Guía de campo de Monte Loayza y Cañadón del Duraznillo

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Monte Loayza y Cañadón del Duraznillo S A N T A

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Guía de Campo Monte Loayza y Cañadón del Duraznillo Idea y textos: Francisco Erize Dibujos: Marcelo Bettinelli Diseño gráfico: Mariano Masariche Colaboración: Gustavo Aparicio, César Gribaudo y Fernando Ardura Santa Cruz – Argentina – 2012 Edición de Fundación Hábitat y Desarrollo www.habitatydesarrollo.org.ar


Un proyecto de conservación Las Reservas Monte Loayza y Cañadón del Duraznillo configuran un área de manejo asociado, que tiene como objetivo conservar la diversidad biológica costero-marina y de la estepa patagónica, la educación y el ecoturismo. Su implementación surge de una alianza estratégica entre Golfo San Jorge S.A. (propietaria de la estancia La Madrugada), la Fundación Hábitat y Desarrollo y Sinopec Argentina, en el marco de las políticas de conservación y áreas protegidas del Consejo Agrario Provincial de Santa Cruz. La Reserva Natural Provincial Monte Loayza fue creada por la Ley Provincial Nº 2.737 de 2004 y es uno de lo más valiosos apostaderos de aves y mamíferos marinos del litoral patagónico. Está ubicada en el margen sur del Golfo San Jorge, sobre una angosta franja paralela a la costa de 200 metros de ancho a partir de la línea más alta de mareas, entre Punta Nava al Oeste, y Bahía Sanguineto al Este. La Reserva Asociada Cañadón del Duraznillo, de 1.340 hectáreas, fue creada en 2008 por convenio entre Golfo San Jorge S.A. y la Fundación Hábitat y Desarrollo. Consiste en un área de la estancia que desde 1990 está reservada por sus propietarios para la conservación de la diversidad biológica. La Reserva Asociada Cañadón del Duraznillo le otorga a Monte Loayza una protección de 1,8 km en el Este y hasta 2,8 km en el Oeste (un promedio de 2.300 metros tierra adentro en toda su extensión costera), más de diez veces la protección establecida legalmente, funcionando como área de amortiguación. Su valor ecosistémico y antropológico radica en que el Cañadón del Duraznillo es una representación de la Estepa Patagónica, Distrito Fitogeográfico del Golfo San Jorge, caracterizado por su buen estado de conservación y el rico yacimiento arqueológico que da cuenta del uso milenario de sus recursos por parte de los primeros habitantes humanos. Cormoranera en peñón costero

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La Estancia La Madrugada fue fundada en el año 1906 por el irlandés Dermont Gun O´Mahony, quien adquirió una superficie fiscal de 9.260 hectáreas y arrendó una superficie similar lindante, a las que identificó con el nombre de “La Madrugada Ltd.”. En 1948 estas tierras pasaron a formar parte de una propiedad privada de 18.520 hectáreas, su superficie actual. Tras varios traspasos de dominio, la estancia quedó en manos de los hermanos Fabiani, quienes se interesaron en la actividad turística como complemento de la actividad ovina. En 1990 firmaron un convenio con la Fundación Vida Silvestre Argentina que permitió la creación del Refugio de Vida Silvestre Cañadón del Duraznillo; sin embargo, debido a dificultades económicas, el refugio no prosperó y el convenio fue rescindido.

Arreo de ovejas

El 9 de junio de 2006 La Madrugada fue adquirida por Golfo San Jorge S.A., empresa que suscribió en el año 2008 un convenio con la Fundación Hábitat y Desarrollo para formalizar el proyecto de conservación en Monte Loayza y Cañadón del Duraznillo. Históricamente, la estancia tuvo una carga ganadera de 5.000 ovejas madres en 6 cuadros grandes con potreros y corrales complementarios. En el año 2006 se llevó a cabo una evaluación sobre el estado del pastizal, luego de la cual se redujo la carga a 3.000 ovejas madres y se dejó descansar las áreas sobrepastoreadas. La esquila se realiza preparto, generalmente en agosto, y las pariciones ocurren en el campo abierto, quedando el destete para los meses de enero y febrero. El cuadro denominado Lobería Chica, donde actualmente se asienta la Reserva Asociada Cañadón del Duraznillo, fue clausurado al pastoreo desde 1990, habiendo recuperado sus características naturales y siendo una de las mejores muestras representativas de la vegetación del Golfo San Jorge.

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Casco de Estancia La Madrugada

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La visita La fragilidad ecológica del área y la vulnerabilidad de las poblaciones de aves y mamíferos marinos a contemplar imponen normas de visita restrictivas: ésta es sólo posible por pequeños grupos de visitantes organizados por entidades idóneas y autorizadas, que por medio de sus guías especializados asuman la responsabilidad de su comportamiento. Estas visitas son concertadas anticipadamente con el guardaparque encargado de su supervisión. La visita se inicia con el ingreso al Centro de Visitantes, donde una panelería interpretativa y material audiovisual permiten introducirse en el conocimiento de los componentes biológicos y antropológicos de las reservas asociadas. Continúa luego con una travesía de 15 kilómetros hasta el ingreso a las reservas y 4 kilómetros más hasta el estacionamiento vehicular. Y termina con la recorrida del Sendero Peatonal Silvestre de Monte Loayza, de una extensión aproximada de 2.800 metros (ida y vuelta) y de una dificultad media de tránsito.

