Ernesto Santana, El Carnaval y los Muertos

Page 51

blando por fin con el hermano de su amigo perdido, a punto de confesarle el motivo de su visita. –¿Pero qué estás haciendo contigo mismo? –insiste el otro– ¿En qué piensas? Ariel tiene la impresión de que conversan en la tregua de un combate o a punto de iniciar una escaramuza, ante la presencia silenciosa y atenta del Gato. –No pienso mucho –le responde. Ya no puede respirar a plenitud el aire salobre, aunque se las arregla para añadir–: Si acaso, trato de saber por cuál número va el conteo a cero. –¿Por qué te escapaste de allá? Eso es lo que te pregunto.

Un relámpago quiebra el cielo lejos del edificio Miranda

–No quiero morirme en un hospital –le dice, tajante, pero su amigo no parece comprender–. He estado demasiado tiempo encerrado por una razón o por otra –añade, creyendo ser más explícito–. Pero no te preocupes, que no he venido a reventar en tu casa –Su sonrisa es un trazo crujiente. –Bueno, eso a mí me tiene sin cuidado, brother –Ojorrojo deja de fruncir el ceño y disfruta de su propio cinismo–. Mira, el Químico viene aquí a cada rato decidido a tirarse por alguno de los balcones, pero siempre se arrepiente con el pretexto de que no quiere des-fi-gu-rar-se. ¡Qué presumido el hombrín! Y yo le digo que es miedo a la descomposición química. Claro, tú tienes la ventaja de que fuiste paracaidista –Nada hay tan sombrío como esta candidez suya, que hasta sus ojos respaldan–. Para serte franco, yo prefiero el alcohol, que mata lentamente: mi caso no es de taaanta urgencia –Hace una pausa, vuelve a arrugar el ceño, y sigue hablando en el 49


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.