Los cálculos y rumbos equivocados

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Quito, 1 de mayo de 2013

Los cálculos y rumbos equivocados

Fander Falconí El capitalismo dispone de muchos recursos visibles e invisibles. Tiene sus sonrisas y sus máscaras. El capitalismo ha arrastrado a una crisis cíclica que termina afectando todo. Basta echar una mirada a lo que ocurre en muchos países europeos. En medio de este berenjenal contemporáneo, ¿cuál es el rol que juegan los economistas? Me refiero a los economistas convencionales formados en una fría academia. A propósito de la pregunta que formulo, el premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz, en su libro “Salto al vacío” (2010) anota que “entre la larga lista de los responsables de la crisis, yo incluiría a la profesión de los economistas, ya que proporcionó a los grupos de interés argumentos sobre los mercados eficientes y autorreguladores -aunque los avances en la teoría económica durante las dos décadas anteriores habían demostrado las limitadas condiciones en las que esa teoría era válida-”. El dogma del pensamiento económico, que se impuso desde los años 90, se convirtió en una venda que pretendía taparnos los ojos a todos ante la inminencia del colapso económico que se acercaba. La ciencia económica proporcionó argumentos a los grupos de poder, sobre la capacidad y la eficiencia que se podía lograr mediante la autorregulación de los mercados, como uno de los puntales que para ellos era la fórmula infalible. Sin embargo, nada de ello sucedió, y la crisis se vino encima con toda su contundencia desde el año 2008. Millones de personas perdieron sus hogares, sus empleos y sus ahorros cuando la crisis dio su mayor coletazo. Eso hizo que muchos abrieran los ojos, aunque tantos otros, desde el mundo de la academia, ya los tenían abiertos e incluso habían predicho que un fenómeno económico de gran envergadura se aproximaba. Eso fue el resultado del economicismo neoliberal y de la aplicación mecánica de sus fórmulas técnicas sobre la sociedad. Desde esa óptica, poca importancia se le prestó a la vida de los seres humanos. Pero, además de la fe ciega en los mercados, hay otro tema más preocupante: la omisión del medio ambiente en el análisis y práctica de los economistas. En


efecto, ellos deberían estudiar su ciencia, dentro de los límites ambientales, es decir, considerando los términos posibles de la realidad física. De esta manera, las máscaras caerían y nos dejarían la oportunidad de recuperar los ahora distantes orígenes de la economía. O sea, me refiero al estudio del abastecimiento material del oikos o de las polis -en otras palabras, de la casa familiar o de la ciudad-, tal como lo planteó Aristóteles en su “Política”, hace alrededor de 2.300 años, cuando tal vez contemplaba, en la isla de Eubea, la naturaleza vital del mar Mediterráneo.

Fuente: El Telégrafo


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