UBICACIÓN DE LAS RESERVAS MONTE LOAYZA Y CAÑADÓN DEL DURAZNILLO

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La inhóspita estepa El terreno que se transita por los 15 km de camino entre el casco de La Madrugada y el acceso a las reservas asociadas alterna ondulaciones suaves con extensiones llanas, todo recubierto por la rala vegetación de estepa patagónica y exhibe, de tanto en tanto, a sus principales moradores animales. A primera vista esta vegetación verde-grisácea compuesta por arbustos bajos, arbolitos enanos, matas de pasto y que deja al descubierto buena parte del pedregoso suelo gris-parduzco puede parecer monótona y de escaso interés. Sin embargo, una inspección más detallada revelará una diversidad de formas vegetales de adaptación a las rigurosas condiciones climáticas de la región, que se enriquece al ingresar al Cañadón del Duraznillo, dada la compleja topografía y mayor humedad de este gran valle de desagüe al mar. COIRÓN AMARGO

El clima es templado frío con una media anual de 10ºC y precipitaciones del orden de los 200 mm anuales, que caen mayoritariamente en invierno, cuando son menos útiles para su aprovechamiento por las plantas. Los fuertes vientos imperantes contribuyen a la evaporación de la escasa agua, lo que obliga a las plantas a desarrollar estrategias para extraer del suelo la parte almacenada de esta crucial fuente de vida, y para conservarla.

(Stipa speciosa)

MANCAPERRO COIRÓN

ALGARROBILLO PATAGÓNICO YAOYÍN

YARETA

MALASPINA

CACTUS AUSTRAL

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El agua superficial, hasta los 2 cm de profundidad, se evapora rápidamente, pero aquella almacenada entre los 10 y 30 cm es absorbida por las raíces de las plantas efímeras –aquellas que pierden sus tallos y hojas en la época adversa–, como los pastos coirones. Éstos son gramíneas perennes (que en invierno conservan partes subterráneas que almacenan agua) que forman matas bajas y compactas y poseen hojas duras –con gruesa cutícula– y punzantes. Existen varias especies de coirones, pero todas comparten estas características. En los estratos más profundos del suelo la evaporación es escasa y el agua permanece almacenada durante más tiempo. Muchos arbustos aprovechan este recurso desarrollando raíces extensas que sobrepasan el metro de profundidad y con suficientes ramificaciones para recolectarla. Con frecuencia, su masa vegetal enterrada supera a la aérea y visible. Su follaje suele ser siempreverde con estrategias para desalentar a los animales herbívoros y para reducir la evaporación: una abundante provisión de espinas, hojas pequeñas, enroscadas o con gruesas cutículas.

QUILEMBAI

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Otros arbustos de raíces no tan desarrolladas –como el yaoyín– son decíduos, es decir que se desprenden de sus hojas para enfrentar el invierno y reducir su pérdida de agua.

CACTUS AUSTRAL (Austrocactus bertinii)

COIRÓN DURAZNILLO

COIRÓN

MATA NEGRA

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Existen también plantas –los cactus– que almacenan agua en sus tallos carnosos. Una gruesa cutícula recubierta de cera impide su pérdida y una armadura de espinas las protege de herbívoros y contribuye a captar agua de la humedad ambiental. El chupasangre es la más común. CHUPASANGRE

(Maihuenia patagonica)

MALASPINA

(Retamilla patagonica)

La topografía, con áreas planas, otras con pendientes que facilitan el escurrimiento y algunas con desniveles que ocasionan acumulación temporaria del agua, junto con la calidad del suelo – más arcilloso o más arenoso - determinan el asentamiento de distintos arbustos, según su preferencia hídrica. Las mayores espinas (de hasta 7 cm) son ostentadas por la malaspina, arbusto decíduo de gran porte y muy leñoso, característico del entorno del Golfo San Jorge. Otros arbustos erizados de espinas hasta la punta de sus ramas son los siempreverdes molle y piquillín. Este último, proveedor de frutos rojos muy apreciados por la fauna. Arbustos o “arbolitos enanos”, los leñosos algarrobillos patagónicos producen en sus espinosas ramas chauchas retorcidas que permiten asociarlos con sus parientes norteños.

