El padre estaba absorto, no comprendía lo que pasaba, ¿Lo habré soñado?, ¿Habré soñado con mi ángel?, una mujer tan dulce y tan amorosa, que se encargue de la niña, la vida sería perfecta con ella. Los anhelos hacen mucho daño, enloquecen a la gente. Llegaron los días previos a la navidad, el padre hizo panes con mucho jamón, uvas pasas, aceitunas, de lo más delicioso. Habían acordado reunirse en casa de Adelina, quien haría panes dulces. Las hallacas las llevaría María, y José y Juan reunieron lo necesario para la bebida, de modo que había tanta comida en la mesa que todos podían comer cuánto quisieran y quedaba para guardar. El padre compró una bicicleta a Lucía como ella la había soñado, con su cesta, su silla femenina, de rosa, brillante como la mañana de Navidad, de modo que ese era un auténtico “milagro” de navidad, algo que el Niño Jesús le regalara luego de partir la Nochevieja. Le escribió una carta como lo haría el Niño Jesús, solicitándole sus disculpas y así arreglaría todo. Estaban tan alegres, esa Noche Vieja, que llegaron los villancicos y muchos niños, recibieron ese día muchas alegrías, antes de culminar la Noche Vieja. El Padre, se quedó tranquilo, colocó los regalos para la mañana de Navidad. -Lucía los abrió y se llenó de alegría, sin embargo, sus ojos no saltaban tanto como el padre quería. El día de la Navidad se reunieron de nuevo, un tanto cansados, y llegó Elizabeth una joven un tanto citadina, parecida a la maestra que el padre había visto en sueños, y se reunió con ellos a compartir. -Elizabeth, cuénteme, ¿a qué se dedica?-olía a perfumes de rosas, naranjas y vainilla aroma muy sutil que el padre había olido antes. -Solo, soy maestra, le respondió Elizabeth, sonriente. -Los milagros ocurren pensó el padre en su abstracción solo podía contemplar la dulce sonrisa que le defería Elizabeth. Esa fue la Navidad en la que Lucía de tez morena y ojos saltones, recibió los milagros más hermosos de su vida.
© Karem Suarez ETERNITY
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