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Siesta vespertina

SIESTA VESPERTINA

Caigo en el sueño con venganza estos últimos días huesos-medusa me tumban súbitamente. Una niña que ha vuelto a casa después de un día en la playa. Boquiabierta, ida. De pronto, violentamente, deja de estar ahí.

Más tarde el despertar pesa, regresar es una batalla. La muerte llega a las cuatro de la mañana con más frecuencia que a cualquier otra hora. Quizá es demasiado difícil regresar desde donde sea que vamos. Volver a encajar en cuerpos demasiado apretados como si se hubieran encogido en la secadora.

Quizá irse sea un consuelo no hacer el esfuerzo, darse la vuelta seguir avanzando, sin sueño, líquida. Pero no estoy segura. Permanecer en mi cuerpo le ha robado poder a los conceptos y los ha transferido a mis huesos. Al lodo de mi ser que desliza y resbala músculo contra músculo, el apretar de los dedos de mis pies en la arena. Adictivas: éstas dos cucharas junto a mi plato, la dulce curva de los plátanos, este vaso azul al que me aferro con mis dos manos, el mero hecho del tacto en mi vida. En la arena y el cartílago de la edad, deseo jugo de durazno espeso en mi lengua, masa tibia de pan esponjoso, un mango perfumado color naranja. Ahora me acerco a ciegas. ¡Tocando! ¡Nombrando! ¿Codiciosa? Aprendiendo el Braille que mi piel enseña, lenguaje púrpura de la carne.

Traducción: Andrea Alzati