PIQUILLÍN

(Condalia microphylla)

ALGARROBILLO PATÁGONICO

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(Prosopis denudans)

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En el quilembai, mata baja y redondeada que se cubre de dorados “botones” florales a fines de la primavera, las hojas son duras y lanceoladas y terminan en una púa defensiva. QUILEMBAI (Chuquiraga avellanedae)

El cola piche es un arbusto muy pequeño, de sólo 5-10 cm, aunque puede ser más grande. Son ramitas que salen del suelo, color verde claro, gruesas, erectas y rodeadas con hojas que parecen espinas. De estas ramas nacen otras cortas y cubiertas de hojas como escamas. Sólo es llamativo a partir de diciembre, cuando origina pequeñas pero agradables flores blancas, o en invierno, cuando escasea el forraje. Tiene un pariente, el manca perro, que es aun menos llamativo, pero es la planta dominante y casi exclusiva en la parte superior de las siempre ventosas mesetas costeras del Cañadón del Duraznillo.

COLA PICHE

(Nassauvia glomerulosa)

Unas llamativas protuberancias del suelo, de verdes a amarillentas, son en realidad matas hemisféricas de yareta o pastopiedra, por lo compacto de su follaje adherido a la tierra. Este crecimiento “en cojín” ayuda a la planta a conservar humedad y a protegerse del viento, siempre menor a ras del terreno.

YARETA O PASTO PIEDRA (Azorella monantha)

En el valle del cañadón homónimo son abundantes y alcanzan su mayor porte –hasta los 3 metros– los duraznillos, arbustos de alargadas hojas verde claro, que caracterizan para los botánicos al Distrito Fitogeográfico del Golfo San Jorge, la variante local de la estepa patagónica.

DURAZNILLO (Colliguaja integerrima) G U Í A

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Los corredores de la estepa En espacios abiertos como los de la estepa patagónica, donde no existe una vegetación frondosa donde esconderse, los mamíferos deben ser corredores o cavícolas para sobrevivir y estas estrategias también han moldeado a muchas de las aves y reptiles de la región. Las criaturas silvestres de mayor tamaño –el guanaco y el choique, figuras dominantes del paisaje local– no pueden buscar refugio bajo tierra. Su mejor defensa contra los predadores está en una huída veloz, posibilitada por sus largas patas. El guanaco es un camélido sudamericano que parece haber dado origen a la llama y a la alpaca, formas domésticas que el hombre precolombino habría logrado mediante una cría selectiva. Su estructura social es el grupo de hembras (seis en promedio) y sus crías, custodiadas por un macho dominante -el “relincho”-, siempre vigilante y desde una posición prominente para advertir al grupo de cualquier peligro con una estridente llamada. Los machos jóvenes se reúnen en manadas de solteros. Su dieta abarca desde las gramíneas hasta las hojas de un amplio rango de arbustos, sin inquietarse por sus espinas.

GUANACO

(Lama guanicoe)

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Incapaz de volar y adaptado a la carrera (alcanza hasta 60 km/h), como sus parientes el avestruz africano y el emú australiano, el choique es más petiso, compacto y robusto que el ñandú de pampas y sabanas. El macho construye el nido donde varias hembras depositarán sus huevos. Él se CHOIQUE encargará de la (Rhea pennata) incubación y la crianza de los pichones (hasta 25), y de defenderlos ante zorros, felinos y aves rapaces.

Pichón de choique (“Charito”)

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La mara es un animal sorprendente: es un roedor, pero más parece una gacela de la sabana africana por su aspecto (con largas patas), su manera de pastar y ramonear, de correr y de saltar, rebotando sobre los cuatro miembros. Forma parejas monogámicas pero guarece a sus crías (2 ó 3) en una cueva comunal, junto a las de otros casales. Otros notables caminadores MARA son los inambúes o “perdices” (Dolichotis patagonum) americanas, que para huir prefieren apurar el paso y sólo en casos extremos recurren a un corto y pesado vuelo. Aquí coexisten dos de ellos: la martineta común y la quiula patagónica, escasa y endémica de la región. Comen brotes, semillas y frutos. El macho incuba los huevos puestos por varias hembras en la pequeña depresión que hace de nido y cría a los pichones. El chorlo cabezón también recorre el suelo, pero cazando invertebrados. Alterna cortas carreras con súbitas detenciones en las que se endereza para exhibir su mancha ventral negra.

MARTINETA COMÚN CHORLO CABEZÓN (Oreopholus ruficollis)

QUIULA PATAGÓNICA

(Eudromia elegans)

(Tinamotis ingoufi)

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Una cueva como refugio Excavar una madriguera bajo la cubierta de algún arbusto es, para los mamíferos pequeños y medianos, una efectiva estrategia de protección contra predadores, máxime si adicionalmente desarrollan hábitos crepusculares y nocturnos. Durante sus excursiones en búsqueda de alimento vegetal o animal, demasiado expuestos en los espacios abiertos de la estepa, disponer de una cueva cercana donde refugiarse ante cualquier amenaza resulta vital. Es indispensable también como sitio donde criar a su prole con razonable seguridad. Entre los mamíferos más pequeños que utilizan esta estrategia se destaca el cuis chico (22 cm). Roedor sin cola y pariente cercano del cobayo o conejillo de Indias doméstico, vive en colonias de hasta 40 ejemplares, que habitan una red de túneles con múltiples salidas (unos 30 cm bajo tierra), las que desembocan en senderos abiertos entre la vegetación. Brotes, hojas y frutos de diversas plantas –incluyendo pastos– constituyen su alimento.

