de cuentos, 5to ESA, EATATA

UNA ANTOLOGÍA QUE EVOCA A TRAVÉS DE LA FICCIÓN LA GUERRA DE MALVINAS

La Mancha en el Campo Nevado

“Nadie es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba, en la guerra son los padres quienes llevan a los hijos a la tumba.”

Heródoto de Halicarnaso (484 AC-425 AC) Historiador y geógrafo griego.

Largo y ancho campo de nieve. Desde el cielo se ve todo blanco. Todo blanco salvo por una mancha negra pequeña que se va expandiendo conforme brota la sangre del cuello de Echeverría. No está solo, un cabo de 22 años lo abraza y le pide que resista.

El cuerpodeEcheverríarecibiócincodisparos ysu sangre, quesevenegraal contacto con la nieve, desespera a su compañero. Ya no tienen municiones para defenderse, solo le queda un cuchillo. Un soldado inglés se deja ver, fusil en alto, y comienza a aproximarse. El cabo desenfunda el arma y se pone en posición de pelea. No piensa entregarse. El inglés se acerca un poco más y le toca el brazo con el cañón del fusil. "War is over", le dice, "war is over". Y lo abraza.

Es una madrugada de junio de 1982 y están en las Islas Malvinas, más precisamente en Monte Kent. El nombre del cabo es Mario Alberto Cinarra. Hoy tiene 59 años y vive en La Pampa, provincia de la que es oriundo. Se casó y tiene dos hijas. Una de ellas se llama Malvina Soledad, como las islas, y la otra Alicia Noemí.

Volvamos a esas fechas. Cinarra está instalado en Monte Kent protegiendo unos helicópteros a la espera de ser trasladado a la isla Darwin. De pronto, un ataque aéreo inglés

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los sorprende yla esquirladeunabomba quelecaecercaprovocaqueun alambrele atraviese el brazo. Los gritos de dolor se pueden oír desde Buenos Aires. El sufrimiento, el miedo y la incertidumbre de lo que podría suceder, rememoraban recuerdos con sus seres queridos. Un capitán da la orden de cargar los soldados en los helicópteros y llevarlos a Darwin, pero le pideaCinarraquesequedeahí esperandounenfermero.Ensu estado, con el brazo destruido, era imposible que mantuviera un combate.

Se repliega y llega hasta Monte Harriet junto a otro regimiento que se dirige hacia ahí. Cuando llegan a aquel lugar, los ingleses atacan otra vez. Los soldados corren para todos lados y él los sigue. El cielo se prende y apaga con los destellos de las municiones. Se genera un descontrol. En medio de la retirada, algunos soldados caen al suelo, Cinarra entre ellos. Un camarada le pisa el brazo yle revienta la herida. El cabo se levanta como puede yva hasta la enfermería, necesita parar el dolor de algún modo. No hay nadie, ningún médico, pero encuentra un frasco de penicilina en polvo. Sin saber cómo se usa, se tira ese polvo directamente sobre la herida. Arde, al principio, pero con los minutos siente que comienza a sanar el brazo.

En medio del ataque, Cinarra ve a un amigo herido. Es Jorge Echeverría, su superior. Tiene varios tiros en el cuerpo y está rodeado de soldados ingleses, que le disparan desde todos los ángulos.

Cinarra derriba a un soldado inglés y le roba su fusil, mejor que el propio, y su visor nocturno. Con esos dos elementos se dispone a proteger a su camarada. Se pone el visor y es entonces cuando siente miedo por primera vez. En medio de la noche más cerrada, en medio de la oscuridad más negra que vio nunca, descubre que con el visor se ve todo a la perfección, y distingue a los soldados ingleses de los argentinos, que caen uno atrás del otro. "Así nos ven", piensa, y se da cuenta de la desventaja.

Levanta entonces el fusil y comienza a cubrir a Echeverría, que para ese entonces ya tiene cinco impactos de bala. Mató al primero, después apareció otro y lo mató. Y de golpe del otro lado le empiezan a tirar con balazos tan rápidos que era imposible reaccionar. Es ahí donde ve que Jorge le dispara al que lo ataca y le pega. Entonces Cinarra aprovechó y saltó, agarró de la mochila a Jorge y lo llevó detrás de una piedra. Pero el problema es que eran dos, y la piedra para dos no era.

Su compañero intenta pararse, pero no lo logra. Le dice que no siente el cuerpo. Cinarra lo apoya contra una piedra y con su cuchillo le abre el pantalón para curarlo. "Tenía todo negro", pensaba tristemente el entonces Cabo. Ahí vio los orificios de los tiros. Le sacó el cordón de la campera, le ató la pierna, le hizo el primer torniquete y lo arrastró de la mochila.

