El futuro del ayer, hoy. Año 1, Número 2

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El cielo escarlata

Para Andrés, mi querido amigo, él de las explicaciones inciertas.

Han pasado doce años, desde que María se conoció con Carlos. Se habían conocido en esa fría estación de invierno, que pintaba la pálida ciudad de Buenos Aires. En aquellos años su amor por el Che Guevara, el movimiento de las madres de plaza de Mayo, la música de Horacio Gurany, y la poesía de Alejandra Pizarnik, eran todo para ella. El amor ese que alguna vez sonrojo sus mejillas, enfrió sus manos, corto sus palabras, de ese no le gustaba hablar, eso era una pérdida de tiempo según ella. Pobre, desde los malos tratos que le dio el infeliz de Ezequiel, no quería saber nada del amor. Siempre le prometía que iba cambiar pero esa madrugada casi la mata, y barrió el piso con ella hasta más no poder. Sus absurdos celos lo hacían pensar, que su mujer lo podría engañar con cualquier hombre de su trabajo, y el barrio, nadie podía negar que María fuera una mujer hermosa e inteligente. Pero siempre le fue fiel a su marido, renunció a la beca que se había ganado en Londres para quedarse a su lado, y Ezequiel nunca puedo apreciar eso, todo lo relacionaba con la supuesta relación que tenía María con su vecino. Relación que nunca existió, o sí; en los fantasmas de inseguridad de Ezequiel. Esa madrugada que María salió de su casa golpeada, y sangrando, juro que no regresaría aunque Ezequiel le pidiera una y mil veces, perdón. De eso hace tanto tiempo, que sus nombres se escribieron en aquella fría pared cuando Cupido jugaba con sus corazones, y hoy se han desvanecido en el aire. Dos meses después, de haber firmado el divorcio tomo la decisión de irse a Buenos Aires, quizás encontraría una oportunidad de volver a estudiar y rehacer su vida. Y la encontró, termino de estudiar artes e ingreso al movimiento feminista argentino, y eso la hacía completamente feliz. Soledad, su gran amiga, le insistía que debía volver a enamorase, no podía culminar su vida sola. Ella aunque perteneciera al movimiento feminista argentino, siempre anhelo tener una familia, un hijo, y llegar a la vejez en ese estado de compañía. En un principio hubo una negativa al planteamiento de Sole, como le decía a su amiga. Esa noche no pudo dormir se repetía una y otra vez: Sole tiene razón, me he condenado a no volver amar desde que me separe de Ezequiel. ¿Y si adopto un niño? O consigo una relación por las redes sociales, vaya que estupideces digo, y mejor sola que mal acompañada. Cerró sus ojos, y se dejó llevar por Morfeo. El canto de los jilgueros anunciaba que el invierno se había instaurado en la pálida Buenos Aires. Esa Mañana, del 6 de octubre, María quien recorría el Obelisco se cruzó con los ojos marrones de Carlos, y comprendería que todavía tenía la capacidad de volver amar. Tal vez era muy apresurado pensar, que 37


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