CUIS CHICO

(Microcavia australis)

Los armadillos complementan el refugio subterráneo con una protección corporal, valiosa cuando recorren la superficie; una caparazón compuesta por placas córneas articuladas que cubren su cabeza y dorso. Solitarios, excelentes cavadores (dotados de poderosas uñas), suelen ser vistos trotando de un lado a otro, y deteniéndose para olfatear y desenterrar –si fuera necesario– el alimento: insectos y otros invertebrados, raíces, semillas y frutos de arbustos. De las dos especies presentes, el piche patagónico es el más pequeño, con orejas más chicas y escudo cefálico más angosto. El peludo, más oscuro y con más pelo entre placas, incluye además en su dieta carroñas y animales indefensos.

PELUDO (Chaetophractus villosus)

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PICHE PATAGÓNICO (Zaedyus pichiy)

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Varios carnívoros de la región son a la vez predadores y presas, por lo que también requieren una madriguera subterránea. El más común es el zorro gris, que se alimenta de una amplia gama de pequeños animales: insectos, lagartijas, huevos, pichones, aves adultas, roedores, martinetas y liebres europeas. Pero también come carroña y los frutos de varios arbustos. No es predador del ganado ovino, pero suele ser víctima de las medidas tomadas por los ZORRO GRIS ganaderos contra su primo mayor, (Lycalopex gymnocercus) el zorro colorado. Los zorros son padres devotos, con ambos integrantes de la pareja colaborando para el cuidado, alimentación y educación cinegética de sus cachorros. Mientras el largo de las patas de los zorros les otorga una razonable velocidad de huída, los cortos miembros del zorrino patagónico –otro carnívoro menor que consume invertebrados, pequeños vertebrados, carroña y materia vegetal– le hacen preferir enfrentar a su enemigo cuando es sorprendido en superficie: amenazadoramente levanta la cola y golpea el suelo con las patas delanteras, presto a rociarlo con el fluido corrosivo y de nauseabundo olor que descargan sus glándulas anales. Para todos estos animales, la cueva cumple también el rol de refugio frente al clima, permitiéndoles pasar inactivos, y relativamente abrigados, las temporadas frías: el piche, en particular, llega a aletargarse en invierno. Esta protección ambiental es especialmente importante en el caso de los reptiles, criaturas ectotermas o “de sangre fría”, cuya temperatura interior depende del entorno exterior y que, por lo tanto sufren un descenso de su metabolismo –y de su vitalidad– en las horas frías, haciéndose muy vulnerables a sus predadores. Por ello es habitual encontrar lagartijas del variado género Liolaemus asoleándose inmóviles para “recargar sus baterías térmicas” y que, ante una amenaza, saldrán disparadas hacia los arbustos para ocultarse bajo su follaje o refugiarse en su cueva.

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Pájaros entre espinas Los arbustos son importantes componentes ambientales para los pájaros, esas aves generalmente pequeñas que también conocemos como aves canoras (por su mayor capacidad física para emitir vocalizaciones refinadas) o aves de percha (por la disposición de sus dedos para cerrarse sobre una ramita). Entre las ramas se refugian de sus predadores –particularmente las aves rapaces–, tienen oportunidad para nidificar y obtienen el alimento provisto por los frutos carnosos. Para algunos pájaros también sirven de atalaya desde donde acechar a sus presas –insectos en el suelo o en el aire– o de plataformas desde donde exhibirse con sus colores o sus cantos para atraer a las hembras o ahuyentar a rivales. Probablemente el pájaro que más se destaca sea la calandria mora, relativamente confiada y habitualmente erguida en lo alto de un arbusto profiriendo su complejo y melodioso canto. Captura los insectos que recorren el piso, pero no desdeña los frutos.

CALANDRIA MORA (Mimus patagonicus)

YAL NEGRO

(Phrygilus fruticeti)

JILGUERO PATAGÓNICO

(Sicalis lebruni)

Entre los pájaros más visibles se cuentan algunos típicos comedores de semillas, para lo que están equipados con cortos picos cónicos. Entre ellos, el jilguero patagónico, divisado en amarillentas bandadas, y el yal negro, donde la delantera negra del macho contrasta con el pico amarillo-anaranjado, siendo en la hembra gris moteado. El brillante pecho rojo de la loica macho tampoco puede pasar desapercibido, pues aunque se alimenta en el suelo, de insectos, semillas y raíces obtenidos con un fuerte y largo pico cónico, suele exhibirse en sitios prominentes para vocalizar. Mucho más discreta es la bandurrita común (de dorso castaño) que recorre el piso, presurosamente, picoteando y hurgando con su largo y curvado pico en pos de los insectos.

