PARA EL LIBRO DE LUIS SERRANO
Aveces los días más repletos de rutina nos sorprenden con
un pequeño evento que golpea nuestro letargo.
Supongo que así fue cuando decidí por inercia revisar un disquete
desvencijado que llevaba días cerca de la computadora. Me
lo había entregado con humildad un recluso del internado judicial
de Yaracuy, comentando apenas: “Revíselo si puede… son unas
cosas que he escrito en el tiempo que llevo preso.”
Cuando el contenido apareció en la pantalla, el aburrimiento se
tornó en asombro; luego en alegría y tristeza, frustración y consuelo.
Muchas emociones se me aparecieron en fila. Quien escribía
sabía bien de lo que estaba hablando. Lo llevaba en el alma y
lo exorcizaba con las letras.
De Luis Serrano recordaba vagamente su afición al café, mientras
observaba a su alrededor en silencio. Eso y su pequeña figura,
tan diminuta que le valió el sobrenombre de “pulga”. Su imagen
se sentía inofensiva y transparente. En ese momento se me
reveló su esencia de escritor