Fu e en ese momento cuando Jorge le pidió algo para beber a Cinarra, entonces sacó su botella de whisky Blue Label de Johnnie Walker y le convidó, como quien le ofrece el último trago a alguien que se despide. Echeverría estaba muriendo. Estaba muy herido y triste, pero tenía mucha paz. Tenía todo lo que Mario Alberto necesitaba, pero no lo iba a dejar ir nunca.

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Jorge lo agarró de la campera y le dijo: "Robertito, dejame, te lo pido por favor". Cinarra al escuchar esto, se quiebra. Pone su cabeza en el pecho de su compañero y se echa a llorar desconsoladamente, un llanto sonoro, un llanto de joven militar de 22 años que acaba de matar y ve morir a su amigo y sabe que también morirá él. Un llanto largo y entregado, desprovisto ya de toda melancolía y esperanza. Desprovisto de miedo, miedo jamás. Fin.

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El soldado caído

Pesalaccia Santino, Contigiani Guadalupe, Cepeda Felipe y Rodriguez Lucia

“Si quieren venir que vengan, les daremos batalla”

Leopoldo Fortunato Galtieri, 1982.

Una tarde de Abril de 1982 recibí un llamado en mi casa, en ese momento yo estaba con mis hermanos y mi madre viene corriendo al lugar donde nos encontrábamos, cuando vi su cara llena de lágrimas no pude sentir otra sensación más que ese frio que te corre por la espalda cuando te imaginas lo que está a punto de suceder.

Luego de la noticia de mi madre, fui a despedirme de mi familia, mis seres queridos que lloraban e imploraban que no me pase nada (aunque yo no tenía esperanzas) y en ese momento, alisté mis cosas y me subí a uno de los camiones militares.

Fueron unas largas horas de viaje ya que yo provenía de Santa fe, Rosario, y debía ir hacia Santa Cruz, donde allí se encontraba un campo militar donde nos prepararon mínimamente para practicar nuestra habilidad en el tiro, sinceramente me consideraba muy capaz y por eso fui dirigido hacia la zona de fuerza terrestre.

Luego de dos días, fui al puerto donde allí conocí a Carlos, él era un chico de mi edad (19 años) que venía de Mendoza, y luego Máximo que era un año mayor. Los tres forjamos una gran amistad, contándonos cosas de nuestras vidas antes de la guerra y

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riéndonos para evitar la gran tristeza de saber que era probable que no volviéramos. A la mañana siguiente nos enviaron al puerto donde fuimos hacia las islas, mis nuevos amigos y yo temblábamos sin saber lo que ese infierno nos iba a deparar. Fueron largos y duros días de guerra, cada vez teníamos menos recursos y la comida era escasa, nos veíamos sin esperanzas pero siempre permanecíamos juntos. Hasta que…

El día 12 de junio a la madrugada, nos encontrábamos en una trinchera junto a mis dos amigos cuando en uno de los ataques máximo se separa de nosotros dos, desesperados lo buscamos por todos lados, pero la tierra que volaba por las granadas y el ruido de disparos no nos permitía verlo.

Recuerdo este momento de mi vida como ningún otro, viendo a mi amigo Carlos llorando ya que una bala había impactado sobre el pecho de nuestro compañero, juntos lo llevamos hacia un campamento donde intentaron hacer todo lo posible para que sobreviviera, pero, lo peor ocurrió.

Ese día, recuerdo la cara de mi compañero, desolada, con lágrimas, y yo, sin ninguna expresión en la cara, solté el llanto reprimido de un compañero que consideraba como un hermano y que se había ido para siempre.

Luego de dos días volvíamos a nuestros hogares, con nuestros seres queridos, pero con la falta de una gran persona que vaciaba un hueco de mi corazón. Fueron largas horas de viaje pero conseguí llegar, llegar a mi hogar que era lo que más deseaba, ver a mi mama y hermanos, mi familia, todas las personas que me querían, fue hermoso.

A su vez también me comunicaba con Carlos y hablábamos sobre nuestros días, sobre todo, nuestro gran compañero maxi.

Aquí concluye mi historia, por eso siempre recuerden valorar a las personas que tienen su lado porque en un abrir y cerrar de ojos, ya no están más, y eso mismo pasó con nuestro amigo, el cual lamento su muerte todos los días de mi vida, ya que él fue, el soldado caído. FIN.

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La espesa niebla

“Siempre quiso, pero nunca pudo ” Ian Pagh, estudiante de 5to año, EATA.

