11 de octubre de 2015 • Volumen X • No. 502
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oy damos inicio a la Campaña de Aniversario de nuestra Iglesia. Han transcurrido 37 años desde el año en el que nos incorporamos como Iglesia ante las autoridades del gobierno de Puerto Rico. Han sido casi cuatro (4) décadas de testimonio y de milagros ininterrumpidos. Hemos visto la mano del Señor en los días de grandes bonanzas. Hemos experimentado su favor y su misericordia en las temporadas de tormentas y de pruebas de centro. Sin duda alguna que podemos decir como dijo Samuel frente al pueblo de Israel: ¡eben-ezer! (“hasta aquí nos ha ayudado el Señor”; 1 Sam 7:12). En todos estos años nuestras congregaciones han vivido el testimonio de una verdad fundamental que sostiene la Iglesia del Señor. La iglesia camina, peregrina bajo el amparo de la Presencia del Eterno. Esa presencia marca a cada cristiano como propiedad comprada a precio de sangre en la Cruz del Calvario (Efe 1:13-14). Esa presencia marca a cada creyente en Cristo Jesús para que sea tenido por digno de escapar de infinidad de tormentas, pruebas y juicios que se experimentan en el planeta (Eze 9:4-6). Esa presencia marca a cada creyente como el sello del amor del Eterno que ha prometido no permitir que las muchas aguas lo puedan apagar (Cant 8:6).
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l testimonio inequívoco de esa Presencia es la santidad de Dios. Es esa santidad la que nos provoca a querer ser santos porque Él es santo (Lev 20:7; 1 Ped 1:15-16). La mayoría de los exégetas bíblicos destacan que hay muchas cosas que cambian en nosotros como creyentes en Cristo cuando agarramos la visión y la comprensión del significado de la santidad de Dios. Una de las cosas que sucede es que podemos comenzar a considerar muchas cosas en nuestras vidas como cosas santas. En cambio, cuando perdemos la capacidad de experimentar esa santidad, también perdemos la capacidad de identificar qué es santo y qué no es santo en nuestras vidas. En otras palabras, como dice Art Lindsley “perdemos el sentido de nuestra propia pecaminosidad, de nuestra necesidad de la gracia de Dios y del ambiente desesperado en el que se desarrollan nuestras culturas.”1
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l Dr. Lindsley dice mucho más; sin esa visión de la santidad de Dios no podemos ser asombrados, maravillados por la gracia sublime de Dios. Este es sin duda alguna el génesis de las conductas pecaminosas que se practican en la casa del Señor. Al final del camino entendemos que queremos ser santos, que debemos ser santos y que tenemos que ser santos, no como aquellos que lo quieren lograr porque siguen unas reglas. Tenemos que ser santos porque la Biblia lo dice y la Biblia lo dice para aquellos que quieren seguir caminando detrás del Dios Santo. Oswald Chambers decía sobre este tema que un principio rector detrás de toda esta discusión es que la finalidad central 1