Los 25 secretos mejor guardados de América Latina

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Los 25 secretos mejor guardados de América Latina 2011

LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA


Proyecto editorial y cuidado de la edición: Laura Niembro Diseño editorial: Adriana Ruano

Este proyecto contó con el auspicio de la Embajada de Argentina en México; el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes del gobierno de Chile; el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc); el Ministerio de Asuntos Exteriores de Colombia; el Ministerio de Cultura de Ecuador; el Fondo de Cultura Económica; la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y la Cámara Venezolana del Libro

Agradecemos su valioso apoyo a: Gonzalo Celorio, Sergio Ramírez, Noé Dávila, Mariño González, Martha Ibarra, Sarahí Padilla, Myriam Vidriales, a todo el equipo de FIL que abrazó con gran entusiasmo este proyecto y en especial, a los lectores que nos dieron su invaluable punto de vista

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Marco Antonio Cortés Guardado

Raúl Padilla López

Rector general

Presidente

Miguel Ángel Navarro Navarro

Nubia Macías

Vicerrector ejecutivo

Directora general

José Alfredo Peña Ramos

Tania Guerrero

Secretario general

Directora de Operaciones

Pablo Arredondo Ramírez

Laura Niembro

Rector del Centro Universitario de Ciencias Sociales

Directora de Contenidos

y Humanidades

Gonzalo Celorio Tonatiuh Bravo Padilla

Asesor literario

Rector del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas

Myriam Vidriales Coordinadora general de Prensa y Difusión

Ángel Igor Lozada Rivera Melo Secretario de Vinculación y Difusión Cultural del

María del Socorro González

Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño

Coordinadora general de Administración

Verónica Mendoza Coordinadora general de Expositores y Profesionales

Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio electrónico o impreso sin previa autorización de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara

Bertha Mejía Coordinadora de Patrocinios

Adriana Ruano Coordinadora de Edición y Diseño

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index

índice 5 6 8 12 16 20 24 28 32 36 40 44 48 52 56 60 64 68 72 76 80 84 88 92 96 100 104 4

Carta Raúl Padilla / Letter from the Chairman Prólogo / Foreword Juan Álvarez Luis Alberto Bravo Andrés Burgos Fabián Casas Miguel Antonio Chávez Carlos Cortés Francisco Díaz Klaassen Jacinta Escudos Nona Fernández Fernanda García Lao Ulises Juárez Polanco Roberto Martínez Bachrich Emiliano Monge Javier Mosquera Saravia Diego Muñoz Valenzuela Enrique Planas María Eugenia Ramos Luis Miguel Rivas Giovanna Rivero Hernán Ronsino Pablo Soler Frost Daniela Tarazona Dani Umpi Eduardo Varas Carlos Oriel Wynter Melo

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Desde su fundación en 1987, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara ha buscado ser una plataforma para las voces más diversas de la literatura en español y, en especial, un lugar privilegiado para que los jóvenes autores de habla hispana se presenten ante el gran público. Fieles a esta vocación de la Feria como una caja de resonancia, hemos creado el proyecto Los 25 secretos mejor guardados de América Latina para celebrar el primer cuarto de siglo de la FIL y, con ellos, regalar a nuestros lectores una muestra de la enorme calidad literaria que anima al continente. El grupo de 25 narradores invitados a formar parte de “Los secretos” presentará a quienes acudan a escucharlos igual número de formas para descifrar América Latina. Es un proyecto animado con la idea de que es posible derribar las fronteras que hoy separan la literatura latinoamericana. Nace del convencimiento de que existen rutas que permiten explorar la riqueza y la diversidad de las letras que se gestan a lo largo y ancho de nuestro continente. Apuesta a la certeza de que hay públicos ávidos de encontrarse con esta literatura. Los hombres y mujeres que conforman este mosaico han tomado la escritura como una opción vital. Representan propuestas de quince países de la región latinoamericana y los une una incuestionable calidad literaria, generosamente avalada por una red de lectores que aportó su pasión a la lectura de los libros que formaron el corpus de la selección final. Para llegar a esta selección de autores, el equipo de la FIL realizó un largo proceso que comprendió hojear cientos de páginas, conocer a decenas de editores, recorrer miles de kilómetros. Explorar los universos de estos 25 autores es el viaje que la FIL Guadalajara propone para redescubrir el vigor y la riqueza de la literatura latinoamericana hoy. No nos cabe la menor duda de que disfrutarán la travesía.

Raúl Padilla López Presidente Feria Internacional del Libro de Guadalajara

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25 secretos para no guardar En el cruce de caminos y territorios verbales que es América Latina, la obra de estos 25 narradores, originarios de quince países, es un claro ejemplo de la diversidad y la vitalidad que habitan, hoy, la literatura de nuestro continente, desde el sur chileno hasta el norte mexicano, y cuya esencia se nutre tanto de referencias locales como globales. Alejada de cualquier pretensión de relevo generacional, la de Los 25 secretos mejor guardados de América Latina es, ante todo, una apuesta por la calidad literaria. Sus nombres son: Juan Álvarez, Luis Alberto Bravo, Andrés Burgos, Fabián Casas y Miguel Antonio Chávez. Presentados en riguroso orden alfabético, sin atender criterios geográficos, de edad o de género, los autores que forman parte de Los 25 secretos mejor guardados de América Latina han hecho de la escritura parte fundamental de sus vidas, como demuestran las autobiografías que aparecen en las siguientes páginas. De la lectura de sus obras vale decir que, más que afinidades o similitudes, lo que se desprende es una sensación de variedad y riqueza literaria que transita entre distintos intereses y humores. Sus nombres son: Carlos Cortés, Francisco Díaz Klaassen, Jacinta Escudos, Nona Fernández y Fernanda García Lao. América Latina es el territorio de la tradición y el Boom, pero también de la experimentación, la actualidad y el goce creador. El continente ha sido cuna de algunas de las más grandes figuras de la literatura universal y, por más que se afirme lo contrario, en él siempre hay algo nuevo bajo el sol: una voz, un estilo, un tema, un lenguaje, un sesgo que nos invita, una vez más, a sumergirnos en las letras de esta América Latina tan llena de historias, tan narrable. Y es que aquí siempre habrá algo nuevo que contar, y alguien dispuesto a hacerlo.

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Sus nombres son: Ulises Juárez Polanco, Roberto Martínez Bachrich, Emiliano Monge, Javier Mosquera Saravia y Diego Muñoz Valenzuela. Personajes novedosos en el gran relato de la literatura latinoamericana, Los 25 secretos mejor guardados acuden a la 25 Feria Internacional del Libro de Guadalajara con múltiples historias bajo el brazo. Con sus cuentos y sus novelas, e incluso con aquellos textos mutantes que, de una página a otra, transitan por diferentes géneros literarios, este grupo de escritores narra, libro por libro, realidades individuales que procuran ficciones universales para todos aquellos que gozan, y se enganchan, con el placer de la lectura. Sus nombres son: Enrique Planas, María Eugenia Ramos, Luis Miguel Rivas, Giovanna Rivero y Hernán Ronsino. El horror de las dictaduras, la experiencia migrante, el humor de la vida cotidiana, las relaciones de pareja y los amplios caminos de la sexualidad. Comedia y drama. La caricatura, el culebrón telenovelesco, el periodismo trepidante, la realidad virtual y la pasión rocanrolera. Realismo, fantasía, ciencia ficción. Balas y flores. La visión de América Latina que resulta de leer estas obras es única, multiforme, y marca una seña de identidad para este grupo de autores que se abren paso por las letras del continente. Sus nombres son: Pablo Soler Frost, Daniela Tarazona, Dani Umpi, Eduardo Varas y Carlos Oriel Wynter Melo. Entre las múltiples tradiciones literarias que cohabitan en el continente, de tanto en tanto aparece un autor que, pluma o teclado en ristre, propone una nueva forma de asumir el reto escritural o nos obsequia una voz que nos hace mirar hacia lo que ocurre en nuestros países, desde el norte mexicano hasta el sur chileno. Los 25 secretos mejor guardados es un proyecto que ha querido dar cuenta de este panorama en movimiento, de este espacio en construcción permanente, y ofrecer una ruta para leer, hoy, América Latina.

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© Camilo Monsalve

Baste con declarar la convicción que ha dado sentido y orden a los textos que he publicado (textos que, antes de publicar, he leído varias veces en voz alta): la convicción del músculo de la imaginación como soberanía del individuo

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colombia

Juan álvarez Nací en Neiva, capital del departamento del Huila, sur de Colombia, en 1978, tiempo de paro cívico nacional. He tenido la suerte de un par de premios en un par de géneros: Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá 2005 y Premio de Ensayo Revista Iberoamericana 2010, este último por un texto sobre el insulto y la ofensa como aparatos retóricos e instrumentos políticos en la crisis de la Independencia en Colombia. He tenido el aguante para una serie de títulos universitarios que no son la historia de una formación ni de un medro. Son apenas el registro de soluciones financieras que me han permitido la vocación de leer y escribir, es decir, esos títulos fueron formas de sacarle dinero a alguien más: primero a mi familia generosa, luego a lo que la gente llama, con demasiada comodidad, la academia norteamericana. He trabajado como decorador navideño de centro comercial, mesero, traductor, editor de revistas, secretario de oficina contesta teléfonos, vendedor de la tecnología Urtak y escritor fantasma de libros de celebridades colombianas que escriben con el culo. He publicado dos libros: Falsas alarmas (IDCT, 2006) y C. M. no récord (Alfaguara, 2011), y he hecho parte de cinco antologías de cuento, tres editadas en Colombia, una en España y la última en México. C. M. no récord se ocupa del oficio del músico común y corriente, lo que no significa que no teja una historia palpitante, enérgica y política. Por fuera de la sapiencia melómana, y de la lógica trillada de la mezcla psicodélica de los datos sensoriales, la novela transcurre en una ciudad andina latinoamericana y en un tiempo crucial de transición en la industria musical contemporánea: la segunda mitad de la década de los noventa. No tengo página web personal. No tengo blog. No tengo agente. Nunca abrí una cuenta de Facebook. Nada de esto lo digo con orgullo. Lo digo apenas como una constatación notarial de lo que sí tengo, que es una cuenta en Twitter: @_JuanAlvarez_ Me siento algo impedido y abochornado al responder la pregunta sobre por qué alguien debe leer lo que he escrito. Baste por ahora con declarar la convicción que ha dado sentido y orden a los textos que he publicado –textos que, antes de publicar, he leído varias veces en voz alta–: a saber, la convicción del músculo de la imaginación como soberanía del individuo. LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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Fragmento del capítulo cinco de la novela C. M. no récord – Sin fotos –le dice Ivancho, pero dado el estruendo desgañitado que C. M. (candidatos muertos) estrella contra las cuatro paredes de aquel bar repleto de gente, es probable que el sujeto calvo y algo choncho parado a su lado no lo escuche. Para asegurarse, Ivancho mienta una segunda advertencia. Esta vez pegándosele al oído–: Ey, te dije que sin fotos. El tipo se contraría y baja bruscamente los extremos de sus cejas. Mete su cámara diminuta dentro de los bolsillos de la gabardina beige remangada que lo forra, se empina hasta alcanzar la altura del oído de Ivancho, y ahí, pegado también, le pregunta por qué. – ¿Por qué qué? – ¿Por qué no puedo tomar fotos? Ivancho parece relajado, casi como si aquello de no permitir fotos fuera su trabajo diario. La réplica tensa del calvo deseoso de fotos hace sin embargo que se percate de un hecho extraño: el tipo recién entra ahora que el toque está por terminar. Lo acompañan, además, cuatro jovencitos disfrazados en perchas parecidas a la suya: dobladillos remangados y botas tipo obrero inglés de caña alta expuesta. Los cuatro secuaces, también de testas rapadas, no se quedan atrás en la zona de entrada donde se planta Ivancho. Brutotes, en cambio, avanzan por entre las espaldas del público, desatentos al hecho patente de que allí adentro no cabe un alfiler. – Mil razones –empieza a explicarle Ivancho–. Como estoy de promoción te voy a regalar tres. – ¿Y ella? –le dice el sujeto, alzando la manga remangada de su gabardina beige al señalar, con su dedo índice izquierdo, la figura de Silvana, empinada, unos centímetros adelante de Ivancho. Con la pregunta, justo Silvana vuelve a disparar el flash de su cámara en dirección a la tarima agitada. – Esa pelada trae loquitos a dos de la banda; no puedes compararte con ella. Los chiflidos y aplausos del público crecen. Ivancho alza la cabeza y como que cae en la cuenta de estar perdiéndose el frenesí final del toque debut de la banda de su amigo Vicente, un hecho que lo disgusta porque rechina los dientes y arruga la frente y se crispa ya sin atenuantes cuando descubre, para colmo de males, que el gordito pelón ha resuelto despreciar su aviso y muy campante escabuche detrás de sus acompañantes, cámara arriba obturando fotos como Pedro por su casa. – ¡Oe! –le ruge entonces Ivancho a la nuca del tipo. Da un salto y le avienta el brazo derecho igual que un gancho de retroexcavadora, deteniéndolo de un golpazo en el pecho–. Qué parte no te quedó clara, malparido –y ya como para despejarle cualquier duda, el rasta fibroso lo agarra solapas arriba y chifla en dirección del señor Galvareza, dándole a entender al hombre responsable de la puerta, con una mueca agreste, que va a ser mejor sacar de allí a ese gusano. – ¡Suélteme, hijueputa! –grita el fotógrafo frustrado, sin cortesías de por medio e hinchándose como 10

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colombia globo de feria. Chilla tan duro que dos de los cuatro calvos adelante alcanzan a escucharlo. Voltean a mirar, nerviosos, y mastican entre ellos ¡Ojo con Téllez! Un golpe de talón los enrumba de regreso en dirección a su compañero. Adelante, en el territorio de la tarima, las cosas no están más frías. Tomás termina de volver a cantar el corte último solicitado por el público, y en el punto exacto en que los instrumentos cierran con un bullicio de ráfagas disparatadas, cuando la voz líder da un paso adelante para bajar de las maderas, el zumbido de una botella que raya el aire le calienta la oreja derecha. El botellazo alevoso desacelera y desvía levemente su trayectoria. Al cabo, como con un mohín de desprecio, aterriza contra el filo alto del bombo de la batería de Pac, y se rompe en pedazos. Algún decibel del zumbido tuvo este que escuchar, porque ágil levanta su antebrazo y protege la crisma. Sin que haya tiempo de preguntar ¿Quién fue?, dos de los sujetos que acompañan al tal Téllez han terminado de atravesar el bar y han agarrado al cantante azorado por las zancas, jalando resueltos hasta tirarlo al piso. Allí se agitan, gibosos, soltándose de los agarrones tímidos de unos pocos que intentan detenerlos, buscando con saña, puede sentirse, un ángulo suficiente que les permita abanicar un buen puntapié. El cantautor de coro colegial chilla en medio de los golpes. También se mueve con presteza, arremetiendo desde el suelo contra ambos engendros, manteniéndolos cerca, impidiéndoles encontrar ángulo eficaz, exigiendo de ellos con alaridos furibundos que paren y lo agarren si quieren pero uno por uno, Malparidos cobardes, psss. Entonces los espectadores atónitos ven a Lucas maniobras repasar el espacio entre la tarima y la golpiza de un salto potente, arrimársele a uno de los calvos, hacerlo girar con un empujón seco de su brazo izquierdo, y con el derecho deformarle la cara de un recto en la quijada. Cada hueso comprometido resuena en clave de trac. Mientras tanto, el Chopo embiste por un costado, llegándole perfilado al otro agresor, quien se abalanza ahora sobre Lucas con la mala intención de una botella picada blandida al aire. ¿Está enfermo, gonorrea?, le dice el Chopo, pero antes de que el tipo tenga siquiera tiempo de escucharlo o razonar o sentir el olor de su propio miedo, junto al tabique roto de su nariz recta rueda por los suelos. Todo parece detenerse. La respiración helada de un público consternado. La agitación nerviosa de unos músicos sorprendidos. La inminencia misma de la violencia cruda. Pero no es cierto, porque el eco de la música misma o el barullo amenazante de los calvos extraños o el pasado atesorado en las conciencias de cada quien, cómo saberlo, alguien o algo, hace que la Policarpa cantante escoltada de su colega Silvana se acerque hasta la esquina desde donde Álex Úlrim y otra gente tratan de mantenerse ajenos a la trifulca, y allí, muy delante de todas las caras y como sacándose una espina, le estampa un bofetón pleno a la estrella Supercromo. Cuando Úlrim saca las manos de los bolsillos de su chaqueta afelpada y con la izquierda se palpa la mejilla tratando de entender qué ocurre, Silvana también lo acomete, esta vez con el puño cerrado y desde el otro flanco. Antes, hay que decirlo, se explica: – Por malparido tramposo –y zuas. […] 11


© Juan Carlos Egas

Escritor vintage. Se percibe en él insolencia, avidez, heterodoxia, agilidad, erudición en asuntos contemporáneos. Autor en busca de identidad, personalidad fragmentada, indiferencia política, culto a la intrascendencia. Literatura punk

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ecuador

Luis alberto bravo Soy un escritor ecuatoriano. Lector de temas insustanciales, noticias bizarras, y obras literarias de antaño. Mi interés va en que al percibirlas fuera del contexto temporal que protagonizaron, hace que las encuentre vulnerables. De esta manera puedo experimentar un “viaje en el tiempo”, al tratarse de nuevos sentidos que si bien no se han transformado han encontrado un nuevo contexto: la lectura en tiempo real, pero embarcado en una plataforma de 30 o 40 años atrás, provocará nostalgia por el futuro o expectación del pasado. El ser documentos con poca importancia actual excita mi imaginación. Mi yo creativo necesita saberse “único” al momento de trabajar un tema; al ceder las circunstancias a mis emociones, hace que yo pueda trabajar mejor. América Latina está muy futbolizado, así que lo diré de esta manera: en literatura soy como un futbolista que juega para atrás y hace goles desde la media cancha. Son goles hermosos. Leo lo que no suena, lo que ya no se lee. Si suena mucho no lo leo. Me es indiferente la política actual (no era consciente de esto; lo advertí luego de leer una reseña sobre mi obra). Creo en la utopía, en la aristocracia, en los kibutz, en la realidad copiándole a la literatura, en el disparate haciéndose obra plástica, en el sueño haciéndose geografía. He publicado cuatro libros. Dos de poesía: Antropología Pop (Para árboles epilépticos), Utolands. Pertenecientes a la trilogía Antropología Pop. Y dos de narrativa: Cuentos para hacer dormir a una niña punk, Las ardillas del Orden Enano. Mi obra inédita es la parte sumergida del iceberg. Temas recurrentes en mi obra son la memoria, la especulación, la invención, el sueño; y la combinación de cada uno de ellos: la memoria trastocada, el sueño que se trasforma, la invención de los recuerdos. La fantasía, el vintage, el pop, la ciencia ficción (no la que sólo connota futurismo y naves espaciales, sino la terrenal, la artesanal…) son algunas de las estéticas que abordo. Al no estar sujeto a parámetros de mercadotecnia, hay libertad. He podido arriesgar mucho. Bajo esta consigna se pueden producir obras ambiciosas. De ahí que mis obras hayan sido catalogadas de provocadoras, transgresoras e innovadoras. Resto intensidad a todo esto, me remito en que se trata simplemente de oficio. Mi literatura es todo un LADO B. Un bonus track pensado para el lector. Ese lector. La lectura como un deseo.

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Fragmento de Septiembre Prefacio Quisiera ver por última vez a Yayoi. Asomado al vidrio de mi habitación en este hospital, observo caer la nieve: como restos de un pan secreto en la ventana. Nunca supe que le hacía estar triste realmente. A veces centellea en mi interior la siguiente hipótesis: la retorcida posibilidad de una desconocida maldad en el atormentado rostro de la señorita Yukino, Promethium II o como se llame1. ¿Por qué no? Así como nos suele sumir en una total contradicción la sonrisa de los psicópatas, en quienes intentamos ver —al menos como un leve maquillaje— algún sentimiento de culpa. Aún tengo pesadillas, donde Los Ladrones de los Mil Años corren por los pasillos del observatorio Tsukuba, comunicando por medio de walkies-talkies sus impresiones. Yo no sé, si debí haber aceptado la renuncia de Yayoi Yukino, aquel día. ¿Habría estado a tiempo? Ignoro lo que habría evitado exactamente. Solo ahora sé que aquel parapeto de “las 9 horas, 9 minutos, 9 segundos, del 9 de septiembre de 1999” no era otra cosa, que su declaración de amor por Hajime. Ella estaba enamorada de mi sobrino. Hoy en día la pedofilia es aceptada en el Japón. Sin embargo ¿quién condena a la cultura japonesa? Tendría que odiar a Yayoi por habernos mentido todo ese tiempo; con la excusa de haber crecido mirando las estrellas… conoció la nieve. Bah. Las estrellas están detrás de las bolitas de nieve. Si Yayoi mirara ahora la nieve no vería las estrellas. La pedofilia es la expresión de amor en su versión más perversa. Es como adornar a un elefante de la India con joyas y alfombras; la fatalidad humana como una canción de cuna. Un Lewis Carroll moderno detrás de unas Ray-Ban, observando el juego de los niños. El pedófilo existe porque sabe que existe la posibilidad de que un niño también fantasee con un adulto. Y ese adulto podría llegar a ser él. Lo busca integrar, hacerlo cómplice al igual que él. La culpa los hace sufrir, llorar. Viven sumergidos en el dolor. Como la mayoría de los pedófilos, que al no soportar la culpa que los embarga, optan por el suicidio. La señorita Yukino, al saberse enamorada empezó a sentir miedo de aquellas celebraciones repugnantes en su imaginación: donde Hajime la seguía donde ella fuera y hacía lo que ella quisiera sin decir “no”. Yukino prefirió morir a tener que consumar su fantasía, vivía enferma queriendo consumarla. Sabía que ser

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pedófilo no era un delito, amar a un niño tampoco. Adoraba besar a Hajime en la frente (y al mismo tiempo besaba sus ojos). Pero no estaba en su planeta; y las cosas acá, al menos durante esa época, funcionaban de otra manera. Por supuesto, siempre hubo la opción de que se hubiera filtrado en la tribu toba argentina, como una hábil ceramista de palomitas de barro; ó si hubiera viajado en el tiempo hacia Atenas, año 300 a.c.; considero no habría tenido ningún problema. Me aborda el recuerdo de la mascota de la señorita Yukino. La nieve pasa de frente a la ventana de esta habitación y parece no tocarla. Escribo: Cae la nieve como un pan secreto en la ventana A un costado, dibujo el llanto de aquel minino en la mitad del cuaderno; en la mitad de un dibujo. Sobre mi rostro caliente imagino posarse la mano de la señorita Yukino. Varias veces me masturbé pensando en ella. Imaginaba como sería la experiencia de eyacular en su axila. Un mechón de su vello púbico hubiera suscitado toda la atención de los más altos miembros de la CDI2. Sus pechos desnudos, expuestos en el centro de Tokio habrían sedado a cientos de hombres; y se habrían dejado secuestrar. Millares de niños estúpidos se enamorarían de aquella reina paidionófila. Lamentablemente se trataba de una persona, en un lugar y un tiempo equivocado. Necesitaba ayuda y el resto necesitaba comprenderla. Aquí le habríamos sometido a controles psiquiátricos, terapéuticos y psicológicos, pero al final, nada de eso serviría. Los terapeutas intentarían corregirla con dosis de pornografía heterosexual y fármacos, pero cada día iría de mal en peor. La Tierra sería un ínfimo lugar donde esconder su creciente amor pedófilo; la estrella de la muerte influiría sobre su irreprimible deseo carnal con un menor. Ha dejado de nevar.

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(Yukino Yayoi) era la identidad de La Andromeda Promethium II en el planeta Tierra. Central de Defensa Internacional

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Andrés Burgos, entre el humor y la melancolía, le apuesta a los detalles y susurros, a un mundo donde lo cotidiano golpea con más fuerza que cualquier suceso extraordinario

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Andrés burgos Nació en Medellín, Colombia, en 1973. El miedo lo convirtió en lector, y más tarde en narrador. En el ambiente cargado de testosterona que impuso el narcotráfico en su ciudad en la década de los ochenta, los libros resultaron una trinchera perfecta de evasión. De ahí en adelante vino una carrera tránsfuga entre la literatura, el cine, la televisión y la Internet. Mercenario o autor, dependiendo del derrotero que marcan las propias historias o los altibajos de la microeconomía personal, su vida se ha columpiado entre extremos: del surrealismo por carencia en Cuba -allí estudió en la Escuela Internacional de Cine y TV- a la desmesura de Estados Unidos, donde acumuló varios kilos y mucha información inútil, para terminar anclado en Bogotá: una ciudad que es una contradicción permanente. Autor de tres novelas, un libro de cuentos y pasajero permanente de antologías arbitrarias, su nombre suele pasar a toda velocidad en los créditos de producciones variopintas: películas independientes, reality shows, algún cómic, telenovelas y una cuenta de escritura efímera (www.twitter.com/pelucavieja). Narrador de universos íntimos, prefiere relatar la cotidianidad de personajes comunes y corrientes a quienes los grandes hitos históricos tienden a ignorar. Ha publicado las novelas Manual de pelea, Nunca en cines y Mudanza. Escribió y dirigió el largometraje Sofía y el terco, protagonizado por Carmen Maura, que tendrá su estreno en 2012.

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Duelo Ha sido un día pesado en la oficina. Reuniones, docenas de llamadas telefónicas, la bandeja de entrada repleta, un gran alegato en el comité y el café peor que nunca. A las seis de la tarde casi dio saltitos para celebrar el fin de la jornada. La fila kilométrica en la avenida no contribuye mucho a la tranquilidad, pero aguanta ilusionado con la vaga promesa de ir camino a casa, rumbo a una inminente ducha y su tanda rigurosa de televisión acompañada con lasaña de microondas. Paciencia. Las farolas de la calle y las de los otros vehículos compiten en quietud. El verde se va en un instante. El rojo es eterno. La corbata, tirada de mala manera sobre el asiento del copiloto, ha perdido todo glamour. Está harto de la radio. Off. Abre la ventana y enciende un cigarrillo. Hace frío. El teléfono vibra, es ella, desea continuar con la pelea. Apaga sin contestar. Afuera, el ruido se duplica. El mundo se quiere estallar a bocinazos. Lo de siempre: un taxista atravesado. No le importa la algarabía, mira el Fiat a su derecha. Quizás haya algo, muchas veces ha visto a la mujer de su vida durante unos segundos. Muchas veces ha visto a la mujer de su vida perderse en una bifurcación. Nada. Un adolescente retira las manos del volante para pellizcarse una espinilla de la nariz muy cerca del espejo retrovisor. A través del vidrio de ese flanco, cerrado, se le alcanza a colar un golpe de brillos espasmódicos. Imposible distinguir la melodía. Pierde el interés.

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Gira la cabeza hacia el andén que lo separa de los carriles del sentido contrario. Ocupa el tercer puesto desde la luz roja. El tallo del semáforo sostiene el cuerpo astroso de una mujer que a su vez sostiene a un bebé en los brazos. La mujer, con evidente brusquedad, da una orden a una niña muy pequeña y sucia que está parada junto a ella. La niña se acerca a mendigar al primero de la fila. Se topa con una pecera impávida. La ignoran. En el siguiente le dan unas monedas. Ya se aproxima. La luz no va a cambiar a tiempo. Es demasiado tarde para cerrar su ventanilla. Ya está acá. No tengo, le dispara antes de que abra la boca. Listo, debería seguir su camino. Pero no, se queda ahí, sin hablar. Simplemente permanece apoyada en el marco de la ventana, que está a la altura de su mentón. Él aleja la mano en la que carga el reloj, la pone fuera de su alcance. Si la niña quisiera cortarle el cuello, no habría nada que se lo impidiera. La vigila por el rabillo del ojo, pero ella no le corresponde, parece embelesada con las luces fluorescentes del tablero de indicaciones. Oil. Fuel. Km/H. Ahora la observación estudiosa pasa a él, aunque continúa sin separar los labios. Lo mejor será darle algo para que se vaya. Las monedas están en el pantalón y el cinturón de seguridad le dificulta tomarlas. Resuella incómodo inclinándose hacia atrás. Entretanto, la niña aprovecha que ha bajado la guardia para moverse con velocidad, tocar la bocina que aúlla como un dragón herido y retirarse sin un gesto ni una palabra. La silueta del conductor de adelante se gira hacia él con un reproche al que no tiene cómo responder, congelado como está, con el culo suspendido en el aire y la mano atorada en un bolsillo. Una centésima de segundo más tarde, siglos más tarde, el semáforo cambia y debe reiniciar apresurado la marcha. Reinicia la marcha con un ambiguo sentimiento de derrota.

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© Timo Berger

Soy un escritor que carece de imaginación, y tiene que sacarle agua a las piedras. Estoy encerrado con un solo juguete y le doy vueltas y vueltas. De ahí salen los ensayos, los poemas y los relatos

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argentina

FABIÁN CASAS Me llamo Fabián Casas y nací en el barrio de Boedo, en 1965. Publiqué varios libros de poemas, muy finitos, que fueron compilados en un solo volumen por la editorial Emecé con el nombre de Horla City, todos los poemas, en 2010. También publiqué Ocio (una novelita) en 2000 y Los lemmings y otros, un libro de relatos, ambos publicados por Santiago Arcos (hay también ediciones en España, Bolivia y Chile). En algún momento del año 2000 empecé a escribir unos ensayitos al tuntún, cuyo primer volumen salió por Emecé con el nombre Ensayos bonsái, en 2007. Y el segundo volumen, este año, por Santiago Arcos con el nombre de Breves apuntes de autoayuda. Gané en Alemania el Premio internacional Anna Seghers en 2007 y participé del programa internacional de escritores de la ciudad de Iowa, en Estados Unidos. Escribo poco, leo todo el día y hago karate por las mañanas desde hace años, soy cinturón azul.

