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La carta. El tiempo y el espacio

Pedro J. Huerta Nuño. Secretario General de EC

Una de las constantes del magisterio del papa Francisco tiene que ver con su particular cruzada para hacernos comprender que el tiempo es siempre superior al espacio. Esta aguda expresión, que ya encontramos en su primera encíclica, Lumen fidei, nos sitúa en el horizonte de sentido que Francisco quiere para la Iglesia, pero que también propone para toda la humanidad.

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En nuestros modos de proponer y de proyectar, solemos hacer prevalecer el espacio sobre el tiempo. Diseñamos modelos de aprendizaje, de convivencia, de pastoral, de presencia, incluso de identificación, que se mueven en una coordenada espacial. El error al que nos induce, no solo en la escuela, tiene que ver con la conformidad de construir lugares en los que esos modelos solidifiquen, espacios que nos permitan controlar su desarrollo, evitar sorpresas, aislar los resultados, sentirnos cómodos. Lugares que pasan a ser inamovibles y eternos, de los que cuesta demasiado salir.

Sigue diciendo el Papa, El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza (Lumen fidei, 57). El valor del tiempo es, por tanto, el de proyectar e impulsar, pone la mirada en lo que esperamos alcanzar. Si los procesos cristalizados y cerrados nos gustan, no es por su efectividad, sino por su capacidad de perpetuarlos, muchas veces incluso después de haber perdido su capacidad transformadora pero, es lo que siempre nos ha funcionado, aporta una tranquilidad institucional que creemos necesitar por encima de cualquier otra cosa.

El valor del tiempo es el de proyectar e impulsar, pone la mirada en lo que esperamos alcanzar

Cuando nuestros proyectos educativos se sostienen desde el tiempo, y no desde el espacio, accedemos a su potencial creativo y divergente. Navegar de este modo por el tiempo de nuestros procesos pastorales y pedagógicos implica una primera crisis de vértigo educativo, nos sentiremos mareados, puede que indispuestos, por los cambios que se generan a nuestro alrededor. Buscaremos entonces agarraderas, echaremos la vista atrás, anhelaremos la seguridad que los espacios nos daban, porque en ellos era mucho más fácil controlar las disparidades de la pluralidad.

Programar desde la coordenada temporal nos obliga a evaluar y corregir, esto también genera vértigo, nos coloca frente a la realidad cambiante, la de nuestra vida, la de la educación, la de nuestras comunidades educativas, la de nuestras mismas instituciones. Siguiendo el pensamiento de Francisco, solo si el tiempo es superior al espacio podremos avanzar en la construcción de un pueblo (Evangelii Gaudium, 222), nuestra mirada pedagógica será una mirada evangelizadora, imbuida de misión, que cree y crece como aldea educativa

Nuestra escuela católica, nuestra Iglesia, nuestras comunidades educativas, requieren este tiempo. No como chronos, ese tiempo que nos devora y acaba con nuestra identidad, siempre con más prisas por hacer que por ser. Más bien como kairós, el tiempo en el que suceden cosas nuevas e inesperadas, el tiempo transformador, el tiempo de la Iglesia, el tiempo del Espíritu.

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