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FRANCISCO GALLARDO NEGRETE

CREENCIA Y VERDAD:

la fundación de Irapuato

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por: LUZ ANTONIA MIRANDA FÉLIX

Imagen cortesía del Archivo Histórico Municipal de Irapuato

La creencia de que Irapuato se fundó el 15 de febrero de 1547 se ha arraigado en la población de esta ciudad desde principios del siglo XX. En los periódicos de inicios de esa centuria, podemos encontrar algunas notas que relatan cómo se festejaba el aniversario de la ciudad a partir de llamativos desfiles y eventos cívicos y culturales. Los festejos fueron siempre promovidos por las autoridades municipales y estuvieron respaldados por los intelectuales locales de la época. El interés por conmemorar la fundación surgió de la necesidad de forjar una identidad irapuatense, necesaria para cimentar las bases de una ciudad que comenzaba a tener un acelerado crecimiento económico.

A inicios del siglo XX, la modernidad había llegado a la ciudad con el ferrocarril, la luz eléctrica y el teléfono, pero también había emergido una necesidad casi nostálgica de recuperar los vestigios del pasado. Intelectuales aficionados a la historia, como el presbítero Rafael Reyes y el político Genaro Acosta, comenzaron a escribir sobre los orígenes de Irapuato, entre los años de 1905 y 1909. En sus obras, ambos personajes aseguraron que Irapuato había surgido el 15 de febrero de 1547. La aseveración se fundamentaba en un documento citado en el libro Noticias para formar la historia y la estadística del Obispado de Michoacán, publicado por el canónigo José Guadalupe Romero en el año de 1862. En esta obra se menciona que Irapuato había nacido en virtud de una cédula de fundación expedida por el virrey Luis de Velasco, a nombre del emperador Carlos V. Basados en esta evidencia documental, la creencia fue propagada y afianzada cada año con festividades conmemorativas, a tal grado que a la fecha es casi imposible de erradicar, a pesar de los nuevos descubrimientos históricos.

El primero en notar inconsistencias en el documento fundacional fue el padre Rafael Reyes. A pesar de que, en un inicio, el párroco había creído fielmente en el contenido de la cédula de fundación, cuando la estudió con más detalle, observó un anacronismo que la invalidaba como documento confiable:

el virrey Luis de Velasco, quien supuestamente expedía y firmaba la cédula, no había gobernado la Nueva España en el año de 1547. La acertada observación fue escrita por Reyes en un breve opúsculo titulado El patrón de Irapuato, pero su aportación fue poco conocida, o no fue tomada en cuenta por quienes quisieron seguir festejando el aniversario de la ciudad cada 15 de febrero.

A mediados del siglo XX, historiadores más acuciosos, como Wigberto Jiménez Moreno y Pedro Martínez de la Rosa, se percataron de más inconsistencias en la estructura y el contenido de la cédula: la manera en que estaba escrita era extraña a la época, el estilo narrativo no coincidía con el usado en los documentos legales del siglo XVI, y, además, se hacía la mención de la villa de Celaya, cuando todavía esa ciudad no se fundaba. Era evidente que el documento era apócrifo, pero a pesar de haber sido comprobada su inautenticidad, la creencia de que Irapuato había nacido en la fecha señalada por la cédula, permaneció en los lugareños y se siguió cultivando por las autoridades municipales, por lo que el conocimiento quedó sólo entre el gremio de historiadores y un círculo pequeño de lectores aficionados al tema.

En los últimos años, el equipo de trabajo del Archivo Histórico Municipal ha realizado una labor importante en divulgar la historia de Irapuato, a través de la publicación de boletines y libros especializados en la materia. El objetivo es difundir las más recientes investigaciones sobre la historia de la ciudad, y poner al alcance de todos los nuevos descubrimientos que se han encontrado sobre el pasado del municipio. Como parte de este proyecto de difusión histórica, se editó un libro de mi autoría titulado Pueblo me llamo: la versión indígena de la fundación de Irapuato, donde se explica a detalle cómo fue el proceso que dio origen a la ciudad. En el libro se presenta información nueva sobre el tema y se analiza la supuesta cédula de fundación, no tanto para describir sus inconsistencias y reafirmar su inautenticidad, sino para contextualizar su origen, es decir, explicar cuándo, por qué y por quiénes fue fabricada y, sobre todo, bajo qué intereses.

Con el fin de interesar al lector en el tema y el contenido de este libro, se puede decir a grandes rasgos que la congregación, es decir, el pueblo que dio origen a esta ciudad, se fundó en tierras de una estancia ganadera que llevaba por nombre Irapuato. Esta estancia había sido donada al español Francisco Hernández por el virrey Luis de Velasco el 30 de abril de 1556. Francisco Hernández, oriundo de Guayangareo, hoy Morelia, decidió dividir su propiedad en tres partes iguales y regalarlas a sus compadres Gerónimo Jiralde, Pedro González y Guillermo Plancarte. En una fracción de las tierras del primer compadre, se fundó la congregación de Irapuato en una fecha exacta que se desconoce, pero que debió oscilar entre las décadas de 1570 y 1580.