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Fragmento de “La Voz extraña” Para edmundo bejarano Acabo de cumplir cuarenta y cuatro años y desde los diez que escribo. Al principio escribía historietas que también dibujaba y que armaba en unas hojas de papel que mi papá me compraba en una cartonería que estaba en frente de mi casa. Mi papá compraba el papel y mi padrino –que vivía con nosotros en una casa inmensa y pobre- cortaba las largas hojas hasta que estas quedaban del tamaño de una revista. Ahora se habla mucho sobre el futuro del libro, si va a mudar definitivamente hasta convertirse en una pura realidad virtual. Los chicos que nacen con Internet pueden acumular toda la obra de Tolstoi en un pequeño archivo. Y leerla en sus computadoras. Sin embargo, me cuesta creer que vamos a poder dejar de tocar el papel, de olerlo. De conservar un libro en el abrigo. Cuando mi mamá enfermó y murió en un hospital de la obra social de mi viejo, yo paseaba por los pasillos con una edición pocket de Trópico de Cáncer. Como una petaca, lo tenía en el bolsillo de mi sobretodo. Eran los años ochenta y algunos jóvenes usábamos sobretodos negros y zapatones negros. En medio de esos días tan desgraciados, sacaba el libro y le empinaba un trago. La voz de Miller me daba fuerzas. Aún sé de memoria ese comienzo increíble: “No tengo ni dinero ni recursos ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, pensaba que era un artista, ya no lo pienso, yo soy. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. No hay más libros que escribir. ¿Entonces esto qué es? No es un libro. Es un líbelo, una difamación. Es un prolongado insulto, en escupitajo arrojado a la cara del arte, un puntapié en el culo de Dios, del hombre, del destino, del tiempo, del amor, de la belleza…”. La voz extraña que le había dictado esos poemas tan increíbles a Rimbaud volvía a hablar en la boca de un expatriado frenético que a los cuarenta años se rebelaba ante el clishé que es nuestra vida. Uno nace e inmediatamente es arrullado o conmovido por la voz de nuestros mayores, por la voz cansada de los locutores de tv y la voz matutina de nuestros maestros. Pero, paralelo a estos sonidos, se engendra otro tipo de diálogo. Hay alguien hablándonos desde los comienzos de los tiempos, pero pocas veces intercepta nuestros destinos. Cuando eso sucede, el mundo se convierte en un lugar oscuro y peligroso, donde también está la salvación.

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A esto, que voy a llamar la Voz Extraña, no se lo puede definir, pero se lo reconoce. Tiene las características de la poesía. Y a veces se la puede aislar del cuchicheo incesante de nuestro ego. Desde que nos levantamos hasta que nos dormimos, la máquina se pone en marcha y se activa nuestro diálogo interno. Ese diálogo construye el mundo en el que vivimos. Nos dice quienes somos, qué cosas tenemos que conseguir y trata de que lo sigamos al pie de la letra. Quiere que seamos lo que todos esperan que seamos, y que nos reproduzcamos y listo. Una vez conseguido esto, nos abandona con las cuentas impagas y el matrimonio en el horno. Es la Voluntad ciega que está acá sólo para seguir estando y nos hace muy desdichados. Nos hace esclavos. Cuando escribo algo, tengo como mínimo dos sensaciones: una, que es algo escrito por mí, que me satisface y me representa. Tengo, después un largo tiempo haciéndolo, cierto oficio. Cualquiera adquiere una habilidad si se empecina en eso. El periodismo, por ejemplo, es puro oficio. Pero resulta que uno siente que el escritor debe ir siempre en contra de su habilidad. De manera que esos textos que parecen tan redondos y buenos son en realidad falsos amigos. Así que los dejo de lado o los intervengo hasta que escapan a mi control y empiezan a drenar la voz extraña. Entonces los relatos o los poemas me empiezan a dar vergüenza ajena, incertidumbre y todas esas sensaciones con las que es más difícil convivir. Ahí sé que -más allá de los logros- estoy, como quería Kerouac, en el camino. Vladimir Nabokov decía que la literatura empezó un día en que un pastor entró en la aldea gritando que venía el lobo, sabiendo que eso no era verdad. Es una buena definición pero está sostenida en un registro moral que me molesta. Asocia la literatura a la mentira. Un libro de ensayos de Vargas Llosa sobre autores que lo conmovieron se llama La verdad de las mentiras. Sigue en la misma línea de flotación. Hace muchos años volví del colegio y le dije a mi madre que había un chico con unas orejas de burro ortopédicas. Mi mamá me dijo que era porque no estudiaba. Todavía hoy recuerdo la cara de ese chico que nunca existió. Tenía pelo marrón, dientes grandes, un guardapolvo que le quedaba apretado y estaba de pie en la puerta de entrada del Martina Silva de Gurruchaga, justo donde pegaba el sol. Le brillaba el armazón de metal que sostenía las orejas de burro inmensas, que eran de piel. Como ustedes comprobarán, yo no estaba mintiendo: simplemente, como en la Edad Media, como muchos otros chicos del mundo, tenía visiones.

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Sin haberlos buscado conscientemente al inicio, he desarrollado los tres tabúes básicos del humor: sexo, religión y política. Sin embargo, prefiero describir mi obra como de sátira social y metaliteraria

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Miguel Antonio chávez Al parecer, nací en Guayaquil, un 7 de junio de 1979. Luego de una incursión por el mundo de las agencias de publicidad, como el Palinuro de Fernando del Paso, decidí lanzarme con mi libro de cuentos Círculo vicioso para principiantes (Cuenca. Ecuador, 2005), de donde se desprende “Café anacrónico”, que apareció luego en 22 escarabajos: antología hispánica del cuento Beatle (Páginas de Espuma. Madrid, 2009), una de las recopilaciones más entrañables para mí. Mis posteriores relatos los reuní en un volumen titulado Tratado sobre zombis, aún inédito. Sin embargo, cuentos de ahí están en las antologías El futuro no es nuestro (versión web, piedepagina.com, 2008), Asamblea portátil (Casatomada. Lima, 2008), Todos los juguetes (Dinediciones. Quito, 2011), Ecuador de feria (Planeta. Bogotá, 2011), entre otras. Mi novela La maniobra de Heimlich (Altazor. Lima, 2010) formó parte de una gira latinoamericana de narradores que recorrió todo Perú, que incluyó autores como Oliverio Coelho y Claudia Apablaza. Con mi cuento “La puta madre patria” quedé finalista del Premio Juan Rulfo (Radio Francia Internacional, 2007). Desde 2004 soy miembro fundador del grupo cultural Buseta de Papel. Y colaboro en varios sitios web literarios como Letras S5 (Chile), Letralia (Venezuela) y HermanoCerdo (México). En mi alforja literaria tengo algunas mercancías de alto contenido alegórico, como el de una visión psicodélica-celestial de un beatlemaniaco que se encuentra con Dios; de un mediocre escritor cuyo padre tiene una relación filial con el platelminto que mora en su organismo; o de un seudosubcomandante Marcos cuya megalomanía lo lleva a secuestrar a un periodista sólo para que le escriba su biografía. Pero sobre todo, de un alto contenido satírico, como el de una anciana argentina con tendencias fascistas, que está entre alquilar o no su departamento en Buenos Aires a un ecuatoriano que estudia publicidad (pero que no se decide a ser escritor); o de una torcida visión contemporánea de la Conquista, a través de un indígena que emigra a España para emular a John Holmes y Rocco Siffredi (historia donde el escritor mexicano Naief Yehya es uno de los personajes). Mi mayor aspiración literaria es que mi obra no sea reducida a la posología de un jarabe o de alguna fórmula (ya tenemos la de E=MC2, que la mayoría en verdad ni la entiende). Sin embargo, creo que puede ser digna telonera de un concierto de Monterroso, Ambrose Bierce, Aira, Woody Allen o Bellatin.

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Fragmento de La maniobra de Heimlich Parte II. Capítulo 20 ¿Vos conocías del hirsutismo, ese problema hormonal que causa exceso de vellosidad por todo el cuerpo? Me alegro que sepas, yo no alquilo a cualquiera, ni a cualquiera le cuento mis historias. Bah, tampoco son historias formalmente hablando, creo que me entendés. El punto es que la selectividad no es un mero capricho de quinceañera. ¡Viene de la naturaleza misma! La genética es un azar tan tirano como el de la lotería. Por genética, un decimal mal puesto hace la diferencia entre que una mujer barbuda y yo. Vos podrías decir, ¿y qué justicia es esa si yo prácticamente soy lampiño, con cara redonda como nalguita de nene? La genética no persigue justicia. El bien de una comunidad no es el bien de todos, al igual que la bendición infortunada de unos no es patrimonio del resto. Esa mujer barbuda tiene las mismas aspiraciones de las tuyas, va por oficinas de turno mostrando en su portafolio todas las habilidades de la que es capaz. Porque, digamos, vello facial podría tenerlo cualquiera. Ahora hasta un hombre puede ponerse un par de lolas y todo bien. ¿Qué hay detrás del vello? Alguien decía que la vergüenza. Porque de algún modo somos seres que ocultamos la vergüenza de nuestra desnudez. Te pondré un ejemplo quizá más cercano a vos: los actores porno, los adonis de la posmodernidad, ¿por qué se depilan? ¿Porque se volvieron locos o se creen Skinheads? No, no. Es el signo de los tiempos. Los tiempos que van cambiando, como decía el judío Dylan. El exceso de vello púbico a lo mejor es ese rezago genético de cuando fuimos Australopithecus y necesitábamos guarnecernos en las cuevas y por ahí darle generosa posada a algunos liendres. Nada más. (…) Quien quita que el hirsutismo de la mujer barbuda sea una forma que la naturaleza elige para criticar lo discriminadores que somos. No creo justo que las mujeres barbudas solo tengan que casarse con los hombres con hirsutismo que en los circos trabajan como hombres lobo. ¿No somos demasiado circo para tener más circos? (...) Yo tengo derecho a que respeten el espacio que piso y el aire que respiro. ¿Vos podés creer que ese enano de mierda, en medio de sus convulsiones, zapateaba como trompo y me pisoteó? Sí, eligió mi meñique y me lo dejó así, miralo. Por dios, no conforme con esparcir con absoluta irresponsabilidad sus gérmenes por las frutas del peruano, que por cierto no estaban en cajones tan ascépticos que digamos, me agrede. Y yo que me apiadé por un momento de él y pensé ayudarlo. No, no, terrible. Imaginate un golem pero un poco más gordo. El tipo ya empezaba cobrar matices grotescos, angustiantes, en un momento empecé a mirar por todos lados si había una cámara oculta o una pelotudez de esas. El enano ahora ya no tosía, se quedó sin voz de un momento para otro. Ahora se agarraba del cuello, con el aliento reprimido, como si quisiera practicarse él mismo una llave de lucha libre. Y luego me miraba y me señalaba su cuello sudoroso, la tráquea o su manzana de Adán. Puedo sonar un poquitín cruel pero en ese instante me pregunté, ¿los enanos también tienen manzana de Adán? 26

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(…) El verdulero, impávido, tuvo la genial idea de decir ¡hay que hacer algo, hay que hacer algo! Y el resto de vecinos, como actores bretchtianos que se presentan para el casting de una obra stanislavskiana que no aún han ensayado. (…) Pero para no alargarte el cuento, te puedo decir que finalmente llegó la caballería. No me preguntes cómo. Quizá alguien pudo tratar de localizar a la policía o los loqueros. Pero pensándolo bien, mejor que no hayan aparecido, porque si era la cana, nos interrogaban o nos acusaban de complicidad, de enanicidio; y yo para esos trotes, no señor. Ya colgué los tenis.

Parte III. Capítulo 6 (…) ¿Viste que se dice que todo empieza en la cabeza? Estoy convencida de eso. Mi marido, que conocía a montón de literatos, me contaba que José Donoso era hombre ya grande, con sus años, pero que gozaba de muy buena salud. Hasta que un día se le ocurre decir: ya tengo sesenta y no sufro de nada, y si no sufro no puedo ser buen escritor, bah, entonces me invento una enfermedad, y todos felices: en pocos meses le diagnosticaron una hemorragia interna producto de una úlcera y pasó poco tiempo hasta que la parca se lo llevó. Pero, perdón, ¿eh?: qué pelotudo, ¡con la cabeza no se juega! Chile se perdió a un grande, representante del Boom latinoamericano, por una enfermedad inventada. Ahora, pará, ¿este no fue el que inventó al ecuatoriano del Boom? Sí, ese mismo. Mi marido también me contó eso: Donoso y Carlos Fuentes se inventaron a Marcelo Chiriboga y lo pusieron como el tipo más grosso del Boom. No sé cómo lo habrán tomado en tu país: pero escuchame, ¿no había escritores de verdad en tu país que los tomaran en cuenta por entonces? A García Márquez nadie le daba bola hasta que terminó publicando en Sudamericana, acá, y subió como la espuma... El Boom es otro síndrome, sin duda, tenés razón. Un síndrome de creación colectiva. Como los judíos que están en todas, en sus ghettos, maquinando, no solo que manejan Hollywood, sino que también descubren hasta de dónde vienen los enanos. Ah, es que no te dije, Laron es judío, así como Dylan o el de acá del barrio, Schavelzon. Pero ahora escuchá esto, por si pensaste uh ahora viene de nuevo esta vieja chanta: los enanos de Laron son inmunes al cáncer y a la diabetes. ¡Inmunes! Vos siendo joven podés tener cualquiera de ambas pero los enanos, aún en su madurez, nada, cero, en lo absoluto. Y lo más sorprendente es que leí que el científico que ha llegado a esta conclusión y que lleva años estudiándolos en el sur de tu país, es paisano tuyo. Así que es la palabra de un endocrinólogo experto versus la de la viuda de un publicista. Ahora contame, ¿qué opinás del departamento?

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Autor de literatura fantástica, ha intentado destruir un país inexistente o probar su existencia destruyéndolo. Insomne desde sus primeros sueños, huérfano de varios padres, ha escrito desde líneas para Celine Dion hasta novelas de dictador (modestamente)

© Beatriz Cortés

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costa rica

carlos cortés 162 días antes de que naciera, y a la misma hora, fue asesinado mi padre. Mi literatura es una tentativa, frustrada, fallida de antemano y a la vez condenada a intentarlo de nuevo, por entender esta verdad inapelable e incomprensible, y saber lo que sucedió con él, con mi madre, y con los secretos de familia que se alojaron en las tres balas que atravesaron su rostro, el 16 de abril de 1962. Desde que fui a la Biblioteca Nacional, de niño, y pedí los periódicos para enterarme de los hechos que mi madre no quiso contarme, tuve claro que no me libraría de escribir los fragmentos de una larga telemaquia personal. Mi viaje a los orígenes se cuenta en el libro La última aventura de Batman (2010), está presente en el resto de mi obra y me llevó a descubrir el laberinto del que trato de salir perdiéndome en él: el ocaso del hombre, del macho alfa occidental y los rituales de la tribu. Mi imagen de Costa Rica no fue nunca la de una Suiza centroamericana ni la de la sociedad patriarcal. Desde niño me sentí fascinado tanto como asqueado por la violencia masculina. Mi novela Cruz de olvido, publicada en México en 1999 y luego en España, es un descenso a los infiernos y un ejercicio de demolición de la mitología costarrisible. Y como todo infierno, el mío también está hecho a mi medida y plagado de espejos, como puede verse en mi poemario Autorretratos y cruci/ficciones (Colección Práctica Mortal, 2006). Una novela posterior, Tanda de cuatro con Laura (2002), sucede en el último cine de una ciudad extinguiéndose, en la atmósfera opresiva e incestuosa de una película expresionista, donde las imágenes cinematográficas son más reales que los personajes vivos. Los ensayos La invención de Costa Rica (2003) y la “ficción de no ficción” La gran novela perdida. Historia personal de la narrativa costarrisible (2007), entre otros, amplían la frase irónica con la que se inicia Cruz de olvido (“¡En Costa Rica no pasa nada desde el Big Bang!”) al intentar responder a una pregunta que atraviesa constantemente nuestra tradición narrativa, que carece de muchas de las imágenes colectivas que definen la identidad latinoamericana: ¿de qué se puede escribir en el país más feliz del mundo? Detrás de esa felicidad aparente, de ese ou topos de la literatura, se encuentra esperándome, agazapada, la sombra de mi padre.

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Fragmento del capítulo XIII, “Marzo se hace siempre tan largo”, de Cruz de olvido -¿No te das cuenta que el tiempo, “el implacable, el que se va”, no pasa, no pasa, “mijito”? -Mami, la madre es el peor enemigo del hombre -le contesté yo. Me asomé por uno de los vidrios sucios, tratando de encajar la cara por uno de los espacios disponibles que dejaban las rejas de acero y vi a mamá, tía Divi, tía Lía y tía Maya sentadas a la mesa mientras el agua les llegaba a las rodillas. Hice sonar el timbre y ninguna se movió. Seguían todas inmóviles, con la vista fija en un gran tazón de sopa con una cuchara dentro. Golpeé la puerta y tampoco reaccionaron. Luego la ventana. Salí al jardín y empecé entonces a gritar. Varios vecinos se asomaron a la ventana y al verme volvieron a meterse con despreocupación. Al rato se asomó tía Sole desde el segundo piso, me reconoció y comenzó a taconear violentamente en el piso de madera, con el ánimo de hacer ruido y alertar abajo. Nadie se movió. No comían ni nada. Solo miraban fijamente la sopera de porcelana. Desde el jardín percibía claramente el taconeo desesperado de tía Sole arriba, pero abajo nadie parecía enterarse. Tía Sole volvió a asomarse a la ventana para asegurarse de que, efectivamente, era yo y valía la pena bajar los 22 escalones que la separaban del primer piso. Uno tras otro, empecé a escuchar los taconcitos de punta fina del número 34 que fueron bajando los 22 escalones. Me encajé por la ventana y pude ver a tía Sole sentándose en una silla muy alta al pie de la escalera, descalzarse y colocarse cuidadosamente unas botas de hule. Luego avanzó hacia el porche que dividía la casa de arriba, donde vivían las tías, de la casa de abajo, donde vivía mamá, quitó cada una de las cadenas, abrió los cerrojos y cerraduras y, por fin, me abrió la puerta. Una cabeza de agua se derramó sobre mis zapatos e inundó la cochera y el jardín. La tía se dio vuelta, repitió la operación de cambiarse las botas por las zapatillas y se marchó, dejándome la puerta abierta de par en par. Teníamos años de no hablarnos y el hecho que yo volviera de Nicaragua no parecía cerrazón suficiente para cambiar aquella determinación que ella, muy resuelta, había tomado cuando yo salí de la adolescencia y le di con la puerta en las narices como respuesta a las infinitas vejaciones que había sufrido durante casi 20 años. -Vieja hijueputa -murmuré para mis adentros y me dirigí al interior. Me di cuenta que toda la casa estaba inundada mientras avanzaba por el diminuto vestíbulo que mediaba entre la puerta y la sala. Un par de botas de hule estaban suspendidas de un clavo y supuse que eran para mí. Eran del número 42 y apenas me ajustaron.

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La casa estaba en penumbras y solo las figuras de las cuatro ancianas estaban iluminadas por la luz casi táctil de una candela que se derretía sobre la mesa de cedro. Del cielo raso se deslizaban cuadro cadenas herrumbradas que sostenían un televisor encendido que, en ese momento, sintonizaba el programa más popular de la tele dicción costarrisible: Mensajes del Más Acá. Avancé chapaleando sobre muebles y objetos diversos tirados en el agua y me senté directamente a la mesa. Mamá, sin apartar la vista de la sopera, observó: -Vaya a lavarse las manos antes de comer. Me levanté como un resorte y me interné en uno de los corredores a oscuras, que daba hacia mi antigua habitación y hacia la de mamá. La mía estaba cerrada, probablemente como la había dejado 20 años atrás, y la de mamá estaba abierta, pero llena de basura, de pilas de periódicos que llegaban hasta el cielo raso, de ropa tirada y de seguro descompuesta por el agua que llegaba al borde de la cama matrimonial y, en esa rapidísima mirada de reojo, incluso pude ver una rata flotando panza arriba en el agua estancada. Pude ver su panza blanca y su larga cola gris. Me metí en el baño, abrí el tubo y en vez de agua se oyó un ruido sordo de cañerías asustadas y un hilillo de barro espeso salió escupiendo del grifo hasta depositarse sobre la loza del lavatorio. Traté de no tocar nada con las manos, pero al intentar tomar el paño vi que estaba totalmente sucio y raído. Entonces abrí la tapa del servicio sanitario, que estaba casi bajo el agua, oriné de pie, desde arriba y con asco, y halé la cadena. Por supuesto no funcionó. Halé y halé y cada vez que halaba hacía un ruido seco y descompuesto, pero el mecanismo no se ponía en funcionamiento. Maldije un millón de veces. Puteé otro millón. Y otro millón. Me devolví al comedor y nadie había apartado la vista de la sopera. No sabía si reír y llorar o las dos cosas a la vez, así que les di un beso en la frente a cada una y abracé a mamá, pero ella me apartó diciéndome solemnemente: -Entonces comamos. Alzó la mano temblorosa y la bajó inmediatamente con un acceso incontrolable de temblor. Una de las tías, entonces, empezó a servir. Tomó mi plato y colocó en ella un par de cucharadas. La sopa estaba totalmente helada y la grasa se había condensado en la superficie a tal punto que era casi imposible remover el contenido. Vi cómo las señoras empezaron a tomar de aquel inmundo brebaje mientras yo lo apartaba y tomaba un poco de ensalada. Además había algo de arroz y frijoles. Todo en completa suspensión temporal.

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Escribo sobre el fracaso. Es lo que me gusta. Pero no el que advierten las expectativas de terceros o de una sociedad. El fracaso de mis personajes lo anuncia el espejo del baĂąo

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chile

francisco díaz klaassen Nací en Santiago, en 1984. Estudié letras inglesas en la Pontificia Universidad Católica de Chile y en este momento un magíster en escritura creativa en la Universidad de Nueva York. Soy autor del blog de ficciones Tough Guys Don’t Dance (http://diazklaassen.blogspot.com), así como de los libros Antología del cuento nuevo chileno (2009) y El hombre sin acción (2011, Premio Roberto Bolaño 2010). Formalmente, el primero es un libro de cuentos, una antología apócrifa de doce autores inventados por mí. Sin embargo, me gusta creer que es también una novela acerca de Orlando Martínez, el antólogo, un veterano profesor de literatura inglesa y crítico literario que vivió toda su vida en Estados Unidos, donde se llenó de títulos y postítulos y publicó cuanto paper y libro académico pudo, y que, tras jubilarse y regresar a Chile, se desquicia al darse cuenta de que nadie le da tribuna en su propio país —para hablar de literatura, pero también de otras cosas, de la vida en general—, que no hay un púlpito esperándolo, ninguna audiencia que quiera oírlo. Entonces se inventa esta antología, caprichosa desde sus mismas bases: sólo pueden participar en ella autores que hayan nacido en el año 1984 y que demuestren admiración por el denostado escritor chileno Lucas Álvarez (otra invención mía, el duodécimo autor/apóstol). Sin embargo, en el libro mismo Martínez se rehúsa a hablar de los escritores que edita, prefiere en cambio contar su propia historia, dictar cátedra sobre la literatura actual y antigua, el sistema de educación, etcétera; lo hace a través de un largo exordio, los comentarios a los cuentos —que no siempre comentan los cuentos— e interminables notas a pie, que suelen interrumpir los relatos sin ningún tipo de recato. Y de esta manera va surgiendo —espero— la novela, que no es otra cosa que el testamento de la decadencia y la soledad de los últimos días de Orlando Martínez. El hombre sin acción es una novela más lineal. Transcurre entre Barcelona, Nueva Orleáns, Madrid y Santiago, y cuenta la historia de Cristóbal Block, un joven escritor que escribe en un cuaderno la historia de su fracaso. Este cuaderno, después de su muerte, es encontrado por Ramón Moraldo, un barcelonés que acaba de perder a su hija, Irina, y ya no le encuentra mucho sentido a su vida. A medida que avanza en la lectura del diario, y que empieza a crearse una extraña conexión entre él y la madre de Block, Moraldo se convence de que algo une a los hijos de ambos, y que la respuesta a esa misteriosa conexión está en el diario.

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Fragmento de El hombre sin acción Ya ve que con usted estoy cómoda, que puedo conversar libremente, como hace años que no lo hacía, como nunca llegué a hacerlo. Siento que somos como dos dinosaurios, nosotros dos, dos dinosaurios ilusos que se escaparon casi sin darse cuenta de la extinción. O aún mejor: como dos animales salvajes que un día salieron del bosque escapando de las motosierras, pero a quienes nadie más acompañó. Estamos solos, al borde del camino, usted y yo, en una carretera desierta, y ya no queda un bosque al cual volver. Ninguna rama en la cual cobijarse. Sí, dos animales moribundos, abandonados a su suerte, abandonándose, creyendo que las cartas están echadas, y que ya no hay nada que ellos puedan hacer al respecto. A nadie más le puedo confiar las cosas que le estoy confiando a usted. Y no me refiero tan sólo a la muerte de mi hijo o a la de la suya. Hay una cierta franqueza entre nosotros y aquellos que son como nosotros, una franqueza que no existe con la pareja, ni con los hermanos, ni ciertamente con los amigos. Con usted la tengo, como le dije, no porque haya muerto su hija, aunque sea ésa una buena razón para que dejemos de ser extraños. Cómo decirle… A usted no lo conozco, señor Moraldo. No lo conozco en absoluto. No conozco su pasado, no sé nada de su presente, y difícilmente habré de contemplar su futuro de cerca. Hasta hace unas pocas horas, era un completo desconocido para mí, de ésos que no provocan respingos en la calle cuando nos los encontramos. Quizás nuestros caminos se hayan cruzado ya veinte veces, en el transcurso de nuestras vidas: en un semáforo, en la calle, atrapados en un vagón del metro; encuentros casuales, no motivados, que nunca podremos nombrar, ni mucho menos recordar (¿cómo se recuerda lo que se desconoce?, ¿lo que no se sabe que se vivió?). Y usted no sólo no me conoce a mí, sino que además no conoció ni conocerá a Cristóbal, mi único hijo, condenado a transformarse en poco más que un recuerdo para cientos de personas, en un registro jurídico, un papel archivado en algún hospital, alguna escuela, alguna universidad, unas cuantas fotografías envejeciendo en un cajón, un

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nombre y un número que circularán infinitamente por Internet, sin que nadie los mire, nadie hable de ellos, nadie sepa que existen. Nunca jamás. Si le hablo de él, de lo que yo llegué a conocer de él —que no llega a ser mucho, me doy cuenta ahora—, es más bien poco lo que podrá sacar en limpio, lo que podrá imaginarse. En realidad, Cristóbal no significa gran cosa para usted. Es verdad, no lo niegue. A lo mejor le caigo simpática. Me tendrá lástima. Pero no puede ponerle una cara a mi hijo, aunque haya visto su foto en el diario. Ni puede tampoco escucharlo, saber qué voz ponía cuando estaba enojado, cómo hablaba cuando se excitaba por algo, cómo cuando estaba avergonzado. Y sin el recuerdo de la voz, ¿cómo podemos fingir interés por esa persona, si ya está muerta y no hay nada suyo que podamos recuperar? No es posible conocer a los muertos, no hay que engañarse: nos eluden y se nos escapan entre ambigüedades y recuerdos mal contados, distorsionados por el paso del tiempo. Sólo su propia voz sería capaz de contar su historia, aunque no dijera nada más que mentiras: así podríamos al menos comenzar a configurar una idea de lo que fue esa persona, de lo que podría haber sido. Pero no nos esforzamos por guardar voces para el futuro, nunca le pedimos a nadie que nos cuente su propia historia. Por eso usted no podrá jamás entender a mi hijo (ninguno de nosotros podrá, nunca). Para usted es tan sólo un cuento más. Una historia que se escucha atentamente para ser olvidada al día siguiente. Pero, ¿sabe una cosa? Aunque sea ése el caso, yo estoy dispuesta a contársela, si está usted dispuesto a escucharla. Porque si la situación fuera otra, y yo fuera a usted como la madre de un muerto, y usted me recibiera a mí como el padre de una muerta, me gustaría mucho escuchar lo que tuviera que decirme de su hija. Me gustaría mucho escuchar ese cuento. Creo que me ayudaría a soportar mejor el mío. Por qué no, a entenderlo mejor. Para eso están las historias, ¿no cree usted?

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© Sandro Stivella

Mi obra está en permanente búsqueda y construcción. Ansío no estancarme, procuro el juego permanente, la experimentación, sin más compromiso que el de la calidad y la libertad literaria. En pocas palabras, escribo lo que se me antoja

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el salvador

jacinta escudos Me resulta absolutamente incómodo y difícil hablar de mi obra, y sobre todo de mí misma. Así es que de mi persona hablaré menos. Diré nada más que nací en El Salvador el suficiente tiempo como para ya no decir cuándo. Creo que es lo que menos importa. Vivo allí ahora, pero he vivido también en varios países de Centroamérica y Europa. Comencé a escribir a los once o doce años, y desde entonces no he parado. Escribir es mi manera de ver el mundo, de comprenderlo. Escribir es como una función orgánica de mi cuerpo. Sin ello entro en caos. No me imagino mi vida sin escribir. El día que deje de hacerlo de seguro me muero. Tengo ocho libros publicados, entre novela y cuento. Entre ellos destacan mi novela A-B-Sudario, ganadora del Premio Centroamericano de Novela Mario Monteforte Toledo 2002, que es el premio de narrativa más prestigioso de la región. La novela se publicó en Alfaguara Guatemala, siendo también la primera vez que un autor salvadoreño publicaba en dicha editorial. Es una novela de carácter experimental que trata varios temas como el amor, la muerte, las drogas, los procesos creativos y la amistad. Mi obra ha sido sobre todo publicada en Centroamérica, entre El Salvador, Guatemala y Costa Rica. Fui escritora residente en la Heinrich Böll Haus, de Alemania, y de La Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs, de Saint-Nazaire, Francia, en el año 2000. Algunos cuentos míos han sido traducidos al inglés, alemán y francés. Uno de ellos, “Materia negra”, fue incluido en la antología de Gallimard, Les Bonnes Nouvelles de L’Amerique Latine, prologada por Mario Vargas Llosa. Actualmente escribo la columna quincenal “Gabinete Caligari” en la revista dominical Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica de El Salvador y escribo mi blog Jacintario en http://jescudos.wordpress.com. ¿Qué tengo que ofrecerle al mundo de la literatura? Una obra en constante cambio. Una obra que en cada libro dice algo diferente. Una obra que no se encasilla ni se deja encasillar. Que explora la realidad desde la realidad misma, pero sobre todo desde lo onírico, desde lo imaginario, desde lo increíble. Y a veces aterriza. Y a veces no. Una obra que hace pensar o que simplemente provoca sensaciones o impresiones. Aunque las más de las veces me limito a hacer lo que simplemente debo hacer, o sea, contar una historia, que es lo que hacemos los escritores.