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BANDURRITA COMÚN LOICA

(Upucerthia dumetaria)

(Sturnella loyca) C A Ñ A D Ó N D E L D U R A Z N I L L O / S A N TA C R U Z / A R G E N T I N A


Cazadores desde el cielo Los espacios abiertos son ambientes particularmente adecuados para los predadores alados, por lo que no sorprende que las aves rapaces sean un componente importante de la fauna patagónica. Sin embargo, sus poblaciones están hoy en día muy reducidas en la región, por resultar víctimas colaterales del empleo de cebos envenenados por parte de los productores ovinos que combaten a zorros y pumas. El Cañadón del Duraznillo, que ha estado libre de esta práctica desde hace mucho tiempo, se ha convertido entonces en un excelente refugio para las aves rapaces.

JOTE CABEZA COLORADA (Cathartes aura)

Es frecuente ver aquí al aguilucho común, robusta rapaz mediana con partes delanteras blancas –aunque sus juveniles son color ocre con jaspeados pardos– y alas largas y anchas con las que planea en patrulla para lanzarse sobre las presas que divise en el suelo –roedores, aves pequeñas y reptiles– y atraparlas con sus garras.

HALCÓN PEREGRINO (Falco peregrinus)

ÁGUILA MORA (Geranoaetus melanoleucus)

Una versión mayor de éste la constituye la corpulenta águila mora, con similar estrategia de caza. Su silueta en vuelo es peculiar: su cola es tan corta y ancha que parece fundirse en las alas y constituir una gran ala delta. En los acantilados de la costa nidifica el halcón peregrino cuyas alas largas y puntiagudas y su larga cola en cuña truncada le permiten desarrollar la máxima velocidad de ave alguna (hasta 300 km/h) y gran agilidad, y así especializarse en la caza de aves en vuelo. El cielo, en este paraje, es también surcado regularmente por un cóndor en miniatura: el jote cabeza colorada, que aprovecha las corrientes térmicas ascendentes para mantener su planeo sin esfuerzo hasta identificar alguna carroña. G U Í A

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AGUILUCHO COMÚN (Buteo polyosoma)

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El encuentro entre la tierra y el mar El camino de acceso a la Reserva Natural Monte Loayza, luego de descender de tierras más altas por el Cañadón del Duraznillo, desemboca en un área de estacionamiento de vehículos contigua a las amplias playas de grava (canto rodado de pequeño diámetro). Si la marea está baja quedan al descubierto las “restingas”, plataformas anchas y planas –constituidas por sedimentos marinos compactados– que extienden la costa en el mar a continuación de las playas. Hacia los flancos de la desembocadura del cañadón se alzan terrazas que caen hacia el mar en abruptos acantilados de arenisca, constituyendo el límite superior de las playas. Grandes bloques se han desprendido de estos taludes conformando enormes “escombros” que, al precipitarse sobre las playas y las restingas, las “salpican” de promontorios ideales y seguros para la nidificación de gaviotas y cormoranes. Desde hace miles de años estas playas de Monte Loayza constituyen un importante apostadero reproductivo del lobo marino de un pelo (o león marino

PLATAFORMA DE ABRASIÓN

ESCOMBROS DE TALUD

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sudamericano). Si bien los primeros registros modernos de su abundancia aquí datan de 1948, los censos más recientes –oscilando en derredor a los 7.000 individuos, en conteos de 2009 a 2011– permiten presumir que la colonia está en pleno crecimiento, subdividiéndose en nuevos grupos y expandiendo así el área que ocupa. Constituye, hoy en día, una de las mayores colonias de lobos marinos del litoral argentino. A partir del área de estacionamiento, el Sendero Peatonal Interpretativo de aproximadamente 1400 m y que requiere mediano esfuerzo, permite desplazarse con disimulo por detrás de promontorios paralelos a la costa para asomarse a ésta en diversos miradores, desde los cuales se contemplan apostaderos de lobos y aves marinas. En particular, en el

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que expone a la vista la Playa Partos (criadero principal), contenida en un verdadero anfiteatro esculpido en areniscas. El extraordinario espectáculo que ofrece la reserva de Monte Loayza, constituido por las variadas multitudes de criaturas marinas que acuden aquí para procrear y por su marco geomorfológico, tiene su origen en las aguas que se pierden en el horizonte. La fría corriente de Malvinas, que procedente del Sur baña las costas patagónicas, es rica en nutrientes que afloran en la superficie por efecto de los vientos del Oeste. Ellos sustentan un abundante plancton que soporta la diversidad y la cantidad de peces e invertebrados marinos que proveen, directa o indirectamente, el alimento de los moradores de esta costa.

