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Pablo, el cubano, pulso musical de Latinoamérica
from Encuentro 81 N°8
by Encuentro 81
Ocurrió una noche de fines de 1974. Luego de mi llegada a Cuba, un brasilero de nombre ficticio Luis Do Val, que emprendía su doble exilio, me presentó a una corresponsal mexicana cuyo nombre ya no recuerdo, pero que había conseguido echar raíces entre la dirigencia cubana política, militar y artística. Conocía a medio mundo. Es injusto que no recuerde su nombre, pero pasaron muchos años y demasiada agua bajo el puente de la memoria.

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"Ven urgente con Luis a las 21:00 horas. Te va a gustar".
Llegamos puntuales a la hora con Luis, con sed, porque sabíamos que nos esperarían mojitos frescos. Así fue y no pasó mucho tiempo hasta que el timbre sonara y llegaran a lo que ya parecía una fiesta, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, acompañados de cuatro músicos más, que ellos presentaron como sus maestros de la Vieja Trova cubana.
La fiesta se hizo en la cocina, el lugar más amplio del departamento de mi amiga mexicana, sentados en círculo en las oscuras baldosas. Duró hasta el amanecer.
Esa noche, Pablo cantó "Para ti chileno" y "Yo pisaré las calles nuevamente", y Silvio entonó "Santiago de Chile". La emoción flotaba como una melancolía empapada en belleza.
Esa noche, bajo los acordes de esos músicos cubanos paseó Latinoamérica, pasando por el sur uruguayo o argentino, peruano o boliviano, pasando de Colombia a Venezuela, recalando en México y por supuesto en las mejores piezas musicales de la canción cubana. Ya para el amanecer, iniciaron sambas, con la condición de que Luis bailara. Luis aprobó con la condición de bailar sin zapatos… y bailó la samba, con ritmo y velocidad ese mulato rubio, con nariz y cabello africano que rescataron sus compañeros en un intercambio entre autoridades secuestradas y presos políticos, un día antes de que lo fusilaran, por haberse batido con la policía dejando seis muertos antes de que se le acabaran las balas.


Nunca supe de ello en los años que estuvo en Chile, pero me enteré por su exmujer exiliada en Cuba que me mostró los diarios con la batalla, el secuestro y su posterior llegada entre un grupo grande de brasileros acogidos en Chile
Eran los años de Patria o Muerte, en que los sucesivos golpes de Estado amparados por Estados Unidos en Latinoamérica, terminaban con los combatientes pasando de un país a otro, donde no había dictadura, aterrizando finalmente en Cuba. Uruguayos, bolivianos, peruanos, panameños, haitianos, brasileros, nicaragüenses, más tarde argentinos, había quiénes contaban su tercer exilio Todo eso flotaba en el ambiente, transformado por la poesía hecha música de ambos, que en el recuerdo aparecerán siempre inseparables. Eran los años en que, para los combatientes contra el imperio americano, Cuba era la Isla de la Libertad. Fue la última vez que compartí con ellos. Más tarde, nos encontrábamos en encuentros fugaces en las reuniones de padres de la beca Salvador Allende, donde estudiaban nuestros hijos exiliados con compañeritos cubanos, entre los cuales las hijas de Pablo y los hijos e hijas de Silvio. Todos soñaban con volver a sus países para liberarlos de las dictaduras Entre los chilenos, muy luego algunos integraron los regimientos cubanos, en pos de conocer el oficio para volver a luchar contra la dictadura; otros, como yo, integramos una Brigada Latinoamericana para construir dos edificios en respuesta a la solidaridad de más de mil familias cubanas que retardaron su espera por casas definitivas, para ofrecernos un lugar donde habitar los chilenos y exiliados de Latinoamérica.



