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Fiesta

FIESTA

La persona a mi lado está comiendo la cabeza de un cordero. Trato de no verlo, pero los ojos no pueden menos de volver al espectáculo. Las cuencas vacías del ojo miran fijamente hacia mi plato, donde un pedacito del cuerpo del animal está envuelto en una tortilla y salpicado con salsa. “No pica mucho”, dicen cuando trato de alcanzar la salsa con las cejas levantadas, indicando una pregunta de una gringa no muy aficionada al chile. La boca me está quemando. Pruebo los frijoles y tomo un poco de vino. Mi compañero de mesa ha limpiado la carne de la cabeza y con los dedos saca los sesos de entre los huesos del cráneo mientras una banda de mariachis canta con entusiasmo y los otros invitados dejan sus sillas para bailar. Vuelven con sus platos llenados con tortillas, carne, frijoles. Un pastel espera al lado. Yo estoy en un estupor. Estoy en México hace menos de veinticuatro horas y todavía recuperándome de un día de demoras en el aeropuerto y confusión. Mi español, que nunca ha sido bueno, es aún peor, escuchando las conversaciones que flotan alrededor en altas voces para ser escuchadas sobre la música retumbante. Algunos de los invitados están cantando con los mariachis. Una botella de tequila está pasando entre las manos de mis compañeros de mesa. El hombre a mi lado lame los dedos y se sirve un trago. Conozco a este hombre. Es un doctor, amigo de mi familia mexicana, el primero en sospechar que Jack tenía una enfermedad grave. Trato de iniciar una conversación, pero no es posible dado el volumen de la música. Afortunadamente, alguien quita el cráneo, ya limpio, de la mesa. Al otro lado de la mesa, un globo enorme en la forma de un número 40 está pegado al muro. Cristina, la hija mayor de mi familia mexicana, está celebrando un cumpleaños importante y un grupo de 20 personas de muchas generaciones está reunido. Yo soy, sin duda, la mayor, aunque el doctor con la cabeza de cordero no es mucho menor.

Los niños corren por la cochera donde tienen lugar las festividades, acompañados de vez en cuando de un perro que debería de estar atado.

The woman on the other side of me leaps to her feet and rushes toward the band, where she separates the guitarist from his instrument and pulls him onto the dance floor. I think perhaps the guitarist is her husband, but in fact she has never seen him before. Everyone claps and cheers while Marco, Cristina’s husband grabs the guitar and pretends to play. I am tapping my feet. If Jack were here, we would dance. I am suddenly lonely. My body sways to the music, and I see Cristina tap Marco and gesture toward me. I will dance after all, and people will clap, and I will forget for a moment that I am jet-lagged and overwhelmed.

This is a Mexican fiesta. It reminds me that I am not a Mexican—and that, on some level, I wish I were.

—Paula Dunning

Los padres y los niños bailan en grupos de 3 o 4, con los bebés en brazos. No hay descanso entre canciones. Alguien pide una polka. La mujer sentada a mi otro lado se levanta en un salto y se acerca con prisa a la banda, donde separa al guitarrista de su instrumento y lo lleva a bailar. Creo que quizás el guitarrista es su marido, pero en realidad nunca lo ha visto antes. Todos aplauden y gritan mientras Marco, el esposo de Cristina toma la guitarra y finge tocarla. Estoy zapateando debajo de la mesa. Si estuviera Jack aquí, bailaríamos. De repente me siento sola. Me muevo con la música, y veo que Cristina le dice a su esposo que me invite a bailar. Sí, voy a bailar y los invitados aplaudirán y olvidaré por un momento que estoy cansada y abrumada.

Es una fiesta mexicana. Me recuerda que no soy mexicana – y que, de alguna manera, deseo que lo fuera.

—Traducción: Anna Adams