Es importante mencionar que tanto la estancia, como la congregación, surgieron en un contexto de guerra, durante el proceso de conquista y colonización de la provincia chichimeca, la cual se encontraba ubicada al norte del río Lerma. La estancia de Irapuato fue entregada al español Francisco Hernández como parte de una estrategia de colonización, que consistía en donar tierras de esta provincia a los conquistadores españoles y aliados indígenas (tarascos y otomíes) que quisieran luchar contra los chichimecas y salvaguardar los caminos que se dirigían a las minas de Guanajuato y Zacatecas, los cuales eran constantemente atacados por las diferentes tribus.

Para las autoridades virreinales era de vital importancia resguardar y fomentar la actividad minera, por eso, además de promover el establecimiento de estancias ganaderas, propiciaron la fundación de pueblos en los alrededores de los caminos y centros mineros. El objetivo era tener poblados cercanos a las

Ubicación de las Haciendas de San Juan y de la Virgen

Terreno donde los indios quisieron formar el pueblo de San Marcos de Irapuato Imágenes cortesía del Archivo Histórico Municipal de Irapuato

minas para que las proveyeran de alimentos, insumos y mano de obra. En este contexto, la congregación de Irapuato emerge como un poblado de labradores, dedicado a abastecer de productos agroganaderos al Real de Minas de Guanajuato.

Ahora bien, la fecha de fundación de la congregación se desconoce porque, hasta el momento, no se ha encontrado un documento oficial y fidedigno que señale con precisión los pormenores de tal acontecimiento. Sin embargo, las fuentes documentales hasta ahora localizadas sobre el tema nos han permitido reconstruir las circunstancias en las que surgió, e incluso, nos han brindado otro tipo información mucho más interesante que la simple fecha fundacional. En el libro antes mencionado, se presentarán no sólo nuevos documentos que abonarán al estudio de los orígenes de Irapuato, sino también se darán a conocer algunos testimonios, que tanto españoles como indígenas (tarascos y otomíes) dieron a finales del siglo XVII e inicios del XVIII, respecto a lo que recordaban haber escuchado de los más ancianos sobre la fundación de Irapuato. Estos testimonios, basados en la tradición oral y en la memoria colectiva, surgieron a partir de un conflicto legal que los indios tarascos y otomíes sostuvieron en contra de los españoles por las tierras que actualmente conforman el centro histórico de la ciudad.

En esta querella, ambas partes, la española y la indígena, argumentaron haber sido herederos de los primeros fundadores; sin embargo, ninguna parte presentó documentos probatorios, por lo que tuvieron que apelar al valor de la memoria y de la palabra, y cuando éstas fueron insuficientes, recurrieron a la compra de escrituras y a la falsificación de documentos. Mientras los españoles pagaron al rey una determinada suma de dinero para que les otorgara escrituras de propiedad, los indios fabricaron con destreza sus propios títulos de tenencia, e, imitando las escrituras españolas, las hicieron pasar como documentos legales para defender lo que consideraban propio. Aquí el origen de la cédula falsa de fundación.

Cabe mencionar que esta cédula, aunque apócrifa, contiene un gran valor histórico, pues relata la versión que los indios tenían sobre el origen de Irapuato y la interpretación que hacían de sí mismos y de su pasado, como conquistadores de los chichimecas y legítimos fundadores del lugar. En este sentido, la cédula es una invaluable fuente para la historia de la comunidad indígena de la ciudad. Es por ello que las dos lecturas que hicieron sobre este documento los antiguos historiadores y cronistas de la ciudad fueron un tanto desafortunadas. En la primera se creyó al pie de la letra todo lo que decía la cédula (incluyendo, por supuesto, la fecha de fundación); en la segunda, se comprobó que era falsa (lo cual fue un avance), pero lamentablemente se le descartó como fuente digna de historiar y, al hacerlo, se invalidó radicalmente la riqueza de su información.

El ejemplo de estas lecturas sirve para mostrar el proceso de la investigación histórica, lo que en un momento se cree “verdadero”, en otro se refuta o se matiza con nuevas pruebas y argumentos. Así se avanza en el cocimiento del pasado. La búsqueda de lo que verdaderamente ocurrió, como dirían los historiadores positivistas del siglo XIX, es más un camino que una meta lograda, pero es lo que le da sentido al oficio de historiar, al igual que la necesidad de compartir lo encontrado con todo tipo de lectores, pues sólo así se contribuye a erradicar creencias no sustentadas y a forjar un mejor conocimiento de nosotros mismos como colectividad.