TERRAZA MARINA SEGUNDO NIVEL

PRIMER NIVEL

ACANTILADOS O TALUDES

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Los señores de la playa Entre la muchedumbre de grupos de cría de lobos marinos de un pelo de la colonia de Monte Loayza se destacan las figuras de los machos dominantes: sobresalen del enjambre de hembras y cachorros que los rodean por su mayor tamaño (hasta 350 kilos, en contraste con el máximo femenino de 160), coloración más oscura y grueso cuello recubierto por una densa melena, que justifica su nombre alternativo de león marino sudamericano. El caos aparente no es tal, los machos –en feroz competencia– han establecido sus territorios sobre la costa en diciembre. Las hembras parturientas han llegado luego para ocuparlos y provocado el amontonamiento. Pero los límites, aparentemente difusos, de cada “harén” y la propiedad sobre las hembras (de 50 a 10, mayoritariamente) son reafirmados por estos “sultanes” mediante continuas actitudes amenazadoras y escaramuzas con sus pares vecinos. A lo largo de enero, principalmente, las hembras alumbran sendos cachorros de lustroso pelo negro y unos 13 kg de peso, y son retenidas en tierra por sus sultanes hasta que alcanzan el celo –una semana después del parto– y aparearse. Alternan luego las excursiones de pesca –en pos de peces, calamares y crustáceos– con periódicas visitas a la colonia para alimentar a las crías. Éstas se agrupan mientras tanto en “guarderías”, y al mes de vida aprenden a nadar. Acompañarán a sus madres, y serán amamantadas, por el resto del año, con un nuevo pelaje pardo.

LOBO MARINO DE UN PELO (Otaria flavescens)

Hembra

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Pelea de machos de lobos marinos

Los machos jóvenes y los demasiado viejos para mantener un territorio de cría se agrupan en “playas de solteros”, aunque también merodean los bordes de las agrupaciones de cría con la esperanza de raptar alguna hembra. Fuera de la temporada de cría no se alejan demasiado de la costa y frecuentan el apostadero para descansar, sin exhibir entonces ninguna territorialidad. Vecinos a los lobos, se distinguen en estas playas algunos ejemplares de elefante marino, generalmente juveniles o adultos no reproductivos, de forma más obesa y coloración gris o crema. Estos

pertenecen a la familia de los fócidos (o focas verdaderas), que no poseen orejas externas visibles y cuyas aletas posteriores no pueden adelantarse para sostenerse sobre ellas, por lo que en tierra reptan sobre su abdomen. Estas aletas, poco eficientes en las costas, son su principal impulso en la natación. Los lobos marinos, en cambio, pertenecen a la familia de los otáridos (o focas con orejas), capaces de revertir sus aletas traseras y erguirse sobre sus cuatro extremidades en tierra y hasta desarrollar cortos galopes. En el agua se impulsan con sus grandes aletas pectorales y las posteriores ofician de timón.

ELEFANTE MARINO (Mirounga leonina)

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El hombre antiguo La disponibilidad de importantes recursos alimenticios fácilmente obtenibles, como los lobos marinos, las aves coloniales –sus huevos, pichones y adultos– y los invertebrados de las franjas intermareales, principalmente los moluscos, hizo de apostaderos de fauna como Monte Loayza sitios de especial interés para los primeros habitantes humanos de la Patagonia. Tanto más, cuando su capacidad cinegética estaba limitada en estos vastos espacios por su condición pedestre. Los primeros registros de vida humana en la provincia de Santa Cruz datan de hace 12.000 años, presencia derivada de la inmigración de pueblos procedentes del Norte. Excavaciones arqueológicas demuestran que su utilización de la costa marina es de por lo menos 7.000 años atrás. La abundancia de asentamientos identificados y las características de algunos de sus utensilios (arpones y rompecráneos) permite reconocer el desarrollo de una extendida cultura de cazadores y recolectores especializados en los recursos animales costeros. En el siglo XVII, la expansión de cazadores nómades de guanacos y ñandúes, montados en caballos, provocó el cambio de aquella forma de vida e inició el proceso de tehuelchización. Posiblemente, las etnias encontradas en el litoral patagónico por los primeros exploradores europeos (en el siglo XVI) hayan correspondido a los mencionados pueblos costeros. El Cañadón del Duraznillo y su zona costera albergan numerosos restos arqueológicos de esos pueblos, y desde hace más de 20 años se realizan aquí estudios sistematizados que incluyeron el descubrimiento de un chenque –montículo de piedra que constituyó el enterratorio de un adulto masculino– y de numerosas herramientas.

Punta de proyectil

En 1988, una expedición del Museo del Hombre y su Entorno de Caleta Olivia a Monte Loayza, descubrió el primer enterratorio individual prehistórico en lo alto de un barranco costero. Doce años más tarde se excavó un segundo enterratorio individual en su cercanía. Harpón

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Las aves del mar Además de los bulliciosos lobos marinos otras criaturas animan las costas de esta reserva: las aves marinas. Para usufructuar los recursos alimenticios que los océanos les ofrecen –peces e invertebrados– las aves desarrollaron dos conjuntos alternativos de adaptaciones para obtener sus presas y vivir de continuo en altamar (con excepción de la temporada de cría, en que anidan en densas colonias en islas o costas continentales), es decir, para llevar una vida pelágica. Ciertas aves –los pingüinos– se adaptaron a vivir “dentro del agua” y a la persecución subacuática de sus presas. Sus alas se transformaron en aletas para “volar” bajo agua, y ya no más en el aire, y desarrollaron un plumaje denso e impermeable y una capa de grasa subcutánea como aislantes.