Sin duda tenía que ir, lo que más le enfurecia era el hecho de que no se respetara la decisión de un mayor, se encerró en la habitación cerrando con un portazo y comenzó a realizar alaridos, luego de un tiempo se calmó, hasta el otro día no se supo de él. Fernando siempre quiso conocer esas tan nombradas islas de las que su abuelo siempre hablaba, paisajes inhóspitos pero con cierta belleza nacional al estar respirando el aire que en ellas circulaba. Su abuelo se negaba rotundamente pero ya la decisión no estaba en él, las circunstancias hicieron que sus reproches no sirvieran de nada, sabía lo que se aproximaba y temía por él, pero ya nada podía hacerse.

Fernando llegó a Buenos Aires un viernes 7 de mayo, acompañado de un oficial, subió a un tren, el cuál arribó a Comodoro Rivadavia 4 días después. El frío punzaba en la piel no cubierta, el viento empujaba la sola idea de no sentir el temor que recorría aquellos parajes. A la vista, miles de uniformados, la mayoría de menos de 20 años, y allí estaba él, luchando con la intriga de saber cuál sería su futuro. Pocos días después se encontraba en un avión de pocas capacidades viajando hacia su más preciado sueño, y su más temida pesadilla. Los vientos eran implacables, la turbulencia hacía que no pudieran pegar un ojo, la mente creaba variados escenarios que llegaban a parecer irreales. Un joven, sentado a su lado, predicaba todo tipo de oraciones, eso era lo único que se escuchaba además del ruido del viento azotando la aeronave y los motores luchando contra él.

Pisó tierra firme, respiró una bocanada de aire puro y trató de soltarla lo más lento posible, había cumplido un sueño. Un hombre lo señaló e hizo gestos para que avanzara, parecía tener un rango elevado debido al uniforme de color destacado y las medallas que

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colgaban de su pecho, se dirigió hacia Fernando con una marcha firme, sus facciones mostraban disgusto y por alguna razón temor. Se dirigió a él y le ordenó que avanzara a marcha rápida siguiendo una fila que cada vez se alejaba más. Los estruendos eran constantes, ráfagas que rozaban las trincheras realizadas con poca anticipación, la niebla impedía ver más allá de 20 pasos de distancia, el olor a pólvora y tierra húmeda inundaba el ambiente. Con un húmedo rifle, escasas municiones y un casco de kevlar que parecía ser lo único que separaba aquellos jóvenes de una vida libre de penas. La primera bala impactó en el hombro de Fernando, sentía como si quemara, pero no había fuego, sentía una puñalada, pero no había cuchillo. Alzó su rifle y disparó a donde su corazón indicaba, luego de 4 disparos su rifle dejó de funcionar, estaba solo, sin armas, sus compañeros tendidos en el suelo como piedras en el camino, la brisa acarició su corazón, y la luz pudo entrar por sus ojos, suspiró y todo se oscureció.

14 de Junio, por la radio se escucha, “todo terminó”, las lágrimas caen, el corazón se acelera, en los días siguientes los diarios recorrían las casas, las listas de soldados regresando daban esperanza a las familias que veían los nombres de sus familiares en ellas. Lloró, su nieto no estaba en ninguna lista, los días pasaban y las buenas noticias no llegaban, su despedida nunca se concretó, nunca pudo expresarle su orgullo, recordó esas últimas palabras hasta el último día, su corazón partió con el alma de su amado. FIN.

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De la paz a la guerra y de la guerra a la paz

"La guerra fue muy cruda. Aunque uno se prepare, ante todo es una persona con mucho miedo."

Daniel Hugo Seffino, colaborador en la Asociación de Veteranos de Guerra de Malvinas (AVEGUEMA).

Ahí estábamos, con frío, hambre y muchos de nosotros heridos, recordando los momentos en casa. Preguntándonos qué hacíamos ahí, por qué nos tocó vivir esa cruda realidad la cual no esperábamos encontrar antes de llegar a las islas.

Yo, Mario Benjamín Méndez y mi amigo Gustavo Pérez, con solo 18 años, teníamos tantos planes para nuestra juventud, pero nos tocó enfrentar la guerra, y no desde casa, si no, desde las trincheras. Allí los días se hacían interminables, y en lo único que podíamos pensar era en salir vivos y llegar a casa. Pero en esas circunstancias parecía imposible. Los ingleses ganaban más territorio y nos tenían entre la espada y la pared, se nos terminaban las municiones, las armas ya no servían, pero los generales insistían en que teníamos que luchar por la patria.

