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Andalucía
ANDALUCÍA
No me cansaría jamás del jugo que corrió por mi barbilla del durazno que compartí con mi hermana una mañana de sábado de Julio cuando el sol iluminó el campanario y derramó calor sobre nosotros como si lo hubieran agujereado, y las mujeres de compras en el mercado se aglomeraban a nuestro alrededor, y los vendedores gritaban los precios tan rápido que no se entendían. Ella estaba usando mi vieja camisa blanca que le quedaba pequeña, el cuello todo abierto y me sentí avergonzado sin saber por qué cuando una trenza azul-negruzca de su pelo cayó hacia el frente de su camisa y el hombre de los conejos en jaulas–Belier holandeses –se inclinó hacia adelante para mirar mientras ella miraba hacia abajo a los conejos. El muchacho cojo con su muleta en la plaza nos ofreció su palma hacia arriba y ella le dio nuestra última peseta pero no fue un problema, teníamos suficiente, el durazno estaba tan tierno la carne era naranja y nuestras manos estuvieron pegajosas hasta que las limpiamos en la fuente y ella tomó las mías entre las suyas y dijo, “Ven, déjame” –el agua fría punzaba–pero sus dedos calentaron los míos y esa fragancia en el resplandor no siempre la suya. “No quiero volver”, dijo, “No todavía”.
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—Traducción: Jorge Javier Romero