PETREL GIGANTE COMÚN (Macronectes giganteus)

Otras –albatros y petreles– se especializaron en “cabalgar” las masas de aire cercanas a la superficie marina, deslizándose entre ellas sin esfuerzo merced a sus alas muy largas y delgadas y a una técnica conocida como “planeo dinámico”; cuando no están patrullando (durante calmas chichas o para comer o descansar) permanecen “boyando” en la superficie. De ellas, los pingüinos patagónicos sólo tienen una presencia ocasional en las playas de Monte Loayza, pero los petreles gigantes –con sus impresionantes 2 metros de envergadura– acuden a ellas para comer los cachorros de lobos muertos o desatendidos y carroñas de los adultos.

pingüino patagónico (Spheniscus magellanicus)

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Otras aves marinas son costeras en lugar de pelágicas, por cuanto permanecen a menor distancia de la costa a la que acuden no sólo para reproducirse sino también para descansar –tales los cormoranes– o aún para completar su dieta con moluscos y otros invertebrados, huevos y pichones de otras aves coloniales o con carroñas, placentas y excrementos de lobos marinos.

Este es el caso de las gaviotas, aves poco especializadas –como cuadra en las oportunistas omnívoras– capaces de un vuelo poderoso y ágil, que incluye cortos planeos, y buenas nadadoras de pies palmados, aunque no suelen bucear. Grandes, blancas y con dorso de alas y lomo negros –con sus juveniles de plumaje blanquecino moteado de pardo-grisáceo– las gaviotas cocineras son las aves omnipresentes en las costas de Monte Loayza: posadas en los promontorios rocosos, agrupadas en la playa al borde del agua, “investigando” entre los lobos marinos o sobrevolando a cualquier intruso, pero siempre llenando el aire con su algarabía. Nidifican aquí en gran número, en forma espaciada constituyendo colonias laxas.

GAVIOTA GRIS

GAVIOTA COCINERA (Larus dominicanus)

GAVIOTA COCINERA

(Leucophaeus scoresbii)

PALOMA ANTÁRTICA (Chionis albus)

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L A S

AV E S

D E L

M A R

Más pequeñas, con cuerpo gris en vez de blanco y pico y patas rojas (cabeza negra en ejemplares no-reproductivos) las gaviotas grises o australes, constituyen uno de los aspectos de particular interés biológico de Monte Loayza. Se trata de una especie escasa, exclusiva de las costas australes de Argentina y Chile, y su compacta colonia de cría local –con 160 nidos estimados, y unos 540 ejemplares observados– sería una de las más grandes conocidas. Otros oportunistas que vigilan interesadamente el entorno de las colonias de aves y lobos son los ejemplares aislados de paloma antártica, de rechoncho cuerpo tapizado de blanco. “Palomas” sólo en nombre, puesto que son genéticamente próximas a las gaviotas aún cuando sus pies no son palmados. Aquí están presentes sólo para alimentarse, porque nidifican en la Antártida. Mientras tanto, aves parecidas a gaviotas, aunque más esbeltas –y con parentesco cercano a ellas– sobrevuelan las aguas costeras con rápidos e incesantes aleteos, para lanzarse en picada y capturar algún pez que nade cerca de la superficie. Son los gaviotines sudamericanos, de alas largas, angostas y puntiagudas, picos rectos y agudos y larga cola ahorquillada. También la zona intermareal, y particularmente las restingas cuando quedan descubiertas por las aguas, son receptoras de aves que patrullan a paso rápido: los ostreros. Están dotados de largos picos rojos comprimidos lateralmente, que sirven de cinceles para abrir los moluscos bivalvos y explorar recovecos de donde extraer otros invertebrados que los alimentan. Hay dos especies presentes: el ostrero negro y el ostrero común, que a diferencia del negro posee partes dorsales pardo-oscuro y ventrales blancas.

GAVIOTÍN SUDAMERICANO (Sterna hirundinacea)

OSTRERO NEGRO (Haematopus ater)

OSTRERO COMÚN

(Haematopus palliatus) G U Í A

D E

C A M P O

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Buceadores emplumados Junto con las colonias de lobos marinos, el otro aspecto biológico sobresaliente de la Reserva Monte Loayza son sus colonias de cormoranes, con nidificación de cuatro de las cinco especies presentes en la Argentina y una población estimada de por lo menos 2.000 individuos.

Los cormoranes son aves marinas especializadas en la captura de peces por persecución subacuática, impulsadas por sus grandes pies palmados –ubicados bien atrás en su tronco–, dotadas de un largo cuello flexible y de un pico recto pero terminado en un pequeño gancho, para aferrar a la presa. La posición de sus pies, hace que en tierra adopten una postura erguida, como si fueran pingüinos. El más abundante es el cormorán imperial, que nidifica preferentemente en las superficies aplanadas que coronan las islas rocosas. Sus nidos, constituidos por algas cementadas con guano y semejantes a pequeños volcanes, están muy próximos unos de otros, conformado colonias muy compactas. Sus principales rasgos identificatorios son el frente blanco de su cuello (hasta el pico), la carúncula amarilla y el anillo ocular azul.

