GijónSport 163

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Reportaje - GijónSport

Brazada a brazada, su vida se fue encaminando hacia uno de los deportes más sacrificados: entrenamientos muy exigentes y horarios intempestivos para compaginarlos con la vida cotidiana

de un adolescente. “Lo más duro de la natación es el entrenamiento, el día a día; por eso te hace madurar muy joven y pronto te vas dando cuenta de que es un mundo muy complicado”, explica Matthew. “Mi padre siempre me dice que tenía que haber sido futbolista”, bromea el nadador. Pero en Cádiz, la ciudad del Carranza, en la que se respira fútbol por los cuatro costados,

Matthew prefirió tirarse a la piscina. “Jugué alguna pachanga con los amigos, cuando era pequeño, pero nunca me ha gustado mucho”, reconoce. También probó con otros deportes, pero la natación siempre pesaba más en su balanza de preferencias: “Practiqué hockey sobre patines, pero duré un mes, porque llegaba tarde a la piscina y mi entrenador me echaba la bronca. Así que lo dejé”. No es a lo único a lo que ha tenido que renunciar Matthew por nadar. “Dejas de hacer muchas cosas porque hay que entrenar muchísimas horas y los fines de semana, tienes competiciones y concentraciones. En algunos momentos –se sincera–, te planteas si prefieres estar con tus amigos y echas de menos cosas. Pero si estoy en la piscina es porque me gusta; y cuando compito, me compensa no haber hecho esas cosas”.

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