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Fragmento de El Diablo sabe mi nombre EL PLACER Saca un pájaro de tu plato, saca un conejo de la manga de tu camisa. Inventa para mí, desde el fondo de tu boca, otro truco de magia. (“Lo que me dijo un gato”).

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El gato se sienta a observar comer a la mujer. Ella está sentada en el jardín, sobre un taburete. Extiende sobre su regazo una servilleta de tela para no manchar su blanca falda y allí equilibra un plato hondo. La mujer saca del plato un muslo de pollo. Lo roe. Come con las manos. Entre mordida y mordida mira al gato, que espera con impaciencia a que ella le tire algo de comida. El gato tiene una actitud demasiado canina. Está sentado erguidísimo, muy seguro de sí mismo, frente a su ama. A la mujer hasta le parece más grande que de costumbre. Intercambia miradas con el gato. Ella reta al felino a uno de sus juegos favoritos: busca el fondo de la pupila del animal y le sostiene la mirada. Casi siempre es ella la que tiene que bajarla primero. La mirada del gato es tan fuerte que le causa escalofríos. Siente que el felino puede comunicarse con ella mentalmente, con solo observarle las pupilas. La mujer tira el hueso y el gato corre tras él. Lo husmea pero ni siquiera lo prueba, y regresa a su posición original, frente a su ama. Ella le habla, le dice que debe comerse el hueso. El gato no hace caso. Ella ríe: —No te lo comes porque son huesos de pájaro muerto, ¿verdad? El gato se impacienta. Ella sigue comiendo y viendo al gato. Entonces la mujer mete la mano en el plato y un par de pájaros salen volando desde su fondo. El gato se agita, los sigue con la vista un momento y mira de nuevo a su ama. Ella tiene un pájaro vivo, apretado entre sus dedos. Lo mira agitar las patas y el cuerpo. El gato maúlla con ansiedad, le tiemblan los bigotes de sólo pensar que esa presa puede ser suya. La mujer muerde el pecho del pájaro vivo. El gato mira la boca, masticante y sonriente, llena de sangre y plumas, de su ama. Un par de gotas rojas caen manchando su blanca falda.

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Actriz por gusto. Narradora por hinchar las pelotas, por no olvidar lo que no debe olvidarse. Guionista de culebrones por necesidad. Chilena incómoda, y a ratos rabiosa

© Álvaro De la Fuente

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chile

nona fernández Sufro del mal del chileno contemporáneo: se me olvidan las cosas. Los nombres, los rostros, los libros que leí, las situaciones que he vivido, todo se borronea con el tiempo y va a dar al tacho de la basura de mi cabeza, algo parecido al olvido total. A mis 40 años soy candidata segura al Alzheimer, si es que no soy ya una representante de él. A diferencia de muchos de mis compatriotas, mi condición de desmemoriada no me gusta. Escribo para no olvidar, para archivar con cuidado todo lo que me parece importante. Rescato del vertedero los detalles desperdigados que conforman una historia. La mía y la de mi país, que es como lo mismo, porque no sería quien soy, si no habitara el país que piso. Escribí mi primera novela en un departamento de Barcelona, mirando Chile a la distancia, y llenando páginas con interpretaciones descabelladas sobre su historia patria, mientras mi guata crecía con un niño que buscaba espacio. Parí un hijo y terminé un libro al mismo tiempo. Mi hijo se llama Dante. El libro se llamó Mapocho, como el río que cruza mi ciudad, el mismo que ha trasladado basura y muertos desde siempre. Cuando cumplí los 35 me vino la crisis de los treinta o de los cuarenta, aún no lo sé, y me interné en 10 de Julio Huamachuco, la calle santiaguina de los repuestos automovilísticos, buscando las piezas necesarias para rearmar la historia de la adolescente que alguna vez fui. El resultado fue un relato hecho de chatarra, completamente reciclado, que intenta revivir un tiempo de federaciones estudiantiles en contraste con el atomizado y estresado mundo moderno en el que me muevo. Ahora termino la historia de una escritora de culebrones que trabaja una serie de acción ambientada en los años setenta, donde el protagonista es un maestro de artes marciales, un héroe en tiempos de Dictadura, la figura del padre que nunca conoció y que ella inventa en su ficción. La escritora de culebrones es algo parecido a mí, porque esa es otra cosa que hago. Escribo guiones para series, para documentales y por sobre todo para culebrones. Soy actriz también. Del escenario saco la energía y el desparpajo para vivir otras vidas, para escribir historias con la soltura de quien habita sueños o conjura muertos. El resto del tiempo disfruto de mis hombres, mi hijo y mi pareja, y archivo todo lo que vivo con ellos. Lo escribo en libretas, en el computador, en mi propia piel si es necesario, con la secreta fantasía de que, escribiendo, no olvidaré. LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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Fragmento de Av. 10 de Julio Huamachuco Los muertos viven. Mi furgón es una prueba de eso. He rearmado su esqueleto a punta de voluntad rastreando cada una de sus piezas como un buitre. He volado en busca de sus huesos por armadurías, talleres mecánicos, tiendas de repuestos, cementerios de autos, casas de remate. Este espejo es la última pieza que le falta. Hace mucho que quería comprarlo, pero como no tenía la plata me conformaba con mirarlo desde el otro lado de la vitrina del Palacio del Repuesto. Durante meses estuvo colgado ahí. Por suerte nadie se interesó en él. Era de una micro de recorrido que hace un par de años se dio vuelta camino a la costa. El chofer pituteaba los fines de semana llevando hogares de menores a la playa. Los niños iban felices cantando una canción tonta cuando la rueda lateral izquierda se desprendió de su eje y en menos de un segundo la micro se volcó. De los cuarenta niños que viajaban murieron dieciocho. Diecisiete por los golpes del impacto y uno por infarto. En la carretera construyeron una animita a la que sus familiares acuden hasta el día de hoy. En el lugar pueden verse juguetes de todas las especies. Pelotas, muñecas barbies, peluches. Un remolino plástico que gira con el viento. Algunos transeúntes se persignan cuando pasan frente al altar de colores y otros hasta se detienen a encender una vela. De la micro no se pudo rescatar mucho salvo el espejo lateral derecho. La pieza fue robada de la décima comisaría de San Antonio y siguiendo un camino oscuro fue a dar al Palacio del Repuesto. Aquí se exhibió en la fachada un buen tiempo hasta que ahora lo compro y me lo envuelven en una hoja de papel de diario del día de ayer. Hoy es la última vez que piso este barrio de repuestos. Ha sido tanto el tiempo que he pasado recorriendo estas calles buscando las piezas que necesitaba, que nunca pensé que llegaría este momento. Todos los días me bajé de la 567 en la esquina de Diez de Julio Huamachuco con Madrid y caminé cincuenta y tres pasos hasta llegar al Palacio del Repuesto. Aquí me detuve tantas veces a mirar la fachada. Manubrios, antenas, tuercas de todos los tamaños. Un sector importante del Palacio del Repuesto está destinado a los parachoques. Otro a los focos. Los hay de color naranjo, rojo, amarillo y blanco. Los focos son los repuestos que más salen. Lo sé porque a veces deben vender hasta los que se encuentran en exhibición. Los repuestos del Palacio del Repuesto son innumerables. Si alguien ha quebrado un espejo, si le han robado las tapas de las ruedas, los parabrisas, los parlantes de la radio, la antena, si ha chocado un foco, abollado una puerta, si ha hecho mierda el tapabarro, en El Palacio del Repuesto, y si no es allí, en cualquier casa de Diez de Julio Huamachuco encontrará el accesorio que necesita. La Casa de la Citrola, El Reino del Tapabarro, El Rincón de la Tuerca, el Castillo del Espejo. Trece cuadras y media destinadas a entregar un repuesto tan bueno como la pieza que se perdió.

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colombia

Una vez soñé con este lugar. Me encontraba en una calle larga llena de espejos. Cada espejo era ofrecido insistentemente por un vendedor. Los llevaban en las manos y los mostraban una y otra vez. Yo no quería comprar ninguno, pero era tanto lo que hinchaban que parecía que sólo podía librarme de ellos si me llevaba cualquiera. Compre uno, caserita, no se va a arrepentir, estos son nuevos, le pueden durar mucho tiempo sin quebrarse, una buena elección la puede salvar de siete años de mala suerte. Parada en el medio de la calle me paseaba mirando los ejemplares. Los había de todos los precios y tamaños. Podía ver mi cara reflejada en cada uno de ellos. Distintas versiones de mí misma. Una Greta grande a cincomil pesos. Una más chica a dosmil. Una bien económica a quinientos. De pronto el rostro de una niña me llamó desde un espejo. Era un espejo retrovisor que se encontraba en las manos de un tipo moreno. El tipo lo ofrecía con entusiasmo, pero no fue por eso que me acerqué. Al primer vistazo pensé que la niña era mi hija. Es que era una niña chica, de unos cinco o seis años, y con una voz que me sonaba familiar. El espejo desde donde me llamaba era pequeño y el rostro de la criatura se perdía un poco en el vidrio. Cuando me acerqué me di cuenta de que no era mi hija. Sólo se parecía. Movía sus manitos del otro lado pidiendo que la tomara. Llévame contigo, me dijo. Yo le pregunté al vendedor el valor del espejo en el que estaba la criatura y el tipo moreno me respondió que costaba cincomil. Le reclamé que era muy caro, pero el tipo sentenció que el precio era inamovible. Usted no paga por el espejo, caserita, usted paga por lo que ve en él. Yo no quise pelear más y dispuesta a comprarlo busqué en mi bolsillo algo de plata mientras la niña me miraba desde el otro lado con la nariz pegada al vidrio. Estaba segura de que tenía un billete escondido en algún lado, pero por más intentos que hice, no encontré nada. Es el colmo que ni para un sueño me alcance, pensé, y me acerqué a la niña para explicarle. No puedo llevarte conmigo porque no tengo plata, le dije. La niña no respondió nada, pero hizo un puchero tímido. Esto es sólo un sueño, le dije. Es cosa de esperar un poco, de aguantar un rato más y todo se habrá acabado. Siempre que sueño pienso eso, que los sueños son sólo sueños y que hay que resistir hasta que terminen. Pero la niña no sabía ni de sueños ni de esperas y se echó a llorar mientras me miraba triste desde el otro lado del espejo. Yo quería consolarla, pero el vidrio helado no me lo permitía. Su llanto me acompañó hasta que desperté por la mañana. Ese mismo día me levanté y tomé por primera vez la 567 para bajarme en la esquina de Diez de Julio Huamachuco con Madrid. Desde entonces no ha pasado un solo día sin que yo no pise estas calles de repuestos buscando su carita triste en algún espejo del barrio.

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Nunca escribo sobre la visión directa de las cosas, soy transversal. La realidad no me necesita y siempre se viste de otra cosa. Cultivo la irreverencia. Una suerte de alquimia barata. Un desvío, donde el humor y la poesía cuelgan de un hilo tenso

© Verónica García Lao

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argentina

fernanda garcía lao Nací en Mendoza (Argentina, 1966), pero me formé en Madrid. Y me deformé, reiteradamente, con tesón. Viajar instruye y trastorna. Cumplí diez años en el aire, sobre el mismo océano que había unido a mis padres, pero en sentido inverso. En casa me entrenaron en el arte de la conversación, la literatura y el absurdo. Soy bachiller en letras, estudié piano, danza clásica, actuación, dramaturgia y periodismo. Me mudé unas 20 veces de hogar y cuatro de continente. Trabajé en radio, hice teatro, canciones, cine, video. Con mis obras viajé a lugares exóticos como Colombia, Panamá, Chile y Mar del Plata. Tanta agitación geográfico-compulsiva derivó en una necesidad imperiosa de escribir. Una pulsión vital por el registro. Mis papeles y yo éramos una sola cosa. Mientras yo me mostraba, mi literatura crecía en la oscuridad. Es decir, yo era su contorno. Un día decidí mandar mi primera novela a concurso. Era 2004, y Muerta de hambre recibió el primer Premio del Fondo Nacional de las Artes, publicándose un año más tarde. Ese mismo año, otro jurado alucinado me concedió el tercer Premio de Novela Julio Cortázar por La perfecta otra cosa, editada en 2007. Este año 2011 aparecieron mis novelas La piel dura y Vagabundas en Argentina; y La Faim de María Bernabé, en Francia. El acontecimiento de la publicación le dio impulso a mi actividad oculta: la literaria, que devoró mi costado social, teatral y empeoró mi espalda. Ahora, ella se muestra y yo, me guardo. He vivido un poco más de quince mil días de los cuales no recuerdo prácticamente ninguno. Soy amnésica -es decir optimista- por naturaleza. Me gusta olvidarme de mí e inventar otros mundos. Las palabras me pueden, me deslumbran, y frente al papel, me dictan lo que no entiendo. Por eso escribo, para cederles mi lugar. Saben gruñir o murmurar cuando hace falta. Ellas son mi cuerpo. Yo sólo les presto la cabeza.

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Fragmento de Muerta de hambre “Simplemente, caímos en una trampa” Bruno Schulz

Al centro del estómago 1. Un viaje singular revisitando mi provincia ya tan olvidada por los acontecimientos. Viñedos abarrotados y maduros como mi pasado, sauces, el silbido del conductor, las señoras en la puerta, los perros en la mitad de la calle, vendedores de queso y de vino patero, una realidad tan costumbrista para este personaje exasperado y tragicómico. En la clínica, había perdido la noción del tiempo y ahora el espacio se me hacía igualmente incomprensible; creí ver cien veces a la misma parejita en bicicleta, ella sentada con las piernas hacia adelante como una muñeca tiesa en equilibrio, él con una gorrita de pescador y las piernas peludas e inmensas, torcidas para coincidir con los pedales. Bajé la ventanilla y un viento seco me golpeó la cara. Hicimos algunos kilómetros bajo un cielo limpio, junto a los ciclistas y al doblar una loma comenzó a llover furiosamente. Subí la ventanilla aunque ya estaba empapada. Cayeron piedras y tuvimos que refugiarnos en una construcción abandonada. Entonces, mientras el conductor fumaba un cigarrillo, vi pasar escenas familiares, bajo la lluvia sólida. Vi correr a mi padre detrás de Mother, agitando el llavero. Las gemelas desfilaron muy despacio frente a mí, haciendo piruetas preciosas mientras iban envejeciendo. Emilio me miraba desde su oscuridad infinita. Miré al conductor que parecía no percatarse de nada. Me bajé del auto. El ruido de las piedras golpeando contra el asfalto era ensordecedor. La parejita volvió a pasar, pero esta vez era ella la que pedaleaba, mientras él flameaba como una bandera. ¿Qué clase de mundo era este? ¿Dónde había quedado aquel otro clásico de mi infancia, aquel tibio y pálido mundo que me hacía sentir ebulliciosa y colorida? Alguien muy perverso estaba invirtiendo los roles. Algo similar a un espejo parecía decirme, tú eres la más cuerda, majestad. Sentí miedo. Era evidente que las reglas habían cambiado durante mi ausencia. Siempre las estaban cambiando sin dar explicaciones. Y todos parecían adaptarse con naturalidad a ellas. Todos menos yo. La humanidad de un lado y yo del otro. Sentí ganas de huir del conductor que parecía restregarme su normalidad de hombre al revés. Hacía circulitos con el humo, para que las piedras pasaran por el medio. De qué cosas sería capaz ese monstruo de camisa a cuadros. La crueldad de la lluvia y el paisaje desierto me hicieron reflexionar. No tenía a dónde ir. El me miró como si leyera mi angustia en un prospecto. Entré al automóvil. Me temblaba todo el cuerpo. Me cubrí la cara con las manos y entonces el motor se puso en marcha. Decidí no volver a mirarlo. Abrí el pastillero. Pastillas diminutas parecidas a Jáuregui me ofrecían un futuro de silencio. Tomé dos. Pensé en una mujer joven en un ritual, en el que los hombres nunca mueren. Nos dan pastillitas de fantasía para meternos sus manos frías o sus cuchillos entre las piernas. Ellos excavan las tumbas y nos llenan los ojos de tierra. 46

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colombia

El conductor me miraba intensamente, como un enterrador adolescente. Me sentí un poco muerta y un poco difícil de entender. Mi cuerpo había perdido su contenido erótico. Hacía mucho tiempo que no tenía ganas de nadie. Mi Emilio se había convertido en un fantasma, en un concepto inasible. Él era una historia que yo misma me contaba, tan lejana y perfecta que ninguna respiración humana podía empañar. El conductor detuvo repentinamente el motor. Giró hacia mí y me dijo “¿Qué le pasa?”. Yo me quedé paralizada de terror. Cómo podía dirigirse a mí de aquella manera. No sabía contestar ese tipo de preguntas. No quería hablar con aquel ser. Su cara estaba llena de arrugas, aunque era un hombre joven. Entonces me di cuenta de que nunca había podido establecer un diálogo simple con nadie. No sabía ser social. Miré hacia abajo sin responderle. Él me humilló entre dientes y volvió a ponerse en marcha. Después encendió la radio y se perdió en los vericuetos de su mente. Había un perro muerto tirado a un costado de la ruta, rodeado de basura.

2. Ella está subiendo. Ha llegado el momento de asumir responsabilidades. No es justo hacerme tanto daño sin dar explicaciones a los demás. Esa parva de inútiles que conforman mi familia tiene que hacerse cargo de mi dolor. No voy a evitar epítetos ni me voy a hacer la diplomática. Soy una mujer latina, después de todo. Eso. Tengo que ampararme en el sol caliente, en la humedad, en los españoles que llegaron con Colón, en la brutalidad heredada, en la salvaje masacre sobre la que se fundó esta ciudad de llorones, cínicos y esquizofrénicos. También puedo basar mi falta de tacto en mi condición de mujer obesa. ¿Por qué no fabrican medias de nylon para gordas? Hijos de puta.

3. Lentamente empezamos a ver las primeras casas, el principio de la ciudad. Personas en las calles entrando o saliendo de pequeñas construcciones, exhibiéndose con naturalidad. El agua corría jugosamente por las acequias, el sol tejía formas de araña entre los árboles y se proyectaba en las veredas cepilladas y relucientes. La proximidad de mi pasado me puso un poco inquieta. Comencé a reconocer algunas formas, plazas, esquinas. ¿Iba hacia delante o hacia atrás? El auto indudablemente marchaba hacia delante, ¿pero, yo? El futuro se parece tanto al pasado que asusta. El mío estaba decorado siempre igual. Y todas esas personas extrañas que simulan tanta comodidad y se pasean por mi presente como si tuvieran algo que hacer, ¿serán reales o tan sólo figuraciones?

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Soy un lector que escribe porque necesita dialogar consigo mismo. Mi obra parte de esta búsqueda, y lo hace a través del humor, la ironía y la nostalgia, que es el sentimiento más completo, según Bukowski

© Jorge Mejía Peralta

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ulises juárez polanco Siempre he creído que algo definitorio del carácter de una persona se determina cuando nuestros padres escogen los nombres de sus criaturas. A veces uno logra burlar este destino y con el peor nombre se tiene una vida feliz. Yo tuve suerte. Mi papá quería llamarme Atila Barrabás; mi madre, Indiro, por Indira Gandhi, asesinada el día que nací. Terminaron con Ulises Ernesto, Ulises por el Odiseo homérico y Ernesto por el Ché. A estas alturas yo me divierto pensando que Ulises también tiene algo de Joyce y Ernesto algo de Wilde o, mejor, algo del maestro de El viejo y el mar. Nací en Managua, Nicaragua, en 1984. El país estaba en guerra, el ombligo puro de la Revolución Sandinista (los que nacimos en esos años nos han llamados “hijos de la revolución”). Escribo porque tengo la necesidad de contar historias. Coordino Leteo Ediciones, una iniciativa editorial sin fines de lucro para promover la literatura nicaragüense. Ahí hemos publicado las primeras dos antologías poéticas de la Generación del 2000, llamada Generación del desasosiego, por Gioconda Belli o Generación de la Noluntad, por Helena Ramos. El nombre de esta generación a la que pertenezco dice mucho de la naturaleza de lo que se está escribiendo. Entre las recopilaciones donde he sido incluido están los dos tomos de la Antología de la novísima narrativa breve hispanoamericana, editada por Unión Latina y publicada por El Perro y la Rana en 2006, y el segundo tomo, 2008, publicado por Grijalbo en 2009. Cuentos míos también han sido publicados en Brasil, Argentina, México, Cuba y países de Centroamérica. Actualmente mi obra se enfoca en el tema de la memoria y el olvido. Se escribe, creo, porque en nuestro interior tenemos la necesidad de saber quiénes somos, adónde vamos, y la única forma de hacerlo es a través de las palabras. Saramago dijo en una ocasión que la literatura no es más que el resultado del diálogo de cualquier persona con uno mismo. Como cualquier conversación, esta puede llevar a la reflexión, al humor o a la nostalgia. Entre tantos resultados posibles, sería feliz sabiendo que el lector encontró en mis búsquedas sus propias preguntas, y que en el camino a descubrir quién era yo, otros encontraron, aunque sea, un grano de arena de su propio camino.

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Fragmento de “El traductor y la sombrilla de Mary Poppins”, en Las flores olvidadas

...recelosa, la luz blanca baja del cielo, aterrizando con torpeza en el callejón. El desorden de los perros ladrando es digno de Guiness. La luz blanca, que ha permanecido unos siete minutos levitando en el patio a un lado del tendero de ropa, se apaga con brusquedad, como bujía fundida. Deja un humo denso y grisáceo en su lugar, del que salen un hombre vestido elegantemente de blanco y muy parecido a Morgan Freeman, acompañado de un gordito tan bonachón e inocente que imposible no recordar a Curly Howard. Cierro la carpeta con los papeles de Rubem y anonadado, vigilo cada paso del Elegante mientras usa una escalera de emergencias para subir al techo del edificio contiguo y, sin ninguna otra intención —supongo— que la de hacer su trabajo, empieza a hablar y a hablar y hablar y hablar en un lenguaje desconocido para mí. Aprecio que el gordito simpático es ruso, su perfil soviético con mirada del Kremlin es incuestionable, aminorado apenas por el contraste de su candor con el bigote al estilo de Adolfo Hitler que porta. Su tarea es traducir lo que el declama Elegante. Cabe mencionar que la traducción no ayuda en nada, pues toma las palabras de ese lenguaje desconocido y las convierte en otras también desconocidas. Sospecho que traduce del idioma divino al rumano, y apuesto que su brújula está dañado: pobre, si supiera que aterrizaron en Nicaragua y no en Europa. Recuerdo haber leído en internet que el lenguaje oficial del Elegante es el rumano, pero mis conocimientos sobre este idioma se limitan al menú del único restaurante valaco de la ciudad. Así que, a pesar de ser traductor, no entiendo nada de la traducción. El Elegante continúa y yo indefenso. Cerca de él hay una valija que, sospecho, tiene tiritas de papeles con líneas fosforescentes y arcoíris multicolores, o aire, o más llanamente, nada, y la usa para atribuirse un perfil de alto ejecutivo más acorde a nuestros tiempos. «Lo que tienen que hacer algunos para parecer importante.» Desde que el Elegante empezó a hablar, hace ya más de veinte minutos, no escucho otra cosa más que palabras extrañas y palabras extrañas. Es cierto, puede qué esta reacción tan antipática ante un momento tan lúcido (como un encuentro cercano con Él) no sea otro resultado más que mi humor: estoy medio dormido, acalorado y me duele la cabeza, pero insiste con cosas que ya fueron dichas y seamos sinceros, en varios lugares comunes. Además, es poco elocuente, habla como si estuviera recitando en cámara lenta un manual de instrucciones para máquinas de sentir el aire. Desisto.

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Enciendo la radio con el volumen tan alto que dejo de escuchar al Elegante y a Curly Howard, quien está a la par con cara de sufrimiento y desesperación, traduciéndole. Trato de poner atención únicamente a las rancheras de medianoche mientras abro nuevamente mi carpeta de traducciones, pero no tengo éxito por más que procure concentrarme. Ya nos han advertido. El Elegante perdura y persevera, lo dice tantas veces el Libro, y me sigue hablando y hablando, siempre en ese lenguaje divino seguido de la traducción rumana. Sé que la aparición del Elegante en mi barrio es un momento de suma importancia, un hecho histórico, una cápsula de tiempo que perdurará por la infinidad de la historia, pero me resulta tan aburrido que me siento desdichado. Soy la primera persona viva que le ve en persona y no hago más que lamentar, «Vida, ¿por qué me haces sufrir? ¿Qué he hecho para que me castigues de esta manera?» Lo que faltaba. Escucho el grito de mi mujer advirtiéndome que debo apagar la radio y regresar a la cama, que ya veré lo que pasa si ella tiene que levantarse y hacerlo ella misma. Me asomo por la ventana y le grito, «Gordo, avisale al Elegante que me voy a dormir porque mañana tengo trabajo». El gordo esboza una sonrisa e intuyo un agradecimiento sincero, luego interrumpe a su jefe, a quién desde hace un buen rato ha dejado de traducir y le transmite mi mensaje. Su mirada omnipresente me mira, me gruñe y saca del maletín una sombrilla, con la que sale volando como Mary Poppins, llevándose su maletín en la otra mano y al gordo colgado de sus piernas. «Ni en su salida pudo ser original», pienso antes de irme a dormir. Entro temeroso a la habitación, donde mi mujer me recibe cariñosamente en la cama, me olvido del Elegante dejando en mi cabeza únicamente el cuento de Rubem, y le susurro: «Seduction. License my roving hands, and let them go before, behind, between, above, below.» Duermo muy bien el resto de la madrugada, a diferencia de otros días. Despierto a la mañana siguiente preguntándome con alegre trivialidad qué habrá hecho el gordo traductor en vida para sufrir semejante castigo. Admito que extraño al gordo, pues algo de mí lo percibí en él, incluso, extraño un poco al Elegante, pero no tanto. A partir de entonces he sido cauteloso. Abandoné el oficio de traductor, no vaya ser y me recluten como al gordo; ahora reparo automóviles y aunque nunca más traduje una línea, la paga es casi la misma y me siento feliz. Ah, eso sí, también voy disciplinadamente a la Iglesia todos los días, como precaución.

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Trabajo incansablemente porque dudo mucho: reescribo cada texto de manera obsesiva, maniática. Y publico poco, por respeto a los lectores. Me interesan los universos íntimos, domésticos, hurgar e imaginar cómo en rincones insospechados de lo cotidiano surge, de golpe, una situación límite, avasallante. La dimensión monstruosa de ciertas épicas mínimas, privadas, es lo que más me atrae al contar una historia

©Marcel Cifuentes

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venezuela

roberto martínez bachrich Nací en una ciudad tranquila y calurosa. Cerca de un río y a una hora del mar. Padres afectuosos, hermanos tremendos y múltiples perros, gatos, peces y morrocoyes, rodearon mi periplo inicial. Desde niño fui un lector impenitente. Y sin saberlo, acaso como consecuencia natural de tanto leer, me enfermé de escritura. Hoy me gano la vida dando clases de literatura y editando libros o revistas. Es el único modo, hasta ahora, de hacer algo relacionado con lo que a uno le gusta y poder vivir de ello. Y, en el entretanto, claro, leo, imagino, escribo. De ese trabajo, sabroso y duro, han salido mis libros; tres de cuentos, Desencuentros (1998), Vulgar (2000) y Las guerras íntimas (2011); un poemario, Las noches de cobalto (2002) y un ensayo, Tiempo hendido (2011). Me preguntan por qué tendría que leerme la gente. Y no tengo la menor idea. Supongo que el mundo, en un sentido estricto, no tendría que leerme. No puedo ofrecer nada que ya otros, con mejores herramientas, hayan ofrecido al espacio literario. Que lean a Kafka y Dostoyevski, a Melville y Camus. A Conrad y Flaubert, a Poe y Chéjov. A Reyes, Paz y Picón Salas, a Cortázar, Bolaño y Ribeyro. A Ramos Sucre y Gerbasi, a Cadenas y Gramcko. Pero de tanto leerlos a ellos, uno termina escribiéndose. Y acaso un lector pueda encontrar homenajes, pistas, caminos arados para el reencuentro con grandes voces, en lo que uno, humildemente, garabatea. Escribo queriendo acompañarlos: todo un exabrupto. O mejor dicho, queriendo fijar el hecho de que ellos siempre me han acompañado. La literatura, ya lo decía Borges, hace siglos que no da nada nuevo. Desde la Biblia, Homero y Dante, contamos siempre las mismas tres o cuatro historias. Pero siento que es importante volver a contarlas. Una y otra vez. Es un ejercicio de resistencia y continuidad: un homenaje silencioso. Quizá, así como importa volver a contar estas historias, importa también volver a leerlas. Renovadas, desde otros ángulos, desde otras visiones de mundo. Es lo poco que puedo decir a quien quiera, gentilmente, leer mis papeles. Ojalá mis cuentos pudieran acompañar a cualquier lector, como tantas obras de otros me han acompañado a mí. El diálogo no acaba. El hacha sigue cayendo, como pedía Kafka, en el mar helado. Y allí lo feliz, lo hermoso, creo, de seguir escribiendo, seguir leyendo.

