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PEDRO ÁNGEL PALOU

LLAMARLE GATO AL PERRO

por: ALEJANDRO PALIZADA

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En términos generales dos son los sentidos con que se suele usar el término de posverdad. En una primera instancia, se llama posverdad a una mentira. Y aunque así es mucho más fácil comprender de qué se trata la posverdad, parece que, si no profundizamos en las diferencias sutiles entre una cosa y la otra, si obviamos los matices que justifican el uso de un término distinto, estamos perdiendo de vista la complejidad del fenómeno. En segunda instancia, el término posverdad suele utilizarse como un rasgo de época, a fin de caracterizar una propensión hacia la relativización de lo que se consideraban ideas absolutas. Decimos “ideas” para abarcar también conceptos, valores, relatos. Este último término es el que usó Lyotard para explicar el fenómeno: la modernidad se edificó sobre “grandes relatos” o “metarrelatos” que constituían “normas” y, por lo tanto, los referentes últimos. Sin un “metarrelato”, sin una “norma” que rija y oriente epistemológicamente el orden social, lo que hay es un espacio más amplio de posibilidades. Trataré de explicarlo con un ejemplo: En una familia, de un padre y una madre, una hija de 18 años y un hijo de 12, hay implícita una jerarquía de discurso, una jerarquía del poder de la palabra: Los hijos deben obedecer al padre y a la madre. Un día los padres salen al cine y, en casa, la jerarquía cambia: El hijo de 12 debe obedecer a la hija de 18. Otro día los padres salen con la hija de 18 años y el hijo de 12 se queda en casa con la niñera: El hijo de 12 debe obedecer a la niñera. En estas situaciones, el “poder” del orden que regula a la familia es el de los padres, y aun cuando estén ausentes, determinan el orden transfiriendo su “poder” a la instancia que ellos así consideren. Aunque la niñera no pertenezca a la familia, está legítimamente reconocida por los padres como portavoz y ejecutora del poder parental.

Ahora imaginemos el siguiente cambio en esta misma familia. Cada miembro vive aparte, en su propia casa, y todos tienen la misma edad, digamos 30 años. ¿Tiene sentido que el padre de 30 años, cuando sale al cine, le diga a su hija de 30 años que vaya a cuidar al otro hijo de 30 años a su propia casa? ¿Tiene sentido si la madre dijera, al contrario, que debe ser el hijo quien debe ir a cuidar a la hija a su propia casa? ¿Cuál sería la jerarquía que debe respetarse para mantener el orden deseado, si es que aún tiene sentido hablar de un orden?

En este segundo ejemplo la jerarquía que ordena a la familia está anulada, se vuelve irrelevante porque todos los miembros los asumimos en igualdad de condiciones. Es un ejemplo forzado, desde luego, pero ilustra con claridad dos cosas. La primera es que o bien podemos asumir un mismo “orden”, o bien podemos asumir la posibilidad de “varios órdenes”. Lo segundo es ¿a quién nombramos en el “nosotros podemos”?

Con eso planteado regresemos a la primera definición de “posverdad”. Se suele asociar que la “posverdad” es el producto de la masificación de la información (aunque cabe aclarar el sesgo con que suele usarse “información” como sinónimo de “noticia periodística”). Que las fake news se viralizan porque “las masas” no son lectores críticos. Que un Usuario web capaz de analizar y cotejar la información no caería en la seducción engañosa de la web.

En realidad, el cambio crucial no ha sido que las masas accedan a la información. El cambio ha sido que las masas accedan a la producción, distribución y comercialización de su información. Esta base tecnológica es la que ha trastocado el orden jerárquico tradicional en donde ciertos “miembros de la familia” tenían como función la producción, distribución y comercialización de la información. El alcance de internet supera por mucho a los medios tradicionales. La televisión, la

radio y la prensa escrita han tenido que adaptarse para aprovechar el internet, precisamente, porque es su dominio natural, la difusión a las masas. Aunque son muy recientes, las redes sociales siguen una lógica más o menos idéntica. Cuando surge una nueva red o app, su forma novedosa impresiona y captura a una generación de usuarios, la cual crece con esa red o app, hasta que una nueva generación de usuarios ha adoptado una nueva red o app, que, aunque en esencia tenga la misma funcionalidad, tiene una forma novedosa que impresiona y captura a esa nueva generación.

