Revista Foro 21 N°78

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democracia a una mera "democracia delegativa". Lo que se pretende al final es una "democracia de consumidores" no de auténticos ciudadanos, así como la ruptura del pacto social montado sobre la idea socialdemócrata clásica de la redistribución de los recursos sociales, el "tomar de los ricos para dárselo a los pobres". El socialismo del s. XXI tiene que enfrentarse a estos hechos con soluciones imaginativas y con una nueva conciencia de sus posibilidades; sin traicionar los valores de su tradición ni replegándose sobre las estrategias del pasado. Su éxito ha consistido históricamente en conseguir llevar el bienestar social y la libertad a una mayoría de la población, así como en fomentar la liberación frente a las jerarquías sociales y comunitarias tradicionales. Nuestras sociedades contemporáneas no serían lo que son sin su importante labor a la hora de forjar el consenso socialdemocrático. Por mucho que se hayan transformado las circunstancias sociales, nada impide que podamos seguir avanzando. Para ello debemos concentramos en definir nuestro proyecto en positivo, dejar claro qué es lo que favorece y propugna y luchar por ello.

histórico, y que se vinculaba a una determinada comprensión de la evolución histórica como dirigida hacia un "estadio final". Para ello necesitaba valerse siempre de un estándar de la justicia, un contrafáctico frente al cual medir las desventajas y desigualdades que se presentaban como "injustificadas" y promover su abolición. Según Lukes, la dificultad de mantener este planteamiento en los momentos actuales es que carecemos ya de un claro "principio de rectificación de las injusticias", observándose una propensión hacia una mayor "tolerancia de la injusticia". Pero, sobre todo, que no está ya a nuestra disposición ese Estado-nación de hace algunas décadas, capaz de emprender una auténtica transformación de la sociedad "desde arriba".

IV El nuevo discurso teórico neoprogresista A pesar de las dificultades derivadas de la complejidad de la sociedad contemporánea, a nadie se le oculta que el socialismo de hoy sigue perseverando en la construcción de un potente discurso teórico. No hay izquierda sin un proyecto coherente con capacidad de ilusionar. Su superioridad sobre la derecha sigue estando en el campo del pensamiento, en su fuste teórico. Desde luego, hoy ya no es posible hacerlo en los mismos términos que en otras épocas. Steven Lukes -uno de los politólogos británicos que más ha reflexionado sobre el papel de la izquierda a lo largo del siglo pasado- decía, que lo que siempre ha caracterizado a la izquierda es su convicción en la importancia de buscarla coherencia en su comprensión del mundo para a partir de ahí actuar sobre él. Esta coherencia se extraía de un análisis evolutivo de la sociedad, como parte de una historia más amplia de progreso real y potencial: una narrativa completa de conquistas acumulativas y de retrocesos, expresada a veces en metáforas militares. Su guía era el principio de rectificación de las injusticias que se iban observando en cada momento

Lo que esto nos dice es que es que el mundo ha devenido lo suficientemente complejo como para poder ser abarcado por filosofías de la historia o por la mirada de un gran matre penseur. Y que, comoquiera que elaboremos el discurso, no es fácil "ponerlo a trabajar" sin contar con una más activa participación de la propia sociedad. La izquierda siempre se había apoyado sobre un fuerte Estado jerárquico conformador de un orden desde un centro y sobre un discurso universalista abstracto. Estos son los elementos de los que hoy ya no podemos disponer. Y no basta con reaccionar entregándose a un optimismo pragmático que se limita a maquillar la realidad; tampoco sirve de mucho la enmienda a la totalidad que se construye sobre la demonización permanente de todo lo dado o exigir a la política lo que quizá ya no está en condiciones de aportar. La izquierda de

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hoy es la que se toma la realidad en serio, precisamente porque aspira a su transformación y mayor perfectibilidad. Que en el camino hayamos de fraccionar el discurso hay que interiorizarlo como parte de las nuevas condiciones con las que hay que operar; lo importante es que siga habiendo discurso. Si miramos la agenda temática de cualesquiera de las reuniones o conferencias europeas o mundiales de los grupos encargados de redefinir y ajustar el discurso socialista enseguida tomamos conciencia de la multiplicidad de los temas que se abordan y de lo formidable del desafío: los mercados financieros y la nueva economía, los problemas de la inmigración, los grupos minoritarios, las nuevas fuentes de marginación creada por la "división digital" de la sociedad, la pobreza, la protección de la diversidad cultural o los límites de la sociedad civil, además de muchos otros. De esta reuniones está surgiendo una nueva Internacional Progresista, que está sirviendo para detenerse a pensar sobre los nuevos desafíos, reaccionar frente al entreguismo ante el "orden espontáneo" de los mercados mundiales y sacudirse un poco las inercias del conservadurismo ideológico de la izquierda tradicional. Ya comienzan a verse, además, algunos importantes avances. El primero y fundamental es la recuperación del espíritu internacionalista o cosmopolita y el consiguiente abandono de las soluciones locales. Sólo habrá posibilidades de gobernar la sociedad global desde una colaboración internacional y a partir de un claro diagnóstico sobre lo que está pasando. Pero se aprecian también importantes ideas para sustentar eso que Giddens califica como un discurso neoprogresista, que va bastante más allá de la timidez y la condescendencia con el status quo de las propuestas de la Tercera Vía. Veamos algunas de ellas. V Sector público y mercado El núcleo de este nuevo pensamiento se centra en la necesidad de instituir un vigoroso sector público ligado a una floreciente economía de mercado; una sociedad pluralista, pero inclusiva; y un ámbito mundial cosmopolita sostenido sobre los principios del derecho internacional. El elemento decisivo es la recuperación de la prioridad de los intereses y bienes públicos. Una economía saludable precisa de mercados que funcionen, pero también de un sector público en condiciones en el que el Estado mantenga un papel esencial. Puede


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