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Fragmento de “Aguas perdidas, aguas encontradas”. Tomado de Las guerras íntimas “Ricardo y Luisana entran sin miedo en el vórtice. Yo voy más lentamente: pienso, dudo, espero. Nado unos metros hacia atrás y hacia adelante. De vez en vez se divisa un pie o una cabeza en el revoltillo. Algo me detiene del otro lado. Respiro profundo, me sumerjo, salgo de nuevo. Miro con un poco de horror el pasaje hacia la orilla. Sería fantástico que el mar se calmara un poco. Salir nadando sin contratiempos: sin pena, sin gloria. Pero no pasará. Le doy la espalda al reventadero. Miro el horizonte. No es tan hermoso el mar cuando estás dentro, absolutamente solo, separado de la orilla por un hervidero de olas rabiosas. Me digo que basta de pendejadas y me lanzo aguas adentro, aguas abajo, espuma y empujones. Nado unos metros y me acerco a la batalla. Justo antes de entrar vuelvo a respirar hondamente: mis pulmones se inflan, mi corazón se acelera. Una ola pasa, otra vuelve. Una viene, otra va. En esa me embarco y muevo los pies y las manos a toda velocidad. Debo deslizarme desde una ola a la otra antes de que revienten en el choque. Una empresa imposible. Debajo del agua siento el grito. Milésimas de segundo antes de sentirlo con todo el cuerpo, siento el grito de dos olas que revientan una contra la otra. Y no hay tiempo de asimilar el sonido. Ya mi cuerpo es de la ola: ya me empuja hacia un lado y hacia el otro, ya me hace un miserable muñeco de goma, me gira como pincho en parrilla, me ensordece, me aturde, me asusta. He oído muchas veces que hay que dejarse arrastrar un poco antes de salir a la orilla. Es un dato bien procesado, es casi un reflejo. Pero yo me dejo amasar por las olas unos segundos sin entender cuál es el momento preciso del escape. Y la respiración empieza a faltarme. Entonces olvido la flacidez del cuerpo y me pongo rígido, comienzo a patear las olas, a nadar, a buscar la superficie. El mar me bate y mi carrera es inútil. Pierdo todo sentido de

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la orientación y nado sin saber hacia dónde. Busco la luz y me parece verla a mi izquierda. Acelero y nado, pero otra ola revienta sobre mi cabeza. Trago sal, mi boca se llena de arena. No puedo abrir ya los ojos. Me esfuerzo de nuevo y comienzo a nadar desesperado hacia donde sea. Y mis manos de repente tocan tierra, antecediendo a mi cabeza que se estrella contra el fondo. Allí entiendo lo que es el miedo. Giro sobre mí mismo y me impulso con los pies hacia arriba. Es un breve rayo de esperanza el saber que ahora hay un arriba y un abajo: quizás siempre es necesario tocar fondo antes de salvarse. Nado atontado hacia la luz, me parece que la superficie se acerca. Y justo allí, cuando el episodio parece haber concluido, una nueva ola me masacra desde lo alto. Las esperanzas se ahogan dentro de mí. Mi cuerpo pierde el cielo nuevamente y da vueltas en el agua al antojo de la ola de turno. Allí entiendo lo que es el horror. Pero de repente el ruido cesa. Es cosa de segundos, pero el rumor embrutecedor de las olas que revientan una tras otra se acaba. El mar se calla y me hunde en el silencio. Es un silencio espeso, una perfecta sinfonía de lo callado. Abro los ojos y la tierra que se mezcla a las olas parece haber desaparecido: el mar se ha vuelto completamente azul. Es un azul limpio, entero, brillante, transparente. Es el azul más azul que yo haya jamás visto. Es un azul veraz, absoluto. Entonces pierdo el miedo y me digo a mí mismo, casi con certeza, casi en voz alta aunque con la boca sellada por el agua, que he muerto. Y lo entiendo como se entiende que uno más uno da dos. Sin temor. Sin desesperación. He muerto. Así, en pasado perfecto. Como un hecho real, finito, cierto. He muerto. Y será una verdadera lástima, pienso, porque soy joven y estúpido y aún quería hacer tantas cosas en la vida. Pero he muerto.”

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Monge entiende la literatura como una camisa de fuerza que el escritor se pone voluntariamente y que sรณlo le puede quitar el lector. Sus libros intentan ser mecanismos capaces de romper el discurso inyectando peso al silencio y quitรกndose a las palabras

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méxico

EMILIANO MONGE Emiliano Monge nació en la Ciudad de México, el 6 de enero de 1978, y vivió en esta hasta 2008, cuando cambió su residencia a España. Sus primeros años de vida estuvieron marcados por una dolencia autoinmune que obligaba a sus padres, él escultor y ella psicopedagoga, a internarlo durante periodos que podían durar varias semanas. Fue durante uno de estos, uno particularmente largo y complicado, que aprendió a leer y empezó a contar, para escapar de su existencia, sus primeras historias. Tras superar los males que lo aquejaban dedicó el resto de la primaria a devorar cómics y a perfeccionar el arte de la mentira: vivía el mayor número de vidas que podía en un vano afán por recuperar el tiempo que había perdido internado. La secundaria y la preparatoria fueron una isla de salud que le permitieron desquitar algunas experiencias extraviadas y acumular otras para los años posteriores, salpicados nuevamente por diversos males autoinmunes. Durante este tiempo empezó a escribir y transformó su relación con la lectura: ya no sólo importaba la historia, sino la comunicación y el lenguaje. En la universidad estudió ciencia política en la UNAM, fundó la revista Andamios y el periódico infantil El Pasamanos, publicaciones que le permitieron seguir cerca de la literatura. Padeció el regreso de los males autoinmunes y se entregó, durante las nuevas cuarentenas, a la relectura enfermiza de algunos de los textos que para entonces ya lo habían marcado y entre los cuales vale señalar: Mis amigos, Los demonios, Pedro Páramo, El innombrable, La tentación del fracaso, Vidas minúsculas, El rey Lear y El libro de los pasajes. Desde entonces ha trabajado en diversas editoriales, ha colaborado con publicaciones nacionales e internacionales como El País, La Jornada, Reforma, Letras Libres, emeequis; ha intentado construir un estilo literario propio (partiendo siempre de estas dos sentencias: la acción sólo tiene sentido si alumbra el carácter del personaje, y: el silencio también es palabra, aunque sea una palabra lenta), y ha publicado los libros: Arrastrar esa sombra (Sexto Piso, 2008) y Morirse de memoria (Sexto piso, 2010). Actualmente, convencido de que el trabajo del escritor no puede ser ajeno a su historia y de que la escritura es una cartografía de cicatrices, trabaja en su tercer libro, que cuenta la vida de un hombre extraviado entre la culpa y la violencia. LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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Fragmento de novela en proceso 1956. La renuncia Ésta es la historia de un hombre que sin saberlo fue su siglo y la de un país que se condensa aquí en un nombre propio: Germán Alcántara Carnero. Una historia de violencia incontenible y natural que exige ser contada como la biografía de todo un pueblo y que no debía empezar aquí: el 13 de mayo de 1956, minutos antes de que el sol se pose en el cenit y las mujeres corran las cortinas en sus casas, a la hora en que recogen las exiguas nopaleras esas sombras que arrastran como capas y las aves vuelan a esconderse en las grietas de los muros encalados y las ramas que hace poco renovaron su follaje, sentado en su oficina, una oficina desprovista de detalles, de cuidados y de lujos, Germán Alcántara Carnero, el primer y único hijo que tuvieron Félix Salvador Germán Alcántara Arreola y María del Pilar y del Consuelo Carnero Villalobos, muertos hace hoy cuarenta años, contempla la hora en que se encuentra como si ésta fuera el atlas de su vida: ha imaginado este momento tantas veces que no cree que haya llegado, que no cree que finalmente esté pasando. Por fin acabo con todo esto, piensa Germán Alcántara Carnero y una docena de emociones tan resueltas como cautas, de esas que los hombres y mujeres de este valle sólo atienden si devienen en dolencia, compiten por reinar dentro de su alma. Ya era hora de que todo esto acabara, insiste este hombre al que encontramos hace nada y cuyos ojos excitados nos enseñan el reflejo del instante que está viendo y que parte en dos su atlas: allí está la vida que ha llevado y más allá la que ahora empieza, allí están los hechos y sucesos que no quiere recordar y más allá los que quiere apenas que acontezcan. En las pupilas negras y profundas de Germán Alcántara Carnero, este hombre al que vamos a seguir durante toda esta historia, una historia que no habrá de acontecer continua ni tampoco linealmente pues es antes que una historia una vida y de una vida sólo importan los momentos deslumbrantes, vemos ahora la dilatada perspectiva de una brecha en cuyo fondo hay un jacal ruinoso en cuya puerta hay dos mujeres que de pronto ya no vemos: una mosca borracha de calor choca en la quijada de Germán Alcántara Carnero, que sacude la cabeza, alza una mano y araña torpemente el aire.

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Indiferente aunque quizá burlonamente la mosca que sacó de sus abismos a este hombre y nos privó de los reflejos que en sus ojos sucedían traza varios aros en el aire y después se posa en el pesado armatoste que remata por la izquierda el escritorio que hay aquí delante: hace ya un montón de tiempo que las aspas oxidadas y roídas de este gris ventilador que bajo el polvo es amarillo no funcionan, hace ya un montón de tiempo que Germán Alcántara Carnero debería haberlo cambiado: no podía sin embargo deshacerse del regalo que le dio Encarnación Doelia Arriaga Hernández, cuyo recuerdo enciende nuevamente sus pupilas. En la memoria de este hombre, a quien vamos también a referirnos desde ahora de esta forma: nuestro hombre, es decir: en la memoria de nuestro hombre esta mujer ocupa un lugar privilegiado, un sitio soleado en el que no existe el conflicto, un espacio de paz agazapada donde yace a un lado de María del Dolor Alcántara Carnero, la hermana que nuestro hombre ha echado en falta desde el día en que la perdiera y a la que nosotros estuvimos a un instante de mirar pero no vimos pues la mosca dio con este ser que nuevamente se prepara para hundirse en los confines de su alma y desde ahí gozar de su momento. Hoy se queda aquí el que he sido y todo empieza nuevamente, suelta Germán Alcántara Carnero y al hacerlo escucha que a su lado el espejo que lo ha visto envejecer durante todos estos años le devuelve en forma de eco: empieza nuevamente. Emocionado gira el cuello nuestro hombre y al mirarse replicado se hunde aún más en la alegría de sus adentros: ahí está esa nariz que alza y tensa, como alza y tensa un mástil a una carpa, la piel de sus cachetes, una piel que hoy por fin se ha relajado, ahí están esos pómulos rocosos que han partido más de un puño y que no volverán jamás a hacerlo, ahí están también esas dos sienes macizas y esa altiva y basta frente en las que no se ven ahora las huellas del coraje y el encono, ahí están esas cejas gruesas y afiladas como zarpas y esa blanca cabellera que imponían hasta hace un par de horas tirria y miedo, ahí están esa barba sin mentón y esos dos labios renegridos que trazaban al abrirse un ave carroñera y que ahora imitan al abrirse la forma de un gorrión pequeño. Hoy comienzo aquí, más bien después de irme de aquí, a hacer conmigo lo que quiero y no sólo lo que puedo, afirma nuestro hombre y al hacerlo guiña un párpado al espejo: hoy por fin, después de todos estos años y después de tanta rabia equivocada, darán comienzo las mañanas en que haré conmigo algo diferente a estar arrepentido y retractado…

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Me gusta retar al lector. La literatura es el arte de sugerir, mรกs que de decir. Escribo para quienes buscan luces en el laberinto de neblina que es la conciencia

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javier mosquera Saravia Nací en Guatemala, un 4 de agosto de 1961. Imagino que el país que nos ve nacer de alguna forma define nuestro destino. Por ello, vivir en un lugar donde la gente tiene una relación amorosa con la muerte y trata de convencerse a sí misma de que tener un destino sombrío es sólo una casualidad; que parece una tierra en donde el surrealismo fijó su residencia, y ya no nos sorprenden los acontecimientos más insólitos; donde pensamos que nuestra situación cambiará radicalmente de un día para otro, seguramente por la intercesión de algún Dios todopoderoso y por eso aguantamos y aguantamos..., es una buena excusa para ser escritor. Yo empecé a decir que lo era a los quince años, porque componía uno que otro poema panfletario y algún cuento confuso. A pesar de que mi niñez y adolescencia transcurrieron en la tranquilidad de una familia acomodada y los estudios los hice en el Liceo Javier (tan jesuita como su nombre), empecé a sentirme revolucionario muy joven. Y cuando lo fui en serio tuve que huir a México para salvar la vida, y viví en el Distrito Federal diez años. Allí empecé a aprender el oficio de las palabras, al lado de algunos amigos con los que formamos un grupo de “escritores en el exilio”. Sin embargo, lo olvidé para dedicarme a la informática. En esa locura consumí muchos años, hasta que volví a Guatemala. Ya de vuelta regresé a la universidad a estudiar letras. Antes de graduarme, F&G Editores publicó (como todos mis libros hasta el momento) Dragones y escaleras y otros... cuentos, en 2002. Luego vinieron Angélica en la ventana (2004) y Laberintos y rompecabezas (2005), también de cuentos. En 2009 publiqué la novela Espirales. Tengo listo un nuevo título, con seis relatos de mis anteriores obras y seis nuevos. Será publicado en la Zaragoza española, por la editorial Sibirana. ¿Qué puedo decir de mi labor literaria? Soy un escritor que gusta de las estructuras elaboradas, generalmente con finales abiertos. Me gusta retar al lector (a veces en demasía), porque pienso que la literatura es el arte de sugerir, más que de decir. Probablemente no sea un autor de masas, sino de lectores que buscan en los libros su propia humanidad e intentan, a través de los relatos, encontrar luces en el laberinto de neblina que es la conciencia. LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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Capítulos de Espirales 24 ¿Y si la realidad fuera el sueño?, ¿una construcción de la mente que nos sumerge en esos estados de ánimo que llamamos felicidad, tristeza, alegría, depresión...? ¿Y si tan sólo estamos conscientes apenas unos momentos cada día, y luego, con lo que vemos fugazmente, los demonios de la cabeza fabrican nuestra existencia como si fuera una novela y construyen personajes y situaciones y terminamos siendo sólo marionetas en una diabólica y absurda tragicomedia? ¿Acaso nuestras historias son sólo pesadillas en espiral, que se enrollan y desenrollan al azar, y que si nos juntamos con alguien o nos desjuntamos con aquélla es porque en un lugar desconocido del infierno nuestras vueltas se encontraron en un beso desesperado? ¿Dónde empieza el libre albedrío, dónde termina el destino, dónde se cruza la voluntad de un dios que no existe? ¿Y si la realidad es sólo efecto de los psicotrópicos...?

32 ¿Y qué haces ahora? Si a duras penas soportas el patético gesto que le pusieron los de la funeraria, según todos muy pacífico. Pero no para ti. Porque está estúpidamente muerto en esa caja, con un vidrio de por medio que ni siquiera te deja acariciarlo. ¿Y de todos modos para qué? Si seguramente está tan frío como desde ya percibes tu futuro. ¿Qué demonios deseas? ¿Caerte pedazo a pedazo al piso, o sumergirte en el abismo de un llanto que a veces raya en lo histérico? ¿Y qué te importa lo que digan?, y por supuesto no hay quien te consuele. Nada va a poder llenar el desierto que se propaga en tu pecho y absorbe todos los sueños que hasta ayer tenías. Y ni siquiera quieres decirle nada. Seguramente sus oídos ya tienen un montón de telarañas. Y no vaya a ser que quiera contestarte, porque su boca ya amenaza con oler a muerto. Sí, a un desgraciado cadáver a quien ya no puedes reclamarle haberte dejado sola y abandonada.

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colombia Te vas a sentar en un sofá. Y sabes que aunque lo deseas con toda el alma, no vas a morir y tampoco eres como tu nombre, un ángel, para poder volar a su lado. Que a pesar de todo tendrás que vivir y regresar a la escuela y terminarla, porque él creía en ti y no eres capaz de defraudarlo, aunque tengas que enfrentarte cada mañana al espejo y repetirte que no vas a verlo nunca más. Seguirás haciendo marionetas, pero ya sólo de brujas malignas. Cuanto más siniestras, mejor. Y seguramente van a tener éxito, porque ya está visto que en esta vida la muerte es el plato más dulce que se puede tener. Y aprenderás a hacer joyas. Quién sabe, tal vez un día encuentres el símbolo celta correcto, una pulsera o un anillo mágico, que logre el hechizo y seas capaz de invadir la tierra de los muertos, encontrarlo allí y traerlo de vuelta. O, tal vez, decidir que mejor te vas a dedicar a atender el negocio de Juan Carlos, para hablar con esos turistas que sólo verás una vez en la vida, con quien nunca cruzarás más de dos palabras y, por supuesto, nunca vas a querer ni a necesitar. Pero no puedes defraudarlo, aunque ahora no sea más que un pedazo de carne muerta. Así que algún día tendrás tu propio apartamento en Santiago, con un taller de ventanas grandes y dos gatas, una anaranjada y otra negrita, que se asolearán en ellas y que serán tu única compañía. Y allí prepararás una exposición con piezas hechas con todo el dolor y la miseria que hoy él te deja heredada. Pero que será impresionante, sin duda, porque así lo hubiera querido. Y claro, expondrás a la niña gaitera. Esa que le hiciste en el bachillerato, la que eras tú. Sí. Tú, quien ahora desea que él sea el viento para que se meta debajo de tu falda y te haga sentir una vez más, por lo menos una sola vez... No, no vas a morir. Y en diez minutos te pararás a verlo otra vez. Muerto, inmóvil..., inútil. Y mañana tendrás que acompañarlo al cementerio y ver cómo lo meten en una tumba fría y le dirás adiós. ¿Para siempre? ¿Qué diablos significa eso, si ahora más que nunca queda claro que en un segundo todas las promesas, los sueños y las esperanzas pueden hacerse pedazos en el vidrio del camión de alguien que se durmió conduciendo? Sí, es evidente que las palabras son sólo viento, cantos de alguna sirena que atrajo hasta el arrecife a su promesa de amarte, irónicamente, para siempre. LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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Mi narrativa escurre entre la realidad y la fantasĂ­a, se centra en lo social, y explora fronteras dentro del amplio campo de la narrativa: el microrrelato, el cuento, la novela

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chile

diego muñoz valenzuela He recorrido el espectro de la narrativa escribiendo cuentos, novelas y microrrelatos, desde unas pocas líneas hasta centenares de páginas. Los temas han sido diversos, desde los más terrenales a los más fantásticos, manteniendo como preocupación central la humanidad, aquello que da sentido a la literatura. Desde mis primeros días como lector la presunta frontera entre realidad y fantasía me pareció ilusoria. Me nutrí con libros que exploraban esos territorios tan distantes y encontré que trataban de lo mismo. Mi literatura está poblada por una amplia galería de personajes que pueden convivir en una misma historia. Vampiros, luchadores clandestinos, policías, políticos, científicos geniales, cyborgs, torturadores, dioses, empresarios, verdugos, ángeles, fantasmas, héroes anónimos y locos mesiánicos. Las tramas están compuestas por materiales aparentemente antagónicos: mitología, represión, ciencia ficción, organizaciones criminales, conspiradores tecnologizados. Creo que esa mezcla abigarrada la hace más real. Vivimos en un mundo donde lo virtual -gracias a la irrupción tecnológica generalizada- alienta esta clase de conjunciones paradójicas. En mi obra conviven polos que una mente absoluta pudiera considerar excluyentes. Por ejemplo, mis novelas de ciencia ficción no obedecen a un sentido ortodoxo purista, pues se entroncan con el neopolicial. Como resultado, mi narrativa atrae a personas jóvenes, aunque no haya sido mi intención original. La dimensión social proviene de mi propia historia. Me correspondió vivir la adolescencia a fines de los sesenta, cuando el mundo estallaba en esperanzas de cambios profundos. En el caso de Chile, el sueño utópico -una maravillosa confluencia de socialismo y democracia que echaba por tierra varios dogmasacabó aplastado por un marasmo de sangre y fuego. Tenía 17 años cuando se inició la dictadura con su carga de muerte y terror. Me tocó vivir cotidianamente -viví y luché siempre en mi país- ese horror los siguientes 17 años. Ese hecho marcó mi vida más que cualquier otro. Por eso la solidaridad, las ambiciones, el odio, el altruismo, la venganza, el amor y el humor son intensos protagonistas de mi mundo narrativo. Publiqué en 1984, tardíamente -cuando se derogó la censura, aunque restaban cinco años de dictadura- mi primer libro, un volumen de cuentos titulado Nada ha terminado. Desde aquel momento se han acumulado seis libros de cuentos y tres novelas, varias reediciones, algunas en el extranjero. Varios volúmenes inéditos esperan su turno. Pero a todos los une la misma voluntad: explorar límites entre territorios disímiles con el material de la palabra. LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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Auschwitz El anciano comenzó a descender calmoso la escalera que conducía a la estación del tren subterráneo. No tenía ninguna prisa, nadie lo esperaba. El matrimonio sin descendencia se había esfumado por completo con la muerte de su esposa algunos años atrás. Este recuerdo ya no lo entristecía; nada lograba sacarlo de su mutismo. Una vez al mes se animaba, más por obligación que por entusiasmo, a cobrar el cheque de la jubilación que le permitía prolongar su vida reposada. No pasaba estrecheces económicas, al menos. Era, tal vez, un monótono privilegiado. Estaba pasado el mediodía y un calorcillo punzante se agitaba gozoso en la atmósfera pregonando el verano inminente. El anciano, sin embargo, portaba un grueso abrigo invernal; a su edad este cambio de clima era todavía una sutileza incapaz de modificar su indumentaria. Terminó el descenso y se dirigió a la boletería que era atendida por una mujer rubia, madura y de expresión muy rígida. Demoró mucho en reunir las monedas para cancelar el boleto y la cajera lo observaba impaciente. Por fin juntó el dinero y recibió el boleto azul a cambio. Sintió, al alejarse, la mirada fría de la mujer en su espalda, pero no se atrevió a voltear el rostro. Una vez en el andén sintió fatiga, era larga la caminata, y se acomodó en una silla acrílica desde donde pudo dominar toda la estación. Enfrente de él había un grupo de muchachas que no hacían más que reír y hacerse cosquillas unas a otras. Cerca de él, de pie, un individuo alto, corpulento, con un bigote muy bien cuidado, contemplaba a las jóvenes sin perder detalle de sus movimientos; a veces sus faldas descubrían sus muslos suaves y torneados; otras, sus senos de turgentes pezones se veían por entre los escotes audaces. Este hombre ‑pensó‑ tendrá unos cuarenta años. Al otro lado de la vía, era curioso, no había nadie. El anciano abandonó sus observaciones al percibir un estremecimiento en el piso. No, no era un temblor, ya lo sabía, era el ferrocarril que se aproximaba. Se incorporó al tiempo que hacía su entrada el Metro. Las puertas de los vagones relucientes se abrieron y los nuevos pasajeros ingresaron. Las muchachas y el cuarentón subieron delante del viejo. El vagón estaba casi desocupado y no tuvo problema para encontrar asiento. El cuarentón se ubicó frente a las muchachas; era evidente su excitación. Una mujer gorda llena de paquetes se quejaba del calor y de la carestía mientras devoraba un chocolate enorme. Más al fondo un quinceañero se ruborizaba con las miradas provocativas y las carcajadas eróticas que le dirigían las jovencitas. El cuarentón se retorcía, envidiando al mocoso.

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Las estaciones empezaron a sucederse vertiginosamente. Una de las muchachas se acercó al joven solo con el pretexto de pedirle fósforos. El anciano pensó en reclamar si es que fumaban, mal que mal estaba estrictamente prohibido, pero su inercia lo hizo desistir. El muchacho tenía fósforos y prendieron los cigarrillos. La señora gorda masculló algo que no se entendió a causa del chocolate que hinchaba sus mejillas. Los muchachos conversaron, luego empezaron a juguetear tocándose los cuerpos uno al otro. Las muchachas se erotizaban y miraban al cuarentón. Acrecentaron sus juegos nerviosos. Al fondo, la pareja se besaba tendida en un asiento. La mujer arrojó una mirada horrible al anciano, como insinuándose. Las muchachas rodeaban al cuarentón complacido. El anciano sentía náuseas por los guiños de la gorda. Los muchachos se desnudaban. De pronto el anciano pensó que todo era tan extraño. Una voz ordenó bajarse a todos los pasajeros a través de los parlantes. El tren se detuvo, pero las puertas se mantuvieron cerradas. Afuera había una espesa neblina. Transcurrieron algunos segundos. Estaban todos de pie, menos el anciano. Estaban frente a las puertas que no se abrían. Cuando empezó a salir el gas por los conductos hábilmente disimulados, todos gritaban y golpeaban las puertas de vidrio y trataban de separar las gomas que las hermetizaban. Desde afuera era posible ver cómo la gorda vomitaba el chocolate sin dejar de chillar y estrellarse contra los vidrios. Los puños del cuarentón estaban destrozados y la sangre corría por los vidrios. Las muchachas aullaban histéricas junto al quinceañero. Sólo el anciano se mantenía en el asiento aspirando en grandes bocanadas el gas que le robaba la vida.

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Escritor y periodista, autor de las novelas Orquídeas del paraíso (1996), Alrededor de Alicia (1999), Puesta en escena (2002) y Otros lugares de Interés (2010), propuestas muy distintas entre sí, pero que tienen en común lugares cerrados, atmósferas opresivas, secuencias fragmentarias, conflictos de identidad e indagaciones en la condición femenina

© Musuk Nolte

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perú

enrique planas Fue en septiembre de 1994 cuando murió mi padre. No sabía que estaba enfermo. El ataque cardíaco lo fulminó sobre su escritorio. Contabilizaba 53 años, dos cajetillas de cigarrillos diarias, un refrigerador saturado de coca-cola y la amenaza muy próxima de perder el empleo a causa de una inminente “reingeniería” laboral. En vida, él nunca se había interesado en mi interés de ser un escritor algún día. Nunca había leído una novela, y aunque no se preciaba de ello, jamás sintió que las ficciones fueran necesarias en la vida. No lo juzgo. Cuando asumo un tono dramático, cuento a quienes quieran escucharme cómo la historia de mi primera novela, Orquídeas del paraíso (1996), la del protagonista Aquiles y su obsesión por vengar la muerte de don Primigenio, su padre, llegó a resonar en mi propia experiencia. Entonces yo me encontraba a la mitad de la escritura de aquella primera novela. Pasaba por un bloqueo, me sentía incapaz de reproducir en la ficción el dolor de todo huérfano que ha madurado de golpe. Cuando en la clínica nos entregaron los objetos de mi padre, encontramos en su billetera el papel donde había apuntado una cita con el cardiólogo, programada para el día siguiente. Esa novela sirvió de anestésico. Me daba cuenta que escribía para vengar su muerte. Por momentos, llegaba a sentirme culpable al pensar que mi padre había muerto con el propósito de que yo pudiera concluir el libro. Recuerdo que después de repartir entre los hermanos la póliza de su seguro, con mi parte pude costear una edición que se disolvió rápido. No tuve el cuidado de conservar un libro para mí. Ambientada en la selva peruana a inicios del siglo XX durante el boom del caucho, Orquídeas del paraíso cuenta la historia del joven Aquiles y de Orquídea, una adolescente que supuestamente trabaja como prostituta para ocultar su verdadera identidad. En novelas siguientes, como Alrededor de Alicia donde mezclo una historia de la Guerra del Pacífico con mis recuerdos universitarios; Puesta en escena, el largo monólogo de una bailarina anoréxica; o en Otros lugares de interés, libro sobre mapas y cuerpos, decidí evitar el desarrollo clásico de una anécdota y privilegiar, más bien, la psicología del personaje, intentando que la oscuridad defina los espacios. Sin embargo, en esa delgada ópera prima están las pocas ideas que he venido balbuceando desde entonces: la identidad como construcción íntima, la precariedad de las emociones, la petrificación como estrategia para enfrentar el miedo. Y, por supuesto, todas estas preocupaciones encarnadas en personajes femeninos, o casi... LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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Fragmento de Otros lugares de interés Vero cree ver un letrero de bienvenida a una ciudad en la carretera, pero no llega a leerlo: Las letras son caprichosas y bailan ante sus ojos. Teme que en una nueva parada el chofer recoja más pasajeros. Es cierto que el autobús en el que viaja no corre lleno, y que hay personas que pueden extenderse sobre el asiento libre de al lado. Pero Vero no quiere detenerse y acepta a regañadientes que su transporte se estacione en una nueva terminal. Otro grupo de pasajeros sube lentamente y ocupa sus asientos en orden. A su derecha se sienta una mujer con su bebé. Pide permiso cortésmente antes de librar su pecho izquierdo del sostén y acercar el rostro del niño hacia su negro pezón. Como un mosquito de cinco kilos, la criatura succiona y va vaciando el interior de su madre mirándola con ojos muy abiertos. A Vero, el mecanismo le parece doloroso y a la vez excitante. El bebé mama con fuerza alternando con eventuales mordidas, mientras con su manita izquierda acaricia el seno como quien protege un valiosísimo tesoro. Hasta ese momento Vero no llega a aclararse si en verdad ha desarrollado odio por los niños o por las mujeres que los sostienen. Cuando estaba embarazada había leído en una de esas enciclopedias para madres sobre la importancia de una hormona llamada oxitocina. Además de producir las contracciones necesarias para el parto, afectaba la conducta de las mujeres preparándolas para el cuidado de un bebé. Científicos habían introducido una cría en la jaula de una rata virgen para observar cómo ésta la devoraba. Sin embargo, si le administraban primero una inyección de oxitocina, el roedor intentará cuidarla como si fuera suya, incluso le ofrecerá amamantarla. Vero se siente otro cobayo de laboratorio repitiendo los resultados del estudio. No puede

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evitar volver al consultorio del médico, cuando a pesar de que hasta entonces había llevado un embarazo sin complicaciones le dijeron que el corazón del bebe había dejado de latir. Otra vez recuerda el parto provocado, las contracciones y la dilatación tan inútiles. «Ahogarse con su propio cordón es un caso muy raro», le dijo el médico. Tan raro como todo lo que le ha pasado en ese viaje, en el que las experiencias reales pasan delante de sus ojos como un ciclo sin fin, una ruleta de recuerdos insoportablemente frescos. A veces pensaba que había logrado superar la pérdida, y otras podía sentirle golpear desde su interior, aunque en realidad solo escuchara las protestas del pequeño que ha dejado de lactar a su lado, filtradas en su sueño. Ahora que puede observar de cerca a la criatura, lo descubre tan pequeño y redondo, tan lleno de pliegues, que desconfía de su diseño. Vero se imagina quitarle el niño congestionado a la mujer de su lado. Piensa que podría abrir la ventanilla para lanzarlo fuera antes de volver en paz a su asiento. Pero sería imposible: sabe que las ventanillas del bus están selladas. Imagina los infinitos pedazos de un jarrón que se le pueda caer de las manos y se pregunta qué efecto tendría el soltar un bebé. ¿Rebotaría o dejaría sus fragmentos esparcidos como una sandía contra el piso? ¿Se cuartearía nada más? Decide levantarse y escapar hacia algún asiento libre del fondo. Pide permiso al levantarse, busca un mejor lugar y al encontrarlo, recoge sus piernas recostándose sobre dos asientos vacíos. Desde esa nueva ubicación, el llanto del bebé se escucha ahogado y menos irritante. Por la ventanilla puede ver el cartel que la despide de una ciudad que no ha visto ni por asomo. Siente frío. Piensa cuánto desearía calentarse con un moka descafeinado con crema, azúcar y chocolate.

