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La cultura de Lars
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La cultura de Lars
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Dinamarca tiene una historia de lo que generalmente se traduce como liberalismo cultural. En Dinamarca se llama Radicalismo Cultural, lo que lo hace sonar más revolucionario de lo que realmente es. Se refiere a una tendencia intelectual de modernidad e ilustración que comenzó a fines del siglo XIX como una acción contra el convencionalismo y la hipocresía y era típicamente, pero no exclusivamente, de izquierda, a favor de la libertad de expresión, anti iglesia y antinacionalista.
El fundador y figura dominante de esta tradición fue Georg Brande, un crítico judío-danés que estuvo detrás de lo que llamamos el Avance Moderno de la década de 1870, que trajo realismo, modernidad social y psicológica, pensamiento secular y darwinista, no sólo en la literatura danesa, pero en general en la cultura europea en la era de fin-de-siècle. Brandes, quien se convirtió en un ícono de la autonomía, el libre pensamiento y el amor libre, tenía una amplia red internacional y estaba en estrecho contacto con Ibsen, Strindberg y Nietzsche, a quienes llamó la atención del mundo.
Cuando Brandes murió en 1927, el papel del intrépido de su época lo asumió Poul Henningsen, arquitecto, diseñador danés -sus lámparas son famosas-, escritor, polemista y, en una destacada ocasión, también cineasta. En Henningsen, la modernidad liberada y antiburguesa encontró su voz más significativa en los años 30, 40 y 50. Representó puntos de vista seculares y de mentalidad liberal sobre el arte, la política, la paternidad y la sexualidad que influyeron en los intelectuales más jóvenes, en particular. Esto nos lleva a von Trier. Sus padres, que eran jóvenes en la década de 1930, pertenecían a este segmento. Trier, quien inventó su “Von” como una broma sarcástica en su juventud, creció en un barrio próspero al norte de Copenhague en un típico hogar “cultural liberal”. Sus padres, tanto académicos como funcionarios de ministerios, eran de izquierda: un padre judío pero no religioso (que luego se supo que no era su padre biológico) y una madre comunista que participó en el movimiento de resistencia durante el Ocupación alemana de Dinamarca. Dos de los escritores comunistas daneses más importantes de la época, Hans Kirk y Hans Scherfig, visitarán la casa de la infancia de von Trier, y su madre adoraba a Bertolt Brecht.
El joven Lars Trier quedó fascinado por la cultura finisecular europea, con su decadencia, pulsión de muerte y misoginia. Nietzsche y Strindberg, en particular, fueron fuentes de inspiración importantes para él, que apuntan a la herencia de Brandes. El profundo cariño de Lars von Trier por las películas de Andrei Tarkovsky no es ningún secreto. Después de todo, Antichrist estaba dedicada al legendario cineasta soviético. Su primer drama, El elemento del crimen, quizás sea el que más se inspira en el trabajo de Tarkovsky, pero el resto de la El padre biologico de Lars no estuvo presente durante toda su vida.
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Protesta Comunista en Dinamarca filmografía está plagado de referencias y homenajes adicionales. Las influencias del danés se ven reflejadas en algunos planos y elementos que utiliza en la película; y al parecer la influencia más notable y cercana es la de Tarkovski, no sólo en el uso del agua, -elemento que siempre estuvo presente en el cine del ruso-, sino en un homenaje directo que se ve en la apertura del largometraje; además es notable la influencia de la fotografía expresionista y en la concepción de los personajes. Rebelado contra su pasado al enterarse, a través de su padre biológico, de la muerte de su madre y de que a su padre no le importaba von Trier, además de convertirse al catolicismo, terminó con el perfeccionismo de su trilogía europea. Fue así como se convirtió en el coautor de Dogma 95 con Dane Thomas Vinterberg lanzando un llamado colectivo que exhorta al regreso de historias más creíbles en la industria fílmica apartándose de los efectos especiales y dirigiéndose principalmente hacia un uso técnico mínimo.