Para los medios de comunicación todo se resume a una lucha de poder. Socialmente es más fácil identificar a Héctor de Mauleon como un “periodista” por el hecho de colaborar en El Universal, en Nexos y obtener el Premio Nacional de Comunicación José Pages Llergo. En cambio, a Fulano de tal, profesionista de otro ramo, aunque apareciera por una ocasión en televisión nacional (whatever that means today) no tendría el mismo reconocimiento por el simple hecho de no ocupar una “posición” formal en el campo mediático. Lo que hoy ocurre, si nuevamente hacemos una distinción, es que la “posición formal” que tiene un periodista como Héctor de Mauleón, en México, no garantiza una mayor audiencia en redes sociales que la de Fulano de tal, y la “posición formal” que tiene un periodista no garantiza una mayor veracidad que lo que puede expresar Fulano de tal.

El primer punto, es un problema de “alcance” en las masas. El segundo es un problema de “legitimidad”. Lo que puede expresar Fulano de tal es tan legítimo como lo que expresa el profesionista más certificado y laureado socialmente.

El 22 de noviembre del año pasado, una usuaria de Twitter identificada como Laura Cruz le escribió al periodista: “@hdemauleon por favor suplico su ayuda ya que mi hermana está en el INER, están saturados quieren sacarlo sin un destino tiene el 20% de oxigenación no hay ningún hospital que la pueda recibir y nos están presionando para sacarla por favor ayúdenos a encontrar un respirador.”

Ese mismo día, Héctor de Mauleón posteó la petición de ayuda de la usuaria, haciendo énfasis en un dato: “Oxigenación: 20%”. Apenas un instante después, un usuario le replica al periodista su post: “Al 80% de oxígeno en sangre, se considera severa. ¿Cómo vivía con el 20%? No da más datos, por lo que concuerdo en que deben ser Fakenews.”

La publicación de Héctor de Mauleón fue retuiteada 1,7 mil veces. La del usuario fue retuiteada una vez. Héctor de Mauleón, periodista de El Universal, tiene 368 mil seguidores en Twitter. Luis Pablo Mondragón Guzmán es psicólogo, en la Ciudad de México, y tiene 458 seguidores en Twitter.

La verdad no es indiscutible, pero tampoco indiscernible. La sociedad contemporánea posee espacios de expresión y comunicación que han trastocado para siempre las jerarquías que daban un orden. Pero, como puede resultar obvio, la posibilidad de tener “varios órdenes” (como en el ejemplo de la familia), que pareciera anunciar una igualdad democrática y emancipadora donde todas las voces valen lo mismo, apunta a un sentido contrario: La anulación de todas las voces.

Pero el poder nunca desaparece, ya lo decía Foucault.

Busque la palabra Posverdad en Wikipedia. O no lo haga, mejor aquí la cito: “Posverdad o mentira emotiva es un neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales.”

¿Por qué recurrir a un neologismo? ¿Hay mentiras racionales por oposición a las emotivas? ¿Qué parte del concepto de “mentira” no abarca lo que ahí se señala?

Como decía antes: Todo es siempre una lucha de poder. En este caso, en la burguesía.

El hecho de tipificar lo que ocurre con las fakenews, los bulos, las paparruchas, mentiras, el márketing y un largo etcétera como “posverdades” enmascara la necesidad de mantener el poder del orden. Parece decir lo siguiente: “Yo voy a conceptualizar cuándo lo que estás creyendo lo crees por razones emocionales y creencias personales. No importa si hay hechos objetivos, la suma de hechos, la relación de hechos por sí mismo no genera una verdad”.

He ahí el trasfondo de otro debate, mucho más complejo para abordarlo aquí, pero que vale la pena señalar. Ante la proliferación de voces es necesario poner orden. Pero este ya no tiene de referente a la “institución garante” que producedistribuye-comercializa la información. Se ha incorporado un nuevo léxico -posverdad, fakenews, etc- que pretende regular no la información sino al consumidor de información, en función de su perfil ideológico. Por eso, aunque un usuario postee algo que pueda verificarse, acaba por ser desacreditado en razón de su “emoción manifiesta en lo dicho” o de su “creencia o afinidad personal” o de un “conflicto de interés”.

Pero no me crea. Tómelo sólo como una opinión.