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María Eugenia Ramos ha escrito poesía y narrativa. En sus relatos, el simbolismo y la alegoría se utilizan para descomponer la soledad, pero también para dejar constancia de una realidad violenta

© Euclides Valdés

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honduras

maría eugenia ramos Nací a los siete meses de gestación, en un día de mucho viento. Según mi madre, siempre fui rebelde, hasta en el hecho de nacer antes de tiempo. Cuando niña soñaba con ser bióloga y arquitecta. Bióloga no fui desde que no pude revivir a unas pobres arañas a las que congelé en un experimento de hipotermia. Para ser arquitecta hace falta mucha matemática, y a esta altura de mi vida una de mis pesadillas recurrentes sigue siendo que debo presentar un examen en esa materia, lo cual me produce una angustia indescriptible. Pero al escribir puedo darle vida a arañas, edificios, soles y monstruos, y ese es un privilegio invalorable. Siempre he vivido en una pobreza decorosa, si cabe el término, en la que los libros han sido los bienes más preciados. A fin de cuentas, los libros no sólo poblaron mi infancia y mi adolescencia de aventuras insospechadas, sino que después, siendo editora, me permitieron ganarme el pan, y aun viajar y conocer otras gentes. Tuve un padre y una madre maravillosos, firmemente convencidos de que, como decía Ernesto Sábato, leer da una mirada más abierta sobre la humanidad y el mundo. Ello me permitió no sólo empezar a leer, escribir y crear a muy temprana edad, sino también ser una participante activa durante mi adolescencia y juventud en las luchas sociales de la región centroamericana. Mi poesía proviene de esta época de mi vida, de la cual me siento muy orgullosa. Sin embargo, en mis cuentos huyo lo más que puedo del realismo, porque me interesa mucho más buscar ese mundo paralelo que está allí, pero no siempre es visible. En mi país, a pesar de que sigue siendo desconocido, de no ser por el futbol, los huracanes y un golpe de Estado en pleno siglo XXI, existen voces frescas y variadas que han ido construyendo un universo literario propio. Y, sin embargo, pocas, poquísimas, han encontrado eco en otras partes. Por eso me siento honrada y comprometida al ser una de las voces que ha logrado, de alguna manera, romper el aislamiento. Si debe haber alguna razón para leerme, que sea la de acercarse por mi medio a mi generación y a las siguientes generaciones que, en palabras de la maestra Rosario Castellanos, practicamos “otro modo de ser humano y libre: otro modo de ser”.

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Fragmento de Una cierta nostalgia Cuando se llevaron la noche Cuando el cielo se oscureció, yo empezaba apenas a quitarme la ropa. Marcos me vio, sonrió con pereza y dijo: —Va a llover. —Sí —le contesté—. Así es mejor. Aquella noche las cigarras cantaban con un toque especial, como a gritos. Había hecho demasiado calor durante el día. El sudor nos había pegado la ropa al cuerpo. Cuando se empezaron a escuchar los primeros golpes en el techo de cinc, yo estaba cantando en mi interior una canción de Phil Collins, poniéndole la letra que se me antojó. Marcos estaba lejos, tal vez caminando sobre alguna duna. Cuando los golpes se hicieron demasiado fuertes, dejé de cantar y pellizqué a Marcos para que regresara. Él volvió con desgano, con un gesto de sufrimiento, como un niño al que desprenden abruptamente del pecho. —¿Qué es eso? —pregunté. —Granizo —había fastidio en su voz. Pero entonces los golpes ya no eran aislados, sino un solo rumor, de avalancha cada vez más próxima. Salté de la cama y traté de ver por la ventana, pero la luz incierta de las seis de la tarde ya no estaba. En su lugar había una masa negra, y sentí una hebra helada que se me escurría dentro del corazón. Tragué saliva y me volví hacia Marcos. —Marcos, ¿qué está pasando? —Pues que está lloviendo, ¿no oís? —No, es otra cosa —quería gritar, pero mi voz apenas se escuchaba. Quise apartar la cortina para mostrarle lo que no había, pero lo hice bruscamente y el trozo de tela floreada se me quedó en la mano. —¿Qué estás haciendo? —se irritó Marcos—. ¿No ves que estoy desnudo? ¿Querés que nos vean e afuera? —Pero Marcos, es que no hay nada, quiero decir, no se ve nada. No está. —Estás loca. ¿Quién no está? —y se tiró de la cama, sábana en mano, para cubrir la ventana desnuda. —La noche. Se llevaron la noche.

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Él me miró y pude ver pasar por sus ojos la burla primero, después la incredulidad y por último un inicio de miedo. —¿Estás tomando algo, o qué? Solo está lloviendo, ¿no entendés? Me quedé callada. Él me tomó por un brazo, con cierta brusquedad. —Vení, volvamos a la cama. Vamos a jugar de caballito. —Marcos, por favor. Te digo que no está la noche. —Qué joder, carajo. Te estás inventando esa estupidez. Si no querías acostarte conmigo, no hubieras venido. —No, te juro que es cierto. Acercate, mirá. —No, mirá vos —y sin soltarme el brazo, descorrió el pasador, abrió la ventana y me obligó a sacar la mano—. ¿Ves? ¿Sentís la lluvia? —¡No, por favor! Aunque Marcos me hacía estirar la mano con la palma hacia arriba, yo sentía que los dedos me rebotaban en una especie de colchón elástico. Definitivamente, el aire, la lluvia, las cigarras, el calor, la noche entera, ya no estaban. Él me soltó despacio y comenzó a vestirse, diciéndome: —Yo creo que estás jugando conmigo —su voz tenía un tono de rencor—. Tengo mucho que hacer y solo vine a estar un rato con vos. ¿No podés entender eso? Pero está bien, si no querés, no volvamos a vernos. —Marcos, no te vayás, por favor. No podés irte. No hay adónde ir. —Quedate vos con tu locura, si querés. Me voy. Tiró la puerta con tanta violencia que la sábana mal puesta sobre la ventana cayó al suelo. Yo la tomé, me acurruqué en la cama y me envolví toda para no ver eso que estaba afuera en lugar de la noche. Y aquí estoy desde entonces, esperando que pasen las horas y que cualquiera de los dos, o juntos, Marcos y la noche, vuelvan por mi.

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© Juan Fernando Ospina

Escribo historias de gente común que no cabe en sí misma. Gente que busca por lo menos un poquito de comunicación con alguien

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luis miguel rivas Mi nombre es Luis Miguel Rivas Granada y soy colombiano, si hay que decir que uno es de alguna parte. Crecí en Medellín, departamento de Antioquia, tierra de industriales y negociantes, en la que nacieron el filósofo Fernando González y la pintora Débora Arango; y donde nos criamos Pablo Escobar y yo. Empecé a escribir desde chiquito, poemas y listas de niñas que me gustaban, siempre a escondidas, porque en mi tierra es vergonzoso dedicarle tiempo a cualquier cosa que no dé plata. Estudié comunicación social-periodismo en la Universidad Pontifica Bolivariana y durante varios años escribí guiones para videos publicitarios y dirigí productos televisivos, experiencia tras la cual concluí que ver televisión no embrutece. Lo que embrutece es hacerla. En el año 1998, un amigo envió un relato mío a un concurso nacional y sin darme cuenta obtuve un diploma y un millón de pesos, con el que mi madre empezó a creer en la literatura. Luego he ganado algunos premios y menciones en concursos de cuento, género que siempre he considerado como mandado a hacer a la medida de mi carácter fragmentario. En el año 2007 reuní algunos relatos en un libro llamado: Los amigos míos se viven muriendo, publicado por el Fondo Editorial Eafit, que tuvo buen recibimiento entre las grandes minorías literarias de mi país. Después he seguido escribiendo relatos y crónicas publicados en revistas como El Malpensante y Soho, además de participar en algunas antologías de cuento. Hoy día vivo en Buenos Aires, Argentina. La gente de estos lares me pregunta: “¿A qué te viniste acá?”. Y yo sólo sé contestar: “A no estar allá”. A buscar calma por dentro, tal vez. A escribir sin culpa por estar haciendo cosas que no dan plata. Porque ser colombiano no es una nacionalidad, sino una enfermedad mental. Acabo de terminar un segundo libro de cuentos que, estoy seguro, es mucho mejor que el primero. Lo importante no es que de verdad sea mejor, sino que estoy seguro. O creo estarlo. ¿Otras cosas? Tengo un libro de poemas en proceso de edición, titulado: Hoy no quiero metáforas. Y publico crónicas y relatos en el blog Tareas no hechas del periódico El Espectador, también de mi país. Sí, ya sé, me fui de allá, pero allá sigo. Qué le vamos a hacer. ¿Que por qué me debería leer el mundo? No creo que el mundo “debiera” hacer nada. Que haga lo que le dé la gana. Lo que sí me parece natural es que mis cosas le gusten a casi todo el mundo, por la simple razón de que yo soy como casi todo el mundo, y lo escribo. http://blogs.elespectador.com/tareasnohechas/ LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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Fragmento de “Carta poco corta para un largo” en Los amigos míos se viven muriendo (…) Teníamos los actores y los lugares donde iban a actuar. Teníamos algún dinero proveniente de la hipoteca de mi casa. Mi mujer se opuso al principio, pero luego comprendió que la hipoteca no era más que una inversión. Como el dinero todavía no era suficiente para el costo total de la producción, enviamos nuestro proyecto con la idea de encontrar un apoyo en el Ministerio de Cultura. Mientras hacíamos gestiones en la capital yo empecé a trabajar con mis actores. Hice una labor rigurosa con las tres pequeñas futuras estrellas. Me reuní varias veces a la semana con ellos, inventé juegos en los que se divertían y aprendían, sin darse cuenta, las técnicas básicas de la actuación. Los acerqué tanto como grupo que terminaron haciéndose excelentes amigos… Danielito, Boterito y Nemito se convirtieron en “Jorge, Pedro y Juan”… Al año siguiente recibimos una carta del Ministerio diciendo que para que nuestro proyecto fuera tomado en consideración necesitábamos coproductores que aportaran otro tanto de capital y que garantizaran la realización de la película… …Después de un año de insistencia establecimos contacto con un empresario español que se mostró muy interesado y que luego de unas veinte llamadas (que hicimos desde del teléfono de mi casa) nos dijo que el proyecto le sonaba mucho pero que él necesitaba una garantía del Ministerio de Cultura de nuestro país… Entonces buscamos otro productor y dimos con un francés que no exigía el aval del Ministerio de Cultura. Tanto se animó con el proyecto que vino a Colombia para conversar directamente con nosotros. Se hospedó en la capital y hasta allí me desplacé, proveído de un par de vestidos elegantes que alquilé, para concretar el negocio. Esa noche salimos a comer a un restaurante costosísimo y luego de repetirle la sinopsis de la película el francés me interrumpió: -Disculpa te hago un paréntesis - me dijo arrastrando la “r”- ¿Es verdad lo que dicen del precio y la calidad de la cocaína colombiana?”. Yo le dije que sí que era cierto y por presumir de mi país le comenté que mientras en Nueva York un gramo valía ochenta dólares aquí se conseguía por cincuenta centavos de dólar, y luego seguí diciendo que hablando de dólares el presupuesto que le habíamos enviado requería de unos ajustes porque había sido realizado un año y medio atrás y que el precio de la divisa había aumentado... pero el francés me miraba con la fijeza de quien no está prestando atención. -Y... ¿dónde se consigue? - me dijo.

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-Si usted la pone ya está conseguida – contesté pensando en la plata. -No. El polvo- me dijo Le dije que allí cerca y le expliqué dónde, por presumir de mi país. Me dijo que estaba un poco indispuesto por el cambio de horario y que se iría a dormir… Nos despedimos. Al día siguiente madrugué al hotel del francés. Pero no lo encontré ni ese día ni el otro ni el otro. Al cuarto día, triste y cabizbajo, decidí hacer un último intento antes de volver a mi ciudad. Y en esta ocasión lo encontré. Estaba un poco demacrado y había adquirido un tic nervioso en la mandíbula. Me dijo que ya se había documentado sobre las verdaderas posibilidades de realización de un largometraje en Colombia. Se había percatado de que era sumamente difícil encontrar apoyo… necesitaba compartir el riesgo y nos pedía que consiguiéramos la garantía de otro productor europeo. Salí de la habitación y de la capital con la conciencia de que le había salido otra pata al gato, pero con la convicción de que el rodaje estaba cada vez más cerca porque teniendo la presencia de un productor francés sería sencillo seducir a otro europeo. Después de un año de cartas y llamadas (desde el teléfono de mi casa), alguien le habló a mi colaborador José Prieto de un productor noruego muy interesado en el cine latinoamericano. Llamamos (desde el teléfono de mi casa) a su oficina en Oslo y nos contestó con gran amabilidad y entusiasmo. Le hablamos del proyecto y nos preguntó si la película tenía torturados políticos. Con toda sinceridad le dije que no. Permaneció en silencio un momento y dijo que no importaba, que de todas maneras la realidad de los jóvenes sicarios en las ciudades colombianas era un tema de mucho impacto. Hablando lentamente en español le aclaré que en nuestra historia no había sicarios. “¿Entonces de que trata?” preguntó con menos entusiasmo y yo le dije que era una historia sobre la infancia, las aventuras de tres niños de un barrio popular. “¿Y cómo van a tratar el tema del hambre?”, volvió a preguntar, ahora sin tanta amabilidad y yo le volví a hablar en un lento español diciéndole que en la película no había hambre. “Entonces no es una película latinoamericana”. “Sí-lo- es”, dije en lento español. “No lo es”, dijo el noruego, sin ninguna amabilidad ni entusiasmo, “es una película europea y de esas hacemos muchas aquí todos los años”. “Muy amable que esté muy bien” le dije y colgué el teléfono después de una charla de media hora con una oficina en Oslo (desde el teléfono de mi casa)…

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Ni un libro mío se parece al otro. Esta suerte de latido inesperado es la impronta de toda mi narrativa. Considero que escribir es un camino espiritual, una experiencia mutante. Escribo, luego soy

© Ane Fernández

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giovanna rivero Mi nombre es Giovanna Rivero y soy escritora. Lo soy desde niña, nueve, diez años, cuando el mundo de los grandes me parecía fascinante, terrible e inalcanzable. Precoz como era, necesitaba dar ese salto, encontrar el modo de hacerlo sin esperar un montón de años, y entonces entender qué significaba ser grande, qué oscurísimos secretos se develaban con el conocimiento de los adultos, qué tenía el mundo para mí y yo para el mundo. No sabía que ese contacto vital que yo anhelaba se llamaba experiencia, y, por tanto, dolor y placer y amor. Me di cuenta de que inventando podía tender aquel puente hacia la adultez. Reemplacé la experiencia con la ficción. Y claro, salieron monstruos. Pero eran míos. Lo primero que creé fue una niña que vengaba las injusticias cometidas con los más débiles. Quizás la única diferencia respecto a otros clásicos justicieros residía en que las revanchas desatadas por la ferocidad de la niña casi siempre incluían el cuerpo, su lento e irreversible desmembramiento cuando no su canibalismo, pero también el cumplimiento de un deseo. El deseo era el castigo. Estos relatos tampoco eran muy originales, se los escuchaba narrar a mi abuela como si hablara del martilleo dulce de la lluvia. Era, en efecto, una escritora gótica. Una escritora gótica en un pueblo perdido en el sureste boliviano. Creo que en mis libros Sangre dulce (2006) y Niñas y detectives (2009) es donde mejor habita esa criatura. Pronto vinieron las historietas, las fotonovelas que nos llegaban desde México con sus chacales sobrenaturales y esa hermosa palabra que puede significar mil cosas: canalla. La maldita canalla, el gran canalla. De allí copié el trabajo de las escenas, los diálogos precisos a punta de golpes, promesas, amenazas, y el invisible impacto de las elipsis. Hacia los doce era una copista invencible. Todo escritor debe proteger al copista que hay en él, es su lado juguetón. Los cuentos de Contraluna (2005) y mi novela Tukzon, historias colaterales (2008) trabajan ese aspecto, se conectan con el imaginario pop, pero también con los terrores del pueblo. No he abandonado esos personajes ni esa electricidad de las primeras creaciones, y es eso probablemente lo que hace que mi narrativa conquiste lectores, esa especie de crueldad ingenua. Profeso una ficción que se señorea en sí misma. No me imagino disimulando la ficción, temiéndole a la fantasía, rindiéndole cuentas a la realidad, aun cuando de esta también devore estímulos.

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Fragmento de Nieve A esa hora de la tarde le gustaba tomar el autobús, no iba a ninguna parte, solo viajaba. El Sol chispeaba entre los esqueletos de los árboles como un penique. Deseó que Alejandro pudiera ver eso, un sol de buena suerte, y los árboles como niños raquíticos con muchos brazos, lastimados por el invierno. Niños de otros planetas. “Carlson”, dijo el conductor, “¿alguien en Carlson”. Era su parada pero no tenía ganas de meterse en el departamento y descongelar salchichas. Podía viajar toda la tarde e incluso parte de la noche, en el turno extra del autobús, y bajarse cuando ya no quedara otra opción. Y recién entonces caminar, sentir la breve alegría de sus huellas en el hielo y asombrarse otra vez de que la nieve pudiera brillar con un aura eléctrica incluso cuando no había luna. “Nadie en Carlson”, dijo el conductor. Era un tipo viejo, le permitían fumar pipa para mantenerse alerta y usaba gafas de motociclista; sospechaba que era imposible ver algo tras aquellos vidrios. También vestía como un motociclista de los sesenta. Claro que ella no tenía la menor idea de cómo se vestían los motociclistas de los sesenta, pero sabía que habían sido jóvenes, que como todos los que ya no lo eran ellos también habían sido jóvenes. De algún modo todo era una larga tristeza, turnos para ser tristes. Pronto se iría de allí. Había conseguido una beca para escribir ficción -como si todo no lo fuera, todo, todo ficción- al amparo de la Universidad de Tucson. Cambiaría su Heartland tan amada y lejana por el desierto. Viviría cerca de otros artistas, actrices, pintores, pero no estaba segura de que esto fuera especialmente bueno. Un artista con otro artista no dejaban de ser una pareja de astronautas, pasmados ante la Gran Soledad. Marcó un número largo a punta de memoria. No había nadie más en el autobús. La mujer que todas las tardes hablaba sola reportando una matanza en un rancho de Texas a una operadora inexistente del 911 ya se había bajado. -¿Has estado lavándote los dientes? -Sí- le había contestado Alejandro. -¿Seguro?- insistió ella. Quería poder decir que participaba de su cotidiano, quería poder filtrarse en las fallas invisibles de su crianza. Luego, cuando el futuro llegara, si es que tenía la lucidez suficiente para saber que el futuro había llegado, podría decir que había criado un hijo. Se odió por ser tan meticulosa. -Segurísimo -dijo el chico. Su chico. Su hijo. -¿Y te has soñado algo? -¿Algo? -Claro, algo, vos sabés, algo distinto, qué se yo, con monstruos, con gladiadores, con ratas mecánicas, con superpoderes. -No sueño con esas cosas -contestó el hijo. 82

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-¿No? ¿Y con qué entonces? ¿Acaso esperaba que Alejandro le dijera que había soñado con su compañerita de Sexto grado? Esperaba una respuesta natural, una frase que se dice en los desayunos. Ella había eliminado como una francotiradora todos los desayunos en común, simplemente se había ido. Para los hijos, y otra vez se odió por la meticulosidad, no hay razones razonables para irse. Solo te vas, te fuiste, te has ido. -Vamos, quiero saber con qué sueñas -insistió ella. -Con nada -dijo su chico. Allá se hizo un silencio y pudo escuchar el canto de los grillos. En otra parte, donde su hijo estaba, donde su hijo vivía, había anochecido. Quiso creer que esas mismas conversaciones en la vida real estaban llenas de silencios, solo que en esos casos no importaban, se sorteaban como baches pequeños, intermitencias que nadie habría de recordar. Nada de eso era registrado en la memoria. -¿Ni siquiera con una chica? ¿Te acuerdas de Selvy? -se atrevió ella. De pronto, todo se había convertido en un forzamiento, una fricción, apenas un contacto. Quizás Alejandro llegara al colegio por la mañana y dijera: “mi jodida madre me ha preguntado si sueño con Selvy”. Claro que los chicos no hablan así. Lo primero que abandonaba uno de la infancia era el lenguaje. Te envejecías a la velocidad de un rayo. Las cosas se transformaban en recuerdos demasiado pronto, tragadas por ese enorme agujero negro llamado “tiempo”. Y en el mejor de los casos, lo que quedaba se torcía en caricaturas. -Mamá… -dijo su chico. También se admiraba de la cantidad de árboles, eran miles, altos, un ejército impertérrito. En un par de meses habrían de florecer y toda aquella magnífica aridez quedaría convertida en el jardín bonsái de un ser superior. Dios quizás. O un superpoder, algo que no cabía en la mente. Alejandro tendría que ver aquello, tendría que poder esforzar la vista para distinguir la última hilera de árboles, y calcularlos. Tres mil quinientos noventa y cinco. Pero ella ya no estaría allí, cambiaría las montañas por el desierto. Heartland quedaría atrás como un episodio vintage de colección. Vendrían las inmensas explanadas de polvo dorado. ¿Se apaciguaría la vista de ese modo? -¿Sabés? -condujo ella la conversación hacia alguna parte donde pudiera abrazar al hijo, abrazarlo, claro, de una manera simbólica-, esto es como estar en el colegio, te juro. -¿Por qué? -dijo su chico. Pero había bostezado. Sin embargo, el bostezo la alegró, sentía que era como acostarse juntos, cerrar los ojos, compartir las mismas imágenes. Eso, como en los sueños, en el sótano, o allá arriba, en un nido de pájaros. Hey, eso es posible, como los pájaros. Siendo pájara, por ejemplo, podría alimentarlo directamente. Cuando le preguntaban cuánto tiempo lo había amamantado, ella mentía, decía que tres meses, pero el seno izquierdo se había infectado.

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© Laura Silva

Mis novelas y relatos se posicionan en una zona periférica de la cultura argentina porque exploran un territorio rural o provincial. Indagando en una diversidad de voces, investigando los núcleos que articulan y reproducen ciertas tramas comunitarias alejadas de los grandes centros urbanos. Por lo tanto, me interesa, desde la escritura, y desde la potencia que guardan esos rincones periféricos, construir una mirada crítica del mundo

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hernán ronsino Nací en Chivilcoy, una pequeña ciudad en la pampa argentina, nueve meses antes del golpe militar de 1976. Viví allí hasta que terminé la secundaria y luego me radiqué en Buenos Aires, donde estudié sociología y, ahora, soy docente de la Universidad de Buenos Aires y de la Facultad latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Crecí, entonces, entre los restos de una geografía que mostraba fábricas y silos abandonados; la ausencia del ferrocarril y los fantasmas de una época clausurada por la violencia. Entre tanta descomposición social, se filtraba en la intimidad, como una forma de esperanza, el incesante y, por lo tanto, mítico relato familiar gobernado por un imaginario cargado de aventuras: la Segunda Guerra Mundial, un viaje en barco desde Italia y la construcción de una famila amplia y luminosa en una tierra nueva y extranjera. Esa hazaña familiar (la de mis abuelos, la de mis padres) convertida en relato, se volvía una posibilidad. Es decir, se trataba de grandes narradores orales, cercanos pero anónimos, que fueron mis primeros contactos con la literatura. Llego a la literatura por la pasión que me despierta la narración oral. El hecho de contar historias. En el año 2003, después de recibir un premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, publico mi primer libro de relatos, Te vomitaré de mi boca. Luego participo en dos antologías de narrativa: La erótica del relato (Adriana Hidalgo, 2009) y Sólo cuento, Tomo II (UNAM, 2010). Casi todo lo que escribo está conectado con ese espacio rural y pueblerino en el que viví hasta los 20 años. En 2007 publiqué mi primera novela, La descomposición (Interzona). Y en 2009, la novela Glaxo (Eterna Cadencia), traducida al francés y, en 2012, al alemán. El fragmento y los desvíos narrativos me interesan como una forma de recuperación de ciertas tradiciones que me han deslumbrado. Me interesan esas tradiciones narrativas que valorizan la figura del narrador, en los términos que lo plantea Benjamin. Faulkner, Beckett, Duras, Onetti, Rulfo, Saer, Haroldo Conti, son algunos de los tantos autores que me han marcado profundamente. Pienso, así, en la figura de un narrador que explore, que indague y busque nuevas maneras de contar, nuevas formas estéticas. Y entiendo, también, que esa búsqueda estética es una forma de exploración política. Escribir sobre esa geografía pampeana está en línea, entonces, con mi experiencia y con la necesidad de recuperar ciertas formas de la memoria.

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Fragmentos de Glaxo 1. Vardemann Un día dejan de pasar los trenes. Después llega una cuadrilla. Seis o siete hombres bajan de un camión. Usan cascos amarillos. Empiezan a levantar las vías. Yo los miro desde acá. Los miro trabajar. Trabajan hasta las seis. Se van antes de que salgan los obreros de la Glaxo. Dejan unos tachos con fuego, para desviar el tránsito. Cuando ellos se van, yo cierro la peluquería. Entonces empiezo a soñar con trenes. Con trenes que descarrilan. Se hamacan, antes de caer. Rompen los rieles. Largan chispas. Y después viene ese ruido, previo a la detención, tan estridente. Que hace doler las muelas. Que conmueve. Como cuando la navaja raspa en la zona de la nuca, y las cabezas se estremecen, las espaldas se estremecen, y no importa si es Bicho Souza o el viejo Berman, las espaldas se sacuden como los vagones de un tren descarrilando. Escalofrío, que le llaman. Después hay un ardor, en la nuca. Y la picazón del cepillo, entalcado, rodeando el cuello. Y una primitiva calma. Ahora es una tarde cálida, de sábado. Por eso los obreros no trabajan, enfrente. Nada más los tachos, tiznados, arden un fuego que de día parece no existir. Tomamos mate con mi padre. La ambulancia municipal dobla con velocidad en la esquina de la carnicería de Souza, y se detiene frente a la casa de los Barrios. Miro, con el mate en la mano, desde atrás de la puerta. Bajan dos médicos. Uno entra en la casa, lo recibe la madre de Miguelito. El otro, desciende la camilla y entra empujándola. Mi padre, arqueado en un rincón, ajeno y viejo, consumido como un hueso pelado, larga: Apure con el mate. Unos minutos después salen los hombres sosteniendo la camilla. La madre de Miguelito tiene un ataque de llanto. La contiene, con un abrazo, Juan Moyano. Miguelito Barrios ahora viaja, otra vez, en la ambulancia municipal, rumbo al Hospital.

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2. Bicho Souza Luque decide reponer la semana pasada la película El último tren de Gun Hill. Fue una sorpresa. Guardaba una copia en el archivo del cine y, según dijo en La verdad, es una de las películas más conmovedoras que vio. La película se estrenó en 1959. Y se proyectó en el cine Español, en la primavera de ese mismo año. La fui a ver con los muchachos del barrio. Vardemann era un fanático de Kirk Douglas. Y le gustaba imitarlo. Era gracioso ver la cara del Flaco Vardemann copiándole los gestos y el andar a Kirk Douglas. Nos reíamos en el bufé del Bermejo. El finado Miguelito Barrios, pobrecito, en cambio, sacaba igual los pasos de John Wayne. Entonces cuando se ponían en pedo, el Flaco Vardemann y Miguelito Barrios armaban un duelo imaginario; el Flaco salía a la calle, Miguelito se sentaba dándole la espalda a la entrada; y cuando el Flaco Vardemann reaparecía, ya no era más el único hijo del peluquero de la Glaxo, ese flaco insulso y desgarbado, ahora el Flaco Vardemann era Kirk Douglas y con unos pasos inseguros se acercaba, rodeado por alguna risa contenida, para tocarle el hombro a Miguelito, que para ese entonces también se había transformado y ahora era John Wayne; entonces el duelo se volvía inevitable. Se separaban unos veinte o treinta pasos. Era muy divertido verlo a Miguelito caminando igual que John Wayne, chueco, bamboleante y con un gesto de amenaza en los ojos. En cambio al Flaco Vardemann se le notaba la rigidez de la postura como para creer que esos fuesen los movimientos verdaderos de Kirk Douglas. Era imposible, si no se trataba de algún muchacho del grupo, que alguien supiera, al verlo, que el Flaco Vardemann lo que estaba haciendo en esos momentos era una imitación de Kirk Douglas y no una payasada. Entonces se abría la balacera. Al Flaco le gustaba revolcarse en el piso. La mayoría de las veces lo hacía. Miguelito desenfundaba y descargaba de balas el revólver imaginado en su mano, después lo hacía girar, soplaba la punta, y lo volvía a guardar. Mientras Miguelito hacía eso, el Flaco Vardemann jugaba a ser un moribundo, un herido que se arrastraba por el suelo del Bermejo (una vez tiró una mesa cargada de botellas); casi siempre se moría de la misma manera: masticaba un lamento, le dedicaba unas palabras, que alguno de nosotros, después, tenía que enviarle a la que en esa época era su novia, la Nelly Sosa, y enseguida se moría largando un susurro áspero. A veces se quedaba ahí tirado en el piso, un rato largo. Nosotros nos poníamos a charlar de cualquier cosa, alguien ponía un tango, el chiste del duelo se había terminado; entonces al Flaco no le quedaba más remedio que ir recomponiendo su postura, volver a ser el Flaco Vardemann, ocupar esa silla arrinconada contra el mostrador del Bermejo, contemplar desde el silencio las opiniones de los demás, afilar la mirada para el detalle. O masticar, metódico, pedazos de queso.

