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EL ESPECTADOR DE ESE ARTISTA LLAMADO ARNALDO COEN

Con motivo de Reflejo de lo invisible, la exposición retrospectiva de su obra, el artista mexicano Arnaldo Coen nos da esta entrevista en su casa estudio en la CDMX.

Por Jonathan Saldaña / Fotos Anylú Hinojosa-Peña, Heptor Arjona

Vincent llega tarde. Se ha perdido prácticamente de toda la conversación. El golden retriever que debe su nombre al pintor neerlandés de “La noche estrellada”, mueve su cola frenético de felicidad por su reciente y prolongado paseo y por los visitantes que acarician su barriga. El cachorro vive rodeado de libros de arte acomodados por tamaño, obras de Giorgio de Chirico en las paredes, una emblemática silla Friedeberg y obras de su humano y nuestro anfitrión, el artista Arnaldo Coen, de quien recientemente el Museo de Arte Contemporáneo (MAM) de la CDMX presentó la retrospectiva Reflejo de lo invisible: el pretexto para conversar con él.

“No termino de asimilar, la tengo que ver más veces”, dice Coen y confiesa que su primera reacción fue el desconcierto y después un intento de verla como si se tratara de otro artista.

Para el recorrido fue necesario una exhaustiva revisión en su archivo personal y una investigación por las diferentes etapas de su trabajo en manos de la curadora Brenda J. Caro, quien ha dicho que su trabajo “es una obra abierta que se resignifica de manera continua. Una obra que no es inocente, es muy lúdica”.

Arnaldo, desde el sillón de su sala, piensa que la curadora vio más que él de su propia obra. “Me hubiera autocensurado. Me sorprende ver todas las cosas que se sumaban a mi trabajo. Pensaba que lo único valioso eran las pinturas”. En el recorrido se encuentran fotografías, afiches, escultura, joyería, dibujos, pintura corporal, así como trabajo de escenografía teatral que realizó junto a Alejandro Jodorowsky.

Dos anotaciones tiene Arnaldo sobre la exposición. Por un lado, ve con distancia el groso de su obra, que no fue tan desordenado como creía. “Siempre digo que soy un autor de obras multidisciplinarias, inter- disciplinarias e indisciplinarias”, bromea. Por otro lado, “verme como un espectador más de ese artista llamado Arnaldo Coen”.

¿Fanático de ese artista? “Tanto como fanático no. Tengo que reconocer mis límites, pero si hay cosas que me gustan; me sorprende la libertad y a eso sí he sido fiel siempre”.

Coen pertenece a la generación de La Ruptura, un grupo de artistas en contraposición al arte establecido por la Escuela Mexicana de Pintura, que fue planteada, en su mayoría, por los muralistas.

Desde el principio de su formación aceptó todos los movimientos. “Quería ser todos los pintores. Eso era un imposible, pero todo me dejó algo”. Incluso aquellos que eran sus supuestos enemigos. “De Diego Rivera, el movimiento; de Siqueiros, la forma de estructurar el espacio envolvente, la poliangularidad; de Orozco, un expresionista extraordinario de inmensas pinceladas… cada cosa le enseña a uno”.

Se refiere al histórico conflicto entre La Ruptura y La Escuela Mexicana de Pintura. ¿Sí era tan intenso su antagonismo?. “No. No lo era. Los valores de cualquier artista son superiores a cualquier conflicto”.

Reflejo De Lo Invisible

El Museo de Arte Moderno (MAM) abrió una exposición retrospectiva de la obra de Arnaldo Coen, la cual reúne más de 300 obras de diversos acervos, entre los que destacan el del MUAC, el del Museo Carrillo Gil y del propio artista. El recorrido está integrado por pintura, escultura, mural, dibujo y una réplica de la emblemática vela que realizó para la balsa Acali, un experimento social del antropólogo Santiago Genovés.

Conoció a Rivera cuando tenía 16 años. Un amigo que dibujaba muy bien lo invitó a verlo. Ambos le mostraron su carpeta de dibujo y solo invitó a ese amigo a trabajar con él. A Coen le dijo “tú ponte a pintar, y ve mucha pintura, conoce cómo trabajan pero, sobre todo, pinta mucho”. Quizá no me gustaba su obra, pero fue una gente realmente muy generosa. Fue triste, pero con el tiempo lo agradecí”.

Entonces, ¿es el artista distinto a la persona?, le preguntamos. “Sí, creo que sí. No sé por qué pero creo que sí”.

Con 83 años de edad, continúa pintando. “Estoy esperando a que un ortopedista me saque ya de los problemas con la espalda. Por lo pronto pinto sentado y me paro cuando es estrictamente necesario. Desafortunadamente, el cuerpo no me da para hacer lo que yo podía hacer antes.

“Cambiamos en todo momento y no nos damos cuenta. Aún no me hago consciente de ese esfuerzo, y procuro no pensar en eso. Prefiero concentrarme en qué va a haber más adelante”.

Sobre los artistas actuales piensa que son: “una serie de intentos de hacer vanguardia. Pero eso ya pasó. Ya es artificial. No nació de una óptica”.

Desde su perspectiva, los movimientos que surgieron a finales del siglo XIX y principios del XX plantearon bases disruptivas que aplicadas en la actulidad se perciben débiles. “Como dice la canción: ‘que pena me da tu caso’, lo tuyo es mental. No está mal, cada obra tiene algo que decir. Me gusta cuando son buenos, cuando tienen una forma de expresarse”.

Un día antes de esta conversación le notificaron de la muerte de su amigo, el compositor Javier Álvarez Fuentes, con quien tenía el proyecto de desarrollar partituras para cada uno de los hexagramas del I Ching, una de sus piezas que representan elementos de la naturaleza. Eso lo lleva de nuevo a sus exposición en el MAM. “Tengo miedo de que muchas cosas que están ahí como un planteamiento, no pueda yo llevarlas a acabo. No me voy a matar por hacerlas, pero las que pueda sí lo haré”.