Los comienzos
Lars von Trier nació en Copenhague (Dinamarca) el 30 de abril de 1956. Su primera película como graduado de la escuela de cine fue El elemento del crimen. A pesar de alcanzar un gran reconocimiento con películas como Europa el cineasta danés no se consagraría como uno de los directores de cine más importantes de Europa hasta el estreno de Rompiendo las olas en 1996. Esta última producción, junto con Bailando en la oscuridad y Los Idiotas forma la trilogía denominada “Los Corazones de Oro”. Actualmente Von Trier se haya envuelto en la elaboración de una trilogía en torno a Estados Unidos, cuya dos primeras entregas -Dogville (2003) y Manderlay (2005)- han sido estrenadas en nuestro país. El director danés fue uno de los creadores del polémico movimiento Dogma 95. Las películas filmadas de acuerdo a este movimiento debían ser filmadas en escenarios naturales evitando las escenografías armadas en los estudios, con cámara en mano o al hombro y grabadas con sonido directo. Todas estas especificaciones buscan dar a la historia un tono más realista. Lars von Trier continuó experimentando con su visión fílmica a través de un proyecto de filmación llamado Dimensión, que constará de segmentos de tres minutos durante treinta años.
Lars von Trier es uno de esos cineastas a los que la crítica acoge con ciertas reticencias. Desde que el 13 de marzo de 1995 presentase en la sala Odeón de París el Manifiesto Doma’95, firmado junto con Vinterberg, en el que se abogaba por un cine alejado de la ilusión, del uso de trucajes, efectos y filtros en favor del uso de decorados naturales, cámara en mano e iluminación también natural, la crítica estableció sus distancias con esa pretendida ingenuidad que trata de cuestionar la esencia misma del lenguaje cinematográfico. Es como si la crítica constatase una y otra vez que el cine es representación y no puede dejar de serlo.
Basta con ojear el número monográfico de la revista Nosferatu para adivinar el tipo de reproches que alborean en las cabezas de nuestros críticos: “El cine no es la vida, ni es la realidad. El cine es un arte, un artificio, una manipulación de la realidad desde postulados estéticos, políticos y narrativos. El cine tiene sus propias reglas, que ninguna regla consigue dominar”, nos dice Nuria Vidal. Y en función de ello algunos van todavía más lejos y no dudan en afirmar: “Es el tiempo de los nuevos bárbaros, cuya exasperada reacción contra la indolencia y la alienación han convertido lo feo, lo grosero, incluso lo burdo, en el arma del inconformismo. Y Los idiotas es un monumento a la barbarie cinematográfica y, en consecuencia estética”.
De poco parece haberle servido a von Trier el abandono de ese cine barroco y postmoderno que hizo las delicias de la crítica con Europa (1991), cuando incluso desde el punto de vista del contenido, y esta vez con las categorías kierkegaardianas como arma, se acusa a sus nuevas heroínas de encarnar lo demoniaco, y a su arte cinematográfico de ser un arte bruto, irracional, “un arte ideológico que exalta la religión de la muerte como si fuese la de la vida, que anuncia la oscuridad como si fuese luz, un arte que quiere liberar por la esclavitud”3 . Lo que sigue no pretende ser tanto una defensa de este “arte revolucionario” que Trier y sus colegas han tratado de llevar a cabo, cuanto un intento por comprender dónde se ubica la reflexión cinematográfica de Trier y cuál es la necesidad de la que parte. Se trata de mostrar cómo las técnicas más o menos realistas que este cine utiliza son las adecuadas, no para captar la verdad objetiva, sino para iluminar la verdad del individuo singular, aquella que brota justo cuando el individuo se desmarca de la masa, cuando por naturaleza o por un golpe del destino pone en crisis la ética burguesa y su pretendido humanismo. Cuando “el individuo se muestra heterogéneo a la ética”, como diría Kierkegaard, entonces el cine debe mostrarse heterogéneo a la estética cinematográfica tradicional. Porque Lars von Trier, como Kierkegaard, nos habla de ese individuo singular que pone en crisis lo general, y para ello ambos han tenido que renovar los procedimientos estilísticos de sus respectivos lenguajes. Baste con señalar que cuando se le pregunta a Trier si cree en la “representación verdadera” responde que no, que no cree en la verdad de la representación sino en su autenticidad.
Las influencias del director estan más presentes en su primer trilogia ya que nada lo limitaba a crear su arte.

Dinamarca es un pais conocido por su gran libertad politica que le permite a sus ciudadanos la votacion democratica.
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