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© Cristian Manzutto

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pablo soler frost Pablo Soler Frost nació en la Ciudad de México, en otra época. Es un escritor precoz y prolífico que ha incursionado en el teatro (La alianza, 1995) y en el cine (40 días, director Juan Carlos Martín, 2008) y ha publicado novelas (La mano derecha, Edén y Malebolge, que forman la saga de los Jensen y que ahora reescribe como un solo volumen), 1767 (una novela sobre el destierro de los jesuitas mexicanos), dos novelas bizantinas (Legión y La soldadesca ebria del emperador), Yerba americana (Premio de narrativa Colima 2010), cuentos, poemas, ensayos y aforismos. Ha traducido poemas de Robert Frost, Rainer Maria Rilke, W.H. Auden y (con Alberto López Fernández) de Robinson Jeffers, y ensayos de Horace Walpole sobre la jardinería, Joseph Conrad y Walter Scott sobre el mar y sus peligros y del cardenal Newman acerca de la idea de la universidad. En 1999 publicó, junto con Francisco E. González, una Antología del sentimiento monárquico en la poesía moderna de Occidente. Ha dictado conferencias sobre cine y literatura mexicanas en universidades y escuelas de Estados Unidos, Dinamarca, Noruega, México y Australia. Colabora en Artes de México, Conspiratio, Día siete, Letras libres. Su más reciente libro publicado es El reloj de Moctezuma (Aldus, 2010), un libro mexicano de los días. El nombre procede del siglo XVIII y fue un nombre o apodo que se le puso al Calendario Azteca. Vive en Tlalpan, en una casa suiza, bajo pinos nahuas: le gustan los perros, los libros, el cine y el silencio.

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Micronovelas futuristas La llegada Llegaron a los pueblos, una tarde de noviembre, con el campo sosegado. A las ciudades, segundos después. Traían energía y placeres en grados extraordinarios, como para hacernos a todos héroes. Sólo exigían de nosotros que renegáramos de Cristo, de quien dijeron, según su experiencia galáctica, no era Dios. Hubo una marea de apostasía y placer. También se multiplicaron los mártires. El juicio de los animales Los jóvenes habían tomado el mundo en sus manos, luego de las catástrofes. Eran jóvenes tristes y tatuados. Y ordenaron que todos los sobrevivientes se presentasen en unas oficinas demolidas a las que llamaron Instituto de la Juventud. Y todos fueron yendo, a presentarse. Entraba uno y se veía frente a una mesita con tres jóvenes disfrazados, a modo de no ser reconocidos. Había que contestar dos preguntas, y, de las respuestas que uno diera, dependía la puerta a la cual uno debía dirigirse. Tras una de esas puertas estaba la muerte; tras la otra, la posibilidad de vivir. Y la primera pregunta era: ¿Cuando usted fue joven, había todavía tigres? Y si uno contestaba que sí, venía la siguiente pregunta: ¿hizo usted algo para preservarlos, para defenderlos? Y si decía uno que no, iba a la puerta verde, que era la de la muerte. El Emperador del mundo Es raro que hayamos elegido un artista como emperador, pero estábamos aburridos. Y este artista era extraordinario: era cineasta, y dibujante, fotógrafo y escritor, danzante y astrólogo, chamán y músico, y se decía de él que nunca moriría. La oposición fueron los otros pintores, los otros escultores, los músicos desbancados. Al principio, menos ellos, todos nos divertimos muchísimo. Pasó el tiempo. Nadie confesaba su creciente aburrimiento. Los espectáculos eran cada vez más abigarrados, más sangrientos, más extremos. Pero el aburrimiento era mortal, y poco a poco, todos los que no eran artistas de oposición, nos fuimos muriendo entre bostezos.

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Futura violencia La empresa Bellows fue la primera en ofrecernos las posibilidades infinitas de las mutaciones. Al principio eran caras, pero de extraordinaria calidad; y vimos a hombres convertirse en pterodáctilos unos, otros en monstruos marinos, otros en gigantes con cuerpos esculturales, otros, en fin, en liliputienses armados de secretas intenciones. Luego vinieron otros, clonando el éxito de los primeros, y otros más, los piratas. Pronto todo mundo tuvo a su alcance la posibilidad de cambiar, de cambiarse. Y dejó de haber casas, para convertirse en guaridas, y dejó de haber calles, porque todo ondulaba y era territorio de caza. Nunca le dijeron a nadie que con la intervención celular, algo pasaba también con el espíritu; y los que eran grandes monos, se fueron haciendo como grandes monos, y los que eran como avispas adoptaron sus costumbres y su divisa. Luego ya no sirvió el oro, ni el dinero, ni los laboratorios, y el mundo se convirtió en un páramo enloquecido. Aún había humanos, pero eran pocos. El Anillo De Humo De Lira Éramos todos gays y plateados. Las mujeres se habían extinguido, o se habían ido; los niños los hacía una máquina perfecta, perfectos. Éramos conquistadores y crueles amos, entregados los unos a los otros. Una Grecia sideral. Hasta que el capitán Cameron encontró, cerca del Anillo de Humo de Lira, una nave troglodítica, automática, enorme. Dentro, rupestremente, se agolpaba una tribu de mujeres desmelenadas y niños sucios y hombres derrengados que pensaban que yacer con otro hombre era un pecado mortal. Y estúpidamente remolcó la nave de regreso. Tanque Axólotl Cuando salí del tanque axólotl, dijo seriamente Duncan Idaho, zombimente lo dijo, respirando con dificultad, sabía que lo único que tenía que hacer era enamorarme despiadadamente, si es posible decirlo así, del Dios-Emperador de Dunas y soportar la gélida claridad de sus penumbras y de su clarividencia. Ajlote Era casi ya tarde. Vinieron a buscarte unos pájaros azules. Les dije que ya te habías ido.

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© Raúl González

Escribo para satisfacer una necesidad vital. Mi vocación está dirigida a la creación de un personaje y al conocimiento de sus emociones. Me interesa probar y experimentar con las palabras

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daniela tarazona Creo que se empieza a escribir para satisfacer una necesidad vital: el mundo es menos hostil cuando se escribe. Pasé años sin saber que la literatura y la escritura se convertirían en asuntos primordiales. Entonces, la lectura y la escritura eran hechos cotidianos, pero no tenía aún el punto de vista de quien se asume leyendo o quien se sabe escribiendo. En 2006 obtuve la beca de Jóvenes Creadores del Fonca para escribir la que sería mi primera novela. Hasta ese momento, la creación había sido un placer que sólo compartía con las personas más cercanas. En 2008, Almadía publicó El animal sobre la piedra. Han pasado tres años y aquel libro sigue teniendo buena fortuna, pues en estos días recibiré los ejemplares de su edición en Argentina, bajo el sello de Entropía, y la publicación en Italia viene en camino. Estudié literatura y me encontré con la brasileña Clarice Lispector. Hice mi tesis sobre su novela La hora de la estrella. Me fasciné. Desde ese tiempo, mi escritura ya no sólo atendía a un llamado interno, a ese deseo íntimo, sino que mis palabras comenzaron a crear otros confines: los de la ficción. Mi lenguaje cobró potencia. Considero que la escritura surge después del esfuerzo, lo que quiero contar nunca está a la mano, sino que se guarda bajo las propias palabras; el texto surge tras la búsqueda en el mundo de la ficción, emerge después de quitar líneas y reescribirlas una y otra vez. Escribir es ir hacia lo profundo. La aparición de una historia y de un texto está determinada por una emoción primigenia. La escritura es el movimiento alrededor de esa emoción, las palabras son el cauce y, mientras más honda sea la exploración, mayor fuerza tendrá el texto. Nunca pierdo de vista la emoción fundamental. Soy una escritora que experimenta con lo que escribe. Los libros que prefiero tienen personajes a punto de estar vivos. Mi trabajo y mi vocación de escritora están dirigidos a eso: a la creación de un personaje y al conocimiento de sus impulsos; el personaje encarna la emoción primigenia. Quizá por eso mientras escribo me pierdo en mis propios textos. No sé hacia dónde van porque el trayecto de lo narrado está definido por los personajes. Procuro darles vida, alcanzar el ritmo de sus respiraciones.

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Fragmento de El animal sobre la piedra ix mi nombre Mi compañero dice que estuve dormida durante dos meses. Me mira a los ojos, después titubea. Saco una mano de las cobijas para rascarme la cara y veo mi brazo con asombro: han comenzado a crecer pequeñas salientes parecidas a espinas. Dentro de mí hay una nueva temperatura agradable, un poco fría. Quiero explicar más cosas, por ejemplo, la certeza de mis vísceras: siento que tengo interior. Las tripas rozan las paredes de mi abdomen, el corazón se recarga sobre los pulmones de una manera suave. No lo imaginé jamás, nunca pensé que en mi condición tuviera esas sensaciones. Mi compañero afirmó, también, que me sucede algo cierto y que pasó horas sentado en la cama durante mi largo sueño para comprobar los cambios uno por uno: “Tu piel cambió cada día”, dijo. A la par de esto que cuento sobre mis vísceras, siento que algo se desarrolla dentro de mí pero no puedo verlo. Lo que crece es inmaterial o al menos refleja ese principio. Puedo compararlo con el momento dudoso en que la textura de una tela revive el recuerdo de una sensación antigua. Supe que eso desarrollándose dentro de mí iba a manifestarse. Lisandro viene a sentarse junto a mi cama. Antes de hacerlo, revisa un orificio en el zoclo de la pared, tiene hambre. Por el suelo, una nueva hilera de hormigas camina hasta la puerta de la sala, luego da la vuelta. Lisandro saca su extraordinaria lengua y se come a varias de ellas, pero deja muchas vivas para no agotar la riqueza. Es un animal que sabe. Esta noche mi compañero está inquieto con mi presencia. Desconoce qué hará conmigo. Creo que la primera imagen de mi rostro: aquel ojo desnudo con el que lo miré desde la oscuridad, le produjo una emoción que no supo con qué comparar. Mi mirada le recuerda algún episodio que no identifica. Despierto en cuanto sale el sol. Es el fin del invierno y amanece a las seis y media de la mañana. Lisandro duerme y permanece así un rato más. Mi compañero está des- tapado, sus movimientos nocturnos por el cambio de estación, provocan que la cobija raída caiga al suelo. Lleva una camiseta verde. Veo las plantas de mis pies ennegrecidas. Me voy a bañar. Mi compañero duerme con la boca abierta, como si tuviese la nariz congestionada. Escucho que tose, me asomo. No hace ningún gesto al descubrirme, como si dominara el tránsito del sueño a la vigilia y nada lo sorprendiera. Cuando se levanta, observo que lleva una bolsa pequeña de tela colgada del cuello.

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Hago los preparativos del desayuno, aunque tengo que abrir todos los cajones y las puertas de la alacena para encontrar el pan que pondré en el tostador.

x animalidad Me miro en el espejo. Me detengo en mis pupilas, ahora son ovaladas y verticales; el iris se ha enrojecido, en el ojo derecho tengo una mancha amarilla que antes, en mi condición previa, era color café. Las orejas han disminuido de tamaño, por lo menos a tres cuartas partes. Miro más de cerca: no tengo lunares, desaparecieron bajo el velo verdoso de mi nueva piel. Lisandro se ha comportado de manera agresiva hoy: me ronda y, al estar cerca, gruñe en señal de rechazo. No tiene dientes porque no los necesita, su lengua le basta. Mi compañero dice que Lisandro distingue mi reciente animalidad. He decidido ignorarlo. En las noches, los latidos de mi corazón son más espaciados. Si pienso como lo que he sido, si pienso desde el cuerpo de una mujer, me asusto y creo que puedo morirme, que mi corazón se detendrá. En el día vuelve a la normalidad, se acompasa a un ritmo sostenido y certero. He tenido que salir cada medio día a la playa para acostarme en alguna piedra caliente. Lo necesito, las escamas se ponen más brillantes si lo hago y el dolor de mis coyunturas disminuye; el sol me reconforta. La temperatura de mi cuerpo se regula con la temperatura exterior y me sé inmortal cuando estoy sobre una piedra. Mi compañero cree que es peligroso, que me hará daño porque las piedras se calientan demasiado, discutimos, le respondí sin que me importara el tono, argumenté que estoy aprendiendo y que debo obedecer mis instintos. Mi olfato se ha agudizado. Y noto que si abro la boca también puedo oler por ella. A la par del descubrimiento, después de comer, paso mi lengua por la bóveda del paladar porque me duele y descubro dos pequeñas protuberancias alineadas de manera simétrica. Lisandro y yo empezamos a competir por alimento. No imaginaba que llegara a afectarnos, es clara nuestra diferencia, pero Lisandro come hormigas y a mí comienzan a gustarme los insectos; como las arañas de la casa y los mosquitos. Lisandro gruñe cuando husmeo las esquinas, pero no estoy dispuesta a dejarlo de hacer. LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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©Pato Rivero

Dani Umpi mezcla géneros literarios de mala reputación: la novela rosa, el best seller edulcorado, la autoayuda, los diarios de adolescentes…Una voz entre el retrato costumbrista y el monólogo neurótico

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dani umpi Mi nombre es Daniel Umpiérrez, pero me hago llamar Dani Umpi. Nací en Tacuarembó, al norte de Uruguay, en 1974. Comencé publicando varias plaquetas de poesía en Argentina, donde también se presentaron mis novelas Aún soltera, Miss Tacuarembó y Sólo te quiero como amigo. Miss Tacuarembó fue llevada al cine por el director uruguayo Martín Sastre, en el año 2010. Me encantó la película. También canto. Mi primer disco solista se llamó Perfecto. Por ese trabajo me nominaron en la categoría de Mejor Artista Independiente en los Premios MTV Latinoamérica 2006. Viajé a México y llegué tarde a la ceremonia por culpa de un embotellamiento de dos horas. Fue bastante frustrante. Dramática (Contrapedal, 2009) fue mi segundo disco y registró un proyecto musical paralelo que tengo junto con el guitarrista uruguayo Adrián Soiza. Cantamos mucho en teatros, bares y festivales de Uruguay, Argentina y Brasil. En 2009 realicé mi primera y probablemente última experiencia teatral, convocado por el Centro Cultural Rojas de Buenos Aires para el ciclo Decálogo VII. Nena, no robarás es el título de la comedia musical que escribí y compuse junto con elmúsico uruguayo Javier Vaz Martins. La obra fue dirigida por la argentina Maruja Bustamante y estuvo en dos teatros preciosos, dos temporadas. Soy bastante fóbico al mundo literario, pero me ha recibido bastante bien en los últimos años, con varios reconocimientos que nunca sé cómo interpretarlos. Mi fantasía es escribir novelas rosa con seudónimo pero, de momento, sólo me salen estas cosas. Mi obra es muy melodramática y cursi, enfatizada en todos los lugares comunes del amor adolescente, aunque algunos de mis personajes tengan más de 40 años. También estoy escribiendo un libro para niños, con ilustraciones de mi amigo Rodrigo Moraes.

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Fragmento de su próxima novela Una vuelta yo estaba por menstruar, me había a fumado como tres porros de corrido y andaba súper en cualquiera por la Plop, toda sudada, vestida medio así no más, subiendo y bajando escaleras, sola, saludando a todas las Cuquis, confundiéndolas, hablando cruzado y eso, cantando a los gritos las canciones de moda, hasta que, a la distancia, vi un trolo que no voy a decir el nombre porque es muy conocido. Estaba más dado vuelta que yo, no sé con qué. A mí siempre me gustó ese pibe y guardaba sus fotos en una carpeta del escritorio de la compu que se titulaba “botiquín”. Pajera mal. Sabía infinidades de detalles de su vida gracias al fotolog. Su dormitorio poco ventilado, sin placard, de niño patas para arriba, sus amigos incondicionales y comunes que lo entendían, que estaban cuando se sentía solo y le hacían el aguante en este mundo hostil, rodeado de gente que no acepta que uses cresta. ¡Por favor! ¡Qué imbécil! Pero era una divinura. Muy mujer. Su corte taza, su decoloración y su piel lampiña, lisita, delicada. Le conocía las depresiones, las camperas nuevas y como siete calzoncillos. Divino. Le gustaba subir videos de él medio en bolas hablando a la cámara muy amaneradamente, comentando cosas de la tele. Mega trolo. Estaba re fuerte y lo sabía. El abdomen siempre dentro del encuadre. Lo único que no me gustaba era que se arreglaba el pelo de continuo. Había sido bailarín en un crucero y la gente que trabaja en barcos queda loca, muy para adentro, porque están demasiado aisladas, en el medio de los océanos, usando la misma ropa, viendo las mismas caras, escuchando las mismas canciones del iPod, en un lugar que se mueve tanto, con las drogas que se les terminan en seguida, con toda esa gente con ganas de coger… y él con tan poquita edad, comiéndose los mocos, sin su apéndice, con una Internet re lenta y esos ojitos y esa boquita y esa pielcita... Lo amaba pero también me daba un poco de pena. Me fascinara su aura de internacional, seudoindie y trabajador, más allá de que se partiera en mil, claro. En fin, en resumen, que me lo quería garchar a toda costa al puto ese. Cualquier trolada que se mandaba me calentaba. Se hacía un poco el pobrecito fotografiándose en los espejos de los ascensores, encogiendo los hombros, puchereando, tapándose los ojos ojerosos con un flequillito florecido. Mientras yo veía sus fotos le decía a la pantalla “yo te voy a agarrar, putito”. Y aquella noche lo tenía ahí, casi en la mano, así que no me dejé estar, le miré la nuca con toda mi energía, irradié un rayo preciso, filoso, desgarrador y no sólo hice que se diera vuelta, dejara de bailar y me mirara,

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sino que se acercó como un zombi hipnotizado, animal. Me olía la sangre, la menstruación. Me leía el cerebro. Puro instinto y metafísica. No me acuerdo qué le dije pero el asunto fue que lo tomé del brazo como a un preescolar, le hice subir las escaleras cual secuestradora express y nos metimos en el dark room improvisado sin mirar atrás, sin mirar a nadie, de una. Le di un beso tan largo y tan rico que se le paró todo al muy trolo. Me acariciaba las tetas, una novedad, sin lugar a dudas. “¡Ah! ¡No sos tan trolito!”. Quedó medio quemado y paranoico. Se tambaleaba. Estaba en un viaje rarísimo y yo le caí del infierno. El pobre no entendía bien la situación y qué horrible y qué loco y qué rari y qué iban a pensar sus amigos si lo veían con una mina y qué sé yo y vamos para un lugar más oscuro y que no me vean apretando con una concha y andá más despacio porque si no me voy al toque. Hablaba suspirando con voz gangosa, muy maricona. Eso me calentaba como una demonia. Yo le decía “todo bien”, “todo bien”, “quedate quietito”, porque aunque se hiciera el no sé qué y fuera el más trolito de la Plop, tenía una erección que se le salía del pantalón e invalidaba cualquiera de las palabras que soltara. Injustificable. Igual, un amor. Re tierno. Todo bien. Hermoso, con acné en el pecho. Le hice cualquier cosa. Le metí dedo por todos lados porque viste que a los putos les insistís un poco y al final siempre se dejan. Nadie nos daba bola y tampoco me iba a poner a maquinarme la cabeza pensando en los tejes de cuarta, las patrañas que pudieran surgir si nos descubría las mostras de la vuelta. Me tentó quedarme con su celular que estaba tan cerquita y tenía un tunning de lo más sofisticado. Lo miré con cariño en lo oscuro pero inmediatamente lo dejé en su bolsillo y continué acariciándole la espalda, apoyando bien mis dedos, hundiéndolos, sintiendo sus huesitos de nene lejos del deporte, haciéndolo jadear. Tampoco daba marcar con ese pibe. ¡Qué putazo! Al final estuvimos como media hora chapando y cuando se le bajó y me sentí demasiado mareada, lo dejé libre, que se fuera y después vemos qué onda, si es que da para algo más. Nunca más. Estaba todo bien, claro, pero me prometí nunca más hacer esas cosa. Se había dado todo lo más bien y me salió de no sé dónde un rechazo. Me miraba sin saber qué decirme, como un gatito perdido, pobre infeliz. -No te preocupes, Cuqui, que no voy a decirle a nadie que estuviste con una mujer. Tu reputación seguirá intacta por todo el fotolog y la Plop. Será nuestro secreto. Ahora bajá a la pista que acaban de poner “Ready to go” de República.

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© Ferrán Mateo

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La obra de Varas cuestiona la tradición literaria de su Ecuador natal: no la niega, la reflexiona. Sus libros son ciudades no suscritas a lo geopolítico, con personajes enfrentados a la culpa, como denominador común


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EDUARDO VARAS Eduardo Varas nació en Guayaquil, a mediados de noviembre de 1979. Hijo de lector, nieto de carpintero y enfermo de películas, vivió una infancia muy parecida a la que narró Stephen King en The Body (salvo por la parte del cadáver) en Santo Domingo de los Colorados, centro de Ecuador, espacio desde donde leyó todo lo que más pudo de Salgari, Wilde, Verne, Dumas (el padre), Jonathan Swift (Gulliver hasta el cansancio) y Daniel Defoe (Robinson Crusoe con un impacto que aún lo hace temblar), entre otros. A su regreso a Guayaquil estudió comunicación social, aprendió guitarra y piano, se hizo rockstar (con el permiso de los verdaderos rockstars), debió correr para escapar de quinceañeras desesperadas y una vez huyó de los gritos adolescentes femeninos en un camión que transportaba carne… pero eso es otra historia. Cuando se hizo serio entendió que escribir era lo suyo. Lo hizo como un acto de reconocimiento y de recuperación de aquello que sintió cuando era un niño de ocho años y leyó, sin entender por qué, La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa. No comprendió nada de lo leído, pero supo que eso era importante y que valía la pena hacer algo similar. El salto cuántico lo llevó a escribir varios relatos, ingresar a un taller dirigido por Miguel Donoso Pareja y publicar, en 2007, Conjeturas para una tarde, sus cuentos reunidos hasta entonces. Descubrió los blogs y luego Twitter (@eduardovarcar). Conoció gente de letras de otros países (especialmente de la revista HermanoCerdo, con quienes todavía tiene contacto). Leyó poesía (que se suele colar en su prosa, quizá porque la música todavía no lo deja en paz). Siguió escribiendo. Fue parte de El futuro no es nuestro. Narradores de Latinoamérica en su edición online, editada por Diego Trelles Paz. En 2010 publicó su novela Los Descosidos, con el sello editorial Alfaguara (y sólo tuvo que ir a dejar el manuscrito y esperar respuesta casi un año). Hoy no deja de escribir historias exageradas, donde los personajes buscan cómo lidiar y arreglar aquello que ha salido mal. Tiene un libro de ensayos titulado La ficción útil, que aún espera publicación; su segundo volumen de cuentos Freak to go (con textos que se han publicado en varias revistas) también está en listo y actualmente escribe su segunda novela, Samsara.

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Fragmento de “Prólogo” A Hugo Carro Medias tintas. Si me preguntan por qué acepté escribir esto, siendo hijo de mi padre, pues les pediría que me dieran la oportunidad de responderles esto en persona. Pero eso sí, tomen en cuenta estas palabras antes, porque creo que con ellas cometo el error de la confesión y, una vez más, mi apellido estaría ligado a un verbo tan abrumador como ese: cometer. La verdad es que no hay mucho que decir sobre esto, tengo mis dudas y mi conocimiento de causa, peor tratándose de mi padre, un reverendo hijo de puta. Los hijos de puta pueden ser genios y mi papá lo fue. Cuando el genio es tu padre, el que no encontraba sus pantuflas al levantarse, el que hizo llorar a todos en casa, el que desde su sillón favorito en el estudio dijo que había hecho lo que nadie sabía que había hecho, sería un error cambiar los detalles, pintar de otra manera los hechos, u olvidarte de lo que hizo. Cuando tu padre, el genio, es un hijo de puta, pues no te queda más que ignorarlo, pero con él es difícil. No hay manera de cerrar esta historia familiar. Eso es lo que me mueve y por eso les pido que lean esto, aunque parezca inútil empresa. No deja de ser un deseo infantil y desesperado: poner la piedra en la puerta del sepulcro y evitar la resurrección del demonio. Mi padre como el Pennywise de Stephen King, como el cuco y el creador. No hay calma, no existe, es nula. Este prólogo lo escribo para que nadie más quiera leer las obras completas de mi padre, para que no se vuelvan a publicar. Lo escribo producto de la insistencia y de la desesperanza; lo escribo porque los editores me lo han permitido, no por un arranque de honestidad, sino para quitarse un peso de encima (en este caso hablo de mí y de mi insistencia). Nosotros, su familia, no tenemos poder sobre sus derechos de publicación, así que este grito busca que los dueños reales de los derechos piensen dos o tres veces antes de lanzar un nuevo libro con su firma. Un texto puede ser simultáneamente un acto de liberación y un crimen. Hoy quiero que la escritura vuelva a ser paraíso. (…) Sus libros fueron piezas de conjeturas. Expertos en radios y periódicos refiriéndose a las conexiones de la ficción, esas estructuras narrativas que había creado mi padre, con lo que pasó en el mundo real. Críticos literarios funcionando como inspectores de homicidios, la pesada desesperación de los lectores, el cielo abierto como un agujero negro. Mi madre lloraba en su cuarto y mi hermano sostenía su mano. Las miradas que se fijaban en nosotros cuando íbamos por la calle. Una librería se convertía en una pasarela de culpas. No podía hacer mis cosas con libertad, sin sentir el peso de la genética sobre mi cuello. Para muchos, en la obra de papá se detalla a la perfección lo que iba a cometer, como si escribir los detalles o insinuarlos a 102

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través de un libro le iba a abrir el camino para cometer esas atrocidades. O que, con la venia de los analistas, no hubo posibilidad en él de que el arte pudiera contenerlo. O que simplemente disfrutó tanto de lo que hizo porque lo venía planeando desde hace mucho… Para mí la escritura de papá fue un llamado de atención que no fue bien hecho. O talvez se trató de la puesta en escena de lo que quería hacer y que no culminó, porque sé que para él se trataba de hacer un daño que iba más allá de lo común, de lo absurdo u ordinario. Papá quería destruir algo con la fuerza de un tornado. Nunca sabré lo que hay detrás de las ‘coincidencias’ entre lo que escribió e hizo, pues como saben, lo mataron en prisión apenas empezó a cumplir su condena. La última vez que lo vi fue en la cárcel. Lo visité. Me miró y me saludó afectuosamente. Me preguntó por mamá y mis hermanos. Le respondí todo. Lamentó que mi hermana no lo quisiera ver. “No necesito decirte nada sobre lo que pasó”, pronunció como si la frase fuese una daga dirigida a mi cabeza. Recuerdo el calor de la sala de visitas, los ojos ajenos que se filtraban y presionaban, la curiosidad como caldo de cultivo de las catástrofes. Me dio un abrazo antes de irse y me pidió que destruyera todos sus papeles, que no quería que nada quedara para idear respuestas o justificaciones. Seguí su orden y lo hice. Luego le metieron las 35 puñaladas mientras se bañaba y hasta el día de hoy no dudo que lo que me pidió no fue por obviarnos el dolor, sino para borrar el trazo de su derrota. ¿Qué quemé? Varios manuscritos y una serie de ensayos sobre el poder de la palabra como creadora de tensiones. Una novela, “Caliope”, estaba entre las cosas que destruí. No sé de qué iba, no la leí. Mamá y mi hermano rechazaron todos los derechos de herencia de la obra de papá y los cedieron a la editorial en una maniobra que más que imprecisa fue rápida y desesperada. Lo que yo trato de hacer ahora es arreglar un poco la equivocación de entonces. Ya han pasado tantos años y siempre pienso en la señora que lloraba por la muerte de su hija; además, recreo los detalles de los crímenes, que ya todos parecen saber y que a nadie importan. Hoy creo que a la larga lo que él quiso se cumplió: estamos todos en medio de su juego de palabras y de esa finalidad que no se detuvo totalmente, y contemplamos con estos tomos una obra total e incompleta, al mismo tiempo, y yo, desde este prólogo, me convierto en la respuesta a esto. No tengo ningún poder legal para impedir que este libro tenga su espacio en librerías, pero sí la pasión y el dolor suficientes para pedirles que compren este libro y déjenlo ahí, que no lo abran más, que no se vuelvan en cómplices de un juego que no nos permite descansar. El rompecabezas no va a resolverse nunca porque no está completo, entonces hay que lanzarlo a la basura. Y ustedes son una pieza fundamental, sino papá nunca habría escrito estos libros. Soy el hijo del monstruo pidiéndoles que nos dejen en paz y que cierren este ‘grandes éxitos’. LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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© Jorge Gallardo

Mi obra está colmada de personajes que buscan maneras de ser ellos mismos. Escapistas, invisibles, ventrílocuos. Retratan mi odisea vital. Mis libros retratan la soledad y el deseo de comunión. Hoy, más que nunca, estamos solos. Y hoy más que nunca, nos necesitamos. Mis palabras se cepillan los dientes, se sientan en el inodoro, se cansan de ser palabras. Mis palabras quieren sorpresas y por eso, de vez en cuando, sorprenden. Mis palabras están determinadas a cambiar a las personas, pero haciéndolas fieles a si mismas