CORMORÁN IMPERIAL (Phalacrocorax atriceps)

Pero aquí coexisten dos variantes de plumaje: la forma albiventer, con la mitad de la mejilla negra, presunta raza de la costa patagónica Norte, y la forma atriceps, con toda la mejilla blanca, típica de la costa austral.

Pies palmados de los cormoranes

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B U C E A D O R E S

E M P L U M A D O S

El cormorán cuello negro prefiere anidar en las cornisas de los escarpados costados de islas y promontorios rocosos. Una mascarilla facial roja y su cuello negro (a veces salpicado de plumitas blancas) son sus características distintivas. El cormorán gris también elige anidar en cornisas de acantilados. Es una especie con distribución muy limitada en el país, y esta colonia (con 250 ejemplares censados) marca el extremo norte de la misma para el Océano Atlántico, lo que amerita que Monte Loayza sea declarada “Área Importante para la Conservación de las Aves”. Su inconfundible plumaje gris es realzado por sus brillantes patas y antecara rojos (coloración ausente en los juveniles). El cormorán biguá es una especie extendida por todo el país, porque también habita en los cuerpos y cursos de agua dulce, además de las costas marinas. A diferencia de las otras especies de cormoranes, suele posarse en árboles y arbustos. En Monte Loayza nidifican sólo unos pocos ejemplares.

BIGUÁ

(Phalacrocorax olivaceus)

CORMORÁN GRIS (Phalacrocorax gaimardi)

CORMORÁN IMPERIAL (Phalacrocorax atriceps)

CORMORÁN CUELLO NEGRO

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(Phalacrocorax magellanicus) G U Í A

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C A M P O


Para más información Arce, M. Elena. y González Silvia, 2000. Patagonia: Un Jardín Natural. Arce -González Editores. Comodoro Rivadavia. Argentina. Barthelemy, D., Brion C. y Puntieri, J., 2008. Plantas de la Patagonia. Vázquez Mazzini Editores. Buenos Aires. Bastida, Ricardo y Rodríguez, Diego, 2003. Mamíferos Marinos de Patagonia y Antártida. Vázquez Mazzini Editores. Buenos Aires. Bolzón, M.L. y Bolzón, N.D., 2005. Patagonia y Antártida, Vida y Color. Edición de los Autores. Buenos Aires. Canevari, M. y Vaccaro, O. 2007. Guía de Mamíferos del Sur de América del Sur. L.O.L.A. Buenos Aires. Chébez, Juan Carlos, 2005. Guía de las Reservas Naturales de la Argentina: Patagonia Austral. Editorial Albatros, Buenos Aires. Couve, E. y Vidal, C., 2003. Aves de Patagonia, Tierra del Fuego y Península Antártica, Editorial Fantástico Sur, Punta Arenas, Chile. De la Vega, Santiago, 2000. Patagonia: Las Leyes entre las Costas y el Mar. Contacto Silvestre Ediciones, Buenos Aires. De la Vega, Santiago, 2003. Patagonia: Las Leyes de la Estepa. Contacto Silvestre Ediciones, Buenos Aires. Harris, Guillermo, 2008. Guía de Aves y Mamíferos de la Costa Patagónica. Editorial El Ateneo. Buenos Aires. Kiesling, R. y Ferrari, O., 2005. 100 cactus argentinos. Editorial Albatros. Buenos Aires. Narosky, T. e Yzurieta D., 2010. Aves de Argentina y Uruguay: guía de identificación, Edición Total. Vázquez Mazzini Editores. Buenos Aires. Parera, A., 2002. Los Mamíferos de la Argentina y la Región Austral de Sudamérica. Editorial El Ateneo. Buenos Aires. Scolaro, J.A., 2005. Reptiles Patagónicos: Sur. Guía de Campo. Edición Universidad Nacional de La Patagonia. Trelew Yorio, P., Frere, E., Gandini, P. y Harris, G., 1998. Atlas de la Distribución Reproductiva de Aves Marinas en el Litoral Patagónico Argentino. Fundación Patagonia Natural. Puerto Madryn. Argentina.

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Proyecto Monte Loayza – Cañadón del Duraznillo Dirección: Fernando Ardura, Francisco Erize, Damián Glaz y Mariale Álvarez Coordinación: Fernando Ardura Encargado de campo: Guardaparque Matías del Río En el marco de la política de conservación y áreas protegidas del Consejo Agrario Provincial de Santa Cruz El proyecto Monte Loayza y Cañadón del Duraznillo integra la Red Hábitat de Reservas Naturales, compuesta por 18 áreas protegidas en las provincias de Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y Santa Cruz.


Una alianza estrat茅gica para la conservaci贸n de la naturaleza, la educaci贸n ambiental y el desarrollo del ecoturismo en nuestra Patagonia austral.

Golfo San Jorge S.A. Estancia

LA MADRUGADA


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