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III Por lo tanto, cuentan que no era de extrañar que redujera cada vez más su actividad social, e iniciara así una vida de contemplación mucho más rigurosa, si cabe. Lejos de los asuntos ordinarios, a cierta distancia de la condición humana, de este modo le era más fácil llegar hasta el final de una calle, hasta los rincones oscuros de su barrio, donde frecuentaba la compañía de gatos cojos y palomas, de perros abandonados y ratas pequeñas, a quienes daba de comer, por separado, mendrugos de pan troceados y sardinas en aceite, acumulados en los últimos dos días. Ésta era una forma de huir de los modales de conducta de su barrio, huir de las palabras, de las miradas de sus vecinos.

IV Era tal la aversión que al fin sintió por el mundo, que a una rata pequeña que se había encariñado con él, le aconsejaba en voz baja que no saliera a menudo de su escondrijo, que vigilara al salir de la alcantarilla, pues corría un serio peligro de ser infectada por los hombres.

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