6 Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. 7 Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.” (Isa 9:6-7)
E
ra la tarde del 27 de septiembre del 2016. Ese día un grupo de peregrinos Puertorriqueños nos encontrábamos en Tierra Santa visitando la ciudad de Belén. La Iglesia de la Natividad formaba parte del programa de visitas que haríamos esa tarde. La tradición enseña que nuestro Señor nació en el lugar en el que esa Iglesia fue erigida. Hay docenas de argumentos a favor y en contra de esa posición. Antes de esa parada fuimos a visitar el valle de los pastores. Es en ese lugar es que la Biblia dice que un ángel del Señor se le apareció a un grupo de pastores anunciando el nacimiento del niño Dios en la ciudad de David (Lcs 2:8-14). No existe duda alguna de que ese valle fue el lugar de esa manifestación. Es allí que los pastores se convierten en la audiencia seleccionada para un concierto celestial que decía “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”
L
a belleza de ese lugar deja absorto al ser humano más racional y pragmático que podamos encontrar. Las laderas de las colinas a un lado del valle están llenas de cuevas y grutas en las que los pastores guardaban sus ovejas al final de sus faenas o en la presencia de amenazas. Los colores de las colinas provocan que resalten los contornos de las piedras que sirven de entrada y de techo a cada gruta y a cada cueva. El sol parecía estar ensimismado en hacer brillar de manera particular cada nube que pasaba por ese litoral. Una brisa tenue parecía cantar cada vez que sus vientos tropezaban con la entrada de cada cueva. A veces saltaba al alma la impresión de que uno estaba visitando un lugar en el que el tiempo se ha detenido. Al llegar a esa estación para los peregrinos, fuimos llevados a uno de varios anfiteatros enclavados de cara al valle. La guía que nos dirigía en esa ocasión estaba a punto de concluir su presentación y me disponía a compartir con el grupo una (1) de dos (2) reflexiones que me habían asignado; la del valle.
M
ientras la guía hablaba, yo no podía vencer la tentación de contemplar el valle. Por un instante, sentí que yo era capaz de no ver los edificios en los asentamientos que están del otro lado de ese valle. Fue en ese instante que la visión de ese valle capturó mi corazón. La buena noticia, el “Evangelio” de la Gracia fue diseminada públicamente allí. Los ángeles del Señor habían sido seleccionados para ser los Evangelistas y los pastores de Belén la audiencia seleccionada por el cielo para recibir la primera comunicación de esa buena noticia. La relatividad del tiempo en ese lugar volvió a cautivar mi corazón. En ese lugar uno tiene la impresión de que la Navidad se