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panamá

carlos wynter melo Yo quería aparecer en la televisión, no escribir. Aun en la escuela intenté ser saxofonista y guitarrista de rock, sin lograrlo. Además, jugué baloncesto en las ligas infantiles e intermedias, pero no sobresalí nunca. No supe que era negro hasta entrado en la adolescencia. Para mí, eran ligeras diferencias las que me distanciaban de las estrellas de rock estadounidenses. Mi cabello, juraba, acabaría por enlaciarse si dejaba que creciera. En 1989, el año en que el Ejército norteamericano invadió Panamá, escuché por primera vez el estallido de una bomba. Y la confundí con fuegos de artificio. También en 1989, el cáncer acabó por consumir a mi padre. Una noche se debilitó muchísimo y llamamos a una ambulancia. Mi madre me hizo subir a la parte trasera del vehículo. Dando tumbos, el carro fue avanzando por las calles de la ciudad, con su sirena ululando. No hablé entonces con mi padre; mi padre y yo casi nunca hablábamos. Discutíamos, eso sí. Me pareció increíble estar ahí. De pronto, mi padre cerró los ojos y su cuerpo comenzó a sacudirse de otra manera... El mundo se me vino encima. Me sentía responsable. No podía morirse conmigo. Así que lo jamaqueé... No hubo respuesta. Papá, le dije, no se te ocurra decirme que estás muerto, que fue una frase como para morirse, pero de risa, porque era absolutamente estúpida. Y fue en ese instante que mi papá sonrió a pesar del dolor que seguramente le cocía las entrañas. Pero solo estuvo vivo por un mes más. En el momento exacto de su muerte, desperté. Yo deseaba ser como los modelos de la televisión. Creía que ese sería el único modo de ganar aceptación y de nunca ser visto como un fracasado. Hoy he aprendido a fracasar. Y más que buscar aceptación, me basta con aceptarme a mí mismo. Hoy sé que intentar ser quien no eres, es un esfuerzo imposible. Mi obra está colmada de personajes que buscan maneras de ser ellos mismos. Creo que quien sospeche que no es como nadie, quien acepte que es dolorosamente único, encontrará algo valioso en mis narraciones. Tengo ocho libros en mi haber: El Escapista, Invisible, Desnudo, El niño que tocó la Luna y Mis mensajes en botellas electrónicas, entre otros. LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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Fragmento de Mis mensajes en botellas electrónicas Dedicado a Bret Easton Ellis Para: kclark@aol.com De: nzuniga@yahoo.com Asunto: República Dominicana y el padre culpable 15 de agosto de 2007 Hola Kenneth, Te informo con cierta alegría que mantengo una amistad – o mantuve una amistad – con un chico dominicano llamado César Gómez. Dudo de nuestra relación porque nos peleamos y quizás él ya no quiera saber de mí. Sin embargo, Kenneth, me agrada creer que volveré a encontrarlo en la playa y que hablaremos de esteros ocultos, delfines y música alternativa como lo hicimos por más de una semana. El rompimiento con César – si es que hemos roto – me hizo tomar consciencia de lo lejos que estoy de casa. Habito el mundo al revés. Me he acostumbrado a extender mi toalla, ésa con una gran S de Supergirl y caricaturas a colores de la heroína, en una duna exacta durante las primeras horas del día. Entonces me desentiendo de todo. ¿Puedes verme con la imaginación, Kenneth? ¿Puedes asomarte por la ventana de tu cuarto y observarme con el bikini de caras felices que tanta risa te causa? ¿Puedes recordar mi rostro y mis gestos, Kenneth? Cuando estoy acostada en la playa, encajo los audífonos en mis orejas y escucho Yo la tengo a buen volumen. Mientras la música hace volar elefantes infantiles, pienso en ti. El viernes pasado, un chico con la piel tan oscura y reluciente como el té de manzanilla, se paró frente a mi cuerpo tendido. Su sombra iluminó mi piel como si fuera un sol negro. Su cabello tenía innumerables rizos tal como los tendría el astro rey si fuera azabache. Me preguntó con un inglés horrible ¿qué música estaba escuchando? Tenía el torso desnudo y usaba un blue jean que se deshacía en hilachas a la altura de la rodilla. Le contesté ansiosa porque hasta entonces no me había hablado nadie de mi edad. Mi padre y sus amigos rebasan los sesenta años. Le dije que estaba escuchando Yo la tengo y le conté todo lo que sabía del grupo. Luego empecé a enumerar mis canciones preferidas de Blonde Redhead, The Killers y Radiohead. Y traduje algunos versos de Elephant Girl que, como sabes, me parece un himno amoroso y tierno. Él me dejó monologar sin interrupciones. Parecía escucharme con atención serena. Aún ansiosa, le urgí a que hablara. Y bromeé: Parece que te comieron la lengua los ratones. Y entonces fue

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que me dijo, con un enojo incomprensible, que si sólo me sabía canciones en inglés. Me sentí diminuta como un insecto. Pero, de inmediato, supe que él era el insignificante: era él quien estaba mal. Después de escupirme la queja, se paró y se fue. Regresó al día siguiente. Llevaba, a diferencia del día anterior, un T-shirt que le cubría el torso. La cara enorme de Bob Marley estaba estampada al frente de la playera, cosa que me pareció una estupidez porque Marley, que yo sepa, nunca cantó en español o italiano. A pesar de todo, sin demostrarlo, me sentí aliviada de que César hubiera vuelto. Le di más espacio para que hablara. Y habló. Habló incansablemente. Dijo que era muy hombre y después nombró cada una de las muchas novias que tenía. Y a mí qué me importa, pensé. Pero no se lo dije. Solo sonreí. Después de un rato, me dijo que tenía una cita con una de sus mujeres y que debía irse. Yo pensé que nunca me enredaría con un macho retrógrado como él. Pero regresó, y nuestras conversaciones se hicieron más llevaderas y comenzó a caerme mejor. Me contó de cuevas marinas que pocos conocían y de lugares en que los delfines se dejan acariciar las aletas. Prometió llevarme a cada uno de esos sitios secretos. Llevábamos seis días coincidiendo, cuando tuvimos nuestra discusión. La conversación que sosteníamos, de pronto, quedó en blanco. Él se quedó mirándome y, sin aviso, intentó darme un beso. Me moví y cayó de bruces. Me pareció jocoso el accidente porque, cuando se levantó, César escupía arena. Pero no me reí, no me reí para nada. Whots yor problem, man?, le dije con mi inglés callejero más eficaz. ¿No era lo que querías?, respondió él. ¿No era eso lo que querías? ¿No has estado insinuándote? Le dije que mejor se fuera y eso hizo. Desde entonces, no ha vuelto. Y otra vez estoy sola, Kenneth. Mi padre es el único que insiste en hablar conmigo pero, con él, no quiero hablar. Deseo que César vuelva. Y deseo que Kenneth me escriba. Por lo menos un párrafo. Que por lo menos me mande un saludo… XOXO, Nancy

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Since its foundation in 1987, the Guadalajara International Book Fair has sought to be a platform for the most diverse voices in literature in Spanish and, especially, a privileged space for young authors to present themselves to a large public. Loyal to its vocation of being a sound box, we have created the project of The 25 Best Kept Secrets in Latin America to celebrate FIL’s first quarter of a century and present our reader with a sample of the enormous literary quality that inspires our continent. The group of 25 writers invited to be part of “The Secrets” will offer visitors an equal number of different forms to decipher Latin America. It is a project built on the idea that it is possible to bring down the borders that, today, separate Latin American literature. It is born from the conviction that there are routes that allow us to explore the richness and diversity of the different literatures in the making across the length and breadth of the continent. It is a bet on the certainty that there are publics eager to read this literature. The men and women that make up this mosaic have taken writing as an essential element. They represent proposals from 15 countries from Latin America and are united by an unquestionable literary quality, generously endorsed by a network of readers that contributed with their passion to reading the books that were part of the corpus that made the final selection. To reach this selection of authors, FIL staff underwent a long process that involved leafing through hundreds of pages, meeting dozens of publishers and traveling thousands of miles. Exploring the universes of these 25 authors is a journey that FIL Guadalajara proposes to rediscover the energy and richness of today’s Latin American literature. We have no doubt that you will enjoy the journey.

Raúl Padilla López Chairman Guadalajara International Book Fair

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25 Secrets Not to Be Kept Latin America is a crossroads of literary styles and territories, and nothing better to prove it than the work of these 25 writers from 15 countries. They are an example of the diversity and energy that, today, inhabit our continent’s literature. From Chile’s South to Mexico’s North, its essence feeds off both local and global references. Far from claiming to represent a generational relay, The 25 Best Kept Secrets in Latin America are, above all, a bet on literary quality. They are: Juan Álvarez, Luis Alberto Bravo, Andrés Burgos, Fabián Casas and Miguel Antonio Chávez. Presented in strict alphabetical order, without considering any geographic, age or gender criteria, the authors that conform The 25 Best Kept Secrets in Latin America have made of writing an essential part of their lives, as can be appreciated in their following autobiographies. About their writing, it is fair to say that rather than affinities or similarities, what comes across is a feeling of literary variety and richness that move among different interests and moods. They are: Carlos Cortés, Francisco Díaz Klaassen, Jacinta Escudos, Nona Fernández and Fernanda García Lao. Latin America is a land of tradition and boom, and also of experimentation, creative pleasure and the present. The continent has been birthplace to some of the greatest names in world literature and –despite claims to the contrary– there is always something new under the Sun: A voice, style, theme, language or inclination that invite us once more to submerge ourselves in the written arts of this Latin America full of stories so worthy of telling. And the thing is that here there will always be something new to tell and someone willing to do it.

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They are: Ulises Juárez Polanco, Roberto Martínez Bachrich, Emiliano Monge, Javier Mosquera Saravia and Diego Muñoz Valenzuela. Novel characters in the great story of Latin American literature, The 25 Best Kept Secrets arrive to the 25th Guadalajara International Book Fair with a variety of stories under their arms. Through short stories and novels –even those mutant texts that, from one page to the next, cover different literary genres– this group of writers tell, book after book, individual realities that deliver universal fictions for all those who rejoice and get hooked on the pleasure of reading. They are: Enrique Planas, María Eugenia Ramos, Luis Miguel Rivas, Giovanna Rivero and Hernán Ronsino. The horrors of dictatorships, migration experiences, humor in everyday life, relationships and broad roads of sexuality. Comedy and drama. Caricatures, soap opera-type dramas, vibrating journalism, virtual reality and Rock and Roll passion. Realism, fantasy, science fiction. Bullets and flowers. The vision of Latin America that results from reading these works is unique, multiform and marks a sign of identity for this group of authors that are clearing their way through the literature of our continent. They are: Pablo Soler Frost, Daniela Tarazona, Dani Umpi, Eduardo Varas and Carlos Oriel Wynter Melo. Among the many literary traditions that co-exist in the continent, from time to time an author will appear who, with pen or keyboard at hand, will propose a new way to take on a writing challenge or delight us with a voice that will make us turn our heads to see what is happening in our countries, from Mexico’s North to Chile’s South. The 25 Best Kept Secrets is a project that desires to give account of this moving panorama, this space in constant construction, and offer, today, a way to read Latin America.

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JUAN ÁLVAREZ colombia

It is enough to declare the conviction that has given sense and order to the texts I have published (texts which, before publishing, I have read out loud several times): the conviction of the muscle of imagination as sovereignty of the individual

I was born in Neiva, capital of the department of Huila in Southern Colombia, in 1978 during the times of national community protest. I have had the fortune of winning a couple of prizes: the National Prize for Short Story of Bogota in 2005 and the Essay Prize Revista Iberoamericana 2010; the latter for a text about insults and offense as rhetorical devices and political tools during the crisis of the Colombian independence. I have had the endurance to obtain a series of university degrees that are not the story of an education or growth. They are merely the record of financial solutions that have allowed me to foster the vocation to read and write. I mean, those degrees were ways to take money from someone else: first, my generous family, and later what people call, too comfortably, the North American academic world. I have worked as Christmas decorator at a shopping mall, waiter, translator, magazine editor, answering phones in an office, Urtak technology salesman and ghostwriter for Colombian celebrities that write with their asses.

C. M. no récord is about the craft of the ordinary musician, which doesn’t mean that it is not a vibrant, energetic and political story. Apart from musical knowledge and the trite logic of the psychedelic mix of sensorial data, the novel takes place in an Andean city during the crucial times of transition in the contemporary music industry: the second half of the 90’s. I don’t have a webpage. I don’t have a blog. I don’t have an agent. I never opened a Facebook account. And I don’t say any of this with pride. I merely state it as a notarial confirmation of what I do have, my Twitter account: @_JuanAlvarez_. I feel somewhat unable and embarrassed to respond to why someone should read what I have written. It is enough to declare the conviction that has given sense and order to the texts I have published (texts which, before publishing, I have read out loud several times): the conviction of the muscle of imagination as sovereignty of the individual.

I have published two books: Falsas alarmas (IDCT, 2006) and C. M. no récord (Alfaguara, 2011). I have been included in five short story anthologies, three published in Colombia, one in Spain and another in Mexico. 114

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LUIS ALBERTO BRAVO ecuador

Vintage writer. One senses in him insolence, eagerness, heterodoxy, agility, and erudition in contemporary matters. Author in search of identity, fragmented personality, political indifference, cult to unimportance. Punk literature

I am a writer from Ecuador. A reader of flimsy subjects, bizarre news and literary works from yesteryear. I am interested in them because when perceiving them out of the temporal context when they were written, it makes me find them vulnerable. In this way I can experience “traveling in time”; even if they are new meanings that have not changed, they have found new context: reading in real time but on a platform 30 or 40 years back, generates nostalgia for the future or expectations about the past. Because they are documents of little importance today, they excite my imagination. My creative persona needs to know it is “unique” when working on a subject. When circumstances give way to emotions, it enables me to work better. Latin America is very keen to soccer, so I will put it this way: in literature, I am like a soccer player playing backwards and scoring goals from mid-field. They are beautiful goals.

Recurring themes in my work are memory, speculation, invention, dreams. And the combination of each one: disruptive memory, transformed dreams, the invention of memories. Fantasy, vintage, pop, science fiction (not the one that only suggests futurism and space ships, but the earthly and handmade one…) are some of the aesthetics I address. By not being subject to marketing parameters, there is freedom. I have been able to risk a lot. Under this thought, one can produce ambitious works. That is why my work has been categorized as provocative, transgressive and innovative. I minimize the intensity of all this, and refer that it is simply a matter of craft. My literature is all a B-side. A bonus track thought for readers. That reader. Reading as a desire.

I read what no longer resonates, what is no longer read. Current politics are no concern of mine (I wasn’t aware of this until I read a review of my work). I believe in utopia, in aristocracy, in kibbutz, in reality copying literature, in nonsense becoming plastic art, in dreams becoming geography. I have published four books. Two of poetry: Antropología Pop (Para árboles epilépticos), and Utolands. Two of narrative: Cuentos para hacer dormir a una niña punk and Las ardillas del Orden Enano. My unpublished work is the underwater mass of an iceberg. LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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ANDRÉS BURGOS colombia

Andrés Burgos, between humor and melancholy, bets on details and whispers, on a world where the everyday things hit harder than anything extraordinary

Born in Medellin, Colombia, in 1973. His environment turned him into a reader, and later a writer. In the testosterone-heavy atmosphere imposed by drug trafficking in his city during the 80’s, books were the perfect trenches for escape. He then moved on to a career in literature, movies, television and internet. Mercenary or author, depending on the course marked by the stories themselves or the ups-anddowns of personal microeconomics, his life has swung between both extremes: from surrealism of shortage in Cuba –where he studied at the Escuela Internacional de Cine y TV–, to excess in the USA –where he gained many kilos and a lot of useful information– only to end up anchored in Bogota, a city that is a constant contradiction. Author of three novels, one short story book and a permanent passenger in arbitrary anthologies. His name usually passes by at full speed in the credits of different productions: independent films, reality shows, a sit-com, soaps and an account of ephemeral writings (www.twitter.com/pelucavieja). Narrator of intimate universes, he prefers to tell the everyday life of common character who tend to be ignored by the great historical milestones. He has published the novels Manual de pelea, Nunca en cines and Mudanza. He wrote and directed the feature film Sofía y el terco, starring Carmen Maura, premiering in 2012.

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FABIÁN CASAS argentina

I am a writer without imagination, and have to produce water from stones. I am obsessed with one toy and swirl it around. From there, come essays, poems and stories

My name is Fabián Casas and I was born in the barrio of Boedo in 1965. I published several poem books, very slim, that were later compiled in one volume by Emecé publishers under the name Horla City, all of them, in 2010. I also published Ocio (a meek novel) in 2000 and Los lemmings y otros, a collection of short stories published by Santiago Arcos (there are also editions in Spain, Bolivia and Chile). Sometime in 2000 I began writing short essays whose first volume came out through Emecé with the name Ensayos Bonsai, in 2007. The second volume, this year, by Santiago Arcos titled: Breves apuntes de autoayuda. In Germany, I won the Anna Seghers Prize and participated in the international writers’ program of the city of Iowa, USA. I don’t write much, I read all day and have been doing karate in the morning for years. I am a blue belt.

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Miguel Antonio Chávez ecuador

Without conscientiously seeking them in the beginning, I have developed the three basic taboos of humor: sex, religion and politics. However, I prefer to describe my work as social satire and metaliterary

It seems I was born in Guayaquil on June 7, 1979. After a while in advertising, like Fernando del Paso’s Palinuro, I decided to jump into the arena with my short story book Círculo vicioso para principiantes (Cuenca, Ecuador, 2005), which included “Café anacrónico”, a story that later appeared in 22 escarabajos: antología hispánica del cuento Beatle (Páginas de Espuma, Madrid, 2009), to me, one of the most endearing anthologies. I collected my future stories in a book titled Tratado sobre zombis, still unpublished. However, stories included in this volume can be found in the anthologies El futuro no es nuestro (web version, piedepagina.com, 2008), Asamblea portátil (Casatomada, Lima, 2008), Todos los juguetes (Dinediciones, Quito, 2011), Ecuador de feria (Planeta, Bogota, 2011), among others. My novel, La maniobra de Heimlich (Altazor, Lima, 2010) was part of a Latin-American writers’ tour around Peru, including authors like Oliverio Coelho and Claudia Apablaza. With my story “La puta madre patria” I was finalist in the Juan Rulfo prize (Radio France International, 2007). Since 2004, I am founding member of the cultural group Buseta de Papel. I collaborate in several literary websites, like Letras S5 (Chile), Letralia (Venezuela) and HermanoCerdo (Mexico).

relationship with the flatworm living inside him; or a pseudo-sub commander Marcos whose megalomania leads him to kidnap a journalist only to have him write his biography. But above all, its content with high levels of sarcasm, like that of an Argentinean old lady with fascist inclinations, who is doubtful of renting her apartment in Buenos Aires to an Ecuadorian studying advertising (who refuses to accept becoming a writer); or the twisted contemporary view on the Conquest, through the eyes of a native that emigrates to Spain, emulating John Holmes and Rocco Siffredi (a story where Mexican writer Naief Yehya is one of the characters). My biggest literary desire is for my work not to be reduced to the posology of a syrup or some formula (we already have E=MC2, which no one really understands). But I do think that it is an honorable opening act for a concert of Monterroso, Ambrose, Bierce, Aira, Woody Allen or Bellatin.

In my literary saddlebag I keep merchandise of high allegorical content, like the psychedeliccelestial vision of a Beatlemaniac that meets God; a mediocre writer whose father has a filial 118

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CARLOS CORTÉS

costa rica

Author of fantastic literature, he has tried to destroy a non-existent country or prove its existence by destroying it. Sleepless since his first dreams, orphan by various parents; he has written from lines for Celine Dion to dictator novels (modestly)

162 days before I was born, but at the same hour, my father was murdered. My literature is an attempt, frustrated, failed beforehand and condemned to start over on every try, when trying to understand that undeniable and incomprehensible truth, and figuring out what happened later to my mother and the family secrets lodged, without losing them completely, in the three bullets that shattered his face on April 16, 1962. Ever since I went to the National Library, as a child, and asked for the newspapers from that date to know the facts that my mother didn’t want to talk about, it was clear to me that I could never free myself from writing, even if it were in silence, about the fragments of a long and personal telemachy. The journey of that boy to his origins is told in my short story book La última aventura de Batman (2010). This predestination is found in all my books and led me to discover the labyrinth from which I want free myself only losing myself in it: the fall of the man, the Western alpha male and the tribal rituals. My image of Costa Rica has never been that of a “Central American Switzerland”, or that of a patriarch society. Even when I was a boy, I felt fascinated and disgusted by male violence, a world that created me and at the same time tried to destroy me.

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My novel Cruz de olvido, published in Mexico in 1999 and later in Spain, is a descent to hell, an exercise to demolish costarrisible mythology. And like in every hell, mine is also custom-made and full of mirrors. A later novel, Tanda de cuatro con Laura (2002), takes place in the last cinema of a city that is dying out, in an oppressive and incestuous atmosphere of an expressionist film, where cinematographic images are more real than the living characters. Since the beginning, I combined different genres and my poetry, encompassing a dozen titles, is also dominated by the wonder of the world. Although some of them are predominated by stylistic exploration or love, the ubiquity of orphanhood, physical and metaphysical, is evident in books like Erratas advertidas (1986) and Los pasos cantados (1987) and culminates in Autorretratos y cruci/ficciones (Colección Práctica Mortal, 2006). The essays La invención de Costa Rica (2003) and “La ficción de no ficción” La gran novela perdida. Historia personal de la narrative costarrisible (2007), among others, widen the ironic phrase that opens Cruz de olvido (“Nothing has happened in Costa Rica since the Big Bang!”) in an attempt to answer a question that crosses our narrative tradition: what con you write about in the happiest country in the world?, an utopia for literature, lacking almost all the collective images that define Latin American literary identity. 119


Francisco Díaz Klaassen

chile

I write about failure. That is what I like. But not one derived from the expectations of other people or society. The failure of my characters is announced by the bathroom mirror

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I was born in Santiago in 1984. I studied English literature at the Pontifical Catholic University of Chile and am currently coursing a Master’s in creative writing at NYU. I am the author of the fiction blog Tough Guys Don’t Dance (http:// diazklaassen.blogspot.com), as well as of the books Antología del cuento nuevo chileno (2009) and El hombre sin acción (2011, winner of the Roberto Bolaño prize in 2010). Strictly speaking, the first is a short story book, an apocryphal anthology of 12 writers created by me. However, I like to believe that it is also a novel about Orlando Martínez, the anthologist, a veteran English literature professor and literary critic that lived his whole life in the United States, where he earned degrees and post-degrees and published as many papers and academic books as he could. After retiring and returning to Chile, he goes crazy because no one gives him an opportunity –in his own country– to talk about literature, but also other things, life in general; because there is no pulpit waiting for him, no audience ready to listen to him. For that reason, he invents this anthology, capricious to the core: only authors born in 1984 and showing deep admiration for the reviled Chilean writer Lucas Álvarez (another invention of mine, the 12th author/apostle) were allowed to be included. However, in the book Martínez refuses to talk about the authors he is editing, and prefers to tell his own story, lecture on current and ancient literature, the education system, etc. And he does so through a long exordium, the comments to the

stories (that not always comment on the stories), and unending footnotes, which commonly interrupt stories without modesty. And this is how, I hope, the novel evolves, nothing else than the testament of the decadence and solitude of the last days of Orlando Martínez. El hombre sin acción is a more lineal novel. Set in Barcelona, New Orleans, Madrid and Santiago, it is the story of Cristóbal Block, a young writer who writes the story of his failure in his notebook. After his death, Ramón Moraldo –a man from Barcelona who recently lost his daughter, Irina, and can’t find much meaning in his life– finds the notebook. As he reads through the journal, and a strange connection between him and Block’s mother evolves, Moraldo is convinced that something unites both their children and that the answer to that mysterious connection is somewhere within the diary.

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Jacinta Escudos el salvador

My work is in constant search and construction. I yearn not to become stagnant; I seek the permanent play, experimentation, with no other commitment than quality and literary freedom. In other words, I write whatever I want

It is absolutely uncomfortable and difficult for me to talk about my work, and more so about myself. So about me, I will say less. I will only state that I was born in El Salvador enough time ago that it is not important to say when. I live there now, but have also lived in different Central American countries and Europe. I began writing when I was 11 or 12 years old, and have not stopped since. Writing is a way of seeing the world and understanding it. Writing is a like an organic function of my body. Without it, I fall into chaos. I cannot imagine my life without writing. The day that I stop doing it, I will surely die. I have eight published books, including novels and short stories, among them my novel A-BSudario, winner of the Central American Prize for Novel Mario Monteforte Toledo 2002, the most prestigious prize for narrative in the region. The novel was published by Alfaguara Guatemala, and the first from El Salvador to be published by them. It is an experimental novel about different subjects, like love, death, drugs, creative processes and friendship. My work has been published mainly in Central America, including El Salvador, Guatemala and Costa Rica.

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I was writer-in-residence at Heinrich Böll Haus, in Germany, and at La Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs, in Saint-Nazaire, France, in 2000. Some of my short stories have been translated into English, German and French. One of them, “Materia negra”, was included in the anthology by Gallimard, Les Bonnes Nouvelles de L’Amerique Latine, with prologue by Mario Vargas Llosa. I currently write the bimonthly column “Gabinete Caligari” for the Sunday magazine Séptimo Sentido of La Prensa Gráfica in El Salvador, and my blog Jacintario at http:// jescudos.wordpress.com. What do I have to offer to the world of literature? A work in constant change. A work that says something different in each book. A work with no label and one that doesn’t allow labeling. One that explores reality from reality itself, but especially from dreams, imagination and the incredible. Sometimes it lands, sometimes it doesn’t. A work that makes you think or simply triggers sensations or impressions. But more often than not, I limit myself to do what I simply must do; that is, tell a tale, which is what writers do.

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Nona Fernández chile

Actress by choice. Writer to break some balls, to not forget what mustn’t be forgotten. Soap opera writer by need. An inconvenient Chilean, and at times, enraged

I suffer from a contemporary Chilean illness: I forget things. Names, faces, books I’ve read, things I’ve lived, everything becomes fuzzy with time and ends up in the trash bin in my head. Something similar to complete oblivion. At 40, I am a sure candidate for Alzheimer’s, if not I am a representative already. Different to many of my fellow countrymen, I do not like my absentmindedness. I write so as not to forget, to keep carefully everything I deem important. From the bin I rescue the scattered details that make up a story. Mine and my country’s, which is the same in a way, since I wouldn’t be who I am if I didn’t walk the soil I live in. I wrote my first novel in an apartment in Barcelona, seeing Chile from a distance, filling pages with outlandish interpretations of its native history while my womb grew with a child seeking his space. I bore a son and finished the book at the same time. My son’s name is Dante. The book is called Mapocho, like the river that crosses my city, the same one that has carried garbage and corpses forever.

The result was a story made from scrap, completely recycled, that struggles to relive a time of student federations in contrast with the fragmented and stressed modern world I live. Now, I am ending the story of a female writer of soap operas working on an action series that takes place during the seventies where the lead male role is a martial arts master. A hero in the times of the dictatorship, the father figure she never had but conjures in her fiction. The soap opera writer is a bit like me, because that is something I also do. I write scripts for series, documentaries, but most of all, soaps. I am also an actress, and from the stage I draw the energy and nerve to live other lives, to write stories with the ease of those that live in dreams or summon the dead. The rest of the time I enjoy my men: my son and my partner, and I try to keep everything that I live with them. I write it notebooks, in my computer, on my own skin if its necessary, with the secret fantasy that by writing, I won’t forget.

When I turned 35, I hit the mid-life crisis of the thirties, or forties, I still don’t know. I settled at 10 de Julio Huamachuco, the street in Santiago for auto parts, in search of the necessary ones to reconstruct the story of the teenager I once was.

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Fernanda García Lao argentina

I never write about the direct view of things, I am transversal. Reality does not need me and is always disguised as something else. I practice irreverence. A cheap alchemy of sorts. A deviation where humor and poetry hang from a tense thread

I was born in Mendoza (Argentina, 1966), but was formed in Madrid. And deformed, continuously, persistently. Traveling educates and disturbs. I turned ten in the air, over the same ocean that had brought my parents together, but in the different direction. At home, I was taught the art of conversation, literature and the absurd. I am a literature graduate, studied piano, classical dance, acting, theater and journalism. I moved from place to place some 20 times, and four from one continent to another. I did radio, plays, songs, films, video. With my works I traveled to exotic places like Colombia, Panama, Chile and Mar del Plata. Such geographical-compulsive agitation turned into a pressing need to write. A vital fixation to register. My papers and I were one. While I exposed myself, my literature grew in the shadows. I mean, I was its outline.

Now, in 2011, my novels La piel dura and Vagabundas appeared in Argentina, and La Faim de María Bernabé, in France. The fact of being published encouraged my hidden activity: literature, that took over my social and theater presence and worsened by back. Today, it comes forward, while I hide myself away. I have lived a little over 15,000 days, of which I practically remember none. I am amnesic, that is, an optimist, by nature. I like to forget myself and create other worlds. Words get to me, they dazzle me, and when in front of paper, they dictate what I can’t understand. That is why I write, to hand them over my place. They know how to growl and whisper when necessary. They are my body. I only lend them my head.

One day I decided to submit my first novel to a contest. It was 2004 and Muerta de hambre won the first prize of the Fondo Nacional de las Artes, published a year later. That same year, an eccentric jury awarded me the third Julio Cortazar Prize for novel for La perfecta otra cosa, published in 2007.

