EXIT #29 · El espectáculo del sexo / Peepshow

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E

Un lugar sin límites

D I T O R I A L

Rosa Olivares

Tal vez esa sea la palabra clave: el límite, los límites. Cuando hablamos de sentimientos, de deseos. Un amor sin límites, una pasión que supera cualquier límite conocido; los límites de lo permitido. ¿Quién pone los límites? ¿Hasta donde llegaríamos en busca de lo prohibido? Porqué de eso se trata cuando se habla de pornografía, de revocar, de transgredir. El placer de lo prohibido, de aquello que se hace a oscuras, fuera de la mirada de los demás… por eso la pornografía necesita de espectadores, si no hubiera público esa ceremonia no tendría sentido, como no tendría sentido una corrida de toros sin una plaza de toros llena de aficionados, o una representación de ópera en un teatro vacío. Y no es que se trate de un espectáculo solamente, que también, es más bien una exhibición. Una demostración. En contra de lo que la mayoría pueda creer, el hecho pornográfico es uno de los más reglados que puedan existir. Se realiza en lugares concretos, con rituales conocidos, se suele pagar por participar, se mantiene un secreto casi religioso, y en la mayoría de los casos se trata de un acto solitario, tal vez la diferencia más importante que tiene respecto al pago de un impuesto fiscal sea que produce placer, un placer físico basado en la excitación sexual y, sobre todo, en una excitación mental que toma parte de la experiencia sexual y de otra experiencia social: la de aquel que transgrede normas, que va más allá de lo habitual. Que se cree único aunque sólo sea por unos instantes. Normalmente para participar en la experiencia porno E X I T Nº 29-2008 20

se paga, y en muchas ocasiones la participación del espectador es solamente esa: pagar y mirar. No puede tocar. Y eso produce sin duda un grado mayor de excitación. La mirada es el vehículo de la pornografía, más que la carne o la piel. Lo visto, y por supuesto, lo intuido, lo imaginado, tal vez lo deseado. El lugar esencial de esa experiencia pornográfica sexual es el peepshow, un término inglés que no tiene traducción en ningún idioma y que consiste en unas cabinas en las que el espectador, por lo general una sola persona, asiste a un espectáculo erótico para él solo, separado por un cristal del sujeto que hace la representación; se va pagando según se desarrolla la sesión que sube y baja de tensión según las peticiones del espectador o el ánimo de la protagonista. En el peepshow se asiste a un espectáculo onanista, exhibicionista que despierta todo tipo de sensaciones en aquel que paga hasta que satisface su pulsión sexual o su curiosidad. El peepshow suele estar en las tiendas de sexo o sex shops, y también en locales “de ambiente”, y son lugares con límites muy claros y evidentes, marcados por las cortinas de lona que no dejan traspasar ninguna luz, por las paredes y suelos de terciopelo… todo un escenario lleno de reminiscencias de otros lugares tal vez más envolventes y cálidos: los burdeles, y, por qué no, los teatros, las salas de espectáculos. Allí donde otros cuerpos, casi siempre inalcanzables, se exhiben acrobáticamente en la barra fija, en el baile, en los espectáculos pornográficos, en los que siempre el show se centra en el deseo, en el exhibicionismo, en la crea-


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