20 de septiembre de 2015 • Volumen X • No. 499
H
ace varios meses atrás le comenté a unos jóvenes lo frustrante que podía ser sentarse en la mesa del teléfono de casa, agarrar una guía telefónica residencial, conseguir un número telefónico entre sus centenares de páginas, para luego marcar dicho diminuto número milagrosamente encontrado, en un selector circular, y finalmente conseguir la voz de un ser humano al otro lado del auricular. Les confieso que los muchachos comenzaron a mirarme raro, y a preguntarse a qué me refería tan pronto mencioné la mesa del teléfono. (En casa todavía conservamos la de mi abuela materna). Imaginen sus caras cuando les expliqué lo que es una guía telefónica, y como se marcaban los números telefónicos en estos antecesores de los celulares.
P
ero si ustedes piensan que ellos son los que viven en otra dimensión, les invito a hacer un breve ejercicio de recopilación de recuerdos. Piensen en la expresión que surgió en usted cuando su chico de cuarto grado le preguntó por vez primera acerca de la marihuana, o el sexo oral, o el día que te mostraron las fotos de que se compartieron de un teléfono celular a otro en la escuela, o cuando narraron la historia de su compañera de clase que fue abusada por un pariente, o la que llegó embarazada al salón luego de las vacaciones de verano, o el que llegó con marcas producto de un pariente alcohólico, o la historia de las balas, o las jeringuillas, o el vecino que encontraron fallecido frente a la puerta de su casa, o las fotos que proyectaron en las redes sociales para humillarlo, o la historia del profesor de Humanidades que lo ridiculizó frente a toda la clase por sujetarse a la fe y creer en la “fantasía del mensaje de Cristo”. ¿Quién ha vivido más en tan poco tiempo? ¿Quiénes han tenido una vida más fácil o difícil?
M
ayormente, tres personas pueden dar fe y testimonio de lo frustrante que puede ser la vida de un joven cristiano en esta última década: el joven cristiano, el pariente que le sirve de guardián, y el líder o pastor que está a su lado. He visto a jóvenes crecer en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres (Lucas 2:52). Los he visto ministrar llenos del poder del Espíritu Santo, con un temor de Dios y de la