En las Malvinas dormíamos poco, despertábamos temprano en la mañana para hacer un recorrido por la zona, y volvíamos al refugio, allí esperábamos a ser llamados por algún

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comandante para que nuestro pelotón fuera al campo de batalla, era devastador darse cuenta quemuchosdeellosnoregresaban,personasconlascualeshabíahablado,compartidoalguna que otra lata de comida o que tan solo había visto, no estaban más allí. Muchas veces no me animaba a preguntar por ellas, pero en ciertas ocasiones lo hacía, y lo que obtenía como respuesta era una mirada hacia abajo y en otros casos lágrimas. No quería imaginarme el dolor de esas personas o de los familiares de los valientes soldados que dejaron su vida en Malvinas, los que, seguramente no sabían de lo sucedido y esperaban con ansias la llegada de su hijo, nieto, hermano o novio.

Nuestra estadía allí se volvía interminable. Hasta que, un día, mi pelotón fue llamado a las trincheras. Gusti y yo, con otros cincuenta soldados, emprendimos nuestro camino. Algunos escribían tantas cartas como podían, otros rezaban y yo no quería perder la esperanza. De algo estaba seguro. Estábamos dispuestos a dejar la vida.

Una vez que llegamos a nuestro destino, tuvimos que dormir ya que estábamos muy cansados por el viaje. Pero luego de unas horas de sueño los disparos empezaron a sonar. En ese momento me sentí aterrorizado ya que nos dimos cuenta que los ingleses estaban más cerca de lo que pensábamos, eran rápidos y tenían armas muy superiores a las nuestras. Tan rápido como pude me levanté y empecé a despertar a mis compañeros, teníamos que entrar en batalla. El fuego era incesante, y nosotros apenas podíamos reaccionar. Pronto todos nos alistamos y empezamos a abrir fuego contra los poderosos ingleses.

Estaba muy preocupado por Gustavo, no podían verlo desde donde estaba, me daba miedo moverme, era muy riesgoso, los ingleses eran increíblemente despiadados, y nosotros solo chicos que queríamos sobrevivir. Pero lo hice, pude visualizar a mi amigo sentado tratando de tapar una herida, sin nadie que lo socorriera. Tuve el impulso de ir hacia él, pero en el intento, sentí una bala atravesando mi muslo derecho. Quise seguir para intentar ayudarlo, pero caí inconsciente por toda la sangre que había perdido.

Unos días después desperté, sin saber dónde estaba y cuanto había pasado desde que me desmayé. Pude reconocer ciertas voces a mí alrededor, y mi entorno. Entonces descubrí quemeencontrabaen laenfermeríaimprovisadadel refugio. Unsoldadoenfermero,al verme recuperar la conciencia, se acercó a mí. Me dijo que llevaba cuatro días allí. Y me dio dos noticias que cambiarían mi vida. Había perdido mi pierna, y peor aún, Gustavo había muerto en acción, con otros de mis compañeros de pelotón. Me sentí derrotado pero también culpable,mepreguntaba quepodríahaberpasadosillegabaasocorrerlo.Medieronsuscosas, que no eran muchas. Y me encargaron darle la noticia a sus seres queridos, cuando a duras penas podía aceptarlo.

Luego de unos días, ya recuperado, dieron la noticia del fin de la guerra, por un lado me sentí aliviado, pero por otro sentía que todo había sido en vanó. ¿Para qué habíamos luchado por la patria? ¿Para rendirnos? ¿Para qué solo nos lleváramos muertes? Estaba enojado, porque al pueblo solo le decían mentiras. Me preguntaba qué pensarían mis padres al verme con una pierna menos. Y cómo reaccionarían los padres de Gusti, cuando les cuente de los sucedido.

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Unas horas más tarde, desembarcamos en Puerto Madryn. Todavía me estaba acostumbrando a la pérdida de mi pierna. Allí nos esperaban los colectivos, esos que nos llevarían a casa. A nuestro hogar, a los brazos de nuestros seres queridos, eso que esperábamos con ansias cuando nos encontrábamos en Malvinas. FIN.

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Últimos pasos

(La guerra) Es una herida abierta que me marcó para toda la vida. Con el tiempo aprendí a convivir con el dolor, ahora me lo tomo más tranquilo. Fue cruel y muy doloroso."

Cuando llegué de la guerra, me di cuenta de lo que había pasado, qué locura, no ?, lo que una persona puede vivir, en tan solo meses de combate, cuando llegue a mi casa sentí la mejor sensación de alegría, poder ver a mis papás a mi esposa e hijos, no puede explicar ese momento de tanta paz y alegría que sentía, aprendí a valorar cada día, hora, minuto, segundo que pasaban a partir de ese momento, de ver a mi familia tan contenta y llorando por mí, sentí una mezcla de sentimientos .

