Cielos de Extremadura

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Víctor Manuel Pizarro Jiménez

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del amanecer mientras sus cuerpos se perfilan de luces brillantes que resaltan sobre las sombras. Son días con cielos cuajados de nieblas al amanecer. Nieblas que se filtran suavemente entre los vetustos encinares y tejen perlas sobre alambradas, hierbas y las redes de las arañas. El ambiente se antoja mágico, irreal, mitad sombra, mitad silueta, en medio de un silencio sólo roto por el goteo del agua o el rumor de las corrientes de pequeños arroyuelos estacionales cuya vida se concentra en un corto periodo de tiempo antes de la sequedad del verano. El frío viento del norte limpió los cielos y las noches claras y estrelladas de la dehesa refulgen más que nunca ¡pero el suelo tirita de frío! Los carámbanos hacen piedra el agua de los charcos y orlan de bellos cristales de hielo el borde de las hojas. Mientras, los madrugadores cerdos de raza ibérica rebuscan las bellotas heladas al cobijo de la copa de las encinas. Es la dehesa. Y son sus cielos, ambos inseparables de un paisaje cambiante y diferente a lo largo de las estaciones. Dehesas de cielos y luces soleadas de primavera, tenues de invierno plomizo y polvorientas de agosto. Luces azuladas de la luna llena y luces limpias e intensas, llegadas con el frío del norte. Extremadura, tierra de dehesas, «tierra de hombres que miraban el cielo, hombres que maldecían al sol y al viento reseco que marchitaba la grana. Hombres de ojos morenos y mirada azulada, reflejo de los cielos a los que suplicaban en un rezo permanente».

Primavera en Fregenal de la Sierra


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