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Canto de pájaro

CANTO DE PÁJARO

“Si yo fuere un animal, sería un pájaro” Lolly declaró cuando tenía 9 años. “Entonces, tendría mi propia canción.” Abby se sentó sobre la cama de su hija, alisando una y otra vez el edredón con sus palmas frías. Thomas estaba detrás de la casa rellenando los comederos de sus pájaros. Siempre había amado a los pájaros, amaba cuidar de ellos. Esa mañana, más temprano, les había comprado un alimento especial: cardos para los finches y escribanos, semillas de girasol aceitadas para los zanates y las urracas. Tenía un diario de sus pájaros guardado a mano en un cajón de la mesa del porche, donde escribía sus avistamientos con letra ordenada y pequeña. Abby admiraba aquello, miraba por la ventana mientras él los arrullaba, aunque también envidiaba el lenguaje especial que compartían. Él se había criado descalzo y salvaje, trepaba árboles, un Tarzán saltando entre cuerdas. Ella era un ratón de ciudad, una poeta distraída que guardaba libros en el horno. Aunque tenían a los pájaros en común. Abby amaba a los pájaros, pero Thomas conocía a los pájaros. Cuando caminaban por el bosque, él identificaba cada canto –cacareo, graznido o gorjeo– como si él mismo hubiese salido de un huevo. Lolly lo había elegido como favorito. Todos los días volaba como un halcón en el bosque e imitaba los sonidos, ella y Thomas juntos. Abby se mantenía con pies en tierra, y con la nariz entre los libros. Típicamente, las grullas ponen dos huevos a la vez, leyó. Estaban preparados para la pérdida desde el inicio. La semana anterior, ella había notado el revoloteo debajo de la piel de Lolly, los patrones de vuelo bailando sobre su cabeza en la noche como visiones divinas. En el hospital, Thomas cubrió su cuerpo devastado con alas de papel rosado. Lolly estaba segura de que ellas le ayudarían a convertirse en un pájaro en su próxima vida. Una que no incluiría a Abby o a Thomas. Hicieron grullas de papel, sus dedos necesitaban ocuparse. Esa noche, Abby soñó que daba a luz a una grulla. Partía desde el aire dejando su estela detrás, aún conectada a su cordón umbilical. Su cuerpo ondeaba como una bandera de papel en el viento. El invierno llegó. Thomas merodeaba en busca de restos de nutrientes como un cucarachero o un ventisquero; Abby se abrió en el desánimo y caminaba el denso y punzante bosque mientras las palabras bailaban en su cabeza con la misma potencia frágil de un par de alas. Thomas abandonó por completo las palabras y se entregó al canto de los pájaros. Cantó, esperando escuchar en respuesta un trino familiar o un whit-woo que lo marcara y anidara de nuevo.

–Traducción: Jorge Javier Romero