Con tan solo 30 años me llamaron para proteger a mi país y luchar en la guerra de Malvinas, cuando me mandaron esa carta, sentí angustia, emoción, tristeza, miedo, eso sentí, un miedo inexplicable, el miedo de saber que tal vez no vuelva a mi casa, no poder compartir más momentos con mi familia, amigos, y el miedo a morir en batalla.

Me fui el 2 de abril 1982, me llevaron a la estación del tren, y allí nos dividieron en dos grupos, los novatos o inexpertos, que nos llamaron grupo 23 y a los militares con más experiencia se los llamaba jefes 23. Tuve la suerte de ir con mi mejor amigo, mi compañero de mi vida, Simón, mi hermano. Cuando llegamos al lugar el cual nos había tocado, armamos las carpas y preparamos todo, nos dieron unas armas, y ropa. Yo tenía unos pantalones que apenas me entraban y unas zapatillas que no podía caminar de lo chicas que me quedaban.

Pasábamos frío, hambre, sed, dormíamos muy poco. Recibimos cartas, de nuestra familia cada 3 semanas, me partía el alma mirar los dibujos de mi hijos, leer las cartas de mis papas de mi esposa. Un día me llegó una carta muy curiosa que decía: “no leas esta carta, hasta que vuelvas a casa”, tuve mucha intriga estuve muy cerca de abrirla, pero soporte y la guarde en un lugar seguro.

Supuestamente el lugar donde nos encontrábamos acampando, era el “más seguro”, nos habían puesto allí ya que la mayoría era grupo 23 “no corríamos tanto riesgo”, pero la

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verdad que en guerra es imposible. Había algunos jefes 23, pero solo los que nos enseñaban como actuar si sucedía algo. Un día desayunado, como los hacíamos siempre, empezamos a escuchar tiros, gritos, personas, soldados pidiendo ayuda. Verdaderamente fue el peor día de mi vida, sabía que lo podía perder todo, solo se me cruzaba mi familia por la cabeza.

Entre en desesperación, mi mejor amigo no estaba, no lo veía, empecé a llamarlo gritando llorando, loco. Quería ir a buscarlo pero no nos dejaron, gritaba y pedí por favor que lo busquen. En ese momento recordé que lo habían mandado a desarmar las carpas, ya que nos habían transferido a otro sitio, lo primero que me imagine fue al derrumbado en el piso.

Nos dieron las armas y abrimos fuego, entramos en batalla. Los ingleses eran superiores, rápidos, tenían mejor armamento, bajaban a soldados de una distancia inexplicable. Ver morir a mis compañeros que ya se habían trasformado en mis hermanos fue lo más triste que una persona puede vivir.

Después de horas de guerra, escondidos, salí a buscar provisiones, agua, algo para comer; sinceramente no fui a buscar eso, fui a buscar a mi mejor amigo. Cumplí mi objetivo, lo encontré, pero muerto, corrí a abrazarlo, a abrazar su cuerpo, lloraba y me sentía perdido bloqueado.Comencéaescucharruidos,como deunanimal, fuiarevisar, yencontrélo menos esperado, 2 soldados ingleses, uno parado y el otro tirado, supuse que estaba muerto. El soldado inglés el cual estaba parado al lado del otro, me miró, y me dijo hola, yo todo asustado le respondí igual, el luego me dijo que sabía hablar español y me preguntó si podía ayudarlo a llevar a su amigo a un lugar seguro. Yo le conté que me había pasado lo mismo, y él me dijo que me podía ayudar también. Los dejamos a los dos en el mismo sitio, nos abrazamos, no podía creer lo que me estaba pasando, estaba abrazado a un inglés, viviendo una situación insólita. Me deseo suerte, y me dio las gracias, me dio un poco de comida y agua que tenía en su mochila. Todo angustiado, llorando y paralizado, volví al refugio.

Días después nos avisaron que la guerra había acabado, sentí un momento de alegría que no sentía hacía meses, volví a mi casa, como contaba al principio, todos lloraban, todos estaban felices. Tuve que decirles a los familiares de mi mejor amigo lo sucedió, fue tristísimo, les ofrecí ayuda yellos me la negaron, me dijeron que muchas gracias por cuidarlo todo el tiempo.

Me acordé de la carta, cuando la leí se me partió el alma el corazón, pero sabía que estaba bien donde quiera que esté, y sí, me la escribió, mi mejor amigo. Simón. Fin.

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