Más tarde, integramos los grupos que se preparaban como fuerzas especiales, formados por los combatientes del Ministerio del Interior
Había quiénes desparecían por meses y regresaban, acompañando en distintos lugares a tropas cubanas, en las guerras desconocidas y conocidas que ocurrían en el planeta en lo que se dio por llamar la Guerra Fría que polariza el planeta entero: África, los países árabes, Nicaragua, El Salvador, los Altos de Golán, Vietnam, contaba con la participación de combatientes abiertos y otros secretos.
Y en cada lugar que fueran, se acompañaban de los casetes de Pablo y Silvio. Pero, no solo ellos, la música y el baile eran omnipresentes en Cuba, en los carnavales, en las cocinas donde las amas de casa competían sus preferencias musicales mientras cocinaban bailando al son de las canciones con el volumen de las radios abierto al transeúnte. En los ratos de descanso, los preferidos eran Pablo y Silvio.
Para el carnaval del 75, los micro brigadistas de la Brigada Latinoamericana ocupamos un stand en el sector del Golfito, en Alamar, donde ofrecimos empanadas y pescado, bajo la dirección de Carlos Pavez, un cocinero profesional comunista que dirigió la larga preparación. Los cubanos pasaban bailando y se detenían haciendo un alto para degustar nuestra oferta de comida chilena. Una vez acabada la oferta, cocinero y ayudante, cerramos el stand y a bailar carnaval
La vida continuaba a saltos impregnada de emociones tristes y alegres, pero siempre con una intensidad alta. En nuestro caso, había una oficina de Solidaridad con Chile, dirigida realmente por Tati Allende y oficialmente por un socialista de apellido Fernández, que el golpe defenestró de su cargo diplomático en la desaparecida Embajada de Chile en Cuba. Allí llegaban las listas de presos, muertos y desaparecidos cada quince días. Ese día fatal, la Casona se vestía de luto y los chilenos desfilábamos para saber quién era presa de la dictadura: ¿un hermano?, ¿un padre o madre?, ¿un amigo?, ¿la pareja de tu amiga o de tu amigo?, ¿tu compañero o compañera?, ¿un hijo o hija?... ¿a quién le toca hoy?

Todas esas claves se reflejan en las canciones de Pablo y Silvio de esa época, porque todas y todos alternamos de una manera u otra, alimentando las canciones de esos sentires.
En las reuniones de padres y apoderados de la Escuela, llegaban a veces juntos, a veces uno u otra, Pablo y Yolanda Benet. Ignoro si aún estaban juntos, ella era de una belleza insuperable. "Yo no te pido que me bajes una estrella azul, solo te pido que mi espacio llenes con tu luz". ¿Cómo no entender lo que le cantaba Pablo?
Cuando cualquiera de los que vivimos aquellos días, escuchamos sus canciones de amor o de contenido revolucionario vemos cómo en un filme que cambia de blanco a negro, colorido o sepia, sabemos de qué habla cada imagen. De la velocidad de las nubes cambiantes del Caribe, que podían pasar de un cielo fulgurante, a un hilo negro que se dibujaba en el horizonte y que en minutos se transformaba en una bacanal de lluvia que te empapaba, para que una hora más tarde el sol implacable te secara hasta la ropa interior. O de la cola en las posadas, donde los cubanos mientras hacían la fila esperando su turno para hacer el amor, conversaban de pelota o de la vida cotidiana, compartiendo su amor público, no siempre legal No había secretos para el amor. Todo eso reflejan esas canciones.
Alguna vez que estuve encabronado y trabajaba como mezclero oficial de la Brigada, luego que me preparara el maestro Pávez, hacia el final de la tarde, y veía el hilo negro en el horizonte, no hacía lo que siempre: trasladar la mezcla, dejándola que se mojara p'al carajo. Bule ́, el jefe afrocubano, me adivinaba, diciendo “chileno cabrón”.
El tiempo todo lo cambia. Los chilenos que dejaron su sangre en los campos de Nicaragua, El Salvador, Angola o en camino a combatir la dictadura, detectados por el brazo largo de Cóndor, apoyado cínicamente por EE. UU., en su mayoría están olvidados. Nicaragua no es lo que esperábamos que fuera. La Revolución cubana agotó sus esfuerzos en la batalla cruel con el imperio, en que el poder de este logró empobrecer y confundir sus esfuerzos, por mantener ese espíritu vivo de esa revolución fresca que conocimos, terminando por enclaustrarse, aunque siempre enviando sus médicos allí donde una catástrofe natural o provocada necesite de ayuda, porque ese espíritu es natural a ese pueblo cubano, que hoy día sufre las consecuencias de las decisiones de poderes ajenos a su control. El egoísmo propio de los que no conocen los pueblos de que hablan, sintetizando en figuras destacadas o en estrechismo ideológico o en imágenes repetidas por los matutinos, olvidan que ese pueblo que denostan sin saberlo, los hizo temblar de emoción a través de la belleza de su música, los alimentó de profesionales de la medicina, de la economía, de la arquitectura, de la ciencia, cuyos frutos ignoran su origen. Amo Cuba.

Allí donde encuentre un cubano, nunca le preguntaré por qué dejó su tierra, ni cuáles son sus opiniones. Solo le devolveré la solidaridad que me dio su pueblo.
Todo eso retornó fresco a la memoria el día que murió Pablo. Pienso que Silvio, más allá de cualquier circunstancia, debe haberse sentido huérfano, en una medida mayor que la de todos nosotros, los que lo sentimos un hermano que nos sigue haciendo la vida colorida con su música inmortal.
Autor Hernán Coloma. Periodista y escritor, publicó la novela “Los Tránsfugas” de la editorial Mare Nostrum, actualmente en trámite de publicar su segundo libro.