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ULISES JUÁREZ POLANCO nicaragua

I am a reader that writes because he needs to talk with himself. My work originates in this search, and does so through humor, irony and nostalgia, the most complete feeling according to Bukowski

I have always believed that something defining of a person’s personality is determined when parents choose the name for their children. Sometimes, one can elude destiny and even with the worst name have a happy life. I was lucky. My father wanted to name me Atila Barrabás; my mother, Indiro, after Indira Gandhi who was murdered the day I was born. Finally, they settled on Ulises Ernesto. Ulises after the Homeric Odysseus and Ernesto after “el Ché”. At this point, I enjoy thinking that Ulises also has something of Joyce, and Ernesto something of Wilde or, better yet, something of the master of The Old Man and the Sea. I was born in Managua, Nicaragua, in 1984. The country was at war, the center of the Sandinista Revolution (they call us the “children of the revolution”). I write because I have the need to tell stories. I am coordinator at Leteo Ediciones, a non-profit publishing initiative that promotes literature from Nicaragua. We have published the first two poetry anthologies of the Generation of 2000, called the Generation of Uneasiness, by Gioconda Belli, or the Generation of Reluctance, by Helena Ramos. The name of this generation I am a part of says much about the nature of what is being written.

Unión Latina and published by El perro y la rana in 2006, and the second volume in 2008, published by Grijalbo in 2009. My short stories have also been published in Brazil, Argentina, Mexico, Cuba and Central American countries. Currently, my work focuses on memory and forgetfulness. One writes, I believe, because within ourselves we have the need to know who we are, where we are headed and the only way of doing so is through words. Saramago once said that literature is nothing more than the result of the dialogue of any person with himself. Like in any conversation, it can lead to reflection, humor or nostalgia. Among so many possible results, I would be happy knowing that the reader finds in my searches his own questions, and that on my journey to discover myself, others found, at least, a grain of sand of their path.

Among the collections I have been included in are two volumes of the Antología de la novísima narrativa breve hispanoamericana, edited by 124

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Roberto Martinez Bachrich venezuela

I work tirelessly because I doubt so much: I rewrite each text obsessively. And I publish only a few, out of respect for readers. I am interested in intimate and domestic universes, in rummaging and imagining how, in unsuspecting corners of normality, all of a sudden, a borderline and overpowering situation emerges. The monstrous dimension of certain minimal tales is what brings me to tell a tale

I was born in a quiet and warm town. Near a river and one hour from the sea. Caring parents, unstoppable brothers and multiple dogs, cats, fish and turtles accompanied me in my initial journey. I have been an impertinent reader since childhood. And without knowing it, perhaps as a natural consequence of reading so much, I became ill with writing. Today I make a living teaching literature and editing books and magazines. It is the only way, up until now, of doing something related to what I like to do and be able to live off it. In the meantime, of course, I read, imagine and write. That hard and enjoyable work has resulted in my books, three of short stories, Desencuentros (1998), Vulgar (2000) and Las guerras íntimas (2011); a collection of poems, Las noches de cobalto (2002) and one essay, Tiempo hendido (2011).

the great voices in what one, humbly, scribbles. I write wishing to accompany them: what a remark. Better yet, wanting to mark the fact that they have always accompanied me. Literature, said Borges, has not offered anything for centuries. Since the Bible, Homer and Dante, we tell the same three or four tales. But I think it is important to retell them. Over and over. It is an exercise of resistance and continuity: a quiet tribute. Perhaps, since it is important to retell these stories, it is also important to reread them. Renovated, from other angles, from other visions of the world. That is all I can say to anyone who, kindly, reads my work. I wish that my stories could accompany any reader, as so many works by others have accompanied me. The dialogue never ceases. The ax continues to fall, like Kafka said, in the frozen sea. And there lay the happiness, the beauty, I think, of writing and reading.

I’ve been asked why people should read my work. I have no idea. I guess there is no real reason for the world, in a strict sense, to read me. I have nothing to offer that others, with better tools, have already offered to literature. Let them read Kafka and Dostoyevski, Melville and Camus, Conrad and Flaubert, Poe and Chejov, Reyes, Paz and Picón Salas, Cortazar, Bolaño and Ribeyro, Ramos Sucre and Gerbasi, Cadenas and Gramcko. Yet because of reading them so much, one ends up writing oneself. And perhaps a reader might find tributes, clues, paved roads to meet

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EMILIANO MONGE

mexico

Monge understands literature as a straight jacket that the writer puts on voluntarily and only the reader can free him from it. His books attempt to be mechanisms capable of breaking the discourse by injecting weight to silence and taking it away from words

Emiliano Monge was born in Mexico City on January 6, 1978, where he lived through 2008 until moving to Spain. His early years were marked by an autoimmune condition that forced his parents –father, sculptor; mother, psychopedagogist– to intern him in the hospital for weeks at a time. During one of those periods, one specially long and complicated, he learned to read and began to tell his first stories in order to escape his reality. After overcoming his illness, he dedicated the rest of his primary education to devouring comic books and perfecting the art of lying: he lived as many lives as he could in a worthless effort to recover the time lost in the hospital. Middle school and high school were years of health that allowed him to recover lost experiences and accumulate more for coming years, newly affected by autoimmune conditions. During this time, he began writing and transformed his relationship with reading: the story was no longer the only important thing, but also communication and language. He attended university, studying political sciences at UNAM, and founded the magazine Andamios and the children’s newspaper El Pasamanos, both of which allowed him to stay close to literature. And again returned the

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autoimmune illnesses, and during the new quarantines, he devoted himself to reading, avidly, some of the texts that had already set their mark in him, worthy of mention are Mis amigos, Los demonios, Pedro Páramo, El innombrable, La tentación del fracaso, Vidas minúsculas, King Lear and El libro de los pasajes. Since then, he has worked for different publishing houses, he has written for national and international publications, like El País, La Jornada, Reforma, Letras Libres and emeequis. He has attempted to create his own literary style (working from two maxims: action only makes sense if it illuminates the personality of the character, and silence is also a word, even if it is a slow word). He has published two books: Arrastrar esa sombra (Sexto Piso, 2008), of which Philippe Ollé-Laprune said: “With his first book, Monge has presented his own unique voice, a resonant stroke in the narrative of our language”; and Morirse de memoria (Sexto Piso, 2010), in the opinion of José Agustín: “If I were young today, that is how I would like to write. Monge’s novel has no limits.” Convinced that the writer’s work cannot be devoid of his history and that writing is cartography of scars, he is currently writing his third book, about a man lost between guilt and violence.

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JAVIER MOSQUERA SARAVIA guatemala

I like to challenge readers. Literature is the art of suggesting, rather than telling. I write for those in search of lights in the foggy labyrinth of consciousness

I was born in Guatemala on August 4, 1961. I guess that the country where one is born in a way defines our destiny. For that reason, to live in a place where people have a loving relationship with death and try to convince themselves that having a gloomy destiny is mere chance; a place where it seems that surrealism made its residence and we are not surprised by the most astonishing events; where we think that our situation will change radically from one day to the next, for sure by the intercession of some almighty God and for that reason we resist and resist… All of these, good excuses to be a writer. I began to say I was one at 15, because I wrote one or two pamphleteering poems and a few mixed-up stories. Despite that my childhood and teenage years were lived in the peace of a prosperous family and that I studied at the Liceo Javier (as Jesuit as its name), I began feeling revolutionary at an early age. And when I really became one, I had to flee to Mexico to save my life, and lived in Mexico City for ten years.

Once back, I studied literature. Before graduating, F&G Editores published my book, as it has with all until now, Dragones y escaleras y otros cuentos in 2002. Then came Angélica en la ventana (2004) and Laberintos y rompecabezas (2005), also stories. In 2009, I published my novel Espirales. I have a new book ready, including six stories from my previous works and six new. It will be published in Zaragoza, Spain, by Sibirana. What can I say about my literary work? I am a writer that enjoys elaborate structures, generally with open endings. I like to challenge the reader (sometimes to an extreme), because I think that literature is the art of suggesting, rather than telling. Probably I am not a writer for the masses, but for readers that search in books for their own humanity and thus, through stories, try to find the lights in the foggy labyrinth of consciousness.

There I began to learn the craft of words with some friends and we formed a group of “writers in exile.” However, I left it to work in computing. I lost several years to that crazy thought, until I returned to Guatemala.

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Diego Muñoz Valenzuela chile

My writing slips between reality and fantasy, it focuses on social issues and explores boundaries in the wide field of writing: microstories, stories, novels

I have traveled the spectrum of writing through stories, novels and microstories, from just a few lines to hundreds of pages. The subjects have been many, from the most earthly to the fantastic, focusing always on humanity, that which gives meaning to literature. Since my first days as a reader, the alleged border between reality and fantasy seemed illusory to me. I fed off books that explored those distant territories and found that they were all about the same thing. My literature is inhabited by a wide range of characters that coexist in one same story. Vampires, underground wrestlers, cops, politicians, brilliant scientists, cyborgs, torturers, gods, businessmen, executioners, angels, ghosts, anonymous heroes and messianic mad men. Plots are conformed by seemingly opposing materials: mythology, repression, science fiction, criminal organizations, high-tec conspirators. I believe that this variegated mix makes it more real. We live in a world where the virtual, due to technological advancement, encourages this kind of paradoxes. Poles that an absolute mind would consider mutually exclusive coexist in my work. For example, my science fiction novels do not

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comply with a purist and orthodox sense, as they meet with the new detectives’ genre. As a result, my narrative attracts young people, even if it isn’t my original intention. The social aspect comes from my own story. I lived my teenage years in the late seventies, when the world exploded in hopes for deep change. In the case of Chile, the utopian dream –a wonderful junction of socialism and democracy that brought down a few dogmas– collapsed under paralyzing blood and fire. I was 17 when the dictatorship began with its charge of death and terror. I have always lived and fought in my country, I lived the everyday horror for the next 17 years. That fact marked my life more than any other. That is why solidarity, ambitions, hatred, altruism, revenge, love and humor are intense characters of my narrative world. I published my first book in 1984, belatedly, when censorship ceased, although there were still five more years of dictatorship. It was called Nada ha terminado. To the list, I can now add six books of short stories and three novels, several reeditions, some abroad. Several unpublished books awaiting their turn. But all united by the same force: to explore the boundaries between different territories through words.

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Enrique Planas

peru

Writer and journalist, author of the novels Orquídeas del paraíso (1996), Alrededor de Alicia (1999), Puesta en escena (2002) and Otros lugares de Interés (2010), very different one from the other, but having in common closed places, oppressive atmospheres, fragmented sequences, conflicts of identity and inquiries about the female condition

It was September of 1994 when my father passed away. I didn’t know he was ill. The heart attack struck him down leaving him lying on the desk. He was 53, smoked two packs of cigarettes a day, he had a refrigerator bursting with Coca-Cola and a haunting threat of losing his job to an unavoidable “re-engineering,” an euphemism that conceals the systematic replacement of mature employees with labor benefits for personnel 30 years younger and no steady contract. When in life, he never showed any interest in my interest in some day being a writer. He had never read a novel, and although he took no pride in it, he never felt that fiction was necessary in his life. I don’t judge him.

up that might save a life. After the funeral, life moved on, more or less. They say that pain takes on many forms, including the most painless. In my case, that novel was an anesthetic. The last and fragile link to my father. I realized I wrote to avenge his death. Out of a job, living in the family home, I shut away to live a period of obsessed writing, like I have never again been able to do. At times, I felt guilty when pondering the crazy idea that my father had died for the sole purpose of freeing me from the block. I finished the draft in three months. After dividing the insurance money with my brothers, I was able to afford a print run of 500 copies that quickly disappeared. I did not kept one for myself.

When I try to assume a dramatic tone, I tell those willing to listen, of how the story of my first novel, Orquídeas del paraíso (Paradise Orchids, 1996), about Aquiles’ obsession to avenge the death of his father, don Primigenio, resounded so much in my own life. At that time, I was halfway that first novel. I had recently overcome a writer’s block that had endangered the whole project and had to do with my inability to reproduce in fiction the pain of my loss, denial, anger… the mourning that any orphan that matures abruptly can say by heart.

Set in the Peruvian jungle in the early 20th century, during the boom of rubber, Orquídeas del paraíso is the story of Aquiles and Orquídea, a teenager that works as a prostitute to hide her true identity. In my later novels, like Alrededor de Alicia; Puesta en escena or Otros lugares de interés, I avoided the classical development of an anecdote and rather favor the psychology of the characters, the confrontation with language. However, in that slim first, juvenile and shameless, work are the ideas I have been blabbering about since then: identity as an intimate construction, the precariousness of feelings, the need not of one, but a set of mirrors to recognize ourselves, petrification as a strategy to face fear. And, of course, all these concerns embodied in female characters… almost.

When they gave us his personal belongings, we found in his wallet a piece of paper with the appointment he had programmed with the cardiologist the following day. Destiny is cruel: it doesn’t give away enough time for a routine checkLOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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MARÍA EUGENIA RAMOS honduras

She has written poetry and narrative. In her tales, symbolism and allegory are used to break down solitude, but also leave proof of a violent reality

I was born on a very windy day during the seventh month of pregnancy. According to my mother, I was always a rebel, even in the fact of being born before time. When I was a young girl, I dreamt of becoming a biologist and an architect. A biologist I was not to be since I wasn’t able to bring back to life some poor spiders that I had frozen in a hypothermia experiment. And becoming an architect meant a lot of math, and to the date, my recurring nightmares still include having to take a math test, which give me an indescribable anxiety. But when I write, I can give life to spiders, buildings, suns and monsters, and that is an invaluable privilege. I have always lived in respectable poorness, if the term applies, where books have been the most precious possessions. In the end, books not only filled my childhood and teenage years with surprising adventures, but afterwards, as an editor, they allowed me to make a living and even travel and meet other people.

from realism because I am much more interested in searching for the parallel world that is out there, but is not always visible. In my country, despite nobody knows about it, expect for soccer, hurricanes and a coup right in the 21st century, there are fresh and different voices that have been building their own literary universe. Yet, few, very few of them, have found echo in other areas. That is why I am honored and committed to being one of the voices that has been able, in a way, to break from isolation. If there must be a reason to read me, let it be to approach my generation and the ones to come. Those who, in words of Rosario Castellanos, practice “another way of being human and free: a different personality.”

I had wonderful parents, strongly convinced that, as Ernesto Sábato used to say, reading opens your mind to the human race and the world. That allowed me not only to begin writing, reading and creating at a very early age, but also to participate actively during my youth in social struggles in Central America. My poetry comes from that period of my life, of which I feel very proud. However, in my stories, I flee as much as possible 130

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LUIS MIGUEL RIVAS colombia

I write stories about regular people with the need of expression. People who seek, at least, some communication with someone else

I am Luis Miguel Rivas Granada and I am from Colombia, if at all one has to say he is from somewhere. I grew up in Medellin, in the department of Antioquia, land of industrialists and businessmen, where philosopher Fernando González and painter Débora Arango were born. And also the land where Pablo Escobar and I grew up. I began writing when I was little, poems and lists of girls I liked, always secretly, because where I come from it is shameful to dedicate time to anything that doesn’t produce money. I studied social communications and journalism at the Pontifical Bolivarian University and for several years I wrote scripts for publicity videos and directed TV-related products, an experience after which I concluded that watching TV does not make you dumb. What makes you dumb is doing TV. In 1998, a friend sent a story of mine to a national contest and without knowing I received a diploma and one million pesos, which made my mother start believing in literature. Since then, I have won other prizes and mentions in short story contests, a genre that I have always considered to be custom-made to my fragmentary personality. In 2007, I collected some of my stories in a book called Los amigos míos se viven muriendo, published by the Fondo Editorial Eafit and was well received by the literary minorities of my country. I have continued writing short stories

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and chronicles published in magazines like El Malpensante and Soho, apart from participating in short story anthologies. Today I live in Buenos Aires, Argentina, where people ask me: “Why did you come here?” And I simply reply: “In order to not be over there.” Perhaps to find tranquility inside. To write without the guilt of doing things that do not produce money. Because being Colombian is not a nationality, but a mental illness. I recently finished my second short story book that, I am sure, is much better than the first. The important thing is not that it is truly better, but that I am sure of it. Or so I think I am. Other things? I have a book of poems in the editing stage titled Hoy no quiero metáforas. I also publish chronicles and stories on the blog Tareas no hechas of the Colombian newspaper El Espectador. Yes, I know, I left, but I am still there. What can you do about it? Why the world should read me? I don’t think the world “should” do anything. Let them do whatever they want. What I do think is natural is that almost everyone likes my stuff for the simple reason that I am like almost everyone, and I write about it. http://blogs.elespectador.com/ tareasnohechas/

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GIOVANNA RIVERO bolivia

Not one of my books is like the next. This sort of unexpected beat is the seal in all my narrative. I believe that writing is a spiritual path, a mutating experience. I write, therefore I am

I am Giovanna Rivero and I am a writer. I’ve been one since I was a little girl… nine, ten years old, when the grown-up world seemed fascinating, terrible and unreachable. Precocious as I was, I needed to take that step and find a way to do it without having to wait a bunch of years until I could understand what it meant to be grownup, know what dark secrets were to be unveiled with grown-up knowledge, what the world had in store for me and I for the world. I didn’t know that the vital contact that I longed for was called experience, and thus pain, pleasure and love. I realized that by creating I could build the bridge to adulthood. I replaced experience with fiction. And, of course, monsters came forth. But they were mine. The first thing I created was a girl that avenged the injustices suffered by the weak. Perhaps the only difference with other classic avengers was that the revenge unleashed by the ferocity of the girl almost always included the body, its slow and irreversible dismemberment, when not cannibalism, but also the fulfillment of a wish. The wish for punishment. These tales were not all very original. My grandmother used to tell them as if they were the hammering of the rain. She was, in fact, a gothic writer. A gothic writer in a town lost in the middle of Southeast Bolivia. I think that this creature dwells best in my books Sangre Dulce (2006) and Niñas y detectives (2009).

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Then came the comic books and fotonovelas from Mexico, with their supernatural chacales and that wonderful word that can mean a thousand things: canalla. La maldita canalla, el gran canalla. From them I copied the work put into the scenes, the precise dialogues, promises, threats and the invisible impact of the ellipsis. By twelve, I was an invincible copyist. Every writer has to protect the copyist in her, it is her playful side. My story Contraluna (2005) and my novel Tukzon, historias colaterales (2008) address that aspect; they focus on pop imaginary, but on people’s terrors as well. I have not abandoned those characters from my first creations, and perhaps that is what helps my narrative to conquer readers, a kind of naïve cruelty. I practice a fiction that dominates itself. I can’t imagine concealing fiction, fearing fantasy, being accountable for reality, even when it also diminishes stimulus.

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HERNÁN RONSINO

argentina

My novels and stories are found in an outlaying zone of Argentine culture because they explore a rural or provincial territory. It is from that writing, from the power of those outlaying corners, that I am interested in building a critical view of the world

I was born in Chivilcoy, a small city in the Argentinean Pampa, nine months after the military coup of 1976. I lived there until I finished middle school and then moved to Buenos Aires, where I studied sociology. Now, I teach at the University of Buenos Aires and the Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). I grew up among the remains of a geography of abandoned factories and silos, the absence of railroads and the ghosts of a time marked by violence. Among such social breakdown, in intimacy and as a way for hope, the incessant and at times mythical family story seeped through, governed by an imaginary full of adventures: World War II, a boat trip from Italy and the construction of a large and luminous family in a new and foreign land. The family feat (that, of my grandparents and parents), while becoming a tale, became a possibility. I mean, it was about great oral storytellers that, close but anonymous, were my first encounters with literature. I come to literature through the passion evoked by storytelling. The act of telling stories.

rural and town-like space where I lived until the age of 20. In 2007, I published my first novel, La descomposición (Interzona). And in 2009, the novel Glaxo (Eterna Cadencia), translated into French and in 2012, into German. Fragmentation and narrative diversions interest me as a way to recover certain traditions that have dazzled me. I am interested in the narrative traditions that value the character of the narrator, in the same terms as stated by Benjamin. Faulkner, Beckett, Duras, Onetti, Rulfo, Sear and Haroldo Conti are only a few of many authors that have marked me deeply. Thus, I think of the narrator that explores, inquires and searches for new ways of telling, new aesthetics. And I understand, also, that the aesthetic search is a form of political exploration. Writing about that geography of the Pampa is in tune, then, with my experience and the need of recovering certain forms of memory.

In 2003, after receiving an award by the Argentina National Fund for the Arts, I publish my first book of stories, Te vomitaré de mi boca. Later, I was included in two narrative anthologies: La erotica del relato (Adriana Hidalgo, 2009), and Sólo cuento, Volume II (UNAM, 2009). Almost everything I write is connected to that LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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PABLO SOLER FROST mexico

Pablo Soler Frost was born in Mexico City in another time. He is a precocious and prolific writer that has explored theater (La alianza, 1995) and films (40 días, directed by Juan Carlos Martín, 2008) and has published novels (La mano derecha, Edén and Malebolge, that constitute the saga of the Jensens and is currently rewriting in one volume), 1767 (a novel about the Mexican Jesuits’ exile), two Byzantine novels (Legión and La soldadesca ebria del emperador), Yerba americana (Colima Narrative Prize 2010), short stories, poems, essays and aphorisms. He has translated poems by Robert Frost, Rainer Maria Rilke, W.H. Auden and, with Alberto López Fernández, Robinson Jeffers, as well as essays by Horace Walpole on gardening, Joseph Conrad and Walter Scott about the sea and its dangers, and by Cardinal Newman on the idea of a university. In 1999, he published with Francisco E. González the anthology Antología del sentimiento monárquico en la poesía moderna de Occidente. He has given lectures on Mexican cinema and literature in universities and schools in the USA, Denmark, Norway, Mexico and Australia. He’s contributor to Artes de México, Conspiratio, Día siete, Letras libres. His latest published book is El reloj de Moctezuma (Aldus, 2010), a Mexican book of days. The name comes from the 18th century and was the name given to the Aztec calendar stone. He lives in Tlalpan, in a Swiss house under nahua pine trees. He likes dogs, books, films and silence.

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DANIELA TARAZONA mexico

I write to fulfill a vital need. My vocation is directed to create a character and knowing his emotions. I am interested in testing and experimenting with words

I believe that one starts writing to fulfill a vital need: the world is less hostile when you write. I spent years without knowing that literature and writing would become essential. Then, reading and writing were everyday activities, but hadn’t yet the point of view of someone that assumes herself a reader o knows she is writing. In 2006 I received a grant of FONCA’S Young Creators program to write what would become my first novel. Until that moment, creating had been a pleasure that I only shared with those closest to me. In 2008, Almadía published El animal sobre la piedra. Three years have passed and that book continues to bring good fortune, because in the next couple of days I will receive copies of its Argentinean edition by Entropía, and the publication in Italy is on its way. I studied literature and found Clarice Lispector, from Brazil. I wrote my theses about her novel The Hour of the Star. I was captivated.

I believe that writing comes after the effort, what I want to tell is never at hand, but hidden under words themselves. The text emerges after searching in a world of fiction, after deleting lines and rewriting them over and over. Writing is going deep. A story and a text appear when determined by a primeval emotion. Writing is movement around that emotion; words are its course and, the deeper the exploration, the more powerful the text will be. I never lose sight of the essential emotion. I am a writer that experiments with what she writes. I prefer books with characters on the verge of coming alive. My work and my vocation as writer are aimed towards that: creating a character and the knowledge of his impulses; the character embodies the primeval emotion. Perhaps that’s the reason why I get lost in my own texts when I write. I don’t know where they are headed because the characters define the route of what is being told. I attempt to give them life and catch up with the rhythm of their breathing.

Since then, my writing not only responded to an inner calling, an intimate desire, and my words began to create other boundaries: those of fiction. My language gained strength.

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DANI UMPI uruguay

Dani Umpi mixes literary genres with bad reputation: romance novel, sweetened best seller, self-help, teenage diaries. A voice between a costumbrista portrayal and neurotic monologue

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I am Daniel Umpiérrez, but I prefer Dani Umpi. I was born in Tacuarembó, in Northern Uruguay in 1974. I began publishing a few poetry plaques in Argentina, where I presented my novels Aún soltera, Miss Tacuarembó and Sólo te quiero como amigo. Miss Tacuarembó was taken to the big screen by Uruguayan director Martín Sastre in 2010. I loved the film. I am also a singer. My first solo album is called Perfecto. For that work I was nominated in the Best Independent Artist category in the MTV Awards Latin America in 2006. I traveled to Mexico and got there late due to a two-hour traffic jam. Very frustrating. Dramática (Contrapedal, 2009) was my second album and it recorded a parallel musical project I have with Uruguayan guitarist Adrían Soiza. We sing a lot in theaters, bars and festivals in Uruguay, Argentina and Brazil. In 2009 I had my first and probably last experience in theater, invited by the Centro Cultural Rojas of Buenos Aires for the program Decálogo VII. Nena, no robarás is the title of the musical comedy I wrote and composed with Javier Vaz Martins. It was directed by Argentinean director Maruja Bustamante and played in two beautiful theaters for two seasons.

I am quite phobic of the literary world, but it has welcomed me very nicely over the past years, receiving acknowledgments that I cannot make sense off. My fantasy is to write romantic novels under a pseudonym, but as for now, I can only do these things. My work is very melodramatic and corny, emphasizing every common place of teenage love, despite that some of my characters are over 40 years old. I am also writing a book for children with illustrations by my friend Rodrigo Moraes.

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EDUARDO VARAS

ecuador

Varas’ work questions the literary tradition of his native Ecuador: he doesn’t deny it, he reflects on it. His books are cities that are not geopolitically sanctioned, with characters that face guilt as a common denominator

Eduardo Varas was born in Guayaquil in mid-1979. Son of a reader, grandson of a carpenter and mad about films, he lived a childhood very similar to Stephen King’s rendition in The Body (except for the corpse) in Santo Domingo de los Colorados, in central Ecuador, where he read as much as he could Salgari, Wilde, Verne, Dumas (senior), Jonathan Swift (Guilliver to death) and Danel Defoe (Robinson Crusoe, whose impact still makes him tremble), among others. Upon returning to Guayaquil, he studied social communication and learned to play guitar and piano, he became a rock star (with the permission of real rock stars), had to run in order to escape desperate teenage girls and once he fled from female teenage screams in a meat truck… but that is another story.

with whom he stays in touch). He read poetry (that filters into his prose, perhaps because music can’t leave him alone). He kept writing. He was included in El futuro no es nuestro. Narradores de Latinoamérica, in its online edition, edited by Diego Trelles Paz. In 2010, he published his novel Los Descosidos, through Alfaguara (and he only had to drop off the manuscript and wait for their reply almost a year later). Today, he continues to write exaggerated stories, where characters search for a way to cope with and fix what has gone wrong. He has an essay book titled La ficción útil, still waiting publication. His second volume of short stories, Freak to go (including texts published in different magazines) is also ready, and is currently writing his second novel, Samsara.

When he became serious, he understood that writing was his thing, and he did it as acknowledgement and recovery of what he had felt as an 8-year-old boy when reading, without understanding why, La ciudad y los perros (The Time of the Hero) by Mario Vargas Llosa. He didn’t understand a thing he read, but knew that it was important and worth doing something similar. The quantum leap led him to write several stories, join a workshop by Miguel Donoso Pareja and publish, in 2007, Conjeturas para una tarde, a collection of his short stories. He discovered blogs and then Twitter (@eduardovarcar). He met people of literature from other countries (specially those at the magazine HemanoCerdo, LOS 25 SECRETOS MEJOR GUARDADOS DE AMÉRICA LATINA

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CARLOS ORIEL WYNTER MELO panama

My work is full of characters that seek ways of being themselves. Escapists, invisibles, ventriloquists. They portray my vital odyssey. My books depict solitude and the desire of communion. Today, more than ever, we are alone. Today, more than ever, we need each other. My words brush their teeth, they sit on the toilet, they get tired of words. My words want surprises and that is why, from time to time, the surprise. My words are determined to change people, by making them true to themselves

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I wanted to be on TV, not to be a writer. In my school years, I tried to be a saxophone player and rock guitarist. I played basketball in junior and middle leagues. I never outstood. Although it might sound unbelievable, I never knew I was black until I was a teenager. For me, the differences that separated me from the American rock stars were subtle. I swore that my hair would straighten if I let it grow enough. In 1989, the year the American Army invaded Panama, I heard the explosion of a bomb for the first time. I thought they were fireworks. I lived in a fantasy. I created illusions in order to not face reality. Also in 1989, I lost my father to cancer. One night he weakened drastically, while I, the only one strong enough to help him walk, was out partying and quite drunk. Someone came for me and took me home. When I arrived, without explanation, my mother made me get in the back of the ambulance, a gloomy van. The car advanced with its howling siren. I didn’t speak to my father. We hardly ever spoke. But we argued. That we did. Just recently we had had a disagreement that he set like a jab to the right. The reason of his anger was my big mouth: I told him that I hoped that in heaven he couldn’t find anyone to insult. I just looked at him, my mind still numb from the alcohol, and it seemed unbelievable to be there, in the ambulance, with my dying father. He closed his eyes while his body began to quiver in a different way…

I was losing it. I was terrified at the thought that his death might be my responsibility. The idea of someone pointing at me with an accusing finger set in my mind. He couldn’t just die there. I took him from his shoulders and shook him… There was no response. Dad, I said, don’t even think about telling me you’re dead. That was a phrase to die, but of laughter, it was absolutely stupid. That is when my father came to. Unfortunately, he only lived for one more month. At the exact time of his death, I woke. I am not going to lie: I longed to be like the models on TV. I thought that it would be the only way to be accepted and, why not, to never be seen as a failure. Today, I have learned to fail. And more than seek acceptance, I am content accepting myself. Today I know that trying to be someone you are not, is an impossible task. My work is full of characters that seek ways of being themselves. Escapists, invisibles, ventriloquists. They portray my vital odyssey. I believe that anyone who suspects that he is not like anyone else –I believe that each person is painfully unique, will find something of value in my stories. I have eight novels: El escapista, Invisible, Desnudo, El niño que tocó la luna and Cuentos con salsa, among others. I have been translated to German, English, Hungarian and Portuguese. I have been in national and international anthologies.

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los 25 secretos mejor guardados de américa latina se terminó de imprimir en noviembre de 2011 en los talleres de coloristas y asociados calzada de los héroes 315 37000 león, guanajuato, méxico tiraje: 1,000


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